Capitulo 4
Uno ve un motivo de infecundidad y esterilidad comenzar a emerger: Optera deshojada, la Tierra asolada, Tirol irradiado. Un matrimonio arruinado entre el Rey y la Reina; una raza de clones guerreros sin amor, otra de zánganos asexuales. Las Flores mismas mantenidas en estasis reproductivo... Sólo la Protocultura prosperó, energizada por la furia, la lujuria y la guerra.
Maria Bartley-Rand, La Flor de la Vida: Un Viaje Más Allá de la Protocultura
Edwards tenía una docena de sus Ghost Riders con él cuando entró a la Colmena Hogar del Regente; y, para completar la cosa, tres Scrim y tres Crann, siguiendo el paso a la formación estrechamente cerrada del general como mascotas obedientes.
Los Inorgánicos estaban vestidos para la ocasión en uniformes extraños escogidos del guardarropas de la nave –capas de etiqueta de la REF colgando sobre sus anchos y masivos hombros, birretes situados encima de torsos de ojos ciclópeos, galones de batalla pendiendo desde racimos de armas debajo de las axilas, taparrabos adaptados de las banderas del Gobierno de la Tierra Unida alrededor de estrechas y esqueléticas cinturas y lomos blindados. Edwards y sus hombres vestían trajes de piloto camuflados hechos a la medida y cascos negro azabache con visores matizados. Cada uno portaba un rifle de asalto Wolverine, un cuchillo de supervivencia serrado, Badgers gemelas en pistoleras de cintura, paquetes de munición y baterías, bandoleras de granadas de concusión y latas antipersonales. Edwards vestía botas de caña alta, pantalones ajustados y un chaleco de hombros ensanchados de cuero negro, guantes ricamente bordados, y una camisa de cuello alto. Su cabello rubio se apartaba como púas de su pulida placa craneal como una peluca asustada, la vincha neural montando sobre sus orejas como cierto tocado incaico de la realeza. Su ojo bueno y su boca cruel estaban realzadas con cosméticos coloreados en púrpura y rubicundos. Él cargaba un látigo de jinete y guiaba a un Hellcat con una correa de cromo.
El Regente tenía una banda esperando.
El complejo de la Colmena Hogar era una aglomeración de hemisferios de un kilómetro y medio de alto que cubrían cientos de kilómetros cuadrados. Desde arriba le había recordado a Edwards de un modelo molecular –un arreglo de cúpulas y los conductos arqueados que las unían, un polímero obsceno o éster siempre vivo. El lugar era alucinante en ambos, tamaño y estructura, y desafiaba los sentidos en cada recodo; hasta tal grado que Edwards había estado penosamente tentado a volver en línea recta a la nave de desembarco y forzar al Regente a venir a él más bien. Pero una vez del otro lado de la membrana permeable de la colmena él decidió que había hecho la elección correcta. Ninguna exhibición de trepidación o aprensión; una entrada firme al campo del enemigo. Después de todo, ¿no acababa de salvar el cuello del Regente –enviado a Tesla a Peryton –con el rabo entre las piernas? Si es que tenía un rabo, Edwards pensó. Sabe Dios que el renegado había lucido suficientemente satánico para poseer uno en esa apariencia de seis metros de altura. ¡Pero aún este aspecto humano artificial de Tesla palidecía en comparación con esta... esta banda que el Regente reunió! Una idea casi lo bastante grotesca para competir con la ceremonia nupcial que él había montado para Wolff y el resto. Una orquesta compuesta por dos docenas de los soldados desguarnecidos del Regente golpeando sobre tambores, sacudiendo matracas y campanas, y soplando en cuernos temporales, ocarinas, y flautas. Edwards reconoció inmediatamente que el Regente estaba intentando copiar, interpretar tal vez, la bienvenida que la SDF-3 le había dado a su simulagente más de dos años atrás, y apreció la oportunidad para ventilar su sorpresa contenida en una prolongada y estrepitosa risa.
“Su Majestad,” él dijo después de su momento de hilaridad, realizando una elaborada inclinación delante del trono del Regente. Las antenas nasales del líder Invid se crisparon como si examinando el aire por algún signo de sinceridad. Entonces, con un movimiento orgulloso de su cabeza, él anunció, “Optera da la bienvenida al General Edwards y a sus Ghost Riders.” Un movimiento de su mano de cuatro dedos trajo a la banda de vuelta a la vida y la sonrisa regresó a la cara de Edwards.
