Capitulo 5
La evolución del Invid inicialmente se aducía soportaría la teoría del equilibrio acentuado, o equilibrio inferior –una objeción a la adaptación de Darwin de la doctrina que la Naturaleza no facit saltum: la naturaleza no hace saltos. Pero fue más tarde demostrado que la Regis había sido de algún modo facultada para dirigir el curso evolutivo de su especie. ¡Los Invid, ello parecía, no tenían nada que ver con la naturaleza!
Simon Kujawa, Contra Todos los Mundos: Una Biografía de Tesla El Infame
Bretai estaba sentado solo en sus habitaciones, las luces amortiguadas y los altavoces a bajo volumen. Por derecho él debía haber estado en el puente, con el Valivarre a sólo 3.2 millones de kilómetros de Optera; pero algo más grande que el momento había ordenado esta breve retirada y él había obedecido.
¿Quién era él la última vez que viajó en este sector? él se preguntó. Un guerrero, sin duda. Un guerrero bajo el mando de Dolza, engañado como el resto para creer que ello siempre había sido así: ¡guerra! Guerras de conquista, guerras de venganza y justo castigo. Guerras para asegurar el imperio de los Maestros, guerras para forjar la Imperativa. Ningún recuerdo de Fantoma entonces, salvo unos cuantos falsos para reforzar un recuerdo colectivo de Zarkopolis, la ciudad de los guerreros. Él y Exedore eran los únicos que quedaban de aquellos días; Miriya Parino, Kazianna Hesh, el resto de los cientos de la tripulación del Valivarre, todos habían llegado después. Nacidos en las cubas y en las cámaras de tamaño en Fantoma y Tirol; engañados allí y soltados en el Cuadrante.
Zor, ajetreándose en lo más profundo de la Compulsión de los Maestros, había guiado la misión hacia Optera. Fue un tiempo antes de la Protocultura, cuando los hornos Reflex eran la orden del día. Un viaje lento y tedioso, Breetai recordó. Inicialmente, hubo un tipo de alegría adjunta a su regreso; pero cuán pronto aquellos seres crecieron para lamentar el día en que ellos habían abrazado su visita. Cuán shockeados estaban al verlo retornar a su medio sólo para robar sus preciosas Flores.
El Viejo, Dolza, había dado las órdenes de abrir fuego. Una lluvia de muerte tan completa que aún ahora, una parte virtualmente sumergida del ser de Breetai estaba estimulada por el pensamiento. Ni se acercaba a lo que seguiría cuando la Protocultura abasteciese su arsenal, pero intenso para su tiempo. Apenas una campaña glamorosa; un baño de sangre, realmente. Su bautismo.
Pronto, así pareció, tuvieron más naves de guerra a su disposición de las que podían contar; más, finalmente, de las que inclusive podían imaginar. Y al crecer sus números, sus victorias crecieron. ¡Los Zentraedi –los Zentraedi!
Y sin embargo...apenas un recuerdo el que él pudo identificar con precisión. Generaciones de guerra y apenas un recuerdo específico. ¿Quién era él entonces?
Breetai llevó sus dedos a la fría e insensible superficie de su placa craneal. Él recordó aquel día, el día en que Zor murió. La rectitud cándida de los Zentraedi podría ser su caída algún día, él pudo oír a Zor advirtiendo a Dolza. El Viejo Perro Guardián, él lo había llamado.
Todas las cosas son tan simples para usted: el ojo ve el objetivo, las manos apuntan el arma, un dedo jala el gatillo, un rayo de energía mata al enemigo. Usted por lo tanto concluye que si el ojo ve claramente, la mano está estable, y el arma funciona correctamente, todo saldrá bien.
Pero usted nunca ve la sutileza de los innumerables pequeños eventos en ese tren de acción. ¿Qué del cerebro que dirige el ojo y la puntería? ¿Qué de los nervios que estabilizan la mano? ¿De la mismo decisión de disparar? ¿Qué de los motivos que hacían a los Zentraedi obedecer su Imperativa militar?
