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Imogen se alegraba de ver que Laura parecía muy recuperada. Volvía a vestir de manera informal, con vaqueros y un jersey, pero la rigidez de sus hombros se había esfumado y ya no parecía tan tensa. Excepto cuando sonaba el timbre de la verja: entonces se sobresaltaba, como si esperara recibir más noticias malas. Quizá pensaba que era la Policía, que regresaba. Hacía tres días que Tom no iba por allí, y si bien Becky había sido muy discreta al respecto, Imogen estaba segura de que eso significaba que estaba siguiendo activamente alguna línea de investigación.
Quizá la mejora que había experimentado Laura tenía que ver en parte con su descubrimiento de que Hugo había olvidado que ella tenía su propio dinero y que nada podía impedirle realizar algunos de los cambios en la casa que llevaba años planificando. Ya había contratado a un equipo de jardineros que había empezado a podar árboles y arbustos, y tanto la casa como Laura estaban bastante más alegres. Incluso el venado disecado había desaparecido milagrosamente durante la noche, aunque para bajar los otros animales muertos se necesitaría un hombre forzudo con un gran destornillador.
Alexa había estado con ellas el día anterior, e Imogen se había maravillado al ser testigo del amor y el afecto que Laura demostraba hacia la niña. Aunque tuviera doce años, en muchos sentidos Alexa parecía más pequeña. Tenía una figura muy delicada, y no mostraba los signos de madurez que Imogen habría esperado. Laura se había pasado horas hablando de los cambios que quería realizar, y la idea había distraído a Alexa de la muerte de su querido padre.
Imogen decidió que tenía que retomar la lectura de las cartas de Laura. No era fácil. Detestaba ser testigo de la infelicidad de su amiga, y sentía ese peso en los hombros. Entendía por qué Laura no le había dicho nunca nada. Pero aún quedaban demasiadas cosas por explicar.
JUNIO DE 2005
Mi querida Imo:
¡Éstas son las divagaciones de una loca!
Así es como me siento. Hace dieciocho meses que me toman por loca, y es como todos me ven.
Cada día empieza del mismo modo. Las enfermeras trabajan mucho y están alegres permanentemente. Cada mañana entran en mi habitación —que debo decir que es muy elegante con un animado «Buenos días—. ¿Cómo estamos esta mañana?».
Nunca he entendido por qué la gente usa la primera persona del plural en este contexto. ¿No me he enterado de algo?
Bueno, me sirven el desayuno en la habitación, y he caído en la rutina de comer siempre lo mismo. No sé si lo ven como un signo más de locura. ¿Significa que me siento más segura sin tomar decisiones? No se trata de eso. ¡Es que aquí tienen grandes cocineros y lo mejor de todo son los huevos revueltos!
La clínica es muy exclusiva. Es un lugar donde esconder a los chiflados de familias extremadamente ricas. Supongo que no hay forma de prever cuántas personas muy ricas enfermarán en un momento dado, y tal vez por eso tenían problemas financieros. Sospecho que Hugo aporta una cantidad de fondos importante. Para que no pueda hablar.
Cada día tengo que soportar una consulta privada para comprobar que sigo estando loca y asistir a una terapia de grupo. Y luego están las clases. Lo llaman terapia ocupacional. Ahora soy bastante buena creando arreglos florales y la clase de yoga es excelente, aunque las sesiones de meditación no gusten demasiado a los pacientes más perturbados. Demasiado silencio e introspección es contraproducente, o eso parece.
El almuerzo y la cena se sirven en el comedor. Se supone que tenemos que sentarnos juntos, con los pacientes más estables, por supuesto. A algunos no les permiten salir de la habitación porque tienen arrebatos de violencia. Yo procuro ser discreta. A pesar de la persistente jovialidad del personal, este no es un sitio alegre. La enfermedad mental es terrible. Desde la esquizofrenia hasta los trastornos de personalidad, cada uno de ellos vive una época muy mala de su vida. Y para algunos, también es el futuro.
Intento pasar un rato cada día hablando con alguna persona con una u otra forma de demencia, incluso con aquéllos que no se pueden comunicar de ninguna manera. Les leo los periódicos todas las mañanas y les cuento historias acerca de lo que ocurre en el mundo. Pero solo cosas buenas, nada de guerras o asesinatos; ya tienen bastante con lo suyo. No sé si me escuchan, pero eso no es excusa para no hablar con ellos. ¿Te imaginas que sean capaces de saber lo que pasa alrededor y que lo único que no puedan hacer sea comunicarse? Sería terrible que nadie les hablara.
