10

Tom asomó la cabeza dentro del despacho abierto de su jefe. Los dos habían asistido a la autopsia, aunque el comisario había tenido que marcharse para asistir a una reunión a mitad del proceso, o eso había asegurado. A nadie le gustan las autopsias.

—¿Tienes un momento, James?

—Pasa, Tom. Ahora es perfecto. Pongámonos al día en los progresos.

James Sinclair empujó una pila de carpetas para hacer sitio en la mesa repleta de cosas. Aquella no era su única investigación, aunque sin duda era la que tenía mayor repercusión pública. Tom se sentó.

—No hay mucho de lo que informar todavía, me temo. Ha venido lady Fletcher y ha identificado el cadáver. Nos ha hablado de la organización benéfica de Hugo; ha sido interesante. Por cierto, insiste en que la tuteemos y nos refiramos a su esposo como Hugo. Espero que no te moleste.

—Ya sabes que no me parece ideal —contestó Sinclair—. Si los tratamos a todos por igual, sospechosos, víctimas y familiares, confundimos las cosas. Y aunque ella no parezca tener las manos sucias, todavía no podemos descartarla por completo.

—Comprendo. Pero ahora está muy vulnerable, y si nos hubiéramos negado a dejar a un lado las formalidades creo que se habría cerrado más aún.

—Mmmm. Bueno. Tú decides. ¿Conocemos ya la causa de la muerte?

—Sí. Acaban de confirmar que se trata de nicotina líquida. Una dosis enorme inyectada en la ingle, de hecho en la vena femoral. Por lo visto, inyectarse en la ingle es muy habitual en los consumidores de droga. Aquí existe un vínculo evidente, por supuesto. ¿Prostitución más consumo de drogas? Pero no estoy seguro de adónde nos lleva.

—Y seguro que no hay mucha gente que consuma nicotina líquida —dijo el comisario—. ¿De cuánto tiene que ser la dosis para resultar letal?

—Solo sesenta miligramos, y nuestra víctima recibió una dosis mucho mayor. Dicen que debió de hacer efecto con mucha rapidez.

—¿Dónde se puede encontrar?

—No lo sabemos. Lo he buscado en Google, pensando que sería de donde cualquiera partiría, pero no he encontrado nada útil. He descubierto que se puede diluir en vodka y darlo a beber, pero no es lo que se ha hecho en este caso. Uno de los agentes lo está investigando.

Ligeramente divertido por el hecho de que lo hubiera buscado en Google, el comisario volvió a lo que para él era terreno seguro.

—¿Qué más tenemos? ¿Algo relacionado con los pañuelos?

—No, probablemente ahí estamos en un callejón sin salida. Se compraron en alguna tienda de la cadena Tie Rack, que tiene sucursales en todas las calles principales, en los aeropuertos…, en todas partes. Van a echar un vistazo a los registros, pero lo cierto es que los venden a miles, de manera que es poco probable que tengamos suerte.

James respiró hondo y soltó el aire entre los labios cerrados.

—De acuerdo, pero, por favor, dime que tenemos algo acerca de la mujer a la que vio el vecino.

Tom hubiera deseado poder informar de algo más positivo. Necesitaba obtener resultados en el caso.

—Las noticias son contradictorias. Los técnicos han encontrado un cabello rojo en el escenario. Es pelo de verdad, pero están seguros de que pertenecía a una peluca. Parece ser que el pelo de las pelucas se entrelaza en una especie de funda de algodón que se diseña especialmente para el portador, al menos si se trata de una peluca de calidad. Existen indicios de que el cabello se había teñido, con un ínfimo rastro de la funda a la que estaba unido.

Tom hizo una pausa para respirar, antes de adentrarse en el meollo del asunto.

—Todo esto significa que lo único que sabemos de la mujer que se vio abandonando la casa es que era de estatura media y delgada. Si se trataba de una peluca, no es necesario que busquemos a una pelirroja. Por otro lado, si era una peluca de cabellos reales, podemos dar por supuesto que era cara y que probablemente se hizo a medida. Podemos investigar a todos los fabricantes de pelucas y ver si sale algo. La verdad, no creo que haya tantos.

—¿Y las huellas? ¿Le has tomado las huellas a lady Fletcher esta mañana?

