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Durante mucho tiempo había aspirado a tener luchadores que compitieran regularmente en la UFC en diferentes partes del mundo. Cuando volví de Las Vegas el miércoles por la tarde después de la UFC 189, con el cansancio por el vuelo y emocionalmente exhausto, casi lamentaba que aquellas aspiraciones se estuvieran haciendo realidad.
No llevaba ni veinte horas en Dublín cuando tuve que volver al aeropuerto para volar a Glasgow, donde Paddy Holohan iba a enfrentarse al veterano inglés Vaughan Lee en la UFC Fight Night 72, el sábado 18 de julio de 2025. Resulta que poco antes de que se anunciara la pelea, Vaughan había estado pensando en ingresar en el SBG. Se pasó por el gimnasio y hasta se entrenó un poco con Paddy. Pero Vaughan tenía pensado bajar de los pesos gallo a los mosca, lo que le ponía en una posible ruta de colisión con Paddy, de modo que aquello se quedó en nada. Y ahora se iban a enfrentar en Glasgow.
Vaughan es un gran competidor, muy resistente y experimentado, y ya se había enfrentado a primeras figuras como TJ Dillashaw y Raphael Assunção. Pero Paddy, que ya se había entrenado con él, tenía una confianza absoluta, y yo también. Yo esperaba que Paddy acabara con él, y a punto estuvo de hacerlo un par de veces, pero al final tuvimos que conformarnos con una victoria holgada a los puntos: 30-27. Con esta victoria, Paddy quedaba con un historial de 3-1 en la UFC. Había respondido brillantemente a la primera derrota de su carrera, en el octubre anterior, y ahora estaba claramente yendo hacia arriba.
Cuando volví a casa desde Glasgow, por fin sentí que tenía una oportunidad de tomarme un respiro y evaluar todo lo que había ocurrido en las dos semanas anteriores. Después de cada victoria en la UFC, la popularidad y visibilidad de las MMA en Irlanda aumentaban. Y esto se notó de manera especial después de la victoria de Conor sobre Chad Mendes. Irlanda tenía en casa un cinturón oficial de la UFC. Solo otros tres países europeos —Polonia, Holanda y Bielorrusia, gracias a Joanna Jędrzejczyk, Bas Rutten y Andrei Arlovski— han podido decir lo mismo.
Es ya una pequeña tradición familiar que los domingos por la tarde nos reunamos todos en el pub Glenside de Rathfarnham. Cuando estaba en Las Vegas había echado de menos aquellas reuniones, y fue estupendo regresar de Glasgow a tiempo para reunirme allí con la familia, con el cinturón de Conor a cuestas. Todos los que había en el pub se acercaron a felicitarnos, a invitarnos a beber y a hacerse fotos con el cinturón, y el dueño nos hizo pasar detrás de la barra para una foto. Pero, para mí, la parte más satisfactoria de la victoria fue la reacción de mi madre y mi padre. Estaban increíblemente orgullosos. Poder disfrutar de un logro así con tu familia no tiene precio.
Para Connor, cosas tan sencillas como salir de compras por el centro de Dublín se habían convertido en empresas complicadas que requerían un chófer y guardaespaldas. Hasta a mí me reconocían con frecuencia en las mismas calles en las que durante toda mi vida había sido completamente anónimo. Se tarda bastante en acostumbrarse a eso, pero siempre es agradable recibir el apoyo de la gente vayas por donde vayas, en tu ciudad o en tu país. Empezaba a resultar normal oír un «¿Qué tal, John?» por la calle, o un bocinazo de un coche que pasaba. En el corto recorrido a pie desde mi casa al gimnasio, paso ante un colegio de primaria. Después de la pelea con Mendes, los niños que había en el patio del colegio me daban gritos de ánimo cuando me veían pasar: «¡Aúpa, entrenador Kavanagh!».
La primera vez que ocurrió, me entró la risa. Las vibraciones positivas siempre se agradecen, pero que te reconozcan por la calle puede resultar raro. Siempre piensas que para los desconocidos eres un desconocido. Se tarda algún tiempo en meterse en la cabeza el hecho de que no es necesariamente así: otro ejemplo de que la vida estaba empezando a cambiar para todos nosotros.
Aunque Conor gozaba de una enorme cantidad de partidarios, también había mucha gente que, incluso después de derrotar a Mendes por el título interino, seguía sin estar convencida de sus méritos. Durante mucho tiempo se había rumoreado que estaba protegido por la UFC: se suponía que estaban manteniéndolo deliberadamente a salvo de los grandes luchadores. Tal como yo lo veía, tumbar a un tío como Chad Mendes en el segundo asalto era la respuesta más enfática que se podía dar a la pregunta de si Conor podría vencer a un luchador de primera clase, pero al parecer no bastaba con eso. Se presentaron excusas a favor de Mendes: aceptó la pelea con muy poco tiempo; había ganado el primer asalto; el combate se había detenido demasiado pronto.
