10

Supongo que es bastante paradójico que, aunque lo primero que me atrajo de las artes marciales fue la serenidad de las clases de karate, gran parte de mi actividad actual se centra en el show business de la Ultimate Fighing Championship. Grandes estadios, multitudes vociferantes, música ruidosa, luces intensas… Una velada de la UFC es todo lo contrario de aquel tranquilo y sosegado ambiente del dojo que experimenté por primera vez a los cuatro años. A pesar de ello, nunca me ha resultado difícil concentrarme en mi tarea. Sí, cuando salgo a la palestra detrás de Conor McGregor y los fans se vuelven locos, nos envuelve una tremenda cacofonía de ruidos. Al principio es como si te dieran un puñetazo en la barriga. Pero cuando estoy junto a la jaula y es hora de trabajar, puedo decir sin mentir que nunca soy consciente de la presencia de una multitud, ya sean miles de personas en un gran estadio norteamericano o un par de centenares en un local de la Asociación Atlética Gaélica de Dublín. Lo único que veo y oigo es lo que está ocurriendo en la jaula. A pesar del ruido que hacen los aficionados, siempre he sido capaz de proyectar la voz sin tener que gritar. Mis luchadores me han dicho muchas veces que, por mucho público que haya, ellos siempre me oyen por encima de todo el ruido. Parece algo casi íntimo. Solo estamos yo, mi luchador y el problema que tenemos delante. Es como si simplemente estuviéramos charlando sobre cómo resolverlo.

Lo que es indudable es que dirigir a luchadores en veladas pequeñas durante tantos años me permitió cogerle el tranquillo a la rutina para cuando estuviéramos listos para la UFC. Cuando se cierra la puerta de la jaula, la situación es siempre la misma: mi luchador contra otro luchador. Todo lo demás —el local, el público, el ambiente, las consecuencias del resultado— es irrelevante. En el SBG Irlanda hablamos con frecuencia de esto. ¿Qué importa que la jaula esté en el gimnasio un día cualquiera o en un estadio de Boston o Las Vegas un sábado por la noche? Eso puede tener un efecto emocional o psicológico, pero solo si tú lo permites. Si te lo propones, es como si la pelea tuviera lugar en el mismo ambiente en el que has estado entrenando las seis u ocho semanas previas. Entiendo muy bien que mucha gente lea esto y piense que no es tan sencillo, y probablemente no lo es para el 99 por ciento de la gente. Pero los luchadores que más triunfan son los que aprenden a afrontar una pelea de la misma manera que la sesión de entrenamiento del martes por la tarde.

Mi primera experiencia real de una multitud verdaderamente enloquecida tuvo lugar en la segunda pelea de Conor McGregor en la UFC. Entre su último combate en Cage Warriors y su debut en la UFC, la masa de seguidores de Conor en Irlanda había aumentado espectacularmente. Pero aquello no fue nada en comparación con cómo se dispararon las cosas después de la victoria sobre Marcus Brimage. Se dijo que había sido una sensación instantánea, lo que no es correcto, porque el reconocimiento fue el resultado de años y años de trabajo duro. Pero a partir de entonces le resultaba difícil andar por la calle en Dublin sin que lo rodearan pidiéndole fotos y autógrafos. Todos los programas de televisión, emisoras de radio, periódicos y sitios web querían entrevistas. Conor aparecía habitualmente en las páginas traseras de los periódicos, e incluso en el Late Late Show. Esto no tenía precedentes para un luchador de MMA en Irlanda. Conor estaba abriendo caminos para el deporte en su país. Después de haber estado siempre en la periferia, las MMA empezaban a unirse al fútbol, el rugby y los deportes gaélicos en la primera fila del paisaje deportivo irlandés.

