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Puede que la carrera de Conor McGregor en la UFC se hubiera interrumpido a causa de la lesión del ligamento, pero varios de sus compañeros del SBG se estaban acercando a sus sueños de competir en la principal organización de artes marciales mixtas. En 2013, Paddy Holohan, Cathal Pendred y Chris Fields compitieron en The Ultimate Fighter, un reality-show de televisión dedicado a descubrir nuevos luchadores para la UFC.

Cathal, en particular, lo veía como una última oportunidad de conseguir un contrato en la UFC. En mi opinión, no tendría que haber dependido de The Ultimate Fighter para entrar en la UFC. Ya había demostrado que merecía un puesto en la plantilla al derrotar a varios de los mejores pesos welter de Europa antes de convertirse en campeón de Cage Warriors. He perdido la cuenta de las veces que contacté con la UFC para que le dieran una oportunidad a Cathal, pero la respuesta era siempre la misma: para que lo tuvieran en cuenta, tenía que acabar con sus contrincantes.

Este era el problema de Cathal: aunque ganaba con claridad las peleas, casi siempre lo hacía a los puntos, y no por fuera de combate o abandono. Aunque su historial era bueno, aquel aspecto obraba en su contra, porque a la UFC le gusta ver finales emocionantes.

Cathal entró en el SBG a finales de 2008, poco después de mudarnos a Long Mile Road. Entonces era un novato que acababa de interesarse por las artes marciales mixtas y nunca había entrenado en este deporte. En realidad era un jugador de rugby bastante prometedor, que había ganado una medalla en la Copa Senior de las Escuelas Leinster con el Colegio Belvedere, junto a tipos como Cian Healy e Ian Keatley, que después jugarían en la selección irlandesa.

Como solo estaba empezando, Cathal tuvo que trabajar mucho, pero desde luego tenía la actitud correcta. Estaba increíblemente ansioso de aprender y mejorar. Consciente del hecho de que en general sus contrincantes le llevaban ventaja en cuestión de habilidad y técnica, Cathal sabía que tenía que igualar las cosas trabajando más duro que ellos y deseándolo más. Y nadie lo deseaba más que Cathal. Pocas semanas después de llegar al gimnasio, aceptó una pelea. Era de esos tipos que aprenden con la práctica. Se lanzó de cabeza y compensó su falta de experiencia en las MMA con un notable empeño en obtener resultados. Después de cada victoria, Cathal me decía siempre lo mismo:

—La próxima vez quiero pelear con alguien mejor. Consígueme el mejor contrincante que puedas encontrar. Quiero pelear con los mejores del mundo en la UFC lo antes posible.

Pronto se hizo evidente que Cathal era un tío muy especial. Yo solía llamarle «el macho cabrío». Podías abandonarlo en una montaña durante varias semanas, sin comer nada más que hierba, y cuando volvieras él habría engordado. Tenía esa clase de actitud mental que te hace salir siempre adelante, sean cuales sean las circunstancias. La dureza es probablemente un requisito previo cuando te ganas la vida peleando con gente en una jaula, pero Cathal le dio un nuevo significado a la palabra. Era absolutamente a prueba de balas. Antes de pelear con Danny Mitchell en Jordania, estuvo ocho horas en la sauna —sin descansos— para dar el peso. He visto a algunos derrumbarse y acabar llorando después de ocho minutos en una sauna, así que no hablemos de horas. Ese es Cathal Pendred. Fuera lo que fuese lo que tenía que hacer para triunfar, Cathal lo hacía. En términos de fuerza mental, es absolutamente único. No creo que vuelva a entrenar a nadie como él.

Durante una de sus primeras peleas, entré en la jaula al terminar el primer asalto y Cathal estaba a gatas, buscando algo en la lona.

—Cathal —dije—, ¿qué demonios estás haciendo? ¡Ven aquí y siéntate!

—Lo siento, entrenador —respondió él—. Estoy buscando mis dientes.

Cathal ya había logrado un buen puñado de grandes victorias antes de competir en The Ultimate Fighter en 2013, pero la pelea que más destaca para mí cuando pienso en su carrera fue la que hizo contra David Bielkheden en Cage Warriors 47, en junio de 2012. Probablemente quedó ensombrecida por el hecho de que en aquella misma velada Conor ganó el título de los pesos pluma, pero el combate de Cathal contra Bielkheden fue absolutamente increíble: una de las mejores peleas de MMA que han tenido lugar en suelo irlandés.

