Capitulo 2
“No puedes impedir y prepararte simultáneamente para la guerra.”
Albert Einstein
¿Es esto lo que guardan para los reyes y los padres? el Regente se preguntó mientras recorría a pasos regulares el piso de la Colmena Hogar. ¿Desgobierno en los niveles inferiores y la rebelión de un hijo?
Era inconcebible: ¡Optera bajo asalto –de nuevo! No quedaba mucho para devastar; los guerreros gigantes de los Maestros Robotech se ocuparon de eso. Sin embargo el planeta era aún el hogar de los Invid, y ya sea generosamente floreado o tan estéril como alguna luna vagabunda siempre lo seguiría siendo. Sólo que esta vez no eran Zentraedi –sino Invid contra Invid, con el renegado Tesla al timón del asalto.
El Regente giró rápidamente hacia sus guardias personales, una formidable docena en armadura corporal completa en posición de alerta en la base del cerebro de la colmena alojado en una cámara en forma de burbuja. En el piso delante de ellos en posturas de genuflexión estaban tres científicos Invid descalzos con chaquetas ceñidas y pantalones blancos indicativos de un aprendiz de artes marciales.
“Ustedes han derrochado nuestras reservas más preciosas,” el Regente dijo a los tres.
Él se estaba refiriendo a los Niños Especiales recientemente transmutados de la colmena, que estaban sufriendo fuertes pérdidas por obra de las tropas e Inorgánicos que Tesla había reunido en Spheris. El Regente había estado esperando mucho más de las cosas con forma de huevos que la Regis había dejado atrás en Optera, pero los científicos de él lo habían desilusionado –una equivocación que ningún ser podía cometer dos veces.
“¡Éstos debían ser nuestros grandes guerreros,” el Regente continuó desvariando, “y en vez de ello ustedes los alimentan a Tesla como si fueran no más que las sobras del fruto desechado!”
“Lo intentamos, Su Majestad,” uno de los tres lloriqueó, arriesgando una mirada a su juez y monarca de seis metros de altura. “Pero no nos atrevimos a hacer demandas de los Posos de Génesis. Le ruego que recuerde–”
“¡Silencio, holgazán!” Con un movimiento descendente de desprecio de su mano de cuatro dedos, el Regente mandó llamar a un teniente hacia delante.
“Mi señor,” el soldado dijo, sagazmente contestó bruscamente.
“Llévenlos a los Posos,” el Regente bramó, su capucha de cobra inflada, bañada con un color violento. “Involuciónenlos y vean que sean enviados al frente.”
Mientras los científicos eran sacados arrastrados gritando de la cámara, el Regente volvió su atención a la esfera de comunicación, imágenes en vivo de la batalla centellaban desde dentro de sus confines. Oleadas de Inorgánicos, Hellcats, Scrim, y Odeon entrechocados en los distritos distantes, laderas de cerros y valles estériles que otrora habían provisto nutrimento espiritual para un mundo y una raza introvertida. En tanto arriba, a través de cielos tan pálidos como un muerto, una batalla rabiaba hacia el mismísimo borde del espacio, nave contra nave, Invid contra Invid, trabados en una guerra de mentes semejantes. Y en algún lugar sobre la locura estaba el heraldo de la muerte –un Niño Especial de la propia elaboración de su ex esposa, transfigurado por los Frutos de media docena de mundos en algo más allá de todo cálculo.
“¿Ya está establecido el enlace?” el Regente demandó de un técnico agachado sobre los controles de una esfera de instrumental. Los gritos de los científicos aún podían oírse, un rugido hueco en los pasillos que conducían a los Posos de Génesis.
“No completamente–”
“¡Ocúpese de ello!”
