6
Mantener vigilado a Conor McGregor no era, ni mucho menos, la única dificultad que tuve que afrontar en 2008. Después de casi dos años en Rathcoole, nos habíamos acomodado bien en el nuevo gimnasio. A pesar de estar situado en la periferia, el número de miembros seguía aumentando, sobre todo con grupos de jóvenes.
Y de pronto me vi golpeado por una adversidad inesperada que me llevó más cerca que nunca de tirar la toalla.
Una mañana, mirando el correo en mi despacho, encontré una carta del propietario del edificio. Era breve e iba al grano. A los negocios contiguos en la nave industrial no les gustaba que entraran y salieran chavales del gimnasio. Les preocupaba que alguno de ellos fuera atropellado por una furgoneta o una carretilla elevadora. Cuando lo pienso ahora, tenían toda la razón: era fácil que ocurriera un accidente. Pero en aquel momento, pensando en las consecuencias para el gimnasio, no lo vi de esa manera.
Me daban una semana para desalojar el local. Me quedé mirando la carta sin podérmelo creer. Encontrar el local de Rathcoole había sido tremendamente difícil, y menos de dos años después nos volvíamos a ver en la misma situación: buscando un nuevo lugar.
La verdad es que yo no estaba seguro de poseer la energía mental necesaria para pasar otra vez por todo aquello. Mi padre me ayudó a buscar un nuevo local, pero puse poco entusiasmo en la búsqueda. Afortunadamente, conseguimos convencer al propietario del edificio de que nos concediera unas cuantas semanas más de plazo, para poder seguir funcionando mientras buscábamos un nuevo local, pero yo sentía que solo estábamos posponiendo lo inevitable. Parecía que me estaba acercando a una encrucijada de mi vida.
Mis padres, aunque todavía no les convencía todo aquel asunto de las MMA, habían visto cuánto esfuerzo había invertido y me apoyaron durante aquella época difícil, pero en el fondo seguían siendo partidarios de que le sacara partido a mi título de ingeniería. Yo empezaba a entender su manera de pensar. Nunca había esperado hacerme rico con las MMA, pero había creído que podría ganarme la vida haciendo algo que me encantaba. Siete años después de abrir mi primer gimnasio, parecía que estaba de vuelta en la casilla de salida. Si, habíamos recorrido un largo camino y teníamos varios luchadores muy prometedores en el equipo, pero la realidad de mi situación era que tenía treinta y un años y un título de ingeniero, pero ninguna perspectiva de futuro clara y ni un céntimo en mi cuenta bancaria. Cuando evaluaba los pros y los contras de continuar mi carrera de entrenador de MMA, los contras pesaban mucho más que los pros. Por primera vez en mi vida, abrí el periódico por la sección de ofertas de trabajo y consideré mis opciones.
Harto y sin motivación, estaba a punto de renunciar por completo cuando me informaron de un posible local en Long Mile Road. Necesitaba un salvavidas, y podía ser aquello. No sabía si el local iba a ser adecuado, pero era el primer avance positivo en tres meses desde que habíamos dejado Rathcoole, así que me aferré a la esperanza de que pudiera salir algo bueno de todo aquello. Fui a echar un vistazo y llevé a mi padre conmigo.
—Este sitio es un basurero —dijo.
Y lo dijo antes de ver el árbol que creía al fondo del local. ¡Un árbol! ¡En un recinto cerrado! ¿Cómo era posible? Al parecer, el sitio había sido una serrería y había estado desocupado durante muchos años. Era absolutamente asqueroso. Pero era un espacio disponible, y yo recuperé el optimismo inmediatamente. Mi padre no veía que aquello pudiera funcionar, y yo procuré tranquilizarlo.
—No está tan mal. Esto se arregla con una buena limpieza, una capa de pintura y un leñador.
—¡Por Dios, John! Hay hongos en las paredes.