A mí me costaba aceptar todo aquello. También a Conor le habían avisado con poco tiempo, dado que se había estado preparando para un tipo de contrincante completamente diferente. Y por lo que yo pude ver, Mendes estaba en una forma espléndida. Tenía que saber que, dada la tendencia de José Aldo a descolgarse de las peleas, había muchas posibilidades de que lo llamaran. Cuando la llamada llegó, me atrevería a decir que no fue una gran sorpresa para Mendes. Seguro que estaba preparado. A este nivel, los luchadores están siempre en forma para disputar al menos tres asaltos.
Puede que sacara ventaja en el primer asalto, pero eso cuenta poco si no puedes llegar al final del segundo. Cuando Chael Sonnen luchó mejor que Anderson Silva durante cuatro asaltos en 2010, no recuerdo que nadie argumentara que aquello diluía la importancia de la victoria de Anderson, que llegó por abandono en el quinto y último asalto. Al contrario: Silva fue elogiado por haber tenido la habilidad de arrancar una victoria que parecía improbable.
En cuanto al argumento de que el árbitro Herb Dean detuvo la pelea cuando solo quedaban tres segundos del segundo asalto, vale la pena señalar que no hubo ni una sola queja por parte de Chad Mendes. Estoy seguro de que le agradeció a Herb que interviniera y le evitara recibir más golpes cuando ya estaba conmocionado.
Después de la pelea, hubo quien dijo que había quedado al descubierto la poca habilidad de Conor para la lucha cuerpo a cuerpo. Sí, había sufrido unos cuantos derribos, pero lo cierto era que había resistido un número mayor de intentos de derribo. E incluso cuando caía al suelo, seguía haciendo daño desde abajo.
El caso es que las dudas y las críticas seguían proliferando. Mucha gente era sumamente reacia a admitir que Conor estaba ganando simplemente porque era un gran luchador. No tardé en darme cuenta de que esto no era malo. Mientras haya preguntas que responder, habrá grandes peleas que disputar. ¿Podría vencer a un luchador que haya tenido un entrenamiento completo? ¿Podría vencer a un campeón? ¿Podría vencer a un campeón de un peso superior?
Las preguntas son buenas para el negocio. Si no se hacen preguntas, la gente tendrá menos interés en verle luchar. A los críticos nunca se les acaban las preguntas, pero nosotros hacemos todo lo posible por responder todas las que podamos.
En un mundo ideal, Conor se habría tomado algo de tiempo libre después de su victoria sobre Mendes. Después de recuperarse de la lesión que sufrió contra Max Holloway, había combatido tres veces en seis meses para asegurarse la pelea por el título, y después se había embarcado en una frenética gira promocional para la UFC 189, antes de iniciar un durísimo entrenamiento mientras luchaba con un problema de rodilla y un cambio de contrincante. Había sido agotador para todos nosotros, pero sobre todo para Conor. Le habrían venido bien unas vacaciones. Pero pasarse una semana tumbado en la playa no es su estilo.
Poco antes de la pelea con Mendes, Conor había accedido a hacer de entrenador en una temporada de The Ultimate Fighter. Esto implicaba pasar seis semanas más en Las Vegas, durante las cuales dirigiría a un equipo de prometedores luchadores europeos que se enfrentaría a otro equipo estadounidense, dirigido por Urijah Faber. Estaba previsto que el rodaje empezara pocos días después de la UFC 189, o sea que Conor estaba pasando de un gran compromiso a otro sin tomarse un descanso. Me preocupaba que se estuviera forzando demasiado, pero a esas alturas también lo conocía lo bastante bien para saber que su mente tiene que estar siempre ocupada: en las raras ocasiones en las que se toma un par de días libres, se aburre. Puede que esta fuera la solución perfecta. Eran seis semanas de trabajo, pero estaría observando peleas y entrenando en lugar de participar.
Un día antes de que empezaran los rodajes, intentó echarse atrás. En aquel momento solo quería volver a casa. Lo único que le animaba a seguir adelante era que Artem Lobov también participaba. Artem llevaba mucho tiempo esforzándose por conseguir un contrato con la UFC y, a diferencia de otros muchos luchadores, se negaba a seguir el camino fácil hacia la cumbre. Aceptaba con frecuencia combates con poco tiempo de aviso contra adversarios de primera, compitiendo desde el peso pluma hasta el welter. Aceptaba riesgos que no siempre salían bien. Como consecuencia, su historial tenía tantas victorias como derrotas, pero yo no tenía ninguna duda de que era lo bastante bueno para competir en la UFC. Solo necesitaba una oportunidad para demostrarlo. Y la oportunidad llegó por fin cuando fue elegido para The Ultimate Fighter después de impresionar en las pruebas.
