39
Nada más oír el golpe de la puerta principal, Imogen corrió a rodear a Laura con sus brazos. Will estaba ocupado sirviendo copas; no era la primera que tomaban aquella noche. Stella se sentó al otro lado de Laura y le acarició la mano.
Laura se sintió mal por Beatrice. Ella tenía todo ese apoyo de su familia, pero al fin y al cabo Hugo era el hermano de Beatrice. Estaba a punto de decirlo en voz alta cuando Will de repente soltó la botella que tenía en la mano con fuerza sobre la mesa.
—Muy bien. Laura, Imogen, quiero hablar con vosotras. Mamá, Beatrice, me gustaría que salierais de la habitación, por favor.
—¡Will! —exclamó Imogen—. ¡No puedes hablarle así a tu madre! ¡Y Beatrice es nuestra invitada!
—Imogen, por mucho que te quiera, y siempre lo he hecho, no te metas. Hay algo en esto que no cuadra, y quiero saber exactamente qué es. Beatrice, por favor. Mamá, creo que es mejor para todos que no lo oigas.
Laura se sentía como una espectadora. Todos tenían algo que decir, por lo que parecía. Pero en realidad Will solo necesitaba saber lo que Laura tenía que decir. La invadía una sensación de inevitabilidad, y estaba esperando a que se desplegara la escena. Sabía su papel, y también que tendría que interpretarlo. Sin embargo, su madre no tenía intención de seguir el guion y necesitaría algo más de persuasión. Miró con desapego cómo se desarrollaba la escena.
—William, seré tu madre, pero no soy de cristal. No me partiré si escucho algo que no me guste. Nada puede angustiarme más que lo que acabo de oír, así que me quedo.
Beatrice se levantó.
—Ven conmigo, Stella. Dejémoslos solos. Ni por un momento pienso que vayamos a saber nunca lo que está pasando, pero por mi parte ya he oído bastante. Hugo era el psicópata cabrón que siempre pensé que sería.
Si alguien se sorprendió por el lenguaje de Beatrice, no lo demostró. Laura sabía que era su turno de hablar.
—En realidad, preferiría que Imogen se marchara también, por favor. Perdona, Imo, no es decisión tuya, sino mía. Ve con mamá y Beatrice, por favor.
Stella y Beatrice salieron, pero Imogen se paró en la puerta y Laura advirtió el pánico en sus ojos.
—Imo, tiene que saberlo. Lo siento.
—Lo sé, lo sé. Mierda. Will, no sé qué decir, pero quiero que sepas que te quiero. Nunca ha habido nadie más. Por favor, no me odies más de lo que ya me odias.
Con un suspiro, salió de la habitación. Ni Will ni Laura se dieron cuenta de que no cerraba la puerta del todo.
—Quiero una explicación, Laura. —La cara de Will parecía tallada en granito. Todas sus arrugas estaban marcadas, y parecía haber envejecido diez años desde que había entrado por la puerta hacía solo unas horas. Hablaba con una ira que apenas parecía controlada—. Todos sabemos que Hugo era un tipo inmoral y corrupto —dijo—. Pero supongo que eso ya lo sabías. ¿Es por eso por lo que lo mató Imogen? Tuvo que ser ella. La Policía lo sabe, pero no puede demostrarlo. Dios nos ayude. Sé que es tu amiga y que te quiere, pero ¿no crees que fue demasiado pedir? ¡Por Dios, Laura!
Laura se sentía fría y curiosamente insensible. Habían sucedido tantas cosas, tantas cosas que habían hecho daño a tantas personas… Esto casi parecía la parte más sencilla. ¿Cuántas conversaciones habían tenido lugar en aquel salón en los últimos días? ¿Cuántas vidas se habían destrozado? Ahora Will merecía la verdad.
—Cállate, Will. No fue ella. Imogen no lo mató.
—Pues si no fue ella, ¿quién fue? Porque creo que lo sabes.
Laura respiró hondo y miró a Will a los ojos.
—Tienes razón, lo sé.
—¿Y bien?
—Fui yo, Will. Yo maté a Hugo.
La habitación permanecía en silencio. Laura no podía oír su propia respiración y se dio cuenta de que la estaba conteniendo. Lo había dicho, y el hechizo se había roto; el desapego se había esfumado. Reconocer lo que había hecho era una cosa, pero para explicarlo tendría que revivir cada momento. Eso resultaría mucho más difícil.
