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En cuanto la ambulancia se marchó con Mirela, débil pero todavía viva, Tom ordenó que un coche patrulla acompañara a Beatrice a Oxfordshire.

—Beatrice, muchísimas gracias por venir. La Policía ya está aquí, y ellos se encargarán de todo. Yo me quedaré y colaboraré con ellos. Has sido de gran ayuda; espero que no haya sido demasiado traumático para ti.

Ella le dio una palmadita casi maternal en el brazo que no casaba con sus modales previos. Debía de estar tan impactada como todos los demás. Al fin y al cabo, Hugo era su hermano.

—He vivido muchos años, Tom, y he visto mucho dolor y mucho sufrimiento. Es muy angustioso que un pariente mío tratara a un ser humano de forma tan deplorable, pero no creo que sea de mí de quien debas preocuparte. —Beatrice parecía sinceramente preocupada—. ¿Cómo crees que se lo va a tomar Laura? Por muchas sospechas que tuviera, le va a costar asumirlo.

Tom no tenía ganas de pensar en cómo se sentiría Laura. Había vivido con ese hombre, había sido su esposa durante años, de manera que aparte de cualquier otro sentimiento sentiría una inmensa humillación, la vergüenza de haber vivido con un monstruo y la culpa de pensar que parte de la responsabilidad había sido suya. Trató de pensar en alguna forma de aliviar su dolor.

—Beatrice, ¿podría pedirte que me ayudaras? Por ahora, Laura se limitará a conocer los hechos. Pero tú has visto cómo es este lugar. Un policía local me ha dicho que la verja y el muro están aquí al menos desde hace doce años, que él recuerde, lo que significa que Hugo llevaba haciendo lo que fuera que hiciera desde hacía mucho tiempo, incluso desde antes de conocer a Laura. Tienes que hacerle entender que lo que ha pasado no es culpa suya. Creo que solo tú eres capaz de convencerla de ello, sobre todo después de oír lo que me has contado viniendo hacia aquí. ¿Me harías ese favor?

Beatrice le dio un apretón en el brazo.

—Eres buena persona, Tom Douglas. Te diría que será un placer, pero por supuesto no lo será. Hablaré con Laura y haré lo que pueda para que lo entienda porque, como tú, no quiero que sufran los inocentes.

Tom intentó expresar su agradecimiento con una sonrisa y acompañó a Beatrice al coche antes de volver enseguida a la casa.

—Llegas a tiempo, Tom —dijo la inspectora jefa Sarah Charles, de la Policía de Dorset—. Hace diez minutos que hemos abierto la puerta del estudio. Está claro que Hugo no quería que entrara nadie, porque tenía unos cerrojos muy complejos. Veamos qué escondía.

Una voz discreta los interrumpió. Bruce, el joven e ingenioso sargento, era el encargado de registrar los pisos superiores. Tom advirtió que estaba un poco pálido, pero al fin y al cabo él había encontrado a Mirela, lo que no debió de resultar agradable. Ni siquiera los policías más endurecidos y experimentados lograban acostumbrarse a actos de una crueldad tan patente.

—Señora, señor, quería decirles que hemos encontrado mucha ropa de mujer arriba, en el desván. Parte está en maletas baratas, y parte en bolsas de basura. Pero está toda metida de cualquier manera; no puede decirse que hicieran las maletas para irse de viaje.

—¿Crees que es toda de la misma mujer? —preguntó Sarah Charles.

—Lo dudo. Varias tallas, ninguna muy grande, de la seis a la diez, según me han dicho.

—Bien, gracias. Ya sabes lo que tienes que hacer.

—Sí, jefa.

Tom habló por primera vez.

—¿Qué estás pensando, Sarah?

Ella sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

—Tengo un mal presagio, la verdad. Siento ese cosquilleo en la columna. ¿Y tú?

—Sí. Yo también.

Sin más palabras, se volvieron y entraron en el estudio. Un par de técnicos del equipo de inspección del lugar del crimen estaban trabajando, pero los saludaron.

—¿Qué tenéis?

—Acabamos de empezar, pero no parece haber gran cosa. Solo un montón de facturas y un libro de contabilidad que contiene fechas, nombres, números y direcciones, pero son todas muy antiguas. La más reciente se remonta a hace un par de años.

Después de asegurarse de que el equipo de inspección había terminado con el libro de contabilidad, Tom lo abrió sobre la mesa, y él y Sarah se inclinaron ansiosamente para leerlo. Tom tardó menos de un minuto en reconocer su importancia.

—Espera un momento, Sarah, necesito algo del coche —dijo, y salió casi corriendo de la habitación.

Abrió la puerta del vehículo y agarró el maletín del asiento trasero. Estaba casi convencido de reconocer aquellos nombres, pero necesitaba asegurarse. Y había algo en la lista que lo hacía sentir especialmente incómodo.

Sarah lo miró interrogativamente cuando dejó el maletín sobre la mesa, lo abrió y empezó a sacar papeles.

—Aquí está. Sabía que había traído una copia —dijo con una sonrisa satisfecha. Era la lista de las chicas que habían desaparecido en los últimos cinco años.

El libro de contabilidad se remontaba más atrás, pero Tom comparó las fechas y los nombres con la lista de la organización benéfica. Los nombres coincidían, pero las fechas variaban por varios meses. Y al lado de cada uno de ellos había dos cifras. La primera era siempre la misma, mil libras, pero la segunda variaba, desde cien hasta quinientos.

