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Imogen estaba nerviosa cuando la hicieron entrar en la sala de interrogatorios. Tal vez todos, culpables o inocentes, se sentían así. Sin embargo, era consciente de que debía disimular sus emociones; por lo que sabía, siempre parecían ser indicio de culpabilidad. Había rehusado la presencia de un abogado por dos razones: porque confiaba en que la hiciera parecer segura de su inocencia y, sobre todo, porque no quería que nadie más se enterara de sus movimientos recientes. Hubiera deseado con todo su corazón que Will no hubiese estado allí. Hacía años que no lo veía, y de repente allí estaba, pero al cabo de un momento había tenido que sufrir la indignidad de tener que acompañar a la Policía bajo custodia, o al menos de que se la llevaran para interrogarla. A ella, que lo único que deseaba era estar con él una vez más.

Imogen había aprovechado la hora larga del trayecto en coche para decidir cómo lo enfocaría. A pesar de notar una sensación de vacío y mareo en el estómago, estaba decidida a mostrarse segura de sí misma. Lo único que tenían eran pruebas circunstanciales. Y estaba muy preocupada por Laura. Tom Douglas había logrado meterse bajo su piel, y había cosas que él no debía saber.

Se sentó frente al comisario Sinclair y uno de sus agentes e hizo todo lo posible por parecer tranquila, al tiempo que se esforzaba por asumir que la estaban interrogando oficialmente por motivo de una investigación de asesinato y que le habían leído sus derechos. Miró el rostro engañosamente bondadoso del comisario, pero su aparente benevolencia no le hizo bajar la guardia. Al fin y al cabo, resultaba muy difícil interpretar su expresión, dado que la mitad de su cara parecía ceñuda y la otra mitad sonriente. Decidió centrarse en el lado ceñudo para no dejarse embaucar por una sensación de falsa seguridad.

—Comisario, entiendo su punto de vista. Si usted afirma que había una Imogen Dubois en el Eurostar de París a Londres y luego de Londres a París, no se lo voy a discutir. Pero sin duda puede comprobar los pagos de la tarjeta de crédito o las reservas en línea, o lo que sea que se haga para comprar un billete del Eurostar, y demostrar que se trata de otra Imogen Dubois.

James Sinclair asintió con gravedad, como si fuera un comentario sensato.

—Por supuesto, eso es lo primero que habríamos hecho, señora Kennedy. Por desgracia, los billetes se compraron en efectivo en el punto de venta de Regent Street. Es raro que la gente pague en efectivo hoy día. De hecho, es extremadamente raro; tanto que hace que me pregunte por qué lo haría.

Había una ligera nota de sarcasmo en su voz, algo que Imogen no había advertido en Tom Douglas. Tendría que andar con cuidado.

—Quién sabe, comisario. Tal vez habían ganado en las carreras de caballos o algo así. Y si cree que fui yo, eso sugiere que me encontraba en Londres cuando se compraron los billetes, ¿no es así? Doy por hecho que lo ha comprobado.

Imogen estaba satisfecha consigo misma, pero el policía cambió de tema bruscamente y la hizo sentir insegura de nuevo.

—Tengo entendido que tiene consigo su portátil en la casa de Oxfordshire. Nos gustaría mucho echarle un vistazo, con su permiso. Por supuesto, podemos hacer el papeleo y obtener una orden, pero si no tiene nada que ocultar, no le importará que le echemos un vistazo, ¿verdad?

Imogen intentó con todas sus fuerzas controlar el miedo súbito que se apoderó de ella. En sus ojos entrecerrados, advirtió que el comisario no había pasado por alto su reacción. Respondió con toda la calma posible.

—Por supuesto. Adelante. Si le piden a Laura que vaya a buscarlo, está en mi habitación. Ella sabe dónde.

El comisario hizo un gesto al policía de la puerta, quien salió de la sala de inmediato. En esta ocasión, cuando sonrió ambos lados de la cara se animaron. Era un profesional.

—Espero que no le importe, pero preferimos que sea la sargento Robinson quien vaya a buscarlo. De este modo nos ahorramos dudas sobre contaminación de pruebas; ya sabe a qué me refiero. Veamos, lo que necesito saber… y recuerde que se le han leído sus derechos, es cuándo fue la última vez que vio a Hugo Fletcher.

—Fue en diciembre de 1998. Si me apura, puedo decirle la fecha y la hora exactas.

—¿Y por qué fue una fecha tan memorable, señora Kennedy?

—Porque al final de la visita Laura y yo discutimos, y nunca volvieron a invitarme a la casa.

James Sinclair echó la cabeza hacia delante y miró a Imogen directamente a los ojos.

—¿Por qué discutieron? ¿Estaba usted enamorada del marido de Laura? ¿Tenía una relación con él?

Imogen no intentó disimular la repugnancia que le producía esta idea.

—No tenía ninguna clase de relación con él. No me parecía ni remotamente atractivo y, aparte de todo esto, era el marido de Laura.

—Ah, pero ¿la encontraba él atractiva? ¿Era ese el problema? ¿La perseguía, la colocó en una posición difícil con su amiga y su marido?

—No. No.

Imogen detestaba la forma en cómo la estaba interrogando, la cabeza grande y amenazadora al otro lado de la mesa. Tenía ganas de echar la silla hacia atrás, lo más lejos posible de él. No creía que ningún criminal tuviera posibilidades con James Sinclair. Entonces él aflojó un poco, y ella sintió un ligero alivio. Seguía haciéndole preguntas, pero ya no tenía su cara encima.

