23
—¡Imo, has llorado! Lo siento. No debería haberte pedido que las leyeras. Debería habértelo contado yo misma.
Laura había ido en busca de Imogen y la había encontrado sentada en la cama, secándose los ojos con una toalla. La avergonzaba que Imogen tuviera que dormir en ese cuarto oscuro y lúgubre, pero era la mejor habitación de invitados disponible en aquella casa inmensa.
—Tranquila. Me alegro de haberlas leído. Cariño, cuánto lo siento. Debió de ser horrible. Pero ¡eres una persona tan fuerte! No logro comprender cómo permitiste que te sucediera algo así.
Laura sonrió sin alegría.
—No sé cómo explicarlo. Al principio, lo único que pensaba era que deseaba que mi matrimonio funcionara. —Se sentó sobre la colcha verde oscuro afelpada, al lado de Imogen, y apoyó la cabeza en el hombro de su amiga—. Debes entender cómo es vivir con alguien que necesita mantener el control. Son listos. No sé si planifican todo lo que hacen o si simplemente les sale de forma natural. En el caso de Hugo, nunca gritaba, no me insultaba ni me pegaba. Si alguien te encierra en un sótano durante días sin agua, o te deja un ojo morado de vez en cuando, sabes sin ninguna duda que estás siendo maltratada. Pero cuando alguien parece considerado, no levanta jamás la voz y parece pensar solo en tus intereses, ¿cómo puede considerarse que existan malos tratos?
Imogen pasó el brazo por el hombro de Laura y le dio un apretón.
—Pero eras muy desgraciada. No es posible que te pareciera normal.
—Era infeliz, pero no entendía exactamente por qué. Dejando a un lado sus preferencias sexuales más bien raras, no había nada que pudiera identificar. Ojalá pudiera describirte cómo me sentía.
Laura dejó de hablar y miró un cuadro de la caza de un ciervo que estaba colgado en la pared junto al tocador. Su cabeza empezó a divagar. ¿A quién se le habría ocurrido poner un cuadro así en un dormitorio? De todos modos, era perfecto para su estado de ánimo.
Se esforzó por volver a pensar en la pregunta de Imogen. No tenía palabras, solo pensamientos, imágenes y sentimientos. La sensación de vacío que experimentaba cuando sabía, sin que él pronunciara palabra alguna, que Hugo estaba descontento, y la alegría desproporcionada que sentía cuando le sonreía con cierto afecto. Actos y actitudes que parecerían normales en la mayoría de las relaciones adquirían un significado de importancia monumental y la inundaban de esperanza. Pero el maestro marionetista sabía cuándo ella había alcanzado el punto álgido de desesperación, y siempre la recompensaba con una palabra amable o un beso afectuoso. Y con el tiempo, por supuesto, esos momentos se hicieron más escasos y en consecuencia más valiosos.
—No puedo describir lo que sentía, ni siquiera a ti. Reconozco que al principio fui tozuda, pero era fuerte, o eso creía. No estaba dispuesta a rendirme y reconocer que mi idílico matrimonio había fracasado en menos de un año. Nadie se rinde tan fácilmente. Así que debía darle tiempo y tener paciencia. El problema fue que en aquellos primeros meses me debilité mucho, y mi autoestima se fue erosionando gradualmente. Quizá él sabía mejor que yo cómo debía comportarse la gente. Tal vez yo estaba exagerando con cosas que eran perfectamente normales, solo porque no eran las que yo quería. El problema era la falta de algo tangible. Siempre se las arreglaba para que pareciera que yo era su prioridad, pero lo que hacía en realidad era minar cualquier idea que yo tuviera. Yo no tenía a nadie. Ya no trabajaba, tú y yo no nos hablábamos. Will estaba lejos y yo no era capaz de hablar con mi madre. De modo que solo me contemplaba a mí misma a través de los ojos de Hugo, y la persona que veía era un fracaso.
Laura no había expresado antes esos sentimientos en voz alta, y sintió una profunda sensación de vergüenza. Oía las ramas de un árbol golpeando la ventana, y el ruido le recordó las numerosas noches que había pasado despierta, preguntándose qué estaba haciendo mal. Entonces estaba condicionada para creer que todos sus problemas eran consecuencia de sus defectos.
—Pero ¿qué me dices del sexo? —preguntó Imogen—. Perdona que saque el tema, pero acabo de leer sobre tu primera noche en aquella habitación. ¡A mí me suena prácticamente a violación!
Laura se echó en la cama con las manos detrás de la cabeza y fijó la mirada en la elaborada rosa del techo. Nunca le había costado hablar de sexo, cuando era divertido. Ahora le resultaba increíblemente difícil.
