Capitulo 9
Todos hemos llegado a considerar al cambio como algo que nos sucede a nosotros; pero les digo que el cambio es algo que nosotros hacemos que ocurra –”el cocinar deliberado de nuestro huevo cósmico,” como Jan Morris ha escrito. ¿Así que quieres tu vida escalfada o revuelta? ¿Te ves tú mismo como frito o muy cocido? ¡Yo digo que añadas un poco de queso y vegetales frescos y te conviertas en una tortilla!
Kennit Busganglion, La Mano Que Te Ha Dado
Exedore sólo había estado en Haydon IV por poco tiempo cuando hizo el primero de sus alarmantes descubrimientos. Él había pasado una semana o dos familiarizándose con las maravillas ultratecnológicas del mundo y congraciándose con Vowad y la élite planetaria antes de sentarse a estudiar seriamente las notas y documentos que Cabell dejó atrás para su cuidadosa lectura. Los Pollinators también habían sido dejados a su cuidado, y durante lo que él había llegado a considerar como horas libres trabajó en renovar su amistad con Max y Miriya Sterling. Los dos Terrícolas estaban ocupados criando a Aurora, cuyos talentos notables parecían ilimitados. Ella era ahora el equivalente físico de una niña de seis años; era ilógico, sin embargo, intentar medir su crecimiento psicológico con cualquiera de los parámetros usuales. A ratos la niña exhibía un comportamiento que Jean Grant había etiquetado de “autista”; mientras que en otras ocasiones sus discernimientos lindaban con lo insondable. Exedore recordó oír un término terrícola para tales anomalías genéticas –sabio idiota, si su memoria servía– pero él no consideraba aun aquella valuación totalmente aplicable. Además, estas palabras eran poco más que descripciones; no hacían nada para explicar los dones de Aurora –su rápido desarrollo y habilidades telepáticas.
Fueron, sin embargo, la advertencia a menudo repetida y los ataques que la acompañaban de la niña los que inicialmente motivaron a Exedore a ir en busca de las vastas redes de datos de Haydon IV por respuestas. Cabell había estado aquí antes que él –al borde de un descubrimiento, si la interpretación de Exedore de las notas del Tiresiano era justificada– pero el asunto de la guerra y la paz había truncado efectivamente su búsqueda. El anciano había afirmado otro tanto durante una de sus breves discusiones con Exedore en vísperas de la partida del Tokugawa. Pero era obvio por lo que Exedore pronto descubriría por su cuenta que Cabell había estado buscando en el lugar equivocado.
La unidad principal neural a la que los Haydonitas se referían como la Conciencia contenía un registro de sus audiencias con Cabell, junto con evaluaciones de su encuentro con la Entidad Artificial de Lang, Janice Em. Esta última había estado interesada en datos pertinentes a Peryton, y la naturaleza de la así llamada maldición del planeta –que era más a la manera de un mal funcionamiento, Exedore había decidido después de revisar la información.
Cabell había tenido a Haydon en mente; y mientras que había buenas razones para seguir tal curso, las respuestas al enigma que era Aurora yacían en otra parte. Haydon, sin embargo, proveyó a Exedore con la pista que él necesitaba.
Los datos que habían sido incorporados en la Conciencia milenios atrás no contenían descripciones físicas del ser; pero era aparente que los varios santuarios erigidos para celebrar su genio no guardaban ningún parecido con esta efigie actual. Las Praxianas, los Karbarrianos, los Garudianos, y los demás, habían sido culpables de lo que los Terrícolas habrían llamado antropomorfismo –aunque el término apenas aplicaba al discutir de seres osunos y zorrunos. Sin embargo, lo que Exedore encontró más intrigante fue el hecho de que Zor, durante sus intentos de siembra en secreto, había seguido la misma ruta que Haydon había tomado a través del Cuarto Cuadrante. Por planeamiento intencional. Pero todos los indicios indicaban el hecho de que el viaje de Haydon había abarcado siete mundos, no seis.
