6
Polly descubrió que a las cinco de la tarde era más fácil fingir una actitud positiva que a primeras horas de la madrugada. Se había despertado, congelada, y le había costado mucho trabajo dormirse de nuevo, impedir que los pensamientos negativos la invadieran otra vez.
Y el piso estaba helado. Además de la estufa de leña, que no sabía muy bien cómo utilizar, había otra estufa totalmente negra y de aspecto peligroso. Así que había encendido esa y después, por ridículo que pareciera, había ido a comprobar el contador de la luz, que, efectivamente, giraba como un loco a la velocidad de la luz. Tras ponerse un jersey encima del pijama mientras deseaba no haber guardado la bata con el resto de sus pertenencias, porque ¿en qué estaba pensando cuándo decidió hacerlo?, se metió debajo del edredón de plumas ligero, que en el pasado fue perfecto para un apartamento moderno y pequeño, con calefacción central, pero que no era en absoluto adecuado en ese lugar, con el viento que se colaba por los agujeros que aún quedaban en el tejado y el rugido de las olas en el exterior. Recordó con anhelo el edredón de plumas grueso que guardaba para las visitas o, en los últimos tiempos, para usarlo ella misma las noches que dormían separados porque Chris no paraba de dar vueltas.
Los ruidos extraños la desquiciaban. En un momento dado, se quedó dormida y soñó que se había caído por un agujero y que el agua le mojaba los pies. Que algo la arrastraba hacia el agua. De repente, escuchó un estruendo y un grito.
Completamente desorientada, se incorporó al instante mientras el corazón le latía a mil en el pecho. ¿Dónde estaba? ¿Qué había sido ese ruido? ¿Dónde estaba Chris? ¡Por Dios! Alguien había entrado en la casa. Habían corrido las noticias de que una mujer sola se había mudado al pueblo, a una casa que ni siquiera era segura. Había entrado un grupo de gente. Era un pueblo habitado por locos, donde sacrificaban a la gente y…
Poco a poco se calmó lo suficiente como para coger el móvil y mirar la pantalla. Soltó un taco al ver la hora. Las 2.30 de la madrugada. El piso era un congelador y estaba a oscuras. Las luces del puerto eran escasas y estaban muy espaciadas entre sí. Más allá solo existía la oscuridad más absoluta. De repente, vio una luz muy brillante por debajo de la puerta del dormitorio y estuvo a punto de soltar un chillido hasta que comprendió que debía de tratarse de la luz del faro, que entraba a través de las ventanas de la fachada. Se percató de que estaba tiritando y se cubrió con el edredón. Todavía no tenía una lámpara para la mesita de noche. Tendría que moverse por la habitación a oscuras. O a lo mejor podía aprovechar la luz del faro cuando volviera a aparecer. Aguzó el oído, pero no escuchó nada. Debía de haberse tratado de una pesadilla. Un pesadilla, nada más, algo relacionado con el faro…
En esa ocasión, el grito se escuchó más cerca.
—¡MIERDAMIERDAMIERDAMIERDA! —exclamó en voz baja, luchando contra el impulso de meter la cabeza debajo del edredón.
El corazón le latía tan fuerte que parecía estar a punto de salírsele del pecho. Comprendió que era poco probable que un grupo de habitantes del pueblo entrara gritando en su casa, pero eso no la ayudó. ¿Qué había dicho el pescador sobre los fantasmas?
—Ho… Hola —dijo, dirigiéndose a la oscuridad.
Escuchó una especie de gemido.
«Ay, Dios».
A lo mejor se había producido alguna clase de accidente fuera. Tal vez habían arrojado a alguien de un coche, ¿a un niño quizá? Cogió el móvil y esperó hasta que la luz del faro pasó de nuevo por la fachada, momento en el que atravesó el dormitorio para pulsar el interruptor de la luz. Al hacerlo se sintió un poco más tranquila, pero solo hasta que escuchó el siguiente grito.
—Vale, vale, ya voy —dijo mientras se ponía otro jersey.
¿Por qué no había llevado una linterna? Porque, cuanto más lo pensaba, más segura estaba de que el sonido procedía de la planta baja. De la tienda oscura y polvorienta de la planta baja. Se preguntó dónde estaba la entrada y después recordó una puerta situada junto a la escalera. Aunque estaría cerrada. Seguramente debería llamar a la policía. Sí, eso iba a hacer.
El grito que se escuchó a continuación fue un lamento tan desolado que se armó de valor y echó a andar hacia la puerta. Lance le había dado un buen manojo de llaves. Cuando le preguntó que por qué necesitaba tantas, el hombre se encogió de hombros y le dijo que no lo sabía, que él solo era un empleado en prácticas, de modo que Polly se dispuso a buscar la correcta.
Dio con ella al segundo intento. Empujó la puerta, antigua y combada, y logró abrirla. Contuvo el aliento mientras dejaba que se abriera del todo. Se percató de que estaba temblando.
—¿Hola?
No obtuvo respuesta, pero sí escuchó que algo se movía.
—¿Hola? —repitió.
Miró a la derecha. A través de una de las ventanas rotas de la tienda, se filtraba la luz. Mientras dejaba que sus ojos se adaptaran a la oscuridad, se le ocurrió que tal vez fuera un perro o un gato. O un trol o un zombi, añadió su subconsciente. Ordenó a su subconsciente que se callara.
—¡Hola!
Esperaba que no fuera algo que pudiera darle un mordisco. Porque no podía esperar a que llegara la policía mientras había un animal herido. Además, supuso que no habría ninguna comisaría por allí cerca. Tomó una honda bocanada de aire y entró en la tienda.