Para asegurarse un puesto en el programa durante toda la temporada, primero se exige a los luchadores que participen en una pelea preliminar contra otro de los concursantes. La pelea de Artem iba a tener lugar el miércoles después de que Conor derrotara a Mendes. Como siempre, Artem había desempeñado un importante papel en el entrenamiento de Conor, y en cuanto terminó la UFC 189 su plan era darse un masaje, descansar un poco y prepararse para la que probablemente iba a ser la pelea más importante de su vida. Pero al final las cosas no salieron así.
Todos estábamos un poco arrebatados por la alegría del triunfo de Conor, y las celebraciones se prolongaron un par de días. Artem estuvo metido hasta el cuello. Tenía que presentarse en el rodaje de The Ultimate Fighter el lunes por la mañana, pero se despertó por la tarde arrastrando una terrible resaca como consecuencia de una juerga de dos días. Faltaban cuarenta y ocho horas para su combate y apenas podía levantarse de la cama.
Artem consiguió presentarse en el set de The Ultimate Fighter el lunes por la noche, y se pasó el martes reduciendo peso. Le había tocado enfrentarse a Mehdi Baghdad, que era uno de los favoritos de la temporada. Cuando entró en el octágono, Artem todavía estaba bajo los efectos de la resaca, y en consecuencia no demostró de lo que era capaz. Mehdi Baghdad ganó por decisión mayoritaria de los jueces, y parecía que el sueño de Artem de conseguir un contrato con la UFC había terminado. Estaba destrozado: parecía que había desperdiciado su oportunidad.
Entonces entró en juego la influencia de Conor. A pesar de la derrota, consiguió que a Artem se le diera un puesto «comodín» en la competición. Era una segunda oportunidad para Artem, y nadie la merecía más que él. Y, desde luego, agarró la oportunidad con las dos manos, obteniendo tres victorias consecutivas, todas por KO, lo que le convirtió en el primer luchador de la historia de The Ultimate Fighter que hacía una cosa así. Al final, Artem perdió por puntos en una frustrante final contra Ryan Hall, pero fue un caso de «misión cumplida», porque había hecho lo suficiente para convencer a la UFC de ofrecerle un contrato.
Artem estaba loco de alegría. Se había criado en Rusia, pero su familia se había trasladado a Irlanda cuando él era adolescente. Artem no había practicado ninguna arte marcial hasta que tomó unas clases de defensa personal en la Universidad de Dublín a los veintiún años, cuando estudiaba ciencias empresariales y español. Aquello le llevó al Straight Blast Gym. Durante muchos meses, después de que se uniera al gimnasio, yo creía que era brasileño. No tengo ni idea de por qué. Cada vez que hablaba con él, intentaba utilizar las pocas palabras portuguesas que conozco, pero él se limitaba a mirarme con expresión rara. Por fin, me corrigió discretamente: «Lo siento, entrenador. En Rusia hablamos ruso, no portugués».
Viendo aquella temporada de The Ultimate Fighter, resultaba particularmente curioso ver el enfoque de Conor para entrenar a otros luchadores profesionales. Tras un par de días de rodaje, me envió un mensaje: «Me alegro de haber seguido con esto. Me relaja estar en el gimnasio y ver peleas. Esto es exactamente lo que quiero hacer todos los días. Es perfecto».
Conor enseñó a los chicos de su equipo el concepto del flow sparring, el entrenamiento ligero a ritmo relajado, y casi todos se quedaron fascinados. Como la mayoría de los luchadores, solo estaban familiarizados con sesiones a todo gas que imitaban una pelea. No me sorprendió que el flow sparring fuera una idea completamente nueva para muchos de ellos. Yo llevaba mucho tiempo predicándolo, pero fuera del SBG solía recibirse con escepticismo.
En cuanto a la actuación general de Conor como entrenador, quedé muy impresionado. No creo que su futuro esté en entrenar, pero eso no tiene nada que ver con su habilidad para enseñar. ¡Es porque es puñeteramente incapaz de llegar a ningún sitio a su hora! Cuando Conor daba clases de lucha a golpes en el SBG, era absolutamente excelente. Incluso ahora, en el gimnasio está siempre ayudando a sus compañeros de equipo. Pero si has quedado para dar una clase a las siete de la tarde, no puedes presentarte a las nueve y fingir sorpresa al descubrir que todos tus alumnos se han marchado. La puntualidad es siempre una parte muy importante del entrenamiento. Si la gente se ha preparado física y mentalmente para entrenarse a cierta hora, no puedes tenerlos esperando. Puede que rectifique esta impuntualidad cuando madure y siente la cabeza, pero ahora es difícil imaginarlo. He trabajado con él durante diez años, y nunca ha llegado a tiempo a nada. Pero si alguien le hace una pregunta a Conor cuando está en la colchoneta, puede pasarse cuarenta y cinco minutos explicando la respuesta. Le he visto hacerlo muchas veces en el gimnasio, tanto con principiantes como con compañeros profesionales. Definitivamente, la capacidad de enseñar la tiene. La capacidad de llegar a su hora, no. En los últimos años, Conor ha gastado mucho dinero en comprar relojes de lujo. Puede que algún día empiece a utilizarlos.
