7

Como entrenador he tenido algunos éxitos en algunas áreas, pero una cosa que no conseguí en aquellos años fue convencer a Conor McGregor de que estudiara el arte del jiu-jitsu brasileño. Conor tenía una actitud muy indiferente en cuestión de lucha cuerpo a cuerpo. Solo entrenaba cuando yo le obligaba. ¿Para qué molestarse en forcejear cuando puedes tumbar a la gente de un golpe? Así era como Conor lo veía.

Después de que sus debilidades en este aspecto del oficio quedaran de manifiesto en su derrota ante Artemij Sitenkov, yo confiaba en que estuviera dispuesto a cambiar de actitud. Pero él se mantuvo desafiante. Conor estaba convencido de que jamás volvería a verse en la misma situación. Yo intenté lo mejor que pude hacerle ver la importancia de todos los aspectos de las artes marciales mixtas, pero él estaba seguro de que lo único que necesitaba para llegar a la cumbre era la potencia y la precisión de su mano izquierda. Cuando se recuperó del revés de Sitenkov con un par de victorias por KO técnico, esta creencia se reforzó aún más.

Con un currículum de 4-1, a Conor le ofrecieron una pelea en Cage Warriors para el sábado 27 de noviembre de 2010. Iba a ser un combate de pesos ligeros en el Neptune Stadium de Cork, contra un luchador invicto llamado Joseph Duffy, que acababa de terminar una temporada en The Ultimate Fighter, el reality show televisivo de la UFC. Duffy era muy competente en todos los aspectos del deporte y además tenía más experiencia que Conor, habiendo competido en diversas artes marciales desde muy joven, de modo que sabíamos que iba a ser un adversario muy difícil. En una jaula grande, para una de las principales compañías de Europa y ante las cámaras de televisión, aquel iba a ser el mayor combate de Conor hasta la fecha.

Duffy iba a pelear con Tom Egan en un combate de pesos welter no mucho antes de Cage Warriors 39. Iba a ser una velada poco importante en Donegal. Como hacemos en todos los combates profesionales, acudimos al pesaje veinticuatro horas antes de la pelea. Cuando Tom se presentó el día de la pelea por la tarde, el promotor insistió en que tenía que hacerse el pesaje el mismo día. Quería que Tom perdiera un kilo, pero yo no estaba dispuesto a meter a uno de mis luchadores en una sauna para perder peso pocas horas antes de recibir golpes en la cabeza. Así que aquel combate nunca tuvo lugar; pero como había visto a Duffy allí aquel día, sabía que era un tipo grande y que cuando se enfrentara a Conor iba a tener la ventaja del tamaño. Mientras Duffy estaba bajando del peso welter, Conor estaba subiendo desde el peso pluma.

A los veinte segundos, Conor le sacudió un tremendo golpe en la cabeza, que abrió una visible herida sobre el ojo de Duffy. Pero Duffy consiguió contrarrestar el ataque de Conor derribándolo con una zancadilla. Dieciséis segundos después de que la espalda de Conor tocara la lona, el combate había terminado. Como le había ocurrido con Sitenkov, Conor no dominaba la lucha cuerpo a cuerpo lo suficiente para desenvolverse cuando la pelea pasaba al suelo, y Duffy no tuvo dificultad para lograr el abandono con una estrangulación triangular de brazo. En total, la pelea había durado 38 segundos.

Cuando volvíamos a Dublín después de la pelea y Conor y yo nos marchamos cada uno por su camino, era difícil evitar la sensación de que probablemente no iba a volver a verlo. En vista de cómo había reaccionado a su única derrota anterior, esperaba que desapareciera de nuevo. Y esta vez no pensaba ir a buscarlo.

Cuando llegué al gimnasio el lunes por la mañana y encontré a Conor en las colchonetas, me llevé una tremenda sorpresa. Solo treinta y seis horas después de ser derrotado, ya estaba de vuelta en el gimnasio y dispuesto a corregir fallos. Tuvimos una charla y Conor reconoció que, aunque estaba muy decepcionado con el resultado, no estaba desesperanzado ni mucho menos.

—Joder, estas cosas pasan. Sé en qué me equivoqué y sé que tú puedes enseñarme a corregirlo. Vamos a ello —insistió.

