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A los pocos minutos de la llegada de la invitada no deseada, los tres inspectores se marcharon en el coche de Becky, dejando atrás el grupo creciente de periodistas que se agolpaba ante la verja. Ninguno de ellos había dicho palabra desde que habían salido de la casa, más que las justas para que el comisario despidiera a su chofer para poder volver con Becky y Tom. Tampoco hicieron comentario alguno hasta que estuvieron fuera del campo de visión de las cámaras. Un primer plano de tres policías preocupados en las noticias de la noche solo conduciría a especulaciones innecesarias, de modo que mantuvieron la expresión impasible hasta que estuvieron fuera del alcance de la prensa. Fue Becky quien rompió el silencio.
—¿A alguien más aparte de mí le ha parecido raro? Apenas había dicho nada, y de repente ese estallido. Y está claro que quería deshacerse de nosotros en cuanto apareció la cuñada.
Tom sabía que Becky tenía razón. La angustia de Laura parecía sincera, pero después de la llegada de la visitante los había echado literalmente de la casa. Había rechazado con brusquedad el ofrecimiento de Becky de quedarse a pasar la noche en la casa, con gran desilusión de la policía. Le habría encantado ser una mosca pegada a aquella pared en ese momento.
—Tom, tú eres el experto en análisis de motivación. ¿Cuál ha sido tu primera impresión de lady Fletcher? —Los ojos penetrantes de James Sinclair se posaron sobre Tom, que permanecía absorto en el asiento trasero del coche.
Pero el inspector solo podía pensar en lo frágil que le había parecido cuando había impedido que cayera al suelo. Se obligó a revivir mentalmente la escena en el salón.
—Es una mujer difícil de interpretar. No hay ninguna duda de que estaba angustiada. Parecía concentrada en aguantar el tipo, hasta el punto de parecer indiferente, como si nada fuera real. Excepto, claro está, su reacción ante la recién llegada. Eso sin duda ha sido auténtico.
—Sí, la recién llegada… ¿cómo se llamaba, Becky?
—Imogen Kennedy, señor.
—Gracias. Bien, teniendo en cuenta que Imogen estuvo casada con el hermano de lady Fletcher, podría haber todo tipo de explicaciones a su reacción… Alguna riña familiar, tal vez. Pero merece la pena investigarlo. Con tal antagonismo, puede haber algo más. ¿Qué te ha parecido, Becky? —preguntó James.
—Me ha parecido que lady Fletcher se había rendido ante la vida. Todo lo contrario de su atractiva cuñada.
Tom pensó que la observación directa de Becky era tristemente precisa. Laura Fletcher llevaba una falda de cachemira de color morado, con un cinturón que no la favorecía nada, y un jersey de manga corta y cuello redondo de un color beis apagado. Los cabellos recogidos con una goma sencilla y la piel comprensiblemente pálida, enrojecida por el llanto, no mejoraban en absoluto su aspecto. Imogen Kennedy, en cambio, había llegado a la casa donde había sido tan mal recibida con un aspecto inmaculado. Un contraste llamativo.
—Me habría gustado ver su reacción cuando se enteró de la noticia. El joven agente estaba demasiado aturullado para fijarse en nada.
—¿Sabes por qué no la habéis encontrado, Tom?
—La verdad es que no. Nos aseguraron que la habían llamado durante el vuelo, pero que no se había presentado nadie. Ella ha afirmado que se quedó dormida.
Becky soltó una risita sarcástica.
—Sí, y a los dos minutos ha dicho que apenas dormía.
—Supongo que viajar puede causar ese efecto en algunas personas —convino Tom—. De todos modos, en el aeropuerto hemos pedido que comprobaran qué había sido de su equipaje, y diez minutos después nos han dicho que debía de haberlo recogido porque no quedaba nada en la cinta; por tanto, esperábamos que saliera por la puerta.
