FIDELIDAD

Una de las principales reglas para una pareja es la de la exclusividad sexual. En muchas sociedades, ella no siempre está determinada por ideales morales, religiosos o culturales, sino más bien por la necesidad de establecer una pauta clara de herencia que permita que sólo los hijos genéticos hereden. Éste es un tema de la mayor importancia en los argumentos de las telenovelas, en las que siempre hay un hijo no reconocido que aparecerá en el capítulo final para quedarse con una enorme fortuna.

Pero la mayoría de las personas es infiel a su pareja: según recientes encuestas, el 60% de los entrevistados tuvo aventuras extramatrimoniales alguna vez, y sólo el 40% restante las tuvo más de una vez. Peor aún: cerca del 17% ha tenido aventuras intramatrimoniales.

Es posible, pues, que el hombre lleve en sus genes la tendencia a la infidelidad. Para que no lo siga haciendo, sería cuestión de agarrar al esposo infiel por los genes.

Una de las hipótesis que se utilizan para analizar la recurrente infidelidad conyugal es la de que el ser humano es un animal —cosa que es fácil ver al conducir un automóvil— y que casi todo animal es promiscuo; es decir, que se va por ahí con la primera animala que pasa. Está demostrado que los perros se acuestan con cualquier perra, las pájaras piensan que más vale mil pájaros en mano que un pájaro volando y que los patos son clientes asiduos de las casas de patas, o patíbulos. La fidelidad es asunto de pocas especies. Se dice que los cisnes son rabiosamente fieles. Pero… ¿y la historia de Leda, que tenía amores con un cisne? ¿A quién, entonces, le era fiel el cisne: a Leda o a la cisna?

La filosofía popular se ha encargado de atribuir desde siempre esta condición adúltera al animal. Por eso se habla de que una mujer le «pone los cuernos» a su esposo, pero nunca se dice, por ejemplo, que un venado «le pone el sombrero» a la venada.

Sobre la infidelidad abundan las preguntas difíciles, pero es preciso abordarlas.

¿Es cierto que la mayoría de los maridos tiene una aventura provocada por la llamada «comezón del séptimo año»? Sí, es cierto, aunque ya la comezón del séptimo año se cura fácilmente con la aplicación de una pomada dérmica a partir del quinto.

¿Es verdad que el temor de una aventura puede llegar a afectar la salud? Lo es. La infidelidad genera celos, y los celos pueden llegar a convertirse en una enfermedad que marchita la lozanía de la piel: la celolitis.

Pero conviene decir que los celos son un fenómeno cultural. Para los chinos, por ejemplo, el celo no es nada más que un número. A su turno, los habitantes de países nórdicos son muy liberales. Por ejemplo, Olof sale con Astrid que sale con Sven que a su vez sale con Harriet y Liv, que salen con Ingmar, Edvar y Peter, y todos son felices y no sienten nada de celos. Cuando un nórdico quiere provocar celos en su pareja, en lugar de salir con otra persona se queda solo.

Una pregunta más que surge sobre este tema es si la infidelidad existe apenas con actos tangibles o si se puede ser infiel con el deseo. En realidad, para muchas personas la infidelidad es con actos no sólo tangibles sino prolongados y repetidos. Pero también hay infidelidad de la otra: es igualmente infiel el que desea tener esos actos. La ventaja de estos últimos es que resulta más difícil que a uno lo pillen. Además permite tener aventuras con estrellas de cine, modelos y deportistas sin tener que gastar un duro en salidas.

De todos modos, hubo épocas en el mundo en que la fidelidad era un valor mucho más apreciado que ahora, y el adulterio una falta más perseguida. Ya se sabe que las Cruzadas se emprendieron justamente para perseguir a los infieles.

Lamentablemente, el ser humano no deja de ser promiscuo, ni siquiera en una epopeya tan noble como las Cruzadas. Así, cuando los maridos salían a perseguir infieles a caballo durante largos meses, las esposas terminaban acostándose con el vecino.

Es que los genes no creen en cruzadas sino en entrecruces.