63
Aterrizó en Madrid y desde Barajas llamó a Anselmo Marín a su departamento de Concón. Le dijo que necesitaba saber urgente si un español llamado Rodrigo Vibar Castillo había estado o estaba en Chile. Desde la estación de Atocha tomó un Alvia con dirección al sur, y cuando ya declinaba el día se encontró en Cádiz.
La ciudad palpitaba envuelta en el perfume marino que la emparenta con Valparaíso y La Habana. Se hospedó en el hotel Las Cortes, ubicado en pleno casco histórico de la ciudad, y caminó presuroso hacia la calle Cayetano del Toro. Lo descubierto en Pyongyang lo inundaba de euforia y optimismo, pero asimismo de cautela, pues sospechaba que lo aguardaba la resolución misma del misterio.
La dirección correspondía a un edificio de cuatro pisos y patio interior con una bella fuente, que le llamó la atención al otro lado de la reja de barrotes pintados de verde con puntas doradas. No halló, sin embargo, el nombre de Vibar Castillo en el tablero de los residentes del edificio, pero sí descubrió algo que le aceleró los latidos del corazón y lo hizo enrojecer de emoción: las palabras Renacimiento Nacional, y debajo de ellas, como si estas se equilibrasen sobre tres columnas, la sigla CPH. ¡CPH, se dijo a sí mismo, por fin la encontraba, y tan lejos de Valparaíso!
Observó con detenimiento y escepticismo el letrero, que se veía así:
RENACIMIENTO NACIONAL
CPH
Soltó un resoplido, se sacó los anteojos y, en un gesto usual entre habaneros, se enjugó con un pañuelo el sudor que le corría por la frente y las mejillas. ¡Al fin las siglas CPH!, se repitió. Al parecer, era una institución legalmente constituida, con sede y todo, y se encontraba en el primer piso del edificio. Seguramente miraba hacia el patio donde el agua de la fuente fluía cristalina y con rumor de vertiente. La puerta de barrotes seguía cerrada y con ello le impedía el acceso al patio. Aunque así fuera, lo cierto es que podía confirmarlo: CPH correspondía a una institución con existencia real.
Alguien bajó por las escaleras de hormigón del edificio, abrió la puerta accionando un botón y salió apurado a la calle. Era un muchacho vestido de negro y con pelo teñido de rojo. Cayetano simuló buscar un nombre en la placa de botones de los departamentos y aprovechó que la puerta cerraba lento para colarse al patio.
Cruzó el pasaje de adoquines, que en el pasado había visto pasar seguramente coches tirados por caballos, y se detuvo a observar el patio, enmarcado por arcadas, parecido a un claustro monástico. Vio alrededor de la fuente cuatro palmeras de tronco esbelto, y a sus pies unos gladiolos rojos que animaban la monotonía del césped amarillento.
Caminó bajo las arcadas chequeando los números de las puertas. Junto al timbre de la número siete halló la placa que buscaba:
RN-CPH
Regresó hasta la fuente y tomó asiento en un banco de madera a ver qué ocurría. Todo indicaba que aquel departamento era la sede de CPH y además la vivienda de un tal Vibar Castillo. Ahora necesitaba actuar con máxima cautela. Cualquier desliz podía hacerlo fracasar. No olvidaba que lo seguían unos criminales dispuestos a todo. Ahora lo que necesitaba era corroborar si había alguien en el departamento siete.
Estaba a punto de retirarse para volver al hotel a repensar su estrategia, cuando escuchó el chirrido de una puerta que se abría lentamente. Era la puerta número siete.
El marco lo ocupó un hombre alto y calvo, ojeroso, de terno y corbata oscuros. Lo acompañaban dos jóvenes rapados vistiendo pantalón negro, camisa blanca y botas de media caña. Sus cráneos fulguraban en la noche tibia. ¿Neonazis?, se preguntó Cayetano sin moverse del banco, simulando contemplar la fuente de agua.
Los jóvenes marchaban detrás del hombre de traje. Sus tacones resonaban intimidantes en la noche. Son sus escoltas, concluyó Cayetano, atusándose la punta del bigote. Los vio cruzar la puerta de barrotes, salir a Cayetano del Toro y abordar un Mercedes Benz de ventanillas oscuras, que los esperaba con las luces encendidas. Arrancó en cuanto se cerraron las puertas.