12

Stacy era más bella de lo que Cayetano Brulé había sospechado. Era, en verdad, perturbadora: rostro de mirada alerta e inteligente, piernas largas, caderas finas, senos contundentes, y una voz aguardentosa de la que sacaba provecho. Y resultaba, al mismo tiempo, insólita la desinhibición con que hacía el amor con sus parejas, fuesen hombres o mujeres, o con que empleaba objetos para procurarse placer, fuese un pañuelo de seda, un chorro de agua o una fruta.

La productora Séneca cumplía con lo que prometía en las portadas de los DVD: escenas de sexo explícito, enaltecidas por la belleza de las modelos, sofisticados escenarios con espectaculares vistas al mar o a viñedos, y diálogos salpicados de reflexiones sobre la condición humana.

—¿Sientes o solo actúas? ¿Es mero fingimiento lo que nos acabas de brindar? —le pregunta a Stacy una voz en off, que a Cayetano le pareció la de Stan Pellegrini.

La entrevista, que era parte de la película, se iniciaba inmediatamente después de una febril escena en la que Stacy Soireê hacía el amor con dos atletas africanos sobre una cubierta de terciopelo burdeos.

—Nada de esto se puede simular —responde ella, enjugándose el sudor de la frente con una toalla mientras permanece sentada, arropada con una bata, en el borde de la cama—. Es decir, si disimulara no sería lo mismo. Mi serie no disfrutaría de la aceptación que tiene. Ni lo que siento ni lo que hago ni lo que reflexiono sobre la vida o estoy diciendo ahora es impostura —agrega sonriendo—. Desde luego no es amor lo que expreso en las escenas con mis distinguidos colegas, sino simplemente placer, voluptuosidad, un goce endiablado y absolutamente real por cuanto puedo expresarme con autenticidad frente a mi esposo, que me acompaña desde detrás de las cámaras. Hi, Stan, nunca podría engañarte. I love you baby! You are the top —añadió Stacy, lanzando un beso a la cámara, esbozando su amplia sonrisa de dientes parejos.

—¿No sientes que algo se quiebra en vuestra relación cuando estás con otros hombres en una cama y tu esposo te dirige? —pregunta la voz en off. Cayetano sintió que esta vez no era Stan quien preguntaba.

—Por el contrario. Nuestra relación se torna más sólida y franca. Tengo siempre conmigo a Stan, que me ama y a quien yo amo, y con quien soy inmensamente feliz. Pero él no puede depararme, desde luego, todos los placeres del mundo. ¿Por qué habría de renunciar a esos placeres en nombre de mi esposo? ¿Por qué ha de ser una cosa o la otra, cuando puede ser tanto una como la otra, incluyendo todo lo imaginable y deseable?

—¿Y Stan no tiene reproches cuando regresan a casa?

—Son dimensiones diferentes. Una es la ficción que tiene lugar en las escenas, ante las cámaras, con actores que no vuelvo a ver nunca más, que habitan un sueño al que no he de regresar. Y otra dimensión muy diferente es lo que ocurre en nuestro amor, en nuestro lecho, en nuestro hogar, en la realidad misma, fuera de la película, del sueño y la ficción. Yo misma escojo los partners. Prefiero a quienes intuyo me darán lo que mi esposo no puede entregarme, algo que necesito o deseo explorar. No siempre es cuestión de tamaño —aclara Stacy, soltando una risita—, a veces el asunto pasa por la textura de la piel del otro, las técnicas, la mirada y las palabras que me susurran al oído para ponerme cachonda.

—¿Y él tiene veto a la hora de seleccionar a tus partners?

La cámara gira en un primer plano en torno a la cabeza de Stacy, la enfoca de frente, luego de perfil, a continuación vuelve atrás, y finalmente resbala parsimoniosa por su nuca y cabellera. Las manos de Stacy recogen la tupida cabellera rubia, dejando a la vista su cuello albo y la curvatura de sus hombros, que parecen al alcance del espectador.

—Desde luego que Stan tiene mucho que decir —aclara Stacy mirando la cámara, y baja los brazos permitiendo que su pelo se derrame de nuevo sobre los hombros y el rostro—. El también tiene algo que decir sobre los hombres y mujeres con los cuales le complace verme. Nos entendemos. No siempre hago lo que él ordena, ni hago lo que él hubiese ansiado, pero después lo conversamos en casa, y la diferencia entre lo deseado y lo efectivamente consumado lo hacemos realidad en el dormitorio entre ambos o con amigos.

En ese instante sonó el teléfono. Cayetano enmudeció el computador y atendió.

—Habla Matías Rubalcaba.

—¿Qué me cuentas? —preguntó sin apartar la vista de la pantalla, que brindaba ahora la sinopsis de otra película de Stacy Soireê.

—Hay novedades sobre el próximo rival del Royal —respondió Matías—. ¿Qué le parece si nos vemos pronto?

Cayetano congeló la película en el momento en que la actriz se tendía en un sofá de una espaciosa terraza atestada de flores. A lo lejos se divisaba la silueta inconfundible del Golden Gate. Luego preguntó:

—¿Te conviene mañana, a la una de la tarde, en el Amaya, del cerro Bellavista? Allí se come la mejor comida peruana de Valparaíso.