Teniendo en cuenta las credenciales de los dos luchadores, seguramente esta pelea no debería haberse permitido. A primera vista, parecía demasiado desigual. Bielkheden era cinturón negro de jiu-jitsu brasileño y llevaba más de diez años luchando profesionalmente. Ya había competido en las principales organizaciones del mundo. Cathal tenía catorce años cuando Bielkheden debutó en las MMA. Cuando Bielkheden entró en la UFC, Cathal todavía no había entrado por la puerta del SBG. Considerándolo todo, era una pelea en la que Cathal no debería haber tenido ninguna posibilidad. Pero eso era algo que Cathal ya había oído incontables veces. Puede que fuera un recién llegado a las MMA, pero una vez que empezó, Cathal ya no paró. Estaba constantemente en el gimnasio. Aunque no tenía a sus espaldas los años y años de entrenamiento que tenían sus contrincantes, el coraje y la determinación de Cathal eran atributos que los otros nunca podrían igualar.

En el primer minuto de la pelea, Cathal casi dejó fuera de combate a Bielkheden con un uppercut. Aquello estableció el tono para una actuación memorable. Dominó los dos primeros asaltos y demostró su valor y resistencia en el tercero y último, soportando una reacción desesperada de Bilkheden. La victoria fue sin duda la más importante de Cathal hasta aquel momento, y una demostración de que era capaz de llegar hasta el final. Cuando decidimos aceptar el combate contra Bielkheden, sabíamos que aquello iba a determinar si Cathal tenía lo que hay que tener para competir con luchadores del nivel más alto, o si estaba destinado a permanecer para siempre en el circuito regional. Su respuesta a esta pregunta fue más que clara. Después de aquello, ya nunca tuve ninguna duda de lo que Cathal podía conseguir. Si su ética del trabajo le había permitido ya derrotar a hombres que habían estado luchando al máximo nivel antes de que él diera su primer puñetazo, no iba a haber nada que le impidiera hacer realidad sus sueños.

Una de las cosas curiosas de la victoria de Cathal sobre David Bielkheden fue que tuvo lugar en The Helix, en el campus de la Ciudad Universitaria de Dublín, donde Cathal había estado examinándose solo un par de semanas antes. Durante la preparación para la pelea, Cathal venía a entrenarse al gimnasio muy temprano por la mañana, se marchaba corriendo a los exámenes y después volvía por la tarde a seguir entrenando hasta que el gimnasio cerraba. Más adelante, Cathal se graduó en ciencias analíticas. Cada vez que uno de los chicos del gimnasio se quejaba de que no encontraba tiempo para entrenar, yo señalaba a Cathal y le decía que dejara de lloriquear.

En menos de un año, Cathal era el campeón de Cage Warriors y había hecho estragos en toda la división de los pesos welter. Estaba ansioso de tener una oportunidad de pelear en la UFC, pero parecía que la llamada no iba a llegar nunca. Entonces le surgió una oportunidad con otra gran organización estadounidense llamada World Series of Fighting. Le ofrecían a Cathal diez mil dólares por luchar y otros diez mil si vencía. Aquel dinero podía cambiarle la vida: era aproximadamente diez veces más que lo que estaba ganando en Cage Warriors. Pero el problema era una cláusula de su contrato con Cage Warriors, que le permitía marcharse a la UFC, pero no a otra organización. No queriendo perder a una de sus mayores figuras, Cage Warriors se negó a ceder en el contrato. Fue una situación frustrante, porque Cathal, que estaba a punto de cumplir veintiséis años, estaba en una etapa en la que necesitaba ganar dinero con la lucha. Se había graduado con un título y tenía presiones para utilizarlo, como me había ocurrido a mí años atrás. Ahora tenía por fin una oportunidad de ganarse la vida con el deporte en el que había puesto el corazón y el alma durante varios años, pero una línea en un contrato le impedía aprovecharla.

Chris Fields se casó en julio de 2013. Cathal y yo estuvimos hablando en la boda. Él estaba muy molesto por el asunto de la World Series of Fighting. Me lo llevé afuera, al aparcamiento, para tener una charla, y él se echó a llorar de rabia y frustración. Me dijo que a lo mejor había llegado la hora de abandonar, que aquello podía ser una señal de que debía retirarse de la lucha. A veces había estado tan apurado de dinero que había dormido en mi apartamento o en el suelo del dormitorio de su hermano. Pasó temporadas viviendo en su coche. Pero de ninguna manera iba yo a permitirle abandonar ahora que estaba tan cerca de su objetivo. La UFC había anunciado una temporada de The Ultimate Fighter para pesos medios y ligeros. Aunque Cathal era un peso welter, yo tenía absoluta confianza en que podía tener éxito peleando con siete u ocho kilos más.