Ya iba siendo hora de delegar los compromisos comerciales y mediáticos de Conor en otra persona, porque aquel aspecto de su carrera necesitaba ya mucho más tiempo, experiencia y habilidad empresarial que lo que teníamos entre Halli Nelson y yo. Yo empezaba a necesitar un par de horas cada mañana solo para revisar mi correo y espigar entre las peticiones de entrevistas para encontrar mensajes importantes relacionados con la marcha cotidiana del gimnasio. Tiempo después, Conor puso la responsabilidad gestora en manos de Audie Attar y el equipo de Paradigm. Se hicieron cargo de todo lo que hacía fuera del gimnasio, lo que permitió a Conor maximizar su rentabilidad mientras él y yo nos concentrábamos en el trabajo oficial: ganar combates.

Tras su victoria sobre Brimage, la UFC estaba ansiosa por llevar a Conor al otro lado del Atlántico, y ¿dónde podría hacerse el lanzamiento mejor que en la capital irlandesa de Estados Unidos? Su siguiente enfrentamiento tendría lugar en Boston, contra Andy Ogle, el 17 de agosto de 2013. Dada la impresionante actuación de Conor en su debut, hubo muchas peticiones de que se le diera un contrincante de más categoría. Pero Ogle también era nuevo en la UFC y tenía un historial de 1-1 en el octágono. Siendo realistas, era un peso pluma del nivel más bajo. Es posible que aquello le fuera bien a la UFC en aquel momento. Todavía era pronto para Conor, y lo más probable es que no quisieran acelerar innecesariamente su progreso. Además, la posibilidad de que aplastara a un inglés iba a gustar al numeroso público irlandés que inevitablemente asistiría a la velada de Boston.

Seis semanas antes de la pelea, Ogle se retiró y Max Holloway ocupó su puesto. El cambio no significaba nada para nosotros. Holloway tampoco era una gran figura; tal como nosotros lo veíamos, no era más que otro tipo que había que tumbar en el camino hacia el título. Pero, en retrospectiva, el cambio vino bien. Después de enfrentarse a Conor, Holloway ganó ocho peleas seguidas, y en mi opinión se convirtió en el segundo mejor peso pluma de la UFC, así que para Conor fue un combate más importante de lo que parecía en aquel momento.

Por su parte, Conor ya opinaba que era una pérdida de tiempo enfrentarse a nadie que no fuera el campeón. Ya se consideraba a ese nivel, de modo que todas estas peleas intermedias eran una mera formalidad.

Fuera cual fuera el contrincante, el combate iba a ser un gran evento, porque era la primera vez que Conor competía en Estados Unidos. Como suele ocurrir en el negocio del espectáculo —del que la UFC sin duda forma parte—, entrar en el mercado norteamericano es una fase imprescindible del viaje hacia el éxito.

Conor necesitaba un visado de trabajo para competir en Estados Unidos, pero el proceso de solicitud empezó tarde —cuando faltaban unas cuatro semanas para la pelea— y obtener un visado laboral para Estados Unidos puede resultar bastante difícil en el mejor de los casos. Por razones que yo no entendía, la UFC nos indicó que el modo más rápido de resolverlo era volar a Canadá, pasar un par de días en Ottawa haciendo papeleo, y después volar desde allí a Las Vegas para hacer más papeleo. Al parecer, entrar en Estados Unidos por Canadá aceleraría el proceso. Faltando menos de un mes para la pelea, interrumpir la preparación para volar a Norteamérica —y después volver a Irlanda y dos semanas después cruzar otra vez el Atlántico hasta Boston— no nos parecía la mejor opción, pero había que hacerlo.

Poco después de aterrizar en Ottawa, la muela de Conor entró en acción de nuevo. Al parecer, la presión en la cabina de los aviones agravaba el problema. Tenía muchas molestias. Como habíamos hecho en Estocolmo, Conor y yo recorrimos Ottawa en busca de un dentista. Nunca olvidaré al tipo al que acabamos acudiendo. Me recordaba al doctor Nick de Los Simpsons, y llevaba una consulta muy cutre que se llamaba «No Más Dolor» y nosotros rebautizamos como «Más Dolor», porque no pudo hacer gran cosa por la muela de Conor. De hecho, estaba más interesado en hacerse fotos con Conor y llamar a sus amigos para hacerles saber que tenía una estrella de la UFC en su consulta. Aquello nos pilló por sorpresa, porque habíamos tenido la impresión de que la reciente fama de Conor estaba básicamente limitada a Irlanda. Y, sin embargo, estábamos en Canadá y un dentista se estaba comportando como si acabara de entrar Al Pacino: «¡Dios mío! ¡Es Conor McGregor en persona!».

