CAPÍTULO 11
Quería hablar directamente con los Príncipes… pero no podía ir sencillamente hacia las puertas de la Cámara y pedirles a los guardias que me dejaran entrar. Podía esperar a que apareciera uno de los Príncipes y llamarle, pero no abandonaban muy a menudo el salón del trono. ¿Y si Kurda actuaba antes que yo? Pensé en acercarme sigilosamente a las puertas y colarme dentro la próxima vez que las abrieran, pero era poco probable que lograra pasar desapercibido ante los guardias. Además, si Kurda estaba dentro y me veía, podría matarme antes de tener oportunidad de hablar.
Ése era mi mayor temor: que me mataran antes de poder avisar a los Príncipes del peligro al que se enfrentaban. Teniéndolo en cuenta, decidí que tendría que comunicarme con alguien antes de acercarme a los Príncipes, y así, si moría, mi mensaje no desaparecería conmigo.
¿Pero en quién confiar? Mr. Crepsley o Harkat serían la opción ideal, pero no había manera de que pudiera llegar hasta sus celdas sin ser detectado. Arra Sails y Vanez Blane también vivían demasiado adentro de la montaña para llegar hasta ellos fácilmente.
Quedaba Seba Nile, el anciano intendente de la Montaña de los Vampiros. Su celda estaba cerca de los almacenes. Sería arriesgado, pero creía poder llegar hasta él sin ser visto. ¿Pero podría confiar en él? Kurda y él eran amigos íntimos. Había ayudado al traidor a hacer mapas de los túneles poco frecuentados, mapas que los vampanezes podrían estar utilizando en este momento para avanzar hacia la Cámara de los Príncipes. ¿Era posible que fuera uno de los aliados de Kurda?
Apenas acababa de plantearme esa cuestión, supe que era ridículo. Seba era un vampiro tradicional, que creía en la lealtad y en las costumbres de los vampiros por encima de todo. Y había sido el mentor de Mr. Crepsley. Si no podía confiar en Seba, no podría confiar en nadie.
Me levanté para ir en busca de Seba, y los lobos se levantaron conmigo. Me agaché junto a ellos y les dije que se quedaran. Streak sacudió la cabeza, gruñendo, pero fui firme con él.
—¡Quedaos! —le ordené—. Esperadme aquí. Si no vuelvo, regresad con la manada. Ésta no es vuestra lucha. No hay nada que podáis hacer.
No estaba seguro de que Streak hubiera comprendido todo eso, pero se sentó sobre sus cuartos traseros y permaneció junto a los otros lobos, jadeando con fuerza mientras me veía partir, sus ojos oscuros clavados en mí hasta que desaparecí por una esquina.
Volviendo por donde habíamos venido, bajé por la montaña. No tardé mucho en llegar a los almacenes. Se hallaban silenciosos cuando llegué, pero entré cautelosamente, sin tentar a la suerte, a través del agujero que Kurda me había mostrado durante la huida.
Como no encontré a nadie dentro, me dirigí hacia la puerta que conducía a los túneles, y entonces me detuve, mirando hacia abajo. Me había acostumbrado tanto a ir desnudo, que había olvidado lo extraño que resultaría ante unos ojos que no fueran de animal. Si me presentaba así en los aposentos de Seba, sucio y bestial, ¡podría pensar que era un fantasma!
No había ropa disponible en aquella habitación, así que rasgué un saco viejo y me lo até con una tira alrededor de la cintura. No era mucho mejor, pero serviría. Me envolví los pies con varias tiras más, para caminar con más sigilo, y después abrí un saco de harina y me froté el cuerpo con unos cuantos puñados de aquel polvo blanco, confiando en atenuar en lo posible el olor a lobo. Cuando estuve listo, abrí la puerta y me interné con sigilo en el túnel.
Aunque en una situación normal no habría tardado más de dos o tres minutos en llegar hasta las habitaciones de Seba, tardé casi cuatro veces más, inspeccionando cada tramo del túnel varias veces antes de aventurarme a bajar, asegurándome de contar con algún sitio donde esconderme si los vampiros aparecían de repente.
Cuando finalmente llegué ante la puerta del viejo intendente, temblaba de nerviosismo, y me quedé allí en silencio durante unos segundos, intentando calmarme. Cuando me recuperé, llamé a la puerta con suavidad.
—Adelante —dijo Seba.
Entré. El intendente estaba ante un baúl, de espaldas a mí.
—Aquí, Thomas —murmuró, examinando el interior del baúl—. Ya te he dicho que no te molestes en llamar. Apenas faltan dos horas para la investidura. No tenemos tiempo que…
Se volvió, me vio, y, literalmente, se le cayó la mandíbula.
—Hola, Seba —sonreí con nerviosismo.
Seba parpadeó, meneó la cabeza y parpadeó de nuevo.
—¿Darren? —dijo con voz entrecortada.
—El mismo —respondí con una sonrisa forzada.
Seba bajó la tapa del baúl y se sentó encima pesadamente.
—¿Eres una visión? —jadeó.
—¿Le parece que lo soy?
