Capitulo 8

Sospecho que los Karbarrianos comenzaban a verse a sí mismos como los Fenicios del grupo local, con Optera estratégicamente localizada como un tipo de Cartago. La REF estaba demasiado enredada en encontrar una ruta a casa para prestar mucha atención a estos planes de edificación de imperio de largo alcance. Para una misión que había viajado la mitad del camino a través de la galaxia, éramos todavía un grupo parroquial, y teníamos mucho que aprender sobre la dinámica interna de estos mundos que estábamos ayudando a liberar.

Vince Grant, como se cita en Anillo de Hierro de Ann London: Los Sentinels en Conflicto

Uno casi podría creer que la misión estaba maldita, Lang se dijo. Él pasó una mano hacia debajo de su rostro y la sostuvo sobre su boca por un momento, como si para evitar que algún sonido traicionero escapase. Maldita, él pensó.

Pero él supuso que los Formadores eran intolerantes de tales cosas. Las maldiciones tenían una clase de sentimentalismo implícito, un componente cualitativo ausente en los Formadores, que operaban a niveles por lejos removidos de rabia, venganza, o punición. Las maldiciones eran deseos malignos, aún cuando exitosos; pero los Formadores se revelaban en términos de acción y eran irrevocables. La mayoría de sus colegas lo creían un fatalista cuando las discusiones se volcaban a tales asuntos; sin embargo, eso era sólo porque confundían a los Formadores con el destino. Cuando Lang era oído por casualidad decir, Los Formadores se saldrán con la suya, las personas entendían: es obra del destino. O alguna otra reducción igualmente mal informada. El futuro no estaba allí afuera en alguna parte, ya escrito y esperando para desdoblarse. Lang dejaba eso para el Pasado. En cuanto a la Protocultura no nos fue impuesta; se nos consignó en un código hasta ahora inescrutable.

Lang se inclinó hacia atrás de la pantalla de su escritorio, cerró sus ojos, y dejó salir un suspiro largo. Él estaba en su oficina en el complejo de Tiresia, trabajando tarde esta noche, la única ciudad de la luna dormida alrededor de él. Cuán pacífico parecía con Edwards y sus Ghost Riders en huida, con el consejo recobrando el camino, y los equipos de investigación y desarrollo en plena marcha de nuevo. Oh, unos cuantos de los miembros Plenipotenciarios continuaban neutrales –Longchamps y Stinson, principalmente– pero eran impotentes para impedir que cualquiera de los programas de él fueran llevados a cabo. Los dos senadores pensaban que era mejor prestar lealtad a Edwards en caso de que la Cruz del Sur haya ganado el dominio en la Tierra. Lang tenía preocupaciones propias en conformidad con esas líneas de conducta; pero los datos que él acababa de recibir volvían a la mayoría de ellas especulativas si no algo peor.

Él dirigió unas cuantas palabras a los fonocaptores de la consola y el dispositivo de activación por voz trajo una nueva presentación al escritorio. Lang observó los cálculos matemáticos por un momento, luego golpeó ligeramente su índice contra la pantalla para una extrapolación y se inclinó hacia delante para estudiar los resultados.

No se había oído nada de la nave del Coronel Wolff. Se debía destransposicionar del hiperespacio a unos diez años luz de distancia, en la vecindad de un escáner zángano aún en funcionamiento enlazado a los equivalentes de la unidad principal de Tirol –instrumentos que los Maestros Robotech habían usado aparentemente antes de que las así llamadas “Cápsulas de Protocultura” los hubieran liberado de tales herramientas arcaicas. Primero Carpenter, ahora Wolff, Lang había pensado en ese momento. Y fue entonces que él había ordenado una revisión de todos los cálculos siderales y sistemas de transposición, junto con una serie de actualizaciones visuales y de aumento utilizando los receptores de largo alcance recientemente terminados de Tiresia.

Ahora todo estaba claro. Y era terrible para contemplar.