—La han llamado varias veces por megafonía y hemos esperado media hora antes de darnos por vencidos y aceptar que la habíamos perdido. Hemos llegado a su casa sobre las ocho y diez. Nos ha sorprendido llegar tan poco después que ella, teniendo en cuenta que nos llevaba mucha ventaja.
—¿Estamos completamente seguros de que iba en el avión? —intervino el comisario—. ¿Hay alguna duda?
Becky respondió inmediatamente.
—Ninguna. Y cuando he sacado el equipaje del coche, la etiqueta de la compañía aérea era del vuelo de Ancona, con fecha de hoy.
—Con lo que has visto hoy, Becky, ¿la habrías reconocido en el aeropuerto? —preguntó James.
—La última foto que teníamos no era muy buena, así que podríamos haberla dejado pasar sin reconocerla. Pero yo tengo una memoria casi fotográfica, y dudo mucho que esa falda pudiera haber pasado por mi lado sin que me fijara en ella. Claro que podría haber llevado puesto el abrigo. Había uno en el asiento trasero del coche.
Tom no entendía cómo podían haberla dejado pasar sin reconocerla, pero era evidente que lo habían hecho. Como había dicho Becky, no había duda de que Laura Fletcher estaba en Italia en el momento del asesinato. Pero había algo que lo fastidiaba. Había sentido cómo temblaba su cuerpo, y sabía que su sufrimiento era real, pero también había reparado en un par de reacciones curiosas. Parecía raro que no se hubiera interesado por los detalles. De hecho, no había preguntado en ningún momento cómo había muerto su marido. En cambio, la había sorprendido que la mujer de la limpieza estuviera en la casa un sábado. ¿Qué importancia tenía? En aquel momento, ni siquiera ellos tenían claro que se tratara de un asesinato. Mientras escuchaba la conversación entre Becky y James, Tom se dio cuenta de que los pensamientos de la sargento discurrían paralelos a los suyos.
—Ha dicho que parecía un asesinato. ¿Qué han descubierto, señor?
—En cuanto el cadáver ha llegado al depósito, Rufus Dexter ha echado otro vistazo con una lupa. Es un hombre parco en palabras, pero es un fanático de los detalles y no se ha podido resistir a investigar un poco más antes de la autopsia. Ha encontrado una mancha diminuta de sangre en el vello púbico de la víctima. Tiene un pinchazo en la zona y, teniendo en cuenta que nadie en su sano juicio se inyectaría cerca de su propio escroto, ha creído que debía avisarme. De momento no sabe todavía qué es lo que le han inyectado. No cree que haya habido ninguna intención de disimular la herida de la punción, pues para eso, como sabemos, existen mejores zonas, de modo que probablemente se ha elegido por la velocidad de absorción en el flujo sanguíneo.
—Todavía tenemos que decirle a lady Fletcher que su marido estaba desnudo y atado. No le resultará fácil abstraerse de esa información concreta —dijo Becky.
Tom miró hacia la noche oscura mientras corrían por la M40 y pensó en Hugo Fletcher. Cada vez parecía menos probable que aquello terminara por ser un simple asesinato de una esposa furiosa, y por lo tanto necesitaban considerar otras posibilidades. No pudo evitar pensar que las obras benéficas de sir Hugo podían tener algo que ver. Su fortuna era heredada, pero su fama procedía de su prominencia en el ámbito de las organizaciones benéficas y de la ayuda que prestaba a prostitutas de Europa del Este. Teniendo en cuenta el carácter sexual de la escena del crimen, existía una relación clara con la prostitución. Pero ¿por qué habría de querer matarlo una prostituta?
James Sinclair se mantenía escéptico.
—Si creyéramos lo que dicen los medios de comunicación, todos pensaban que era Dios todopoderoso. Podría creerme que el autor del asesinato hubiera sido un proxeneta furioso, pero me cuesta imaginar que tomara champán con alguno y después se dejara atar a la cama. Estoy seguro de que existe una relación lógica en todo esto, pero se me escapa.