¡Ah, usted llama a todo esto sofistería! Pero le aseguro: hay vulnerabilidades a las que usted es ciego...
Presciencia. Como lo eran todas sus pronunciaciones. ¿Él también había antevisto este regreso? Breetai se preguntó, molesto por la posibilidad. Breetai lo había descrito a Exedore como el cierre de un círculo, la imagen más poética que él alguna vez hubiese evocado. ¿Pero el cierre del círculo acarreaba el final de lo que había empezado en Optera incontables años atrás; o había algún otro cierre en el todo aún ahora?
“Siento molestarlo, Breetai.”
Él giró para encontrar a Kazianna parada allí, su armadura de batalla reflejando algo de la pálida luz de la habitación. Él no había oído la escotilla sisear al abrirse. Perdido en el pensamiento –otra primera voz tan tarde en el juego.
“Es hora de que regrese al puente, de cualquier modo.”
“La nave de Edwards no ha sido encontrada.”
“¿Ocultándose en el lado oscuro?”
“Es dudoso, mi señor.”
Él le enseñó una sonrisa torcida. “Sí, dudoso. Ellos deben haber aterrizado la nave. Edwards nos está provocando.”
“Usted ha estado allí, ¿no es así?” Él lo consideró. “En el pensamiento, tal vez.”
Kazianna agarró el brazo de él cuando la pasó en el pasillo. “Un momento, Breetai. Yo podría caminar a su lado si usted me lo permite.”
Él acarició su mejilla con el dorso de su mano. “Ahora, y siempre.”
***
En el Tokugawa con destino a Haydon IV, el Comandante Vince Grant también tenía sus pensamientos puestos en retrospección. Era la foto holográfica la que había desencadenado las cosas. Una toma de Bowie y Dana tomada por el fotógrafo oficial en la boda de los Hunter. Dana con una sonrisa afectada; Bowie con una apariencia transida de dolor, los ojos brillando en su cara castaña oscura. Él tenía la coloración de Vince, los rizos de Vince; pero esos eran los ojos hundidos de Jean.
Él no la miró por mucho tiempo –no podía; su mano ya estaba temblando para cuando la había puesto a un lado, su pecho se ahuecó con un anhelo que era más cercano a una aflicción. Él se había movido a las cartas después –una colección de cosas que él y Jean habían dejado atrás en Tiresia cuando firmaron por primera vez con los Sentinels, idos del mundo en la Farrago. Algo le hizo decidir llevarlas con él a Haydon IV, para sacar una al azar del fajo y leerla.
Era de Claudia, escrita a mano cerca de Navidad de 2012. Estas cartas apílalas, querido Vince, comenzaba, tal vez para ser leídas por ti algún día o tal vez no, pero hoy especialmente tengo que poner por escrito cuán completo mi corazón está –más que ninguna vez desde que Roy fue asesinado.
Oí a Gloval murmurar algo sorprendente mientras él estaba sentado en su silla de comando: “Capuletos y Montescos.” Yo pensé que él se estaba poniendo emotivo, sólo Dios sabe que el resto de nosotros lo estaba. Pero cuando miré al portapapeles él había estado estudiando, era un informe detallado de inteligencia sobre los libros que Miriya había examinado del Banco Central de Datos mientras ella estaba aquí –cuando estaba cazando a Max. Shakespeare estaba allí, por supuesto.
No sé qué pensar, excepto –¡maldita sea! ¡Tenemos que cambiar el final esta vez!
Él se permitió llorar; simplemente sentado allí y lo dejó fluir fuera de él. Nadie para juzgarlo, nadie para confortarlo. Habían pasado años, él se dio cuenta en un momento de conciencia fraccionada un Vince sentado en el borde de su silla llorando amargamente, otro observando al hombre mismo. Oh, santo cielos, él tartamudeó, alcanzado por un segundo paroxismo. Brotó desde algún lugar demasiado profundo para localizar, y lo dejó totalmente exhausto un minuto más tarde.
