Cuerpos en el jardín

La fonda a las afueras de León estaba completa. La mayoría de las robustas mesas de madera estaban ocupadas por solitarios camioneros que comían pacientemente. De las paredes de ladrillo colgaban cuadros con paisajes, cielos y riachuelos que no parecían de la zona. El camarero, con chaleco y corbata, acababa de servirme una humeante sopa castellana propicia para aquel lluvioso día de mayo.

— Veo que lleva un buen puñado de papeles sobre fantasmas —me dijo tras colocar el plato sobre la mesa, mientras yo ordenaba los recortes de prensa que había esparcido sobre la superficie.

—Son noticias de un caso asturiano de hace treinta años… Un supuesto fantasma atemorizando a una pequeña población minera —contesté.

—¿Y va usted para allá? —preguntó, quizá por cortesía.

—Sí, he localizado a las personas que vivieron aquello. Curioso, ¿no? Aún nadie en el pueblo ha olvidado esta historia…

—No me extraña, caballero. Yo le preguntaba porque en casa nos han pasado cosas bien raras últimamente.

Lo miré con cara de curiosidad, por lo que acabó contándome su propia experiencia en el interior de su hogar, donde algunas noches alguien le aporreaba la puerta de su dormitorio sin haber nadie allí y había llegado a ver salir una sombra que se desplazaba por el pasillo desde la cocina al salón.

Había bajado el tono de voz, como el que cuenta un importante secreto, haciendo que apenas pudiera escucharlo con las noticias de la televisión. «Pero no quiero quitarle más tiempo, que se le va a enfriar la sopa», terminó el amable camarero.

No era la primera vez que alguien, tras darse cuenta de que me interesaba por este tipo de historias, se animaba a contarme sus experiencias. Pero ésta era, sin duda, una de las más impactantes que había escuchado recientemente. Empecé a comer la sopa, entrando por fin en calor. Seguí revisando entonces los recortes que tenía sobre la mesa…

Las primeras informaciones llegaron de la mano de La Nueva España, en su sección Comarca del Nalón. Así, el dieciocho de noviembre de 1976 publicaban el primer titular de muchos. Era escueto, pero directo; una sola palabra: «Fantasmas». Continuaba: «La actualidad langreana de las últimas horas se ha visto sacudida por la noticia de que un extraño fantasma campa por sus respetos en la parte alta del valle del Nalón».[11] Pronto el caso empezó a interesar a toda la comarca e, incluso, a toda España, hasta aparecer publicado en Diario 16 bajo el titular: «Un fantasma aterroriza Oviedo». Continué leyendo: «Al parecer, un fantasma tiene atemorizadas a las gentes de las localidades asturianas de Sotrondio, El Entrego y Carbayin».[12] Hasta llegar a uno de los más impresionantes titulares sobre el caso: «El fantasma denunciado a la Policía Municipal». Fue Miguel Fernández García, director del matadero municipal, quien interpuso la denuncia en la Inspección de La Felguera. El texto decía: «Sobre las dos de la madrugada del pasado domingo se produjo la repentina aparición de una cosa vestida de blanco que me mandó rezar. Cuando inmediatamente abrí la puerta, la cosa había desaparecido».[13]

Días antes me había encargado de anotar los nombres que aparecían citados en los artículos y había recorrido todo el listín telefónico de Langreo tratando de dar con aquellas personas. Había intentado incluso localizar la denuncia, pero la funcionaria con la que había hablado casi a diario me explicaba que al haber pasado más de treinta años, lo más posible es que aquel documento estuviera perdido entre los miles de escritos burocráticos que se almacenan en el ayuntamiento.

En el listín telefónico había localizado a un Miguel Fernández García, de Langreo. ¿Sería el mismo que denunció al fantasma? Cuando di con él me explicó que no tenía nada que ver con esa denuncia, pero que sí recordaba perfectamente aquella historia y el miedo que pasó en aquellos días.

—Recuerdo —me dijo— que tocaba la guitarra en un grupo de música y tenía que ir a una aldea cercana donde nos juntábamos todos los amigos para ensayar. Me gustaba tanto la música que nunca tomé la opción de encerrarme en casa. Pero sí recuerdo que fueron noches de miedo; apenas había nadie por la calle, la gente no llevaba a sus hijos al colegio. Cuando tenía que caminar por las afueras para llegar a la aldea en soledad, lo hacía rápidamente, mirando hacia atrás constantemente, porque iba con miedo de encontrarme con el fantasma…

También había localizado a Carmen B., una importante y prestigiosa señora de Oviedo que, en aquella época, por ser directora de la delegación asturiana del Instituto Internacional de Investigaciones Parapsicológicas, fue consultada por diversos medios de comunicación.

—Aquel es un lugar dramático y quizá a eso se deba la aparición de ese personaje del más allá —me había explicado a través del teléfono—. Le voy a contar sólo una historia. Una de muchas. Me lo contó una anciana hace unos años. Ella vivía en un poblado minero a orillas del Nalón. Todo fue a principios del siglo XX. Su hija estaba jugando en el jardín de una casa que les habían dado recientemente y que había sido ocupada antes por una familia de un minero que ya se había retirado. Un día la niña empezó a decir que en el patio había encontrado muñecos como el que ella tenía. La madre, que era la única que estaba en casa en ese momento, creía que eran cosas de niña. Pero cuando salió al jardín, vio que su hija, jugando a quitar tierra del suelo, había desenterrado los cuerpos de varios fetos.

—¿Fetos en el jardín? —pregunté sorprendido.

—Fetos en el jardín. De la familia anterior. Ella había abortado en varias ocasiones y habían enterrado los cuerpos frente a la casa. Como le digo, sólo es una historia. Ha habido muchos accidentes, muertos en las minas, por ahogamiento, niños perdidos… En fin, le digo toda esta información, pero yo no quiero tener nada que ver. Sólo le doy la pista para que usted tire del hilo.

Poco después la señora había colgado el teléfono, pidiendo que no volviera a llamarla. Al parecer, toda la historia del fantasma había dañado su prestigio entre la gente de la alta sociedad y no quería que aquello volviera a repetirse.

Imagen

Titular de La Nueva España sobre la denuncia al fantasma por Miguel Ángel Fernández.

Aproveché para anotar aquellos detalles en mi cuaderno mientras terminaba de comer.

Minutos después salí al coche y continué el viaje hasta Langreo. Poco a poco el cielo iba nublándose aún más y, en ocasiones, la fina llovizna golpeaba los cristales generando una percusión ancestral. En el exterior, ya cerca de Mieres, la niebla se adueñó de la carretera haciendo imposible la conducción a más de 30 km/h.

Habían pasado casi 6 horas desde mi salida de Madrid cuando, a la derecha de la carretera, apareció un cartel cuya única palabra, negro sobre blanco, había leído en repetidas ocasiones durante los días anteriores: Langreo.

Con el cielo aún encapotado fue inevitable imaginar lo ocurrido a través de los artículos que el periodista Benjamín Fuello había escrito para La Nueva España

En busca de lo imposible
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