Esta vez, la única reacción de Conor fue volver al tajo y perseverar. A partir de aquel día, no volvió a preocuparme el interés de Conor por la lucha cuerpo a cuerpo. A los pocos meses había empezado a apreciar todo lo que tienen de bueno el JJB, la lucha libre y otras formas de lucha cuerpo a cuerpo. No había manera de pararlo. Nunca tenía bastante.

Joseph Duffy había triunfado donde yo había fracasado. Él fue el responsable de que Conor aceptara que la lucha cuerpo a cuerpo no es una parte optativa de las MMA. Siempre le estaré agradecido a Joe por esto. En mi opinión, aquel lunes fue el primer día de Conor McGregor como luchador profesional de MMA. Para entonces, Conor ya llevaba cuatro años siendo miembro del equipo del SBG, pero aquella fue la primera vez que supe que iba a tener una larga carrera. Fue como un punto de inflexión. Seguía exudando los mismos niveles de confianza, pero al mismo tiempo aceptaba que tenía mucho trabajo que hacer si quería ser el mejor. El que reconociera que había cosas que tenía que mejorar era una clara señal de lo mucho que había madurado desde la primera vez que vino al gimnasio. Más vale tarde que nunca.

En la actualidad, si alguien viene al SBG con experiencia en la lucha a golpes y dice que no le gusta la lucha cuerpo a cuerpo, lo llevo aparte y le digo que eso no va a funcionar. Me parece bien que la lucha cuerpo a cuerpo no sea tu parte favorita de las artes marciales mixtas, pero no puedes prescindir de ella. Si lo haces, el deporte de las MMA no es para ti. Si tienes aspiraciones de llegar lejos, no puedes elegir las partes del oficio en las que quieres concentrarte. No permito que nadie diga: «Detesto la lucha cuerpo a cuerpo». Hago que se corrijan y digan: «Aunque la lucha cuerpo a cuerpo no es ahora mismo mi aspecto favorito de las MMA, estoy deseando aprenderla y mejorar». Creo que nos convertimos en lo que constantemente decimos que somos, de modo que las palabras que utilizamos son importantes.

Conor demostró su compromiso aceptando una pelea para febrero, once semanas después de su derrota ante Duffy. Era un encuentro de pesos pluma, lo que significaba que tenía que controlar su peso durante las navidades, una tarea nada fácil. La decisión de Conor fue otra clara señal de que su actitud había cambiado por completo como consecuencia de lo que había pasado en Cork. Trabajaba en todos los aspectos del oficio para prepararse para la siguiente pelea, que iba a tener lugar en Derry contra Hugh Brady. Por fin estaba dispuesto a respetar todas las facetas de las artes marciales con el fin de lograr sus objetivos. Tras derribar a Brady con un uppercut, Conor se dedicó a golpearlo en el suelo hasta que pararon el combate, a los dos minutos y treinta y un segundos del primer asalto.

En la primera mitad de 2011, Conor peleó cuatro veces en otros tantos meses. Las cuatro peleas terminaron en victorias por KO o KO técnico, tres de ellas en el primer asalto. Uno de aquellos combates duró solo dieciséis segundos, un proceso bastante largo en comparación con el siguiente, que terminó por KO a los cuatro segundos. Dado que Conor estaba utilizando su pegada para obtener aquellas victorias, podría parecer que seguía siendo un boxeador sin experiencia en el suelo. Pero entre las cuatro paredes del SBG de Long Mile Road estaba trabajando sin descanso, todos los días, en la lucha cuerpo a cuerpo, e iba mejorando rápidamente.

Aquella racha de victorias le valió a Conor un contrato para cinco peleas en Cage Warriors. Tras la decepción de su primer combate para ellos, en septiembre de 2011 tuvo una oportunidad de enmendar el daño. Viajamos a Ammán, Jordania, para la Cage Warriors Fight Night 2, donde íbamos a enfrentarnos a Niklas Bäckström, un luchador sueco imbatido que se había ganado una gran reputación. Aisling Daly y Cathal Pendred estaban también en el cartel.

Aterrizamos en Ammán cuatro días antes de la pelea. Cuando bajé del avión, en mi teléfono había un mensaje avisándonos de un cambio de planes. Bäckström quedaba fuera. Al parecer, se había caído y se había roto un brazo al correr para tomar un tren en el aeropuerto. Como alternativa, podía haber una pelea de pesos ligeros contra un noruego, Aaron Jahnsen, que estaba dispuesto a hacer de sustituto de última hora. «Ningún problema», fue nuestra respuesta. Era un anticipo de lo que le esperaba a Conor, que pronto se iba a acostumbrar a que sus adversarios se retiraran de las peleas.