Luego están las visitas de Hugo. ¡Las enfermeras creen que es mi momento álgido de la semana! Y claro, para ellas él es un esposo comprometido (si es que se puede usar esta palabra en este contexto) y afectuoso que nunca se salta una visita. En esas ocasiones no me drogan. Él quiere evaluarme. Saber si me mortifica el remordimiento; si estoy domesticada.
No lo estoy, por supuesto. Estoy mucho menos domesticada que cuando ingresé aquí. Pero no es necesario que lo sepa.
Y a menudo viene con Alexa. Está creciendo, pero me siento muy culpable de estar aquí cuando debería estar fuera dándole el amor que necesita. La trae para burlarse de mí. Piensa que verme aquí la volverá en mi contra. O que intentaré utilizarla para averiguar qué sucede «fuera». No lo hago. Nunca lo haría. Nunca le diría nada negativo sobre su padre, porque soy yo la que saldría perdiendo. Merece creer que su padre es maravilloso, aunque no sea verdad.
Ayer vino a verme y las cosas fueron un poco diferentes. Me dejó mucho tiempo a solas con Alexa; no sé muy bien por qué. Creo que fue otra prueba.
Le di un gran abrazo, pero la noté un poco tensa. No estaba cariñosa como otras veces. Intenté romper el hielo poco a poco.
—Cuánto me alegro de verte, Alexa. ¿Cómo te va en la escuela?
—Muy bien, Laura, gracias por preguntar.
A los nueve años, Alexa sigue siendo la niña más educada que conozco, y aun así su respuesta me pareció exagerada.
—¿Estás bien, corazón? ¿Estás enfadada conmigo?
Alexa me miró con sus ojos solemnes.
—¿Por qué sigues aquí, Laura? ¿Por qué no estás en casa con nosotros?
—Porque he estado enferma, cariño, y tu papá y los médicos decidirán cuándo estoy bien para regresar a casa.
—Quieres volver a casa, ¿no?
—Oh, Lexi, por supuesto que sí. Lo que más deseo es poder verte cada semana.
—Papá dice que te gusta vivir aquí y que estás aquí porque te inventas historias malas sobre las personas.
No supe qué decir. No podía criticar a Hugo.
—Bueno, no es mi intención decir o hacer nada que haga enfadar a nadie. Nunca he querido hacer eso, y si lo he hecho, lo lamento.
—¿Podemos hablar de otra cosa, por favor? Cuando estamos solas un rato, papá siempre me pregunta de qué hemos hablado y si te he contado secretos.
—Podemos hablar de lo que quieras, y yo no te diría nada que fuera un secreto de tu papá.
—Pues papá y yo tenemos muchos secretos, pero él dice que no pasa nada. Dice que los padres y sus hijas siempre tienen secretos.
Se me heló la sangre.
—Mira, corazón, normalmente está bien que le cuentes a tu mamá o a mí los secretos que tengas con papá. Estoy segura de que no tendrías secretos conmigo.
Alexa sonrió tímidamente.
—Papá me dijo que tú eras la última persona a quien se los podía contar, porque no eres tan lista como yo. Pero yo te quiero, Laura. Siempre eres buena conmigo. ¿Podemos hablar de otra cosa, por favor?
La conversación pasó a un terreno más firme, pero yo ya estaba muy preocupada. Hugo no regresó hasta media hora más tarde, y solo pude imaginar que había estado conspirando con el médico. A juzgar por su sonrisa de superioridad cuando entró en la habitación, era algo que no me gustaría.
—Alexa, cariño, la enfermera te llevará un momento afuera. Necesito hablar con Laura a solas. Despídete de ella; yo saldré enseguida.
Alexa me dio un abrazo que casi me rompió el corazón y se marchó con la enfermera.
—Laura. Tienes mejor aspecto y he hablado con el médico. Hemos acordado que probablemente necesites pasar una temporada más aquí, unos seis meses, y durante ese tiempo necesito prepararte para volver al mundo.
Yo sabía que no debía hacer una demostración de mi valentía recuperada, pero tenía que saber a qué se refería exactamente.
—No entiendo muy bien para qué tengo que estar preparada, Hugo, aunque me alegraré de salir de aquí.