—Sí. Por suerte, Beryl lo había limpiado todo muy a fondo recientemente; lo que ella llama «limpieza de otoño», en oposición a la «limpieza de verano». Por lo tanto, todo lo que hemos encontrado tiene que ser de los últimos diez días. Pero no hay nada interesante. Hallamos las huellas de Beryl y las de Hugo en el dormitorio, junto con las de Laura, aunque curiosamente las suyas solo estaban en la puerta del dormitorio y en la del vestidor. Sus huellas también estaban en la cocina y en el baño. Tendremos que hablar de esto con ella. Encontramos más en el salón, incluidas las de Laura, más algunas de Jessica Armstrong, su ayudante personal. Pero nada más.

James Sinclair golpeaba la mesa con la pluma con un ritmo sincopado.

—Sé que apenas lleva muerto veinticuatro horas, pero necesitamos mostrar algún progreso. No tenemos ni un motivo ni un sospechoso claro. No parece que se hayan llevado nada, ¿no?

—Absolutamente nada. Había objetos susceptibles de ser revendidos en la casa; estoy seguro de que habrían desaparecido si el robo hubiera sido el motivo. Muchos artículos pequeños de plata, por no hablar de algunas pinturas muy valiosas. Tenemos a un par de agentes allí con la mujer de la limpieza, que por lo visto está más animada, y ella no echa nada en falta. Tendremos que asegurarnos con Laura, pero a primera vista no parece que se hayan llevado nada. Dentro de un rato vamos a hablar con el personal de la organización benéfica, y después iremos a Oxfordshire. También me entrevistaré hoy con la exesposa.

Además, Tom había mandado a un miembro de su equipo a la empresa de seguridad. Entendía que Hugo no quisiera a los guardaespaldas en casa con él, pero ¿qué hacía exactamente para necesitarlos? Podía pensar que estaba de alguna manera amenazado, pero ¿por quién?

—¿Qué piensas de los guardaespaldas, James? Solo se me ocurre que Hugo pensaba que necesitaba protección a causa de su trabajo en la organización benéfica. Podría haberse enfrentado a personas muy desagradables. Necesitamos descubrir si había alguien en concreto que albergara la suficiente hostilidad hacia él como para asesinarlo o hacer que lo mataran. Aunque dudo que tuviera que ver con sus inmobiliarias. Se mantenía bastante apartado del negocio, y las suyas parecen ser empresas normales que actúan siempre dentro de la ley.

James Sinclair apoyó la barbilla en las manos unidas y mantuvo la mirada perdida durante unos instantes.

—Permíteme que repita lo obvio, Tom, pero sabemos que sir Hugo conocía a esa mujer, al menos lo suficiente como para invitarla a su casa. Parece evidente que había alguna clase de sexo en el programa, porque no hay indicios de que hubiera ningún forcejeo para atarlo. No fue un encuentro casual. De manera que debía de tener una amante, y si la tenía es seguro que alguien lo sabía. ¿Qué hay de la familia? ¿Qué amigos íntimos tenía?

Tom reprimió un suspiro exasperado. No había parado de darle vueltas a eso. Necesitaba encontrar a la amante, pero nadie parecía saber nada. Rezaba por que alguien en la organización benéfica le diera un nombre, porque no había tantas personas a las que preguntar.

—Aparte de su esposa, su hija y su exesposa, solo parecía tener tratos con la organización benéfica o con sus empresas. No parece que tuviera amigos íntimos. Cuando he hablado con Laura le he insinuado la posibilidad de que hubiera habido sexo, pero no se le ha ocurrido ningún nombre. Sin embargo, debo decir que tampoco parecía abrumada. Me da la sensación de que sospechaba algo, y eso es algo que tengo en cuenta. En cuanto a la familia, su padre murió hace unos cuarenta años. Su madre falleció en 1997, justo antes de que conociera a Laura, y tiene una hermana, Beatrice, pero nadie tiene ni la más remota idea de dónde está.

—Veamos qué te parece esta teoría —dijo James—. Una de esas chicas de Europa del Este es localizada por su antiguo proxeneta. A cambio de alguna promesa, él hace que ofrezca sus servicios a Hugo. Es bonita, y él no puede resistirse. Ella hace el trabajo, de acuerdo con el plan, y se marcha a cobrar. ¿Es una posibilidad?

Tom reflexionó un momento.