De todas las capacidades de navegación espacial que la Robotecnología había presentado a los equipos de investigación Terrícolas, las maniobras de transposición espacial eran discutiblemente las más desconcertantes. Esto tenía mucho que ver con el hecho que ni siquiera el mismísimo Lang se había aventurado a manosear los generadores de transposición espacial de las SDF-1. El propio sistema era bastante simple de comprender, pero la dinámica era otra cosa. Los Zentraedi meramente tenían que pulsar las coordenadas generadas por computadora en el sistema y voila: una nave podía saltar desde, digamos, el sistema Blaze hasta el sistema Solar en dos semanas terrestres estándar, unos días más ó unos días menos. Para aquellos a bordo, sin embargo, el salto parecería haber ocurrido en horas. Lang aún tenía que deducir cómo había calculado mal el salto inicial de la SDF-1, el que debía haber transposicionado la nave a la Luna en lugar de desviarla cerca de Plutón.

Los sistemas de transposición espacial incorporados en la SDF-2 habían sido salvados de las naves Zentraedi que habían caído en la Tierra después de la batalla catastrófica que terminó con la Guerra Robotech. Pero Khyron el Destructor se había encargado de que esos generadores nunca fueran puestos a prueba. Ni los de la SDF-1, en cuanto a eso –el sitio, según Cabell, de la matriz de la Protocultura oculta de Zor, ahora parte esencial de los montículos radioactivos dragados del Lago Gloval en Nueva Macross para enterrar la fortaleza. El sistema de transposición espacial de la SDF-3 había sido transferido intacto desde la nave insignia de Breetai e integrado en un sistema más desarrollado que los Robotécnicos de Lang habían sacado del satélite de fábrica.

Lang, con alguna ayuda de Exedore y Breetai, había programado las computadoras de navegación espacial de la SDF-3 para los saltos hacia Fantoma. El tiempo proyectado de cada uno: cuestión de horas –una fracción del tiempo que le había tomado a la nave insignia de Breetai para transposicionarse a las coordenadas de la estación de comando de Dolza años antes. Pero los descubrimientos recientes habían forzado a Lang a reevaluar el tiempo transcurrido y revisarlo hacia arriba –considerablemente pues.

El salto les había llevado cinco años.

Lang estaba aún demasiado deslumbrado por la confusión para acordarlo condición verdadera; pero los resultados finales de los cálculos siderales vueltos a hacer eran difíciles de refutar.

Casi cuatro años terrestres estándar habían pasado desde la llegada de la SDF-3 al espacio de Fantoma. Lang y todos los demás al presente estaban volviendo las hojas de un calendario del 2024, ¡mientras que en la Tierra era 2029! La nave de Carpenter había sido lanzada en 2027, no en 2022; Wolff en 2028. Lang recordó a Cabell diciéndole que los Maestros Robotech se habían ido hace diez años terrestres estándar cuando la SDF-3 llegó –un viaje que Cabell calculó requeriría veinte años a lo más. La REF había estado operando bajo la suposición de que les restaba unos tres o cuatro años para tener a la SDF-3 equipada para una transposición espacial que los regresaría a la Tierra delante de los Maestros.

Pero ello no era así.

Los Maestros podrían estar ingresando al sistema Solar no más tarde que el próximo año. Carpenter, cuya nave tenía los mismos errores incorporados en sus sistemas, no arribaría por otro tres, si es que lo hacía. Y Wolff, Dios lo ayude, no desembarcaría hasta algún día en el 2032 o más tarde. Enfermo de su estómago, Lang se preguntaba quién estaría allí para darle la bienvenida a casa. ¿Los Maestros Robotech? ¿Un ejército victorioso de la Cruz del Sur? Hasta había una posibilidad remota de que la Reina-Madre Invid, la Regis, estuviese a mano.

Lang apagó la pantalla. Él se levantó de su escritorio y caminó hacia la única ventana del laboratorio, y estuvo parado allí en silencio por un tiempo, mirando las estrellas.

