CAPÍTULO 1

La gran caverna conocida como la Cámara de Khledon Lurt se hallaba casi desierta. Excepto por los que estaban sentados a la mesa conmigo (Gavner, Kurda y Harkat), sólo había un vampiro presente, un guardia sentado aparte, bebiendo una jarra de cerveza y silbando de manera discordante.

Habían transcurrido cuatro horas desde que me enteré de que iba a ser juzgado en los Ritos de Iniciación. Aún no sabía exactamente en qué consistían, pero, por las contritas expresiones de mis compañeros y por lo que había escuchado en la Cámara de los Príncipes, me imaginaba que mis posibilidades de salir victorioso eran, como mucho, escasas.

Mientras Kurda y Gavner murmuraban entre ellos sobre mis pruebas, observé a Harkat, al que no había visto mucho últimamente (había estado muy ocupado en la Cámara de los Príncipes, respondiendo a sus preguntas). Vestía su típica túnica azul, aunque ahora llevaba la capucha bajada, sin molestarse ya en ocultar su cara gris llena de parches y cicatrices. Harkat carecía de nariz, y tenía los oídos bajo la piel de su cráneo. Poseía un par de enormes y redondos ojos verdes, situados en la frente. Su boca de bordes irregulares estaba repleta de dientes afilados. El aire normal resultaba venenoso para él (si lo respirase durante diez o doce horas, moriría), y por eso llevaba una mascarilla especial que le mantenía con vida. Se la bajaba hasta la barbilla cuando hablaba o comía, pero cubría su boca el resto del tiempo. Harkat fue una vez un ser humano, que murió y volvió a su cuerpo tras sellar un pacto con Mr. Tiny. No podía recordar quién había sido ni qué clase de trato había aceptado.

Harkat había traído un mensaje de Mr. Tiny a los Príncipes, que decía que se acercaba la noche del Lord Vampanez. El Lord Vampanez era un mítico personaje cuya llegada, supuestamente, señalaría el comienzo de una guerra entre vampiros y vampanezes, que (según Mr. Tiny) ganarían estos últimos, exterminando a los vampiros.

Al advertir mi mirada, Harkat se bajó la mascarilla y dijo:

—¿Has visto… mucho… de las Cámaras?

—Un poco —respondí.

—Podrías… enseñármelas.

—Darren no tendrá mucho tiempo para eso —suspiró Kurda tristemente—. Tiene que prepararse para los Ritos.

—Cuéntenme más sobre los Ritos —dije.

—Los Ritos son parte de nuestra herencia vampírica desde hace tanto tiempo que ningún vampiro puede recordarlo —dijo Gavner. Gavner Purl era un General Vampiro. Era muy fornido, de cabello corto y castaño y un rostro lleno de cicatrices y magulladuras. Mr. Crepsley solía burlarse de él a causa de su sonora respiración y sus ronquidos—. En las noches de antaño, se celebraban en cada Consejo —continuó—, y cada vampiro tenía que someterse a ellos, aunque ya lo hubiera hecho una docena de veces.

»Hace mil años, los Ritos fueron reestructurados, y así se instauró el rango de General. Antes de eso, sólo había Príncipes y vampiros comunes. Bajo esos nuevos términos, sólo quienes aspiran a ser Generales deben someterse a los Ritos. Muchos vampiros comunes toman parte en ellos aunque no quieran ser Generales (por lo general, un vampiro tiene que pasar los Ritos de Iniciación para ganarse el respeto de los demás), pero no es obligatorio».

—No lo entiendo —dije—. Creía que si pasas los Ritos, te conviertes automáticamente en General.

—No —repuso Kurda, adelantándose a Gavner y pasándose una mano por los rubios cabellos. Kurda Smahlt no era tan fornido como la mayoría de los vampiros (confiaba más en el cerebro que en la fortaleza física), y exhibía menos cicatrices que los demás, aunque tenía tres pequeños e indelebles arañazos rojos en la mejilla izquierda, la marca de los vampanezes. El sueño de Kurda era volver a unir a vampiros y vampanezes, y había pasado muchas décadas discutiendo tratados de paz con los proscritos homicidas. Los Ritos son sólo el primer paso para convertirse en General. Después hay otras pruebas de fuerza, resistencia e inteligencia. Superar los Ritos sólo indica que eres un vampiro con prestigio.