—Las chicas a las que ayuda son muy jóvenes, y el testigo dijo concretamente «mujer» en su declaración, pero podemos volver sobre ello. ¿Crees que llevaría a una de esas chicas a su casa? No digo que no cediera a la tentación, pero ¿lo haría allí, con su fama y su reputación? De todos modos, estamos investigando a las chicas por si alguna se hace rica de repente o desaparece de forma inexplicable. Ajay se encarga de eso.

—Perfecto. Última pregunta. ¿Qué piensas de la cuñada? Todos nos quedamos asombrados ante el recibimiento que tuvo anoche. ¿Merece la pena investigarlo?

—Sin duda —asintió Tom—. Había tanta hostilidad que, como Becky, pensé si no sería ella la amante. Hasta ahora la había descartado debido al color de sus cabellos. Ya le he preguntado a Laura el motivo, y no pienso dejarlo correr. Sé que Imogen Kennedy sigue en Ashbury Park, así que en cuanto llegue la interrogaré.

Tom había reparado en que la estatura de Imogen era la correcta, y en que con una falda de piel sería de esas mujeres que hacen volver cabezas. El problema era que la estatura media era precisamente eso, media. Casi todas las mujeres relacionadas con el caso que habían conocido se ajustaban a ella, y ahora que el color de los cabellos era irrelevante estaban de nuevo prácticamente en la casilla de salida. Pero la combinación de la apasionada reacción de Laura ante la llegada de Imogen y su rechazo a hablar del tema por la mañana le daba razones para creer que había algo más, y pensaba descubrir qué era.

—Debo irme, James. Tengo al personal de la organización benéfica esperando, y en cuanto terminemos de hablar con ellos nos encaminaremos a Oxfordshire. Volveré para la puesta al día de la noche. Esperemos que hayamos hecho algún progreso.

Un cuarto de hora después Tom y Becky se encontraban en el coche, rumbo a Egerton Crescent. Al menos era domingo; por muchos coches que circularan, el tráfico era fluido. A Becky le parecía que llevaban muchas horas trabajando, pero todavía no había terminado la mañana. Sin duda irían a Oxfordshire sobre la hora del almuerzo, y esperaba y rezaba por que Tom quisiera parar a comer algo. No había tenido tiempo de desayunar y se moría de hambre. Tom la miró.

—Iba a proponer que nos separáramos y entrevistáramos a una chica cada uno, pero he cambiado de opinión. Creo que lo mejor será que hables tú con ambas, como si fuera una conversación informal. Otro puede hacer una entrevista formal más tarde y tomarles declaración. Puede que se sientan más inclinadas a contarte habladurías a ti, y eso es lo que queremos. Yo hablaré con el tipo de finanzas, y uno de los técnicos intentará acceder al ordenador de Hugo. ¿Qué te parece?

A Becky le complació la propuesta. Sabía que tenía mano con las personas, y a menudo las mujeres le contaban cosas que no contarían a un hombre.

—Me parece bien, jefe. ¿Quieres que me centre en algo en particular, o me limito a obtener información general?

A Becky no la sorprendió que él le dijera que debía intentar sacarles información sobre amantes, pasadas o presentes.

—¿Quieres que hable con las dos a la vez o por separado?

—¿Qué te parece a ti? Sabes cómo piensan las mujeres. Si te soy sincero, sois todas un misterio para mí —dijo Tom.

Becky lo miró de soslayo para comprobar si bromeaba, pero su rostro se mantenía impasible.

—Depende de la relación que tengan entre ellas. Si son buenas amigas, se pincharán la una a la otra para decir cosas que podrían guardarse para sí en caso de que estuvieran solas. Si no lo son, se mostrarán más reservadas una delante de otra. Primero me gustaría evaluar la situación. Tal vez tener una charla general sobre cómo se trabaja en la oficina, quién hace qué, y entonces lo decidiré. ¿Te parece buena idea?

—Suena bien. Ya hemos llegado, Becky. A ver si podemos salir de aquí en una hora.

A Becky no le gustó Jessica Armstrong. No sabría decir por qué, pues era muy agradable. Y cuando entraron en el despacho, olía a algo muy apetitoso.

—Sé que los policías soléis estar muy ocupados —dijo Jessica—, y no sabía si habrías tenido tiempo de desayunar. Así que he traído una pequeña selección de estos deliciosos pastelitos. Te prepararé un café con mucho gusto, espresso, capuchino o de filtro; lo que prefieras. O un té, por supuesto.