—¡Lo tengo! —dijo Tom golpeando la mesa con la mano—. La razón de que las fechas no coincidan es que estas son las fechas en que dejó marchar a las chicas, no cuando las trajo aquí. Mira, las fechas en el libro son casi siempre un par de semanas antes de que la siguiente joven desapareciera, así que acaba con la antigua y comienza con la nueva. ¿Tienes alguna idea sobre las cifras, Sarah?

Sarah miró el papel con una mueca de concentración.

—Tiene sus direcciones. Esto podría ser relevante. ¿Crees que les pagaba para que callaran, Tom?

—Es posible, pero ¿por qué las entradas terminan hace un par de años? Sabemos que siguió llevándose chicas.

Volvió a repasar su lista. Había seis nombres, además de Mirela. No tenía ningún sentido.

Examinó la página del libro con mayor atención. La última entrada se había escrito con una fuerza considerable; el papel estaba casi rasgado. Notó que un par de letras todavía eran legibles. Mierda. Comparó la fecha con su lista, sin albergar duda alguna acerca de lo que encontraría. No se equivocaba. Y después de ese último nombre no había más nombres, ni más direcciones, ni más sumas de dinero.

Tom se quedó helado. Tal vez estaba yendo demasiado lejos en sus interpretaciones. Quizá Hugo tenía otro libro de contabilidad que todavía no habían encontrado. Pero no lo creía.

Se abrió la puerta y Bruce asomó la cabeza.

—Hemos hallado un par de fragmentos identificativos en las bolsas de ropa. Nada del otro mundo. Una contenía una vieja carta escrita en un idioma extranjero; no tengo ni idea de lo que dice, pero el nombre del sobre nos podría ser útil. Otra de las bolsas tenía un pase de seguridad de personal de limpieza de un hospital. Lo hemos embolsado, no sé si nos servirá. No hay nada más.

Bruce entregó las dos bolsas a Sarah y se fue para continuar con su registro. Presionando el plástico contra el contenido, Sarah le leyó los dos nombres a Tom. No necesitaba consultar la lista otra vez. Sabía que esos dos nombres estarían, aunque ninguno de los dos figurara en el libro.

—Sarah, te voy a ofrecer una cronología de sucesos y una serie de hechos conocidos. Estoy demasiado metido en el asunto, y puede que esté sacando conclusiones precipitadas. Quiero saber qué piensas tú.

Le indicó un sillón a Sarah con un gesto, y la mujer se sentó sin dejar de observarlo. Tom permaneció de pie, caminando arriba y abajo con las manos metidas en los bolsillos.

—Sabemos que Hugo se llevaba chicas consigo. Sabemos cuándo lo hacía y, a juzgar por el libro, también cuándo las dejaba marchar. Parece que les daba dinero. Pero la última chica de la lista, la que se ha tachado, ha aparecido varias veces en nuestra investigación del asesinato de Hugo. Se llama Alina Cozma. Sabemos cuándo se la llevó.

Tom paró un momento y miró a Sarah para asegurarse de que lo escuchaba. Luego siguió caminando, mientras miraba el suelo con concentración.

—Alina Cozma fue a la oficina de Hugo. Fue meses después de que él se la llevara. Y según una empleada de Hugo, iba vestida con elegancia. Esto sugiere que Hugo le pagó generosamente o bien que le había comprado ropa, aunque yo me inclino por el pago. Se peleó con él, y más tarde la vieron en el coche de Hugo, marchándose de la oficina. Lo único que oyó la secretaria fue algo que empezaba por P… y algo que no entendió. Pero ¿y si se refería a «Poole»? ¿No es la ciudad más cercana?

Sarah asintió, siguiendo los movimientos de Tom. Probablemente pensaba que divagaba, pero él sabía que iba por el buen camino. Alina debía de saber adónde la había llevado, y el instinto le decía que a Hugo no le había hecho ninguna gracia.

Tom se paró. Había algo más. Algo relacionado con la carta de Laura a Imogen que había leído, la que hablaba de Danika Bojin.

—Unas amigas de Alina la buscaban y se presentaron en la oficina de Londres. Dos días más tarde, una de ellas fue a Oxfordshire, a casa de Hugo. Según la ayudante personal de Hugo, solo dos días después de la visita de las amigas a la oficina de Londres, Alina Cozma apareció y Hugo se la llevó en el coche. Debió de ser el mismo día. Pero la esposa de Hugo dice que aquella noche él no fue a casa, y que fue inesperado. También dijo que estaba muy enfadado por algo y que pasó fuera dos días.

Tom se acercó a la mesa y tomó la lista de nombres y fechas en las que habían desaparecido las jóvenes.

—La siguiente chica desapareció solo días después, así pues ¿qué fue de Alina? ¿Y por qué no hay más direcciones?

Estaba seguro de que Sarah no podía seguir su cronología, ya que los nombres y toda la trama eran nuevos para ella, pero había hablado más para sí mismo que para ella. También saltaba a la vista, por la cara que ponía, que había comprendido muy bien las consecuencias. Hugo seguía llevándose chicas, pero ¿por qué estaba aquí su ropa, y por qué no había más direcciones?

—Una cosa más, Sarah. Mi sargento ha hablado con Laura, la esposa de Hugo. Ella cree que si las trataba tan mal, no las habría dejado marchar. A mí me parece que todo se disparó con Alina.

Por la expresión de Sarah, comprendió que ella pensaba lo mismo.

Necesitaban un equipo en la casa enseguida. Tendrían que buscar en el jardín, en la bodega y en los edificios exteriores. Y necesitaban equipamiento especializado, porque Tom sospechaba que podían encontrar los restos de seis cuerpos.