Esto no era del todo cierto si significaba que debía volver a mi antigua vida. Pero no tenía pensado hacerlo.
—Tienes que escucharme con atención. Me he divorciado una vez y no tengo intención de hacerlo una segunda. Una se puede considerar un error; dos ya es muestra de falta de criterio. No te divorciarás de mí, ni me amenazarás, ni divulgarás información sobre nuestra vida juntos que sea embarazosa para mí. Serás mi fiel esposa mientras yo lo quiera así. Lo que ocurre en mi casa se queda en mi casa. ¿Lo entiendes, Laura?
Tuve que esforzarme mucho para mantener el dominio de mí misma. De nada serviría que mostrara todas mis cartas de golpe, pero aquello no podía aceptarlo. Miré por la ventana e intenté parecer despreocupada.
—¿Y si no acepto? ¿Qué pasa entonces?
—Oh, eso es fácil. —Hugo hizo una pausa—. Mueres.
Volví la cabeza y lo miré fijamente, demasiado asombrada como para hablar de inmediato. Por fin me salió la voz.
—No puedo creer que hayas dicho eso. ¡Acabas de amenazarme con cometer un asesinato!
Hugo se rio. Se rio tan tranquilo.
—No es un asesinato. Es un acto de defensa. No estoy dispuesto a permitir que me avergüences. Tienes un historial de depresión grave. Tu muerte por una sobredosis de la medicación que te den cuando salgas de aquí será fácil de explicar, y te prometo que nadie lo pondrá en duda. Tu historial mostrará una serie de intentos de suicidio; el médico y yo nos hemos puesto de acuerdo, de modo que tú verás.
De todas las cosas que me esperaba, ésa no era una de ellas. Pero sabía que lo decía en serio.
—¿Y qué supondrá exactamente vivir contigo?
Su sonrisa no transmitía ninguna sinceridad.
—Oh, no te preocupes. No te pediré que vuelvas a tus tediosos servicios en el dormitorio. Encontraré muchas sustitutas dispuestas.
No podía ignorarlo. Si significaba lo que creía que significaba.
—Cuando vine aquí, fue porque… —Pero me callé al advertir la furia en los ojos de Hugo.
—Sé por qué fue. Tu reacción absurdamente exagerada a algo perfectamente normal. Tu comportamiento ha dificultado mi vida en gran medida, y eso es algo que no puedo olvidar ni perdonar. Pero esto es lo que haremos.
Y entonces discutimos las condiciones, como si negociáramos la compra de un coche de segunda mano. Hace tiempo que lo pienso. ¡Está claro que he tenido mucho tiempo para pensar! No puedo dejarlo e ignorar todo lo que sé. Las consecuencias serían demasiado devastadoras. Mi historial de enfermedad mental dificultaría que me creyeran si hablara con alguien acerca de las predilecciones de Hugo. Pero no puedo dejarlo así. Tengo que hacer algo positivo. Algo proactivo. De manera que le propuse mis condiciones. Hice un pacto con el diablo. Mi complicidad a cambio de ciertas concesiones. Una de ellas es la compra de una casa en Italia; algún sitio donde me sienta segura, en un lugar que él deteste. Podemos aparecer como una pareja normal, pero durante la semana, cuando Alexa no esté con nosotros, puedo escapar del ambiente opresivo de nuestro matrimonio. Fue una concesión que no le costó aceptar, pero sin duda era la más importante de todas.
Laura llamó a Imogen por el hueco de la escalera. Sabía que no debía molestarla, pero alguien llamaba a la puerta. No sabía cómo habían cruzado la verja; quizá los jardineros la habían dejado abierta. En todo caso, quería que bajara Imogen por si se trataba de un periodista.
Becky había salido de su «despacho», pero en vista de que Imogen bajaba corriendo la escalera, Laura sonrió a Becky, sacudió la cabeza y fue a abrir la puerta. Tardó un momento en asimilar quién estaba en la puerta.
Se quedó en silencio, con la boca ligeramente abierta, mirando la cara bronceada y los ojos azul brillante de una de las pocas personas que se alegraba de ver. Vio la aflicción en sus ojos, aunque era difícil saber si era por simpatía hacia ella o por la tristeza de su propia vida. Rompió el hechizo con un comentario ligero.
—Cierra la boca, hermana. No te favorece nada.
—¡Madre mía! Eres tú. Sé que le dijiste a Imo que vendrías, pero no creía que fuera tan pronto. Oh, Will, qué alegría verte.