La pelea que estábamos esperando contra José Aldo se programó para la UFC 194 en el MGM Grand, el 12 de diciembre. Iba a ser un combate por el título unificado de los pesos pluma: el campeón titular contra el campeón interino.
Había un acuerdo general entre Conor, sus compañeros de entrenamiento, los otros entrenadores y yo sobre que, aunque habíamos logrado el resultado deseado contra Chad Mendes, el entrenamiento había sido demasiado largo y agotador. Para el siguiente combate las cosas tenían que ser diferentes. Decidimos forzar la suerte quedándonos en Dublín hasta tres semanas antes de la pelea.
Cuando el combate se programó inicialmente para julio, se había invertido mucho en promoción y preparación, y una parte de mí se preguntaba si íbamos a pasar por todo ello una segunda vez solo para que se aplazara de nuevo. Estábamos acostumbrados a que los contrincantes se retiraran, pero esto era diferente. Este era Aldo, el campeón desde hacía mucho tiempo. Queríamos esta pelea, la queríamos de verdad.
Cuando la gente se refería a Conor como «el campeón interino», a él no le gustaba. Opinaba que Aldo había salido corriendo cuando llegó el momento de luchar, y que eso le convertía a él en el nuevo campeón. Pero Conor sabía, como todo el mundo, que no podía jactarse legítimamente de ser el mejor peso pluma del mundo hasta haber derrotado a José Aldo. Aunque a Aldo le hubieran despojado del cinturón y Conor hubiera sido coronado campeón absoluto tras derrotar a Mendes, aún no habría podido asegurar que era el mejor peso pluma del mundo. Para eso tenía que derrotar a Aldo, y no valía con menos. Aldo se había convertido en el mejor peso pluma del mundo eliminando a los mejores aspirantes del planeta durante los seis últimos años. En la mayoría de los casos, lo había hecho sin esforzarse a fondo. Por bonito que fuera tener un cinturón de la UFC en el gimnasio, no era más que una muestra.
Cuando concluyó sus tareas de entrenador en The Ultimate Fighter, Conor volvió a Irlanda, en septiembre de 2015. Mientras estuvo fuera, se había mantenido en forma con entrenamientos ligeros, y yo tenía curiosidad por ver cómo aguantaba su rodilla. Afortunadamente, parecía estar como nueva. Ya no le limitaba ningún movimiento. No ha dado problemas desde entonces, y espero que siga como está.
Mucha gente me pregunta por el plan de trabajo en los entrenamientos preparatorios de Conor, pero lo cierto es que no hay un plan concreto. A algunos entrenadores les gusta organizar los entrenamientos en bloques: fuerza durante las cuatro primeras semanas, aplicar la fuerza de manera explosiva durante las cuatro semanas siguientes, y así sucesivamente… Pero a mí eso no me parece práctico para las MMA. Cuando tienes poco tiempo para preparar una pelea, o hay un cambio de contrincante o algo parecido, hay que estar siempre cambiando de método.
En el SBG, nuestro entrenamiento no cambia casi nada, independientemente de si el luchador se está preparando para un combate o no. No solemos hacer la preparación como la hacen otros equipos. En muchos gimnasios, los luchadores se toman varias semanas de descanso después de un combate, durante las cuales abandonan la dieta y no se entrenan absolutamente nada. Después se meten de cabeza en la preparación para el siguiente combate, empezando desde cero, yendo de un extremo al otro. Nosotros preferimos mantener la forma a ritmo regular y firme durante todo el año. En el caso de Conor, antes entrenaba dos veces al día, pero ahora suele hacer una sola sesión larga —de tres o cuatro horas— cada día. No es una sesión intensa de principio a fin. Lo que hace es mantener un ritmo constante todo el tiempo. Un día puede hacer sparring, al siguiente se concentra en el trabajo en el suelo, y al otro día puede hacer lucha cuerpo a cuerpo. Es un entrenamiento flexible. No hay restricciones. Algunas mañanas se puede despertar sin ganas de matarse entrenando, y entonces viene a hacer una sesión corta de técnica. Al día siguiente puede estar lanzado, y entonces tienes que ponerle diez sparrings en fila. Cuando esa energía se manifiesta, es importante aprovecharla. En las raras ocasiones en que no se manifiesta, hay que hacer concesiones. A lo largo de seis, ocho o diez semanas vas a tener unos cuantos días en los que no te sientes en tu mejor forma. El entrenamiento varía cada día, dependiendo de cómo te sientas.
Un efecto secundario de que Conor se quedara en Dublín para la mayor parte de su entrenamiento fue que atrajimos a un montón de gente que veía al gimnasio en busca de fotos y autógrafos. A Conor siempre le ha gustado atender a sus fans —agradece de verdad el apoyo—, pero tenemos una política muy estricta, según la cual el gimnasio es un lugar de trabajo. Cualquiera que venga al gimnasio, si no es socio, no pasará de la recepción. Se ha presentado gente diciendo que venían de Estados Unidos solo para hacerse una foto. Y pretenden entrar directamente y pedirle un selfie a Conor en medio de una sesión. Algunos se escandalizan cuando no les dejamos entrar y hacer lo que quieren. Pero el gimnasio es donde entrenamos, y de ningún modo está abierto al público. Es el lugar de trabajo de los luchadores, y es importante que no se les interrumpa mientras están trabajando.