—Las pruebas son en Las Vegas —dijo—. No puedo permitirme viajar allá.

Insistí en prestarle a Cathal el dinero porque sabía que me pagaría… no solo con dinero, sino también con la satisfacción de verlo por fin en la UFC. Eran unos mil euros, y él se resistía a aceptarlos, pero yo no iba a aceptar un no por respuesta.

—Cathal, yo no corro ningún riesgo —dije—. Ya has superado obstáculos mucho mayores. Sé que le sacarás el máximo partido a esta oportunidad.

Tras volver a Dublín para la inauguración del nuevo gimnasio en enero de 2014, Conor McGregor pudo hacer casi todo lo que quedaba de su rehabilitación en Irlanda. A los dos meses de volver a casa, parecía que nunca hubiera estado lesionado. Tenía más envergadura, estaba más fuerte y era más rápido, y sus movimientos eran mucho más fluidos. No es que yo lo hubiera dudado, pero era evidente que se había esforzado muchísimo durante su estancia en Estados Unidos. Conor estaba desesperado por conseguir una pelea, y cuando la UFC reveló en marzo sus planes respecto a Irlanda, pudo fijarse una fecha para su retorno. La organización iba a regresar a Dublín para una velada el 19 de julio, su primer evento en Irlanda desde que Tom Egan había competido en UFC 93, cinco años y medio antes. Aunque Conor todavía no tenía el alta médica para competir, sabíamos que la UFC no iba a venir a Irlanda sin poner a Conor en el cartel.

Hasta finales de abril no se anunciaron más detalles sobre la velada. Conor era cabeza de cartel. Iba a enfrentarse a un luchador norteamericano llamado Cole Miller, y parecía que el enfrentamiento interesaba mucho a los aficionados, porque los dos habían estado intercambiando insultos en entrevistas y redes sociales.

Cuando nos dijeron que Conor iba a ser la figura estelar de UFC Fight Night 46, sentimos una mezcla de sobresalto y alivio. Después de la lesión, a una parte de mí le preocupaba que el progreso de Conor en la UFC hubiera quedado reducido a nada, y que tuviera que volver al final de la cola. Puede que algunos crean que antes de que Conor se sometiera a la operación la UFC le había pasado un brazo por el hombro y le había dicho que no se preocupara, que en cuanto regresara lo iban a catapultar directamente a un combate estelar en su ciudad natal. Pero les aseguro que no fue así. No se le dio ninguna garantía. Nosotros suponíamos que iba a regresar en un combate preliminar de una velada poco importante en algún país extranjero. Pero esto era algo muy especial. Ser cabeza de cartel en una velada de la UFC en la ciudad donde se crio… es el material del que están hechos los sueños. Por eso fue tan importante la actividad de Conor en los medios de comunicación mientras estaba lesionado. Si se hubiera retirado al anonimato, de ningún modo le habrían dado una posición tan destacada. A pesar de estar de baja, obtenía frecuentes titulares con sus entrevistas y continuó el proceso de convertirse en una superestrella. Después de haberse lesionado en un combate preliminar, ahora regresaba en el evento estelar. Un logro absolutamente impresionante en sí mismo.

Y aquella no era la única buena noticia para el SBG. Gunnar Nelson estaba programado en la pelea subestelar de la noche, y también teníamos un par de debutantes. A Paddy Holohan se le daba la oportunidad de echar a andar compitiendo en el primer combate de la velada. Y por fin llegó la tan esperada llamada para Cathal Pendred. Evidentemente, estos dos habían causado buena impresión durante sus apariciones en The Ultimate Fighter, lo bastante buena para conseguirles contratos de la UFC, aunque Chris Fields no tuvo tanta suerte. Cathal había estado en el limbo desde el final de las grabaciones de su temporada en The Ultimate Fighter, en octubre de 2013. Su contrato le impedía competir en cualquier otra parte hasta que se emitiera el programa en la primavera siguiente, y Cathal había tenido que esperar unos cinco meses hasta que por fin supo que la UFC le iba a dar una oportunidad en Dublín. Fueron tiempos duros, pero el resultado de la pelea hizo que valiera la pena.