Becky estaba muy impresionada, y entendía por qué alguien como Jessica era la ayudante personal de un hombre tan importante. Mientras masticaba el segundo pastelito y charlaba informalmente con las chicas, Becky le dio las gracias a Jessica por el detalle. La respuesta fue algo parecido a una miniconferencia.

—El arte de ser una buena ayudante personal consiste en anticiparse a las necesidades de las personas y actuar antes de que te pidan que lo hagas. La mayoría de la gente cree que se trata de recibir órdenes y cumplirlas con eficiencia, pero se equivocan. Debes pensar siempre en lo que puede ocurrir antes de que suceda y estar preparada. Era por eso por lo que sir Hugo me consideraba insustituible.

Por pedante que fuera, Becky tenía que reconocer que aquella teoría tenía su mérito.

Tras la charla con el café, Jessica decidió hablar con las chicas por separado. Aparentemente se llevaban bien, pero quedaba bastante claro que Jessica veía a Rosie como una inferior y una cabeza hueca. Rosie llevaba cinco años trabajando para sir Hugo, pero Jessica había estado con él más de doce y se consideraba superior en todos los sentidos. Curiosamente, era Rosie la que tenía los ojos enrojecidos, mientras que Jessica parecía inconmovible.

Guiada por el deseo de borrar la expresión algo arrogante del rostro de Jessica, Becky se sintió maliciosamente tentada a entrevistar en primer lugar a Rosie. Pero no podía dejar que sus sentimientos personales interfirieran en el caso, y necesitaba a Jessica de su lado, de modo que pidió que la llevaran a un despacho privado y se sentó allí con ella.

—Me gustaría que me pusieras un poco en antecedentes, Jessica, intentar entender lo mejor posible asir Hugo, su vida y su trabajo. Estoy segura de que después de tantos años las dos estabais muy cerca de él, y espero que puedas darme tu visión personal. Podrías empezar explicándome qué hacías y cómo trabajabas con sir Hugo.

—Debo empezar por decir que sir Hugo era un hombre realmente excepcional. Era único en todos los sentidos, y es difícil imaginar la vida sin él. Estoy segura de que te parece que mi falta de demostración emotiva puede significar falta de sentimiento, pero esa sería una presunción falsa. Es mi educación, sargento. Me han educado para no mostrar mis sentimientos. Así que no me verás llorar. No es mi estilo.

Maldita sea, pensó Becky. Por un momento se quedó sin habla. Pero no debía preocuparse, porque Jessica estaba lanzada.

—Una ayudante personal de alguien tan importante como sir Hugo tiene muchos papeles que desempeñar. Soy el enlace con Brian Smedley, de la empresa inmobiliaria, en nombre de sir Hugo, aunque eso no me ocupa todo el día porque la mayor parte de ese trabajo se realiza en la sede central. Mi mayor interés consiste en ayudar a sir Hugo en el día a día de la organización benéfica. Cuando recibimos respuestas a anuncios para casas de acogida para las chicas, yo me encargo de la inspección inicial. Obviamente tenemos a alguien encargado que está formado en asistencia social, pero yo selecciono a las chicas que parecen más apropiadas para las necesidades de la familia, y después asigno la gestión de la relación a un miembro cualificado del equipo. Me aseguro de que se hacen visitas de seguimiento, confirmo que lleguen los fondos y todo lo demás. También soy la primera persona a quien acudir si hay problemas con las chicas o con las familias. Así que mi trabajo requiere un nivel de capacitación que solo se obtiene con años de experiencia.

Becky tragó otro pedacito de un cruasán de almendras delicioso, preguntándose si realmente era el tercero que comía.

—¿Con qué clase de problemas te sueles encontrar?

—Bueno, algunas de las chicas son muy estúpidas. Les dan una segunda oportunidad en la vida y la tiran por la borda. Muy de vez en cuando tenemos a alguna que roba a la familia, aunque no es habitual, gracias a Dios. Ha habido algún caso de una chica que seduce al marido de la familia. Eso siempre es muy delicado, porque la fundación se siente responsable de algún modo; la esposa suele desear perpetuar el mito de que el marido es totalmente inocente. Y algunas vuelven a la calle porque creen que pueden ganar más dinero. Otras simplemente dejan una nota y se van. Quién sabe dónde. Y luego están las que son localizadas en la calle por alguna de las bandas de las que creían haber escapado. Resulta muy difícil encontrarlas si están encerradas. De modo que mi trabajo no es fácil. En realidad, es muy complicado.