“En realidad es un honor estar aquí, Su Realeza,” Edwards le dijo, entregando la correa del Hellcat a uno de sus tenientes.
El Regente estaba flanqueado por dos Hellcats más grandes llevando collares tachonados con gemas y gruñendo un vendaval cuando los miembros de la banda ejecutaron su repertorio de marchas de oficio. Cientos de tropas blindadas permanecían firmes en filas inacabables a ambos lados del trono, y detrás de ellos, columna tras columna de Pincers, Scouts, y naves Enforcer. Y aún esta agrupación llenaba sólo un cuarto del Hall central cubierto por una cúpula de la Colmena Hogar.
El Regente estaba mirando hacia debajo de su hocico a los Inorgánicos uniformados que Edwards había traído y al Hellcat ahora yaciendo echado de panza a los pies del general. “Veo que usted desatendió traer el cerebro vástago con usted, General Edwards.”
Junto con la mayoría de mis tropas y el resto de sus fuerzas de ataque Tiresianas, Edwards dijo para sí. Todo aquello, incluyendo la computadora viviente, aún estaba escondido a salvo en el crucero, ahora en órbita baja alrededor del mundo hogar de los Invid. Tal era el poder del enlace de Edwards con el cerebro que él podía controlar pequeños números de Inorgánicos a través de la vincha neural sólo.
“Pensé que podríamos hablar primero,” él dijo al Regente. “Ver donde nos hallamos ahora que salvé su cuello.”
El Regente ladró un sonido de tos. “Podríamos hacerlo, General. Pero usted debería saber que yo estaba meramente jugando con Tesla. Mis Niños Especiales sólo se estaban preparando para moverse contra él cuando su nave estelar apareció.”
Edwards siguió el movimiento de la mano del Regente hacia un costado, donde cincuenta o más mecha estaban alineados a lo largo de la circunferencia de la cámara. Se asemejaban a los Enforcer, pero eran más grandes y de una fuerza bruta mayor, portando miembros superiores múltiples proveídos con pinzas, tentáculos, cuchillas semejantes a guadañas, armas, cañones, blindaje más pesado, y poder de fuego incrementado. En la basa de cada nave estaba de pie un Invid mucho más grande y más brutal que los soldados corrientes del Regente, y más feo por lejos. Cosas mal concebidas que habían sido precipitadas a la creación.
“Por supuesto,” Edwards dijo, dejándolo pasar por el momento. “Estoy seguro de que Tesla estaba mojando sus mantos.”
“¿Usted lo vio?”
Edwards asintió con la cabeza. “¿Qué ha estado comiendo él, por cierto?”
“Frutos,” el Regente le respondió no dándole importancia.
“Eso basta en cuanto a dietas vegetarianas, ¿huh?”
El Regente lo ignoró, recogiendo su prenda de vestir al ponerse de pie. “Es hora de que hablemos,” él dijo, partiendo. Edwards y su comitiva lo siguieron, adentrándose más y más en el complejo de la Colmena Hogar. A través de túneles orgánicos entretejidos con filamentos de dendritas y ganglios, y hasta por hemisferios más pequeños y más grandiosos, nodos instrumentales y provisiones de energía; pasaron esferas de comunicación del tamaño de globos meteorológicos, y cerca de la enorme cámara que alojaba a la mismísima computadora viviente central –el cerebro alojado en una cámara burbuja del que todos los otros habían sido seccionados, una masa blanquecina flotante de materia enrollada y congelada tan grande como un dirigible.
Pero finalmente Edwards fue llevado solo dentro de las habitaciones privadas del Regente –una aproximación lastimera de las espléndidas habitaciones que los Maestros Robotech habían disfrutado en el punto culminante de su imperio. Mobiliario muy ornado y espejos, filigranas grecorromanas y volutas, atrios y patios, columnas arabescas y frontones con trabajos de frisos. Pero era más una imitación que una copia: una fachada teatral que descollaba sobre un planeta tan áspero y estéril como luz quirúrgica.
Edwards apenas podía creer lo que veían sus ojos; y por primera vez él comenzó a entender las lujurias que habían movido a los Invid medio camino a través del Cuadrante. No había sido codicia, sino envidia; y no había sido por la guerra, sino por un tipo de amor retorcido y pervertido. Él se volvió cuando el Regente se quitó rápidamente sus mantos para sumergirse en una tina ahondada de sopa verde que olía como bretones de bruselas sobrecocidos.
“Ahora, General Edwards,” el Regente dijo, suspirando mientras se deleitaba en el baño. “¿Cómo nos podemos ayudar uno a otro?” Una flota de naves de juguete y terror weapons ubicadas al alcance de la mano.