Iba a ser una velada grandiosa para el equipo, con cuatro luchadores compitiendo en un cartel de la UFC en Dublín. Una de las primeras cosas que había dicho Conor cuando firmó con la UFC fue que iba a echar la puerta abajo para que sus compañeros le siguieran. Empezaba a dar la impresión de que había cumplido su palabra. La anterior vez que la UFC había venido a nuestra ciudad, estábamos suplicando un puesto en el cartel para la «cuota de irlandeses». Esta vez eran ellos los que venían a nosotros para que llenáramos el espectáculo, con el SBG participando en cuatro combates diferentes… incluidos los dos estelares. Estábamos allí por méritos propios. No se podían haber dado mejores circunstancias para el retorno de Conor al octágono. Mientras su popularidad seguía creciendo, también crecía el perfil de las artes marciales mixtas en Irlanda. La UFC Fight Night 46 iba a ser una gran fiesta para celebrar eso.

Conor había estado mucho tiempo en el dique seco, pero yo no tenía ninguna duda de que estuviera listo para reaparecer. Lo había estado observando atentamente en los entrenamientos, y veía que la rehabilitación le había dejado en mejor forma que nunca. Algunos fans y parte de los medios dudaban de que pudiera volver a ser el mismo luchador, y tenían razón… porque era aún mejor que el luchador que habían visto antes. Cuando yo veía que la gente se hacía aquellas preguntas, me limitaba a sonreír y pensaba: «Esperad y veréis. No tenéis ni idea de lo que vais a presenciar».

El tiempo transcurrido entre la operación de Conor y su retorno a la acción iba a ser de 315 días. Siete días menos que en el caso de Georges St-Pierre.

Los preparativos para el evento fueron muy divertidos. Parecía que todos los días había periodistas y equipos de televisión en el gimnasio, intentando llegar hasta Conor, Gunni, Cathal y Paddy. Periodistas irlandeses que nunca habían hablado de las MMA intentaban de pronto meter baza en el asunto. Irlanda estaba atacada por la fiebre de la UFC. No había manera de escapar. Las entradas se vendieron en cuestión de minutos, lo que acabó provocándome dolores de cabeza. Recibía mensajes de personas con las que no había hablado en años. «Con dos me apaño, John. No necesito más. Gracias».

Seis semanas antes de la velada, recibimos la ya casi obligatoria llamada informándonos de que el contrincante de Conor se había caído del cartel. Aquellas llamadas habían dejado de sorprenderme. Cole Miller se había lesionado, y ahora Conor iba a enfrentarse a Diego Brandão… al que se anunciaba como cinturón negro de jiu-jitsu brasileño y feroz golpeador. Algunos habían dicho que Cole Miller iba a ser el tipo que por fin desenmascarara a Conor McGregor. Ahora decían que iba a ser Brandão.

Como de costumbre, el cambio nos daba lo mismo. Conor iba a estar allí el 19 de julio de 2014. Pusiera a quien pusiera la UFC ante él, yo estaba convencido de que iba a ser despachado sin dejar lugar a dudas.

En los días anteriores a la pelea, Brandão parecía verdaderamente dispuesto. Conor ya había empezado a dividir las opiniones en el mundo de las MMA. La gente que lo admiraba estaba con él fervientemente. Los del lado opuesto de la valla no podían soportar verlo u oírlo. Querían verlo derrotado y no se cortaban a la hora de hacérselo saber a sus contrincantes. Brandão estaba recibiendo mensajes en las redes sociales pidiéndole que «le enseñara modales a McGregor» y que «hiciera callar a ese irlandés», y cosas por el estilo. Pero es posible que estuviera sintiendo toda esa presión, porque cuando se plantó ante Conor en los calentamientos públicos ante los fans de Dublín, se le veía muy nervioso. Tenso. Era como un perro atado con una correa, pero yo sabía que era más ladrador que mordedor.

—Ya está implicado emocionalmente en la pelea —me dijo Conor después—. Esto no va a acabar bien para él.

El asunto continuó durante el pesaje. Normalmente, la UFC pone en fila a todos los luchadores entre bastidores, por parejas, de manera que los contrincantes están uno al lado del otro mientras esperan a salir y subirse a las básculas delante de los aficionados. No sé por qué lo hacen así. Es un poco ridículo, porque a veces tienen que esperar allí hasta treinta minutos. Pero yo sabía que Conor no se iba a quedar quietecito al lado de Brandão como un colegial obediente, así que me lo llevé a la parte delantera, lejos de los otros. Desde entonces he hecho lo mismo en todos los pesajes, y los empleados de la UFC ya no insisten en que se ponga en fila con todos los demás. Saben que es más seguro que Conor y su contrincante mantengan las distancias.