¡Tenemos que cambiar el final esta vez!
¿Pero era viable aún? ¿No había tratado la misión Expedicionaria de realizar justamente eso yendo a Tirol? ¿Quién los habría culpado por simplemente apuntar cualesquiera ideas de paz a un mal sueño? Algo que comiste. Un virus.
Pero en otra parte en el Tokugawa, Lord Exedore estaba cuidando una pila de criaturas velludas y de pies pequeños que Lang había llamado Pollinators. Y lejos bajo llave en la maleta de Vince estaba un vídeo disco del resumen del Consejo Plenipotenciario para una propuesta de paz a ser transmitida al Regente Invid. Siempre que aquel encuentre la aprobación de Cabell y de Veidt, y, en menor grado, de los Sentinels mismos. Una oferta para sembrar Optera, si eso era posible, y regresar a los Invid la Flor que prometía salvación.
¡Quisiera ello que él no estuviese demasiado atrasado!
***
Lisa sabía perfectamente por qué Carl Riber estaba en su mente. Ella había visto la mirada en la cara de Rick cuando el nombre de Minmei se había mencionado en la transmisión desde Tirol. Esa mirada. Una que ella recordó llevar cuando la SDF-1 se había acercado por primera vez a Marte y su corazón había saltado ante el pensamiento de encontrar a Carl vivo. Cuando ella había estado cerca de morir en las que habían sido las habitaciones de Riber en la Base Sara. El recuerdo la hizo dar un vistazo a Rick ahora, levantándose fuera de la cabina del Alpha, con su mirada determinada y de mando asumido. Guapo, ella pensó.
El grupo de reconocimiento, unos doce Alphas en total, había seguido la pista del Veritech solitario hasta la superficie de Peryton, y lo había localizado donde los tres Sentinels lo habían escondido previamente. Rick, Karen, Jack, Gnea, Baldan, y Crysta ya estaban fuera de sus mecha, en camino hacia la elevación cubierta de hierba que dominaba LaTumb.
“Quiero que aseguren un perímetro alrededor del LZ,” Rick estaba diciendo al resto de los pilotos VT, la mayoría de quienes ya habían reconfigurado sus naves al modo Battloid.
No había indicaciones de que el Invid había monitoreado su descenso desde el Ark Ángel en órbita; pero eso no significaba necesariamente que la colmena no estuviese percatada de su presencia. Umbra estaba elevándose, un disco de color rojo opaco a través de los coníferos a sus espaldas. En el otro lado de Peryton, a la guerra eterna le quedaba una hora para rabiar antes de la puesta del sol.
Lisa mantuvo sus ojos en Rick mientras ella y Bela descendían de su guerrero. Él había venido en su rescate aquel día en la Base Sara, un ángel custodio sin duda, y de nuevo un año más tarde en la Base Alaska, el sitio del desafortunado Gran Cañón. Por lo que Minmei realmente no la aventajaba en nada en el sentido de rescates. Pero era innegable que ella había sido el primer amor de Rick, y si esos recuerdos de Riber le habían enseñado algo a Lisa, era que los primeros amores son los más fuertes.
La voz de Rick llegó a ella por su canal personal. “Quiero que todos estén alertas. Cuanto menos resistencia encontremos, peor se volverá después. Lo que nos pone alrededor del punto más bajo hasta el presente esta vez.”
