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Para los libros de historia, agosto de 2013 fue el mes en que Conor McGregor obtuvo su segunda victoria en la UFC, pero también fue el mes en el que yo encontré el gimnasio de mis sueños. El local de Long Mile Road nos había servido bien, pero parecía que había llegado la hora de mejorar. El éxito de Conor empezaba a tener un efecto positivo en las afiliaciones, y yo confiaba en que el número siguiera aumentando. La oportunidad de entrenar en el mismo gimnasio que Conor McGregor resultaba muy atractiva.
Una señal de que las cosas iban por buen camino fue que se me ocurriera cambiar de gimnasio por iniciativa propia, en lugar de verme obligado a hacerlo, como me había ocurrido en anteriores ocasiones. Aunque no estaba intentando mudarme con mucha urgencia, estaba ojo avizor por si surgía algo interesante. Y así encontré un local disponible en Naas Road, a cinco minutos en coche de donde estábamos y a la vuelta de la esquina de mi apartamento. Era espacioso —más de novecientos metros cuadrados— y luminoso: el lugar perfecto para un gimnasio. Por supuesto, cuando lo vi por primera vez estaba completamente vacío, pero ya lo tenía todo planeado en la cabeza. Tenía todo lo que siempre había deseado de un gimnasio.
El problema era que en realidad no podía permitírmelo. Si trasladaba el SBG a Naas Road, mis gastos mensuales se multiplicarían por siete… y todavía estaba pagando al banco aquel crédito de 40 000 euros. Una tarde, después de ver el edificio, volví a casa y me resigné al hecho de que estaba fuera de mi alcance. Pero no podía quitármelo de la cabeza. Lo deseaba tanto que volví aquella misma noche, me acerqué al edificio y me quedé fuera un buen rato, simplemente mirándolo. Hice lo mismo a la siguiente noche. Y a la siguiente. Sí, estaba acechando un edificio. Un par de semanas después, mi padre fue conmigo a echarle un vistazo.
—Es un sitio muy bueno, John —dijo—. Pero no te lo puedes permitir y nunca lo llenarías. Es enorme. Olvídalo y sigue atento por si encuentras otro sitio. Sería una locura arriesgarse.
Pero yo me negué a olvidarlo. Estaba obsesionado con trasladar el gimnasio a aquella nave. Parecerá una tontería, pero tenía una visión de cómo sería el gimnasio y no podía quitármela de encima. Era exactamente como siempre había imaginado mi gimnasio ideal. Aunque el interés por el SBG iba en aumento, aún tenía poco más de cien miembros. Pero aquello no bastaba para disuadirme. La lógica parecía indicar otra cosa, pero estaba seguro de que el traslado sería un éxito. Estaba convencido de que habría un «efecto pecera» y llenaríamos cualquier espacio en el que nos metiéramos. En cuanto regresé de Boston tras la victoria de Conor sobre Max Holloway, empecé el papeleo para la siguiente mudanza del SBG Irlanda.
En la mañana del viernes siguiente a la victoria de Conor sobre Holloway, recibí una llamada de Audie Attar, el manager de Conor. Parecía presa del pánico.
—John, Conor ha desaparecido —dijo Audie—. Se ha llevado mi coche y no contesta a mis llamadas. Lleva varias horas desaparecido.
—Un momento, Audie —respondí—, ¿qué problema hay? ¿Por qué ha desaparecido así?
—Se ha enterado de que tiene roto el LCA. Va a estar inactivo mucho tiempo.
Conor había ido a Los Ángeles el miércoles para hacerse una resonancia magnética. El jueves por la noche recibió el resultado de la prueba… por Twitter. Dana White había concedido a Fox Sports una entrevista, en la que reveló al mundo —incluido Conor— la noticia de que se había roto el ligamento cruzado anterior. A nadie de la UFC se le había ocurrido informar a Conor, a mí o a su manager de una cosa tan importante. Conor se enteró de que tal vez no pudiese volver a pelear en todo un año a través de una red social, como cualquier otra persona. Era una lesión que podía poner en peligro su carrera y que precisaría cirugía reconstructiva. Me puso furioso que Conor se hubiera enterado de la mala noticia por internet. Él tampoco estaba contento, y por eso había perdido los papeles y se había marchado en el coche de Audie.
