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Aquella noche José bajó a una cabina a llamar a Antonio. De nuevo usó la excusa de pasear a Rodolfo para que sus amigos no sospechasen. Cuando los otros le dijeron que no hacía falta, José dijo que le apetecía, que quería hacer algo por ellos después de lo bien que se habían portado con él. Parecía que se lo habían creído.

Marcó por primera vez un número que ya se había aprendido de memoria. Le encantaba hacer todo esto a escondidas de sus amigos. Esa sensación de furtividad le daba a todo un toque mucho más interesante. Eran las diez y media. Habían quedado en que José le llamaría a esa hora. Ni siquiera había sonado el segundo timbre cuando Antonio contestó. Seguramente había estado pegado al teléfono. Era la primera vez que oían sus voces a través del auricular, y lamentablemente eso ocurriría muy a menudo desde ese momento en adelante. Se les hizo raro durante un segundo; nada más. Antonio sonaba cansado, pero muy feliz de oír a José.

—¿Sabes? Durante el viaje me han pasado cosas fantásticas por la cabeza y cosas horribles. De repente pensaba que no me ibas a llamar, o que en realidad no te había conocido y que me lo había imaginado todo, o que yo te llamaba y tu me contestabas con toda naturalidad que si de verdad me había creído todo lo que había pasado; que todo era una actuación para entretenernos y pasar el tiempo, pero que ahora estabas haciendo lo mismo con otro… También he pensado cosas buenas, como que a partir de ahora, con sólo pensar en ti, se me va a alegrar el día cada vez que esté quemado en el trabajo. Que nos iremos de vacaciones juntos a muchos sitios… no sé. ¿Te había dicho que te llamas como mi abuelo? Eso es buena señal.

—Pero Antonio. ¿No te has dado cuenta de que todo era una apuesta que hice con mis amigos? ¿Que se trataba de hacerte creer que me gustabas?

—¡Muy gracioso! Pero no bromees con eso. La verdad es que también eso se me había pasado por la cabeza.

—Te quiero.

Hubo un largo silencio y Antonio repitió en voz baja esas dos palabras como un eco.

—Es la primera vez que me dicen eso. Y que yo lo digo. —Dijo Antonio emocionado.

—Para mí también. —Dijo José.— Pero hoy me he dado cuenta de que no nos lo habíamos dicho en todas las vacaciones, y me he pasado el día pensando en decírtelo.

A Antonio se le puso un nudo en la garganta. Había estado media hora pegado al teléfono esperando que sonara. Estaba tan triste que apenas podía creérselo, y ahora que José le obsequiaba de nuevo, lo sentía más inalcanzable. Se sentía muy raro. Le apetecía llorar, pero se contuvo por vergüenza.

José se dio cuenta de que si seguían en ese tono, los dos acabarían muy tristes, y cambió de tema para contarle la situación con sus amigos.

—Piensan que me has dejado y Carlos me ha contado que te vio en los arbustos detrás de la playa follando con dos. La verdad es que aunque eso pasara antes de conocernos, me ha dado un ataque de celos.

—¡Espera! ¡Ya sé! ¡Ya me acuerdo! —dijo Antonio, agradecido por quitarse el nudo.— Vaya, me da un poco de vergüenza, pero es verdad. Estuve con dos, y ahora que lo dices, creo que me acuerdo de quien pudo ser él. Me ignoró. Pero no te pongas celoso. Tú mismo me has contado que estuviste con un tío que te gusto mucho, justo el día antes de conocernos…

—Ya lo sé; es una tontería. Me sobra el tiempo y lo único que hago es darle vueltas a la cabeza. La verdad es que ya sólo tengo ganas de volver a casa. No sé que hago aquí. Esto es horrible sin ti. Porque sólo me quedan dos días, que si no, me hubiese ido contigo a Cáceres hasta agotar mis vacaciones.

