30. La Casa de la Narcorrealidad

Por Martha Lilia no pasaba el tiempo, pasaban solamente las cirugías plásticas de nariz y de párpados. Cada 14 de junio cumplía treinta y dos años. Detenidos los relojes biológicos en esa fecha. Pero para celebrar su último aniversario, el Señor de la Frontera había ordenado un pastel de cinco pisos. Lo coronaba la efigie de una Reina Morena con una diadema en la cabeza y una minifalda con estrella dorada. Lo más posible parecida a ella.

Oriunda de Durango, tierra de alacranes, envuelta en sarape de Saltillo, Martha Lilia bailaba a lo largo del Rio Bravo en una cadena de antros propiedad del Señor de la Frontera. Su cuerpo en lencería era anunciado en los periódicos locales y en los espectaculares de las ciudades fronterizas. Su clientela era variada: empresarios socios de funcionarios, capos pesados amigos de texanos con acné, policías judiciales, militares y gobernadores. Ella no pedía credenciales a nadie, sólo tarjetas de crédito, cartas de fidelidad y que no fuesen mezquinos. A su juicio, los hombres entre más violentos eran más entrones, entre más impulsivos menos rajones.

En la fiesta se decía que Martha Lilia era la novia del Señor, a quien apodaban lo mismo El Roberto, El Carlos, El Legión, El Alacrán que El Rey del Polvo Blanco. Aunque supuestamente los dos primeros habían sucumbido en una balacera con el ejército en el aeropuerto internacional era un secreto a voces que residía en El Paso, San Diego, en algún lugar del triángulo dorado o tenía celda VIP en el reclusorio, por protección, no por castigo. Se decía que el hombre de la laringe artificial no era el Señor, sino otro que andaba en la fiesta de incógnito o se paseaba tranquilamente disfrazado de vendedor de pólizas de la compañía Miami Life Insurance o de gerente de una maquiladora o de un empresario hotelero.

El Señor, prendado de Martha Lilia, solía acompañarla en sus tours por los téibol dances de Monterrey, Culiacán, Matamoros, Tijuana y Ciudad Juárez cargado de regalos o de chequeras. Tenía un particular sentido del humor, ya que a mujer poseída la consideraba de su propiedad, y a sus propiedades les herraba los glúteos con su nombre. De manera que quien le viese el culo a una chica con la letra R o C o A en un círculo de pintura negra debía saber a qué atenerse, pues arriesgaba perder la cabeza. Sobre la Reina Morena, Jaime No Me Busques había hecho un cuarteto, que le confió a José, como si fuese difunta:

Ella era bella, era sexy,

era atrevida, era esbelta,

era tierna, era buena,

y tan tonta que daba pena ajena.

Martha Lilia, sentada en un sillón con las piernas cruzadas, se pintaba la boca, se examinaba los pechos, su cara como una máscara de barro.

María Antonieta de la Sierra le cantaba Las mañanitas con una letra suya que decía «Cuéntame las pecas de la espalda mientras me abrazas».

De repente, el Señor puso a las mujeres a desfilar. A la potra de Manzanillo, a la culona de Mali, que al principio José creyó era de Madagascar, a la vendedora de medallas de Medellín, a la mulata de la favela de Rosinha, y a Lesbia Martínez, maestra de mambo de La Habana.

Hacia la una de la mañana se oyeron pasos y balazos en el corredor. Seguramente los intrusos habían violado las cámaras de vigilancia y las puertas blindadas por contactos internos. El Coyote, que había pasado la noche con Lolita La Chata, advertido en su celular del operativo, se dirigió a la cocina, abrió una puerta secreta y se echó a correr por el jardín. Camuflado por la oscuridad atravesó el lago artificial, donde envejecía un delfín solitario, y alcanzó la cochera principal, donde un coche en marcha lo esperaba. Se subió al BMW. Pero se bajó, y optó por el helicóptero.

—Déjenlo pasar, ¿no ven que por el color del cielo parece que va a helar y hay mal clima para que los helicópteros puedan despegar? Cuando se canse podemos alcanzarlo en un lugar propicio para dialogar. No se les olvide que el señor Coyote contribuyó en mayo pasado a la construcción de viviendas de interés social en la periferia de la ciudad —un comandante de la policía detuvo a empellones a los agentes que querían salir a arrestarlo.

—Se fue desnudo, su ropa está en la silla. Al fin Coyote, deja su piel en el camino para hacer creer a la gente que está muerto —dijo alguien.

—Ahora sí, cabronas, comenzó la narcofiesta, ¿no ven que estamos congregados en la Casa de la Narcofelicidad? —gritó el Jefe de Operaciones Especiales, mientras el señor de la laringe artificial y Lolita hacían mutis y unos policías empezaron a desnudar a las mujeres y a quitarles la coca que inhalaban. Otros procedieron a arrancarles collares y anillos o se ocuparon en limpiar los bolsos de tarjetas de crédito, alijos de cocaína y frascos con pastillas psicotrópicas. Los juguetes sexuales y los catálogos con fotos de prostitutas quedaron en su lugar. Pero el Jefe de Operaciones Especiales comprendió que antes de escoger a una era necesario poner a todas a desfilar, mandando a dos jovencitas a la recámara principal que tenía camas gemelas que se bajaban con botón.