Conor avanzaba a toda máquina hacia su objetivo de convertirse en campeón indiscutible de la UFC, pero mientras tanto hubo otra gran noche para el SBG: el 24 de octubre, la UFC Fight Night 76 en el 3Arena. Aunque Conor no participaba, las entradas se vendieron en cuestión de minutos. Una vez más, había una fuerte presencia del SBG en el cartel, con Paddy Holohan, Aisling Daly y Cathal Pendred ondeando nuestra bandera. Aunque Ais y Cathal iban a pelear en los preliminares, Paddy estaba en la parte alta del cartel con su enfrentamiento con el prometedor norteamericano Louis Smolka. Era una gran pelea, y se fue haciendo más grande a medida que se acercaba la fecha. Cuando faltaban diez días, Stipe Miocic sufrió una lesión que obligó a cancelar su combate de pesos pesados contra Ben Rothwell. Como consecuencia, el combate de Paddy avanzó un puesto y pasó a ser el penúltimo de la noche. Pero la cosa no acabó ahí. El martes antes del evento nos enteramos de que Joseph Duffy había tenido que cancelar su pelea contra Dustin Poirier a causa de una conmoción. Aquella tendría que haber sido la pelea estelar de la velada, de modo que a falta solo de cuatro días Paddy se vio aupado a la cabeza de un cartel de la UFC en su ciudad, como le había ocurrido a Conor quince meses antes.
Visto en retrospectiva, era demasiado y demasiado pronto. Había sido una bonita escalada para una pelea que iba a ser importante para Paddy, y en la que una victoria le habría premiado con un puesto en las filas de la división de los pesos gallo. Y, de pronto, sobre sus hombros recayó una pesada carga de promoción. El papel de luchador irlandés en la pelea estelar de una velada de la UFC en Irlanda acarrea un montón de presión, y Paddy la sintió. Hizo lo que pudo, pero, tal como me confesó después, no estaba preparado para todo aquello. Su objetivo era participar en aquellos eventos de alto nivel, pero quería abrirse camino poco a poco. Las expectativas le resultaron extenuantes. Hasta el paseíllo le dejó con una sensación de cansancio. En cuanto entró en el octágono, sintió que le pesaban las piernas. Esto es corriente entre los luchadores: es una sensación natural, una respuesta hormonal de «lucha o corre» que hace que la sangre fluya hacia las piernas. Pero si eres muy consciente de la magnitud de la ocasión, puede crecer en tu cabeza y extenderse por todo tu cuerpo, en detrimento de tu actuación. Normalmente puedes deshacerte de esa sensación de pesadez en cuanto empieza la acción, pero si hay una minúscula semilla de duda en tu mente, esa semilla germinará y se manifestará en tu rendimiento físico. Eso fue exactamente lo que le ocurrió a Paddy frente a Louis Smolka. Parecía lento desde el principio y se apagó muy deprisa. Jamás le había ocurrido algo así. Siempre ha mantenido un buen ritmo en combates de tres asaltos, contra adversarios que yo considero más duros que Smolka. Pero seamos justos con Smolka, que no perdió tiempo en aprovechar la ocasión. Venció por estrangulación por detrás en el segundo asalto. Fue muy decepcionante, pero Paddy aprendió mucho de esta experiencia, y estoy ansioso de verle llevar a la práctica todo ese aprendizaje.
Al principio de la velada nos fue regular, pero aquella fue la noche de Aisling Daly. Durante la anterior velada de la UFC en Dublín, Ais había estado ocupada rodando The Ultimate Fighter, mientras sus compañeros de equipo estaban creando la mejor noche de la historia de las MMA irlandesas. Perderse aquello fue muy duro para ella, y ahora estaba decidida a aprovechar al máximo la oportunidad. Había tenido problemas de depresión y se estaba recuperando de una derrota ante Randa Markos en abril, así que Ais no dejó piedra sin remover en su preparación para esta pelea. Su contrincante, Ericka Almeida, era compañera de equipo de José Aldo en el Nova União de Brasil, de modo que también era una oportunidad para que Ais hiciera correr la primera sangre por el SBG en aquella batalla particular.
Aquella noche todo le salió bien a Ais, ya desde la salida a la pelea. Antes de salir, le dije a Ais que se empapara de la situación. Esto es importante para los luchadores. A veces nos olvidamos de eso. Quiero que todos mis luchadores sean capaces de revivir esos momentos algún día, con sus nietos, y tengan grandes historias que contar. Muchas veces cometemos el error de centrarnos rápidamente en la pelea y no percatarnos de la atmósfera, pero cuando rememores tu carrera dentro de veinte, treinta, cuarenta años, tienes que crear recuerdos a los que aferrarte, que te recuerden por qué pusiste tanto esfuerzo.