Conferida una opción, el Regente habría optado por un largo remojo en la tina, un poco de chapoteo en los fluidos nutritivos Perytonianos de su baño. Había habido muy poco de ello recientemente, excepto por la ocasión cuando Edwards lo había interrumpido con una transmisión algo aterrada desde Tirol. ¿Dónde estaba el humano tuerto ahora? él se preguntaba. Él había obsequiado a Edwards con una salida de sus dificultades con la esperanza de forjar una alianza, pero desde entonces no había habido ninguna noticia del general. Tampoco ninguna noticia de su perdida reina, la Regis, en cuanto a eso. Se marchó siguiendo uno de los sensores nebulosa de ella, el Regente supuso, persiguiendo la matriz de Protocultura que Zor había animado fuera del Cuadrante.
El Regente cerró sus ojos negros líquidos ante el pensamiento, sólo para encontrarse perseguido por recuerdos crueles de las cosas semejantes a Zor que lo habían hecho salir corriendo de Haydon IV; su breve pero dolorosa estadía en ese mundo diabólico. Los escaneos psíquicos del clon vueltos a reproducir, la vista de Tesla completamente transformado en su nueva forma...
El Regente oyó al técnico anunciar que un enlace de comunicaciones había sido establecido entre la Colmena Hogar y la nave insignia transporte de tropas de Tesla. Con los ojos abiertos ahora, él fue puesto cara a cara con el insurgente mientras éste aparecía en la esfera de comunicaciones, y la imagen era aún más horrible de lo que él había recordado. Tesla estaba enorme y pelado, de cinco dedos y casi... ¡Humano! Horrorizado, el Regente se retiró de la esfera, produciendo una risa entrecortada divertida en su oponente. ¿Era esta forma algún truco de los Frutos, o era Tesla conscientemente buscando el camino mutado que la Regis había seguido? Él se negó a meditar que había algo predestinado aquí, un camino no tomado.
“Pero eso es exactamente lo que usted debe meditar,” Tesla dijo, discerniendo sus pensamientos. “Usted es el involucionado, un callejón sin salida para nuestra raza, y es mi responsabilidad primaria quitarlo de la autoridad.”
“Tú, tú ya no eres uno de nosotros, Tesla,” el Regente logró decir, sus antenas nasales crispándose convulsivamente. “Ve y únete con mi incrédula esposa en su búsqueda metafísica si te complace. Sólo déjame con mi misión aquí.”
Tesla disfrutó una risa, obviamente encantado con su nueva boca crecida. “Eres patético. La sombra que nuestra raza forma a través del Cuadrante. Y debido a eso no puedo permitirte vivir.”
Las palabras de Tesla enviaron una llamarada por el corazón del Regente, fundiendo cualesquiera miedos se hubiesen reunido allí y acerándolo. El ansia de sangre corrió por él como una inyección narcótica de las Flores más finas, una locura que producía sus propias transformaciones aterradoras. Hasta Tesla podía sentirlo allí donde él estaba sentado refugiado en su nave, mientras el Regente ventilaba su furia en la esfera comando.
“¡Ven y captúrame, entonces!” él gritó, asustando con su aspecto. “¡Ponte tu armadura de batalla y arreglemos esta cosa entre nosotros. Me comprometo a ocuparme de que llegues vivo para enfrentar los Posos, a ver como toda la materia fina de tu nueva personalidad es drenada de tu ser, sacada hasta la última gota por los mismos poderes que yo he santificado en este lugar. ¡Ven a mí, Tesla! Te espero como un amante apasionado. ¡Ven y deslízate dentro del abrazo de la muerte!”
Con eso, el Regente cortó el enlace y embistió violentamente sus puños contra la esfera de apariencia geodésica, derrumbándola con golpe de martillo tras golpe. Exhausto entonces, él se derrumbó cruzado de piernas en el suelo, su manto cerúleo cayendo sobre él como una carpa, y levanto la vista fijándola en el órgano ciego, ahora agitado, en la cámara burbuja.
Necesitamos un milagro, él se dijo.
***
“Entrando al sistema Tzuptum, General Edwards,” un técnico Ghost Rider reportó desde su estación de servicio en el puente. “Optera en pantalla.”