—Dígame, señora Kennedy, ¿cuándo fue la última vez que vio a lady Fletcher, antes de la noche de la muerte de su marido?

Imogen sabía que ese era el momento crucial. Si lo hacía bien, no habría problemas. Si lo hacía mal… Bueno, no quería ni pensar en las consecuencias. Suspiró teatralmente para darle más énfasis y esperó no haber exagerado.

—De acuerdo, no hemos sido del todo sinceras sobre esto. La fuerza de la costumbre, supongo. Después de la pelea, no estuve en contacto con ella hasta su segunda estancia en el hospital. Ideamos una forma para que pudiéramos vernos sin que nadie se enterara siempre que yo venía a Inglaterra. Hugo no nos lo habría permitido. Seguimos en contacto cuando volvió a casa.

James Sinclair arqueó las cejas y empezó a sacudir la cabeza lentamente.

—Eso no responde a mi pregunta, señora Kennedy. ¿Cuándo fue la última vez que la vio, antes de la noche de la muerte de Hugo?

Imogen necesitaba pensar. ¿Qué contestaría Laura si le hacían la misma pregunta? Tenían que ser coherentes. Sabía que el comisario había advertido que ella hacía una pausa, pero era comprensible que tuviera que pensarlo, que debiera revisar mentalmente su agenda.

—Debió de ser en verano. Laura estaba en Italia y Hugo no la acompañaba nunca, de modo que era completamente seguro que me quedara allí siempre que no respondiera al teléfono o hiciera alguna estupidez. Estuve en su casa un par de días.

—Y desde entonces ¿no la había visto?

—No.

¿Qué se dice de las personas cuando mienten? Algo de que los ojos se les van hacia la izquierda. Se acordó e intentó mirar directamente a los ojos del comisario sin vacilar.

—Entonces, ¿por qué lady Fletcher se mostró tan consternada cuando usted apareció en su casa? Parecía que quisiera matarla, y después a todos los demás.

—La fuerza de la costumbre, supongo. Probablemente estaba en otro mundo, y cuando aparecí sin duda esperaba que Hugo saliera del estudio y atacara. No lo sé, fue un poco exagerado, pero ya se le ha pasado.

Se esforzó por seguir mirándolo a los ojos. Estaba claro que no la creía.

—Una pregunta más, señora Kennedy, y después haremos una pausa. ¿Por qué dijo lady Fletcher «no tienes ni idea de lo que era capaz Hugo. Éste fue el menor de sus crímenes», y «estoy muy contenta de que Hugo haya muerto»?

Imogen permaneció en silencio, estupefacta, durante unos segundos. ¿Cómo podían saberlo?

—No sé cómo pueden saber las palabras exactas que pronunció, comisario, pero fuera de contexto es difícil de explicar.

Sinclair apretó los labios y sacudió la cabeza de nuevo, haciéndola sentir como una chiquilla pillada en una mentira absurda.

—Ahórreme las tonterías, por favor. Sabe perfectamente lo que quiso decir, y me lo va a explicar.

—Bien. Primero, creo que deberían preguntárselo a ella, porque lo único que puedo hacer yo es especular. Más importante aún: Hugo no me gustaba, de manera que todo lo que diga estará inevitablemente sesgado. A mi parecer era un hombre difícil, desagradable y manipulador. Laura no estaba enferma, pero él hizo que pareciera que lo estaba. Sospecho que ella se alegra de que esté muerto a causa del control que ejercía sobre su vida. Pero no son más que suposiciones, comisario, y probablemente no sirvan de mucho.

Habló con seguridad. No quería mostrarse aturdida, pero ¿cómo podían saberlo? En ese momento llamaron a la puerta, y en el umbral apareció un joven de rasgos asiáticos que le hizo un gesto al comisario para que saliera. Éste se disculpó y salió de la sala.

Imogen suspiró con alivio. Creía haberlo hecho bien, pero solo el tiempo lo diría.

En el pasillo, James Sinclair observó la cara sonriente del detective, que por lo visto había descubierto algo emocionante.

—¿Qué tienes, Ajay?

—Hemos recibido otra llamada de la empresa de guardaespaldas. Uno de los hombres que vigilaba a sir Hugo está de vacaciones. Se le localizó al principio para que respondiera algunas preguntas, pero probablemente estaba demasiado entretenido pasándolo bien como para darle importancia, y según parece hoy ha llamado con un poco más de información. Hubo un incidente que cree que podría interesarnos. Una noche, hace un par de años, acompañaba a Hugo de Oxford a Londres cuando reparó en que los estaban siguiendo. No habían llegado todavía a la autopista, de modo que se desvió a una carretera comarcal en medio de la nada. Dijo que el tipo que los seguía era un aficionado. Así que, con el permiso de Hugo, le tendió una trampa; creo que estaba bastante orgulloso de sí mismo. Aceleró, apagó las luces y dio media vuelta, y cuando el otro tipo dobló la esquina lo iluminó con los faros y lo obligó a salirse a la cuneta.

»El guardaespaldas bajó corriendo del coche y agarró al hombre del cuello en cuestión de segundos. No le pregunté cómo, pero consiguió hacerle hablar. Dijo que le habían encargado que siguiera a sir Hugo día y noche. Luego le preguntó quién le pagaba.

Ajay dejó de hablar, y James supo que esperaba que le preguntara.

—¿Y respondió?

—Desde luego que sí. Era la esposa. Laura Fletcher.