Sin embargo, también le dije a Ais que en cuanto llegáramos al octágono todo lo demás tenía que quedar fuera. Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Me miró a los ojos y pude ver que había pulsado el interruptor. Estaba lista para pelear. Ericka era buena, pero Ais iba a por todas. La victoria por decisión unánime fue su recompensa por meses de trabajo duro.
No fue tan buena noche para Cathal Pendred. Había peleado demasiadas veces en un corto plazo de tiempo —esta iba a ser su sexta pelea en solo quince meses— y yo había intentado convencerlo de que se tomara un descanso. Pero él quería seguir adelante. Su contrincante, Tom Breese, tenía mucha menos experiencia, pero es un tipo que creo que hará grandes cosas en el futuro. La diferencia de habilidad entre los dos era enorme, como demostró la victoria de Breese por KO técnico en el primer asalto. Breese no tuvo enemigo. Lo único que puedes hacer es quitarte el sombrero. Decididamente, hay que estar pendiente de él.
En la preparación para aquella pelea, Cathal no había sido el de siempre. Parecía haber perdido la pasión y la determinación que lo habían llevado tan lejos.
Cuando Cathal me dijo, varias semanas después, que había decidido retirarse de las MMA, no me sorprendió mucho. Llevaba mucho tiempo avanzando a toda marcha, y yo sabía que el hambre empezaba a disminuir, como le acaba ocurriendo a todo el mundo. En su vida estaban empezando a entrar otros intereses distintos del gimnasio, y eso es algo saludable. Siempre aconsejo a mis luchadores que se vayan buscando una estrategia de salida para cuando llegue el momento. Cathal tenía unos cuantos proyectos, incluidos posibles papeles en el cine, trabajos en los medios y abrir un restaurante. En consecuencia, estaba empezando a faltar a las sesiones de entrenamiento, lo cual no iba nada con su carácter. Cuando empiezas a ver cosas así, sabes que el luchador tiene ya un pie en la puerta de salida.
Soy muy franco con mis luchadores. Todo es blanco o negro. Saben que tendrán toda mi atención mientras estén en la colchoneta, pero que no será así si faltan a las sesiones. Tengo que dedicar mi energía a las personas que están en el gimnasio. Ahora tengo cuarenta luchadores, de modo que no tengo tiempo para perseguirlos si no se presentan. Los chicos saben que eso forma parte del trato. Por muy importante que sea tu próxima pelea, si no estás en el gimnasio ni siquiera estás en mi cabeza. Si no tienes mucha interacción en la colchoneta, no hay gran cosa que yo pueda hacer por ti como entrenador. Sé que algunos entrenadores lo hacen de otra manera. Kieran McGeeney es estupendo controlando a sus luchadores todo el tiempo. Si uno de ellos sale el viernes por la noche, Kieran se entera y se planta en su puerta el sábado por la mañana. No puedo imaginar nada más aterrador que ver a Kieran en tu puerta. Pero yo nunca he sido así. Si estás en el gimnasio, estamos juntos.
Cathal siempre ha sido muy sincero consigo mismo, y reconoció que había una gran diferencia de calidad entre él y Tom Breese. Después de una derrota como esa, tienes que dar un paso atrás y evaluar tu situación. ¿Quieres ser uno de esos tipos que solo están ahí para hacer bulto y servir de escalón a otros luchadores? Si no tienes el corazón en ello como lo tenías antes, puedes salir malparado. Cuando Cathal me dijo que había decidido retirarse, pensé que era una decisión muy valiente y sabia. Me sentí orgulloso de él por haberla tomado por sí mismo, porque a la mayoría de la gente hay que decirle cuándo ha llegado demasiado lejos. Cathal había hecho cosas asombrosas en las artes marciales mixtas. Ganar cuatro veces en la UFC después de ser campeón de Cage Warriors es algo que solo ha conseguido otro irlandés. Dejó las MMA con la cabeza bien alta y con derecho a ello, sobre todo teniendo en cuenta lo tarde que había entrado en este deporte. Fue una inspiración para muchos, y también para mí. Si deseas algo con la suficiente intensidad, no dejes que nadie te diga que no eres capaz de conseguirlo. Acabarás cosechando los beneficios de mantener esa clase de actitud. Cathal Pendred es la prueba de ello.
Tres semanas antes de la pelea con Aldo, volamos a Los Ángeles para las últimas fases del entrenamiento de Conor. Nos estábamos preparando para una pelea por un título de la UFC, como habíamos hecho para la UFC 189, pero ahora las cosas eran mucho más relajadas. En la anterior ocasión habíamos prestado mucha atención a la rodilla y a cómo aguantaría. Ahora solo pensábamos en la pelea. «Aquí está ahora el SBG —pensaba yo—. Este es nuestro nivel y es hora de dejar una marca. Es el mejor de Irlanda contra el mejor del mundo. Vamos a ver si este es nuestro sitio». El entrenamiento había ido perfectamente, así que no había necesidad de estar tensos o aprensivos. Habíamos cubierto todas las bases. Estábamos más preparados que nunca.