Will la observaba con una expresión de absoluta perplejidad. Laura no podía mirarlo a los ojos.
—Es largo de explicar. En cierto modo, será un alivio contártelo. Pero escúchame, porque si no no podré hacerlo. Te ruego que no me interrumpas, Will.
Laura mantenía el cuerpo rígido, sintiendo que si se permitía la menor debilidad se haría pedazos. Will siguió mirando a su hermana y asintió casi imperceptiblemente. Con el gran vaso de whisky en la mano, Laura se levantó del sofá y se acercó a la chimenea, buscando algo de calor en las llamas. Empezó a hablar, con la voz calmada y las emociones bajo control.
—Todo estaba planeado meticulosamente. Hasta el mínimo detalle. La cuenta atrás empezó la tarde del jueves antes de la muerte de Hugo. Yo estaba en la casa de Italia, por supuesto, y recuerdo que comprobé mis maletas por enésima vez, señalando todos los artículos de mi lista. Una y otra vez. Había demasiado en juego. Dejé otra lista sobre la mesa de la cocina, junto con una pequeña grabadora, mi pasaporte, la confirmación de vuelo, las llaves del Mercedes y el vale del aparcamiento en Stansted. En el suelo, junto a la mesa, dejé una maleta y una bolsa de fin de semana. Las dejé para Imogen.
Vio que Will se sobresaltaba al oír mencionar a Imogen, pero cumplió su promesa y no interrumpió.
—Por fin todo estaba listo. Fui al coche y me quedé sentada mucho rato. Al principio no podía ni meter la llave en el contacto, porque las manos me temblaban demasiado. —Laura apretó con más fuerza el vaso mientras recordaba el momento—. Imogen estuvo estupenda, como una roca, y fue una fuente impresionante de fortaleza. Yo sabía que la estaba convirtiendo en cómplice, pero nunca pensé que se vería involucrada porque ella debía volver a Canadá antes de que descubrieran el cadáver de Hugo. Nunca la relacionarían con él. Su nombre jamás saldría a la luz, porque en teoría hacía años que no la veía. Estaba fuera de mi vida. Cometió un error tremendo viniendo aquí, y me puse furiosa cuando la vi. Seguía sin entenderlo.
»Empezó a visitarme siempre que venía a Inglaterra, cuando Hugo me encerró por segunda vez. Lo organizamos bien. Fingía que visitaba a un anciano de la clínica que no podía hablar y se escapaba para verme. Hugo nunca le habría permitido acercarse a mí.
Laura tomó un sorbo de su bebida y dejó el vaso en el estante de la chimenea, pero una vez que lo hizo se sintió más vulnerable y volvió a sostenerlo con ambas manos.
—Ella sabía que se suponía que yo sufría un trastorno delirante, y sabía de qué trataba el delirio. Yo estaba bastante segura de que Hugo se llevaba a las chicas, y le dije que la única forma de poder escapar de ese matrimonio sería demostrar al mundo que mi marido era un ser depravado. Le dije que tenía un plan. Debía encontrar las pruebas y filtrarlas a la prensa, pero era esencial que la información no se pudiera relacionar conmigo, porque sabía cuáles serían las consecuencias. De modo que tenía que demostrar de forma irrefutable que me encontraba en Italia a la hora en que se supiera la noticia. Por eso necesitaba la ayuda de Imogen. En aquel momento, ella pensaba que su papel se limitaría a seguir a Hugo y sacarle algunas fotografías. No tenía ni idea de lo que tenía planeado.
Imogen había estado en Cannes; sobre esto había dicho la verdad a la Policía. Laura recordaba poco de su trayecto hasta allí, solo que había ido desde la región de Las Marcas hasta Cannes en un tiempo récord, poco más de siete horas, y por supuesto sin fronteras; eso fue una ventaja. Aparcó en un extremo de Palm Beach de La Croisette, sabiendo que Imogen estaría esperándola allí.
—Cuando llegué a Cannes, Imogen lo había organizado todo. Sus maletas estaban en el coche de alquiler, junto con el pasaporte, el billete de avión, el dinero…, todo lo que habíamos acordado.
