CAPÍTULO 24

Barrio de Salamanca (Madrid)

21 de diciembre de 2015

Una semana especial para muchos, una más, para él. La recta final se acercaba. En unos días, la oficina quedaría vacía, excepto por él, que desconocía el término vacaciones. Como cada mañana, Mariano esperaba en el interior del coche frente al portal de la vivienda. El arquitecto, recuperado tras quince horas de descanso, caminaba despacio, todavía resentido por su viaje, aunque deseaba evitar que alguien se diera cuenta de su malestar.

—Buenos días, señor. Me alegro de verle.

—Buenos días, Mariano —respondió y el vehículo se puso en marcha—. El gusto es mío. Parece que haya pasado una semana.

—Así es —dijo el hombre con una sonrisa mirando por el espejo retrovisor—. ¿Ha disfrutado de su viaje?

Era una pregunta trampa. Por supuesto, no se refería al placer.

—Muchas gracias por tu ayuda. No sé que hubiera hecho sin ti.

El conductor frunció el ceño. Parecía preocupado. De fondo, la radio informaba sobre lo sucedido en la estación de tren.

—Señor…

—No debes preocuparte de nada —contestó acercándose al espacio que había entre los asientos y tocándole el hombro—. No tuve nada que ver con eso.

—Las noticias hablan sobre un posible ajuste de cuentas.

—Puede ser… —respondió el arquitecto y guardó silencio por unos segundos—. ¿Te importaría apagar la radio? Esos tipos me producen jaqueca…

—Como desee.

—¿Qué planes tienes al final para estos días?

El hombre suspiró, apenado a la par que avergonzado.

—Como le dije, estaré disponible si lo necesita.

El viaje continuó en silencio durante varios kilómetros. Finalmente, como siempre ocurría, llegaron al aparcamiento del edificio y el chófer se detuvo frente a la entrada de las oficinas. Hacía un buen día para pasear por el centro de la ciudad y visitar los parques. Lamentablemente, para muchos, todavía quedaba trabajo por hacer.

Don sopesó la respuesta de su empleado. Estaba en deuda con él, pero no sabía cómo transmitírselo. Armado de valor, pensó en invitarle a cenar a su casa, pero pensó que sería una estupidez. Abrió la puerta del coche y miró hacia atrás.

—Recógeme a la hora de siempre, Mariano. Que tengas una buena jornada.

—Así haré, señor.

Frente a la entrada del estudio de arquitectura, el Audi de color negro cogió velocidad y se perdió por la carretera que lo llevaba de vuelta al corazón de la ciudad.