El plan era pasar un par de semanas en Los Ángeles antes de ir en coche a Las Vegas en la semana del combate. Conor llevaba algún tiempo admirando la pericia de un experto en movimientos llamado Ido Portal, e invitó a Ido a unirse a nosotros en las fases finales del entrenamiento. Para entonces, todo el trabajo duro estaba hecho. Conor llevaba casi todo el año preparándose para esta pelea, y era importante mantener la mente fresca y relajada, y no solo el cuerpo. Los ejercicios de calistenia de Ido eran perfectos para esto.
En la conferencia de prensa anterior al combate, dos días antes de la UFC 194, los medios se hicieron eco de lo relajado que estaba Conor. Analizaron incluso su vestimenta. En lugar del habitual traje caro, Conor se presentó con unos vaqueros y un polo. Después de haberle ladrado y gruñido a Aldo durante sus anteriores encuentros ante los medios, Conor le saludó respetuosamente con la cabeza al final de la sesión de miradas. Los periodistas se preguntaban si esto era una especie de psicología inversa para atrapar más a Aldo en sus juegos mentales, pero yo creo que se estaban excediendo en sus análisis. Que yo recuerde, los trajes nuevos de Conor no habían llegado a tiempo. Además, creo que a estas alturas todos estaban ya cansados de promocionar el combate. Después de haber invertido tanto, Conor había dado por terminada aquella tarea particular. Tal como él lo veía, Aldo se había presentado y la pelea iba a tener lugar por fin, sin lugar a dudas, así que el tiempo de hablar se había terminado.
Esta iba a ser la primera vez que Conor competía después de que la UFC prohibiera la rehidratación intravenosa después de los pesajes, de modo que la reducción de peso podía ser más complicada, porque él solía usar la intravenosa. Pero gracias a la ayuda de George Lockhart —asesor de nutrición y exluchador—, la reducción fue todo lo fácil que podía ser. Los preparativos habían sido absolutamente perfectos. Yo no habría cambiado nada. Si la pelea no nos salía bien, no tendríamos excusas.
Yo esperaba que el combate se desarrollara de una de estas dos maneras: o bien Aldo era cauteloso y luchaba muy a la defensiva durante un primer asalto tentativo, o acometía a Conor desde el principio, intentando ponerle las manos encima lo antes posible. Yo esperaba que hiciera esto último, porque estaba seguro de que eso le pondría en manos de Conor. Se le da muy bien boxear a la contra en desventaja, y castigaría a Aldo si se le acercaba demasiado.
Una vez más, muchísimos aficionados irlandeses habían viajado a Las Vegas. Sin embargo, esta pelea no era una ocasión tan especial. Ya estábamos acostumbrados, y sabíamos que nada de lo que ocurriera en el MGM Grand podría superar lo que habíamos experimentado en la UFC 189. Ahora se trataba simplemente de llegar, derrotar a José Aldo y llevarse el cinturón. Todo lo demás carecía de importancia.
Cuando hicimos el recorrido hasta el octágono y Conor entró, hubo una enorme sensación de alivio. Por fin, ese era el momento. Era casi como si estuviéramos en paz como equipo. La pelea se iba a celebrar. José Aldo contra Conor McGregor. Por fin era realidad, y por fin iba a zanjarse el debate sobre quién era el mejor peso pluma del mundo. Desde los tiempos de Conor en Cage Warriors, yo había imaginado cuándo se cruzarían sus caminos. La gente se rio cuando Conor mencionó el nombre de Aldo en un documental de la MTV realizado justo después de fichar por la UFC. Ningún peso pluma debutante había hecho algo así. Tenías que ganarte el derecho a hablar de Aldo, y más aún a luchar con él. Pero Conor iba muy en serio. No le veía ningún sentido a pelear en la UFC a menos que Aldo fuera su objetivo.
A posteriori, muchos observadores comentaron el comportamiento y el lenguaje corporal de Aldo antes de la pelea, asegurando que parecía tenso y ansioso durante la salida y las presentaciones. Es fácil hacerse el entendido a posteriori, pero mentiría si dijera que noté algo diferente en él. Mantuvo la cabeza gacha hasta que empezó el combate, pero eso era normal en él. Eso nunca le había fallado.
Tras hacer una predicción deliberadamente moderada —«Conor ganará en los tres primeros asaltos»—, cuando, a principios de aquel año, se anunció por primera vez el combate con Aldo fui mucho más sincero al escribir mi columna para The42.ie justo antes del combate de la UFC 194: «Una parte de mí lo ve terminado en sesenta segundos». Creía de verdad que podía ocurrir, pero no por eso fue menos impactante que de verdad ocurriera. Después de tantos prolegómenos y aplazamientos, el combate fue la pelea por un título más corta de la historia de la UFC.