»Vio que yo estaba nerviosa, porque me acarició los cabellos y me dijo que hacía lo que debía. Si lo hubiera sabido, sin embargo, no creo que me hubiera ayudado. Sabía que iba a quebrantar la ley, viajando con un pasaporte falso, pero creía que el riesgo merecía la pena si así podía exponer públicamente a Hugo como lo que era o al menos lo que entonces creía que era.
Will se levantó, y Laura se dio cuenta de que los dos se habían terminado el whisky. Sin apartar los ojos de los suyos, tomó el vaso de Laura. Ella pensó que iba a decir algo, pero él se dominó. Al darse la vuelta para rellenar los vasos, Laura dejó de sentir el peso de sus ojos ardientes y pudo continuar.
—Imogen me entregó la llave tarjeta de su habitación en el Majestic. Ya estaba inscrita y había rellenado el formulario de salida rápida y lo había dejado en la habitación, y al día siguiente a las once llamaría al hotel para decir que acababa de marcharse pero había olvidado entregar el formulario. Lo había previsto todo. Entonces subió a mi coche, como si conducir toda la noche de vuelta a mi casa de Italia fuera lo más fácil del mundo.
»Yo necesitaba dormir, pero no podía parar de pensar en el trato que había hecho con Hugo; el trato que haría posible este asesinato. Para entonces ya me daba igual lo que pudiera pasarme. Pero no iba a hacerlo por mí.
»Dejé el hotel por la mañana muy temprano para viajar en coche a París. Tendría tiempo de sobra, pero era de la única forma que podíamos hacerlo. La mayor parte del trayecto entre la villa italiana y el sur de Francia tenía que hacerse de noche para que no me echaran de menos. Tenía que ser “vista” en los terrenos de la casa, aunque la persona que vieran en realidad fuera Imogen. Ella recogería aceitunas a horas estratégicas en las que yo sabía que pasaría alguien por allí, lo suficientemente lejos como para que no le vieran la cara, por supuesto.
Will le ofreció el vaso lleno y Laura lo aceptó, pero fue a sentarse frente a él en el sofá. Permaneció un momento en silencio recordando el viaje a París, parando para tomar un café, dejando la maleta de Imogen en la Gare du Nord y devolviendo más tarde el coche en la empresa de alquiler; era de noche y la oficina ya había cerrado, de modo que nadie la vio. Y después las horas interminables de espera, sentada en restaurantes mejor que en la sala de espera de la estación, donde alguien podría haberla recordado, tomando café sin parar. Finalmente, cuando ya no le quedaban más alternativas, había vuelto a la Gare du Nord y se había escondido en el servicio para no dejarse ver demasiado. Fue una noche espantosa. Pero lo peor todavía estaba por venir.
Giró el whisky dentro del vaso, mirándolo como si la fascinara su vértice dorado.
—El billete de tren estaba reservado a nombre de Imogen Dubois, un nombre que nunca podría haberse asociado a mí. Utilicé su pasaporte canadiense para subir al tren. Coincidía con el nombre del billete, y la foto era de hacía ocho años y podría haber sido cualquiera. No era una buena foto, pero ¿cuántas lo son? Y, la verdad, la foto de mi pasaporte se hizo justo después de que Hugo y yo nos casáramos y ahora no me parezco ni remotamente a aquella persona. También tenía el otro pasaporte de Imogen, el del Reino Unido. Ése era más antiguo aún, y estaba a punto de caducar. Estaba muy joven.
La cara de su hermano ni siquiera parpadeó. Laura veía que todavía estaba lejos de estar de su lado.
Mientras aguantaba las interminables horas de espera antes de la salida del tren, Laura repasó todo en su cabeza mil veces. La razón por la que aquella era la única alternativa posible. La razón por la que iba a hacer algo que la horrorizaba.
—Por fin subí al tren, y todo resultó muy fácil. Apenas si miraron el pasaporte para comprobar si el nombre coincidía con el del billete. Me dejaron pasar. Me senté en un rincón y fingí que dormía para que nadie me diera conversación. Bajar del tren también fue fácil. De haber empleado el pasaporte canadiense de Imogen tendría que haber rellenado una tarjeta de inmigración, pero utilicé el documento británico y pasé. Sin dejar rastro escrito.