Aunque la rotura del LCA es una lesión relativamente habitual, la recuperación puede ser muy difícil. Es un camino muy largo. Después de años de trabajo duro, la carrera de Conor estaba empezando a despegar por fin. Y ahora se encontraba con un parón inesperado. Era comprensible que sus primeros pensamientos fueran abrumadoramente negativos.
Llamé a Conor y él respondió. Al principio estaba furioso, así que le dejé que se desahogara. Después procuré calmarlo antes de abordar la realidad de la situación. Estaba lesionado. Tenía que operarse. Después le esperaban seis meses de rehabilitación. Eso no se podía evitar. No había alternativas. Tenía que enfrentarse a ello. Conor tenía dos opciones: podía compadecerse de sí mismo, tirar la toalla y olvidarse de sus objetivos, o podía afrontar el desafío que la lesión representaba y prometerse volver más fuerte cuando todo terminara.
—Conor, los campeones vencen todas las adversidades. Eso es lo que los diferencia de los aspirantes —dije—. Ha habido adversidades en el pasado, hay adversidades ahora mismo y habrá más adversidades en el futuro. Pero las has superado antes y las vas a superar ahora. ¿Por qué? Porque vas en camino de convertirte en campeón de la UFC y este no es más que un obstáculo menor en el camino. Dentro de un año nos estaremos riendo de todo esto.
En una situación así, apelar al espíritu competitivo de Conor es la mejor manera de llegar a él. Y eso fue lo que decidí hacer. Lo convertimos en una competición. Puede que no estuviera en condiciones de luchar durante un tiempo, pero aquello no significaba que no pudiera competir en otros aspectos.
—Vas a asombrar a la gente con lo rápido que te vas a recuperar de esto. Y si antes creían que eras bueno, se van a quedar estupefactos con lo que les vas a demostrar cuando vuelvas. Te recuperarás de esta lesión más deprisa que St-Pierre.
Este era el tipo de cosas que le tocaban la fibra sensible a Conor. La oportunidad de compararse con una leyenda de las MMA cautivó su atención. Georges St-Pierre, excampeón de los pesos welter de la UFC, había sufrido la misma lesión en 2011, y había recibido grandes elogios al regresar solo 322 días después de la operación para derrotar a Carlos Condit. Conor se aferró a aquello.
—Sí, joder. Voy a batir récords con esto. La gente aún no ha visto nada.
Aquel fue el principio de su proceso de recuperación. El 7 de septiembre, Conor fue intervenido en Los Ángeles por el prestigioso doctor Neal ElAttrache, que ya había trabajado con varias grandes estrellas del deporte estadounidense, como Tom Brady y Kobe Bryant. La UFC se aseguró de que Conor recibiera el mejor tratamiento. Pasó los cinco meses siguientes en Los Ángeles, sometiéndose a un riguroso programa de rehabilitación bajo la dirección de Heather Milligan, una excelente fisioterapeuta que iba a desempeñar un papel vital en la recuperación de Conor.
Aquel fue el período más largo que pasamos separados, pero hablábamos por teléfono todos los días. Yo sabía que Los Ángeles era el lugar ideal para su rehabilitación. Allí tenía acceso cotidiano al mejor tratamiento médico, y una abundancia de sol que por desgracia Dublín no puede proporcionar le ayudaba a mantener una mentalidad positiva. Incluso hizo amistad con varias celebridades. Arnold Schwarzenegger —que era el novio de Heather Milligan— fue a visitarlo durante una sesión de rehabilitación.
Hubo altibajos por el camino, como es de esperar cuando un deportista profesional se ve apartado de la actividad por una lesión durante un período tan largo. Hubo algunas ocasiones en las que Conor me llamó para decirme que estaba acabado, que ya no quería seguir. Pero yo sabía que solo necesitaba que lo animaran, y aquellos pensamientos pronto quedaron olvidados. Como entrenador suyo, era lo único que podía hacer en aquella situación: contribuir a mi manera en mantener a Conor en el estado mental correcto. Él echaba de menos la rutina cotidiana del gimnasio y los entrenamientos con sus amigos. Mientras Conor se limitaba a ejercicios de pantorrilla y en una bicicleta estática, sus compañeros de equipo estaban entrenando y preparándose para pelear. A menudo le enviaba vídeos de los chicos entrenando en el gimnasio para asegurarme de que no empezara a sentirse distanciado del equipo. Aunque había días malos, los informes de Conor eran casi siempre positivos: «Otra buena jornada de trabajo —solía decir—. Hago progresos todos los días. Soy una máquina».
