CAPÍTULO 20

No podía entender lo que estaba pasando. Gavner tampoco. Se desplomó contra la pared, con los ojos fijos en el cuchillo que sobresalía de su vientre. Dejó caer sus propios cuchillos, agarró la empuñadura y trató de desclavárselo, pero las fuerzas le abandonaron y se deslizó hasta el suelo.

Aunque Gavner y yo estábamos conmocionados, los vampanezes no demostraron la menor sorpresa. Se relajaron, y los que estaban en retaguardia regresaron a su cueva. El de la marca de nacimiento roja en la mejilla se adelantó, se detuvo junto a Kurda y contempló al vampiro moribundo.

—Por un minuto pensé que habías vuelto en su ayuda —dijo el vampanez.

—No —respondió Kurda. Había aflicción en su voz—. Si hubiera podido, le habría noqueado y luego me lo habría llevado a algún lugar, pero los otros podrían rastrear sus señales mentales. Más adelante hay un chico, un semi-vampiro. Está herido, así que no os será difícil capturarlo. Quiero que lo cojáis vivo. A él no podrán rastrearlo.

—¿Te refieres al chico que está detrás de ti? —preguntó el vampanez.

Kurda se volvió bruscamente.

—¡Darren! —jadeó—. ¿Desde cuándo estás ahí? ¿Qué has…?

Gavner gimió. Entonces reaccioné por fin, me lancé hacia delante, ignorando a Kurda y a los vampanezes, y me agaché junto a mi moribundo amigo. Ahora sus ojos estaban abiertos, pero no parecía ver nada.

—¿Gavner? —pregunté, sujetando sus manos, manchadas de sangre al intentar extraerse el cuchillo. El General Vampiro tosió y se estremeció. Sentí cómo la vida escapaba de él—. Estoy con usted, Gavner —susurré, sollozando—. No está solo. Yo…

—S-s-si… —tartamudeó.

—¿Qué? —lloré—. Más despacio. Tiene mucho tiempo… —Era una descarada mentira.

—S-siento no haberte dejado… d-dormir… con m-mis ronquidos —resolló. No sabía si aquellas palabras iban dirigidas a mí o a alguien más, pero antes de poder preguntárselo, la expresión se le congeló en el rostro y su espíritu se elevó rumbo al Paraíso.

Apreté mi frente contra la de Gavner y aullé lastimeramente, aferrado a su cadáver. Los vampanezes podrían haberme cogido fácilmente entonces, pero estaban desconcertados, y nadie hizo un movimiento para atraparme. Simplemente permanecieron allí, a mi alrededor, esperando a que cesara mi llanto.

Cuando al fin levanté la cabeza, nadie se atrevió a sostener mi mirada. Todos bajaron los ojos, y Kurda el primero.

—¡Le ha matado! —siseé.

Kurda tragó saliva dificultosamente.

—Tuve que hacerlo —graznó—. Ya no había tiempo para concederle una muerte noble… Podrías haber escapado si yo se lo hubiera dejado a los vampanezes.

—Todo el tiempo supo que estaban ahí —susurré.

Él asintió.

—Por eso no quería seguir la ruta bajo la corriente —dijo—. Temía que ocurriera esto. Todo habría salido bien si hubiéramos ido por donde yo quería.

—¡Usted está aliado con ellos! —grité—. ¡Es un traidor!

—Tú no entiendes lo que está ocurriendo —suspiró—. Sé que esto te parece terrible, pero no es lo que tú piensas. Estoy intentando salvar a nuestra raza, no condenarla. Hay cosas que no sabes… Cosas que ningún vampiro sabe. La muerte de Gavner es algo lamentable, pero en cuanto te lo explique bi…

—¡Al infierno sus explicaciones! —chillé—. ¡Es un traidor y un asesino…, una escoria!

—Te salvé la vida —me recordó suavemente.

—A costa de la de Gavner —sollocé—. ¿Por qué lo hizo? Él era su amigo…

—Él…

Sacudí la cabeza y le corté sin dejarle responder.

—¡No me importa! ¡No quiero escucharlo!

Agachándome, cogí uno de los cuchillos de Gavner y lo blandí ante mí. Los vampanezes levantaron sus armas inmediatamente y me rodearon.

—¡No! —gritó Kurda, interponiéndose en su camino—. ¡Dije que lo quería vivo!

—Tiene un cuchillo —gruñó el vampanez con la marca de nacimiento—. ¿Pretendes que le dejemos cortarnos los dedos mientras huimos de él?

—No te preocupes, Glalda —dijo Kurda—. Yo me encargo de esta situación.

Dejó caer su cuchillo, extendió las manos y caminó lentamente hacia mí.

—¡Deténgase! —chillé—. ¡No se acerque más!

—Estoy desarmado —dijo.

—¡No me importa! ¡Le mataré de todas formas! ¡Es lo que se merece!

—Puede que sí —admitió—, pero no creo que tú quieras matar a un hombre desarmado, no importa lo que haya hecho. Si estoy equivocado, pagaré mi error de la forma más dura…, pero no creo estarlo.

Eché hacia atrás el cuchillo para apuñalarlo, y luego bajé la mano. Él tenía razón: aunque hubiera matado a Gavner a sangre fría, yo no podía hacer lo mismo.

—¡Le odio! —grité, y luego le arrojé el cuchillo. Mientras se agachaba, me di la vuelta y me lancé velozmente hacia el túnel, giré a la derecha y escapé.

Mientras los vampanezes se abalanzaban en tropel tras de mí, oí cómo Kurda les gritaba que no me hicieran daño, que estaba herido y no podría ir muy lejos. Uno gritó que se adelantaría con unos cuantos por un atajo para interceptar los túneles que conducían a las Cámaras. Otro quiso saber si yo llevaba alguna otra arma.

Luego dejé de oír a mis enemigos y al traidor, y corrí en la oscuridad, huyendo ciegamente, llorando por mi amigo sacrificado, el pobre y difunto Gavner Purl.