»Sabía que Hugo no estaría en el piso, pero que acudiría. Nos habíamos citado. Él pensaba que por fin se cobraría su último trato conmigo, el que me sacó de la clínica la segunda vez. Tenía que llegar antes que él para prepararme. Sin embargo, entrar en la casa podía ser peliagudo; algún vecino podría reconocerme. De modo que en los servicios del metro me puse la horrorosa peluca pelirroja, a pesar de que su relación con sucesos anteriores me ponía los pelos de punta. El resto de mi vestuario me esperaba en la casa, pero al menos con la peluca nadie podría relacionarme.
Laura estaba llegando a la parte más difícil. Respiró hondo tres veces para serenarse y continuó.
—Abrí la puerta y desconecté la alarma. Fui al dormitorio y abrí la puerta del armario. Hacía tiempo que no dejaba ropa en la casa, pero todavía quedaban bolsas con trajes de noche de los viejos tiempos, así que una semana antes había ocultado allí lo que necesitaría.
»Lo había repasado todo mentalmente tantas veces que puse el piloto automático; era la única forma. Tenía una lista que detallaba todo paso por paso para no dejarme llevar por el pánico u olvidar algo. Saqué la ropa y la dejé sobre la cama. Lo primero que hice fue ponerme los guantes largos de piel, que sabía que serían necesarios. Pero los había elegido bien; Hugo creería que formaban parte de la representación.
»Saqué un mono blanco, lo llevé al cuarto de baño y lo metí en el fondo del cesto de la ropa sucia. Fui a la cocina y tomé un cuchillo largo y afilado de uno de los cajones; lo había afilado yo misma, y también fue a parar al cesto de la ropa sucia. Me quité todo lo que había llevado para viajar y lo introduje en una bolsa de plástico marcada con la letra A. Había más bolsas, todas marcadas. La última, sin embargo, no estaba vacía. Contenía cinco pañuelos de seda, todos de color rojo oscuro brillante. Dejé los pañuelos sobre la cama.
Ahora Will estaba echado hacia delante con una mirada de fascinación y casi de admiración. Laura sabía que estaba asombrado y ligeramente horrorizado por la fría planificación que había comportado su acto, y no quiso mirarlo mientras relataba el resto. Se puso de pie de nuevo y caminó hacia la chimenea, esta vez mirando el fuego y dándole la espalda.
—Entonces me di una ducha caliente. La necesitaba. Estaba enloquecida de angustia, pero todavía me quedaba una hora y no sabía cómo pasarla. Sabía que él no llegaría antes de la hora; eso habría significado que estaba impaciente. Después de ducharme, sequé las baldosas con una toalla y la puse en la secadora. La sacaría al cabo de media hora y la volvería a colocar en el estante de las toallas limpias.
»Me enfundé los guantes de nuevo y me dirigí al dormitorio. Luego me puse la ropa que había elegido, ropa que Hugo creería que me ponía para él. Cuando lo tuve todo a punto, tomé los dos últimos artículos de una caja de zapatos que había al fondo del armario: una jeringuilla y una botella de vidrio. La jeringuilla fue a parar al cesto, y la botella vacía volvió al dormitorio dentro de una de las bolsas marcadas.
»Estaba lista. Solo faltaba preparar la habitación. Tenía que estar perfecta. Él no podía sospechar que yo no fuera una participante voluntaria en sus juegos. Saqué una botella de Cristal de la nevera del vino. Sabía que Hugo lo interpretaría como la muestra definitiva de mi sumisión: era la marca de champán que pidió para la primera noche de nuestra luna de miel. Preparé una cubitera con hielo y unas copas, y luego coloqué los muebles a mi gusto. Solo faltaba la peluca.
»No me quedaba más que esperar.
Laura se volvió y miró a Will.
—Ahora ya lo sabes. Yo lo maté. Y que Dios me perdone, Will, pero era lo correcto. Tienes que creerme. ¿De verdad crees que lo hubiera hecho, que me hubiera sometido a mí misma a esta tortura, de haber tenido otra alternativa?
Laura se arriesgó a mirar a Will. No la había interrumpido y continuaba escrutándola con los ojos entrecerrados.
—¿Algo más? —preguntó—. ¿Vas a contarme los motivos de este plan increíblemente enrevesado?
A Laura no le gustó el tono de Will, pero tampoco podía culparlo. Tal vez habría parecido más creíble de haber llorado y gritado, pero sabía que si perdía el control de sus emociones no podría continuar.
—Te contaré el resto, pero no me juzgues. Al menos, no todavía.
