Louise la Joven ha vuelto la cabeza y ha mirado por la ventana. He dejado de leer, ya no me escuchaba.

–¿En qué piensa, Louise?

–En Mathias... Ese hombre me intriga... Me gustaría conocerle, saber cosas de su infancia, de su adolescencia, de su desarraigo en Francia, saber qué es lo que le importa... ¿Usted no lo ha sabido nunca?

–No mientras estaba con él. Siempre estaba alerta, sin fiarse de nadie. Pero un día, al poco de estar en el hospital, recibí la visita de su hermano mayor, Josef. Quiso conocerme para tratar de entender qué es lo que había podido pasar... Se parecía mucho a Mathias y, al principio, me quedé sin habla de lo emocionada que estaba. Entonces se sentó en una silla junto a mi cama, miró fijamente a un punto del suelo y me habló de su hermano... ¡De su hermano pequeño! Al ir haciéndose mayores los dos hermanos se habían acercado. Se veían poco, Josef vivía en Chicago, pero se telefoneaban a menudo. Debía de ser la única persona con la que Mathias hablaba por teléfono porque, normalmente, detestaba las conversaciones largas.

–¿Le había hablado Mathias de usted?

–Sí. Se lo había contado todo, explicándole también por qué no se había unido jamás a ninguna mujer. Josef se había reído, replicando que el amor no era el mayor peligro que la vida le iba a proponer. ¡Si lo hubiera sabido!

–¿Y volvió a ver otra vez a Josef?

–No, nunca... Me dejó su número de teléfono de Chicago, y me dijo que le llamara si algún día iba por allí. Se le veía triste y yo me sentía totalmente trastornada por todo lo que me había contado... Además, me recordaba tanto a Mathias, solo que más afectuoso, más vulnerable... Cuando hablaba de su hermano sentí que envidiaba su fuerza, su determinación. También él había triunfado, pero no tenía la brillantez de Mathias. Mathias no pertenecía a nadie. Mathias era un hombre libre. En cambio Josef se había casado con una americana que le había despojado de su fuerza inicial, su fuerza de pionero llegado desde una pequeña aldea de Chequia dispuesto a devorar el mundo...