PREFACIO

 

La antigua India, que también cubría los territorios de lo que hoy son Pakistán, Nepal, Bangladesh y parte de Afganistán, ocupaba una superficie similar a la de Europa, excluyendo Rusia, y se dividía geográficamente en tres partes bien diferenciadas: la elevada cordillera del Himalaya, que delimitaba sus fronteras del norte y que constituía la tradicional morada de sus dioses y usual lugar de retiro de sus ascetas; la inmensa llanura, que contenía los valles del Indo y del Ganges, el verdadero corazón de la India, donde se concibió su cultura clásica; y la meseta del Decán, que se extendía por la mayor parte del territorio centro-sur del subcontinente, separada del norte por el río Narmada y la cadena montañosa de Vindhya. El sur de la India, bañado por las aguas del océano Índico, protagonizó, en la mayoría de los casos, un desarrollo y una historia independientes de los del norte.

Aunque su amplio territorio comprendía áridos desiertos, densas selvas y fértiles valles recorridos por grandes ríos, climatológicamente el inmenso subcontinente estaba subordinado al fenómeno de los monzones y las lluvias periódicas que caían con gran violencia durante los meses de verano.

La presente novela transcurre durante la considerada como la Edad de Oro de la antigua India, la cual tuvo lugar bajo el dominio de la dinastía Gupta, entre los siglos iv y vi d. C.

Durante los primeros siglos de nuestra era, el subcontinente indio estaba fragmentado en multitud de reinos y pequeños estados que luchaban continuamente entre sí por la supremacía del territorio. Sin embargo, el ascenso de Chandragupta en el año 320, gracias a su alianza con los lichchavis, lo llevó a unir los reinos de Magadha y Kosala, dando así inicio a la legendaria dinastía que habría de gobernar los designios de la India durante los siglos venideros. Fue su sucesor, Samudragupta, quien, tras situar la capital del incipiente imperio en Pataliputra y darse a sí mismo el título de «rey de reyes y soberano del mundo», emprendió un imparable proceso de expansión en todas direcciones. Tras su sometimiento, algunos de los reinos incorporados por Samudragupta —más de una veintena— pasaban a formar parte de su hegemonía, mientras que otros se limitaban a reconocer su soberanía y rendirle tributo. El periodo de conquistas lo culminó su heredero, Chandragupta II, que tras derrotar a los sakas se hizo con los puertos del oeste, los cuales permitían el lucrativo comercio con Occidente.

Durante su etapa de mayor auge, el Imperio gupta dominaba todo el norte de la India de costa a costa (a excepción del noroeste), así como parte del Decán septentrional.

Bajo el reinado de los Gupta se alcanzó un alto grado de paz y prosperidad, lo cual favoreció el florecimiento de las artes y las letras, de cuyo mecenazgo se hacían gustosamente cargo las autoridades. De igual modo tuvieron lugar destacados logros científicos, sobre todo en los campos de las matemáticas, la astronomía y la medicina.

En el ámbito de la fe, inseparable de la vida cotidiana en la sociedad de la época, los emperadores Gupta profesaron el hinduismo, que había experimentado una importante transformación en los últimos tiempos, si bien mostraron una notable tolerancia hacia el resto de las religiones.

En aquel periodo, teniendo en cuenta que el Imperio romano se encontraba ya en pleno proceso de decadencia y que China atravesaba tiempos turbulentos debido a la difícil transición entre la dinastía de los Han y los Tang, la civilización India era, posiblemente, la cultura más avanzada del mundo.