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Antonio ha entrado en el bar bastante cortado. Es la primera vez en su vida que sale solo a un bar de ambiente sin intención de ligar. El local está casi abarrotado, y el humo sólo deja ver siluetas grises en un primer vistazo. Pide una copa no sin dificultad, y busca un sitio en donde acoplarse. Ve que hay bastantes tíos grandes como él, pero hay muchos más de los que llaman «cazadores», y ahora entiende el porqué. Se siente acosado como una presa. Hay bastantes ya que no le quitan ojo. Otros que incluso le sonríen. Le da hasta vértigo. Nunca se había sentido tan admirado. A pesar de eso, el ambiente no es sórdido. La gente habla bastante y parece pasarlo bien. No es sólo un sitio de ligue. Hay tíos incluso más grandes que él, y por supuesto, algunos mucho más gordos; incluso de una obesidad poco saludable. Ahí parece que la gente no tiene ningún prejuicio con eso. Ve a una pareja de «osos» besándose apasionadamente; a un chico joven y delgadito, intentando infructuosamente abarcar el tórax de un oso grandote que no para de echar carcajadas. También hay muchos que quieren arroparse bajo la etiqueta de osos o de cazadores, y que simplemente son demasiado feos o demasiado mayores. Antonio adivina que entre la muchedumbre también hay mucho curioso intentando averiguar de qué va eso de los gordos o los osos. Otros han llegado porque ven que no para de entrar gente al local.

Con la segunda copa en la mano se encuentra ya más relajado. El ambiente tan variopinto y la muchedumbre que le ayuda a sentirse menos observado, también ayudan. Pero en un ambiente tan efervescente, piensa que es una tontería estar ahí solo. Hay un grupo de gente que parece bastante agradable. Lo componen osos, cazadores, y hay también un par de chicas. Uno de los cazadores lo esta sonriendo, y él le devuelve la sonrisa. Sabe que el chico quiere ligar, pero va a usar ese arma para intentar socializar. Tras otro cruce de miradas y sonrisas, el chico se ha acercado a hablar con él. Es muy guapo y parece muy agradable. Se llama Miguel. Intercambian unas cuantas frases, y cuando Antonio le dice que tiene novio, el chico queda visiblemente desilusionado. Antonio le dice que lleva poco tiempo en Madrid y que todavía no conoce a mucha gente. A pesar de la desilusión, el chico se ofrece a presentarle a sus amigos.

Al cabo de un rato, Antonio se descubre feliz e integrado. La gente lo está tratando muy bien. Todos hablan mucho y no paran de salir historias del mundo osuno. Cosas que a él le parecían rarezas, resultan ser lo más normal aquí. No hace otra cosa que pensar en José. Sabe que cuando conozca esto se va a volver loco. Hay numerosas parejas, y Antonio sabe que van a tener muchos amigos. Esta flotando, pensando en todas las cosas que harán. Está feliz. Y de repente, echa tanto de menos a José, que le entra una punzada y decide marcharse a casa y dejar algo por disfrutar con José cuando vuelvan al bar los dos juntos a la semana siguiente. Se despide un poco precipitadamente del grupo, aunque de forma afectuosa y acuerdan verse dentro de una semana ahí mismo. Antonio dice que traerá a José para que lo conozcan. Miguel sonríe, pero se ve que le cuesta un gran esfuerzo. Al salir del bar, Antonio respira hondo y nota que a pesar de todo, ese ambiente no le aporta nada que necesite ahora que tiene a José.

Cuando se mete en la cama, ya está desvelado. Le falta el cuerpecito de José entre sus brazos para poder conciliar el sueño. Y así, deja pasar las horas pensando en él, sin saber que en Zaragoza, José también permanece despierto, pensando en todo y añorándole.