Laura pudo ver en los ojos de su hermano que se había conmovido un poco, aunque quizá no fueran más que imaginaciones suyas. Miró en otra dirección, hacia la pared de enfrente, incapaz de sostenerle la mirada mientras seguía con su relato.
—El viaje de vuelta fue más o menos lo mismo. Había preparado las bolsas para que no me entrara el pánico. Algunas contenían distintas prendas, para poder cambiar de aspecto en diferentes puntos durante el viaje de regreso a París. Las otras bolsas estaban marcadas para deshacerme de ellas, de modo que no dejara más de un artículo incriminatorio en el mismo sitio. La jeringuilla estaba en una, la botella vacía en otra, y así con todo. Llegué a París a última hora de la tarde y tomé el metro hasta Charles de Gaulle para volver en avión. Imogen aterrizó en Stansted, recogió mi coche y fue a Heathrow, donde se encontró conmigo. En el aeropuerto me había puesto la ropa horrorosa de Laura. A continuación vine aquí. Imogen se dirigió a la terminal para tomar el vuelo con destino a Canadá. Eso es todo.
Will seguía mirándola fijamente, casi como si no la conociera. No habló hasta que no pasaron varios minutos de silencio que Laura creyó que no podía romper.
—Como he dicho, tu planificación fue ingeniosa; tu ejecución del plan, impecable. Pero ¿te arriesgaste tanto solo porque odiabas a tu marido? Ahora sabemos quién era, pero tú no lo sabías antes. ¿Por qué no lo dejaste? ¿Y por qué involucrar a Imogen?
Laura sabía que iba a resultar difícil. Intentó mantener un tono mesurado, pero en su interior sus emociones eran un torbellino. Después de todo lo que había descubierto aquel día, lo único que quería hacer era tumbarse y morir. Pero tenía que acabar con ello, contárselo todo a Will, y después ya se acurrucaría en algún rincón oscuro y muy alejado del mundo.
—Cuando Imogen empezó a visitarme, le conté lo suficiente como para que comprendiera de lo que Hugo era capaz. Había algo dentro de él que no funcionaba. Eso, junto con lo que Hugo os había hecho a vosotros dos, fue más que suficiente para convencerla de que me ayudara a exponerlo públicamente como la persona que en realidad era. Pero lo único cierto es que ella no tenía ni idea de que yo lo iba a matar. No me lo podía creer cuando se presentó aquí, porque eso la convertía en cómplice. Aunque lo sabe…, estoy segura de ello.
El rostro de Will permaneció inexpresivo. Dejó el vaso en la mesa y se echó hacia atrás en el sofá con las manos detrás de la cabeza. Laura lo conocía lo bastante bien como para saber que estaba evaluando todas sus palabras.
De repente sintió cómo el pánico ascendía por su pecho. Siempre había creído que Will lo entendería. Había confiado en que él sería la persona que habría hecho lo mismo. Tenía que explicarle cómo había sido.
—Debía morir, Will. Si no lo hacía, acabaría matándome a mí un día u otro. Me lo dijo así: tenía que obedecer o moriría. Utilizaría cualquier fármaco y diría que había sido una sobredosis. Dado mi supuesto estado mental, no le sería difícil que lo creyeran. El problema era que no sabía cómo cometer un asesinato.
»Pensé en muchos métodos. Apuñalarlo era mi favorito, pero no me creía capaz de hacerlo, aunque lo hubiera hecho si hubiera sido necesario… Para eso era el cuchillo. Quería algo que pareciera hecho por una amante, pero al mismo tiempo tenía que ser un montaje en el que Hugo pudiera haber participado voluntariamente.
»Sabía que tenía otras mujeres, y estaba segura de que eran las chicas de Allium; él jamás se habría arriesgado a tener una aventura si hubiera peligro de que ésta se hiciera pública. Cuando vino a visitarme a la clínica durante mi segunda estancia allí, sus palabras fueron gélidas. Me dijo que tenía necesidades normales, y que con los años encontrar a las “participantes adecuadas” se había vuelto caro. Le estaba costando más de diez mil libras al mes. Ahora sabemos adónde iba a parar ese dinero; era para pagar a las chicas. Dijo que había encontrado una solución alternativa, pero que todo lo que había hecho era debido a mi “abandono del deber” y que toda la culpa recaía sobre mí. Le di mil vueltas a aquella conversación, preguntándome qué habría querido decir. Pero ahora está todo claro. Debió de ser cuando empezó a matarlas, aunque, sinceramente, yo no lo sabía.