Conor salió atacando desde su rincón y ocupó el centro del octágono. Empezó con un directo de izquierda que falló por poco su objetivo, seguido por una patada oblicua a la pierna adelantada de Aldo. Y entonces vino la embestida. Aldo se echó hacia delante y amagó con la derecha para soltar un gancho de izquierda, que conectó. Pero Conor le ganó por la mano: se echó hacia atrás, contraatacó con un izquierdazo perfecto, y el antes infalible campeón de los pesos pluma de la UFC se derrumbó como un pino talado. Un año de preparación para solo trece segundos… pero no nos quejábamos.
Yo miraba asombrado, con la boca abierta, mientras trataba de asimilar el hecho de que a pocos metros de mí acababa de ocurrir un acontecimiento histórico en las MMA y en el deporte irlandés. Alrededor de mí, el estadio era un pandemonio, y yo no tardé en participar en él, pero tardé un rato en asumir la importancia de lo que había ocurrido. Nunca es agradable ver machacado a un luchador, y menos a un campeón legendario como Aldo. Pero el logro de Conor era simplemente fenomenal. ¿Se ha hecho alguna vez una exhibición mayor en la UFC? Lo dudo. Conor ya no tenía que aguantar más aquella palabra que no le gustaba. Ahora era indiscutible.
Después de que el nuevo campeón fuese coronado oficialmente y volviéramos al vestuario, busqué una sala tranquila y me tumbé en el suelo. Orlagh puede ser muy sigilosa con su teléfono, y captó el momento. En un momento así, es difícil evitar pensar en el recorrido. Pensé en cuando me pegaron en Rathmines; en cuando pinté aquel pequeño cobertizo de Phibsboro un día de calor abrasador; en Dave Roche y en todos los compañeros de entrenamiento de los tiempos en que apenas sabíamos lo que estábamos haciendo; en cuando no tenía ni un penique porque invertía todo lo que ganaba en mi educación en artes marciales; en las duras noches de trabajar de portero; en lo que lloré cuando falló el proyecto del gimnasio de Tallaght; en cuando me echaron a patadas de Rathcoole; en todas las pérdidas y los reveses. Durante la mayor parte de este viaje, lo más conveniente habría sido tirar la toalla. Pero no hay camino fácil para los sitios a los que vale la pena llegar.
Disfrutamos de las celebraciones, por supuesto, pero en conjunto había sido una noche agridulce para el SBG. Al principio de la velada de UFC 194, Gunnar Nelson había sufrido una aplastante derrota contra Demian Maia. Poco después de la victoria de Conor, mis pensamientos se centraron en Gunni. Siempre ha ocurrido que tengo que reflexionar sobre una derrota incluso en nuestras noches más triunfales. Si hay nueve victorias y una derrota, es la derrota la que me consume después. No estaba seguro de cómo iba a reaccionar Gunni —casi estaba esperando que me dijera que dejaba las MMA—, pero cuando, al cabo de un par de días, nos sentamos a hablar para reflexionar sobre la pelea, sus palabras fueron música para mis oídos.
—Nunca he estado más seguro de que voy a ganar ese cinturón del peso welter. Estoy cien por cien convencido. Esto me encanta. No quiero hacer nada más. Voy a ser campeón.
Me alegró muchísimo oír a Gunni decir eso. Reconoció inmediatamente que la derrota era una valiosa lección y ya estaba entusiasmado por llevar a la práctica lo que había aprendido. Aquello indicaba un auténtico cambio en su mentalidad, porque su respuesta a la derrota ante Rick Story no había sido tan positiva, ni mucho menos. Gunni habría podido reaccionar a la derrota ante Maia diciéndose que su contrincante era mucho mejor que él y que no tenía sentido seguir siendo luchador, pero en cambio decidió concentrarse en el hecho de que había resistido tres asaltos sin que le hiciera abandonar el que probablemente es el mejor practicante de jiu-jitsu brasileño que hay en las artes marciales mixtas. Hubo ocasiones en las que habría podido abandonar, probablemente la mayoría de los luchadores lo habría hecho, pero Gunni había perseverado. Sí, había cometido errores físicos en la pelea, pero ninguno de ellos era irremediable. Y dado que es diez años más joven que Demian Maia, Gunni tiene mucho tiempo para rectificar sus errores.
No había tenido muchas navidades en 2014, porque Conor estaba preparándose para su combate con Dennis Silver. Lo compensé en 2015 pasando diez días en España con mi familia. Normalmente, cuando me subo a un avión es para algo relacionado con las MMA, así que esta era una novedad muy bien recibida. No se habló de luchas en todas las vacaciones, y aquello era justo lo que necesitaba.
Sabía que en cuanto me bajara del avión, al regresar a Dublín, Conor iba a emprender una campaña para hacer algo que no se había hecho nunca.