La casa de las gárgolas
Tras las presentaciones y palabras de rigor, el equipo, acompañado por el alcalde y otras autoridades de Autol, se puso manos a la obra. Valentín era el encargado de acompañarlos a los puntos más importantes, para captar las reacciones de Jette. Los acompañaba Víctor Soldevilla, cronista de la localidad, para corroborar los datos que pudieran surgir en relación a 1850.
Primero acudieron a lo más alto de Autol: una gran explanada en lo alto de la montaña desde la que se divisaba todo el pueblo. Nada más retirarse la capucha, Jette se sintió bastante emocionada. Con lágrimas en los ojos, entró en el interior de una vieja casucha ya abandonada y medio derruida que parecía haber sido construida siglos atrás. Por suerte, pude corroborar el testimonio de quienes la acompañaron a través de las imágenes que grabó el canal Strix, que ellos mismos nos enviaron semanas después de mi visita al pueblo riojano. En ellas, Jette tocaba las paredes lentamente, como si el tacto la ayudara a recordar. Además, miraba de un lado a otro con la perplejidad del que corrobora haber estado en un lugar que no recordaba. Minutos después, Jette se colocó al borde del precipicio donde, mirando al pueblo, se llevó una mano a la frente y respiró profundamente. Asimismo, desde hacía unas horas repetía que en una casa con gárgolas en la fachada había pasado momentos muy felices de su antigua vida.
Después acudieron a la iglesia principal, donde la protagonista caminó junto al párroco señalando los capiteles, retablos e imágenes religiosas. También recordaba el lugar, aunque había algo que no le cuadraba del todo. Al parecer, ella echaba en falta una parte de la estructura de la fachada y una barandilla que había cerca de la puerta. Víctor Soldevilla confirmó que esas partes habían existido tiempo atrás, pero que habían acabado retirándose durante unas obras relativamente recientes. Para sorpresa de todos, en un momento determinado, Jette sacó el mapa que había realizado en Dinamarca y que se correspondía a grandes rasgos con la estructura de la aldea.
Ese mismo día se desplazaron a otra iglesia, en la que se encontraba la Virgen de la Nieva. Allí ocurrió algo similar; Toft aseguraba recordar el lugar, salvo con una diferencia: esta vez le extrañaba un porche con arcos que había sido colocado en la fachada de la ermita. Curiosamente, dicho elemento había sido añadido unos años atrás.
—Precisamente muchos de esos elementos a los que ella aludía porque no los recordaba habían sido añadidos o eliminados años atrás. Pero, en fotografías históricas, a las que sólo hay acceso desde el Archivo, pudimos corroborar que la información que ella ofrecía era correcta —me había explicado Soldevilla en el interior de su casa.
Una de las técnicas que el equipo llevaba a cabo para comprobar la veracidad del testimonio era dejar a Jette caminando a solas unos metros delante de ellos, para cotejar así su orientación. Para su sorpresa, la mujer se ubicaba con pasmosa facilidad, hasta llegar a caminar por las calles con la decisión del que ya ha vivido allí antes.
Minutos después ascendió una calle en soledad hasta plantarse frente a una emblemática construcción de Autol: la panadería de la familia Cuevas, que conserva la fachada del edificio original. Con la mirada alzada hacia el tejado, Jette se emocionó de forma muy especial… Estaba observando unas gárgolas de piedra que se recortaban contra el cielo desde cada lado de las balconeras que coronaban la portada. Quizá las mismas a las que se había referido horas atrás como las que marcaban el lugar en que tan buenos momentos había pasado. Como una X sobre un mapa del tesoro.
Maite Martínez, que hizo la labor de intérprete, se referiría en nuestra entrevista a ese momento como uno de los más especiales de la visita:
—Fue el momento que a mí más me impresionó… Cuando me di cuenta de que aquella mujer no mentía. O, al menos, no estaba intentando engañarnos. Aquellas lágrimas eran profundas, eran lágrimas de emoción desbordante. Una persona no puede engañarte así, a no ser que fuera una gran actriz…
También Víctor Soldevilla coincidía con ella en lo impactante de ese momento para todos. Además, habló de molinos que ya no existían pero que sí habían estado allí cientos de años atrás.