¿Era su obligación informar al Consejo Plenipotenciario? Él estuvo atento a la voz de los Formadores, esperando discernir alguna respuesta.

Él deseó que Exedore estuviese presente, pero el Zentraedi estaba en Haydon IV con los Sterling y su niña maravilla, Aurora. Lang consideró la frase –la advertencia– que se decía la niña había pronunciado a apenas un mes de edad: ¡Dana, cuídate de las esporas! Él no sabía qué pensar de ello. Y qué de Dana, se le ocurrió repentinamente; cerca de los que, ¿dieciséis años ahora?

La cara de Lazlo Zand vino a él, y Lang tembló ante el pensamiento.

Entretanto, Vince Grant, Jean, y Cabell estaban a bordo del Tokugawa camino de un punto de encuentro con la nave Karbarriana, el Tracialle, y el Ark Ángel –siempre que todo haya ido llanamente en Peryton.

Y el Valivarre estaba cercano a Optera, tal vez combatiendo al renegado Edwards en este preciso momento...

Lang sólo podía esperar que el Regente aceptase los términos que el consejo estaba proponiendo. Al menos la paz podría reinar en un rincón de la galaxia. El que los Maestros habían abandonado –trocado, Lang pensó– por el pequeño pedazo del cielo de la Tierra.

***

La mente de Rick vagó lejos de la discusión para hallar recuerdos de la primera vez que él la había visto. Atractiva y encantadora aquella fresca tarde en Isla Macross, con tacos altos rojos y un vestido de verano que era demasiado corto para ella, tratando de alejar a su primo Jason de una máquina expendedora que los estaba circundando por una venta. Petite Cola, Rick recordó. Y más tarde –¿cómo podría olvidarlo alguna vez?– hablándole desde el asiento elevado de un Guerrero que de algún modo se había reconfigurado a un tecno-caballero de cuatro metros y medio de altura. Minmei en la ventana del balcón. Él le arrojaría su Medalla al Valor a través de un facsímile de esa ventana un año más tarde.

Aquellos primeros días, él pensó, rendidos por la nostalgia. El concurso Srta. Macross y esas frustrantes tardes en el parque cuando él nunca conseguía decir las palabras correctas. Sus dos semanas juntos como náufragos a bordo de la SDF-1, escribiendo canciones de amor y pescando atún. Casándose...

La grabación de vídeo tomada por el Valivarre había terminado de correr un momento atrás, pero la escena de esa parodia de una boda a bordo de la nave de Edwards aún se está mostrando en las pantallas internas de Rick. Minmei, pálida pero de ojos brillantes y adorable mientras tomaba la mano de Edwards; ambos arrodillados ante el ayudante sádico de Edwards. Adiós, Jonathan, ella había dicho al pobre de Wolff. He encontrado felicidad finalmente.

Rick pensó en los sentimientos que Lynn-Kyle otrora había agitado en él; cómo él se había preocupado por Minmei entonces. Y la vez que él la había rescatado de Khyron y cuán cerca ellos habían llegado de hacerlo funcionar. Pero él ya había encontrado a Lisa, y el mundo de Nueva Macross estaba a punto de terminarse.

Rick echó una mirada a Lisa ahora, y por supuesto ella lo estaba mirando con ira. Cada vez que el nombre de Minmei surgía. Sin falta. Como si ella fuese una adivina del pensamiento. ¿Pero por qué no? Las Hermanas Praxianas le habían enseñado todo sobre lucha cuerpo a cuerpo; ¡así que quizá Veidt o Kami le habían estado dando lecciones de telepatía!

Los golpes y magulladuras que todos habían soportado en Peryton estaban sanando; pero había ciertas heridas que los remedios no podían tocar, Rick pensó.