Percibió el olor mohoso, polvoriento y cargado de un lugar abandonado. Vislumbró siluetas grandes, algo que debían de ser mostradores y lo que parecían unos hornos grandes en un rincón. Escuchó que algo parecía arrastrarse, pero ningún grito más.
—No pasa nada, no pasa nada —dijo, escudriñando entre las sombras, aterrorizada de lo que podría encontrar—. Solo soy yo —añadió, algo que era una completa tontería dadas las circunstancias.
Si se trataba de una gigantesca araña mutante con cientos de arañitas, por ejemplo, tendría que pisarlas todas, así que decir «Solo soy yo» no servía para mucho.
Por fin, al llegar casi a la parte delantera, detrás de una vitrina de cristal, escuchó de nuevo el sonido. Contuvo el aliento y se agachó.
—¡Oh! —exclamó—. Madre mía.
En el rincón se encontraba un pájaro diminuto con plumas blancas y negras, y el pico naranja y amarillo. Mientras Polly se agachaba a su lado, el animal soltó otro grito ensordecedor. Era un ruido increíble teniendo en cuenta que procedía de una criatura tan pequeña.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó. Percibía los temblores que sacudían al animal mientras extendía los brazos de la forma menos amenazadora posible—. Tranquilo, tranquilo.
Gracias a la luz que entraba por la ventana, vio que tenía un ala totalmente torcida. Parecía rota. Se preguntó qué habría sucedido y después comprendió que seguramente se habría estrellado contra el cristal al volar en la oscuridad y que el cristal era tan frágil que se había roto con el impacto. Seguramente el pobre también tenía un buen golpe en la cabeza.
—Ven aquí, ven aquí.
El pájaro intentó alejarse volando, pero soltó un grito de dolor y se quedó quieto. Polly cogió a la pobre criatura con mucho cuidado mientras susurraba palabras de aliento. Por un instante, se preguntó preocupada si el animal podía sufrir un infarto, porque sentía que el corazón le latía frenético en el pecho.
—No pasa nada, no pasa nada —dijo—. Si te digo la verdad, yo estaba mucho más asustada que tú.
Miró a la diminuta criatura.
—Bueno, a lo mejor no tanto como tú, pero casi.
Miró hacia la ventana. El cristal tendría que esperar. Al día siguiente, taparía el agujero con un cartón, o se lo comentaría a la inmobiliaria. De repente, se sintió aliviada por no haber llamado a la policía. Explicar que tenía a un pobre pájaro herido en las manos no habría acabado muy bien.
—Bueno —dijo mientras lo observaba—. No sé mucho sobre frailecillos. En realidad, no sé nada de nada sobre frailecillos. Ni siquiera sabía que podíais volar. Pero creo que será mejor que te vengas conmigo arriba.
En comparación con la solitaria y escalofriante tienda, la planta alta, con las luces encendidas, y la cama y el sofá tan familiares, parecía casi hogareña. Puso el agua a hervir en la tetera por costumbre, ya que a esas alturas no tenía ni pizca de sueño, y cubrió la ventana delantera con una sábana para bloquear la luz del faro que no paraba de girar. Después, envolvió al frailecillo en una toalla. Su plumaje era espeso y suave. Debía de ser una cría. Acto seguido, buscó en Google «Cómo curar un ala rota». Al parecer, lo ideal era usar esparadrapo de papel, pero puesto que solo tenía cinta adhesiva tras la mudanza, se apañaría con ella. El pájaro había cejado en sus intentos por liberarse, y la miraba con esos ojos tan negros.
Después de inmovilizarle el ala pegándosela al cuerpo, hizo unos agujeros a una de las cajas que había usado en la mudanza.
—Aquí tienes una cama —dijo—. Una camita toda para ti.
La página web también sugería que se alimentaran con comida de gato, pero tampoco tenía, aunque sí que tenía una lata de atún en la caja de las provisiones por si le surgía alguna emergencia. Colocó frente al pájaro un platito con atún y otro con agua. El animal intentó caminar para inspeccionarlos, pero no tardó en caerse de bruces.
Polly lo enderezó con delicadeza. El frailecillo miró los dos platos y después la miró a ella, temeroso. Polly se descubrió diciendo:
—No pasa nada, tranquilo.
Acto seguido, el pájaro empezó a picotear el atún. Polly se descubrió sonriendo mientras lo observaba comer, más bien por el alivio de que la cosa hubiera quedado en un susto, teniendo en cuenta todo lo malo que podía suceder por la noche.
—Vale —dijo una vez que el pájaro se cansó de comer—. Supongo que esta noche serás mi compañero de piso.
Al día siguiente lo llevaría al veterinario, seguro que había algún lugar donde se ocuparan de ese tipo de cosas, pero de momento lo metería en la caja. Extendió la toalla.
—Pájaro —le dijo—, es como si llevaras un pañal, ¿verdad? Y nada de saltar en el sofá.
Y colocó la caja sobre él. Aunque esperaba que el animal protestara, no lo hizo. Tal vez le pareciera una especie de nido. En vez de protestar, el pájaro se removió un poco y después se quedó muy quieto.
Polly volvió a la cama, con el edredón doblado a la mitad para que la abrigara más, y el resto de las toallas encima de este. Para su sorpresa, se quedó dormida de inmediato y no se despertó hasta que las gaviotas empezaron a graznar, anunciando el regreso de los barcos pesqueros al amanecer de un reluciente y soleado día de abril.