Rebosando de alegría, Edwards se echó sobre una meridiana tan ancho como un trampolín, sacándose sus botas de caña larga con las puntas de los pies y apilando almohadas detrás de su cabeza. Él había dejado la vincha neural al cuidado del líder de su equipo. “Como yo lo veo, ambos nos hemos metido en aprietos. Usted tiene a Tesla y a los Sentinels golpeando en su puerta, y yo tengo a la REF cazándome. Pensé por un momento que podríamos resolver todo moviéndonos juntos, pero perdimos nuestra ventana de oportunidad. El enviar a un simulagente a Tirol no ayudó a las circunstancias.”
El Regente estuvo dispuesto a conceder el punto. “Tal vez fui algo apresurado. Pero no estaba seguro de poder confiar en usted.” Edwards movió de un lado a otro una mano. “Olvídelo. Yo habría hecho la misma cosa. Además, lo que pasó, pasó. Estoy considerando lo que podemos hacer hoy.”
“Y eso es...”
Edwards se enderezó, los codos en sus rodillas. “Yo sé dónde está la matriz de la Protocultura. Y si sus naves pueden llevarnos a la Tierra, somos tan buenos como el oro.”
“¿Dejar Optera?” el Regente dijo con apuro.
“Es una causa perdida,” Edwards le dijo. “Por supuesto usted puede seguir luchando si esa es su idea de diversión. Pero yo no estoy listo para tirarlo todo aún.”
“Pero la Tierra–”
“¿Pueden hacerlo sus naves?”
El Regente pensó por un momento. “Creo que pueden, pero tendría que consultar con la computadora viviente para estar aseguro.”
“Entonces hágalo,” Edwards dijo, poniéndose de pie. “Entre los datos en las computadoras de mi nave y lo que he alimentado en la sección que usted dejó en Tiresia, tenemos todo lo que necesitamos –factores de espacio-tiempo, cálculos siderales, todo. Gracias a las investigaciones de Lang, también tengo el informe confidencial sobre la matriz, y una vez que le echemos el guante, tendremos toda la Protocultura que podamos manejar.
“Mi gente ya está en el poder allá. Todo lo que usted y yo necesitamos ahora es una fuerza de ataque lo bastante grande para manejar a los Maestros.”
“¡Los Maestros están en camino hacia allí!”
“Cálmese,” Edwards vociferó, esquivando una salpicadura de nutriente de la tina. “Por supuesto que ellos están en camino hacia allí. También lo está su esposa.”
El Regente quedó en silencio mientras trataba de imaginarse la sociedad: un viaje a través del Cuadrante, una pelea final a golpazos con los Maestros Robotech... Sonriendo para sí, él examinó a Edwards. La Tierra limpiada de los Humanos para la llegada de la Regis y sus niños. Un nuevo mundo para establecerse. Sí, parecía un plan brillante.
Edwards atrapó la mirada del Regente y volvió su espalda, para ocultar una sonrisa. El viejo caracol está planeando matarme cuando sea el tiempo, Edwards se dijo, deleitado al encontrar que ambos realmente pensaban igual.
El Regente estaba a punto de hablar cuando la puerta hacia la cámara se abrió. “Su Majestad,” un sirviente dijo, entrando y haciendo una genuflexión. “Uno de los Humanos desea hablar con su comandante.”
El Regente rizó sus dedos. “Permítale entrar.” El teniente de Edwards empujó con los hombros al sirviente Invid para pasar, se detuvo en sus pasos cuando tuvo una vista del Regente en la tina, entonces puso una mirada seria al general. “Mensaje desde la nave. Tenemos compañía allá arriba. Los escáneres de ID dicen que es el Valivarre.”
“Breetai,” Edwards maldijo.
El Regente se erguió como un rayo en el baño, enviando una marejada por la tina. “¡Breetai!” Él experimentó un destello de recuerdo de la ira de un ojo del Zentraedi llegando de nave a nave en una esfera de visual. ¡Venimos por usted!
“Quiero que el cerebro sea transportado aquí abajo inmediatamente,” Edwards decía, recorriendo a pasos regulares al costado de la tina, descuidado de los charcos que el movimiento violento del Regente había soltado. “De hecho, descarte eso. Traiga a la nave entera aquí abajo. Los forzaremos a encontrarnos en tierra esta vez.”
“¿Los Zentraedi –aquí?” el Regente croó.