Luego, enterrada aún más profundo en la memoria de la red neural, Exedore había descubierto evidencia de un encuentro que precedía a aquellos de Janice y Cabell: el contacto de la Conciencia con la Invid Regis. Aquí él debió encontrar grabaciones tan esotéricas como para dejarlo asombrado preguntas concernientes a la evolución y transformación racial, temas ontológicos que su mente simplemente no estaba preparada para abordar. Pero entre estas audiencias enigmáticas había facsímiles de los psico-sondeos que la Regis había lanzado contra Rem, el clon de Zor que Cabell había modelado. Y de ellos, la Reina-Madre Invid había aprendido dónde había sido enviada la matriz de la Protocultura.
A la Tierra.
Él séptimo de los mundos de Haydon y de Zor.
Todo se había vuelto tan claro entonces: la nave de Zor, la que los Terrícolas nombrarían SDF-1, debía hacer la siembra en lugar de él. Algo estaba a punto de ocurrir, o tal vez ya había sucedido, que liberaría a las Flores de la Vida de la matriz que él había creado y dispersaría sus semillas a través del planeta.
¡Cuídate de las esporas! ¡El mensaje telepático de Aurora a su hermana! Y cuando esas esporas descendiesen, el sensor nebulosa Invid anunciaría su hallazgo al otro lado del Cuadrante.
Bueno los Maestros Robotech podrían estar en camino; pero la Regis no estaría muy lejos detrás.
Así que realmente había algún grandioso diseño para la guerra después de todo, Exedore se había dicho. Y tal vez, con la ayuda de Aurora y la Conciencia planetaria, podría ser posible comunicar algunas de estas cosas a la Tierra. No por la vía de una nave o una transposición espacial, sino a través de Dana Sterling, dejada atrás para representar un papel importante en el desarrollo.
Exedore incluso pudo comenzar a comprender dónde los Zentraedi encajaban en el esquema de las cosas. Para casi aniquilar a los seres nativos de la Tierra; para arrasar la superficie del planeta para la venida de los Maestros, las Flores y sus guardianes Invid...
Sólo un misterio restaba ahora. Por qué Breetai tenía que morir.
Exedore había exhibido un talento nuevo al oír la noticia. Él había llorado. Ya había habido risa, amor, y canción.
Pero ahora un Zentraedi había sido hecho llorar.
***
Rem había sido afectado profundamente por sus experiencias en Garuda, Haydon IV, y Peryton. No del mismo modo en que el resto de los Sentinels lo habían sido –guerreros fanáticos ahora, la totalidad de ellos– pero cambiado, Cabell pensó, profundamente cambiado. Y tal vez el androide de Lang tenía algo que ver con ello también.
“¿Pero por qué me lo ocultaste, Cabell?” el clon de Zor estaba preguntando. “¿Qué esperabas ganar?”
“Mi muchacho, tienes que entender–”
“¡Y no te refieras a mí como tu muchacho, anciano! Si soy la descendencia de alguien, soy la de él –la de Zor.”
Cabell no tenía ninguna respuesta preparada, así que simplemente se recostó en el sofá y permitió a Rem pasearse de un lado a otro delante del sofá de aceleración en silencio colérico. Ellos estaban en las habitaciones del Tiresiano a bordo del Ark Ángel. Cabell tenía la esperanza de que Rem viese su transferencia desde el Tokugawa como un tipo de gesto conciliatorio. Habría sido bastante fácil para él evitar a Rem totalmente, con lo de la inminente invasión a Optera y todo eso, pero Cabell quería desesperadamente curar la herida antes de que dejase cicatrices de una clase duradera. Él desesperadamente quería de regreso a su hijo.
“Tú me predicaste por mucho tiempo sobre las injusticias de los Maestros –el alcance de la propia Transición. Y sin embargo escogiste mantener mi estructura genética en secreto.” Rem giró hacia Cabell. “Yo soy tu sirviente Zentraedi personal, ¿no es así? Me programaste con un pasado falso–”
“¡No hay nada falso sobre tu pasado!” Cabell interrumpió, habiendo oído suficiente de esa conversación. “Yo te crié como un... hijo. Tus memorias son reales. Esa es la mismísima razón por la que te lo oculté –así te podrías convertir en tu propia persona, antes que crecer a la sombra de Zor.”
