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Corriente abajo de los Hox
Supongamos que el programa SETI, de búsqueda de inteligencia extraterrestre, consigue por fin captar un mensaje del planeta Mongo, enviado en forma de pulsos de radiación electromagnética. Después de seis meses de intensos esfuerzos, la doctora Arroway logra descifrar el mensaje interestelar. Los monguianos no nos han enviado los planos para construir una nave hiperespacial, ni el primer tomo de una enciclopedia galáctica. No tienen tiempo para esas tonterías. Están a punto de extinguirse por agotamiento de las existencias de benzopireno —su alimento tradicional— y nos piden desesperadamente la receta biológica para metabolizar la glucosa, un azúcar del que disponen en abundancia, pero que no saben cómo usar para obtener energía celular. La doctora Arroway no tarda ni cinco minutos en responder: abre desde su ordenador personal la base de datos de Celera Genomics, descarga por cinco dólares la secuencia de los diez genes responsables de la glucolisis (la ruta metabólica que transforma la glucosa en energía útil para las células), le añade una tablita con el código genético y lo manda todo a Mongo. Los diez genes de la glucolisis codifican (contienen la información para fabricar) las diez enzimas o proteínas catalíticas que, paso a paso, rompen la glucosa en moléculas cada vez más pequeñas y obtienen a cambio ATP, la moneda de intercambio energético de todas las células vivas. No hay nada mágico en ello: los enlaces químicos que mantienen junta la molécula de glucosa contienen energía; las enzimas de la glucolisis utilizan parte de la energía liberada por la rotura de esos enlaces para formar otros enlaces: los que mantienen junta la molécula de ATP. Estas moléculas se quedan disponibles en la célula, y pueden ser utilizadas para cualquier otro proceso que precise energía. Las enzimas de la glucolisis son igual de útiles en Mongo y en la Tierra. Los monguianos dan las gracias a la doctora Arroway a vuelta de correo (las gracias llegan unos 300 años después, pero bueno) y se ponen manos a la obra.
Pero ahora supongamos que los habitantes de Mongo son organismos diploblásticos con simetría radial y, hartos de no haber evolucionado lo más mínimo durante los últimos mil o dos mil millones de años, lo que nos piden es la recela para organizar un eje anteroposterior del cuerpo, en la esperanza de dar el ansiado Gran Salto y convertirse en algo parecido a Urbilaleria. ¿Qué debe hacer ahora la doctora Arroway? ¿Enviar —además del código genético, por supuesto— la secuencia de los diez genes de la fila Hox? ¿Serviría eso de algo?
A diferencia de las enzimas de la glucolisis, que por así decir son un bien en sí mismas, la fila Hox no tiene mucho valor intrínseco. Los genes Hox no saben construir troncos ni abdómenes, ni patas ni alas ni cerebros. Los genes Hox que especifican la cabeza humana pueden curar a una mosca que haya perdido sus propios genes equivalentes, pero lo que le ponen a esa mosca no es una cabeza humana (eso sería The Fly, y nos habríamos saltado de película). Lo que le ponen es una cabeza de mosca. La fila Hox no sabe hacer estructuras útiles, sólo sabe ordenarlas espacialmente a lo largo de un eje. Entonces, ¿quién es el que sabe cómo hacer las estructuras? Otros genes, naturalmente. Unos pocos centenares de genes de la mosca contienen la receta para hacer una pala, otros para hacer una antena, etcétera. El ser humano tiene unos cuantos centenares de genes para construir cada parte del cuerpo. Lo que hacen los genes Hox es regular a esos otros genes, de forma ordenada a lo largo de un eje, para que cada estructura esté en el sitio correcto. Los genetistas anglosajones los llaman genes downstream (corriente abajo). El proceso por el que unos genes regulan a otros que a su vez regulan a otros se puede visualizar como un río, y en esa imagen los genes regulados por los Hox están downstream (corriente abajo) de los propios Hox. Antonio García-Bellido, en los años setenta, prefirió llamarlos genes realizadores, porque al fin y al cabo son los que hacen las cosas. Treinta años después, seguimos sin tener un catálogo decente de estos genes. Se conocen algunos, desde luego, pero los intentos sistemáticos de obtener una lista más o menos completa han producido resultados paradójicos o difíciles de interpretar. La doctora Arroway está en problemas.