Consciente de que Tom pensaba que alguna de aquellas chicas podía ser relevante en el crimen, Becky creyó que debía insistir en aquel punto.

—¿Ha desaparecido recientemente alguna de las chicas, Jessica?

—Ah, sí, una tontita que debería haber tenido más juicio. Hace un par de semanas.

—¿Y?

—¿Disculpa? Ah, te refieres a qué fue de ella. Una ridiculez, teniendo en cuenta su historial. Vivía con una familia estupenda y trabajaba de camarera en una cafetería. Conoció a un hombre que iba cada día y la colmaba de halagos. Ya sabes lo fácil que es seducir a algunas mujeres con un par de palabras amables. Es triste, la verdad. En fin, por lo visto el hombre le pidió que se fuera a vivir con él, y ella aceptó. Supongo que pensó que era su oportunidad de llevar una vida normal. —Jessica soltó una risa despectiva—. Le dio vergüenza decírselo a la familia, porque creyó que querrían impedírselo. Estoy segura de que te imaginas el resto. El hombre era un proxeneta. En cuanto la tuvo en su poder, se vio indefensa. No tenía adónde ir, o creía que no lo tenía. La localizamos gracias a nuestros informadores en la calle, y el dueño de la cafetería tampoco era del todo inocente. No tendremos más tratos con él. Se le ha dado a la chica otra oportunidad, con una familia nueva; la primera no quiso volver a acogerla. Es comprensible. Pero, por lo que a mí respecta, esta es su última oportunidad.

—¿Y antes de ella?

—Recientemente no. Creo que han pasado al menos dos meses desde que alguna de ellas decidió volver a la calle. Algunas personas no merecen nuestra ayuda.

Becky se guardó su opinión sobre la comprensiva actitud de Jessica y siguió preguntando.

—¿Qué te parecía trabajar con sir Hugo?

—Maravilloso. No le podía encontrar ningún fallo. Siempre era educado, incluso cuando estaba claro que no estaba contento, o cuando estaba con alguno de sus humores raros.

—¿No era feliz? ¿Crees que era infeliz en su matrimonio?

Jessica apretó un poco los labios y se miró las manos. Becky supo sin ninguna duda que algún comentario elegantemente velado, pero aun así despreciativo, estaba a punto de salir de ellos. Había conocido a otras mujeres como ella, aunque generalmente sin el disfraz superficial que ofrecen el dinero y la educación. Pero una bruja era una bruja, llevara prendas de diseño o ropa de segunda mano.

—Debo reconocer que me asombró cuando supe que sir Hugo iba a casarse con Laura; estaba claro que no era la mujer adecuada para él. Él necesitaba a alguien con clase, de buena familia. Alguien que lo comprendiera. Un espíritu afín. No me pareció que fuera una buena elección.

»Sin embargo, desde el día que la conoció hasta que se casó con ella estuvo en un estado de gran expectación. Ilusionado, diría yo. Los ojos le brillaban literalmente. No se puede competir con eso, ¿no?

—Así que crees que era un matrimonio feliz —apuntó Becky, pensando que «competir» era una palabra curiosa.

—No te sabría decir —repuso Jessica, adoptando de nuevo aquella expresión maliciosa—. Pero cuando volvió de la luna de miel, el brillo había desaparecido, como si algo no hubiera colmado sus expectativas.

—¿Sospechaste alguna vez que sir Hugo tuviera una amante, Jessica? ¿O se te ocurre alguna mujer con la que pudiera haber tenido una relación?

Sir Hugo era un hombre muy masculino. Había tomado dos decisiones equivocadas, a mi parecer, en su elección de pareja. Creo que necesitaba a alguien que pudiera entenderlo, vivir en su mundo, darle todas las comodidades que merecía. Y no creo que haya encontrado nada de eso con ninguna de sus dos esposas. Hubo ocasiones a lo largo de los años en que su raro estado de ánimo, aquella mezcla de euforia y agitación, volvió a aflorar. Esto fue especialmente evidente en las últimas semanas, pero no tengo ni idea de si tenía o no una aventura. Aunque si era así no lo culpo.

¿Aquello era adoración u obsesión? Resultaba evidente que Jessica pensaba que Hugo debía haberla elegido a ella. Por tanto, de haber sabido de alguna aventura, ¿hablaría o no de ella? ¿No aprovecharía la oportunidad de apuñalar a otra que tampoco era la adecuada? A menos, por supuesto, que fuera ella la que tenía una aventura con él. Eso tendría lógica.