Edwards había adoptado una mirada pensativa, la que lentamente se reconfiguró a una sonrisa amplia. “Nada de que preocuparse,” él anunció riendo. “Tenemos el arma que usamos para vencerlos la última vez.”
Dos sirvientes habían aparecido para ayudar al Regente a ponerse sus mantos. Él mostró a Edwards un ceño confundido al subir de la tina. “Un arma de Protocultura.”
“Mejor que eso,” Edwards le dijo. “Nosotros le llamamos una Minmei.”
***
Janice había elegido seguir el mando de Burak –temporalmente, al menos– y por las instrucciones de él hizo aterrizar el Veritech en los alrededores de lo que una vez había sido la ciudad principal de Peryton, LaTumb. En sus tiempo fue un lugar extraordinario, habiéndose desarrollado alrededor del generador de psicocontrol de Haydon, y más tarde el santuario erigido en su memoria. Aún en la misteriosa luz del pre-amanecer, Rem reconoció ese tanto; pero la mayoría de lo que él veía estaba en ruinas. Torres de acero y de piedras nativas eran escorias, puentes y carreteras colapsados, horror y devastación extendiéndose completamente hasta el horizonte. Un recuerdo duradero de las guerras tempranas, cuando el reorientado Peryton había tenido al mundo en su puño. Antes de las rivalidades del sacerdocio, el desliz suicida dentro del holocausto. Pero aunque ensombrecido ahora por la enorme colmena en forma de cono que el Invid había modelado sobre el relicario, el lugar estaba lejos de estar despoblado. Convencidos tal vez que la batalla Mobius nunca erupcionaría tan cerca del dispositivo que la había inadvertidamente ascendido en la perpetuidad, miles de Perytonianos continuaban viviendo entre las ruinas o, en los poblados primitivos, en las moradas amuralladas y en villas inmundas que rodeaban la parte central.
“Tendremos que penetrar la colmena si esperamos hacer algún bien duradero aquí,” Janice estaba explicando. “Y podemos tomar como un signo alentador el que ninguna nave se ha aparecido para darnos la bienvenida usual. Sospecho que el Regente ha hecho regresar a la mayor parte de la guarnición; pero la colmena aún no ha sido vaciada.”
Ni Rem ni Burak pensaron interrogarla sobre esto; cuando Janice estaba en apariencia de androide, las preguntas parecían impertinentes. Sin embargo, Rem tenía ciertas inquietudes sobre cómo ella planeaba llevarlos por las calles patrulladas de la población, ni hablar dentro de la propia colmena.
El trío estaba en una elevación cubierta de hierba distante varios kilómetros del perímetro Invid, el Veritech bien oculto en un bosque siempre verde a sus espaldas. El espacio de por medio era un cobertor acolchado de fragmentos de edificios y espacio abierto, algunos iluminados con antorchas, algunos equipados con generadores y luces de mercurio. Cloacas abiertas lindaban con áreas de césped finamente cortado. Refugios de paja asentados junto a mansiones majestuosas; ricos y pobres, bien y mal, hombro a hombro en cada rincón. Aquí estaba la plaza del mercado, atestada con temprana actividad de clasificación; allí una cuadra de tiendas chic. Bandas de carnívoros semejantes a perros vagaban por la calle, forrajeando metro a metro. A través de prismáticos de noche Rem observó a una banda indisciplinada lanzar un ataque contra un grupo de animales domesticados encerrados dentro de un corral de patio posterior crudamente moldeado. Dos Perytonianos esgrimiendo mazas de guerra de tres cuchillas y garrotes de madera dura estaban intentando repeler a las bestias. En otra parte, comerciantes y estafadores estaban cerrando el negocio –comerciantes en alimentos, carne, y contrabando; buhoneros de basura de baja tecnología y sueños de alta tecnología; ladrones, incendiarios, guerreros violentos, homicidas, y asesinos.
Rem pensó en un lugar mítico que los Terrícolas llamaban infierno, y comenzó a ver a Burak con otros ojos, pensando: las Flores de la Vida podrían haber salvado este lugar mientras él se aferraba sobre los cristales. Ahora esas Flores que florecieron en las secuelas de la batalla eran llevadas directamente a la colmena y enviadas fuera del mundo hacia Optera.
“Este no es un mundo para Humanos,” Burak dijo después de un momento.
Él bajó los lentes y tornó una mirada extraña a sus compañeros –una mirada que radiaba una mezcla de emociones que rivalizaba con la propia de la ciudad. Rem pensó en las maravillas que Burak había vislumbrado, y cuán repentinamente fuera de lugar el Perytoniano debió haberse sentido.