Pero esperen un momento ¿Qué quiere decir el experimento estilo The Fly que acabamos de recordar? Si un gen Hox humano es capaz de curar a una mosca que ha perdido el gen Hox equivalente, una primera conclusión es que los genes Hox han conservado muy bien su función a lo largo de la evolución, como ya sabíamos. Pero hay una segunda conclusión importante: que el gen Hox humano sabe reconocer a los genes downstream o realizadores de Drosophila. Si no, el experimento no habría funcionado. ¿Es que los realizadores son los mismos en la mosca y en el humano? No puede ser: los de la mosca, como hemos visto, hacen trozos de mosca, y los humanos hacen trozos humanos. ¿Qué galimatías es éste?
Los genes tienen dos partes (véase el glosario). Una es la codificadora, la que contiene la información para fabricar una proteína. Ésta debe ser distinta en (al menos) algunos realizadores humanos y de mosca. Otra es la parte reguladora, que está al lado de la anterior. Cuando una proteína Hox se pega a la parte reguladora de un gen realizador, éste se activa y empieza a fabricar la proteína realizadora correspondiente. Pues bien, si el mencionado gen Hox humano es capaz de curar a nuestra famosa mosca mutante, estamos forzados a concluir que, aunque los genes realizadores deban ser (al menos en parte) distintos en las dos especies, sus zonas reguladoras deben ser muy parecidas. La evolución no sólo ha respetado a los genes Hox, sino también buena parte de las zonas reguladoras de los centenares de genes downstream o realizadores controlados por los genes Hox. Cuando un linaje de dinosaurios empezó a transformar sus patas delanteras en alas, debió alterar las zonas codificadoras de los genes realizadores pertinentes, pero lo más probable es que no tocara mucho las zonas reguladoras de esos mismos genes. De otro modo, vaya usted a saber dónde tendrían las alas los pájaros actuales.
FIGURA 9.1: Las mutaciones en el gen Deformed (Dfd) causan fatales defectos en la cabeza de la mosca (representadas aquí de forma alegórica). El equivalente humano del gen Deformed, que se llama Hox-4, es capaz de rescatar a la mosca mutante. Ello no sólo implica que los genes Hox están extraordinariamente conservados a lo largo de la evolución, sino que sus genes downstream también lo están en gran medida.
Quizá ahora podamos sugerirle una idea a la doctora Arroway. ¿No había dicho ella que los seres de Mongo eran organismos diplobásticos, similares a nuestras hidras, medusas y anémonas? Sí, eso dijo. Entonces es posible que los monguianos tengan ya un par de genes Hox, o algo parecido. Nuestras hidras tienen tres, aunque no los usan para ordenar estructuras en un eje. Los genes Hox de los habitantes de Mongo pueden ser muy diferentes de los terráqueos, o tal vez hasta pertenezcan a una familia molecular completamente distinta, pero no importa. El mensaje que tiene que enviar a Mongo la doctora Arroway no es la secuencia de la fila Hox terráquea, sino esta idea: «Tomen uno de sus genes Hox diploblásticos y sométanlo a varios ciclos de duplicación y divergencia». ¿Serviría eso de algo? ¿O no serviría de nada sin los genes realizadores necesarios, que no sabemos exactamente cuáles son?
Volvamos al planeta Tierra. Hemos visto que el brusco origen de Urbilateria debe estar íntimamente relacionado con la concatenación explosiva de cuatro o cinco duplicaciones y divergencias consecutivas de un gen Hox que ya tenían las hidras primitivas. Esto no es un mecanismo darwiniano, pero al menos es un mecanismo concebible. Pero ¿es que además tenemos que inventarnos toda una red de centenares de genes downstream cada vez que ocurre una nueva duplicación? Eso sí que no. Eso, encima de no ser darwiniano, ni siquiera es concebible. Una cosa es duplicar un gen, y otra muy distinta sacarse del sombrero un centenar de genes downstream que se pongan de repente bajo el control del nuevo gen duplicado, y encima que actúen coordinadamente para hacer algo útil, y para colmo cuatro o cinco veces seguidas en un plazo evolutivo miserable. No puede ser y se acabó.