Rem bufó. “Todos hemos crecido en su sombra, nos guste o no.”
Con los labios firmes, Cabell miró hacia el piso. Pero en un momento sintió las manos de Rem sobre sus hombros, y levantó la vista viendo los comienzos de una sonrisa.
“Lo siento, Cabell. Estuviste en lo correcto al hacer lo que hiciste. O de otro modo nunca hubiera sido capaz de llegar a las comprensiones a las que llegué.”
La frente y cabeza de Cabell se fruncieron. “¿Qué comprensiones, mi muchacho?”
Rem se enderezó y cruzó sus brazos a través de su pecho. “Sobre Zor. Y la Protocultura.”
Los ojos de Cabell se abrieron ampliamente. “Quieres decir–”
“Sí.” Rem inclinó la cabeza. Él dio la espalda al sofá y caminó hacia la pequeña portilla de la cabina. “Desde Peryton. Especialmente cuando fui testigo del sacrificio personal de Burak. Antes de eso mis pensamientos estaban desesperadamente confundidos por lo que la Regis había invocado de mi memoria –o la suya, para ser exacto– y lo que el Regente intentó de una manera más directamente sádica.
“Pero hubo algo sobre la experiencia en la antecámara del generador que aclaró mi mente. Así como tu discurso delante de la asamblea, mi amigo.” Rem sonrió. “Te haré saber que estoy a favor de la propuesta del consejo Terrícola.”
“Sabía que lo estarías,” Cabell se entusiasmó.
“Y no pienso que debamos considerar la muerte del Regente una razón para retirar la oferta, una vez que hayamos negociado con este Edwards. Después de todo, todavía está la Regis y sus niños para tomar en cuenta.”
“Si de algún modo pudiésemos hacerla volver.”
Rem tenía una mirada seria cuando se dio vuelta de la vista estelar. “Tengo temores en conformidad con esos cursos de acción. Debería ella encontrar la Tierra... Siento un tipo de inevitabilidad aquí.”
“Pero la Protocultura,” Cabell dijo, esperando reencausar la conversación. “Tú mencionaste cierta ‘comprensión’.”
“Estoy comenzando a ver lo que estaba en su mente.” Rem rió de un modo auto burlón. “Suya, mía, aún estoy confundido sobre dónde sus pensamientos cesan y comienzan los míos.”
Cabell lo alentó a que se sentase al lado de él en el sofá. “Continúa, Rem. Dime qué estás sintiendo.”
Rem suspiró. “Las siembras eran más que un intento para remediar el mal hecho a Optera y los Invid. Esas excursiones eran acometidas para asegurarse de que ésta tuviese lugar –este viaje de liberación.”
“¿Pero cómo?”
“Para efectuar cambios,” Rem contestó tranquilamente. “En los Sentinels, creo. En Baldan y Veidt y Kami y en mí. En ti, Cabell. Y en otro que... aún no está entre nosotros.
“Haydon. ¿Es su plan el que estamos ayudando a tejer?” Cabell se preguntó si él debía mencionar sus audiencias con la Conciencia de Haydon IV. Él pudo ver, en todo caso, que Rem estaba rechazando la idea.
“No, no Haydon.” “¿Quién, entonces?”
“La Protocultura,” Rem le respondió. “Todos hemos venido a considerarla como un mero combustible para nuestros mecha y armas –un tipo de mercancía para la guerra y el viaje espacial. Pero es mucho más que eso, Cabell. Es un combustible para la transfiguración.” Él se levantó del sofá y caminó hacia el centro del espacio de la cabina. “Me di cuenta de esto mucho después de que la había incitado de las Flores...”
Yo, Cabell pensó. Él dijo Yo.
Rem estaba riendo irónicamente. “Me atribuyes el mérito de su consternación. Tú me colmas de tus alabanzas por ofrecerte un montón de energía limpia y posibilidades rehechas; de innovaciones deslumbrantes y viajes por el tiempo.” Él dejó caer violentamente un puño en su palma. “No soy nada más que una partera. ¡Yo di a luz a la Protocultura en nuestro mundo, pero no la engendré!