La idea era llevar a cabo un reconocimiento rápido del área, luego regresar a la nave para coordinar un asalto aerotransportado contra la colmena –una cosa altísima y cónica dominando la ciudad como un monte sagrado. Y al mismo tiempo, averiguar qué estaban tramando Burak, Janice, y Rem. Todos estaban vestidos para el papel con trajes de piloto y cascos; pero elecciones individuales habían sido hechas desde el punto de vista de armas y accesorios. Las Praxianas habían convertido los trajes de piloto en trajes de combate sin mangas y de falda corta; y por supuesto ellas portaban sus alabardas, escudos, y ballestas. Karen vestía una camisa ceremonial Garudiana con flecos y se había armado con un arpeo Spherisiano junto con un Wolverine y un Badger. En cuanto a Baldan, él estaba vestido con un chaleco de cola larga de la REF y lo que parecía ser un cinturón detector de pedacitos de metal Haydonita. Learna, penachos de pelaje exponiéndose en su cuello y puños, había disfrazado su aparato de respiración como un tipo de escudo facial aerodinámico; y los Karbarrianos habían embadurnado sus pies elefantinos con pintura de guerra. Lisa misma estaba vestida muy informal hoy, a excepción de las plumas del casco y la naginata. Sólo los Perytonianos, Rick, y el aún no a la par Baker, lucían normales; pero Lisa no lo empuñó contra ellos.
Los Battloids se estaban reportando ahora, y Rick estaba haciendo adelantarse al equipo de reconocimiento hacia la cumbre de la elevación. El sistema de advertencia de LaTumb sonaba cada quince minutos, y Lisa supuso que continuaría hasta que se recibiese noticia de que Umbra estaba colocándose sobre la batalla. Según las informaciones pre-misión de Veidt y de Burak, Peryton no tenía gobierno centralizado como tal; pero el planeta mantenía un sistema de comunicación que estaba monitoreando constantemente la aparición y la desaparición de la batalla, y transmitiendo por radio esa información a los centros de población a nivel mundial.
Lisa pensó que la ciudad parecía como si hubiese sido planeada y erigida por alguna compañía de construcción satánica. Ella nunca había visto tal bodrio de orden y catástrofe, de lo primitivo y ultra tecnológico. Observando al populacho principalmente vestido con túnicas negras escurriéndose de un lado a otro por las calles, enfocándose en rituales de callejón posterior y argumentos de esquina de calle, Lisa se encontró recordando un libro de pinturas que su padre había guardado en su estudio –visiones infernales por un pintor llamado Bosch, cuyo inusual primer nombre ella no pudo recordar. Desde la elevación, LaTumb parecía un Bosch miniatura cobrando vida.
“La mayor parte de las negociaciones de comercio son ejecutadas por la noche,” uno de los Perytonianos estaba explicando por la red táctica. “Es el único horario seguro en Peryton. Los ciudadanos están retornando a las casas y refugios ahora. El brote debe estar muy cerca.”
Lisa imaginó a Rick convocando la hora en la pantalla del visor de su casco. “Quince minutos,” él anunció un momento más tarde. “Una señal de que ha pasado el peligro será sonada cuando se sepa dónde ha aparecido la batalla. Estallidos codificados indicarán cuánto tiempo queda hasta que Umbra se haya colocado en esa parte del mundo.”
¡Vivir así! Lisa dijo para sí. Pero al pensar sobre ello, ella empezó a preguntarse si la Tierra, también, no había estado bajo un tipo de maldición similar. Guerras surgiendo en un lugar u otro cada pocos años, cada pocos meses o semanas. Su segunda razón para extenderse en Riber, el único pacifista honrado que ella había conocido alguna vez. Él se había ofrecido como voluntario para una posición no militar en la Base Sara durante la extensa conclusión de la Guerra Civil Global. Y murió allí durante una incursión no anunciada y absurda; un malentendido de la peor clase.
Una maldición.
Lisa oyó sus palabras recientes hacia Rick; cómo ella había demandado que ellos terminasen lo que habían comenzado –barrer con los Invid de Peryton antes de moverse contra Optera. Ella tuvo una visión de Carl Riber revolcándose en su helada tumba Marciana...
“Señor, tenemos movimiento aquí afuera,” uno de los pilotos de Battloid llamó desde el perímetro.
“Obtenga un rumbo,” Rick dijo por la frecuencia de comando. “Tratando, señor... ¡Jesús! ¡Están justo debajo de nosotros, señor! Han quebrantado el perímetro. Ellos–”
Lisa oyó un estruendo explosivo detrás de ella, en simultáneo con un chillido de muerte que perforó la red. Reflexivamente, ella llevó sus manos a los costados de su casco, volviéndose a tiempo para ver dos destellos brillantes encender un área cubierta de arbustos en lo profundo del bosque.