Edwards se inclinó hacia delante en la silla de comando para mirar fijamente el lado oscuro del disco, su única luna oblata. Había una excitación acoplada al momento que atravesó todas sus preocupaciones. Hace tres años el planeta no había significado nada para él; pero en el tiempo desde entonces, aquel había alcanzado a Tirol mismo en importancia. El mundo que había dado al Cuadrante las Flores de la Vida, la Protocultura por extensión; el punto focal de una guerra galáctica y en este sentido –aunque los escáneres de la nave pueden disentir– un tipo de pareja de la Tierra. Un gemelo celestial o doble.
“¿Algún tráfico?” Edwards preguntó.
“Negativo, señor. Hay fuerte interferencia en todas las frecuencias. Intentando de nuevo.”
Edwards empinó sus dedos y trajo su barbilla a reposarse en sus pulgares. ¿Qué rayos estaba sucediendo ahora? ¿Era este algún tipo de prueba que el Regente había puesto –un modo de medir sus reacciones ante lo inesperado, un modo de evaluarlo? Edwards de hecho había esperado esto, llegando como un fugitivo con sumamente poco para ofrecer a la sociedad: una nave estelar a medio terminar, un puñado de guerreros leales, algunos mecha y armas. Pero él no iba a arrastrarse. Ellos tenían un enemigo común y un ansia similar de conquista, y eso tendría que valer algo. Y estaba la sección de la computadora viviente que Edwards había tomado de la nave del Royal Hall de Tiresia –dormitando ahora con muy pocos Inorgánicos para dirigir, pero programada con todos los datos del Código Pirámide que Edwards había alimentado en ella en Tirol. Las fortalezas y debilidades de la REF; perfiles psicológicos de los comandantes de la Fuerza Expedicionaria y de los miembros del consejo; datos de investigación sobre las exploraciones de Lang en la Protocultura; esquemáticos apuntando con precisión los lugares vulnerables de la nueva clase de acorazado de la expedición.
Si se llegaba a eso.
Edwards arrojó una mirada nerviosa por sobre su hombro, seguro de que había vislumbrado algo moviéndose a hurtadillas sobre él. Pero allí sólo había un técnico sentado en su puesto de servicio, curvado sobre su consola, su espalda vuelta hacia Edwards. Nadie en el puente había logrado ver su giro, pero Edwards hizo un movimiento de cubierta por si acaso. Ello había estado sucediendo más y más recientemente, este sentimiento de amenaza periférica, desde que él había ayudado a Lynn-Kyle a ingresar a la vida del más allá. El tonto suicida.
Edwards forzó una exhalación y regresó su atención a las pantallas delanteras, Optera era una dorada luna creciente ahora. Las cosas habían sido peores, él decidió, recordando unas cuantas situaciones menores en tiempos pasados. Especialmente hacia el final de la Guerra Civil Global, con los Neasians firmemente perdiendo terreno y él sintiéndose como sólo otro mercenario sin la guerra para pagar el alquiler. Pero el Visitante lo había rescatado de la cola de desocupados entonces. Edwards sonrió falsamente: aquel primer viaje a la Isla Macross con su viejo enemigo Fokker. Su ascenso subsecuente por los rangos bajo la tutela de Russo, desde un simple guerrero hasta alguien que podía tener trato familiar con los segundos comandantes del UEDC. Si él lo había hecho una vez, él lo podía hacer de nuevo, aún si eso significaba montar las olas del Regente por un tiempo. Además, ¿no había logrado ya arreglárselas para ganar el premio gordo de la Guerra Robotech?
Minmei había sido sacada del puente, pero la cruz de madera a la que ella había sido esposada aún estaba allí. Edwards tuvo que reír. Había sido un gesto operístico, no hay que negarlo, pero era precisamente el tipo de cosas necesitadas para llegar a ella. Para penetrar esas malditas canciones de ella y reafirmar su control. Y sin embargo no fueron las canciones sino los chillidos los que la habían hecho desembarcar en las habitaciones de él, sedada. Ello consiguió así que todos en el puente comenzasen a sentirse como un Zentraedi, los ojos enrollándose, las manos apretadas contra sus oídos. Así que él hizo que se la llevasen; tres hombres para contenerla. Maldiciendo, escupiendo, arañando... Edwards lo amaba.