Veidt había recibido la transmisión de Vince Grant desde Haydon IV, y el Ark Ángel había abandonado el espacio de Peryton hacia el punto de encuentro dos días después de la pesadilla en LaTumb. Burak y Tesla habían terminado la maldición del planeta ­pagando el precio con sus vidas. Janice y Rem habían vuelto a contar los eventos una docena de veces, pero los Sentinels aún tenían problemas con ello. ¿Significaba ello que Burak y los pensamientos de Tesla estaban en realidad en el aire de Peryton, como quien dice –controlando la reconstrucción del planeta de algún modo? ¿Y exactamente quién era este ser Haydon que podía tomar medidas para que tales cosas ocurriesen?

Todos los demás se las habían ingeniado para irse. Jack estaba de vuelta en la enfermería, pero eso tenía más que ver con el largo corte abdominal que él había recibido de Burak en Spheris que cualquier cosa que Peryton le hubiese arrojado. Karen, Gnea, Lron, Baldan... todos habían registrado un par de audiencias de post misión con la psiquiatría de interrogación, pero en otro respecto estaban bien.

Y así, por el aspecto de las cosas, estaban Vince, Jean, y Cabell, recién salidos de Glike en Haydon IV. Rick estaba enfadado, desilusionado, luego sencillamente se resignó a la decisión de Max y de Miriya de quedarse con Exedore. Las visiones de su hija, Aurora, eran en ciertas maneras tan aterradoras como las repeticiones de la boda de Minmei y Edwards.

El Tracialle –una nave propulsada a Sekiton evocativa de la Farrago diseñada a base de módulos– había traído consigo una sorpresa especial para Lron y Crysta en la forma de su joven hijo, Dardo. La presencia de Arla-Non a bordo del Tokugawa era de igual manera una sorpresa para Bela y Gnea.

Los jefes se habían reunido en el Tokugawa a la orden de Vince para debatir lo que él explicó como “un tema de vital importancia, no sólo para la REF y los Sentinels sino para todos los mundos habitados del grupo local.” La bodega se había equipado con dos mesas semicirculares colocadas enfrentadas, con los lugares designados para Vince, Cabell, Arla­Non, y Veidt en una, y Rick, Lisa, Rem, y Janice en la otra. Mesas más pequeñas se habían instalado entre ellas para las varias facciones XT.

Rick siguió preguntándose sobre la presentación de Vince mientras los videos ponían a todos al tanto; y ahora parecía que Cabell estaba listo para ir al grano.

“El consejo Terrestre ha propuesto que una iniciativa de paz sea ofrecida al Regente Invid.”

Rick casi cayó al suelo.

“Déjenme terminar,” Cabell gritó sobre el estruendo que había brotado. “¡Déjenme terminar!”

La asamblea de mala gana accedió, y un tenso silencio retornó a la bodega. El contingente Karbarriano era el más obviamente angustiado; tres o cuatro de los XTs ursinos estaban caminando a pasos regulares por la habitación, refunfuñando en voz baja quejas hacia todos al alcance del oído. Líderes obreros enfurecidos, dedicados a incitar un motín.

“Plantines de la Flor y las criaturas conocidas como Pollinators serán regresados a Optera,” Cabell estaba diciendo, “a cambio de la promesa del Regente para retirar sus tropas de todos los planetas todavía bajo su dominio y para comenzar el desmantelamiento inmediato de su maquinaria de guerra.”

“¡Con Optera replantada, él tendrá la capacidad para reconstruir sus naves de guerra en el momento en que demos nuestra espalda!” uno de los Karbarrianos gritó.

“¡Manténganlo en Optera,” de otro, “pero déjennos controlar la cantidad de nutriente que el planeta recibe!”

Un buen número de voces se unió a la sugerencia. Cabell tenía sus manos levantadas en un gesto de aquietar, su barba como una bandera de tregua. “Eso es exactamente lo que condujo a los Invid a la guerra en primer lugar. Todos ustedes han estado bajo el yugo de los Maestros Robotech, el yugo de los Invid. ¿Podemos esperar que el Regente incurra voluntariamente en uno de nuestros propios planes? Ellos deben tener la libertad para gobernarse, al igual que nosotros la tenemos ahora.” El Tiresiano señaló a Arla-Non y a Veidt, quienes estaban sentados lejos a su derecha. “Las Praxianas y los Haydonitas ya han concordado con la propuesta.”