“¡Regresen a sus mecha!” Rick gritó.
“Movimiento en el punto Charlie,” otro piloto actualizó. “Copio eso en Tango-nueve, comando,” una voz hizo eco. Lisa descendió precipitadamente la elevación hacia su ocioso VT, Bela y uno de los Perytonianos dos pasos detrás. El mecha estaba en modo Guardián, las alas extendidas y el radomo inclinado hacia el suelo como un pájaro rapaz. Una serie de detonaciones ensordecedoras en el bosque fueron seguidas por una onda de calor concusivo que casi la detuvo en sus huellas.
Rick se dio prisa, estuvo dentro de la cabina antes de que ella si quiera hubiese alcanzado su nave. “¡Muévanse, muévanse!” ella lo oyó gritar mientras la cubierta corrediza de la cabina del Veritech bajaba.
Más explosiones, a lo lejos hacia la izquierda ahora; discos de aniquilación mezclados con descargas de rifle/cañón, la respuesta tartamudeante de los pilotos VT.
Lisa tenía sus manos y los pies en las muescas del fuselaje cuando el primer Shock Trooper se mostró, emergiendo de la blanda tierra como un cangrejo de tierra enloquecido, sus cañones montados en los hombros preparados para abrir fuego. La primer tormenta de Frisbees arrancó la cola del mecha de Karen y Jack; Lisa vio a ambos lanzarse desde la nave en barrena poco antes de que una ráfaga consecutiva volase la cosa en pedazos. Dos, tres, cuatro Invid más estaban surgiendo, carapachos de mariquita y brazos pinza dejando caer lodo al elevarse.
Lisa tuvo a uno de ellos en la mira, y disparó aún antes de dejar bajar la cubierta de la cabina. Misiles gemelos se dispararon desde las lanzaderas delanteras y asestaron a la nave enemiga justo en el centro, pedazos de aleación fundida y nutriente verde fueron lanzados por una fuente de fuego cegador salpicando contra la nariz del VT.
“¡Pónganlos de pie!” Rick ordenó.
Ya separados, los componentes Alpha y Beta de su nave comenzaron a reconfigurarse.
En otra parte, el mecha de Lron experimentaba un golpe incapacitante. Gnea –un brazo alrededor de Karen Penn– junto con Baldan y dos Perytonianos más se marchaban de su VT e iban hacia el bosque. Baker estaba sobre el suelo, inconsciente o muerto. Lisa dio marcha atrás a la cubierta de la cabina, desenganchó los arneses del asiento, y fue por él.
Ella golpeó el suelo en cuclillas y se echó a correr en una carrera loca, discos de aniquilación sobre su cabeza, chirriando como sierras circulares enfurecidas. A su derecha, un Invid que estaba trillando su paso por los árboles voló en pedazos en un espectáculo ardiente; otro Trooper cayó delante de ella, ambas piernas voladas. Rick le estaba gritando a ella, su Battloid en el suelo arrodillado sobre una rodilla, su arma levantada.
Jack había vuelto en si para cuando ella había alcanzado su lado. “Maldito fenómeno comedor de Flores de ojos de cangrejo... ¿Dónde está Karen?”
“Gnea la tiene. Ella está a salvo.” Una andanada de disparos de discos desmochó una línea de árboles detrás de ellos. “A salvo como cualquiera de nosotros, de cualquier modo.”
“Le debo una, Comandante,” Jack dijo mientras ella lo ayudaba a ponerse de pie.
“Quién estás contando.”