Él estaba considerando bajar a las cubiertas inferiores de la nave para hacerle lo que él quisiera cuando un técnico anunció que se estaban recibiendo transmisiones del lado brillante de Optera. “No son transmisiones exactamente, señor. Estoy leyendo disturbios térmicos atmosféricos severos, niveles de energía muy en rojo.”
“El planeta está bajo ataque,” el Mayor Benson dijo desde una estación de servicio adyacente.
Edwards hizo un giro de pánico en la silla, seguro esta vez... “Entremos,” él dijo después de un momento. “quiero señales de identificación.”
“En pantalla, señor. Transportes de tropas Invid, Pincer y naves de escaramuza.”
Edwards observó a las pantallas tomar forma, esbozando la forma de molusco de las naves transportes, los detalles de tipo cangrejo de los Pincers. Tesla, él se dijo. Él había intentado matar al Regente una vez; ahora él tenía la ayuda de un pequeño ejército. Edwards disparó una sonrisa falsa de buenas noticias a su ayudante.
“Parece que el Regente tiene sus propios problemas, señor.”
“En efecto,” Edwards dijo. Pero la sonrisa sólo persistió por un momento. Él estuvo tentado a no participar en esto; ¿pero qué ocurriría si fueron los Sentinels quienes habían enviado a Tesla? ¿Pudieron ellos haber forjado una paz separada; ¿pudo Hunter haber acordado permitir a Tesla liderar el asalto, ablandar las cosas?
Edwards pidió más datos y estudió las pantallas en silencio. La nave aún tenía que ser escaneada, lo que significaba que Tesla ni siquiera estaba consciente de su presencia. Y allí sólo había tres transportes, bostezando como ostras abiertas... Sería un tiro al pato, Edwards pensó, tal como ese primer día en el espacio de Fantoma.
“Aseguren estaciones generales,” él dijo a Benson.
“Los escudos están arriba, las armas preparadas,” un técnico actualizó cuando bocinas cantaron sus locas canciones a lo largo de la nave. “Las bahías de lanzamiento reportan dos escuadrones alistados.”
Edwards hizo un pequeño ajuste a su placa craneal y recogió el cabello rubio y largo detrás de su oreja izquierda. “Adelante a mi marca. Este será nuestro pequeño regalo de llegada para nuestro nuevo socio.”
***
A bordo del Valivarre, en órbita estacionaria sobre el gigantesco y anillado Fantoma, el Comandante Breetai daba la bienvenida a su huésped al puente. “Entiendo que partes hacia Haydon IV,” él dijo, dirigiendo su voz resonante hacia el balcón Microniano que corría a través de la bodega de navegación espacial enfrente del centro de comando.
“Y yo entiendo que usted parte hacia Optera,” Exedore dijo en un fonocaptor de apariencia de binocular.
Breetai gruñó y cruzó sus gruesos brazos a través de su pecho, su placa craneal de medio cráneo reflejando luz ámbar dentro de la bodega. Él estaba vestido con pantalones muy ajustados y un manto de campaña Zentraedi adornado con las insignias de la REF. Sentada al lado de él y similarmente vestida estaba la ex Quadrono, Kazianna Hesh, la pareja de Breetai.
Exedore no pudo pasar por alto a los dos, sentados allí como anfitriones de una sala principal. Él estaba consciente de cuán lejos él se había alejado de su propio acondicionamiento; pero había áreas donde Breetai lo había sobrepasado, reinos emocionales que él nunca podría experimentar. No obstante él estaba feliz por su ex comandante, y en cierta manera le envidiaba su nuevo tesoro.
“Sí, Mi Señor,” él continuó después de una pausa. “El Comandante Grant se hará cargo del Tokugawa, y yo lo acompañaré. Procedo con la esperanza de encontrar alguna solución a nuestro dilema en Haydon IV. Todos mis estudios sugieren que ése mundo tiene las respuestas.”