—No seas bobo. Relájate y descansa. Tienes tiempo para pensar, o sea que piensa y haz planes; y luego me los cuentas. ¡Estás de vacaciones, hombre! Aprovecha para disfrutar de la playa. ¡Pero sólo de la playa! ¡Que no me entere que vas a los arbustos de Cabopino!

—Pero ¡es que estoy muy salido y necesito sexo! —bromeó José—. No, en serio, no te preocupes, que nada de lo que hay en los arbustos me interesa. Lo que sí es verdad es que estoy muy salido. Acostumbrado como estaba, a follar contigo varias veces al día, esto es como un suplicio. Además, te he imaginado con esos dos tíos comiéndote por todos lados y venerando tu polla y tu barriga, y me he puesto a cien…

—¡No veneraban nada! Mira, esto no ha hecho más que empezar y yo también estoy desesperado; y no me refiero sólo al sexo. Necesito verte y tocarte, y no me va a valer con una o dos veces al mes… ¡Dios, que estoy diciendo! Vamos a prometernos que haremos algo al respecto ¿vale? Me da la impresión de que te me escurres entre los dedos y me dan ganas de morirme. Y sí, ya sé que me dirás que estoy tonto, pero no debemos estar separados… Yo no quiero, no estoy dispuesto a…, a que dejar que esto se enfríe. De repente tengo la certeza de que todo lo que haga contigo saldrá bien, y esperar es sólo alargar el sufrimiento.

—Es imposible que se enfríe Antonio. Estoy tan seguro de que tú me quieres al menos tanto como yo te quiero a ti, que no hay manera de hacer que esto se vaya atrás. Pero escucha: tienes que dejar esa inseguridad. Yo te quiero de verdad. Al hablarme, me doy cuenta que no lo crees del todo, y piénsalo, porque eso me podría ofender. Si después de verme como me has visto y haber pasado por todo lo que he pasado contigo, todavía no estas convencido… no sé. ¿Qué más puedo hacer?

—Nada, no me hagas caso, perdóname.

—No tengo nada que perdonarte. Te adoro.

—Estoy empalmado.

—¡Joder! No me digas eso que ya estoy como una moto, y ahora estoy en una cabina en mitad de la calle, y soy capaz de ponerme a machacármela aquí mismo.

—Esto es lo que más morbo me da. Ponerte cachondo es lo que más me excita. Saber que te hago perder los papeles me hace quererte agarrar y besar y follar y follar y besar y agarrar…

—¡Antonio, calla por favor!

—Tengo el rabo tan duro que no lo puedo ni mover, y estoy chorreando babilla. Ya sabes que lo empapo todo en cuanto me empalmo.

—Antonio…

—Me la estoy machacando ahora y con tanta babilla, la mano me resbala sola y…, ¡Uf! Tengo el capullo fuera, todo hinchado y rojo. Me imagino la boquita que pones cuando me la vas a chupar. Me estoy sujetando los cojones con la otra mano, ya sabes como me gusta tener los cojones bien atendidos…

—Antonio…, Antonio… de verdad no sigas que no voy a poder aguantarme. Que de verdad estoy en una cabina y puede pasar alguien. Ya estoy frotándome y no puedo seguir. Joder…

—Joderte, sí. El gusto que me da pensar que tengo la polla en tu culo. Cómo te abro los cachetes y te lo como todo. Cómo te encanta que te mordisquee y que me frote la cara. Y cómo consigo que te abras y pueda meterte la lengua bien. Y entonces notas que he dejado de usar la boca y lo que sientes ya es mi rabo restregándose y buscándote el agujero. Y cuando lo encuentra y presiona, esa carita de dolor que pones al principio, y de vicio sólo unos segundos después, cabalgando. Joder… hasta que consigues hacerme sentir tu culo hasta en los huevos, cuando ya estas abierto y me vuelves loco… Joder…, me voy a correr…

—Anton…

—¡Me corro…!

—An…

—¡Ahh…!

—¡Aaaa…!