Nunca tuve ninguna duda sobre la capacidad de Conor para superar el proceso de rehabilitación desde el punto de vista físico, pero la clave del éxito era el aspecto psicológico. Conor mantenía la mente activa. No se quedaba sentado compadeciéndose de sí mismo, comiendo helado y viendo la tele. Aprovechó la oportunidad para aprender. Aunque no podía entrenar, yo le enviaba preguntas en mensajes de texto: cómo respondería si se veía atrapado en ciertas posiciones durante un combate. Aquello mantenía su mente centrada y activa.
Desafiaría a cualquier profesional médico a competir con Conor en un cuestionario sobre la anatomía de la rodilla. Durante su rehabilitación, la estudió a fondo. Conor llegó a obsesionarse con conocer todos los detalles del funcionamiento de la rodilla con el fin de entender claramente su rehabilitación. No hay nada que no sepa del asunto. También estudió con detalle las recuperaciones de otros deportistas profesionales con lesiones similares.
Heather Milligan le enseñó mucho sobre el movimiento en el cuerpo humano, y aquello tuvo una considerable influencia en su manera de abordar el entrenamiento para sacar lo mejor de sí mismo en el plano físico. También le animó a aceptar aún más el concepto del entrenamiento ligero. Heather le dijo a Conor que sus músculos estaban demasiado tensos, y él se empeñó en asegurarse de estar siempre relajado y flexible. Aprendió la importancia del masaje, y llegó a entender que levantar grandes pesos no es tan necesario para ganar fuerza. Lo que había que hacer era concentrarse en el entrenamiento «suave».
Conor estuvo mucho tiempo compitiendo sin ver compensaciones económicas, de modo que cuando entró en la UFC, una de sus prioridades era maximizar sus potenciales ganancias. Gracias sobre todo al premio al «KO de la noche» que le habían dado tras derrotar a Marcus Brimage, había empezado muy bien en este aspecto. Sin embargo, el parón por la lesión le dio una buena oportunidad de aprender a llevar las cosas a otro nivel. Cuando no estaba en el gimnasio o recibiendo tratamiento, Conor dedicaba mucho tiempo a aprender cómo funciona el negocio de la UFC y cómo debe comportarse un luchador con los medios de comunicación. Se dio cuenta de la importancia de promocionarse eficazmente, sobre todo teniendo en cuenta que la lesión podría haberle apartado de los focos. La mayoría de los luchadores solo aparecen en los medios cuando tienen una pelea a la vista, pero Conor tenía otras ideas. A pesar de la lesión, estaban empezando a llegar importantes ofertas comerciales de compañías deseosas de colaborar con él. Aquello sirvió para animar a Conor a desarrollar su sentido comercial. No peleó durante casi un año, pero en este tiempo Conor consiguió convertirse en una estrella aún más grande. Durante su período de inactividad, la gente no paraba de preguntarme cómo iba su recuperación. Incluso la ancianita que atendía el mostrador en la tienda de mi barrio me preguntaba: «¿Cómo va su rodilla? ¿Se va a poner bien?».
Conor no pudo entrenarse ni pelear durante mucho tiempo, pero durante su recuperación mejoró en absolutamente todos los aspectos. Mientras día a día se acercaba a la plena forma, su mente se fue volviendo invulnerable. Vista en retrospectiva, la lesión fue una bendición disfrazada, porque le dio a Conor ocasión de dar un paso atrás y evaluar claramente sus posibilidades, de modo que estaba preparado para sacar el máximo partido a las oportunidades cuando estas se presentaron. Su manera de afrontar la lesión fue un perfecto ejemplo de la filosofía de «ganar o aprender» que yo predicaba en el SBG. Para el 99 por ciento de la gente habría sido una experiencia negativa, pero Conor la convirtió en positiva. En lugar de perder durante el tiempo de inactividad, él aprendió.
En diciembre de 2013 me hice por fin con las llaves del local de Naas Road. El proceso de negociación del alquiler se había dilatado meses, y fue un alivio tenerlo todo por fin firmado y sellado. Cuando tuve algunas complicaciones con los abogados, jugué por primera vez la carta de Conor McGregor. Me preguntaban por mis planes para el edificio y yo les decía «¿Conocéis a Conor McGregor? Pues va a entrenar aquí». Después de aquello, todo fue mucho más fácil.