Breetai le mostró una sonrisa tolerante. “Es un talento humano el que tú has perfeccionado –esta búsqueda de la causa y efecto. Pero me temo que estamos creados de materia diferente, mi amigo. Yo fui hecho para actuar y reaccionar, y así debo hacerlo.”
“Tal vez;” Exedore permitió, observando a ambos. “Pero la batalle y la guerra no tiene que ser su única búsqueda, Mi Señor. No hemos desechado el yugo de los Maestros simplemente para llevar el de otro.” Él se acercó a la baranda del balcón y miró en la cara áspera de Breetai. “Deje a la REF librar su propia lucha contra Edwards. ¿Por qué involucrarse ustedes mismos en ésta –especialmente cuando ese curso lleva hacia Optera?”
Breetai golpeó ligeramente el muslo de Kazianna y se puso de pie. “Respuestas, Exedore.”
“Quizá no somos tan diferentes.” Breetai inclinó su cabeza una vez.
Exedore vaciló, luego dijo, “Tengo dudas, mi señor.”
“Las mismas que tuviste cuando nos ofrecíamos voluntariamente para Fantoma, indudablemente. Las mismas que tuviste cuando partimos con el mineral. Es otro talento humano, un ojo para el futuro parece que me hace falta.” Él tocó la piedra preciosa en forma de ojo de su prótesis de aleación. “Ha sido un derrotero en redondo para nosotros, Exedore, nuestra ida en búsqueda de la Tierra, nuestro regreso a Tirol y a las minas de Fantoma. Y Optera es el arco final de ese viaje –uno necesario, creo yo.”
Exedore inclinó su cabeza en reverencia, superado de una manera que era nueva para él. Él entendía lo que Optera representaba, más de lo que él tenía ganas de admitir; pero él no sabía qué hacer con los sentimientos que la decisión de Breetai había incitado. “Es difícil para mí, Mi Señor. Yo... yo lo extrañaré.”
Breetai quedó en silencio.
“Y yo a ti, mi amigo,” él dijo finalmente.
***
“¿Y cómo se siente la única madre biológica de Haydon IV esta bella mañana?” Cabell preguntó al ingresar a las habitaciones altas como torres de Max y Miriya Sterling en Glike, el centro de población principal del planeta. Briz’dziki estaba arriba, vertiendo luz cálida y dorada en la habitación. “¿Difícil no estar extático aquí, eh?”
Miriya le dio una sonrisa desde la pared ventana que dominaba los chapiteles y domos de la ciudad; le dio un beso apresurado en la mejilla cuando el anciano sabio vino hacia ella.
“Vaya,” él dijo, ruborizándose claramente hasta su coronilla calva, “Debería hacer una visita más a menudo.”
Miriya rió y le sirvió un vaso alto de jugo de frutas exóticas. El departamento era diferente de cualquier otro en Haydon IV, transformado por los decoradores ultra tecnológicos del planeta en un facsímile del que Max y Miriya habían compartido en Nueva Macross después de la guerra. Los Haydonitas habían hecho tanto por ella con la sala de partos que ella y Max habían optado por explayarse en la idea aquí.
Cabell tomó un sorbo de la bebida y la puso a un lado, tocando ligeramente de modo juguetón su barbilla con su barba de casi un metro de largo. “¿Dónde está nuestra niña?”
Todos estaban diciendo esto últimamente –nuestra niña– como si el planeta entero hubiese participado en la concepción. “Max y Jean se hicieron cargo de ella para ir a ver a Vowad,” Miriya le dijo. “Aunque si ellos hubiesen esperado una hora, Aurora probablemente habría encontrado su camino para llegar allí sin ellos. Llevado afuera una de estas alfombras voladoras...”
Cabell continuó sonriendo, maldispuesto a confrontar el tono confundido en la voz de Miriya. “Vowad parece muy encariñado con ella.”