En cuanto a la muela, me aseguré de que se la extrajeran después de la pelea con Holloway. Ya nos habíamos hartado de patearnos las calles de ciudades desconocidas en busca de dentistas.

Desde Ottawa volamos a Las Vegas para hacer más papeleo. Para Conor fue el primero de muchos viajes a Las Vegas, y le dio ocasión de pasar tiempo estrechando relaciones con jefazos de la UFC como Dana White y Lorenzo Fertitta. Conor y yo nos alojamos en el Palace Station Casino. Es un hotel muy básico, nada que ver con las suites del Red Rock a las que Conor se iba a acostumbrar con el tiempo. Después volvimos a Dublín para completar la preparación, y dos semanas después volamos a Boston.

Fue estupendo llegar a Boston. Además de ser un hogar lejos del hogar para los irlandeses, nos permitió reencontrarnos con Tom Egan. Tom se había instalado allí pocos años antes, y no habíamos estado en contacto en mucho tiempo. Desde su derrota en la UFC 93, había seguido peleando a buen nivel, aunque no había podido encadenar una racha de victorias que volviera a atraer la atención de la UFC. Además, estaba empezando a convertirse en un entrenador prometedor. Fue fantástico volver a verle. E incluso nos ayudó a encontrar un sitio donde entrenar los últimos días antes de la pelea. Entrenamos en el gimnasio de boxeo de Peter Welch, que era también donde Conor iba a recibir a los medios. Aquello fue interesantísimo, porque era la primera vez que los medios norteamericanos tenían acceso directo a Conor. Él estuvo sensacional y ellos lamieron el plato. El combate estelar en Boston era Chael Sonnen contra Maurício Rua, pero la mayor parte de la cobertura mediática se reservaba para Conor. Su pelea contra Max Holloway estaba todavía en la parte baja del cartel, pero no cabía duda de cuál era el enfrentamiento que más estaban deseando ver los aficionados.

El miércoles anterior a la velada, Conor y yo íbamos andando por una calle de Boston cuando noté un cambio en su actitud. Dejó de hablar a mitad de una frase y alzó los hombros como un perro que anticipa una pelea. Entonces me di cuenta de que un grupo de cuatro hombres venía hacia nosotros. No reconocí a ninguno de ellos, pero todos estaban mirando fijamente a Conor. Empecé a ponerme nervioso, pensando para mis adentros: «Vale, ¿qué demonios va a pasar aquí?»:

Cuando llegamos hasta ellos, nos dejaron un amplio espacio y pasaron de largo. Los dos grupos seguimos nuestro camino.

—¡Tío mierda! —dijo Conor, volviendo la mirada hacia ellos.

—¿De qué demonios iba todo esto? —pregunté.

—Es ese cabrón. Dice muchas gilipolleces.

El nombre que Conor mencionó no me sonaba de nada, pero me explicó que se trataba de un peso pluma de la UFC que también estaba en el cartel de Boston y que, al parecer, había hablado mal de Conor en una entrevista o en las redes sociales.

—Me faltó al respeto —añadió Conor—. Eso no me gusta. No me gusta nada.

Aunque solo había peleado una vez en su carrera en la UFC, muchos luchadores ya estaban metiéndose con Conor en los medios. Puede que estuvieran envidiosos de la publicidad que estaba recibiendo. De pronto parecía que se estaba ignorando a tíos que llevaban años en la UFC mientras que Conor, aquel gallito recién llegado, era el centro de todas las atenciones. Algunos expresaron su frustración hablando mal de Conor. Cuando lo hacían, Conor se lo apuntaba. Siempre. Si eres un luchador de la UFC que alguna vez dijo algo negativo de Conor, ten por seguro que ha tomado nota.