“La Protocultura vive por su propia cuenta. Ella se alimenta de nuestros intentos para alterarla y aprovecharla.” Rem lanzó a Cabell una mirada perniciosa. “Tú me preguntas el tapiz de quién estamos tejiendo, anciano, y te lo diré: es el diseño de la Protocultura. ¡Es la voluntad de la Protocultura!”
***
En otra parte en el Ark Ángel Karen Penn y Jack Baker estaban compartiendo cubiletes humeantes de té de hierbas Praxiano. Jack finalmente había sido liberado de la enfermería, pero sólo después de que Jean Grant lo había transportado al Tokugawa para un examen físico completo.
“Me he estado sintiendo extraña últimamente,” Karen le estaba diciendo ahora. “No lo puedo explicar –diferente de algún modo.”
Jack le mostró una ceja arqueada por sobre el borde del cubilete. “¿Qué quieres decir con, ‘diferente’?”
“Qué quieres decir con diferente,” ella repitió, torciendo su rostro y haciendo una imitación bastante buena de la voz de él. “Sólo te digo que no puedo explicarlo. Me siento... cambiada.”
“Bueno, han sido casi cuatro años,” Jack dijo, adoptando una sonrisa bribona al inclinarse hacia atrás de la mesa. “A propósito, ¿esas patas de gallo que estoy viendo alrededor de esas gemas verdes son tuyas, o sólo es la luz aquí dentro?”
Karen entrecerró sus ojos. “Sabes, a veces me pregunto si tienes un hueso verdadero en tu cuerpo.”
Él sonrió para sí y le dijo que ella era libre de consultar con Jean Grant sobre la posibilidad. “Ella incluso realiza exploraciones cerebrales en mi.”
“Eso está destinado a ser una breve historia.”
“Muy bien,” Jack dijo después de una pausa, “así que tú estabas diciendo que te sentías cambiada.”
“Así es.”
Él miró profunda y directamente lo que él podía ver de ella al otro lado de la mesa. “¿Alguna vez pensaste que podría tener algo que ver con el modo en que te has estado vistiendo recientemente?”
Karen se reclinó hacia atrás para echarse un vistazo. “¿Exactamente qué tiene de malo el modo en que me visto, Jack?”
Él desechó el enojo en su voz con un movimiento de su mano y se señaló con un ademán. “¿Recuerdas cuando acostumbrábamos vestirnos adecuadamente? Quiero decir, mírate bien pantalones distendidos Haydonitas y esa camisa de crin de Garuda. Te queda como una alfombra. ¿Qué le sucedió a las faldas y a los tacos altos y a la lencería erótica? Ahora todos parecemos cortados de la misma tela.”
Karen se rió de él. “Muchacho, me encantaría escucharte decírselo a Gnea.”
“Eso es justamente de lo que estoy hablando. Gnea, Bela, tú, y la Almirante Hayes. Todo este disparate de la Hermandad. Estoy esperando que ustedes den una fiesta del club femenino.”
“Tú sabes que no es así,” Karen argumentó. “Tú difícilmente llamarías a Baldan una hermana.”
“Sí, bueno, no estoy muy seguro sobre él. Quiero decir, el sujeto fue moldeado, por Cristo.”
Karen miró alrededor del comedor, enfocándose brevemente en algunas de las mesas cercanas. Karbarrianos y Garudianos estaban comiendo las provisiones frescas que el Tokugawa había servido. Veidt estaba revoloteando a través de la cubierta, Rick y Lisa Hunter al costado de él. Por cuando ella volteó, su frustración había desaparecido. “Dime que tú no te sientes cambiado,” ella lo desafió.
Él quedó en silencio por un momento, luego dijo, “Quizá sí. Pero pensé que ello era algo que ellos estaban poniendo en nuestro alimento.”
“Se sincero.”
