Gracias a ti, Louise, que me abriste tu puerta un día de noviembre, hace ya veinte años, y no la cerraste nunca...

Gracias a Geneviève Leroy, sin la cual nunca habría tenido los medios de encontrar a Louise Brooks y trabar esa maravillosa amistad que duró casi dos años y medio...

Gracias a Laurent, mi primer lector.

Gracias a Sylvie y a Richard, siempre tan atentos.

A Mireille, a Jean, por estar siempre ahí cuando flaqueo. ¡Cuánta generosidad y cuánta paciencia!

A Charlotte y a Clément que han aceptado pacientemente mis «ausencias»... «¿Dónde estás, mamá, allí? ¡No estás con nosotros!». «No, mis amores, estoy en mi libro pero voy a descender, lo prometo...».

A Coco, fiel lugarteniente...

A Christine, «¡venceremos!».

A Pascalinette (hermana para siempre, como tú dices...).

A Jean-Marie que lee por encima de mi hombro...

Gracias a Barry Paris por su magnífica biografía de Louise Brooks que me ha permitido esclarecer algunos puntos que permanecían oscuros y poner en su lugar algunos datos confusos de la memoria de Louise.

Gracias finalmente al viejo Schubert cuyos Tríos completos me han acompañado todo el tiempo que escribía en Nueva York, en París y en Les Petites Dalles...