Esto no se aplica solo a los luchadores. Recuerdo que una vez Conor grabó una especie de vídeo-mensaje en plan «Buena suerte en el día de tu boda» para un amigo de un amigo de un amigo de Owen Roddy. Aquel mismo día, yo estaba charlando con Owen en mi despacho cuando Conor irrumpió en la sala.

—¡No mandes ese vídeo! —le gritó a Owen—. Acabo de darme cuenta de que sé quién es ese tío. Es un mierda.

Al parecer, el tipo que se iba a casar se había metido con Cathal Pendred en Twitter un par de años antes.

Siempre me ha gustado eso de Conor. Se lleva la parte del león de los elogios, la atención y el reconocimiento, pero si alguien habla mal de alguien del SBG, Conor se lo tiene en cuenta. Se preocupa por sus compañeros de equipo con una memoria de elefante. Si le menciono con quién va a pelear Paddy Holohan la próxima vez, Conor dice algo por el estilo de «He visto sus últimas peleas, de lo que tenemos que tener cuidado es…».

En el gimnasio, muchas veces se lleva aparte a sus compañeros y les da consejos. Conor es un gran tipo para tener a tu lado, un tipo estupendo de verdad.

En el TD Garden de Boston, antes de la segunda pelea de Conor en la UFC, me di cuenta de que algunos de los otros luchadores del vestuario estaban tomándole la medida a Conor. Diego Brandão era uno de ellos. Iba a tener que esperar su oportunidad.

Esa fue la primera ocasión en que un enorme convoy de fans de Conor viajó a Estados Unidos. Cuando pienso en lo lejos que está dispuesta a llegar la gente para mostrar su apoyo, me siento abrumado. Los aficionados irlandeses son increíbles. Con cada pelea, su presencia crece más. Y, desde luego, saben divertirse. A veces se los critica por pasarse de la raya con la juerga, pero muy pocas veces he encontrado tíos tan borrachos que molestaran. El ambiente es impresionantemente positivo y su apoyo es emocionante. Hay gente que se está gastando los ahorros de su vida para estar ahí. Eso me estimula y estimula a mis luchadores.

Cuando llegó el momento de que Conor saliera al octágono, no teníamos ni idea de lo que había planeado la UFC. Normalmente te llevan hasta la cortina que separa la zona de vestuarios de la del público. Y cuando te dan la señal, tú sales por detrás. Pero esta vez, después de salir del vestuario, nos pararon en la zona de seguridad del pasillo. La ropa de Conor estaba patrocinada por Dethrone Royalty, pero Conor llevaba la bandera tricolor sobre los hombros. Conor esperó a que le dijeran que saliera, con Tom Egan y yo detrás de él. Parecía que había mucho personal de la UFC por allí, y de pronto aparecieron ante nosotros un montón de cámaras. No se me había ocurrido hasta entonces, pero la UFC le estaba dando a Conor el tratamiento de salida prolongada y luces apagadas que se suele reservar para los luchadores del combate estelar de la noche. Otro acontecimiento sin precedentes.

Cuando Conor apareció, el ruido del público era ensordecedor. Parecía que todas las personas del estadio estaban ondeando una bandera irlandesa. Intenté mantener la calma, como si aquello no tuviera nada de particular, pero el estómago me daba botes.

Conor solo había peleado una vez en la UFC. Incluso para las más importantes estrellas y leyendas del deporte es raro tener una recepción como aquella. Pronto íbamos a descubrir lo que es participar en una pelea estelar de la UFC, pero aquello era un anticipo perfecto.

