2

A Tony le encantaba recibir aquella llamada escueta en la que únicamente se le informaba del día, la hora y el lugar.

Era el acuerdo al que hacía mucho tiempo había llegado con ella y no le importaba lo más mínimo.

Conoció a Dora hace un par de años, durante unas vacaciones, y esa misma noche acabó con ella en la habitación de su hotel. No se podía creer que una mujer así, imponente, de bandera, rubia y con un cuerpo de escándalo y una corte de admiradores, lo eligiera a él.

Desde entonces, sus encuentros se habían ido repitiendo y no sabía si existía el santo patrón de los tíos con suerte pero, de existir, él tendría que agradecérselo eternamente.

Y de nuevo estaba junto a ella, besándola de aquella forma tan primitiva a la par que obscena que tanto lo excitaba y en ese caso siendo observados por un tercero al que había invitado.

Con Dora uno no podía dormirse en los laureles y en cierto modo él estaba de acuerdo. Uno de los puntos fuertes siempre era la innovación y, además, contando con una mujer a la que no parecían asustarla los nuevos retos.

Quizá la entrada de un elemento más no suponía ninguna novedad para ella, no era tan tonto como para no saber que Dora mantenía relaciones con otros hombres, por eso había invitado a un amigo, dispuesto a realizar una fantasía más.

Hasta el momento, Tony podía decir —sin temor a equivocarse— que en toda su vida había follado mejor que con ella y que probablemente nunca volvería a encontrar a una compañera de cama tan imaginativa, dispuesta y desinhibida.

Se colocó detrás de ella y le puso ambas manos en las caderas con el objetivo de tenerla bien sujeta, ese punto justo de dominio que a ambos los excitaba, y así poder frotarse descaradamente contra su trasero. Fue subiendo las manos hasta colocárselas sobre los pechos y, sin ningún preámbulo, se los amasó por encima de la seda, consiguiendo que ella echase la cabeza hacia atrás, invitándolo a continuar.

—Llevo toda la mañana pensando en ti —murmuró Tony junto a su oreja, sin dejar de acariciarla.

—Demuéstralo —lo retó Dora con aquella voz descarada tan suya.

Miró de reojo al invitado, que permanecía impasible, apoyado en la pared, contemplando la escena y sin signos de alterarse demasiado.

Tony buscó el cierre de su blusa, un sencillo nudo en un costado, y lo deshizo. Al no encontrar ningún obstáculo en forma de botón, pudo separar la tela y dejar expuesta su delantera, donde un para nada recatado sujetador de color morado y transparente sostenía un perfecto par de tetas.

—No me digas que no son espectaculares —dijo Tony, mirando al otro hombre, que se limitó a asentir levemente.

Dora conocía el efecto que su cuerpo causaba en los hombres, pero no se limitaba a mostrarlo tal cual. Nadie mejor que ella para saber que un buen perfume sin un bonito envoltorio podía pasar desapercibido y por ello se gastaba una buena suma en ropa interior no sólo de calidad sino atractiva.

Nada mejor para comenzar una jornada de trabajo que vestirse con la idea de que quizá al final del día acabara desnudándose. O el simple hecho de saber que debajo de su elegante traje llevas unas bragas de lo más pícaras, el contrapunto ideal para soportar alguna que otra soporífera reunión.

Dora, cada vez más excitada, no dejaba de mirar al desconocido, mientras las manos de su amigo la tocaban de aquella forma, quizá algo brusca pero eficaz, que tanto le gustaba.

Movió su propia mano hasta meterla entre los dos cuerpos y posarla sobre su erección, logrando que Tony le mordiera en el cuello y ronroneara como un gatito.

—Te veo muy animado —comentó ella, apretándole ligeramente por encima del pantalón, sabiendo que no le disgustaba su agresividad.

Con habilidad, adquirida obviamente con la práctica, le desabrochó el cinturón para dejarse de manoseos superficiales y tocar piel.

—Lo mismo digo —contestó él encantado, apartándose ligeramente para que ella pudiera bajarle los pantalones y acceder a su cuerpo sin ningún tipo de restricción.

Una vez que pudo coger su erección y masturbarlo, él volvió a su posición inicial tras ella y levantó las manos para dirigirlas hacia su envidiable delantera.

Dora sintió cómo le bajaba las copas del sujetador, sin desabrochárselo previamente, como sabía que le gustaba, una especie de ritual, mezcla de agresividad y dominación, consiguiendo el efecto deseado, es decir, que sus pechos se alzaran, desafiando a quienes quisieran mirar.

—Joder, no me canso de decirte lo buena que estás —farfulló, sin despegar los labios de la sensible piel de su cuello.

Ella sonrió complacida ante el cumplido. Puede que esa frase la hubiera oído miles de veces, pero no cargada de la brutal sinceridad y admiración de su amante ocasional.

Tony se deshizo de la blusa, tirándola de cualquier manera a su espalda. A Dora no le importó. Sentía una especie de perversa y extraña sensación, a caballo entre la vulnerabilidad que podía sentir al encontrarse desnuda y la sensación de poder, de llevar la voz de mando al ser el principal objeto de atención.