En mi opinión, sólo hay una salida a esta paradoja: cada vez que se genera un nuevo gen Hox, debe heredar íntegramente el paquete de genes downstream de su antecesor. No hace falta que estos genes se dupliquen. Simplemente, los mismos genes downstream que antes respondían a un gen Hox ahora responden a dos. Por eso la red realizadora de cada nuevo gen funciona coordinadamente como si fuera un milagro: porque ya lo hacía antes. Y esto incluye a las primeras duplicaciones Hox que ensayaron las hidras. Es decir, que las múltiples redes de genes downstream de Urbilateria —los realizadores que Urbilateria despliega a lo largo de su cuerpo para fabricar sus distintas estructuras— deben ser, en buena medida, los mismos genes downstream que ya estaban regulados por los escasos y extravagantes genes Hox de la hidra. Genes, según vimos, aparentemente relacionados con la diferenciación de la cabeza de la hidra, con la regeneración, con la proliferación celular, con el hecho de que una célula sepa dónde está respecto a las demás y, en caso de accidente, active el programa para reponer las partes perdidas: en fin, con los procesos más elementales del desarrollo de cualquier animal. Urbilateria generó con vertiginosa rapidez una fila de ocho o diez genes Hox, pero el precio de esa rapidez fue que, corriente abajo de cada uno de ellos, no tenía más remedio que aparecer tozudamente la misma red de genes realizadores de la hidra. O casi la misma. ¿Adónde nos lleva esto?
Todos los animales somos en gran medida metaméricos: compuestos de metámeros, o unidades que se repiten a lo largo del cuerpo. Nuestras vértebras y costillas, y los nervios y músculos asociados a ellas, reflejan con claridad esta organización. El cerebro no la revela a simple vista, pero también la utiliza, según han descubierto los genetistas en los años noventa. Se trata de un principio de desarrollo muy lógico para construir un cuerpo grande, o un cerebro grande: en vez de andar improvisando aquí y allí soluciones únicas y originales, se repite diez o veinte veces un esquema básico y luego se elaboran variaciones sobre él. Desde su origen, la vida se basa en copiar cosas, en aprovechar soluciones preexistentes, y el metamerismo es una manifestación más de esa estrategia elemental. Los artrópodos (ciempiés, gambas, nécoras, arañas, insectos) revelan su metamerismo con mucho más descaro que nosotros, los disimulados vertebrados. La organización del cuerpo en segmentos más o menos repetitivos salta a la vista en los artrópodos. Hay varias formas concebibles de generar un cuerpo metamerizado, y los distintos animales usan una u otra al comienzo de su desarrollo embrionario. Pero me gustaría que ahora nos fijáramos en un insecto como la langosta, que se metameriza de la manera siguiente.
Las células se replican muy activamente en una zona del embrión. Al hacerlo, van empujando hacia atrás a las células que ya se han dividido un rato antes. Cuando, debido a ese empuje, las células llegan a una distancia dada de la zona de proliferación, se adhieren fuertemente unas a otras y forman una frontera, que será el futuro borde de un segmento de la langosta. La división sigue en la zona de proliferación, las células ya divididas siguen siendo empujadas hacia atrás y, cuando llegan a cierta distancia, forman otra frontera que será otro borde de segmento, y así sucesivamente. En cada segmento recién formado (o en un grupo de segmentos) se activa un gen Hox distinto, siguiendo el orden inviolable de la fila. Eso es lo que después distinguirá las estructuras en unos segmentos y en otros.
¿A qué les recuerda esto? A la regeneración de la cabeza de la hidra, ¿no es cierto? Cuando se le corta la cabeza a este animal diploblástico, la células empiezan a proliferar, luego se activa el gen Hox labial, las células siguen proliferando, luego se activa el gen Hox proboscipedia y… se acabó. Ya no hay más genes Hox que prolonguen el proceso. ¿Qué papel cumplen esos genes Hox en la hidra? No lo sabemos, pero no hay que ser Sherlock Holmes para inferir que regulan a otros genes downstream, y que estos genes se ocupan de funciones relacionadas con las tasas de proliferación, la cohesión entre células, el cálculo de la distancia al corte y a la zona de proliferación, etcétera: los fundamentos genéticos para construir un metámero ya están ahí. Urbilateria se limitó a encontrar un truco para repetir ese proceso una decena de veces, y logró así que su cuerpo estuviera compuesto de una decena de metámeros. Proliferación, labial, proliferación, proboscipedia y… donde la hidra ya no tenía más genes Hox, Urbilateria se inventó por mera duplicación una fila entera. La metamerización del embrión de la actual langosta todavía delata en parte aquella plagiaria invención precámbrica. Bien, esto es una idea, pero no se la tomen muy en serio: es mía.
