29

De inmediato, convocaron una reunión para el día siguiente. Reuben se había ofrecido a llevar a Kerensa en helicóptero, pero ella rechazó la oferta.

—En fin, ¡pues eres tonta! —exclamó Polly—. A mí me habría encantado montar en helicóptero. Creo que deberíamos pasar el resto de la vida dando vueltas en el helicóptero de Reuben.

Se abrazaron en el patio del pub.

—¡Vamos a casarnos! —chilló Kerensa. De un tiempo a esa parte, cada vez que hablaban, pensó Polly, su amiga parecía a punto de estallar. Reuben debía de estar pegándole sus manías—. ¡Vamos a casarnos! ¡AHHHH!

Polly se acercó a la barra y pidió champán. Andy no estaba seguro de si tenían, pero al final encontró una botella en el fondo del frigorífico.

—¿Desde cuándo mi colega arruinada pide champán? —preguntó Kerensa con el ceño fruncido.

—¡TACHÁN! —exclamó Polly con una sonrisa—. No eres la única con novedades.

El correo había llegado esa mañana (el cartero siempre entraba en la panadería para dejarlo). Jayden nunca había recibido una carta y siempre se quedaba fascinado por lo que llegaba, aunque normalmente eran facturas de harina y mucha documentación bancaria. Ese día había un enorme sobre de papel de estraza con el sello de No Doblar, a nombre de Polly, con la dirección escrita a mano. Reconoció la preciosa caligrafía, se sacudió la harina de las manos y la abrió, desconcertada.

Con cuidado, sacó el contenido y luego jadeó. Era una pintura: un cuadro muy cuidado y fiel a la panadería, con los mástiles y las velas de fondo, el pan en el escaparate y una diminuta figura que la representaba a ella en el interior. Era asombroso.

—¡Chris! —exclamó Polly, encantada.

—¿El tío que estaba tan enfurruñado? —preguntó Jayden, que miró el cuadro con los ojos entornados—. Es BUENO que te cagas —añadió con voz sincera—. Ojalá yo pudiera hacer algo así.

—¿A que sí? —replicó Polly, con el corazón henchido—. Llevaba mucho tiempo sin hacer algo así. Ah, qué detallazo. —Llevaba una nota adjunta. Polly la leyó y se llevó una mano a los labios—. ¡Madre del amor hermoso! —gritó—. ¡Madre del amor hermoso! ¡Hemos vendido el apartamento! ¡Lo hemos vendido! Y por la cantidad adecuada… ¡Hemos saldado todas las deudas! ¡Madre del amor hermoso, van a levantar el embargo! ¡YUJU!

Y puso la radio a todo volumen y comenzó a bailar alrededor del mostrador con Jayden, que se sumó encantado. Neil comenzó a graznar y a dar saltitos para no ser menos.

—No sé qué quieres decir con todo eso —dijo Jayden—. Pero suena bien.

—¡Es GENIAL! —le aseguró Polly—. Madre del amor hermoso. ¡Soy libre! ¡Soy libre! ¡Tengo dinero! Puedo… —Se puso seria—. ¡Anda! Podría mudarme.

Jayden la miró.

—¿Por qué ibas a mudarte?

—Vaya si has cambiado de parecer —se burló Polly—, pues claro que no me voy a ir de Mount Polbearne. Me refiero al piso. Madre mía. Podría comprar el negocio a la señora Manse. O podría arreglar el tejado. Podría… —Miró el papel una vez más—. Vale, no me da para tanto. Pero… ¡AY!

Y ese era el motivo de que sacara el dinero de la lata de las monedas para comprar champán. Además, Polly demostró su generosidad al dar el cuadro a los agradables hombres del restaurante, que lo vendieron casi enseguida por una fortuna y que le pidieron más, que también se vendieron. Al final, se quedó con el décimo, antes de que alcanzara un precio tan exorbitante que no pudiera permitírselo.

—Bueno —dijo Polly mientras se sentaba a la mesa que ocupaban en el patio, incapaz de perder la sonrisa.

Kerensa la había abrazado y le había dicho que era maravilloso y que nadie creería que era el mismo guiñapo humano que había sido seis meses atrás, a lo que Polly respondió poniendo los ojos en blanco y diciéndole que no había estado tan mal; a lo que Kerensa replicó que no, que de acuerdo, que se había portado como una valiente y que había estado más contenta que unas castañuelas, tras lo cual ambas se doblaron de la risa.

—Bueno, ¿qué me dices del tío al que odiabas? —preguntó Polly.