—Lo sé. Ése era el asunto concreto que se podría calificar de malos tratos. Pero ¿lo era? No era lo que yo quería, pero ¿estaba mal? Le gustaba que lo ataran. ¿Era realmente raro o me estaba volviendo puritana? ¿Le gustaba el sexo duro? Pero lo que para mí era brutal, él lo calificaba de pasión. Me convencí de que yo tenía un concepto idealizado del sexo romántico que hace que la tierra se mueva bajo tus pies. Leí mucho sobre el tema, y me asombró lo habitual que es el fetichismo, y cuántas personas disfrutan ejerciendo el poder y el control durante el sexo. Era suficientemente ignorante como para creer que todas las parejas casadas hacen el amor y experimentan intimidad y alegría. Cuando descubrí que estaba lejos de ser la única que se sentía insatisfecha cuando hacía el amor (si se puede llamar así a lo que hacíamos), encontré la excusa. Quizá era la única forma que él había conocido, y tendría que ayudarlo a asimilar una idea más afectuosa del sexo. Me hacía ilusiones constantemente y me engañaba creyendo que conseguiría transformarlo. En cierto modo, creía que podía cambiar las cosas gracias a mi fortaleza y mi autoestima. No es tan raro en una mujer, ¿no crees?
—¿No te rebelaste nunca, ni un poquito?
—Hubo una ocasión, cuando llevábamos casados un par de años. Hugo no estaba y aproveché para salir a almorzar con Simon, mi antiguo jefe. Solo aquel cambio de escenario durante dos horas me devolvió pequeños fragmentos de mi autoestima. La noche que Hugo regresaba teníamos que ir a un acto benéfico en el hotel Dorchester, y yo había quedado con él allí. Decidí mostrar un poco de carácter, probablemente el último pedacito que me quedaba, no poniéndome lo que él había elegido para mí. Yo creía que ya no era la mujer de la que él se había enamorado. Así que me fui de compras sola y encontré un vestido absolutamente maravilloso. Era azul, azul oscuro, y del terciopelo más suave que te puedas imaginar. Tenía un corpiño sin tirantes que se ajustaba a la perfección a mi tipo y terminaba justo en la cadera; todavía tenía caderas entonces. La falda era de la misma tela pero recta hasta el suelo, con un corte hasta la rodilla. Me puse una sencilla tira de plata al cuello, y me teñí los cabellos otra vez de mi color natural, olvidándome del rojo. Volvía a ser una morena normal y corriente, pero me sentaba de maravilla con el vestido, y de repente volví a sentirme como yo misma.
»Debía encontrarme con Hugo allí, así que tomé un taxi; tenía pensado llegar un par de minutos tarde para hacer una entrada espectacular. Y la hice. Caminé entre las mesas hacia Hugo, que estaba sentado con algunas de esas personas importantes que conocía a través de la organización. Todos los hombres se levantaron inmediatamente de la mesa, e incluso las mujeres me sonrieron. Yo sabía que estaba fabulosa.
Laura recordaba haber buscado admiración en los ojos de Hugo, y al no hallarla sintió preocupación. Había llegado a convencerse de que se enamoraría de ella de nuevo.
—Como era habitual en estos actos, Hugo y yo no estábamos sentados uno al lado del otro, pero él se levantó inmediatamente y se acercó para retirar mi silla. Cuando me senté, se inclinó para murmurar algo a mi oído. Creyendo que me estaba susurrando un cumplido, todos sonreían. Pero lo que en realidad me dijo fue «pareces una puta de mierda». Fue la única vez que le oí decir palabras malsonantes. Tuve que aguantar toda la comida sonriendo y siendo educada, cuando por dentro me estaba muriendo.
Imogen miraba a Laura con compasión.
—¿Por qué? ¿Por qué no hablaste con nadie?
—Porque para entonces me sentía muy avergonzada, y no sabía qué había hecho mal. Aquella noche dejé escapar la oportunidad de huir. Creía sinceramente que todo era culpa mía. Me disculpé con Hugo por haber sido tan tonta. Él me perdonó, y yo me conformé con ser una buena esposa y una buena madrastra para Alexa, lo que no representaba ninguna dificultad. Pero no volví a teñirme los cabellos de rojo, ni volví a tratar de parecer sexy o atractiva. Cultivé el aspecto de una mujer a la que ya le da igual ser o no guapa. Pensé que quizá así me dejaría en paz.
Laura se levantó de la cama y fue hasta la ventana. No soportaba ver la compasión en los ojos de Imogen.
Y omitió contarle a Imogen que, a partir de aquel día, un elemento aún más alarmante se añadió a los que solía encontrar sobre su cama.