Todavía hoy, las redes de genes realizadores controlados por unos y otros genes Hox guardan bastantes parecidos. Ésta es, de hecho, una de las razones por las que definir los catálogos de realizadores está resultando tan difícil. Los mismos genes aparecen una y otra vez debajo de Ultrabithorax y de Abdominal-A, por ejemplo. Las diferencias entre una y otra zona del cuerpo no se deben a menudo a que los genes downstream sean muy distintos, sino a que los mismos genes se activan en diferentes grados, o a diferentes tiempos. Las diferencias entre unas zonas del cuerpo y otras, con todo lo espectaculares que puedan resultar a simple vista, son a veces una sutileza desde un punto de vista genético. Ésta es otra manifestación de lo que podríamos denominar efecto Gould-Goldschmidt: pequeñas alteraciones genéticas que provocan grandes cambios morfológicos. Estas similitudes entre los realizadores de distintas partes del cuerpo son un testimonio vivo de su origen común.
Ya estoy oyendo la protesta de los habitantes de Mongo. «Doctora Arroway», se quejará el portavoz de los monguianos, «su idea de duplicar los genes Hox es muy brillante, pero si los genes downstream de cada nuevo gen Hox son los mismos, lo único que vamos a conseguir es metamerizarnos, es decir, convertir nuestro cuerpo en una ristra de estructuras repetitivas que, si se mira bien, no aportan ninguna novedad a nuestro actual repertorio de ideas biológicas, que es más bien escaso. Cada nuevo monguiano bilateral no tendrá nada que no tenga ya un club de diez monguianos diploblásticos». La queja es sensata. Y, por el momento, lo único que la doctora Arroway puede responder es: «Ya tienen ustedes la materia prima. A partir de ahí, recuperen su fe en Darwin». Bueno, seguramente habrá un equivalente a Darwin en el planeta Mongo: alguien cuyas ideas sobre la evolución habrán suscitado en aquel planeta el comentario: «¡Qué increíblemente estúpido no haber pensado en ello!». He aquí un reto para los escritores de ciencia ficción: ¿Cómo sería el primer contacto con una civilización extraterrestre en la que no hubiera nacido el equivalente de Darwin? ¿Qué información podríamos intercambiar con unos monguianos que siguieran creyendo que Dios ha creado a cada especie en un acto magnífico? Bueno, dejen esos deberes para más tarde. Ahora debemos afrontar otro problema científico.
Si los genes downstream de los genes Hox eran en su origen (y en gran medida siguen siendo) esencialmente los mismos para todos los genes Hox, ¿de qué fuente de variabilidad disponemos para jugar a las casitas con el primitivo Urbilateria? No olvidemos que, en unas pocas decenas de millones de años, el barajado de esta arquitectura genómica de Urbilateria va a tener que dar lugar a la explosión cámbrica. El tiempo es nuestro enemigo, y nos conviene dejar a Urbilateria tan preparado como sea posible para la vida moderna (para la futura vida moderna), o a no mucho tardar nos acabaremos pillando los dedos. ¿Qué podemos decir sobre esta importante cuestión?
En los animales actuales, las principales diferencias funcionales entre unos genes Hox y otros son de afinidad por los genes downstream. Expresémoslo con más exactitud: las proteínas Hox se pegan (en gran medida) a los mismos genes downstream, pero unas se pegan con más fuerza y otras con menos. Hay un enjambre de datos bioquímicos que apuntan hacia esta conclusión, pero la demostración más elegante de este fenómeno fue producto de una colaboración establecida a finales de los años ochenta entre los laboratorios de Gary Struhl, de la Universidad de Columbia en Nueva York, y de Ginés Morata en Madrid. Como hemos dicho, los genes de la fila Hox se activan en una pauta arquetípica a lo largo del eje anteroposterior, respetando la colinearidad entre el orden de los genes en la fila y la zona del cuerpo en que se activan, de cabeza a cola. Los dos laboratorios mencionados empezaron a manipular los genes en la mosca Drosophila para alterar esas pautas de activación, y descubrieron un principio sorprendente (figura 9.2).