Laura rodeó la cintura de su hermano con los brazos y se pegó a él con todas sus fuerzas, disfrutando del calor de su cuerpo grande y familiar. Sintió sus brazos alrededor y agradeció la sensación de seguridad que solo un abrazo de alguien cercano puede proporcionar. Pero no duró mucho; por encima de su cabeza, oyó que su hermano hablaba en voz baja.
—Hola, Imogen.
Silencio.
Se alegró de tener la cabeza escondida en su pecho, porque no quería ver las miradas que se estaban cruzando. Ninguno de los dos había encontrado a otra persona a quien amar, y ella sabía sin lugar a dudas que era por culpa de Hugo. No sabía qué podía hacer para arreglar lo que él había roto tan desconsideradamente, pero sabía que al menos tenía que intentarlo.
Se apartó y propuso que fueran a la sala. No podía dejar de mirar a Will. El sol le había aclarado los cabellos, y sus facciones angulosas estaban bronceadas. Sus hombros, siempre anchos, le hacían parecer un gigante cuando las miraba desde su imponente metro noventa y ocho. Parecía un puerto seguro en una tormenta.
Saltaba a la vista que Imogen y Will no acababan de decidirse sobre la manera de comportarse. ¿Debían abrazarse, que era lo que deseaban claramente, o permanecer distantes? Por lo visto, la última opción fue la que ambos consideraban más segura.
Laura era consciente de la tensión que se respiraba en la sala; los tres estaban ligeramente incómodos, como si uno de ellos no debiera estar allí pero no estuviera claro cuál. Llenaron diez minutos charlando sobre el trabajo de Will, la vida de Imogen en Canadá y las mejoras que estaba haciendo Laura en la casa. Entonces Will rompió el hechizo.
—De acuerdo, ahora basta de charla. Explicadme lo que sucede. No fingiré que tu marido me caía bien, Laura, pero no me puedo imaginar por qué habrían de querer matarlo.
—Es largo de explicar —dijo Laura—. Los últimos días han sido infernales. Antes de empezar con esto, iré a decirle a mamá que estás aquí. Estará en la cocina. Parece creer que todos necesitamos engordar y que la tarta de chocolate lo cura todo.
Al levantarse, miró por la ventana y se sorprendió al ver que Tom Douglas estaba de pie junto a un coche de la Policía. Dos agentes uniformados estaban bajando del vehículo. Laura sintió una opresión en el pecho.
—¿Qué sucede? Tom está aquí y viene con dos agentes. ¿Qué crees que significa, Imo? —Laura dirigió una mirada ansiosa a Imogen.
—Calma, Laura. No será nada. Olvidarían algo durante el registro y habrán venido a buscarlo. Ve a abrir, o si quieres ya voy yo.
Laura se encaminó a la entrada antes de que Imogen pudiera levantarse. Becky, que ya estaba abriendo la puerta principal, apartó la mirada cuando sus ojos se cruzaron con los de Laura. Desde los escalones, Tom se dirigió a Laura.
—Siento interrumpir, lady Fletcher. ¿Podemos pasar?
Tom miró inquisitivamente a Will, que había seguido a su hermana al recibidor, con Imogen pegada a los talones. Laura advirtió enseguida el trato formal y la expresión sombría en el rostro de Tom. Intentando aparentar un tono despreocupado, respondió con la misma formalidad.
—Por supuesto, inspector jefe. Le presento a mi hermano, Will Kennedy. Acaba de llegar. ¿Le apetece algo de beber? ¿Tal vez una taza de té, como siempre?
Tom dio dos pasos dentro del recibidor, pero no más.
—No, gracias. Lo siento, pero tenemos que hacerle algunas preguntas a la señora Kennedy. —Miró a Imogen, que seguía en el umbral del salón—. Señora Kennedy, he venido con dos agentes. La acompañarán a New Scotland Yard para llevar a cabo un interrogatorio. El comisario James Sinclair, a quien conoció la noche de la muerte de sir Hugo, realizará la primera parte del interrogatorio. Le leerán sus derechos cuando llegue, y me reuniré con usted en cuanto termine de hacerle unas preguntas a lady Fletcher.
Imogen permaneció inmóvil, sin alterar su expresión.
Will había avanzado con la intención de estrechar la mano del inspector jefe, pero de repente adoptó una postura beligerante.