Lisa activó la red de comando con la barbilla para oír a Rick ordenando asistencia desde el Ark Ángel. Pero la nave estaba teniendo problemas propios; acababa de trabar combate con un transporte de tropas Invid que coincidía con la señal de ID de la nave que Tesla se había adueñado en Spheris. El transporte había bostezado una mezcolanza de Naves Pincer en el espacio local y la mayoría de los escuadrones de VT del Ark Ángel ya habían sido consignados a encargarse de ellas.
Lisa estuvo a punto de interrumpir en el canal cuando una onda repentina de aire frígido la asaltó claramente a través de su traje de piloto. Luego sus ojos comenzaron a jugarle bromas, formas sombrías titilando dentro y fuera de la vista, como naves atrapadas en una irregularidad de transposición espacial. El aire brilló tenuemente y bailó, y el VT que aguardaba pareció no más que un espejismo.
“...creo que debo haber recibido un golpe fuerte en la cabeza,” Jack estaba diciendo.
El bombardeo, entretanto, se había detenido abruptamente. Battloids y Shock Troopers se estaban mirando con asombro unos a otros, armas en descanso, cabezas escudriñando los alrededores devastados por pistas.
“Rick,” Lisa dijo inciertamente en el fonocaptor del casco. Al mismo tiempo ella colocó el cronómetro en exhibición en el visor del casco.
La maldición se estaba despertando a un nuevo día.
***
Dentro de la colmena de Peryton, el silbido chillón de las alarmas Invid trajo a Janice, Burak, y a Rem a un alto similar.
“¡Nos han descubierto!” Burak dijo a gritos, luchando contra el asimiento que Janice tenía afianzado en sus mantos. Su disfraz proyectado les había hecho pasar las guardias de perímetro y por la puerta permeable principal de la colmena. Ellos estaban muy dentro de su laberíntico corazón ahora, simplemente un científico y sus dos especímenes Perytonianos en camino hacia los laboratorios.
“No se muevan,” Rem dijo por la comisura de su boca. Janice la Invid tenía un buen puñado de la capucha de él. “No los ves viniendo tras nosotros, ¿o sí?”
Era verdad. Las cosas habían sido algo menos que ordenadas desde el principio –una cierta cantidad de empaque teniendo lugar: exploradores y segadores apresurándose hacia fajos descargados de Flores y Frutos recientemente cosechados; trabajadores vaciando cubas de nutriente procesado dentro de latas de tamaño exagerado y mecha cisternas; científicos y tenientes blindados retransmitiendo comandos con esas voces suyas sintetizadas de sonido hueco. Unos pasajes atrás el trío enmascarado había pasado por la cámara que albergaba al sobre exigido cerebro de la colmena, y Janice fue capaz de enterarse de que el Regente había ordenado a todos cerrar el negocio. Una nave transporte estaría en camino hacia Peryton tan pronto como él pudiera prescindir de una; pero entretanto, el personal de la colmena debía asegurarse de que todos los suministros existentes se empacasen para el transporte.
Las alarmas, sin embargo, habían lanzado a los soldados y a los técnicos en un frenesí positivo de actividad, pero ninguno de aquellos se dirigía en la dirección de los Sentinels. Janice soltó a Rem y sacó una mano para detener a un soldado que pasaba precipitado. Por el bien de las apariencias, ella asumió una posición característica, las manos falsas dobladas dentro de las mangas de su igualmente falso manto blanco.
“¿Qué ocurre, zángano? ¿Por qué están sonando las alarmas?”
El hocico del soldado se contorció de un lado a otro, reflejando cierta confusión interior. Desesperadamente, la criatura trató de responder a las demandas de ambos, del cerebro y de éste de rango quien lo había escogido.
“La maldición del planeta, Eminencia.”
“¡¿Aquí?!” Burak dijo antes de que Janice pudiera detenerlo. No había registros de un brote teniendo lugar en la vecindad del santuario, aunque la batalla original en la que el Macassar había perdido a sus hijos había sido luchada cerca. El brote más cercano había sucedido unos trescientos años atrás, y a casi la misma cantidad de kilómetros de distancia.
“Éste entiende nuestro idioma,” Janice dijo al soldado, empujando a Burak hacia delante para que la criatura lo inspeccionase.