Habían llegado al final de la autopista y la forma de conducir de Becky volvía a ser la habitual, esquivando obstáculos y colándose entre los dos carriles que estaban llenos de coches incluso a aquella hora tardía del sábado. Tom entrevió la expresión ligeramente inquieta de su jefe cada vez que pasaban un semáforo en ámbar y no pudo evitar sonreír, pero borró rápidamente la sonrisa cuando James se volvió para mirarlo.
—Regresemos a los hechos. Conocemos las estadísticas de asesinatos por parte de los cónyuges, así que primero descartemos lo obvio. Hemos demostrado más allá de la duda razonable que lady Fletcher se encontraba a bordo del avión procedente de Italia. ¿Estamos completamente seguros de que no hay forma de que pudiera matarlo antes de viajar a Italia para subir al avión en Ancona?
—No es posible. Lo hemos comprobado.
—¿Y en un avión privado, dado que es tan rica?
—Lo estamos comprobando, pero sería demasiado evidente. Será lo que sea, pero desde luego no creo que sea estúpida. Si ha tomado un avión privado de Londres a Ancona para regresar una hora más tarde en un vuelo comercial, sería como ponerse una gorra que dijera «culpable».
—Tienes razón. Lo comprobaremos, por supuesto, pero está claro que no sería un despliegue de sutileza.
Había un punto que Tom creía que no se había mencionado: la falta de reacción de Laura Fletcher cuando le habían preguntado por otras mujeres. Pensaba que la mayoría de las esposas se habrían mostrado sorprendidas, horrorizadas o mortificadas ante la idea. Pero ella no había reaccionado en absoluto.
Tom sentía que estaban un poco desinflados, y por lo visto James Sinclair pensaba lo mismo.
—A ver —dijo el comisario—. Intentemos resumir lo que tenemos. De momento, que lo haya hecho lady Fletcher parece poco probable, aunque esto no significa que no pueda haber pagado a alguien para hacerlo. ¿Qué podemos decir de su reacción más bien extrema a la llegada de la visitante?
Apenas habían tenido tiempo de digerir el estallido apasionado de lady Fletcher cuando ella los había echado con firmeza de la casa.
—Ha reaccionado con mayor intensidad a la llegada de su cuñada que ante la noticia de que su marido había sido asesinado. Diría que ha sido una reacción totalmente instintiva. Parecía enfadada de verdad, como si esa mujer fuera la última persona que deseara ver.
—Apuesto a que Laura sospecha que Hugo tenía una aventura con Imogen —dijo Becky—. Eso explicaría su reacción.
—Lo que también apunta a que tenemos que investigar a fondo los movimientos de la señora Kennedy durante las últimas veinticuatro horas —siguió James Sinclair.
Tras estas palabras, cada uno reflexionó por su cuenta hasta que el móvil de Tom los interrumpió bruscamente. Respondió de inmediato, escuchó con atención y colgó.
—Buenas noticias. El puerta a puerta ha dado resultado. Alguien ha visto a una persona saliendo de la casa de Egerton Crescent sobre las once y cuarenta y cinco de hoy. Una mujer delgada, de estatura media, con una gran bolsa negra al hombro. Lo que más le ha llamado la atención ha sido su cabello rojizo, increíblemente largo, y una falda de piel negra por la rodilla, muy ajustada.
—Gracias a Dios, una persona muy observadora —comentó el comisario.
—Por lo visto se ha quedado mirándola un buen rato porque, según él, era «sexy para morirse».
Siguieron adelante en silencio. Tom especulaba sobre la diferencia entre una falda sexy de piel negra y la espantosa falda que llevaba Laura. Era inevitable que algunas de aquellas informaciones se hicieran públicas, y se preguntaba cómo afrontaría ella la inevitable comparación y lo que se deducía de ella.