“Ustedes dos no darían ni diez pasos antes de que alguien los asesinase o los entregase a los Invid.” Sus ojos destellaron a favor de Janice. “Yo nunca debí haberte escuchado, Wyrdling. Debí haber regresado aquí con mi propia gente, no con una cambiadora de forma y un clon.”
Janice desechó la mofa y comenzó a remover un manto negro de su mochila. “Pedí prestado esto a uno de sus amigos,” ella dijo, indicando a Burak y pasando el manto a Rem. “Póntelo.”
Rem apuntó un dedo inquisitivo a su esternón. “Estás bromeando.”
Burak rió entre dientes, el destello mesiánico restaurado a sus ojos. “Has como ella te indica, clon de Zor. Con la caperuza pasarás por un niño Perytoniano sin cuernos.”
Rem frunció el entrecejo ante el pensamiento, pero no obstante sus dudas comenzaron a dejar deslizar el grueso hábito de mangas largas y de apariencia de monje sobre su cabeza. Después, su capucha ensanchada hasta los hombros y el cinturón de piel animal. “Espero que hayas traído uno para ti,” él dijo a Janice.
Ella estaba de pie ahora, unos cuantos pasos atrás hacia el bosque. Umbra estaba asomándose detrás de ella, las estrellas desvaneciéndose en la luz.
“No lo requeriré.”
Una transformación se produjo en ella mientras ellos miraban, su cuerpo se reducía, su piel experimentaba cambios de tono y color. El pelo color lavanda de Janice desapareció, al igual que los ojos de androide. Su cabeza creció en forma de cono y sin pelo, la cresta de sus cejas se hizo más pronunciada; y de la frente sobre sus ojos ahora demoníacos emergieron dos cuernos esbeltos.
Burak retrocedió, efectuando salvaguardas mágicas y pronunciando lemas Perytonianos. “¡Wyrdling!” él entonó. “¡Wyrdling!”
Y de repente eran tres de la misma especie.
“O-otro truco que aprendiste en Haydon IV,” Rem dijo cuando había relocalizado su voz.
“Una proyección,” ella explicó. “Aún soy Janice debajo de la imagen.”
“Bueno, esperemos que sea así. De otra manera tendremos que hablar sobre obtener una cama más larga.”
Mientras el trío emprendía el viaje dentro del laberinto de calles y callejuelas de la ciudad, Rem se mantuvo esperando que la neblina se disipase; pero pronto se dio cuenta de que lo que él había confundido con niebla a ras de tierra era un manto permanente de funesto humo. Un hedor picante de energía sucia flotaba en el aire –de combustibles fósiles y plásticos ardiendo, de cabello quemándose y descomposición, de basura, suciedad, y materia fecal.
Con un tipo de crueldad ritualista, los Perytonianos se apresuraban hacia la seguridad de edificios y refugios mientras campanas, sirenas, y bocinas de advertencia proclamaban ruidosamente el acercamiento del amanecer. Tironeándose y empujándose unos a otros, pisoteando a los pequeños y débiles bajo los pies, blandiendo los cuernos y lanzando puños y maldiciones sin restricciones. Burak los guió a través de todo ello como un experto, participando en tan pocas refriegas como fuera posible y llevándolos al perímetro Invid en precisamente menos de una hora. Umbra estaba arriba ahora, arrojando largas y amenazantes sombras de las ruinas contra la cara orgánica de la colmena cónica. Escuadras de soldados Invid blindados estaban situados alrededor, alzando los hocicos alargados de sus cascos, como si analizando el aire por signos de problemas. Naves Scout y Pincer iban y venían, un grupo acompañando un pequeño vehículo de transporte, tal vez recién salido de la última cosecha de la Flor o el Fruto.
Los tres Sentinels se escondieron detrás de un trozo de pared hendida, un balcón en otro tiempo, acurrucándose como el Espantapájaros, el Hombre de Hojalata, y el León Cobarde en la puerta del castillo de la Perversa Bruja.
“¿Y ahora qué?” Rem demandó de alguno de ellos.
“Entraremos,” Janice anunció tranquilamente.
“Sí. El destino aguarda–”
“¡So! ¡Alto!” Rem dijo, luchando para jalar a Burak de vuelta detrás de la pared. “¿No deberíamos discutir un plan?” Janice abandonó su proyección holográfica y dijo, “Ustedes son mis prisioneros.”
“¿Huh?” De Rem y Burak juntos.