Sus sospechas fueron enterradas, el soldado inclinó su hocico tubular. “La batalla ruge en el corazón de la ciudad. La colmena está amenazada.”
Janice movió de un lado a otro una mano, despreciativamente. “Entonces vuelve a tus deberes, zángano.”
El soldado se marchó para unirse a la confusión del corredor. “No tenemos tiempo que perder,” Janice dijo, doblando su paso. “La batalla se volverá a ejecutar por completo. Se derramará dentro de la colmena y se apoderará del santuario como lo hizo aquel primer día.” Burak arrastró sus talones y logró desprenderse del asimiento de Janice con una sacudida. Los cuernos hacia abajo, él puso su cara de demonio cerca de la máscara del androide. “No me has dicho lo que debo hacer, Wyrdling,” él bulló.
Janice dio un paso hacia atrás, desvaneciendo el disfraz. “Lo sabrás cuando llegue el momento,” ella le dijo.
En minutos el santuario mismo se divisó –lo que quedaba de él, al menos: la porción inferior de lo que una vez había sido una estatua de treinta metros de altura, esculpida en roca volcánica a la imagen de Haydon el Grande. Los Invid habían construido su colmena cónica encima de los acantilados que rodeaban el santuario, como una serie de corredores circulares interconectados, concéntrica a la basa de la estatua, con el acceso a ella limitado a una simple puerta en el aro del corredor más interior de la colmena.
Rem estaba mirando hacia arriba al trabajo arruinado, los diseños intrincados de los mantos de roca de la figura, cuando Janice dijo, “Allí abajo,” señalando la base circular a unos quince metros debajo de ellos. “Allí es donde encontraremos el generador de Haydon.”
Burak y Rem la siguieron hacia abajo de una escalera estrecha labrada en la pared del acantilado. Se derramaba luz del generador que los antiguos sacerdotes y artesanos de Peryton habían ocultado dentro del santuario; aquel pulsaba y emitía luz estroboscópica tan intensamente como la luz de las estrellas desde pequeñas ventanas colocadas dentro de la basa, como si una gran turbina estuviese girando allí, propulsado tal vez por calor proveniente del corazón del planeta mismo. A través de los siglos la luz había rarificado el aire y grabado sombras en el acantilado circundante, y sin embargo Burak y Rem, ambos, encontraron que podían fijar la vista en el corazón de aquel.
En cuanto al peligro aquí no era de la clase física.
Se parecía a un super colisionador de antaño, un acelerador de partículas atómicas, equipado con miles de túneles electromagnéticos, conductos, escudos, y aparatos más propio del taller de un alquimista que del laboratorio de un científico. En el centro del anillo, atacada desde todos los puntos por un vendaval de relámpagos liberados, estaba una esfera transparente de treinta metros de diámetro. Y destellando adentro y fuera de la vista en el centro de esa esfera estaba el rostro envejecido doblemente albergado y retorcido del Macassar mismo –el modo en que él se había contemplado, en todo caso– luciendo todo tan asustado y siniestro como el mago de Oz en su mejor malevolencia.
“Estoy comenzando a tener dudas,” Burak tartamudeó a sus compañeros mientras ellos lo arrastraban hacia delante hacia la entrada del generador de psico-control. “Deberíamos reconsiderarlo”
Janice lo tomó por el frente de su manto. “Tú querías salvar tu mundo.”
“Lo quiero hacer, Wyrdling, pero–”
“Entonces sígueme. El momento se acerca.”
***
A ocho mil kilómetros sobre Peryton en un pequeño arco de espacio que el planeta reclamaba como propio, una nube de explosiones de breve vida brotó en la noche. Veritechs Blindados y Naves Pincer Invid en un ballet mortal de gravedad nula, las dos naves de guerra que los lanzaron como monstruos de las profundidades del mar en busca de presa. Tesla habría sido afortunado de escapar con su vida. Pero gracias a la diversión, él estaba dirigiéndose a la superficie ahora, en un transbordador tentaculado que se asemejaba a una estrella de mar espinosa. Los sistemas de navegación de la nave estaban ligados a la computadora viviente de la colmena –cuyas pantallas mostraban que había tres Ciclos en la luz del día. Estas mismas pantallas estaban registrando lecturas de una clase extraordinaria de la propia colmena, pero no eran nada que Tesla pudiese comprender.