Becky le dio las gracias a Jessica por hablar con ella y, tomando nota de que debía comprobar si en su declaración formal incluía información sobre su paradero en el momento del asesinato, se concedió un par de minutos para pensar en la siguiente entrevista. Rosie parecía simpática. Un poco atolondrada, quizá, pero normal. Era evidente que procedía de una buena familia, a juzgar por su acento; mucho mejor sin duda que el de Becky. Saltaba a la vista que Hugo solo contrataba empleados que se expresaban como era debido. Sin embargo, Rosie no era como Jessica, que hablaba desde un plano de superioridad tan elevado que parecía correr el peligro de hacerse daño si caía.

Rosie tenía los ojos enrojecidos cuando cruzó la puerta, aunque su largo flequillo rubio casi se los tapaba; Becky no se podía imaginar cómo conseguía ver algo. Se había vestido para un domingo, y no para un día de trabajo en la oficina, con unos vaqueros ceñidos que parecían muy caros, botas altas de piel y un suéter de un verde intenso. Becky se sintió de repente muy mayor con su traje negro habitual y sus zapatos planos, y tuvo que hacer un esfuerzo para centrarse en las preguntas.

—Bueno, Rosie. Me gustaría que habláramos un poco, que me explicaras lo que haces aquí, qué relación cotidiana tenías con sir Hugo, etcétera. Puedes empezar por resumirme en qué consiste tu trabajo, si te parece.

—Es posible que mis funciones no te parezcan nada del otro mundo, pero exigen mucha gestión. Reservo todos sus viajes, coordino a los guardaespaldas cuando los necesita, pongo al día los compromisos de su organización benéfica y mantengo su agenda completamente actualizada. También me ocupo de la gestión del despacho, de pedir material, de contestar al teléfono, todo eso. Siempre estoy ocupada, por mucho que Jessica piense que soy una inútil.

—¿No te llevas bien con ella?

—Más o menos. Pero para mi gusto es un poco estirada.

—¿Te gustaba trabajar con sir Hugo?

—Oh, estaba bien, en serio. Él también era un poco estirado, pero a mí me encantaba decirle a la gente que trabajaba con un «sir», y era sorprendentemente magnánimo cuando se me iba el santo al cielo en Harvey Nichols y no volvía a tiempo después de almorzar. Siempre que compensara las horas, claro. Sin duda era mejor que Jessica. Ella se enfada mucho si se acaban los clips o lo que sea. ¡Cualquiera diría que es el fin del mundo!

—Háblame de su agenda, Rosie. ¿Apuntaba cosas personales, o solo compromisos de trabajo?

—Tengo que decir que con la agenda era muy pesado. Se negaba a tener un organizador personal. Traté de que usara una BlackBerry, pero no hubo manera. Le gustan las cosas que se pueden tocar… o le gustaban, supongo que debería decir. Así que yo gestionaba su agenda en mi ordenador, y luego debía copiarlo todo, palabra por palabra, lo que resultaba pesadísimo, en su agenda de sobremesa, que era enorme. Un cuaderno de piel monstruoso. Tenía uno para cada año, con una gran página por día. En cada una de ellas había muy pocas líneas, únicamente sus compromisos. Pero usó esas agendas durante años.

»En fin, mi tarea es asegurarme de que las dos agendas coinciden, y luego tengo que elaborar a diario otra versión: un itinerario de sus movimientos del día, con todos los números de teléfono, las direcciones, los horarios y la clase de compromiso. Únicamente recurría a la tecnología cuando no le quedaba más remedio. ¿Ordenador? “Apártate de mí, Satán”, solía decir, ¡y sonreía al hacerlo! Tenía un teléfono móvil, eso sí, y nunca salía sin él, pero yo tenía que programarle los números que podía necesitar, que eran sobre todo de la oficina, de su casa y de un servicio de choferes, si he de ser sincera.

—¿Un móvil? ¿Dónde lo guardaba, Rosie? No lo hemos encontrado.

Sir Hugo poseía una cartera de documentos de piel. En su interior guardaba el itinerario, las notas de las reuniones y el móvil. Nunca se lo metía en el bolsillo para no arruinar el corte del traje, ¡faltaría más!