Prestigio era un concepto que había oído muchas veces. El respeto y el honor eran extremadamente importantes para los vampiros. Si eras un vampiro con prestigio, significaba que tus colegas te respetaban.

—¿Qué pasa en los Ritos? —inquirí.

—Hay varias pruebas diferentes —dijo Gavner, tomando el relevo a Kurda—. Tienes que completar las cinco. Se escogerán al azar, una cada vez. Los retos van desde luchar con jabalíes salvajes a escalar montañas peligrosas o arrastrarse por un foso lleno de serpientes.

—¿Serpientes? —pregunté, alarmado. Mi mejor amigo en el Cirque Du Freak (Evra Von) cuidaba de una enorme serpiente, a la que me había acostumbrado, aunque nunca me llegó a gustar. Las serpientes me producían escalofríos.

—No habrá ninguna serpiente en los Ritos de Darren —dijo Kurda—. Nuestro último cuidador de serpientes murió hace nueve años y nadie lo reemplazó. Todavía tenemos unas cuantas serpientes, pero no son bastantes para llenar una cuba, y mucho menos un foso.

—Los Ritos tienen lugar una noche tras otra —dijo Gavner—. Un día de descanso es todo lo que se te permite entre una prueba y la siguiente. Así que debes tener especial cuidado al principio: si resultas herido desde el comienzo, no dispondrás de mucho tiempo para recuperarte.

—La verdad es que podría tener suerte —meditó Kurda—. Tenemos casi encima el Festival de los No Muertos.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Damos una gran fiesta para celebrar la llegada de los vampiros que acuden al Consejo —explicó Kurda—. Utilizamos la Piedra de Sangre para buscar a los rezagados hace un par de noches, y sólo faltan tres por llegar. Cuando lo hagan, empezará el Festival, y los asuntos no oficiales se aplazarán durante tres noches con sus días.

—Es cierto —dijo Gavner—. Si el Festival empieza durante los Ritos, tendrás un respiro de tres noches. Sería una gran ventaja.

—Si es que los rezagados llegan a tiempo —puntualizó Kurda, sombríamente.

Al parecer, Kurda pensaba que yo no tendría la menor oportunidad en los Ritos.

—¿Por qué está tan seguro de que fracasaré? —inquirí.

—No es que te subestime, Darren —dijo Kurda—. Es sólo que eres demasiado joven e inexperto. Además de no estar preparado físicamente, no has tenido tiempo de conocer las diversas pruebas que se te presentarán, ni prepararte para ellas. Te han empujado a un final prematuro, y no es justo.

—¿Aún quejándote de la injusticia? —comentó alguien a nuestra espalda.

Era Mr. Crepsley. Seba Nile, el intendente de la Montaña de los Vampiros, estaba con él. La pareja se sentó y nos saludó con un silencioso asentimiento.

—Aceptaste muy deprisa los Ritos, Larten —dijo Kurda, desaprobadoramente—. ¿No pensaste que deberías haberle explicado más a fondo las reglas a Darren? ¡Ni siquiera sabía que fracasar en los Ritos supone la muerte!

—¿Es eso cierto? —me preguntó Mr. Crepsley.

Asentí.

—Pensaba que podría retirarme si las cosas se ponían mal.

—Ah, debería habértelo aclarado. Mis disculpas…

—Ahora ya es un poco tarde para eso —resopló Kurda.

—Es lo mismo —dijo Mr. Crepsley—. Me mantengo en mi decisión. Era una situación delicada. Me equivoqué al convertir a Darren, no lo niego. Para los dos es muy importante que uno de nosotros limpie nuestro nombre. Si pudiera elegir, afrontaría las pruebas yo mismo, pero los Príncipes escogieron a Darren. Y su palabra, por lo que a mí respecta, es ley.

—Además —añadió Seba—, no está todo perdido. Cuando supe la noticia, corrí a la Cámara de los Príncipes y me serví de la antigua y casi olvidada cláusula del Periodo de Preparación.

—¿La qué? —inquirió Gavner.

—Antes de la época de los Generales —explicó Seba—, los vampiros no se pasaban años preparándose para los Ritos. Se elegía una prueba al azar (como ahora), pero en vez de iniciarla de inmediato, se disponía de una noche y un día para prepararse. Así tenían tiempo para practicar. Muchos decidieron prescindir del Periodo de Preparación (generalmente, aquéllos que ya habían pasado los Ritos), pero no es ningún deshonor sacar ventaja de ello.