Siempre les he dicho a mis luchadores que nunca se obsesionen demasiado con su contrincante, porque no se puede dar nada por seguro hasta que te encuentras cara a cara con él la noche del combate. Algunas veces, después de dos o tres cambios de contrincante, un luchador frustrado ha entrado en mi despacho para decir que ya no quiere participar en el combate porque hay demasiado lío. Yo nunca he entendido esta actitud. Tu adversario va a ser siempre un ser humano que pesa más o menos lo mismo que tú, con una cabeza, dos brazos y dos piernas. Recuerdo los preparativos para una de mis peleas, cuando el promotor no paraba de telefonearme para comunicarme un cambio de adversario tras otro. Al final le pedí que dejara de llamarme.

—Estaré allí esa noche —dije—. Lo único que necesito saber es que va a haber un contrincante en la jaula conmigo.

Esta es una actitud que he transmitido a mis luchadores, porque las retiradas de última hora son una parte del juego a la que tienes que acostumbrarte. Nuestra filosofía es que el adversario no importa, porque solo podemos controlar nuestras propias acciones, así que manos a la obra. Si el contrario es particularmente experto en un campo, por supuesto que tienes que asegurarte de estar preparado para ello. Pero perder tiempo obsesionándose suele ser perjudicial para tus preparativos.

La principal ventaja que obtuvo Conor del cambio de adversario fue que él ya estaba casi en el peso cuando llegamos a Jordania. Se había preparado para un combate de 66 kilos y ahora iba a competir a 72. Las cosas no eran tan fáciles para su contrincante, que tenía que perder ocho kilos debido a la llamada de urgencia. A Conor le encantó poder relajarse al sol en la mañana del día del pesaje, mientras Aaron Jahnsen corría por el borde de la piscina con ropa de sauna, con el fin de perder peso.

—Mira ese tipo —decía Conor, riendo—. ¿Le digo que venga corriendo aquí y me traiga un vasito de agua con hielo y una sombrillita?

Sin embargo, no nos tomábamos a Jahnsen a la ligera. Era un nórdico grande, intimidante, duro como un clavo, que hacía que Conor pareciera pequeñito. Y en la noche de la pelea puso al público de su parte al ondear una bandera jordana camino de la jaula.

Esta era sin duda la mejor ocasión en la carrera de Conor hasta entonces. El combate tenía lugar ante un par de miles de personas, en una cancha nuevecita al otro lado del mundo, y Setanta Sports lo iba a televisar en directo para Irlanda. Además, tenía mucha presión para quedar bien, dado que su último combate en Cage Warriors había terminado en derrota. Pero la presión no era problema; apenas la sentía. Como luchador joven y ambicioso, aquel era exactamente el tipo de entorno en el que Conor quería estar.

El punto fuerte de Jahnsen era la lucha cuerpo a cuerpo, pero a mí ya no me preocupaba la capacidad de Conor para hacerle frente. Había visto lo mucho que se había esforzado desde que había perdido con Joseph Duffy y sabía lo mucho que había cambiado. En la pelea con Duffy, él estaba saltando y dando golpes y hubo una sensación de pánico cuando lo derribaron. No estaba cómodo. La lucha con Jahnsen fue todo lo contrario. Conor no tenía prisa. Relajado y concentrado, estaba disfrutando de estar allí. Saboreando la experiencia.

Jahnsen hizo todo lo que se puede esperar de un tipo que se enfrenta a Conor McGregor. Lanzó unas cuantas patadas altas con la pierna derecha, que suelen ser peligrosas para un boxeador zurdo como Conor, pero no llegó a impactar. También se le daban bien los agarrones e hizo varios intentos de derribo muy potentes, pero todo aquello fue anulado con facilidad. Jahnsen era un adversario duro con bastante ventaja de peso, pero Conor hizo que pareciera fácil derrotarle con un KO técnico en el primer asalto.