Pero ellos ya podían ver la imagen de un científico Invid vestido con túnicas blancas tomando forma al lado de ellos.
***
“¿No podemos sacarle más velocidad a esta nave?” Tesla gritó a su timonel.
El técnico golpeó pesadamente su pecho en saludo. “Lo siento, Mi Señor. La computadora viviente nos muestra a máximo empuje.”
Tesla pudo ver por sí mismo que era verdad. El cerebro de la nave transporte lucía como un nudo de lombrices en una botella de gaseosa agitada. Unas cuantas demandas más de su parte y la nave ya no funcionaría, muerta en el espacio a gran distancia de su meta planetaria.
La fortaleza de Edwards había abierto fuego a la cuenta de treinta –eso basta en cuanto a promesas– y Tesla había sido forzado a ver el espacio de Optera con apenas la mitad del complemento de Terror Weapons y mecha de la nave. El resto, junto con las otras dos naves transporte que él había pirateado de Spheris, había sido dejado para valerse por sí mismo contra el acorazado y los equipos de Veritech de los Humanos. El resultado demasiado predecible, Tesla pensó. La voz de Edwards aún estaba en sus oídos: Hágase útil... combata a los Sentinels.
“¡Con una miserable nave –ha!” Tesla dijo en voz alta mientras recorría a pasos regulares el piso del centro nervioso de la nave.
Él pudo ver su equivocación ahora; era, bueno, tan clara como la nariz en su cara. Él se detuvo un momento para observar su reflexión en la cámara-burbuja, luego se puso violentamente en movimiento, murmurando para sí todo ese tiempo.
En su prisa por despachar al Regente, él había marginado el Fruto de Peryton –tal vez el más importante de la totalidad, y seguramente el Fruto que completaría su evolución y lo convertiría en el ser todopoderoso en el que estaba destinado a convertirse. ¡Qué descuido para alguien tan cerca de la deificación! Él había saboreado Optera, Karbarra, y Praxis, a Garuda, Haydon IV, y Spheris. Descuidar Peryton –¡era inconcebible!
El mismísimo planeta donde la gran búsqueda comenzó.
Optera deshojada por obra de los Zentraedi, Zor transposicionándose de vuelta a Tirol con todos los Pollinators y plántulas del mundo. Los Invid dejados a recurrir a las reservas corporales; dejados al gobierno de una Reina-Madre que se había transfigurado a sí misma para servir a las necesidades del traidor Tiresiano; y el esposo al que ella había traicionado se había vuelto loco. La Edad Media... Un período interminable de espera, rezo, mientras los emergentes Lords de Tirol –los Maestros Robotech– esparcían su maldad a lo largo del grupo local.
Pero algo inexplicable había ocurrido: un sensor nébula enviado lejos a explorar el Cuadrante por cualquier signo de las preciosas Flores de la Vida había detectado una cosecha recientemente crecida en un mundo cercano –un mundo conocido para sus habitantes como Peryton. Ni siquiera la Reina-Madre podía descifrarlo. ¿Eran sus esporas nacidas en el espacio las que habían sembrado aquel mundo; o era alguien realizando un intento para recompensar?
La Reina-Madre había emprendido el viaje en una nave adaptada para ese expreso propósito. Una nave diferente a las de ellos, pero diseñada conforme a aquel propósito no obstante, como ella misma fuera diseñada conforme a ellos. Las Flores con las que ella regresó no eran iguales a aquellas que otrora habían adornado las laderas de Optera, pero eran suficientes para rescatar la raza Invid del olvido. Para proveerles con alimento si bien no sustento espiritual; para proveerles con la voluntad para empujar más hondo en el vacío. Hacia Garuda y Spheris...
Había más, pero Tesla no pudo recordarlo todo. Algo sobre las Flores de Peryton, algo sobre el cisma que había desarrollado entre esposo y esposa...
¿Pero qué importaba? él decidió. Pronto la primera y séptima Flor sería suya, y el ciclo se completaría. Él sería capaz de regresar, invencible, a Optera –una presencia transfigurada a la que ambos, el Regente y los Sentinels, mirarían con miedo y admiración.
Lo golpeó al igual que lo sorprendió cómo todo este tiempo él había estado trabajando en propósitos cruzados con el lastimero de Burak, dentro de quien él había encendido un fuego mesiánico. Pero tales eran los contornos del Formador.
“¡Más rápido!” él ordenó a la computadora viviente. “¡Adelante hacia Peryton! ¡Adelante hacia la gloria!”