Una ventaja evidente que tenía el sitio era que estaba mucho más cerca del centro de la ciudad. Pero eso también tenía un precio. Yo ya debía 25 000 euros, porque había pedido un crédito para Rathcoole. Trasladarnos a Long Mile iba a suponer pedir otros 15 000. Para ello, el banco necesitaba alguien que actuara como aval. Evidentemente, mis padres tenían fe en mí, porque dieron un paso adelante cuando los necesité, jugándose su casa en el proceso.
Con un crédito de 40 000 euros que pagar, firmé un contrato de alquiler para trasladar al mejor equipo de MMA de Irlanda a una vieja serrería, tan húmeda que tenía un árbol dentro. Puede que no parezca algo apasionante, pero después de un fin de semana de limpieza estuve preparado para dar un último empujón y encarrilar de nuevo el SBG Irlanda. En los dos días siguientes, casi todos los sesenta miembros aportaron su granito de arena para hacer que aquel sitio pareciera un gimnasio. Cada vez que el gimnasio ha cambiado de emplazamiento, la gente ha permanecido a mi lado, además de ayudar a montar la nueva versión del SBG. Les estoy eternamente agradecido por su increíble lealtad.
También mis padres, mi hermana y mi hermano contribuyeron enormemente a la limpieza y pintura. En cuando trajimos a alguien para quitar el árbol, la verdad era que el sitio tenía buena pinta: parecía un gimnasio en el que podríamos lograr éxitos.
Poco después de instalar nuestro campamento en Long Mile Road se presentó una gran oportunidad. Por primera vez, la UFC anunció que iba a celebrar una velada en la República de Irlanda. En el evento, que iba a tener lugar en Dublín el 17 de enero de 2009, participarían leyendas como Dan Henderson, Rich Franklin, Mauricio Rua y Mark Coleman.
Era un enorme avance para las MMA en Irlanda. La UFC había estado en Belfast dieciocho meses antes, pero casi todos lo vieron como otro acontecimiento en Reino Unido. Era importante que la UFC reconociera que tenía cada vez más fans en el resto de Irlanda. Desde su primer evento en 1993, la UFC se había convertido en la mayor organización mundial de artes marciales mixtas. Era adonde todos los luchadores aspiraban a llegar. En Irlanda, las MMA eran todavía un deporte minoritario, pero aun así la UFC había decidido venir. Era una enorme oportunidad para el SBG Irlanda.
Yo sabía que la UFC iba a buscar algún luchador local para competir en la velada. Tal como yo lo veía, no había ni sombra de duda de que el hombre adecuado era Tom Egan. Con veinte años de edad y habiendo luchado —y ganado— solo cuatro veces, Tom aún tenía muy poca experiencia. Hasta entonces solo había competido en sitios pequeños, y el salto a la UFC sería tremendo. Era correr un gran riesgo, pero yo estaba convencido de que valía la pena correrlo. Si la UFC buscaba un luchador que representara las artes marciales mixtas irlandesas, nadie tenía más posibilidades de hacer un buen trabajo que Tom.
Cuando se anunció que la UFC 93 iba a tener lugar en el O2 Arena, conseguí averiguar cómo ponerme en contacto con Joe Silva, el programador de la UFC. Durante semanas lo bombardeé con e-mails, explicándole por qué Tom Egan era el luchador que él necesitaba para representar a Irlanda.
Por fin me respondió: «¿Quieres meter en la UFC a un tío con solo cuatro combates?».
«Vais a meter en el cartel el debut de un luchador irlandés —respondí—. Confía en mí, llevo en el mundillo irlandés más tiempo que nadie, y te puedo asegurar que Tom Egan es el mejor luchador del país».
Aunque aún tenía que madurar en la lucha cuerpo a cuerpo, Tom estaba tan preparado como el mejor luchador de Irlanda en aquella época, y su pegada era particularmente impresionante. Era joven, carismático y podía mantener el tipo ante una cámara de televisión. A mí me parecía que todo aquello tenía que convencer a la UFC.