No tengo ni idea de lo que pasaba por la cabeza de Max Holloway al ver la entrada de Conor y darse cuenta de que, a pesar de ser un luchador norteamericano en Norteamérica, estaba a todos los efectos en territorio enemigo. Tuvo que ser un momento intimidante para aquel hawaiano de veintiún años, entonces el segundo luchador más joven de la UFC. Creo que desde los primeros instantes de la pelea parecía un tipo que intenta llegar al final como sea. No parecía que estuviera intentando ganar. Y digo esto como gran admirador de Max Holloway. Por lo general, Max es muy agresivo y se lanza hacia delante con una lluvia de golpes. Contra Conor se limitó a estar a la defensiva desde el principio. Estaba sumamente evasivo, se defendía con inteligencia y era difícil pegarle, pero ni una vez amenazó con ganar la pelea. Si observas aquel combate y lo comparas con otros de Holloway, la diferencia de actitud es muy evidente. Cuando mejor está Conor es cuando consigue animar a sus contrincantes a que vayan a por él, porque es muy bueno en el contraataque. No sabría decir si Holloway fue listo o tenía miedo, pero parecía que su única prioridad era sobrevivir. Es difícil acabar con un tío así.

Conor estaba completamente cómodo, dominando a Holloway en los golpes durante el primer asalto y medio, antes de derribarlo y continuar su dominación en el suelo. Al final del segundo asalto, cuando Conor se puso en pie para volver al rincón, me pareció notar que se le doblaba la rodilla izquierda. Era como si se hubiera tambaleado al ponerse en pie. Pero no dijo nada durante el descanso y yo no le pregunté. Me limité a animarle a que siguiera como hasta entonces.

—Estás muy guapo —le dije.

Ojalá no lo hubiera dicho, porque el micrófono de la TV lo captó y desde entonces la gente me ha estado gritando esa frase en todas partes. Me gustaría pensar que me están piropeando, pero por desgracia solo se están burlando de mí.

Al principio del tercer y último asalto, Conor optó otra vez por exhibir su habilidad para el derribo y la lucha cuerpo a cuerpo, y siguió controlando hasta el final. Pero no parecía él. Parecía tener problemas de movilidad, y tuve que suponer que la culpa la tenía una lesión. Cuando terminó la pelea, con Conor en una cómoda posición dominante y Holloway en guardia, se volvió hacia mí y sonrió.

—¿Qué? —pregunté.

—Tengo la rodilla mal.

Me puse en pie para entrar en el octágono. Cuando entré, Joe Rogan entraba también para hacer su entrevista poscombate. Durante la entrevista, Conor le dijo a Joe que había notado un chasquido en la rodilla cuando intentaba pasar la guardia de Holloway. Al terminar, Rogan se dirigió a mí y me dijo:

—Me parece que es el LCA.

La del ligamento cruzado anterior es una de las lesiones más graves que puede sufrir un luchador, pero yo me negué a aceptarlo y le quité importancia:

—No, seguro que no es nada de lo que haya que preocuparse.

Pero en el fondo tenía la fuerte sensación de que aquello no iba a ser nada bueno, y después en el vestuario empecé a estar muy preocupado. Por lo general, una lesión en el LCA mantiene a los luchadores inactivos durante al menos un año. Un paréntesis tan largo sería un duro golpe para la carrera de Conor. Le pregunté a Stitch Duran, que aquella noche trabajaba de cut man de la UFC, si podía atarle un paquete de hielo a la rodilla de Conor.

—¿Sabes qué? Si algún otro me hubiera pedido algo así, le habría mandado al cuerno, pero hago lo que sea por mis chicos irlandeses favoritos —dijo.

Después vino el médico e hizo algunas pruebas preliminares, pero le resultó imposible decir con exactitud cuál era el problema. Para conocer la gravedad de la lesión, Conor iba a necesitar una resonancia magnética.

Yo tenía que volar a casa al día siguiente, así que mientras me dirigía a Dublín, Conor iba a la Costa Oeste para ver a un especialista de Los Ángeles. Estaba tranquilo.

—Creo que es solo una lesión leve —dijo—. Tres o cuatro semanas y estaré listo para pelear en Manchester a finales de octubre.

Yo no compartía su optimismo. Cuando llegué a casa, me había resignado a que probablemente iba a pasar mucho tiempo antes de volver a hacer el paseíllo hasta el octágono con Conor.