—¿Puedo saber para qué quiere interrogar a mi esposa, inspector jefe? Y si le leen los derechos, ¿significa que está detenida?
—Tenemos pruebas nuevas, y están relacionadas con su exesposa. No estoy autorizado a hablarlo con nadie hasta que haya entrevistado a su exesposa.
Laura se percató de que Tom estaba decidido a diferenciar entre esposa pasada y presente. Will miró a Imogen, con el ceño fruncido de preocupación.
—¿Imo, qué pasa? ¿Quieres que llame a un abogado?
La mención de Will de un abogado despertó a Imogen de su letargo. Suspiró con exageración.
—Will, cállate. No sabes nada de esto; será mejor que no te metas.
Laura estaba angustiada. Habló en voz baja, temblorosa por la emoción.
—Imo, no es necesario que pases por esto. No deberías. No es justo. Hablaré con Tom y lo aclararé.
La chaqueta de Imogen estaba sobre una silla al pie de la escalera. Ella la agarró con una mano y se volvió rápidamente a mirar a Laura.
—Laura, ¿quieres hacer el favor de callarte de una puta vez? No maté a Hugo. Tú lo sabes y yo lo sé, y espero que tú también, Will. Así que no te metas. No es más que un interrogatorio. Si me detienen y me acusan tendrán un problema, porque no pueden tener ninguna prueba si yo no lo hice, ¿no os parece? Calmaos, tomaos una ginebra y esperad a que regrese. No necesito un abogado. Estoy perfectamente. —Imogen miró a Tom, que parecía haber escuchado atentamente la conversación—. Cuando quiera, inspector jefe.
Hubo algo bajo la superficie en aquella conversación que Tom no había captado bien. La puerta se cerró detrás de Imogen y los agentes, y él miró a Laura con una sonrisa amable.
—Lo siento, Laura. Tenía que ser formal dadas las circunstancias. Espero que lo comprendas.
Will interrumpió antes de que ella pudiera responder.
—Pues yo no lo comprendo. Si no tiene pruebas, no puede llevársela para interrogarla. Si solo eran un par de preguntas, ¿por qué no hacérselas aquí?
Una persona que no se deja acobardar, pensó Tom, viendo la postura agresiva de Will, con las piernas separadas y las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—Señor Kennedy, tenemos pruebas que sugieren que su esposa estaba en Londres la mañana del asesinato. Si me lo permite, ahora querría hablar con su hermana.
—Me quedo con ella —respondió Will—. Estoy seguro de que necesita mi apoyo.
Tom podía ver que Laura estaba trastornada, aunque no sabía qué parte concreta de la conversación había causado ese efecto.
—Will, Tom y yo tenemos una buena relación. Sé que tienes buena intención, pero es mejor que vayas a buscar a mamá. Se pondrá muy contenta cuando te vea, y alguien tiene que contarle lo de Imogen. Estaré bien hablando a solas con Tom. Por favor, Will.
No muy satisfecho, Will obedeció y se fue de mala gana. Laura indicó que podían pasar al salón, y Tom esperó hasta que los dos estuvieron sentados para empezar a hablar.
—Gracias, Laura. Tengo una serie de preguntas que hacerte, y algunas son delicadas. —Veía que Laura estaba inquieta, y necesitaba que estuviera relajada para conseguir lo que quería de ella—. ¿Cómo te encuentras? Veo que has empezado con los cambios, claramente a mejor.
Tom esperaba que ella pensara que se refería a las reformas de la casa y el jardín, pero también había reparado en la mejoría de la propia Laura. Tenía algo de color en las mejillas y de nuevo se había puesto un suéter de color vivo, esta vez azul petróleo, que le sentaba mucho mejor que el beis apagado que llevaba el día que se habían conocido. Costaba creer que fuera la misma persona que había visto por primera vez hacía apenas unos días. Y parecía tener más seguridad en sí misma. Pero estaba claro que el hecho de que se hubieran llevado a Imogen para interrogarla la angustiaba, y, a pesar de lo que le había dicho a su hermano, Tom percibió en su tono que él no era su persona favorita aquel día.
—Olvidémonos de los jardines por el momento. Dime qué has encontrado que vincule de algún modo a Imogen con el asesinato de Hugo.
