CAPÍTULO 4

Mientras yo me debatía inútilmente, con mi vida en manos de quien quiera que fuese que me había atrapado, Mr. Crepsley saltaba con los dedos extendidos de la mano derecha como si empuñara una espada. Lanzó una estocada por encima de mi cabeza. Mi atacante me soltó y se agachó al mismo tiempo, dejándose caer bruscamente al suelo mientras Mr. Crepsley maniobraba. Cuando el vampiro giraba sobre sus pies y se disponía a asestar un segundo golpe, el hombre que me había agarrado rugió:

—¡Detente, Larten! ¡Soy yo…, Gavner!

Mr. Crepsley se detuvo y yo me aparté gateando, tosiendo del susto, pero ya más tranquilo. Me volví y vi a un hombre fornido con un rostro lleno de cicatrices y manchas, y ojos de pestañas oscuras. Iba vestido como nosotros, con un gorro calado hasta las orejas. Le reconocí de inmediato: Gavner Purl, un General Vampiro. Le había conocido años atrás, justo antes de mi confrontación con Murlough.

—¡Gavner, puñetero estúpido! —gritó Mr. Crepsley—. ¡Te habría matado si llego a alcanzarte! ¿Por qué te acercas con tanto sigilo?

—Quería sorprenderos —dijo Gavner—. Os he estado siguiendo casi toda la noche, y me pareció el momento perfecto para acercarme. No esperaba que estuviera a punto de perder la cabeza al hacerlo —gruñó.

—Deberías prestar más atención a lo que ocurre a tu alrededor, y menos a Darren y a mí —dijo Mr. Crepsley, señalando la pared y el suelo manchados de sangre.

—¡Por la sangre de los vampanezes! —siseó Gavner.

—En realidad, es sangre de vampiro —le corrigió Mr. Crepsley con sequedad.

—¿Tienes idea de quién? —preguntó Gavner, apresurándose a probar la sangre.

—No —dijo Mr. Crepsley.

Gavner merodeó por la cueva, examinando la sangre y el ataúd destrozado, en busca de más indicios. No encontró ninguno, volvió a nuestro lado y se rascó la barbilla pensativamente.

—Es probable que lo atacara algún animal salvaje —meditó en voz alta—. Un oso (o tal vez más de uno) le atraparía durante el día, mientras dormía.

—Yo no estoy tan seguro —discrepó Mr. Crepsley—. Un oso habría causado un gran destrozo en la cueva y lo que contiene, pero sólo han tocado los ataúdes.

Los ojos de Gavner recorrieron la cueva una vez más, fijándose en el orden reinante en todo lo demás, y asintió.

—¿Qué piensas tú que ha ocurrido? —inquirió.

—Una pelea —sugirió Mr. Crepsley—. Entre dos vampiros, o entre el vampiro muerto y alguien más.

—¿Quién podría haberle atacado aquí, en medio de ninguna parte? —pregunté yo.

Mr. Crepsley y Gavner intercambiaron una mirada de preocupación.

—Cazadores de vampiros, tal vez —murmuró Gavner.

Me quedé sin aliento. Ya estaba tan acostumbrado al modo de vivir de los vampiros, que había olvidado que había gente en el mundo que nos consideraba monstruos y se dedicaba a cazarnos y matarnos.

—O tal vez, humanos que se lo encontraron por casualidad y les entró el pánico —dijo Mr. Crepsley—. Ha pasado mucho tiempo desde que los cazavampiros nos perseguían con saña. Esto podría haber sido sólo mala suerte.

—De todas formas —dijo Gavner—, no nos quedaremos de brazos cruzados, esperando a que vuelva a ocurrir. Tenía ganas de descansar, pero ahora creo que es mejor no encerrarse aquí.

—Estoy de acuerdo —repuso Mr. Crepsley, y, tras un último vistazo a la cueva, nos marchamos, con nuestros sentidos alerta ante la más mínima señal de peligro.

***

Decidimos pasar la noche en medio de un claro rodeado de gruesos árboles, y encendimos un pequeño fuego: nos sentíamos helados hasta los huesos después de nuestra experiencia en la cueva. Mientras discutíamos sobre el vampiro muerto y si deberíamos buscar el cuerpo por los alrededores, regresaron las Personitas, cargando un joven ciervo que habían capturado. Se quedaron mirando suspicazmente a Gavner, y él les devolvió la mirada.