“Debe haber una palabra mejor, Cabell.”
El Tiresiano tiró de su barba. “Mistificado, entonces.” Miriya se sentó enfrente de él y lo forzó a encontrar la mirada de ella. “¿Qué significa, Cabell? Empezó a caminar al mes de vida, ahora ya habla. Todas estas advertencias sobre las esporas... ¿Tiene ello algo que ver con Garuda? ¿Fui infectada de algún modo?”
Cabell se extendió para tomar la mano de ella. “Con Garuda, y con Haydon IV, y tal vez con tu período en la Tierra. Simplemente no lo sabemos, niña. En muchas maneras Aurora es un infante normal y saludable. Pero hay ciertas aceleraciones que están ocurriendo que no hemos sido capaces de explicar. En cuanto a esta advertencia dirigida hacia la niña que tú y Max dejaron atrás...” Cabell levantó rápidamente sus manos. “Siento no poder ser más confortante.”
Miriya le dio una mirada misericordiosa e izó un suspiro hacia la luz. “Max me dice que el Tokugawa va a regresar.”
“...pronto.”
“¿Luego qué?” Sus ojos volvieron a él ahora. “¿El regreso al frente para todos nosotros? Yo no sé si puedo volver a ser parte de ello, Cabell. Max y yo rehusamos traer a Dana en esta misión por miedo a una guerra. Ahora nos encontramos donde habríamos estado en todo caso, y no me arriesgaré a que Aurora sufra ningún daño. Sé que ello debe sonar extraño para ti, oyendo esto de una Quadrono, pero el que habla es mi corazón, Cabell. No el condicionamiento de la Imperativa.”
“No,” él trató de asegurarle, “no suena en absoluto extraño, niña. Comprendo tu miedo.”
“¿Tuviste hijos, Cabell, antes de la Transición?” Él pensó por un momento y dijo, “Por decirlo así. Verás... Rem es mi hijo.”
Los ojos verdes de Miriya se abrieron ampliamente. “¡¿Rem?! Pero cómo es eso posible–”
“Oh, no quiero decir que yo sea su padre en ningún modo real,” él agregó con una voz vacilante. “Es una historia más bien compleja, querida mía, y no estoy seguro, er, eso es, yo no...”
“Cuénteme. Por favor.”
Cabell se dio vuelta, decidiendo algo para sí antes de hablar. “Yo fui uno de los muchos maestros de Zor,” él empezó. “lo conocí como un mero niño –mucho antes de la Gran Transición y las clonaciones masivas. Yo lo amaba como a un hijo. Y nunca fui capaz de aceptar su muerte. Cuando la flota del Comandante Reno regresó su cuerpo cauterizado y desfigurado a Tiresia, yo cloné una muestra de tejido saludable antes de que los Maestros llegasen a él con sus escáneres psíquicos y replicadores neurales.
“Cuando abandonaron Tirol ellos tenían unos catorce clones creciendo en sus tanques de privación, y fue su finalidad permitir a uno de estos madurar por su propia cuenta. Pero en ese ellos intentarían imponer la misma Compulsión que ellos habían usado contra Zor –la que lo envió de regreso a Optera por las Flores. Era creencia de ellos que él o cedería los secretos de la matriz de la Protocultura o los llevaría a la que él envió lejos a la Tierra escondida en los generadores de transposición espacial de su nave. Pero me temo, rezo, por que su plan nunca de resultado.”
“¿Y mientras tanto tú estabas criando al clon de Zor?” Cabell asintió con la cabeza. “Hice lo mejor que pude para duplicar la crianza temprana de Zor, sus estudios y búsquedas. Pero la guerra fue mi oposición –algo que nunca había entrado en la educación de Zor. No hasta los Maestros, es decir, sus sueños de un imperio.”
Miriya hizo un sonido de confundida. “¿Pero tiene Rem las memorias de Zor, su conocimiento de la Protocultura?”