—Nunca había oído esa regla —dijo Gavner.

—Yo sí —apuntó Kurda—, pero nunca la había tenido en cuenta. ¿Aún se aplica? Hace más de mil años que no se utiliza.

—Sólo porque no sea muy popular no significa que no sea válida —dijo Seba con una risita—. El Periodo de Preparación nunca fue abolido formalmente. Dado que Darren es un caso especial, fui a ver a los Príncipes y les pedí que le permitieran beneficiarse de ello. Mika puso objeciones, por supuesto (ese vampiro nació para poner objeciones a todo), pero Paris le hizo entrar en razón.

—De modo que Darren tiene veinticuatro horas para prepararse antes de cada prueba —dijo Mr. Crepsley—, y otras veinticuatro para descansar después…, lo cual suma cuarenta y ocho horas de respiro entre cada prueba.

—Ésas son buenas noticias —convino Gavner, animándose.

—Y hay más —prosiguió Mr. Crepsley—. También persuadimos a los Príncipes de que excluyeran algunas de las pruebas más difíciles, las que estuvieran claramente más allá de las posibilidades de Darren.

—Pensaba que tú nunca pedías favores —señaló Gavner con una amplia sonrisa.

—Y no lo he hecho —replicó Mr. Crepsley—. Me limité a pedir a los Príncipes que utilizaran el sentido común. No sería lógico pedirle a un ciego que pinte, ni a un mudo que cante. Y de igual modo, no tendría sentido esperar que un semi-vampiro compita en las mismas condiciones que un vampiro completo. Mantendrán la mayoría de las pruebas, pero las que son claramente imposibles de superar para alguien en la situación de Darren, han sido eliminadas.

—Aún así, me sigue pareciendo injusto —protestó Kurda. Se encaró con el anciano Seba Nile—: ¿No hay alguna otra vieja ley que podamos esgrimir? ¿Alguna que no permita competir a los niños, o que impida que se les ejecute si fracasan?

—Ninguna que yo sepa —dijo Seba—. Los únicos vampiros que no pueden ser ejecutados por fracasar en los Ritos de Iniciación son los Príncipes. A todos los demás se les juzga por igual.

—¿Y por qué iban a participar los Príncipes en los Ritos? —pregunté.

—Hace mucho tiempo, tenían que tomar parte en los Ritos en cada Consejo, como todos los demás —explicó Seba—. En ocasiones, aún lo hacen, si sienten la necesidad de probarse a sí mismos. Sin embargo, para los vampiros está prohibido matar a un Príncipe, así que si un Príncipe fracasa y no muere durante los Ritos, nadie puede ejecutarle.

—¿Y qué ocurre en esos casos? —inquirí.

—No se han dado muchos —dijo Seba—. De los pocos casos que conozco, los Príncipes decidieron abandonar la Montaña de los Vampiros y morir en la espesura. Sólo uno, Fredor Morsh, se mantuvo en su puesto en la Cámara de los Príncipes. Fue en la época en que los vampanezes se apartaron de nosotros, y necesitábamos a todos nuestros líderes. Una vez que la crisis pasó, se marchó en busca de su destino.

—Vamos —dijo Mr. Crepsley, poniéndose en pie con un bostezo—. Estoy cansado. Ya es hora de acostarse.

—No creo que pueda dormir —manifesté.

—Pues debes hacerlo —gruñó—. El descanso es vital si quieres completar los Ritos. Necesitarás estar completamente despejado y con todos tus sentidos alerta.

—Está bien —suspiré, acompañándole. Harkat se levantó también—. Nos veremos mañana —les dije a los otros vampiros, que asintieron sombríamente en respuesta.

De regreso a mi celda, me acomodé lo más confortablemente que pude en mi hamaca (la mayoría de los vampiros duermen en ataúdes, pero yo no los soportaba), mientras Harkat se encaramaba a la suya. El sueño tardó en llegar, pero finalmente lo hizo, y aunque no conseguí dormir un día entero, me sentía bastante despejado cuando llegó la noche y tuve que presentarme en la Cámara los Príncipes para saber en que consistía mi primer y mortífero Rito.