Aun así, Conor y Brandão no se quitaron los ojos de encima mientras ambos daban zancadas hacia delante y hacia atrás como un par de depredadores hambrientos midiéndose el uno al otro en la selva. A continuación, Brandão se quitó la camiseta y se puso a exhibir sus músculos. Conor hizo lo mismo, y después alzó su bandera irlandesa. Brandão respondió agarrando su bandera brasileña. Era todo un poco infantil, pero al mismo tiempo divertido. Y yo me daba cuenta de que Conor era el que controlaba la situación. En estas situaciones, siempre sé que hay método en su locura. Justo antes de que nos tocara salir a escena, empezaron a intercambiar algunas palabras, y fue entonces cuando Brandão dijo algo que me pareció muy raro.

—Cuando tengamos la revancha en Brasil, ya veremos lo duro que eres.

¿Qué demonios? ¿Todavía no habían peleado, y aquel tío ya estaba hablando de revanchas? Para mí, aquello daba a entender que ya había asumido la derrota. De verdad, no lo entendía. Conor se echó a reír.

—¿Una puta revancha? Voy a destrozarte de tal manera que no vas a querer volver a verme nunca, y menos en una revancha.

Era curioso ver lo alterado psicológicamente que estaba Brandão. Cuando lo había visto antes, aquella misma semana, estaba en una forma física impresionante, y era evidente que se había entrenado con dureza extrema para la pelea, a pesar de habérsele avisado relativamente tarde. «Desde luego, este tío está preparado», habría dicho yo. Pero estaba claro que su mente no estaba preparada. Emocionalmente estaba desbaratado, y esto se hizo más evidente a medida que pasaba la semana.

Aquello me recordó algo que siempre me decía mi madre: «¿Por qué no le dices a Conor que sea más amable con sus contrincantes? A lo mejor así no entrenarían tanto y eso sería mejor para él. Parece que siempre los está pinchando con un palo».

Pero eso es exactamente lo que Conor pretende. Quiere derrotar a la mejor versión de su contrincante para que no queden dudas, incertidumbres ni excusas. Brandão era un ejemplo de luchador que parecía haberlo hecho todo bien en el aspecto físico, pero eso no iba a servirle de mucho porque emocionalmente estaba hecho polvo.

Es una tradición que el presidente de la UFC, Dana White, reúna a los luchadores para darles una especie de arenga después del pesaje. Cuando entraron en la sala, la pelea verbal entre Conor y Brandão continuaba. Brandão gritaba sin parar, como un maniaco. Había perdido por completo los papeles. Agarró una botella de agua y se la tiró a Conor. No le dio en la cabeza por muy poco, pero casi provocó un altercado. Después, al salir, a Brandão casi había que sujetarlo y Conor se lo estaba pasando en grande. Sentí lástima por Brandão. El miedo lleva a la ira y al odio, y él no estaba en su mejor momento mental. No era un buen presagio para lo que iba a tener que afrontar veinticuatro horas después.

La UFC Fight Night 46, en el O2 Arena de Dublín, el sábado 19 de julio de 2014, fue la mejor noche de mi vida profesional. Nada la ha superado desde entonces, y estoy seguro de que nada la superará.

Varios factores se combinaron para que aquella noche fuera absolutamente perfecta. El gimnasio de mis sueños acababa de abrirse y estaba prosperando; tenía cuatro luchadores compitiendo en el cartel; todo ocurría en mi ciudad, y la ocasión misma era simplemente increíble. Qué ambiente. Pero tal vez lo más importante era que mis padres estaban allí para presenciarlo. Pude conseguirles asientos de pista, de modo que podían verlo todo perfectamente. Tenerlos allí significaba muchísimo para mí. Estaba deseando impresionarlos. Después de años y años de desacuerdos sobre el rumbo que tomaba mi vida, sentía que por fin iba a demostrarles para qué había servido todo. Ellos no seguían las MMA en los medios, de modo que no eran verdaderamente conscientes del nivel que habían alcanzado las cosas. Era su oportunidad de verlo por sí mismos; de ver que, después de todo, yo no había malgastado tantos años de mi vida.