—Sí —dijo.
Me eché a reír y avancé.
—No soy una visión, Seba. Soy yo. Soy real. —Me detuve frente a él—. Tóqueme si no me cree.
Seba extendió unos dedos temblorosos y tocó mi brazo izquierdo. Al notar que era sólido, esbozó una radiante sonrisa y se levantó. Luego su rostro se ensombreció y volvió a sentarse.
—Te han sentenciado a muerte —dijo tristemente.
—Ya lo suponía —asentí.
—Huiste.
—Fue un error. Lo siento.
—Pensamos que te habías ahogado. Tu rastro llegaba hasta el río y allí se cortaba en seco. ¿Cómo lograste salir?
—Nadando —dije a la ligera.
—¿Nadando, por dónde? —inquirió.
—Bajo la corriente.
—¿Quieres decir… todo el camino… a través de la montaña? ¡Eso es imposible!
—Improbable —le corregí—, pero no imposible. De lo contrario, no estaría aquí.
—¿Y Gavner? —preguntó, esperanzado—. ¿También está vivo?
Negué con la cabeza, tristemente.
—Gavner ha muerto. Fue asesinado.
—Eso pensaba —suspiró Seba—. Pero cuando te vi a ti, creí…
Se detuvo, frunciendo el ceño.
—¡¿Asesinado?! —exclamó.
—Será mejor que siga sentado —dije, y procedí a contarle con pelos y señales mi encuentro con los vampanezes, la traición de Kurda y todo cuanto había ocurrido después.
Seba temblaba de furia cuando acabé.
—¡Jamás pensé que un vampiro pudiera volverse contra sus hermanos! —rugió—. ¡Y menos uno tan respetado! Me asquea y me avergüenza… Pensar que he brindado con sangre a la salud de ese falso vampiro y rogado a los dioses que le concedieran suerte eterna… ¡Por las entrañas de Charna!
—¿Me cree? —pregunté, esperanzado.
—Puede que no reconozca una traición cuando está bien disimulada —respondió—, pero sí la verdad cuando la tengo delante. Te creo. Y los Príncipes también lo harán. —Se levantó y fue a zancadas hacia la puerta—. Tenemos que avisarles enseguida. Cuanto antes… —Se detuvo—. No. Los Príncipes no verán a nadie hasta el momento de la investidura. Viven dentro de la Cámara y no abrirán las puertas hasta el crepúsculo, cuando Kurda se presente ante ellos. Así ha sido siempre. Tendría que darme la vuelta si fuera allí ahora.
—¿Pero podrá llegar a tiempo hasta ellos? —pregunté ansiosamente.
Asintió.
—Habrá una larga ceremonia antes de la investidura. Tendré tiempo de sobra para interrumpirla y presentar esos cargos tan graves contra nuestro supuesto aliado, Kurda Smahlt. —El vampiro hervía de furia—. Ahora que lo pienso —dijo, entrecerrando los ojos—, se encuentra solo en sus habitaciones en estos momentos. Podría ir allí y rajarle la garganta a ese villano antes de…
—¡No! —dije enseguida—. Los Príncipes querrán interrogarle. No sabemos quién más está con él en esto, ni por qué lo hace.
—Tienes razón —suspiró, hundiendo los hombros—. Además, matarle sería demasiado misericordioso. Merece sufrir por lo que le hizo a Gavner.
—Ésa no es la única razón por la que no quiero que le mate —dije, titubeando. Seba se quedó mirándome, esperando a que prosiguiera—. Quiero denunciarle yo mismo. Yo estaba con Gavner cuando murió. Bajó a los túneles por mí. Quiero mirar a Kurda a los ojos cuando le desenmascare.
—¿Para demostrarle cuánto le odias? —inquirió Seba.
—No —respondí—. Para demostrarle cuánto dolor ha causado. —A mis ojos afloraron las lágrimas—. Le odio, Seba, pero aún pienso en él como un amigo. Me salvó la vida. En estos momentos estaría muerto si él no hubiera intervenido. Quiero que sepa cuánto daño me ha hecho. Tal vez sea una tontería, pero quiero que vea que no siento ningún placer al acusarle de traición.
Seba asintió despacio.
—No es una tontería —dijo, acariciándose la barbilla mientras consideraba mi petición—. Pero será peligroso. No creo que los guardias te mataran, pero podría hacerlo alguno de los aliados de Kurda.
—Correré ese riesgo —dije—. ¿Qué tengo que perder? De todos modos me matarán más tarde, porque fracasé en los Ritos. Prefiero morir de pie, deteniendo a Kurda, que en la Cámara de la Muerte.
Seba sonrió cálidamente.
—Eres un verdadero y valeroso vampiro, Darren Shan —declaró.
—No —respondí en voz baja—. Sólo estoy intentando hacer lo que es justo, para enmendar mi huida.
—Larten se sentirá orgulloso de ti —recalcó Seba.
No supe qué decir a eso, así que me limité a encogerme de hombros, ruborizado. Luego nos sentamos juntos y debatimos varios planes para la noche siguiente.