CAPÍTULO 19

Los tres Príncipes Vampiros que asistieron al Consejo eran Paris Skyle, Mika Ver Leth y Arrow[3] (el Príncipe ausente se llamaba Vancha March).

Paris Skyle lucía una gran barba gris, un largo y suelto cabello blanco, y le faltaba la oreja derecha. Con sus ochocientos años terrestres, o más, era el vampiro viviente más viejo. Era venerado por todos, no sólo por su avanzada edad y posición, sino también por las hazañas que había llevado a cabo cuando era más joven. Según la leyenda, Paris Skyle había estado en todas partes y hecho de todo. Muchas de las historias eran exageradas: se decía que había viajado con Colón a América e introducido el vampirismo en el Nuevo Mundo, que había luchado junto a Juana de Arco (al parecer, una simpatizante de los vampiros) e inspirado a Bram Stoker su infame «Drácula». Pero eso no quería decir que aquellas historias no fueran ciertas: los vampiros eran, por su mera existencia, criaturas sorprendentes.

Mika Ver Leth era el Príncipe más joven, con tan «sólo» doscientos setenta años de edad. Tenía un brillante cabello negro y unos ojos penetrantes, como los de un cuervo, y vestía enteramente de negro. Parecía aún más severo que Mr. Crepsley (su frente estaba surcada de arrugas, al igual que las comisuras de sus labios), y me dio la sensación de que rara vez sonreía, si es que lo hacía.

Arrow era un hombre fornido y calvo, con grandes flechas tatuadas en sus brazos y sienes. Era un temible luchador, y su odio hacia los vampanezes era legendario. Había estado casado con una humana antes de convertirse en General, que fue asesinada por un vampanez que venía a enfrentarse a Arrow. Regresó al clan, hosco y retraído, y se entrenó para convertirse en General. Desde entonces se dedicó con devoción a su trabajo, sin importarle nada más.

Los tres Príncipes eran hombres fuertes y musculosos. Incluso el anciano Paris Skyle parecía ser capaz de cargar un toro sobre sus hombros con una sola mano.

—Bienvenido, Larten —le dijo Paris a Mr. Crepsley, acariciándose la larga barba y contemplándole con ojos cálidos—. Me alegra verte en la Cámara de los Príncipes. No esperaba volver a verte.

—Prometí que volvería —replicó Mr. Crepsley, inclinándose ante el Príncipe.

—Y nunca lo dudé —sonrió Paris—. Pero no pensaba vivir lo suficiente para recibirte. Me han crecido demasiado los colmillos, viejo amigo, y he perdido la cuenta de mis noches.

—Nos sobrevivirás a todos, Paris —dijo Mr. Crepsley.

—Lo veremos —repuso Paris con un suspiro. Fijó su atención en mí mientras Mr. Crepsley se inclinaba ante los otro Príncipes. Cuando el vampiro volvió a mi lado, el viejo Príncipe dijo—: Éste debe ser tu asistente… Darren Shan. Gavner Purl nos ha hablado muy bien de él.

—Tiene buena sangre y un corazón fuerte —dijo Mr. Crepsley—. Un excelente asistente, que una noche llegará a ser un excelente vampiro.

—¡Una noche, por supuesto! —resopló Mika Ver Leth, mirándome con los ojos entornados, de un modo que no me gustó—. ¡Es sólo un niño! No admitimos a niños en nuestras filas. ¿Qué locura te poseyó para…?

—Por favor, Mika —le interrumpió Paris Skyle—. No nos precipitemos. Todos conocemos a Larten Crepsley, y debemos tratarle con el respeto que merece. No sé por qué decidió dar su sangre a un niño, pero estoy seguro de que podrá explicárnoslo.

—Yo sólo creo que es un disparate, en momentos como éstos —refunfuñó Mika, antes de guardar silencio. Cuando lo hubo hecho, Paris se volvió hacia mí y sonrió.

—Debes perdonarnos si te hemos parecido descorteses, Darren. No estamos acostumbrados a los niños. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos presentaron a uno.

—En realidad no soy un niño —musité—. He sido un semi-vampiro durante ocho años. No es culpa mía que mi cuerpo no haya crecido.

—¡Precisamente! —exclamó Mika—. Es culpa del vampiro que te dio su sangre. Él…

—¡Mika! —le atajó Paris—. Este vampiro de noble prestigio y su asistente han venido ante nosotros de buena fe, en busca de nuestra aprobación. La obtengan o no, merecen ser escuchados con cortesía, no puestos en evidencia tan groseramente frente de sus compañeros.

Mika contuvo su lengua, se levantó y se inclinó ante nosotros.

—Lo siento —dijo, con los dientes apretados—. He hablado sin esperar mi turno. No volverá a pasar.