Aquel combate demostró lo mucho que Conor había madurado en menos de un año, y ofreció una visión anticipada del luchador en el que poco a poco se iba a convertir. Era mucho más paciente al descargar sus golpes, mientras que antes casi parecía que tuviera prisa. También se notaba que había mejorado mucho en la lucha cuerpo a cuerpo. Parecía relajado cuando tuvo que contrarrestar un fuerte intento de derribo a los treinta segundos. Conor se mantuvo en pie mientras Jahnsen lo empujaba hacia atrás contra la jaula. En los abrazos, Conor se desenvolvía cómodamente, sin la sensación de pánico que se podría haber dado antes en esa situación. Estaba poniendo en práctica lo que había hecho en el gimnasio, así que no había motivos para preocuparse. Sabía lo que tenía que hacer. Su contrincante era duro, pero Conor hizo que pareciera fácil. Tras recibir unos cuantos golpes fuertes, Jahnsen se cubrió y Conor siguió golpeándole. El combate se detuvo a los tres minutos y veintinueve segundos del primer asalto.

Conor se estaba convirtiendo en un luchador de MMA más refinado, que desplegaba una amplia gama de habilidades. Ya no se basaba exclusivamente en aquella mano izquierda. No había poción mágica ni receta secreta. Los pasos de gigante que estaba dando se debían al trabajo duro y a nada más. Conor estaba haciendo las cosas correctas del modo correcto en el gimnasio, y se le premiaba por ello en la jaula.

Como entrenador de MMA, entrenar a tus luchadores para competir no es tu única tarea. Ni mucho menos. Tienes que cargar con muchas responsabilidades. Una de tus múltiples tareas es hacer de niñera, cosa que he tenido que hacer varias veces a lo largo de los años. Una de aquellas ocasiones tuvo lugar en Jordania, en la velada de Cage Warriors Fight Night 2.

Conor McGregor nunca había peleado fuera de Irlanda, y Cathal Pendred (que empató en su pelea con Danny Mitchell) nunca había competido más allá de Gran Bretaña, de modo que daban mucha importancia a la experiencia. Después de haber volado a través de medio mundo hasta un hotel de lujo, los chicos querían sacarle el máximo partido a la hospitalidad. (Aisling Daly —que solo necesitó veinte segundos para hacer abandonar a Angela Hayes— ya había peleado dos veces en Estados Unidos, así que estaba menos nerviosa). En cuanto pasaron el pesaje, Conor y Cathal no dejaron en paz al personal del restaurante con sus peticiones al servicio de habitaciones. Y el día siguiente a las peleas lo dedicaron a probar la carta de cócteles al borde de la piscina.

A la mañana siguiente, cuando nos marchamos del hotel, los dos muchachos habían acumulado una factura considerable con sus extravagancias. Yo, que todavía no sabía nada, estaba esperando en un coche a la puerta del hotel, con Aisling y Philip Mulpeter, otro excelente luchador del SBG que estaba allí para echar una mano en el rincón. Cuando Conor y Cathal entraron en el coche que nos iba a llevar al aeropuerto, parecían un poco avergonzados y estaban sorprendentemente callados. Solo llevábamos un par de minutos de trayecto cuando sonó el teléfono del conductor. Tras una breve conversación en árabe con el que llamaba, el conductor colgó el teléfono, paró el coche, se volvió hacia nosotros y dijo:

—Hotel. Gran factura. Comida. Cerveza. Mucha cerveza. Dinero que pagar. ¿Son ustedes?

Fue entonces cuando Conor y Cathal se explicaron.

—Creíamos que toda la comida y bebida iba por cuenta de la casa, así que Cathal y yo hemos estado tomando piñas coladas como si fuera el fin del mundo —dijo Conor.

Se habían dado cuenta de que estaban equivocados cuando fueron a devolver las llaves de su habitación. Los dos habían conseguido escabullirse discretamente de la recepción sin abonar la factura, pero el hotel no estaba dispuesto a dejarles escapar tan fácilmente.

—Vale —dije—. Vamos al hotel para que arregléis esto.

Los chicos me suplicaron que lo dejara pasar. Habían gastado tanto que les iba a costar casi todo lo que habían ganado con sus peleas, que eran unos mil euros por cabeza. Pero aquello era problema suyo. Le dije al conductor que diera la vuelta y volviera al hotel. Conor y Cathal pagaron su factura y, enfurruñados durante todo el viaje de regreso a Irlanda, apenas me dirigieron la palabra.