—¿Por qué te lo dijo? —preguntó Will con un suspiro.
—Porque quería plantearme la amenaza definitiva. Dijo que haría que me dejaran salir de la clínica, pero que necesitaba que retomara mis deberes conyugales. Él sabía que yo detestaba su idea del sexo…, como también lo hacían las chicas que se llevaba, por lo que parece. Después de mi primera estancia en la clínica habíamos acordado que no volvería a tocarme. Pero no había llegado a encontrar a nadie que lo disfrutara…, lo cual no me extraña en absoluto. De modo que me quería en la cama otra vez, con sus condiciones. Odiaba acostarme con él, pero cuanto más lo odiaba yo más disfrutaba él. Era por el poder. Dijo que no sería por mucho tiempo porque, como yo sabía, una alternativa mucho mejor estaba a la vuelta de la esquina.
—¿Qué quería decir con eso?
Laura se acercó a Will y se arrodilló, no lo bastante cerca para tocarlo, pero sí lo suficiente para que no pudiera evitar mirarla. Ahora él tenía que ver bien su cara. Tenía que ver la pasión y el odio en su rostro. Entenderla.
—Ya llegaremos a eso. El caso es que me dijo que la única persona que podía detener o retrasar lo inevitable era yo. Que tenía que dejar de jugar a la virgen vestal y volver a ocupar mi papel como su puta. Yo sabía cuál era la alternativa, aunque nunca volvió a decirme específicamente que me mataría. Le pedí tiempo. La idea de tener relaciones sexuales con él me repugnaba lo indecible, pero las consecuencias de no hacerlo superaban lo que yo podía asumir.
»Le prometí que lo pensaría. Retrasé mi respuesta cuanto pude, pero por fin me dio un ultimátum. O hacía lo que me pedía o yo y otros lo pagaríamos caro. Hizo exactamente lo que yo esperaba. De no haberme dado el ultimátum tendría que haberme ofrecido yo misma, y eso habría sido mucho menos creíble. Le dije que tenía que pasar unos días en Italia para prepararme, y que no me apetecía nada hacerlo en Ashbury Park. Tenía que ser en el piso, en un lugar que no tuviera recuerdos tan horribles para mí.
Will estaba inclinado hacia delante, con las manos enlazadas entre las rodillas. Había pedido escuchar la verdad, pero ahora parecía tener dificultades para presenciar el calvario de su hermana.
—Dejé que Hugo pensara que tal vez no me presentase. No podía parecer demasiado dispuesta, y a él lo excitaba mucho pensar que lo hacía bajo coacción. Imogen solo tenía que ayudarme a tener una coartada en Italia, aunque ella pensara que era para algo muy diferente. El sábado llamó a Hugo utilizando la cinta grabada que yo había preparado con antelación. Yo sabía que aquí no habría nadie, de modo que era seguro que Imogen reprodujera la grabación en el contestador. No podíamos llamarlo al móvil, por si contestaba; entonces todavía lo tenía. —Will la miró con una mezcla de admiración y horror—. Cuando llegó Hugo, me comporté como él quería. Creyó sinceramente que había ganado.
Laura dejó de hablar un momento y fijó los ojos en los de Will.
—Entonces lo maté.
Will no dijo nada. Tomó su vaso y bebió un buen sorbo, pero no pronunció palabra. Laura se sintió obligada a continuar.
—Había tomado la precaución de ponerme el mono para no dejar ningún rastro y no me había quitado los guantes en ningún momento. Compré la jeringuilla en Italia; allí las venden en el supermercado. Preparé la nicotina líquida yo misma.
Will habló por fin.
—¿No te preocupaba que la dosis no fuera suficiente? No te era posible ensayarlo antes.
—Ésa fue otra de las razones por las que me puse el mono. De no haber funcionado la inyección, no habría tenido alternativa. Me llevé el cuchillo al dormitorio, y si no hubiera muerto rápidamente habría tenido que apuñalarlo. Por suerte, no fue necesario. Pero olvidé llevar el cuchillo de vuelta a la cocina.