—¿Sólo ha venido a mirar? —susurró entonces, intentando que el invitado sorpresa no la oyera.

Le parecía muy extraña la actitud tan reservada de aquel hombre, por lo que había decidido indagar qué posibilidades tenía aquella aparición.

—Ha venido a lo que tú quieras —respondió Tony en el mismo tono, mientras le recorría con la lengua los pliegues de la oreja.

Dora gimió, quizá exagerando un poco, al notar los pequeños tirones en sus pezones. Él sabía muy bien lo que hacía, apretándoselos los segundos exactos para que ella contuviera la respiración, para inmediatamente después liberarlos y acariciarlos con suavidad.

Por su pregunta, Tony supo que no estaba molesta por tener un espectador ni tampoco incómoda si su amigo se unía a ellos.

El tercero en discordia no se perdía detalle de lo que sus ojos contemplaban y, algo más impresionado por la despampanante mujer que Tony acariciaba de lo que dejaba entrever, se acercó al aparador y cogió el vaso que hasta hacía unos minutos ella había tenido entre las manos.

—¿No te apetece tocar? —le preguntó Tony con una sonrisa, sin apartar las manos de Dora.

Ésta observó al desconocido acercarse a ella y detenerse justo enfrente, antes de dar un sorbo justo por el lado del vaso donde había dejado la marca del pintalabios.

Ese gesto le pareció tremendamente excitante y le sonrió.

Esperaba que alargara la mano y la tocara, tal como Tony sugería, aunque se quedó alucinada al verle sacar uno de los cubitos de hielo y, de nuevo sin apartar la vista de ella, pasárselo por el endurecido pezón.

—¿Te gusta?

—Le encanta.

Dora no quiso responderle con palabras sino con un gesto de lo más revelador: se lamió los labios y estiró la mano para tocarlo, justo encima de su erección.

—Esto promete —le ronroneó al desconocido, encantada con la ardiente mirada de él.

Acariciando a los dos simultáneamente, notó cómo le bajaban la cremallera de la falda y dejaban que cayera a sus pies, mostrando el escueto tanga a juego con su espectacular sujetador, tan transparente como minúsculo.

Sin ninguna clase de pudor, ella separó las piernas, que, siempre impresionantes, causaban un efecto devastador con los impresionantes zapatos de tacón metálico que llevaba.

—Siempre espectacular —convino Tony, bajando una mano hasta posarla justo encima de su pubis, aparcando de momento la idea de meter la mano bajo la tela.

Dora se arqueó aún más y giró el cuello para que la besara de forma increíblemente escandalosa; después, aún con los labios húmedos, sin ningún reparo buscó la boca del tercer integrante para hacer lo mismo.

Tener dos acompañantes simultáneos siempre significaba comprobar hasta qué punto el mismo acto se desarrollaba de forma diametralmente opuesta, pues el de momento hombre sin nombre la besó con mucha más agresividad que Tony, sujetándola por la nuca para inmovilizarla, mientras le metía la lengua casi hasta la campanilla.

—Tranquilo —ronroneó ella, apartándose para volver a prestar atención a un más que encantado Tony.

Entre los dos la fueron desplazando hacia la cama, donde en seguida dejó que la tumbaran. Tony se colocó a su lado y se encargó de pinzar convenientemente sus pezones, a la par que devoraba sus labios e intentaba deshacerse de la ropa.

Ella fue consciente de que, poco a poco, su amigo iba mostrándole su perfecto cuerpo y se volvió para besarlo en el torso y ayudarlo a quitarse el resto de prendas.

—¿No te apetece lamer su bonito coño? —le preguntó Tony al desconocido con una sonrisa traviesa, mientras se colocaba de rodillas para que Dora pudiera hacerle una mamada.

Adelantó las caderas e, inmediatamente, ella separó sus carnosos y rojos labios, con pasada obscena de lengua incluida, para albergarlo en la boca.

—¡La hostia! —exclamó Tony cerrando los ojos para disfrutar aún más de aquello.

Dora bajó una mano con intención de deshacerse de su tanga y así facilitarle el acceso al desconocido, sin embargo, notó cómo le agarraban la muñeca, deteniendo su maniobra.

Se extrañó, aunque menos de cinco segundos después, vio de refilón al hombre arrodillarse en el suelo, enfrente de sus piernas, y pasar la mano por encima de la tela transparente, presionando sobre su clítoris, aún tapado.

Gimió encantada y levantó las caderas para que aquello fuera a más, todo ello sin dejar de lamerle la polla a Tony mientras éste torturaba sus pezones.

De repente, sintió algo muy frío sobre su sexo desprovisto de vello púbico y llegó a la conclusión de que el hombre se entretenía empapando la tela por fuera, pues la parte interior lo estaba de sus propios fluidos.

—Joder, Dora, la chupas como nadie —gruñó el afortunado Tony, sin dejar de embestir frenéticamente, sabiendo que ella dominaba como nadie la técnica de la felación, pues cuando notaba que se acercaba al orgasmo, ralentizaba la succión y apretaba, no siempre sutilmente, sus testículos.