Resultaba adecuado que fuera Paddy Holohan el que lo empezara todo en la primera pelea de la noche. Yo lo llamaba «Berserker», que era un tipo de antiguo guerrero vikingo. Los berserkers no conocían el miedo y eran siempre los primeros en lanzarse a la batalla, arrastrando tras ellos al resto del ejército. Es una buena descripción para Paddy. Era un luchador invicto que solía pelear en el primer combate del cartel, y nunca fallaba a la hora de sentar las bases de una velada triunfal.

Desde que entró a formar parte del equipo del SBG, Paddy ha sido como un hermano pequeño para mí. Las MMA, y el jiu-jitsu brasileño en particular, son su vida. Entre otras muchas cosas, tenemos eso en común. También comparte mi pasión por enseñar. No imagino un solo día en el que no esté comprometido con el deporte. Paddy era solo un joven novato de Tallaght cuando empezó a entrenar conmigo, así que para mí era un momento especial poder acompañarlo en un recinto tan famoso, a pocos kilómetros de donde nació, cuando hacía su debut en el mayor espectáculo del mundo, ante un público de casi diez mil personas en directo y millones más que lo veían por televisión en todo el mundo. En los vestuarios ya se sentía que se estaba preparando un ambiente especial en el anfiteatro, pero no estábamos preparados para el estruendo que nos saludó cuando apareció Paddy. Periodistas veteranos que habían estado cubriendo nuestro deporte desde hacía años lo describieron después como el evento más ruidoso de la historia de la UFC. Paddy fue el primero en saborearlo. Ni siquiera sé qué canción sonó cuando salió, porque el rugido de la multitud ahogaba por completo la música. Alrededor del octágono, el personal de la UFC se cruzaba miradas de complicidad. Imagino que se estaban preguntando «¿Por qué demonios hemos esperado tanto para volver aquí?».

«El público de aquí es algo nunca visto —dijo después Dana White—. Llevo trece años haciendo esto y nunca he visto nada parecido. Los luchadores nunca han visto nada parecido. La gente de los medios, que se pasa la vida cubriendo peleas de la UFC, no ha visto nunca nada parecido. Es una locura. Es un nivel completamente diferente».

El adversario de Paddy era un norteamericano llamado Josh Sampo. Habiendo luchado ya dos veces en la UFC, Sampo tenía ventaja en cuestión de experiencia. Pero al final le sirvió de muy poco. Paddy es un irlandés apasionado y patriótico. Era imposible que decepcionara en su debut en la UFC ante aquel público. Normalmente, en el primer combate de una velada de la UFC el estadio está todavía casi vacío. Pero aquella noche en Dublín el recinto estaba absolutamente abarrotado cuando Paddy y Sampo iniciaron la acción.

Habría sido muy fácil que Paddy se dejara atrapar y arrastrar por la situación, en detrimento de su actuación, pero absorbió perfectamente aquella energía positiva. Se lo estaba pasando bien, y Sampo estaba un poco asustado por todo aquello. Poco más de un minuto después de empezar la pelea, Paddy lo derribó con un uppercut. Mientras procuraba pasar la guardia de Sampo, Paddy logró evitar un intento de presa de brazo antes de ganarle la espalda a Sampo y obligarle a abandonar con una estrangulación por detrás. El comienzo perfecto. Uno liquidado, faltaban tres.

No le resultó tan fácil a Cathal Pendred, pero es que a Cathal nunca le ha interesado hacer las cosas de la manera fácil. A mitad del primer asalto de su combate de pesos medios contra Mike King, Cathal fue derribado de un derechazo, y ya en el suelo King le descargó una lluvia de golpes. Cathal estaba en apuros, no cabía duda. Pero Cathal simplemente no abandona nunca y yo confiaba en que sería capaz de capear el temporal. King siguió descargando golpes, y después intentó una estrangulación por detrás. Al ver que Cathal resistía, su contrincante intentó una presa de brazo. Cuando quedaban cuarenta segundos del asalto, Cathal consiguió escapar y la multitud casi hizo saltar el techo del estadio. A aquellas alturas, la conducta de King era reveladora. Había echado el resto intentando acabar con Cathal cuando parecía estar al borde de la victoria. Pero cuando Cathal se puso en pie, King quedó desconcertado. Al mirar a Cathal, la expresión de su cara decía: «¿Qué demonios tengo que hacer para vencer a este tío?».