Jack suspiró. “Al principio pensé que el agujero que los cuernos de Burak habían desgarrado algo desprendió; o quizá que Tesla había plantado un tipo de sugestión post-hipnótica en la parte posterior de mi cerebro. ¿Alguna vez has visto un vídeo llamado Candidato Manchú?”
Karen sacudió su cabeza.
“No importa. Lo que digo es que, sí, he estado sintiéndome raro. Es como si pudiera ver todo el camino hasta pasado mañana.”
Karen le ofreció una sonrisa tímida. “¿Y qué ha de suceder allí?
“Yo sé lo que quisiera que suceda,” él dijo, extendiéndose para alcanzar la mano de ella.
Ella se estrechó hacia atrás, con ironía disimulada, inclinándole la cabeza. “Eres una incógnita, Baker.”
“Y tú eres bella –aún cuando vistes remanentes de alfombra.”
Las sirenas de la nave se entrometieron en su silencio privado, llamando a sus puestos de servicio.
“Se refiere a nosotros, Teniente,” Karen dijo, acabando rápidamente su té y levantándose.
“Optera,” Jack meditó. “Quizá Edwards se rendirá. Lo superamos en potencia de fuego, en número.”
“Espero que no lo haga.” Esa ira volvió. “Deseo verlo liquidado, de una vez por todas.”
Jack se apresuró para alcanzarla. “Tú has cambiado,” él dijo cuando se dirigían hacía sus puestos de servicio.
***
“Supongo que nos lo debemos dar una mirada por ahí,” T. R. Edwards había sugerido a sus hombres después de que llegara la noticia de que el Valivarre había dejado órbita. “Vean lo que hemos heredado.”
Con eso él y sus Ghost Riders habían dejado el enclavado central de la colmena, científicos Invid frailunos y un puñado de los Niños Especiales siguiéndolos detrás como una pollada recientemente empollada. Ellos ya estaban familiarizados con parte de ello por supuesto, pero había mucho más del lugar que lo que el Regente les había mostrado durante las ceremonias de bienvenida. Kilómetros y kilómetros de pasillos abovedados por un lado, y cámara tras cámara de cosas orgánicas –esferas de instrumental, sistema de circuitos de comunicaciones, cubas de nutrición, y sistemas de soporte de vida– todo ello respondiendo a Edwards ahora, el lote completo de la raza Invid.
Edwards tenía algunas dudas sobre hacer frente a la computadora viviente de la Colmena Hogar; pero para su sorpresa, y el alivio de Benson, él encontró al cerebro dispuesto a dar respuesta inmediata a su necesidad de actualizaciones de datos y evaluaciones estratégicas. Resultó una mayor sorpresa que él y el cerebro pudieran en realidad llevar adelante un diálogo. La cosa flotante y enrollada lo reconocía como diferente de todo con lo que él se había comunicado antes; pero al mismo tiempo parecía intrigado, e impresionado con el alcance del conocimiento y la experiencia del Humano.
Ellos hablaron por algún tiempo, y Edwards se arrepintió de que Minmei no estuviese allí para escuchar a hurtadillas. Ella estaba de nuevo sedada en las, ahora de Edwards, habitaciones privadas del Regente. Edwards estaba confiado de que ella encontraría el modo de regresar a él espontáneamente, pero le tranquilizaba saber que esta fuente de poder infinitamente superior estaba esperando en los bastidores por si acaso ella no lo hacía. Sus melodías auto-protectoras no tendrían una posibilidad.
El cerebro tenía unas cuantas preguntas propias, y Edwards voluntariamente abrió su mente a sus sondeos moderados. ¿Por qué no, después de todo? Cuanto antes los dos estuviesen operando en la misma longitud de onda, mejor.