Cabell jugaba con la manga de su manto. “Del mismo modo en que nosotros éramos capaces de despojar a los Zentraedi de su pasado e implantar una nueva Imperativa, una historia falsa, nuestra ciencia nos permitía transferir ambas, memoria celular y psíquica. Pero es un asunto precario. El despertar esas memorias demasiado pronto puede conducir a daños irreparables. Los Maestros perdieron una docena de clones en su codicia vehemente por los pensamientos de Zor. Las memorias yacen enterradas debajo del estrato de la nueva personalidad. Um, el Dr. Lang mencionó un concepto de la Tierra llamado reencarnación –un ciclo de nacimiento y renacimiento. Es algo similar a esto.”
“¿Comprendía Lang algo de esto?”
Cabell sonrió. “He mantenido esto en secreto de todos, niña, por las mismas razones que mencioné. Lang es brillante, pero manejable. Él tendría a Rem en su laboratorio antes de que yo pudiese ponerle un alto. Eso fue lo que inicialmente me persuadió a unirme a los Sentinels –tenía que mantener a Rem libre de los propios Maestros Robotech de la Tierra.”
“Pero él debe saber algo de esto. Janice–”
“Sí. Su agente artificial.” Cabell sacudió su cabeza en admiración. “Ella nos tenía a todos completamente engañados. Lang es brillante. Y es bastante probable que él haya sabido sobre los experimentos del Regente con Rem del Coronel Wolff o del Comandante Grant. No busco ocultarles nada a ellos, pero al mismo tiempo yo no crié a Rem para ser algún tipo de animal de laboratorio, algún tipo de experimento cruel.”
Miriya comenzó a decir algo pero se detuvo y empezó de nuevo. “El conocimiento de él podría poner fin a la guerra, Cabell,” ella dijo suavemente.
“Lo sé, niña. Pero no puede ser forzado de él. Rem se está acercando a la edad que Zor tenía cuando se embarcó en el tecnoviaje que lo llevó al descubrimiento de la Flor de la Vida en Optera.” Cabell se puso de pie y se dirigió hacia la pared ventana. “Hay un rumor de los Terrícolas en Tirol sobre pedir la paz con el Invid,” él dijo con su espalda hacia Miriya, “sobre darles todo lo que necesiten para refoliar a Optera con las Flores. Las semillas de estos mundos que hemos libertado, y los Pollinators esenciales para su maduración. Es irónico que los Sentinels deban ser un obstáculo ahora de tal acercamiento directo, pero me temo que es precisamente el caso. La vida es a veces un lugar implacable, y los Invid tuvieron éxito en fomentar un buen negocio de odio a lo largo del Cuadrante en su búsqueda desesperada del alimento nutritivo robado de su medio. Ellos carecían de la sutileza de los Maestros cuando llegaron a la guerra, y de muchas maneras los superaron.”
“Entonces depende de nosotros convencer a los Sentinels para que llamen a una tregua.” Miriya estaba al costado de él ahora, las manos de ella apretadas alrededor del brazo de él.
“¿Los Hunter?” él dijo, mirándola. “¿Lron, Kami, Crysta... ¿después de tanto sufrimiento?”
“Tenemos que intentarlo. Tendremos el Tokugawa. Podemos detenerlos antes de que dejen Spheris.”
“Demasiado tarde para eso, niña.”
“Peryton, entonces.”
Reflexivamente, Cabell miró con rumbo al planeta primario de Peryton, aunque estaba ocultó por el esplendor dorado de Briz’dziki. “Ellos no pasarán un buen rato allí,” él meditó.
Miriya rememoró por lo que los Sentinels habían pasado en Praxis y Garuda, y dijo, “¿Cómo podría ser peor que lo que hemos pasado?”
Cabell exhalado lentamente, empañando una pequeña mancha en la pared transparente. “Hay suficientes datos aquí para certificar mis temores,” él le dijo. “Peryton aguarda ser rescatada de su maldición. Pero requerirá más que libertadores para lograr eso.” Él sacudió su cabeza de un modo abatido. “No. Lo que Peryton necesita son mártires.”