Un murmullo se extendió por toda la Cámara. De aquellos susurros deduje que era bastante inusual que un Príncipe se disculpara ante un subordinado, especialmente uno que había dejado de ser un General.

—Vamos, Larten —dijo Paris, mientras nos traían unas sillas—. Siéntate y cuéntanos cómo te ha ido desde la última vez que nos vimos.

Una vez sentados, Mr. Crepsley les relató su historia. Les habló a los Príncipes de su asociación con el Cirque Du Freak, de los lugares donde había estado y la gente que había conocido. Cuando llegó a la parte de Murlough, pidió hablar en privado con los Príncipes. Les contó en susurros lo del vampanez demente y cómo lo matamos. La noticia les inquietó bastante.

—Esto es preocupante —meditó Paris en voz alta—. ¡Si los vampanezes se enteran, lo utilizarían como pretexto para iniciar una guerra!

—¿Qué motivo tendrían? —respondió Mr. Crepsley—. Yo ya no formo parte del clan.

—Si están lo bastante furiosos, eso no les importará —dijo Mika Ver Leth—. Si el rumor sobre el Lord Vampanez es cierto, debemos andarnos con mucho cuidado en lo que atañe a nuestros primos de sangre.

—Aun así —dijo Arrow, interviniendo por primera vez en la conversación—, no creo que Larten esté equivocado. Sería diferente si fuera un General, pero es un agente libre y no está sujeto a nuestras leyes. Si yo hubiera estado en su lugar, habría hecho lo mismo. Actuó con discreción. No creo que debamos reprochárselo.

—No —convino Mika. Y clavando los ojos en mí, añadió—: Eso, no.

Dejando atrás el asunto de Murlough, regresamos a nuestras sillas y volvimos a hablar en voz alta para que todos en la Cámara pudieran oírnos.

—Ahora —dijo Paris Skyle, adoptando una expresión grave— debemos volver al asunto de tu asistente. Todos sabemos que el mundo ha cambiado mucho en los últimos siglos. Los humanos se protegen más los unos a los otros y sus leyes son más estrictas que nunca, particularmente en lo referente a sus jóvenes. Por eso dejamos de dar nuestra sangre a los niños. Ni siquiera en el pasado solíamos hacerlo con frecuencia. Han pasado noventa años desde que el último niño fue aceptado en nuestras filas. Cuéntanos, Larten, por qué decidiste romper con esta reciente tradición.

Mr. Crepsley se aclaró la garganta y miró a los Príncipes a los ojos, uno tras otro, hasta detenerse en Mika.

—No tengo ninguna razón válida —respondió tranquilamente, y la Cámara entera estalló en exclamaciones apenas contenidas y en apagados y atropellados comentarios.

—¡Silencio en la Cámara! —gritó Paris, y al instante cesó todo ruido. Al volverse hacia nosotros, su expresión reflejaba una gran preocupación—. Vamos, Larten… Déjate de bromas. No puedes haber convertido a un niño por un simple capricho. Debiste tener una razón. ¿Tal vez mataste a sus padres y decidiste que era tu deber cuidar de él?

—Sus padres viven —dijo Mr. Crepsley.

—¿Los dos? —inquirió Mika.

—Sí.

—Entonces, ¿no estarán buscándole? —preguntó Paris.

—No. Fingimos su muerte y lo enterraron. Creen que está muerto.

—Al menos en eso actuaste con prudencia —murmuró Paris—. Pero ¿por qué le diste tu sangre, en primer lugar? —Como Mr. Crepsley no respondió, Paris se volvió hacia mí—: Darren, ¿sabes por qué lo hizo?

Esperando librar al vampiro de un serio problema, dije:

—Descubrí la verdad sobre él, así que tal vez lo hizo en parte para protegerse. Puede que pensara que no tenía más remedio que convertirme en su asistente o matarme.

—Es una excusa razonable —apuntó Paris.

—Pero no es la verdad —dijo Mr. Crepsley, suspirando—. Nunca temí que Darren me delatara. De hecho, el único motivo por el que descubrió la verdad sobre mí fue porque intenté convertir a un amigo suyo, un muchacho de su edad.

La Cámara volvió a estallar en controversia, y esta vez a los vociferantes Príncipes les llevó varios minutos apaciguar a los vampiros. Cuando al fin se restauró el orden, Paris reanudó el interrogatorio, más preocupado que nunca.

—¿Intentaste convertir a otro niño?

Mr. Crepsley asintió.

—Pero su sangre estaba contaminada por el mal. No habría sido un buen vampiro.

—A ver si lo he entendido —dijo Mika, enfurecido—. Intentaste convertir a un chico, y no pudiste. Su amigo te descubrió… ¿y lo convertiste a él en su lugar?