Al acercarse, sin embargo, sus ojos le mostraron lo que su intelecto había sido incapaz de comprender. Había un motín en proceso; más que un motín: una verdadera revuelta. La ciudad que había crecido alrededor de la colmena cónica era una zona de batalla, su niebla perenne más oscura y más amenazadora que lo normal, su laberinto de desvíos erosionados lleno de movimiento enajenado. Pero Tesla quedó perplejo cuando empezó a escudriñar los cielos por Shock Troopers o Enforcers.
Entonces él pensó que vislumbraba la verdad, dándose cuenta que eran Perytonianos contra Perytonianos allí abajo. Y aventuró, No una revuelta sino una revolución. Y una puntual para colmo.
Tesla sonrió falsamente internamente. Déjenlos luchar mientras Tesla cenaba los Frutos que el mundo de ellos había proveído. Los Frutos que lo liberarían. ¡Tesla el Inconquistable, Tesla el Infame!
El transbordador aterrizó en la base de la colmena en la normalmente fortificada zona perimetral, la que Tesla estuvo angustiado de encontrar totalmente desprovista de tropas. Los habitantes en guerra del planeta estaban peligrosamente cerca, rondas extraviadas y rayos de energía de su mezcolanza de armamento de hecho estaban penetrando la colmena en puntos determinados. ¡Y qué grupo de salvajes eran! Rojos contra negros, así parecía; ¿pero quién podía estar seguro, dada la variedad tumultuosa de uniformes y armamento? Tesla miró de un lado a otro en silencio atónito. Directamente delante de él, un grupo de soldados estaba apuntando un tipo de arma de plasma sobre un objetivo invisible, mientras casi adyacente a su posición, ¡dos bandas rivales de Perytonianos desnudos estaban corneándose a muerte una a otra con sus cuernos! En otra parte, civiles –mujeres con niños en sus brazos, jóvenes con los ojos muy abiertos, y vagos ancianos y débiles– corrían chillando por el caos. Fuego, humo, y clamor fluían a montones al cielo.
Tesla se apartó de la escena y se echó a correr para alcanzar la colmena, la batalla avanzaba deprisa hacia él. Sin embargo ¿por qué parecía que al menos la mitad de esos guerreros e inocentes que él había vislumbrado ya estaban muertos? A él sólo le importaba ahora: que había seres desmembrados allí afuera. ¡Sin cabeza!
El interior de la colmena reflejaba el caos del exterior; pero ninguno de los Invid estaba demasiado absorto en las tareas alimentadas por su cerebro para no caer sobre sus caras al ver a Tesla. Tesla el Evolucionado, irguiéndose tan orgulloso y alto y humanoide como la mismísima Regis.
Él se encorvó para escoger a dos soldados serviles del suelo. “Los Frutos,” él gruñó, alzándolos hasta su cara. “¿Dónde son almacenados?”
Uno de ellos apuntó una mano temblorosa de cuatro dedos hacia el centro de la colmena. “Pero la mayoría de ellos ya han sido procesados–”
Tesla emitió un gruñido de impaciencia y echó a las criaturas a un lado. Sus sentidos solos lo llevarían al Fruto. Pero apenas él emprendió la marcha un silbido estridente borró una porción entera de la pared colmena detrás de él. Un segundo estallido y la pared a su izquierda se desintegró. Y en momentos, Perytonianos estaban fluyendo por las heridas. El grito de pánico de Tesla se fijó en su garganta; pero sus piernas repentinamente tuvieron mente propia. Él corrió desvergonzadamente por el corazón de la colmena.