PRÓLOGO

Si la gente os dice que los vampiros no existen… ¡no os lo creáis! El mundo está lleno de vampiros. No son esas diabólicas criaturas multiformes y aterradoras que muestran las leyendas, sino seres honorables, longevos y súper fuertes que necesitan beber sangre para sobrevivir. Interfieren lo menos posible en los asuntos de los humanos y nunca matan a aquéllos de los que beben.

Lejos, oculta en un helado y casi inaccesible rincón del mundo, se alza la Montaña de los Vampiros, donde se reúnen cada doce años. El Consejo (así lo llaman) lo dirigen los Príncipes Vampiros (a quienes todos obedecen) y está formado en su mayoría por los Generales, cuyo trabajo es controlar a los no-muertos.

Con el propósito de presentarme ante los Príncipes Vampiros, Mr. Crepsley me arrastró con él al Consejo en la Montaña de los Vampiros. Mr. Crepsley es un vampiro. Yo soy su asistente, soy un semi-vampiro y mi nombre es Darren Shan.

Fue un viaje largo y penoso. Viajamos en compañía de unos amigos, Gavner Purl, cuatro lobos y dos Personitas, extrañas criaturas que trabajan para un amo misterioso llamado Mr. Tiny. Una de las Personitas pereció en el camino, atacada por un oso rabioso que había bebido la sangre de un vampanez muerto (los vampanezes son como los vampiros, pero con la piel púrpura y los ojos, las uñas y el pelo rojos… y siempre matan a sus víctimas cuando se alimentan de ellas). Fue entonces cuando la otra habló (era la primera vez que una Personita se comunicaba verbalmente con alguien), y nos reveló que su nombre era Harkat Mulds. Además, debía entregar un escalofriante mensaje de Mr. Tiny: el Lord Vampanez pronto se alzaría con el poder y dirigiría a los asesinos de piel púrpura a una guerra contra los vampiros… ¡y ganaría!

Finalmente, llegamos a la Montaña de los Vampiros, donde éstos viven en un entramado de túneles y cavernas. Trabé amistad con un grupo de vampiros: Seba Nile, que había sido el maestro de Mr. Crepsley cuando éste era joven; Arra Sails, una de las pocas vampiresas que existen; Vanez Blane, el instructor tuerto; y Kurda Smahlt, un General que pronto se convertiría en Príncipe.

No impresioné a los Príncipes ni a la mayor parte de los Generales. Opinaban que era demasiado joven para ser vampiro, y le reprocharon a Mr. Crepsley el haberme convertido. Para demostrar que era digno de ser un semi-vampiro, tuve que comprometerme a realizar los Ritos de Iniciación, una serie de pruebas muy duras que usualmente se reservaban para los aspirantes a Generales. Cuando decidí aceptar el desafío, me aseguraron que, si lo superaba, los vampiros me considerarían parte del clan. Lo que no me dijeron hasta un rato después (y para entonces ya era demasiado tarde para echarme atrás), era que si fracasaba en las pruebas… ¡me matarían!