Pocos días después, Joe se puso en contacto conmigo para decir que la UFC le ofrecía a Tom Egan un contrato para cuatro peleas, empezando por la de UFC 93. Aquella era la buena noticia. La mala noticia era que el adversario de Tom era dinamita. John Hathaway era un peso welter inglés imbatido, y aunque también él hacía su debut en la UFC, Hathaway tenía mucha más experiencia, habiendo arrasado en Reino Unido hasta acumular un historial de 10-0. Pero lo más importante era que era un monstruo en la lucha cuerpo a cuerpo.
Tom y yo habíamos confiado en un combate con Don Hardy, que había debutado en la UFC pocos meses antes. Hardy, lo mismo que Tom, era sobre todo un pegador. Hathaway, en cambio, iba a someter a Tom a una dura prueba en una fase muy temprana de su formación como luchador de artes marciales mixtas. Aun así, aceptamos el desafío y nos preparamos para dar un espectáculo. Tom iba a aparecer como una especie de mascota irlandesa, pero estábamos decididos a demostrar que se merecía la oportunidad.
Tener a la UFC en Dublín fue una experiencia asombrosa. Por primera vez, las MMA salían en las noticias de Irlanda. La organización hizo una gran campaña promocional, y las entradas —algo menos de diez mil— se vendieron en menos de dos semanas. Antes de convertirse en el primer luchador de la República de Irlanda que competía en el famoso octágono de la UFC, Tom tuvo que cumplir una frenética agenda de citas con los medios para promocionar el evento. Pero aquello no era ningún problema para nosotros. Era lo que nos habíamos estado esforzando por conseguir, así que procuramos pasárnoslo bien. Parecía irreal ver a Tom en conferencias de prensa y sesiones fotográficas con algunas de las mayores figuras del deporte. Hubo mucho alboroto en Dublín aquella semana, con personajes como el presidente de la UFC, Dana White, en la ciudad. Era la primera vez que veíamos la primera división. También era muy emocionante tener equipos de televisión de la UFC en nuestro pequeño gimnasio de Long Mile Road. Era divertido, y además muy beneficioso desde el punto de vista comercial. Conor McGregor se lo estaba pasando como nunca, y se pasó toda la semana haciéndose selfies con las leyendas de la UFC que estaban en Dublín.
Cuando por fin llegó la noche del combate e hicimos aquel primer recorrido hacia el octágono, el ruido que hacían los aficionados irlandeses era absolutamente ensordecedor. Yo había ayudado a Matt Thornton en el rincón cuando Rory Singer luchó en la UFC en Belfast en 2007. Pero ahora se trataba de uno de mis luchadores, y era una ocasión mucho más importante para mí. La UFC había sido la causa original de que yo me interesara por este deporte. Poco más de doce años antes, yo estaba estupefacto viendo por primera vez cómo peleaban aquellos tíos en aquel octágono. Ahora, un luchador que había entrenado iba a convertirse en uno de ellos. Pensar en esto resultaba abrumador, de modo que intenté relegarlo al fondo de mi mente.
De pie junto a la jaula, detrás de Tom, mientras Bruce Buffer lo presentaba a la multitud —«Desde DUBLÍN, IRLANDA…»— tuve que resistir el impulso de pellizcarme. Durante años había visto a Bruce rugir los nombres de luchadores de Estados Unidos, Brasil y otras partes del mundo, pero ahora le tocaba el turno a un irlandés. Un irlandés que formaba parte de un equipo que había nacido en un pequeño cobertizo en Phibsboro solo seis años antes.
En cuanto a la pelea en sí, no vale la pena edulcorarlo. Hathaway consiguió bajar a la lona, dominar en la posición superior y a base de golpes forzar que pararan el combate cuando quedaban veinticuatro segundos del primer asalto. En cuestión de estilo, era uno de los adversarios más difíciles que podrían haberle encontrado a Tom. Con un poco de suerte, tal vez las cosas habrían sido diferentes. Simplemente, no estaba preparado para un tipo con aquel nivel de lucha cuerpo a cuerpo. No era en absoluto humillante perder con John Hathaway, que después lo hizo sumamente bien en la UFC y ha tenido la mala suerte de ver interrumpido su progreso debido a las lesiones.