Becky sabía que habían encontrado la cartera de documentos de Hugo, aunque en el itinerario solo constaban las citas del día anterior a su asesinato. Se estaban comprobando y no parecían sospechosas. Pero no había ningún móvil.

—¿Sabías algo acerca de sir Hugo que te hiciera sospechar que tuviera una aventura, Rosie?

—Bueno… Hay algo que me parece un poco raro…, podría ser eso, pero no lo sé. Puede ser que lo esté malinterpretando.

—Adelante.

—De vez en cuando hay una entrada curiosa en su agenda de sobremesa. Solo dice LMF. A veces es solo por un día, a veces dos, en ocasiones toda una noche. Nunca me dice con quién ha quedado, pero jamás las cambia. Por nada del mundo. Cuando le pregunto qué significa LMF, sonríe y dice que significa «Libérame por el momento de la formalidad». Pero no me lo creo ni por un minuto, porque incluso yo sé que así no se habla. Él diría más bien «por favor, comunícales que no estoy disponible en este momento», o algo por el estilo.

—¿Podría ser la F de Fletcher? Tal vez vaya a ver a alguien de la familia con esas iniciales.

—Es posible, aunque no es nadie a quien yo conozca. Pero no significa nada. Tampoco me lo dijo. Al principio pensaba que la L correspondía a «Laura», pero a veces reservo vuelos para ella y sé que no tiene segundo nombre.

—¿Cómo era su relación con Jessica? ¿Era buena?

—Ella besa el suelo que pisa sir Hugo. Pero, por desgracia para ella, él no la trata más que como su ayudante personal. Nunca se me pasó por la cabeza que se sintiera atraído por ella.

Becky reflexionó unos instantes. Si tenían una relación, Hugo podía haber sido mejor actor que Jessica. Pero aquellas iniciales —LMF— también parecían prometedoras.

—¿Conocía Jessica el significado de esas citas? Ella se precia de saberlo todo acerca de sir Hugo —preguntó Becky, incapaz de resistirse a lanzar esa pequeña pulla.

—Le he preguntado, y ella tampoco tiene ni idea. Siempre pensé que se trataba de otra mujer, pero Jessica afirma que no es asunto nuestro. Quizá si nos hubiéramos preocupado de que lo fuera, ahora podríamos ayudarte más. Tenía sus rarezas, pero desde luego no merecía morir.

Presintiendo la llegada inminente de más lágrimas, Becky decidió dar por terminada la entrevista.

—De acuerdo; gracias, Rosie. Por favor, si se te ocurre algo más, llámame. Por insignificante que te parezca, comunícamelo. ¿Entendido?

Becky le contó ambas conversaciones a Tom durante el trayecto de Londres a Oxfordshire. Durante el viaje, cuando no se estaba quejando de los conductores domingueros, Tom había escuchado con atención. Becky había asegurado que no le importaba conducir, pero por alguna razón él había insistido en sentarse al volante.

—Buen trabajo —dijo—. Es interesante que la única chica que parece haber desaparecido en las dos últimas semanas haya sido recuperada. Tal vez esto descarte alguna hipótesis, pero no necesariamente. Ahora acabemos de una vez con el interrogatorio de Laura. Luego tengo que hablar también con Imogen, y más tarde podemos visitar a la exesposa, que por lo que dicen todos no es una persona muy simpática.

—No sé por qué, pero Jessica no me gusta. Tiene algo que no me inspira confianza; no deberíamos ignorarla. Por lo que parece, se pegaba a Hugo como una lapa. Debemos asegurarnos de que no era su amante.

Tom asintió, pero en aquel momento ya cruzaban la verja de Ashbury Park y subían por el paseo. Ambos observaron el lúgubre edificio gris a través de los arbustos todavía más sombríos. El largo camino hasta la casa estaba bordeado de árboles altos que desaparecían en densas arboledas plantadas a lo largo del paseo, con grandes rododendros que en flor estarían preciosos pero que, en aquella época, octubre, no añadían más que oscuridad y monotonía al trayecto. Becky se estremeció y vio que Tom la miraba.

—¿Sabes, Becky? Esta casa me da escalofríos. Debería ser una maravilla, pero está todo muy oscuro. Los árboles resultan casi amenazadores y las ventanas no tienen vida alguna, como si dentro estuviera todo vacío. No tiene alma.

Tom tenía razón. Aquella no era una casa feliz, y Becky no podía entender por qué Laura no había hecho algo para conseguir que resultara más acogedora.