Mientras, el invitado se entretenía en su entrepierna y presionaba con un dedo sobre la tela, como si quisiera penetrarla, tensando el tanga y consiguiendo amplificar el efecto, pues no sólo se limitaba a meterle un dedo; la mezcla de la presión y el tacto de la tela unidos al hielo conseguía enardecerla aún más. Cuando él consideró que enfriar su zona genital y empapar su tanga ya habían causado el efecto idóneo, decidió saborear tan exquisito manjar y le rompió la ropa interior en un alarde de machoman.

—Veamos qué tal sabe este coñito desnudo —murmuró, apenas cinco segundos antes de bajar la cabeza y meterle la lengua entre los labios vaginales, recorriéndolos por completo hasta llegar a su necesitado clítoris y atraparlo entre los labios.

En respuesta, ella succionó con más fuerza y un Tony agradecido gruñó:

—Sigue haciéndoselo, tío…

—No veo el momento de follármela —murmuró el otro, disfrutando como un loco.

Dora dejó que la lamieran durante unos minutos más, contoneándose placenteramente por la habilidad de aquel hombre, todo sin abandonar la erección de Tony. Pero no estaba por la labor de dejarles todo el control, así que los sorprendió con un ágil movimiento, incorporándose hasta quedar cara a cara con el desconocido y tirar de él para que se pusiera de pie. Decidida, atacó el cinturón de sus vaqueros y liberó su erección para demostrarle que las palabras de Tony no eran para nada exageradas.

—Joder…

—Ya te lo dije, es la mejor —aseveró Tony colocándose detrás de ella para rodearla con los brazos y ocuparse de sus pechos mientras Dora le hacía una buena mamada a su amigo.

Ella le señaló a Tony su neceser y éste entendió el mensaje, por lo que se apartó. Dora pudo colocarse de rodillas en la cama y levantar el trasero en pompa, adoptando una postura de lo más explícita.

Sin que el desconocido se diera cuenta, Tony le pasó un dilatador anal de apenas cuatro centímetros, que ella dejó junto a sus piernas para tenerlo a mano.

Relamiéndose cual gata hambrienta, dejó un rastro de humedad en su pintalabios de larga duración antes de inclinarse de nuevo para acoger en su boca la erección del hombre.

Mientras, Tony se inclinó para, desde atrás, juguetear entre sus piernas, pasándole la lengua de una forma extraña debido a la postura, pero que incrementaba sus sensaciones.

Dora levantó un instante la mirada y vio que el hombre tenía los ojos cerrados; no era de extrañar, sabía lo buena que era, ninguno se le resistía.

Bueno, eso no era totalmente cierto, sí hubo uno que la rechazó, pero no era el momento de amargarse.

Buscó junto a sus piernas y encontró el pequeño dilatador, que sostuvo en su mano para calentarlo, después lo humedeció con su propia saliva y, con destreza, lo fue acercando a la retaguardia del desconocido.

—Voy a follarte, no puedo esperar más —gruñó Tony a su espaldas, separándose un instante para coger un preservativo y ponérselo.

Ella continuó succionando al otro hombre con frenesí. Lo tenía tan sumamente distraído con sus habilidades bucales que pudo mirar de reojo y ver la estampa que ofrecían los tres en la cama reflejada en el espejo. Lo más llamativo eran los tacones plateados de diez centímetros hacia arriba, brillando.

Sintió la embestida de su amante ocasional y cerró más los labios; eso le encantó al desconocido, que, en respuesta, la agarró del pelo para poder arremeter con más fuerza.

Dora no opuso resistencia y disfrutó las dos penetraciones simultáneas, eso sí, sin olvidar la sorpresa final.

Con la lengua, dibujó el contorno de su glande para así tener perfecto control sobre su reacción. Gimió con fuerza cuando Tony empezó a metérsela con más brío al tiempo que la masturbaba. Sentía que estaba a un paso.

—Voy a correrme en tu boca —dijo el desconocido.

Ella no lo dudaba, así que metió la mano entre sus piernas y, sin dejar de lamerlo, colocó el dilatador de tal forma que en cuando saboreó el líquido preseminal, se lo insertó de golpe, dejándolo boquiabierto y logrando que se corriera como nunca.

—¡La madre que…! —gruñó él, completamente desconcertado, sin poder explicarse la intensidad de su clímax.

Dora abandonó su erección y se concentró ya en sí misma, al igual que Tony, que sonreía como un tonto, pues sabía muy bien el efecto que el dilatador anal producía en un hombre justo antes de correrse.

La embistió con más fuerza y continuó friccionando su clítoris hasta que ella se agitó para después caer laxa sobre la cama. Acto seguido, Tony se quitó el condón, manchándole toda la espalda con su semen, disfrutando de la visión segundos antes de dejarse caer hacia atrás y regularizar su respiración.

Dora fue la primera en levantarse y, sin decir nada, se duchó rápidamente y se marchó de aquella habitación de hotel sabiendo que no regresaría.

Sin remordimientos.

Sin volver la vista atrás.