En cuanto a Edwards, sus preocupaciones de centraban en la consolidación y la defensa. El Valivarre podría estarse apartando temporalmente, pero no pasaría mucho antes de que el Ark Ángel, la Rutland, o el Tokugawa apareciesen para tomar su lugar, y Edwards quería estar listo para cuando llegase el momento. De menor importancia inmediata era la Regis. El cerebro se negó a predecir cómo ella respondería a la muerte de su esposo. Su paradero actual era desconocido, pero parecía bastante razonable asumir que ella daría a Optera otra oportunidad si ella estuviera cerca –galácticamente hablando. Pero esto no quería decir que Optera tuviese mucho que ofrecerle. Con la Flor y las vías de abastecimiento de nutriente interrumpidas, las colmenas aplastadas en media docena de mundos, los Invid restantes tenían que preguntarse de dónde vendría su próxima comida. E incluso Edwards no estaba seguro de cómo responder a ello. Volver a tomar Peryton, tal vez. U ofrecerle a la Regis un trato. Él hizo que el cerebro le mostrase rápidamente un retrato mental de ella, junto con un sumario de su fatídico encuentro con Zor. El verla hizo a Edwards preguntarse precisamente cómo el Tiresiano había “seducido” de ella los secretos de las Flores. Él ciertamente no se sintió capaz de cumplir con la tarea de ponerse en los zapatos de Zor –¡si quiera por una noche!
Hasta cierto punto, Edwards decidió, el resultado para sus preocupaciones y el dilema de los Invid todo dependía de los Sentinels y cuán lejos ellos querían llevar las cosas en esta fase.
Él tenía esto en mente ahora, mientras inspeccionaba lo que uno de los científicos vestidos de blanco llamó “Poso de Génesis.” Al principio Edwards no supo que rayos hacer de ello. Un Averno tal vez –esa entrada mitológica al Hades que los antiguos habían localizado en un lago volcánico cerca de Nápoles– era el intento del Regente de emular el gusto casi grecorromano de Tiresia, como él lo había hecho con sus habitaciones y baño.
Pero el Poso de Génesis apenas parecía una imitación de algo. Era una apertura en las regiones inferiores y ardientes del planeta; un caldero enorme de energía ectoplasmática y aprovechable, un vaso de laboratorio de potencial genético burbujeante.
Los científicos intentaron explicar el propósito del Poso: la transformación de la materia de vida. Ellos relataron cómo la Regis había hecho uso de él durante sus tempranos experimentos en evolución auto-generada; y de la práctica degradada del Regente de usarlo como un tipo de terapia de castigo –involucionando científicos al rango de soldados y cosas por el estilo. Ellos señalaron a los así llamados Niños Especiales como un ejemplo de la condición degradada del Regente, su falta de creatividad y originalidad. Se requería una mente maravillosa para convocar maravillas, los científicos insistieron.
Edwards aún estaba admirando el poder del Poso cuando un mensaje fue recibido de la sala de situación que sus Ghost Riders habían instalado en otra parte del complejo de la colmena. Un radiotécnico reportó que los escáneres de largo alcance habían captado tres naves entrando al sistema Tzuptum.
“¿Tres?” Benson dijo. “Así que ellos han traído al Rutland y al Tokugawa.”
“Uh, negativo, señor. Lo que tenemos son el Tokugawa y el Ark Ángel, y una nave que los bancos de datos identifican como Karbarriana.”
“Sí,” Edwards dijo, “Oí que esas criaturas estaban trabajando en una nave estelar.”
“Sala de situación aguarda sus órdenes, General.”
Edwards lo meditó. Tres naves eran una mala noticia no importaba cuanto lo rebanase, él se dijo. Aún la fuerza combinada de los Ghost Riders y los Shock Troopers y los Enforcers Invid no serían partido para ellos. Los escudos de la colmena les permitirían comprar algún tiempo, por supuesto, pero no eran números los que la situación requería ahora sino sorpresa.
Un acercamiento creativo.
“¿Podrían esas cosas ser sometidas a manipulación genética adicional?” Edwards preguntó a los científicos, señalando a uno de los Niños Especiales.
“Pues, sí, mi señor,” un científico contestó, inclinándose. “Pero seguramente usted no desea involucionarlos.”
“¿Involucionarlos? Pues, no, por supuesto que no,” Edwards dijo abstraído. Una sonrisa lenta tomó forma mientras giraba para enfrentar a Benson. “Tengo una idea más traviesa en mente.”