Una vez más, no habría podido trasladar el gimnasio sin la increíble colaboración de sus miembros. Muchos de ellos sacrificaron sus fines de semana para ayudar en la mudanza. Jimmy Donnelly, en particular, invirtió muchísimas horas en equipar el nuevo local. Su ayuda fue importantísima para mantener controlados los costes, porque yo ya estaba sintiendo la presión financiera.
Programamos la gran inauguración para el sábado 11 de enero de 2014. Cuando terminamos el trabajo, el nuevo gimnasio tenía una zona de recepción, una barra de cafetería, una tienda de artes marciales, un octágono de competición, un ring de boxeo, vestuarios, salas de consulta y fisioterapia, despachos y zonas separadas para lucha cuerpo a cuerpo y lucha a golpes. Yo estaba encantado con cómo había quedado todo. Por supuesto, no soy objetivo, pero mi sensación inicial era que sería difícil encontrar unas instalaciones mejores en todo el mundo. Ya solo tenía que pagarlas.
Conor volvió de Estados Unidos para la inauguración, lo que desde luego ayudó a conseguir algo de publicidad. Yo quería que se quedara en Los Ángeles para continuar con su recuperación, pero él insistió en estar presente en una ocasión tan importante para el SBG Irlanda. Era una señal de su calidad humana, porque se encontraba en una fase crítica de su rehabilitación. Yo esperaba que aquel día se presentaran unas cien personas, pero como estaban allí todos mis mejores luchadores, se presentaron unas mil quinientas. Todavía ahora no me puedo creer que atrajéramos a semejante multitud. No hacía tanto tiempo que no conseguíamos atraer tanta gente a los combates, así que no hablemos de la inauguración de un gimnasio. El local estaba completamente abarrotado, con gente de todas las edades. Aquel fue otro indicio de lo rápidamente que estaban creciendo las MMA en Irlanda.
En el primer fin de semana, el número de socios del gimnasio se duplicó. Aquello significaba que ya había cubierto los gastos adicionales debidos a la mudanza. Me sentí muy aliviado, porque no tenía un plan B si las cosas se ponían feas. La reputación del equipo seguía mejorando, pero no había ninguna garantía de que aquello fuera a continuar. ¿Y si el retorno de Conor no salía bien? Yo sabía que la burbuja podía reventar fácilmente. Pero aquel primer fin de semana me quitó de encima una gran parte de la carga económica. Confiaba en que seguiríamos atrayendo nuevos miembros, porque rápidamente se corrió la voz de que eran unas instalaciones de primera clase que prestaban servicio a todos los niveles. Todavía era pronto, pero parecía que la apuesta se iba a ganar. Aquel mismo año recibí una carta del banco confirmando que mi crédito se había saldado por fin. Fue uno de los momentos más satisfactorios de mi vida. No lo olvidaré nunca. Cuando pienso en ello, sigo sin poder evitar sonreír.
Después de la mudanza a Naas Road, el aumento del número de socios me permitió hacer algunos arreglos en el funcionamiento del gimnasio. Introdujimos un proceso de consulta y programas básicos para principiantes. Esto iba dirigido a los que sentían curiosidad por las artes marciales pero también se sentían un poco intimidados. Era importante que la gente supiera que si ingresaban en el SBG podían aprender desde cero a su propio ritmo. No se les iba a meter en una sesión de lucha con Conor McGregor al primer día.
Solo un pequeño porcentaje de los miembros del SBG entrenan para competir. Mucha gente viene a nosotros porque quieren perder peso o mejorar su salud y su estilo de vida en general. Oír sus historias de éxito es tan satisfactorio para mí como una gran victoria en la UFC de uno de mis luchadores. Ver que a alguien formar parte del SBG le ha cambiado la vida significa mucho para mí. La mayoría de ellos nunca ha puesto el pie en una jaula ni participado en una competición.
Además, este enfoque hacía que el gimnasio fuera un sitio adecuado para los niños. Los llamábamos «los Gorilas en Crecimiento». Dada mi experiencia de niño acosado e incapaz de defenderse, aquello había sido una prioridad para mí durante mucho tiempo. Hablo habitualmente con padres preocupados porque su hijo sea acosado. Owen Roddy es fantástico en este tema. En sus clases tiene «charlas de colchoneta» con los chicos, en las que les explica la mejor manera de manejar estas situaciones, animándolos a hablar con un profesor e informar a sus padres de lo que está pasando. Pero también les enseña cómo responder si son atacados físicamente en el patio del colegio. Los matones son como animales depredadores. Pueden sentir si alguien va a ser una presa fácil o no. Nosotros procuramos asegurarnos de que nuestros chicos mantengan el tipo y transmitan confianza en sí mismos. Si en el colegio se corre el rumor de que estás entrenando en el mismo gimnasio que Conor McGregor, de pronto ya no eres una presa tan fácil. Los matones se buscan otra víctima. Nadie quiere meterse con un tipo que va por la calle con una bolsa de gimnasio al hombro.