Cuando Cathal volvió a su rincón al terminar el primer asalto, King estaba hundido, apoyando las manos en la jaula, resoplando con fuerza. Estaba completamente agotado, apenas podía tenerse en pie. En cambio, Cathal parecía que aún no había empezado.

Hay ocasiones, entre asalto y asalto, en las que un entrenador tiene que dar instrucciones concretas. A veces son consejos técnicos. Otras veces es un consejo emocional. Y algunas veces puede ser una mezcla de las dos cosas. Esta vez yo tenía un mensaje simple para Cathal.

—Míralo, Cathal. Está acabado. Ha gastado toda la energía de su cuerpo en este asalto. En su cabeza, ya está derrotado. Tú ya has pasado por esto muchas veces. Sal ahí, aprovecha la oportunidad cuando se presente y demuéstrales a todos que está derrotado.

Muchas veces me preguntan cómo sé qué consejos hay que darle a un luchador en cada situación concreta. El final de aquel primer asalto es un buen ejemplo. En aquella ocasión, aunque físicamente estaba bastante fresco, Cathal todavía se estaba recuperando de un primer asalto muy duro e intentaba despejarse la cabeza, así que no tenía sentido bombardearlo con información técnica que su mente no estaba en condiciones de procesar. Le habría entrado por un oído y salido por el otro. En una situación como aquella, lo mejor es conectar con el lado emocional del luchador. Ya has pasado por esto, no hay nada que temer, ahora le llevas ventaja… en estas circunstancias, esa es la clase de cosas que movilizan algo. Estas líneas de comunicación entre entrenador y luchador no se crean de la noche a la mañana. No se pueden fingir ni forzar. Si Cathal hubiera sido un luchador de otro equipo en aquella misma situación, yo no le habría servido de nada. Se tarda mucho tiempo en desarrollar el nivel de confianza y comprensión necesario para poder hacer algo útil entre asalto y asalto. Es parecido a una relación de pareja: cuando llegas a la fase en la que los dos están familiarizados y cómodos en compañía del otro, basta un movimiento de cabeza o cualquier otro gesto menor para comunicar un mensaje que en otros tiempos habrías tenido que expresar con palabras. En los últimos años han venido a entrenar en el SBG muchos luchadores de gimnasios de todo el mundo. Numerosos luchadores prometedores y entusiastas han entrado por nuestra puerta, y todos son bienvenidos, pero siempre les explico que tendrá que pasar aproximadamente un año antes de que yo pueda ayudarles. Por supuesto, puedo enseñarles algunas cosas técnicas, pero la relación luchador-entrenador no se puede fabricar de la noche a la mañana. Surgirá si tiene que surgir, pero eso lleva tiempo.

Cathal se tomó su tiempo en aquel segundo asalto, antes de derribar a su adversario, ganarle la espalda y hacerle abandonar con una estrangulación por detrás. Dado que lo que había impedido que Cathal consiguiera un contrato con la UFC era la escasez de victorias claras, fue muy satisfactorio verle ganar por abandono en su debut. No era la primera vez que Cathal veía premiado su carácter decidido e implacable. Al verle empapándose de los aplausos de un público entusiasmado, yo no podía alegrarme más por él. Nadie se lo merecía más.

Sin duda, aquella victoria sobre Mike King se recordará como uno de los debuts más rentables de la historia de la UFC. Cathal cobró ocho mil dólares por pelear más otros ocho mil por ganar. Pero además, él y Mike King cobraron otros cincuenta mil dólares cada uno como premio al Combate de la Noche. Y aquello no fue todo para Cathal. Pocas semanas después la UFC reveló que King había dado positivo en dopaje, por lo que se le despojó de su premio y se le dio el dinero a Cathal. ¿La victoria más importante de tu carrera —contra un tipo más grande y dopado— y 116 000 dólares en el bote? Yo diría que es un buen principio para tu vida en la UFC.

Poco después, Cathal me devolvió los mil euros que le había prestado para ir a The Ultimate Fighter… más unos sustanciosos intereses.

—Gracias por creer en mí, entrenador —dijo—. Hiciste una inversión inteligente.