—¿Qué hacen ellos con vosotros? —siseó.

—Mr. Tiny insistió en que los lleváramos —dijo Mr. Crepsley, y levantó una mano en un gesto apaciguador, cuando Gavner se giró para preguntar—. Más tarde —prometió—. Primero vamos a comer y a ocuparnos de la muerte de nuestro camarada.

Los árboles nos protegían del Sol naciente, así que estuvimos allí sentados hasta después del amanecer, hablando del vampiro muerto. Como no había nada que pudiéramos hacer al respecto (los vampiros decidieron no buscarlo bajo tierra, ya que eso nos retrasaría), el rumbo de la conversación no tardó en discurrir por otros derroteros. Gavner volvió a preguntar por las Personitas, y Mr. Crepsley le explicó cómo había aparecido Mr. Tiny y había decidido que fueran con nosotros. Luego él le preguntó a Gavner por qué nos había estado siguiendo.

—Sabía que vendrías para presentar a Darren a los Príncipes —dijo Gavner—, así que localicé el hilo de tus pensamientos y os seguí el rastro. —(Los vampiros pueden contactar mentalmente entre ellos)—. Habría acortado unas cuantas millas yendo por el sur, pero odio viajar solo… Es muy aburrido no tener a nadie con quien charlar.

Mientras hablábamos, advertí que a Gavner le faltaban un par de dedos en el pie izquierdo, y le pregunté al respecto.

—Congelación —respondió alegremente, moviendo los tres que le quedaban—. Me rompí una pierna viniendo hacia aquí, cuando tuvo lugar el penúltimo Consejo. Tuve que arrastrarme durante cinco noches en busca de una estación de paso. Gracias a la suerte de los vampiros no perdí más que un par de dedos.

Los vampiros hablaron mucho del pasado, de los viejos amigos y de los anteriores Consejos. Pensé que mencionarían a Murlough (había sido Gavner quien alertó a Mr. Crepsley del paradero del vampanez chiflado), pero no lo hicieron, ni siquiera de pasada.

—¿Y cómo te ha ido a ti? —me preguntó Gavner.

—Muy bien —dije.

—¿Vivir con este buitre amargado no te deprime?

—He sabido arreglármelas hasta ahora —sonreí.

—¿Has pensado en llenarte? —inquirió.

—¿Perdón?

Levantó los dedos para que yo pudiera ver las diez cicatrices de las yemas, la marca habitual de los vampiros.

—¿Piensas convertirte en un vampiro completo?

—No —dije enseguida, y miré de reojo a Mr. Crepsley—. No pienso hacerlo, ¿verdad? —inquirí suspicazmente.

—No —sonrió Mr. Crepsley—. No hasta que crezcas. Si ahora hiciéramos de ti un vampiro completo, pasarían sesenta o setenta años antes de que crecieras totalmente.

—Apuesto a que es horrible crecer tan lentamente cuando se es un niño —observó Gavner.

—Lo es —suspiré.

—Las cosas mejorarán con el tiempo —dijo Mr. Crepsley.

—Claro —repuse con sarcasmo—. Cuando haya crecido del todo, ¡dentro de treinta años!

Me levanté, sacudiendo la cabeza con disgusto. Me deprimía mucho cuando pensaba en las décadas que tendrían que pasar hasta alcanzar la madurez.

—¿A dónde vas? —preguntó Mr. Crepsley mientras me encaminaba hacia los árboles.

—Al arroyo —dije—, a llenar las cantimploras.

—Quizá sea mejor que uno de nosotros te acompañe —dijo Gavner.

—Darren no es un niño —replicó Mr. Crepsley antes de que pudiera hacerlo yo—. Estará bien.

Oculté una sonrisa (me encantaban esas raras ocasiones en que el vampiro me dedicaba un cumplido), y continué mi camino hasta el arroyo. El agua helada corría veloz, gorgoteando sonoramente mientras llenaba las cantimploras, salpicando la orilla y mis dedos. Si yo hubiese sido humano me habría congelado, pero los vampiros son mucho más resistentes.

Mientras le ponía el tapón a la segunda cantimplora, una nubecilla de vaho surgió desde el otro lado de la corriente. Levanté la mirada, sorprendido de que un animal salvaje se atreviera a acercárseme tanto, y me encontré mirando a los ojos llameantes de un feroz y hambriento lobo de afilados colmillos.