»Su teléfono móvil fue a parar a una de las bolsas de plástico marcadas para tirar, y la tarjeta SIM a otra. Junto con todo el resto de la parafernalia: mono, ropa, peluca… Unas bolsas acabaron en papeleras en Londres, otras en París. El móvil tenía que desaparecer, porque me imaginaba que habría recibido llamadas de alguna de las chicas. Creía que en cuanto él muriera ellas estarían a salvo, y no quería que el asunto saliera a la luz por el impacto que podía tener en Alexa. Por esa razón el móvil debía desaparecer. Nadie desea que el mundo sepa que tu padre es un monstruo.
Por supuesto, sabía que ahora Alexa tendría que enterarse. Cuando pensó en el sufrimiento de la niña, sintió una compasión intensa y desgarradora.
Laura veía que Will se esforzaba por entender, y sabía que pronto tendría que añadir el último detalle a la imagen que había dibujado de Hugo. El que daría sentido a todo.
—¿No temías que os detuvieran a alguna de las dos porque vuestra cara no se parecía a la del pasaporte? ¡Ni siquiera os parecéis!
—¡Vamos, Will, somos mujeres! Ayer, cuando entraste en el baño, tú mismo creíste que yo era Imogen. Eso es porque durante años he llevado el pelo recogido, tratando de parecer lo más anodina posible para que Hugo no se fijara en mí. Tenemos la misma edad, y más o menos la misma altura y peso. Cuando entras en el país, apenas si te miran si el pasaporte coincide, sobre todo si es un documento británico. Nos limitamos a minimizar las diferencias. La verdad es que esa fue la parte más fácil.
»Las cosas se complicaron para Imogen en el avión, cuando llamaron a Laura Fletcher para que se pusiera en contacto con la tripulación. Pero ella hizo como si no lo oyera. Fue por eso por lo que reservé vuelos baratos sin asignación de asiento. Tenía que ceñirme a un patrón, y el anonimato era lo principal.
—Entonces, ¿por qué diablos vino Imogen aquí? ¡Menuda estupidez! —dijo Will agarrando otra vez la botella de whisky, como si pudiera amortiguar el dolor causado por lo que estaba escuchando.
—Lo sé; me puse furiosa con ella. Pero Imogen sabía que pasaba algo raro. Si no, ¿a santo de qué habrían de llamarme durante el vuelo? Y cuando nos encontramos en Heathrow, me negué a hablar. Le dije que estaba demasiado estresada y que se lo contaría todo en cuanto llegara a Canadá. De todos modos, no había tiempo. Sabía que la Policía me estaría buscando, y necesitaba llegar a casa antes que ellos. Entonces se enteró de que Hugo estaba muerto y no supo qué pensar. Solo estaba preocupada por mí.
»Se suponía que no debían encontrar a Hugo tan pronto. Yo denunciaría su desaparición, probablemente el domingo o el lunes por la mañana. Pero Beryl fue a buscar el bolso olvidado, ¡menos de una hora después de que yo me marchara! Te puedes imaginar el desastre que podría haber sido. Y cuando la Policía llegó aquí, yo estaba fuera de mí a causa de la tensión, del miedo; sentía que me ahogaba. Solo podía pensar en lo fácil que habría sido que todo hubiera salido mal. Y en el horror de lo que había hecho. Y, por si eso fuera poco, ahora la Policía sospecha de Imogen. Me avergüenza mucho haberla involucrado. Pero no se me ocurrió ningún otro modo.
Will permaneció un rato en silencio, mirándose las manos unidas entre las rodillas. Después de una eternidad, que probablemente no duró más de un minuto, la miró.
—Todavía no me puedo creer que no tuvieras otra alternativa. Yo te habría ayudado. Pero ¿asesinar? ¿Por qué no me pediste ayuda?
—No podía. No habría dejado que me marchara. Ya te lo he dicho, yo estaba segura de que antes me mataría. Y si te hubiera involucrado, él habría hecho cualquier cosa para arruinarte la vida. No se puede negar que en ese aspecto se salió con la suya.
Will la miró perplejo. Todavía no lo entendía.
—¿Por qué lo mataste, entonces? ¿Porque iba a matarte o porque había convertido tu vida en un calvario? ¿O porque creías que secuestraba a las prostitutas? ¿Por qué?
—No fue por nada de eso, Will. No lo maté por ninguna de esas razones.
—Entonces, ¿por qué, por el amor de Dios?
—Lo maté por Alexa.
Will se quedó mirando fijamente a su hermana. Y hasta mucho después no se dio cuenta de que una puerta se había cerrado discretamente en la casa.