—Eso fue antes de que me acostara con él —respondió Kerensa—. Joder…

—Vale, vale, no me digas más —le pidió Polly—. No sigas por ahí con alguien que no va a volver a acostarse con nadie y que se va a conformar con ser una empresaria de éxito. ¡Felicidades!

—¡Lo sé! —exclamó Kerensa—. Va a ser genial. Vamos a tener el bodorrio más alucinante del mundo.

—Ja —dijo Polly—. Empiezas a hablar como él.

—Nos parecemos en muchas cosas —reconoció Kerensa—. Pero él es irritante y yo no.

Polly sonrió.

—Y tienes que ser mi dama de honor —continuó Kerensa, tras lo cual bebió un sorbo de champán.

—Soy DEMASIADO vieja para eso.

—Tonterías. Tienes que serlo. Además, tengo que tener como un millón de damas de honor. Nos vamos a casar en Estados Unidos.

—¡Anda ya!

—Ya te digo. La familia de Reuben tiene una propiedad enorme en Cape Cod, junto al mar, que al parecer es preciosa. —Intentó decirlo como si no fuera algo extraordinario, pero ninguna de las dos consiguió aguantarse y acabaron dobladas de la risa de nuevo.

Como si el ruido de la botella de champán al descorcharse fuera un imán para ella, apareció la pija de Samantha en el patio del pub y se les acercó, pero se detuvo a unos metros cuando el sol se posó sobre el enorme y ridículo anillo de compromiso que llevaba Kerensa y cegó a todos los presentes.

—¡AY, POR EL AMOR DE DIOS! —exclamó ella—. ¡NOVEDADES!

—Y hay varias —dijo Polly—. ¿Quieres una copa con burbujitas o también estás embarazada?

Samantha se acercó a ellas sin pérdida de tiempo y bombardeó a Kerensa con preguntas sobre la extensión de la propiedad de Cape Cod, el número de invitados y las opciones del menú. Después, se quedó callada, colocó las manos en su diminuto regazo (su anillo de compromiso era un buen pedrusco, pero nada que ver con el de Kerensa, que podría calificarse como arma) y suspiró.

—¿Sabes? Creo que ninguno de nuestros amigos ha asistido a una boda parecida.

Polly y Kerensa se miraron.

—Pues claro que podéis venir —dijo Kerensa.

Samantha soltó un gritito de placer.

—Por supuesto, debes saber que Reuben insiste en que la boda tenga como tema La guerra de las galaxias…

Las chicas se fueron del pub bastante tarde y achispadas, y fueron al puerto, donde los pescadores estaban armando un escándalo. Polly los miró. Dave sujetaba un pez gigantesco y tenía la cara colorada de placer.

—¿Lo has atrapado tú? —le preguntó Polly.

Dave sonreía de oreja a oreja. El pescado era tan grande como su torso.

—El primer bacalao grande que he visto por estas aguas en unos cuantos años —afirmó Archie—. Supongo que las cuotas de pesca están funcionando.

—Y Dave lo ha pescado —repuso Polly, que intentó que no se le notara la nota incrédula.

—Estás de broma, ¿no? El chico es un pescador nato. No le tiene miedo a nada, te lo digo yo.

Dave seguía sonriendo de oreja a oreja. Jayden salió de la panadería para hacer una foto.

—Me encanta pescar —le dijo Dave—. No sé cómo has podido dejarlo.

Jayden se limpió los dedos en el delantal blanco. Ya empezaba a asomar una barriga que delataba su cambio de profesión, una barriga que prometía convertirse en inmensa con el paso de los años. Jayden, siendo como era, no tenía malicia.

—Me alegro por ti —replicó—. ¿Vas a vendérselo al puesto de patatas y pescado frito de Andy? —les ordenó que se pegaran todos para hacer una foto de grupo—. Deberíamos ponerlo en su escaparate —dijo—. Para que todo el mundo que vaya crea que su bacalao es de ese pez.

—Y que pueda subir todavía más los precios… —masculló alguien.

Andy no había tardado en aprovecharse de la llegada de turistas, sobre todo con la temporada alta. Pero sus patatas y su pescado seguían estando tan calientes, tan salados y tan fritos como de costumbre, y los trozos de pescado eran generosos y de buena calidad, con muchas porciones en el cartucho, así que a nadie le importaba demasiado.

Kerensa y Polly se pasaron por la freiduría en busca de patatas y de Fanta, tal como acostumbraban a hacer, y después se sentaron en la muralla del puerto, con las piernas colgando.

—¿No te has puesto a dieta para la boda? —la pinchó Polly.

—A la mierda la dieta —contestó Kerensa—. Además, a saber qué me voy a poner.