—En pocas palabras, sí —admitió Mr. Crepsley—. Y además lo hice a toda prisa, sin revelarle toda la verdad sobre nosotros, lo cual es imperdonable. Alegaré en mi defensa que le estudié durante un tiempo antes de transformarlo, y cuando lo hice estaba convencido de su honestidad y su fortaleza de carácter.

—¿Qué hiciste con el primer muchacho… el de la sangre malvada? —quiso saber Paris.

—Él sabía quién era yo. Había visto en un viejo libro un retrato mío de hace mucho tiempo, de cuando utilizaba el nombre de Vur Horston. Me pidió que le convirtiera en mi asistente.

—¿A él tampoco le explicaste nuestras costumbres? —inquirió Mika—. ¿No le dijiste que no le damos nuestra sangre a los niños?

—Lo intenté, pero… —Mr. Crepsley sacudió tristemente la cabeza—. Fue como si no pudiera controlarme. Sabía que cometía un error, pero a pesar de todo lo habría convertido, de no ser por su infecta sangre. No puedo explicar por qué, porque ni siquiera yo lo entiendo.

—Tendrás que darnos un argumento mejor que ése —le advirtió Mika.

—No puedo —dijo suavemente Mr. Crepsley—, porque no tengo ninguno.

Se escuchó un cortés carraspeo a nuestra espalda, y Gavner Purl se adelantó.

—¿Puedo intervenir en nombre de mis amigos? —solicitó.

—Naturalmente —dijo Paris—. Escucharemos de buen grado lo que tengas que decir, si contribuye a aclarar las cosas.

—No sé si podré hacerlo —dijo Gavner—, pero me ha alegrado comprobar que Darren es un muchacho extraordinario. Hizo el viaje a la montaña de los vampiros (toda una proeza para alguien de su edad), y luchó contra un oso intoxicado por la sangre de un vampanez en el camino. Y estoy seguro de que ya habréis oído hablar de su combate con Arra Sails hace unas noches.

—Lo hemos oído —dijo Paris, ahogando una risita.

—Es inteligente y valiente, ingenioso y honesto. Creo que reúne todas las cualidades para convertirse en un vampiro extraordinario. Si se le da la oportunidad, no me cabe duda de que la aprovechará. Es joven, pero ha habido vampiros aún más jóvenes que él en nuestras filas. Usted sólo tenía dos años cuando se convirtió, ¿no es cierto, Excelencia? —Se dirigía a Paris Skyle.

—¡Ésa no es la cuestión! —gritó Mika Ver Leth—. Aunque este chico llegara a ser el próximo Khledon Lurt, eso no cambia nada. Los hechos son los hechos: los vampiros no le dan su sangre a los niños. Se sentaría un peligroso precedente si dejamos pasar esto sin tomar medidas.

—Mika tiene razón —dijo Arrow con voz queda—. El valor y la habilidad de este chico no son la cuestión. Larten actuó mal al dar su sangre a un niño, y debemos atenernos a eso.

Paris asintió lentamente.

—Ellos están en lo cierto, Larten. Sería un error por nuestra parte echar tierra sobre este asunto. Tú mismo jamás habrías tolerado que las reglas se rompieran, si estuvieras en nuestro lugar.

—Lo sé —dijo Mr. Crepsley, con un suspiro—. No busco perdón, simplemente consideración. Y pido que no se tomen represalias contra Darren. La culpa es mía, y sólo yo debo ser castigado.

—No sé qué castigo podríamos imponerte —dijo Mika, incómodo—. Y no pretendo hacer de ti un escarmiento para los demás. Arrastrar tu nombre por el lodo es lo último que deseo.

—Ninguno de nosotros lo desea —concordó Arrow—. Pero ¿qué opción tenemos? Actuó mal, y debemos juzgarle por su error.

—Pero juzgarle con clemencia —razonó Paris.

—No pido clemencia —declaró firmemente Mr. Crepsley—. No soy un joven vampiro que actuó por ignorancia. No espero un trato especial. Si vuestra decisión es que sea ejecutado, aceptaré tal veredicto sin quejarme. Si…

—¡No pueden matarle por mi causa! —grité, con voz ahogada.

—… si decidís someterme a una prueba —continuó, ignorando mi arrebato—, me someteré a cualquier reto que dispongáis para mí, y moriré afrontándolo si es preciso.

—No habrá ninguna prueba —bufó Paris—. Los retos se reservan para quienes aún no se han probado en combate. Te lo diré una vez más: tu reputación no es el problema.

—Tal vez… —dijo Arrow dubitativamente, y calló de nuevo. Prosiguió segundos después—: Creo que tengo la solución. Hablar de retos me ha dado una idea. Hay un modo de resolver esto sin tener que matar a nuestro viejo amigo ni ensuciar su buen nombre. —Y apuntándome con un dedo, declaró con frialdad—: Pongamos a prueba al chico.