—Lo siento, pero de momento no puedo decirte nada. En cuanto pueda, te prometo que te lo explicaré. —Tom sabía que esto no satisfaría a Laura, de modo que decidió que era mejor empezar enseguida—. Esto es difícil, lo sé, pero ¿puedes hablarme un poco de tu enfermedad? Te lo pregunté el otro día, pero sucedieron cosas que nos interrumpieron. Sé que a ti puede parecerte poco relevante, pero necesito hacerme una idea. ¿Te parece bien?
—La primera vez que me ingresaron, suena muy mal, lo sé, me diagnosticaron una depresión grave. —La hostilidad había desaparecido de la voz de Laura, pero su tono aún era tenso—. Hannah, la niñera de Alexa, y Hugo me habían encontrado acurrucada en una habitación de una de las alas de la casa que no se utilizan.
—¿Sabes qué provocó esta depresión? ¿Algún incidente concreto?
—Por lo que sé, la depresión clínica puede afectar a cualquiera en cualquier momento y sin razón aparente.
Consciente de que aquello no era una respuesta ni tenía intención de serlo, Tom siguió insistiendo.
—¿Estabas encerrada en la habitación donde te encontraron? —preguntó con delicadeza.
—Por lo visto la puerta se podía abrir desde dentro, de modo que eso sugiere que no.
Se le daba de maravilla no mentir sin contestar tampoco. Tenía que conseguir que lo mirara; desde que había preguntado por Imogen había mantenido la mirada apartada de él. Tom entendía que era un tema difícil para ella, pero ya había perdido demasiado tiempo.
—Laura, no hace mucho que nos conocemos, pero creo que ya nos respetamos el uno al otro. Creo que me estás ocultando algo. La exesposa de tu marido está en este momento desquiciada por culpa de una información que me dio. El testamento ha desenmascarado a Hugo, y solo puedo concluir que tenía facetas que no se ajustaban a su imagen pública. Becky también os oyó hablar del Rohypnol. Todo esto está relacionado, y me gustaría que me lo explicaras.
Laura lo miró por fin, y a nadie le habría pasado desapercibida la pena que se reflejó en sus ojos. Vio que tragaba saliva, y supo que había tocado algún punto sensible. Sintió una punzada de culpa, pero eran preguntas que necesitaban respuesta, y prefería hacerlas él a delegarlas en otro que no tuviera la misma conexión con Laura.
—Tom, esto es difícil y doloroso para mí. Mi marido está muerto y nuestro matrimonio distaba mucho de ser el sueño perfecto que se suponía debían creer los demás que era. Pero no creo que se consiga nada hurgando en sus deprimentes detalles.
Tom decidió que Laura necesitaba tiempo, y tal vez examinar las miserias de su matrimonio no fuera tan productivo a corto plazo como entender otras de las piezas del rompecabezas.
—No estoy totalmente de acuerdo, pero por el momento podemos pasar a otra cosa; volveremos sobre ello más tarde. Ahora quiero hablar contigo sobre Danika Bojin. —A Tom no le sorprendió ver que el cambio de tema la incomodaba aún más—. El otro día escuchaste el mensaje sobre Danika Bojin. No puedo evitar preguntarme por qué no mencionaste que la conocías. Ha aparecido sana y salva, por suerte, pero sabemos que vino a verte hace dos años. ¿Quieres contármelo?
Resultaba muy difícil interpretar las expresiones que habían cruzado fugazmente el rostro de Laura durante su breve exposición; Tom no sabía si veía alivio o temor. Su cara no había cambiado, pero sus ojos eran muy expresivos.
—Me alegro mucho de saber que Danika está a salvo —dijo—. Me preocupé al oír el mensaje, pero estoy tan apartada de la organización que no creía estar en condiciones de ayudar. Danika vino a ver a Hugo, pero por suerte él no estaba. Se habría puesto furioso. El caso es que me contó que una de sus amigas había desaparecido, y yo le dije que intentaría investigarlo. —A Tom le pareció que le daba demasiada poca importancia—. Por desgracia, poco después me puse enferma otra vez y no pude ayudarla. Por eso me angustié cuando escuché el mensaje.
—¿No le pediste ayuda a Hugo?
Tom advirtió de nuevo que Laura no lo miraba a los ojos, algo que solía hacer cuando quería disimular lo que sentía.
—Sí, claro que se la pedí. Me dijo que se encargaría y que no metiera las narices en sus organizaciones benéficas.
—¿Y le hiciste caso?
Laura levantó la barbilla desafiante y miró a Tom a los ojos.
—Por supuesto.
Tom no creyó ni una palabra de lo que decía.