Cuando el gimnasio empezó a prosperar, una de mis preocupaciones era que cada vez resultaba más difícil mantener la sensación de que el SBG era como una pequeña familia. Por desgracia, hizo falta una terrible tragedia para recordarnos a todos la importancia de mantenernos unidos.
Kamil Rutkowski era una figura clave en el Straight Blast Gym. Había llegado a Irlanda desde Polonia y había entrado a formar parte del SBG poco después de mudarnos a Long Mile Road. No podía existir una persona más alegre, amistosa y servicial que Kamil, y en el gimnasio no había nadie más popular. En muy poco tiempo se convirtió en un sobresaliente practicante del jiu-jitsu brasileño, y cuando nos mudamos a Naas Road era ya un entrenador brillante y uno de mis amigos de más confianza.
Una noche de abril de 2014, pocos meses después de comenzar la andadura en Naas Road, Kamil y yo éramos los únicos que quedaban en el gimnasio. Estábamos preparándonos para echar el cierre e irnos a casa cuando Kamil entró en mi despacho y preguntó si podíamos hablar. Hacía días que parecía de mal humor, así que no me sorprendió. Se veía que le estaba dando vueltas a algo.
Cuando nos sentamos a hablar, Kamil no parecía el mismo. Se comportaba de una forma muy rara. Parecía irritado y nervioso. Yo nunca le había visto así. Durante un rato estuvo divagando acerca de cuestiones menores del gimnasio. Todo era muy extraño. Nada de lo que decía tenía sentido. Luego se quejó de que algunas personas del gimnasio —incluyéndome a mí— estaban hablando mal de él a sus espaldas. Aquello no se sostenía, porque no había en el gimnasio nadie más querido y respetado que Kamil. La conversación acabó poniéndose muy tensa, y me preocupaba que fuera a arrojarse sobre mí por encima de la mesa, pero le insistí en que nada de lo que decía era cierto y que no tenía por qué preocuparse.
Yo sí que estaba muy preocupado por Kamil cuando llegué a casa aquella noche. Nuestra conversación no había sido nada propia de él. Me puse en contacto con otros entrenadores, y todos coincidieron en que su conducta reciente les preocupaba. Decidimos recurrir al profesor Dan Healy, un neurólogo del Hospital de Beaumont que ejerce como médico del equipo del SBG, para que hablara con Kamil. En retrospectiva, había habido señales de que Kamil tenía problemas. Había estado colgando en Facebook muchas fotos de él solo, y había otros detalles que no concordaban con su carácter habitual, siempre alegre. Se había apartado de personas del gimnasio que lo consideraban un buen amigo. Aunque resultaba difícil detectarlo en aquel momento, estaba claro que sufría una depresión.
En la mañana siguiente a nuestra conversación, Kamil vino al gimnasio y dio su clase de las seis y media, como de costumbre. Cobró algunas cuotas, hizo alguna que otra cosa más y se marchó en su coche. A primera hora de la tarde empezamos a preocuparnos, porque llevaba varias horas ausente y aquello no era nada normal. Lo llamé, pero su teléfono estaba apagado. Cuando se acercaba la hora de la cena, seguíamos sin noticias de Kamil, así que llamamos a la policía.
Aquella noche, a eso de las nueve, yo estaba en las colchonetas dando una clase cuando por el gimnasio se corrió la voz de que habían encontrado a Kamil. Pero no eran buenas noticias. Una pareja que había salido a pasear por los montes de Dublín lo había encontrado colgado de un árbol. Tenía treinta y cinco años.
Es difícil describir tus sentimientos en un momento así. No es tristeza. No es ira. Es solo vacío. Nada. Durante un rato me quedé allí sin decir palabra. Después, Kieran McGeeney tiró de mí y me llevó aparte. Fue entonces cuando sentí el golpe y una ola de emoción me tragó. Aquella noche, mi hermana Ann y yo nos quedamos los últimos en el gimnasio para tener tiempo de asimilar la realidad de lo ocurrido. Pero, sobre todo, nos contamos anécdotas que nos recordaban la excelente persona que había sido Kamil. Ann se ocupaba de la recepción del gimnasio, y Kamil siempre cuidaba de ella. Ella decía que era su perro guardián. Kamil era un miembro imprescindible del SBG, y su muerte dejó un hueco inmenso.