Mi siguiente tarea en la UFC Fight Night 46 era dirigir a Gunnar Nelson en el combate preestelar contra Zak Cummings. Gunni llevaba años entrenándose intermitentemente en el SBG, de modo que los aficionados irlandeses ya sabían que merecía su apoyo, pero aquello fue un punto de inflexión. Esa fue la noche en la que le acogieron de verdad como uno de los suyos. Dublín había sido su segunda casa durante mucho tiempo, y fue estupendo ver que los fans estaban con él en cuerpo y alma. Quedó aturdido por la recepción, y por primera vez le vi manifestar alguna emoción antes de una pelea.

En cuanto a la pelea en sí, fue un Gunnar Nelson clásico. Una entrada madura y paciente, seguida por rápidas maniobras de jiu-jitsu y una bonita presa de abandono que llegó casi al final del segundo asalto. Gunni dio un paso más hacia la disputa del título.

Por último, el combate estelar. El recorrido desde el vestuario hasta el octágono con Conor McGregor, camino de su pelea con Diego Brandão, no lo olvidaré mientras viva. Para el público irlandés, Conor ya no era un simple deportista. Era un icono. Un símbolo del orgullo nacional. El paseíllo fue una demostración de ello. En estas situaciones, el estruendo es tan fuerte que llega un momento en que no lo oyes. Es una sensación muy extraña. Sabes que estás rodeado por el griterío, pero de algún modo todo te parece apacible. Durante mucho tiempo, los aficionados irlandeses a las MMA habían esperado la ocasión de aclamar a uno de los suyos en el escenario más grande de todos. Ahora que había llegado el momento, lo estaban aprovechando al máximo. El ruido que hacían durante la presentación de Conor no se parecía a nada que yo hubiera oído antes. La medición oficial dio 111 decibelios, más fuerte que el que hace un avión al despegar.

Cuando empezó la contienda, Conor tenía un aspecto soberbio. Era como si jamás se hubiera lesionado. Brandão intentó utilizar su jiu-jitsu, pero Conor no tuvo dificultades para eludir el peligro. Cuando su mano izquierda entró en acción, el combate se acabó para Brandão. En poco más de cuatro minutos, Conor había regresado victorioso de su lesión, derribando a Brandão de un puñetazo y comiéndoselo en la lona para conseguir un KO técnico en el primer asalto.

—Dije que lo iba a tumbar en el primer asalto, y en el primer asalto lo he tumbado —dijo Conor después—. Habría que ser muy especial para venir aquí, a mi ciudad, y arrebatarme esto. No hay un hombre vivo que pueda venir a esta tierra y ganarme. Lo dije el año pasado: no estamos aquí solo para participar: estamos aquí para tomar el mando.

Aunque hemos vivido muchas grandes noches desde entonces, y sé que aún vendrán muchas más, a veces sigo soñando despierto y deseando poder transportarme de regreso a aquella noche, solo para experimentarlo todo otra vez. Fue absolutamente increíble.

Después de cada pelea, hacía una escapada para ver a mis padres y disfrutar de un breve momento de celebración con ellos. Cuatro combates, cuatro victorias. Aquel día en que los llevé a ver The Shed y madre se echó a llorar parecía ya un recuerdo muy lejano. En muchos aspectos —como alguien me indicó después—, aquella maravillosa velada, con todo lo tremenda que fue, había sido el resultado de lo que empecé en aquel pequeño cobertizo trece años atrás. Mis padres estaban orgullosísimos.

Cuando el público que tenían cerca me vio con mis padres, les preguntaron «¿De qué conocen ustedes a John?». Cuando dijeron quiénes eran, los fans querían hacerse selfies con ellos; y al final de la velada, mis padres casi fueron sacados del estadio a hombros de la multitud. Mi padre me dijo que nunca se había sentido tan orgulloso. No tengo palabras para expresar lo importante que era aquello para mí. Habiendo tenido una relación difícil con él en mi niñez, recibir aquel nivel de aprobación de mi padre significaba más de lo que jamás podré explicar. Probablemente todo hijo anhela la aprobación de su padre. Yo sentía que por fin la había conseguido. Si me hubiera convertido en el mejor ingeniero del mundo, no le hubiese impresionado tanto como aquello.

Después del combate, Conor se tomó la molestia de darme las gracias públicamente:

—John ha cambiado nuestras vidas. Ha sido una inspiración para todos nosotros. Es un maestro del movimiento humano. Es un genio de este deporte.

Tenía gracia que dijera que yo estaba cambiando las vidas de mis luchadores, porque, tal como yo lo veía, eran ellos los que estaban cambiando la mía. Supongo que es en momentos así cuando sabes que estás haciendo las cosas bien como equipo.