A pesar de la derrota, nadie se sintió abatido. No conseguimos ganar, pero habíamos aprendido una barbaridad. Después de meter a uno de mis luchadores en la UFC, me di cuenta de que, aunque todavía no estábamos a aquel nivel, desde luego estábamos muy cerca. Hasta aquel momento, nos parecía que los luchadores establecidos de la UFC estaban en un pedestal, mirando desde arriba a los equipos pequeños como el nuestro. Lo que me enseñó la UFC 93 fue que no íbamos a tardar mucho en ponernos a su altura. No necesitábamos romper el modelo y empezar desde cero. Me había preguntado a mí mismo si necesitaríamos entrenar en América para ascender al siguiente nivel, pero ahora creía que, si seguíamos haciendo lo que habíamos estado haciendo hasta entonces, pronto llegaríamos a la cima.
Había estado analizando a los otros equipos. Durante toda la semana, en las salas de calentamiento, entrenando con algunos de los chicos de otros gimnasios y observándolos en las colchonetas, me di cuenta de que no tenían nada de extraordinario. Vale, nosotros íbamos un poco por detrás, pero era simplemente porque ellos llevaban más tiempo entrenando. No había absolutamente nada intimidante en lo que ellos hacían.
También me pareció que el ambiente familiar que nosotros teníamos era algo que le faltaba a los demás equipos. Nuestro equipo era básicamente un grupo de chavales locos de alrededor de los veinte años de edad. Varios de nuestros luchadores más prometedores eran chicos que habían ingresado en el gimnasio muy recientemente: tíos como Cathal Pendred, Chris Fields, Paddy Holohan y Artem Lobov. En realidad, el equipo de lucha del SBG estaba empezando a florecer y muchos observadores me decían que tenía en mis manos una generación dorada de jóvenes luchadores. Cuando competíamos con otros gimnasios, mis luchadores machacaban a sus contrincantes. Supongo que aquello me hizo comprender que tal vez estuviéramos haciendo las cosas de manera algo diferente, y mejor. La situación en el gimnasio era la del «acero que se afila con acero», con todos los del equipo haciendo avanzar a los demás. Todos mis luchadores tiraban en la misma dirección, y aquello mantenía unos estándares altos. Tal como yo lo veía, estábamos toda la semana preparándonos en el laboratorio, y en las veladas de los sábados por la noche hacíamos los experimentos. Con mucha frecuencia, los resultados eran estimulantes.
En los días que siguieron a la UFC 93, no paraba de decirme a mí mismo: «Algún día vamos a ser importantes en la UFC, y ese día no está muy lejos».
A Tom Egan le habían hecho un contrato para cuatro combates, pero la UFC se deshizo de él después de aquella derrota. ¿Fue una mala jugada? Se podría ver de las dos maneras, pero a mí no me sorprendió. Los contratos por cuatro combates son lo normal para luchadores que entran en la UFC, pero esto se hace en beneficio de la organización, no del luchador. En realidad no te garantizan cuatro peleas. Si resulta que eres una superestrella, la UFC te tiene atado; pero si no funcionas, se pueden librar de ti sin ofrecerte un segundo bocado del pastel. Por desgracia, Tom no tuvo otra oportunidad, pero había abierto una brecha para que sus compañeros de equipo.
La UFC 93 no hizo más que acrecentar mi deseo de éxito. Al final de aquella semana, yo estaba mucho más fuerte que al principio. Ahora que sabíamos cómo entrar en la UFC, el siguiente paso era asegurarse de que la siguiente persona que traspasase esa puerta tuviera lo necesario para quedarse allí.