—Otra cosa que me llamó la atención —me confesaba Víctor— es que, en un momento determinado, Jette me habló de que recordaba haber ido al colegio en domingo. Lo hizo casi con vergüenza, porque sabía que era casi ridículo ir a la escuela un domingo. Sin embargo, pude corroborar que, en el siglo XIX, los maestros aprovechaban las horas de catequesis del domingo para, de paso, educar a los niños que no podían ir a clase durante la semana y enseñarles cosas básicas de lengua o matemáticas.
Por si fuera poco, Toft ofreció nombres propios cuya existencia pudo ser corroborada tiempo después de su visita y que nadie recordaba ya en la localidad.
—Ella habló de un tal Gerardo González y, en el Archivo parroquial, pudimos comprobar que efectivamente ese hombre había existido en Autol y había sido su alcalde, tal y como ella había asegurado. Sobra decir que nadie lo recordaba aquí —me contaba Víctor, aún asombrado al recordar todos los detalles.
—Por si fuera poco, habló de su propio apellido… ¿Pudisteis corroborarlo? —le pregunté.
—Eso fue de lo más sorprendente. Ella aseguraba recordar su apellido: Beamonte. Pasaron unos días desde que se marchó hasta que pudimos corroborarlo, ya que pasamos largas horas en el Archivo revisando una a una las actas de bautismo. Hasta que dimos con esto…
Víctor me tendió una fotocopia que guardaba en una polvorienta carpeta azul. Empecé entonces a leer el acta de bautismo que el cronista acababa de tenderme como el que llega expectante a la última página de una novela de ficción…
En el día 10 de enero de 1826, yo, don José Manuel López, presbítero con licencia del señor cura propio de su iglesia parroquial de San Adrián, bautizo solemnemente a una niña que nació el mismo día, entre doce y una de la tarde, según declaró la comadre, a quien puse por nombre Nicanora, hija legítima de Luis Beamonte y María Pascual. Abuelos paternos Antonio Beamonte, natural de la villa de Vozmediano, y Josefa Borbón, natural de la ciudad de Alfaro, obispado de Tarazona, como también lo es el padre de la niña, maternos Juan Manuel Pascual y Josefa Pérez, naturales de las villas de Quel. Fue el padrino José Martínez, de esta vecindad, a quien advertí del parentesco espiritual y demás obligaciones de que damos fe.
Partidas de bautismo de Nicanora Beamonte y de María Beamonte, en la misma época en que Jette Toft aseguraba haber vivido en Autol con dicho apellido.
Además, el 14 de septiembre de 1828, el mismo presbítero firmaba otra partida de bautismo; la de María Beamonte, hermana de Nicanora. Dichos miembros de la familia eran los únicos que mantenían el citado apellido en dicha localidad riojana. Tras ese primer y último documento se pierde la pista a la familia Beamonte. No aparecen registros de defunción ni ninguna otra crónica referente a ellos. Como si hubieran acabado emigrando del lugar tiempo después. Ésa podría ser la razón por la cual dicho apellido jamás haya vuelto a aparecer registrado en Autol.
Aquello pareció ser la prueba definitiva que necesitaban los vecinos del lugar para descartar, al menos, la teoría del engaño.
—Ten en cuenta que estábamos en el año 2003. Autol aún no tenía ni página Web y apenas había información de la localidad. Mucho menos a la que pudiera accederse desde Dinamarca —me explicaba Valentín Jiménez, ex-alcalde de la villa riojana—. A aquella información sólo podía accederse desde el Archivo parroquial y nos constaba que nadie había acudido allí en los últimos meses. Suponiendo que alguien hubiera extraído la información, nos habríamos enterado.
Parecía como si todos los que estuvieron presentes durante aquellos días hubieran acudido a la cita con una actitud de absoluto escepticismo y terminaron llenos de dudas. Dudas que, diez años después, aún no han conseguido responder.
Algo que se repetía en todas las entrevistas que realicé era la sensación de haber vivido algo excepcional; algo que había derrumbado todos los prejuicios y había dejado al descubierto los vacíos que a veces se esconden en la lógica. Aunque en aquellos momentos yo veía la historia desde el punto de vista del periodista apasionado, aún faltaba un último punto de mayor implicación: hablar con la protagonista de la historia.