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Vamos, Laura. Ya puedes calmarte. El detective guapo se ha ido, a la sargento la ha neutralizado tu madre en la cocina con su charla y yo voy a dar un paseo. Necesito respirar algo de aire fresco. ¿Me acompañas?

Laura miró a Imogen y sacudió la cabeza.

—Gracias, pero me sentará bien media hora de soledad, si no te importa. ¿Has leído todo lo que te di?

—Sí, cariño. —Imogen miró a Laura con tristeza—. Lo he hecho. Me gustaría leer más, pero solo si tú quieres que lo haga. Sé que te dije que quería entenderlo todo y llenar las lagunas, pero soy consciente de que estás desnudando tu alma. Tiene que ser doloroso.

—Lo es. No fingiré que quiero hacerlo, pero me doy cuenta de que te lo debo. Ve a dar una vuelta y mientras tanto me lo pensaré.

Laura se alegraba de disponer de un rato de soledad. Aunque Tom Douglas empezaba a caerle bien por la delicadeza con que la estaba tratando, se alegraba de que se hubiera ido. Había dejado a Becky en la casa —«para que te atienda», había dicho él—, pero la chica seguía secuestrada en la cocina con Stella. Laura no tenía ni idea de lo que estaban hablando, pero debía de ser algo importante, porque había sacado a Tom del salón para hablar un momento con él.

Alguien del equipo de Tom había localizado por fin a Annabel y la había conminado a ir a su casa de inmediato o a pasar por comisaría. En cualquier caso, le había dicho que el inspector jefe Douglas se entrevistaría con ella dentro de una hora. Annabel había elegido la primera opción, y Tom se había ofrecido amablemente a llevar a la todavía angustiada Alexa con su madre. Por mucho que Laura tuviera una muy mala opinión de Annabel y peor aún de su capacidad como madre, Tom sabía que ella estaba demasiado distraída como para darle a Alexa el amor y la tranquilidad que necesitaba en aquel momento.

Se habían despedido con muchas lágrimas, abrazos y besos, y Laura le había prometido a Alexa que la llamaría todos los días y que quedaría con su madre para que pudieran verse pronto. Aunque solo fuera la madrastra de Alexa, sabía que a Annabel no le importaría que la niña estuviera con ella. Cualquier cosa que la dejara libre para ir de compras, someterse a tratamientos de belleza y disfrutar de los demás pasatiempos que se permitía constantemente. Si la preocupación de Annabel por los cambios propuestos por Hugo en el testamento estaba justificada, en el futuro tendría que recortar drásticamente algunas de sus actividades.

A Laura no le importaba lo más mínimo lo que Hugo hubiera hecho con su riqueza. Tenía preocupaciones mucho más importantes que el testamento de Hugo y, gracias a algunas inversiones cuidadosas, ahora tenía su propio dinero. En comparación con la inmensa riqueza de Hugo no era nada, pero sí lo suficiente como para comprar una casa normal. No había ocultado el hecho de que había acumulado dinero, pero Hugo lo consideraba una cifra tan insignificante que, cuando se lo mencionó, él se había referido a sus ahorros despectivamente como «dinero de bolsillo».

Por el momento, necesitaba resolver algunas cuestiones prácticas. Todas necesitaban un lugar donde dormir. La noche anterior Imogen había acabado haciéndolo en el sofá, mientras Laura pasaba la noche en un sillón, básicamente mirando a la nada. Decidió llamar a la señora Bennett, su ama de llaves, y pedirle que fuera a preparar la casa de invitados para su madre, como siempre. Solía estar ventilada, porque Hannah la usaba cuando Alexa pasaba unos días con ellos. Aunque por supuesto Alexa dormía en la casa, Hugo no quería en el piso de arriba ni a la leal Hannah.

También sabía que Imogen no dormiría ni loca en la casa de invitados. Para ella conservaba los peores recuerdos, de modo que podría ocupar una habitación en la casa. Y, por supuesto, Hugo no estaba allí para impedirlo.

La Policía ya había registrado la habitación de Hugo a conciencia, buscando pistas de esa «otra mujer», pero no había encontrado nada. Era evidente que a Tom Douglas no se le había escapado que Laura no compartía habitación con Hugo, por mucho que ella hubiera dado una explicación poco convincente acerca de la otra habitación en la que se había instalado cuando se puso enferma.

—Hugo se acostumbró a dormir solo y yo tampoco dormía demasiado bien, de modo que era la mejor solución para los dos.

Tom había asentido, pero en sus ojos se habían deslizado un gesto de compasión y una chispa de comprensión que ella habría preferido no advertir.

Con un suspiro, Laura se apoyó en la silla. Solo necesitaba un momento de paz.

No podía evitar que sus pensamientos volaran a los días anteriores a su matrimonio, cuando debería haberse dado cuenta de que las cosas no serían como ella esperaba. Había leído la siguiente carta las suficientes veces como para saber que cualquier idiota habría visto lo ingenua que había sido, y Laura no sabía si podría soportar ver la expresión de Imogen cuando ella también se diera cuenta.

Solo quedaba una cosa por hacer. Ahora tendría que entregarle a Imogen todas las cartas. No quería saber cuántas había leído, ni tampoco intentar evaluar su reacción. Cuando otras personas son testigos de ello, se hace intolerable.