Cuando dos genes Hox se activan (artificialmente) en la misma zona del cuerpo, el único que parece funcionar es el más posterior. Por ejemplo, Ultrabithorax se activa normalmente en el primer segmento abdominal, y Abdominal-A lo hace en el segundo segmento abdominal. Pues bien, si provocamos artificialmente que los dos genes se activen en ambos segmentos, obtenemos dos segundos segmentos abdominales. En el primero, donde normalmente sólo está activo Ultrabithorax, la activación anormal de Abdominal-A impone su lógica y fabrica una cosa que tiene la forma exacta del segundo segmento abdominal, en lugar del primero. Sin embargo, en el segundo segmento abdominal, donde siempre está activo Abdominal-A, la activación anormal de Ultrabithorax no tiene el menor efecto: el segundo segmento abdominal forma una cosa con la forma exacta… del segundo segmento abdominal. La presencia simultánea de las dos proteínas Hox se resuelve siempre a favor de Abdominal-A, el gen más posterior en la fila. La conclusión es universal: siempre que dos proteínas Hox coinciden en la misma zona del cuerpo, la proteína más posterior se lleva el gato al agua e impone su lógica. Morata llamó a este efecto supresión fenotípica, pero no se preocupen por eso, porque es muy raro que un término inventado por un científico español acabe llegando a los libros de texto (a veces piensa uno que por fortuna).
FIGURA 9.2 La supresión fenotípica es la demostración más elegante de que los genes de la fila Hox comparten en gran medida las mismas haterías de genes downstream. Aquí se ilustra la supresión fenotípica en tres segmentas de la larva de Drosophila: el tercer segmento torácico (T3), el primer segmento abdominal (A1) y el segundo (A2). El gen Hox posterior (Abdominal-A, Abd-A) gana al anterior (Ultrabithorax, Ubx) en la competición por los mismos genes downstream.
¿Qué nos está diciendo el sorprendente principio de la supresión fenotípica? Pues lo que les prometí antes: que los genes downstream son esencialmente los mismos para todos los genes Hox, y que la diferencia esencial entre una proteína Hox y otra es la afinidad relativa por esos genes downstream. Cuanto más posterior es un gen Hox, más afinidad tiene (su proteína) por la hatería compartida de genes downstream o realizadores. Ahora se explica que las duplicaciones sucesivas de los genes Hox que dieron lugar a Urbilateria divergieran con tal facilidad para generar una fila de genes Hox funcionalmente diferentes: casi cualquier pequeño cambio, posiblemente una sola letra del ADN que diera lugar a un solo cambio de aminoácido en la proteína Hox duplicada, podía valer para alterar significativamente su afinidad por los genes downstream.
¿He dicho «alterar»? Déjenme ser más preciso: los cambios que se impusieron en cada nueva duplicación tuvieron casi siempre el efecto de aumentar la afinidad respecto a la situación anterior (y digo «anterior» tanto el sentido temporal como en el espacial de esta palabra). Si miramos con atención el árbol genealógico de Brigitte Galliot veremos que el gen Zen (posición 3, baja afinidad) dio lugar por duplicación y divergencia a un gen más posterior (posiciones 4/5, afinidad algo más alta), que a su vez dio lugar a otro gen más posterior (posiciones 6/7/8, afinidad aún más alta), etcétera. Este proceso, por muy rápido que ocurriera, posee un inequívoco aire darwinista (aunque no aplicado a los organismos, sino a los genes): una vez duplicado un gen Hox, las únicas mutaciones que prosperaron en la copia fueron las que aumentaban un poco la afinidad por los genes realizadores compartidos. Esto huele a Darwin que apesta. Presumiblemente, la mayoría de las mutaciones en la copia tenían más bien el efecto contrario, el de reducir la afinidad por los downstream (es mucho más fácil empeorar una situación que mejorarla), pero estas mutaciones no prosperaron porque no aportaban nada útil. Sólo las mutaciones que aumentaban la afinidad prosperaron en cada paso. Tiene gracia: hemos descubierto a Darwin en el mismo corazón del proceso explosivo que dio origen a Urbilateria, uno de los acontecimientos evolutivos más reacios a aceptar una explicación darwiniana de cuantos han acontecido en la historia de la vida.