Un par de noches después le hicimos una despedida a Kamil en el gimnasio. Vinieron todos. Algunos dijeron unas palabras de recuerdo. Fue una ocasión muy emotiva, sobre todo para el hermano de Kamil. Le invitamos, y yo le entregué un cinturón negro de JJB en nombre de Kamil. Entre todos reunimos dinero para enviar el cuerpo de Kamil a Polonia, con su familia. Y para pagar el entierro. Estuvo bien poder hacer eso, porque le quitó algo de presión a su familia en un momento tan difícil.
Después supimos que Kamil sufría un fuerte dolor a causa de una lesión en la espalda. La medicación que le habían recetado no combinaba bien con los efectos de la depresión, y parece que aquello empujó a Kamil más allá del punto de fractura.
Para ser completamente sincero, yo no sabía nada de la depresión. A lo largo de los años lo había pasado mal algunas veces, pero nunca hasta ese extremo. La muerte de Kamil me enseñó que la depresión es un problema grave que no se debe menospreciar o pasar por alto. Puede pasarle a cualquiera. Fue una lección para todos los del SBG y animó a otros a sincerarse si les preocupaba su salud mental. En consecuencia, el gimnasio se convirtió en un lugar donde la gente se sentía cómoda hablando de esos temas. Se dieron cuenta de que está bien no sentirse bien, pero el primer paso debe ser decírselo a tus íntimos. No te aísles y lo mantengas todo dentro de ti. Aquello aumentó nuestra conciencia sobre un asunto muy importante. Después, otros se sinceraron. Aisling Daly fue una de ellos. Reconoció que padecía depresión, algo de lo que yo no tenía ni idea. Desde entonces, Ais ha hablado públicamente de ello, y hacerlo la ha ayudado a soportarlo.
También a Conor McGregor le afectó la muerte de Kamil. Escribió esto en Facebook:
Todos sufrimos dolor en la vida, así que, por favor, hablad unos con otros y prestar atención a los sentimientos de los demás. Ofreced ayuda y consejos. Todos somos uno. El suicidio es un problema que nos afecta a todos en la vida; por favor, prestad atención, vuestras palabras son poderosas para vosotros y para los que os rodean. Utilizadlas para cobrar valor. Todos sentimos las mismas emociones, buenas y malas, solo que en diferentes momentos de nuestra vida. La conciencia lo es todo. Nuestras relaciones con otros valen más que ninguna otra cosa. Merecen todo nuestro tiempo y nuestra atención. Tengo el estómago revuelto. Su vida era el gimnasio, su vida era el jiu-jitsu. Ojalá le hubiera prestado atención en lugar de hablar y preocuparme de mi propia mierda sin importancia. Al final, todo eso no importa nada. Absolutamente nada. ¿De qué coño sirve el dinero si empuja a la gente a hacer cosas impensables?
Posteriormente, el SBG empezó a colaborar con Pieta House, una organización benéfica que ayuda a gente que ha intentado suicidarse o autolesionarse, y ahora participamos todos los años en su evento Darkness Into Light. También tenemos carteles por todo el gimnasio que le recuerdan a la gente que preste atención a la depresión y al hecho de que puede darse como consecuencia de una conmoción cerebral.
Lo que le ocurrió a Kamil fue horroroso, pero no se puede hacer nada con el pasado. Lo que sí puedes hacer es aprender de él, y hacer todo lo posible para que no vuelva a ocurrir. Es importante sacar algo bueno hasta de las peores situaciones, y la muerte de Kamil unió más al equipo. Es posible que el cambio de local y el aumento del número de socios hubieran causado una ligera desconexión, pero aquello nos volvió a unir. A principios de 2016, el SBG Irlanda tenía setecientos socios, pero sigue siendo una familia… aunque es una familia enorme. Existe un sistema de apoyo, de modo que sabes que si estás pasando una mala racha tienes tres o cuatro personas que cuidarán de ti.
La muerte de Kamil fue la peor pérdida que ha sufrido el SBG, pero también nos proporcionó la lección más valiosa que hemos recibido nunca.