La Casa de la Narcofelicidad se convertía en la Casa de la Narcorrealidad. Hombres y mujeres con la cara maquillada y el cuerpo oliendo a agua de Colonia recibieron un mar de bofetadas. Nadie estaba seguro de la identidad de nadie. Los convidados declaraban procedencia y nombre falsos, y a cada golpe cambiaban de versión. Asegurando que no cometerían traición, pedían a los altos mandos policíacos que no los fuesen a maltratar. Pero pegar era un insumo erótico al que los capos no podían renunciar y ellos se tenían que acostumbrar. Los policías no tenían que ser escrupulosos con las que se iban a juntar, después de todo no las iban a desposar, sólo a degustar, y después a desechar. Porque la mujer y el hombre como res podrida al poco rato empieza a apestar.

—¿Qué hacían aquí? —Tequila y Mezcal, asistentes del jefe de Operaciones Especiales, interrogaron a dos buchonas.

—Vine a trabajar.

—¿Y tú?

—Era invitada especial.

—¿De los narcos?

—No sabía que eran narcos.

—Entre armas, drogas, dólares y mujeres de la vida, ¿no sabías nada?

—Nada, yo creía que venía a la fiesta de una mujer casada.

—¿Cómo viniste?

—Nos recogieron en una camioneta con vidrios ahumados. No vi nada.

—¿En dónde?

—En la agencia de modelos.

—¿O en una casa de putas?

—Ya dije lo que tengo que declarar.

—¿Quién te recogió?

—El chofer no sé cómo se llama.

—¿Quién lo mandó?

—No tengo información.

Hastiados de interrogar, Tequila y Mezcal mandaron echar bolsas con hielo a la piscina y cuando ésta alcanzó la temperatura deseada aventaron a Vittorio Cagnazzo, propietario de la Trattoria Notte d’Oro, cuyas especialidades eran Mascarpone en Polvo Blanco y Lola a la Pizzaiola. Zselo Zsaizsar, custodio de un reclusorio femenil, y Juan Manuel El Figurín, asistente del general García Flores, fueron lanzados al agua para que se dieran una enfriada, pues tenían la temperatura muy alzada. Y los tuvieron sumergidos hasta que empezaron a patalear.

—¿Qué pasó, potrancas, pónganse a talonear, dos, tres veces hasta el cuerpo cansar y el salario desquitar. La fe que he puesto en ustedes no deben defraudar. A mí llévenme a dos cueros a la recámara principal, y allá decidiré con cuál debo cohabitar. Fast, no las vaya a la piscina echar, que con el baño de hielos calientes hasta con las nalgas van a estornudar —el Jefe de Operaciones Especiales decía esto y hacía aquello delante del narcosanto en la pared, el cual, parecía también tener ganas de festejar.

—Señor jefe, le habla el patrón —Mezcal le dio el celular.

—Perdón señor santo, debo contestar a la superioridad.

Los polis se pusieron a interrogar a los detenidos y se llevaron a la cama a la modelo de la revista Oso Negro. A Cecilia Braccio y Lesbia Martínez, a la mulata de la favela de Rosinha, a Zselo Zsaizsar y a Juan Manuel El Figurín —con peluca de mujer, los labios rojos y el trasero ensillado como yegua— los dejaron esperando turno. Las acusadas de tráfico de drogas, contrabando de personas y lavado de dinero era riesgoso conservar, pues cómo cohabitar a gusto con el cuerpo del delito, si pronto se debía entregar. Los documentos migratorios serían decomisados y ellas arraigadas en el Centro de Delincuencia Organizada. O por lo menos, enjauladas en el Rincón Social, un penal de mediana seguridad. O entregadas a las autoridades migratorias para su deportación o para su distribución entre las mafias para su comercialización.

—Cada agente según su rango podrá guardar las joyas de los detenidos —determinó el Jefe de Operaciones Especiales—. He echado un vistazo en las afueras de la casa de la Narcofelicidad y me he cerciorado de que efectivos armados resguardan los estacionamientos, los túneles de escape y el helipuerto, no vaya a ser que los polis quieran escapar con ellos.

—Aquí hay un cabrón maricón —Tequila descubrió en un ropero a un mesero punkie y junkie con los pelos parados.

—No me hagan daño, que sólo he venido a Vergeles del Desierto a trabajar, tengo mamá y hermanos pequeños que alimentar.

—Como dijo un cretense, todos los cretenses son mentirosos, así yo les puedo asegurar que este mesero es mentiroso —rió Mezcal.

—Miren a Perlita —Tequila mostró a un corcovado albino.

—No soy Perlita, soy Chak el Maya, el animalero del señor Coyote.

—Chak nos dará un tour por el narcozoológico —anunció Mezcal—. Nos mostrará tarántulas de rodillas rojas y cocodrilos fosforescentes. Pero si no nos dice dónde está El Coyote, pasará la noche en la jaula del jaguar.

—Disculpen mi versión, pero sólo una vez me topé con el señor Coyote.

—Si no te acuerdas dónde están los túneles de la frontera, te daré toques.

—Y para que los macacos de tus hijos se diviertan, violaré a tu mujer.

Chak el Maya declaró:

—Esta es mi lista de especies que trajimos en barco, avión y camión sin cuarentena sanitaria ni permiso de entrada: llamas peruanas rumiadoras de coca, vacas pelirrojas de Irlanda, gacelas de Senegal, víboras de Durango, guacamayas guatemaltecas. También disponíamos de lagartijas que se asoleaban desnudas en las piscinas, de alacranas prensadas en ceniceros que al Señor le gustaba regalar a sus amistades. Pero no era responsable del jaguar que con sus rugidos denunciaba su miseria.

Un altoparlante lo acalló:

—Se ruega a nuestros invitados regresar al Salón Cisne, que la fiesta va a continuar con la rifa de Miss Mazatlán.