“¡Las Praxianas ni siquiera tienen un mundo propio!” un enorme Karbarriano bramó. “Y estos Terrícolas han venido desde el otro lado del Cuadrante. ¿Qué saben de las atrocidades del Regente? ¡Nuestros niños eran mantenidos rehenes por sus secuaces!”

“Y nuestro mismísimo planeta fue destruido!” Arla-Non interrumpió. “¡Si nosotras podemos perdonar en el nombre de la paz, ustedes también podrían, Karbarriano!”

“¿De qué lado están los Garudianos?” Bela quiso saber. “¿Y los Spherisianos?”

Nadie estaba mencionando a Peryton; en cierto sentido el planeta había sido exento siempre.

Baldan dio un paso adelante para hablar en favor de Spheris. “Los Invid infligieron más destrucción en nuestro mundo en una generación que lo que la Gran Geoda podría traer en un eón. Pero a los Spherisianos no les gusta el genocidio. Yo digo que les regresemos las Flores.” Teal asintió con la cabeza al lado de él, orgullosa del hijo que ella había dado forma.

“Una postura noble,” Kami dijo de debajo de su aparato de respiración, mientras los Karbarrianos estaban ocupados lanzando amenazas a Baldan. “Y sin embargo tú ignoras que el Regente se empeñó en hacer otro tanto a los míos y a los tuyos. Las Flores de Optera sólo han traído miseria. Deben ser erradicados. ¡Junto con la forma de vida que subsiste en ellos!”

Gnea alzó su voz lo bastante para ser oída. “¿Qué hay de este general terrícola que se ha aliado con el Regente? ¿Va a disfrutar del asilo seguro en Optera?”

Rick intercambió miradas determinadas con Lisa y se inclinó hacia delante para captar la respuesta de Vince Grant. “La propuesta del Plenipotenciario manifiesta que el General Edwards debe ser regresado a Tirol para enfrentar los cargos de sedición y traición.” Sus ojos encontraron a Rick a través de la bodega. “El Dr. Lang y el consejo manifiestan la esperanza de que los Sentinels se refrenarán de actos adicionales de guerra contra el Invid hasta tanto el Regente responda a la propuesta.”

Los labios de Rick se estrecharon; él estuvo a punto de ponerse de pie e ingresar sus propios pensamientos en la grabación, cuando un oficial del centro de comunicaciones del Togukawa entró precipitadamente a la bodega y se dirigió directamente al asiento de Vince Grant en la mesa de los altavoces. La habitación quedó en silencio mientras Vince se tomaba un momento para leer el mensaje.

Rick pudo ver palidecer la cara de su amigo.

“Un comunicado codificado acaba de ser recibido desde la Base Tirol,” Vince empezó con un tono acentuado. “La nave Zentraedi, Valivarre, ha reportado a la SDF-3 que... el Regente Invid está muerto.”

Un coro de vítores se levantó de los Karbarrianos y Garudianos.

“Además,” Vince continuó, encolerizado por la conmoción, “el Valivarre comunica que setenta y tres Zentraedi fueron muertos en la incursión a la Colmena Hogar de Optera. El Comandante Breetai está listado entre las bajas.”

Rick oyó la aguda inhalación de Lisa e inmediatamente se fue a su lado. Él se esforzó para oír el resto del reporte de Vince sobre la repentina confusión, conteniendo las lágrimas y pena a las que Lisa ya estaba dando paso.

“Y una cosa más,” Vince añadió, toda emoción ida de su voz. “El General Edwards está aparentemente en control de las fuerzas Invid en Optera.”