Nos queda por explicar un aspecto crucial. Si los genes realizadores de Urbilateria eran esencialmente los mismos en muchas zonas del cuerpo, y si la diferencia entre los recién creados genes Hox era sólo de afinidad por los genes realizadores, ¿tenía Urbilateria un auténtico repertorio de diferentes estructuras a lo largo del cuerpo? ¿O era poco más que una lombriz segmentada capaz de aburrir a una oveja que la recorriera de cabeza a cola? Dan ganas de pensar lo segundo, pero debemos refrenarnos un poco. Hemos repetido machaconamente que Urbilateria es, por definición, el último antecesor común de los distintos linajes de animales bilaterales (artrópodos, moluscos, vertebrados, etcétera), y por lo tanto debía poseer ya las propiedades complejas que esos linajes comparten en la actualidad. La convergencia evolutiva puede explicar que los pájaros y los murciélagos hayan inventado independientemente unas alas similares en apariencia y función, pero no que todos los animales compartamos una lógica tan básica, profunda y abstracta como la de la fila Hox. Pues bien, recordemos que los animales no sólo compartimos la fila Hox, sino que todos la usamos para lo mismo: ordenar nuestras distintas estructuras a lo largo del eje del cuerpo. Si Urbilateria no tuviera más que un metamerismo repetitivo y aburrido), el uso de la fila Hox para ordenar estructuras diferentes en un eje sería una genialidad inventada después por cada linaje bilateral, y tendría que haberse inventado independientemente en los artrópodos, los moluscos, los vertebrados, etcétera. Habría que ejecutar verdaderas contorsiones teóricas para justificar una hipótesis tan extravagante, lo más sensato es suponer que Urbilateria utilizaba ya su fila Hox para ordenar estructuras distintas a lo largo de su eje anteroposterior, y que todos los animales han heredado de él esa estrategia tan eficaz. De ahí el problema al que nos enfrentamos ahora.
Ésta es una paradoja difícil de resolver en el momento actual, pero creo que al menos podemos demostrar que no se trata de un problema insalvable. Supongamos que la proteína Hox original tenía, por decir un número, cien genes downstream. Su afinidad por todos ellos no sería exactamente la misma, por supuesto. Las regiones reguladoras de los genes downstream están hechas de letras de ADN, y un cambio de una sola letra puede tener efectos notables en la avidez con que la proteína Hox se pega a la región reguladora (esto no es una hipótesis conveniente, sino un hecho comprobado). Añadamos que las proteínas Hox no están solas en el mundo. En cada célula hay muchas proteínas que se pegan al ADN, y muchas de ellas compiten por los mismos sitios reguladores en el ADN. Nos basta con una de ellas: una sola proteína, tal vez vagamente similar a la propia proteína Hox original, que compite con ésta por los genes downstream. Llamémosla proteína Bill Gates.
Ahora ejecutemos la explosión de duplicaciones y divergencias que crean la fila Hox de Urbilateria, y añadamos que la proteína Bill Gates está por todas partes, indiferente a los acontecimientos evolutivos que la rodean. La proteína Hox más posterior tiene (como vimos antes) una afinidad muy alta por los genes downstream y se pega a todos ellos sin problemas. Bill Gates está ahí también, pero no tiene nada que hacer. Las proteínas Hox centrales, de afinidad intermedia, pierden con Bill Gates en la batalla por algunos genes downstream (aquéllos menos afines a la proteína Hox original), aunque ganan en muchos otros casos. Cuanto más anterior la proteína Hox, más genes dowstream entrega a la avidez ciega de Bill Gates. Es una mera hipótesis, pero demuestra que no hay ningún argumento de principio contra la idea de que Urbilateria disponía ya de una variada gama de estructuras a lo largo de su eje anteroposterior. Aunque los cien genes downstream fueran exactamente los mismos para todos los genes Hox de Urbilateria, el subconjunto de genes downstream activos en cada zona del cuerpo podría perfectamente ser distinto. La hipótesis concreta que acabamos de ver predice que ese subconjunto sería mayor cuanto más atrás en el cuerpo, pero es obvio que hay otras formas de organizar el modelo.
Apurando, podemos incluso sugerirle a la doctora Arroway un candidato a gen Bill Gates, por si fuera de utilidad en Mongo. En Drosophila, Bill Gates se llama extradenticles (en otros animales recibe otros nombres, pero es esencialmente el mismo gen). El gen extradenticles está activo por igual en todo el cuerpo. No es un miembro de la fila Hox, pero tiene cierta relación familiar con éstos, y seguramente puede competir con ellos por los genes downstream. Y lo que es más importante: si se inactiva experimentalmente extradenticles, todos los genes Hox parecen volverse locos y ya no saben distinguir bien las propiedades específicas de cada uno, con desastrosos resultados para el embrión. En ausencia de un competidor, incluso las proteínas Hox con menos afinidad por los genes downstream logran pegarse a todos ellos. Insisto en que esto no es más que una idea.
Por lo que a mí respecta, sin embargo, Urbilateria ya puede salir nadando por las profundidades de los océanos precámbricos. Transmítalo a Mongo, doctora Arroway.