***

El Regente había insistido en dejar la colmena. Edwards había tratado de disuadirlo de ello, pero el Invid estaba obstinado en liderar a sus tropas hacia la victoria. Haga lo que tenga que hacer, Edwards le había dicho, parado allí actuando unas líneas propias –un conductor loco situado al frente de Minmei, los Ghost Riders, y el cerebro. Directamente salido de una vieja película de horror de Vincent Price.

La esfera de comunicaciones había llevado escenas de la batalla a la audiencia de la colmena. Edwards vio al Regente alistarse para pelear con Breetai, los dos XTs bien arropados en Trajes de Poder que los hacía lucir como buzos de profundidad fuera del agua. Pero él pudo decir que ambos estaban poniendo sus corazones en ello, y trató de engatusar a Minmei para que emita elevaciones aún mayores de exhibición vocal, moviendo de un lado a otro su bastón ligero como una batuta, el cabello rubio en mechones alrededor de la vincha neural. Las canciones estaban trabajando perfectamente; los Battlepods estaban tropezando por allí, despalmando unos en otros –como exactamente los avestruces sin cabeza que los pilotos siempre los consideraron.

En alguna parte secreta de su mente, Minmei había parecido consciente de lo que él le estaba haciendo a ella, y la endecha “We Can Win” se había deteriorado a un chillido. Edwards había creído a medias que ella iba a estar en peligro. Ahí fue cuando él le había puesto un fin a ello, porque sus planes para ella no incluían desde luego la muerte. Las canciones eran simplemente un modo para ayudar a ponerla de vuelta bajo su control, para comprometer aquel sistema de defensa interior que ella había usado contra él durante la boda. Tan mejor que podía ser usado contra los Zentraedi también.

Edwards siempre los había considerado como vivir en tiempo prestado desde el fin de la Guerra Robotech de cualquier modo. Por derecho ellos debían haber muerto hace diez años.

Él se había complacido al ver que el Regente había continuado firme con Breetai mucho tiempo después de que la cencerrada terminase. Invid y Zentraedi estaban en un tipo de abrazo a esa hora, lanzándose en aquel amarillo salvaje de Optera.

Entonces llegó la imprevista explosión.

Edwards y sus Ghost Riders quedaron enmudecidos. Breetai y el Regente se habían aniquilado mutuamente, y todo alrededor de ellos en los objetos de la cámara de la colmena repentinamente había comenzado a decaer: Shock Troopers y Enforcers bajando sus pinzas, soldados inclinando sus cabezas desconectados, el cerebro flotando a la deriva hacia el fondo de la cámara-burbuja como una esponja que había perdido su modo... Edwards recordó experimentar un momento de breve pánico, sin duda, pero palpable. La colmena se había vuelto mortalmente silenciosa, sus hombres mirándolo por alguna señal de que las cosas aún estaban mejorando aquí.

Minmei estaba desplomada en la base de la esfera de comunicaciones.

Edwards se había enderezado a su altura completa, reajustó la vincha neural alrededor de su media capucha, y lanzó al cerebro una mirada con su ojo bueno. Y de repente el órgano se había vuelto a despertar; así lo hicieron, también, los soldados de pie en sus armaduras relucientes y las tropas encapulladas en nutriente en el interior de sus naves de apariencia de cangrejo. Y fila tras fila, comenzaron a inclinarse ante Edwards.

Edwards había lanzado una mirada sobresaltada alrededor de la habitación y halló los ojos de Benson entre los demás. Los dos hombres intercambiaron miradas de confusión, casi aterrorizadas; luego, al mismo tiempo, comenzaron a reír disimuladamente. La risita tomó cuerpo de una risa ahogada, y la risa ahogada dio paso a una risa abierta. Los Ghost Riders se unieron un momento más tarde, y las múltiples cámaras de la colmena retumbaron con los sonidos de sus carcajadas maníacas.

En Tirol ellos habían perdido una luna; pero aquí en Optera ellos se habían ganado un mundo.