21

De vuelta en el piso, Polly se sentó de nuevo y entró en calor gracias a la manta con la que se cubrió. «Dios, ¿dónde estaban?», se preguntó. Una parte de su cabeza le decía que era imposible que sobrevivieran otra noche allí fuera, otra noche como esa. Intentó imaginárselos a todos muertos; sus preocupaciones y su energía reducidas a la nada. La idea de que hubieran desaparecido le resultaba rara, chocante. Llevaba allí menos de cuatro meses y ya formaban parte de su vida.

Alrededor de las cinco debió de quedarse dormida otra vez, porque, cuando se despertó, lo hizo por culpa de un ruido tremendo y el sol entraba por la ventana.

Escuchó un golpe. Y otro. Polly dio un respingo. ¿Qué leches? ¿Qué estaba pasando? Su primera idea fue que el enorme barco se estaba resquebrajando en el mar, despedazado por las olas. Pero el ruido se escuchaba más cerca de casa. Después se le ocurrió que eran los pescadores, que hambrientos y a salvo, intentaban echar la puerta abajo. O tal vez, sugirió su lado más oscuro, se habían ahogado y habían vuelto para golpear los cristales de las ventanas…

Puso los ojos como platos por el chute de adrenalina que le provocó el pánico.

Tardó un momento en concentrarse mientras la luz del amanecer inundaba la habitación. Escuchó de nuevo ese ruido. Miró por la ventana y jadeó.

Fuera, un pajarillo negro de pico naranja intentaba llamar su atención por todos los medios.

Se apresuró a abrir la ventana. Era imposible. Era totalmente imposible. Pero allí estaba, en la patita (muy sucia y cubierta con solo Dios sabía qué tras lo que había sido a todas luces un largo viaje) estaba la chapita de plástico con las palabras «Miel de Huckle».

—¡NEIL! —exclamó mientras levantaba la hoja de la ventana y el frailecillo se lanzaba a sus brazos—. ¡NEIL!

El pajarillo agitó las alas, contento, y comenzó a piar. Polly se lo comió a besos. Olía un poco a aceite y a pescado, pero era lo mejor que había olido en la vida, pensó mientras derramaba lágrimas sobre su cabecita emplumada. Neil aguantó los arrumacos un rato bastante largo, frotando la cabeza contra su dedo, pero no dejaba de mirar la habitación.

—¿Tienes hambre? —preguntó Polly al darse cuenta—. Pues claro que sí. Has volado desde MUY lejos. Vamos.

La cena que no se había comido estaba en la parte superior del cubo de la basura, de modo que la sacó y la puso en un plato. Neil graznó, encantado, y se lanzó a por ella. En cuanto se hartó de comer y bebió agua de un platillo, comenzó a revolotear alegremente por el salón, como si estuviera reconociendo su territorio, aunque volvía de vez en cuando para picotear las migajas de pan.

—Me alegro muchísimo de verte —dijo Polly, incapaz de contener la sonrisa feliz cuando Neil se acercó a ella para posarse sobre su hombro, como el loro de un pirata—. Has adelgazado demasiado.

Le hizo cosquillas en la barriga.

—No comes los suficientes carbohidratos. Demasiadas algas y demasiado pescado. Será mejor para tu cerebro, pero has vuelto de todas maneras, ¿eh?

Kerensa apareció en la puerta, bostezando.

—¿Estás hablándole a un pájaro? ¿O sigo dormida? —preguntó.

—No es cualquier pájaro —respondió Polly—. ¡Mira! ¡Es mi pájaro! ¡Ha volado por todo el condado para volver conmigo! ¡Ha recorrido toda esa distancia! Neil, eres increíble. —Volvió a comérselo a besos.

—Esto… pues vale —repuso Kerensa, que retrocedió un poco. Echó un vistazo por la habitación—. ¿Alguna novedad?

Polly cogió el teléfono.

—No hay mensajes —contestó—. El sistema vuelve a funcionar. Pero no hay…

Toda la alegría al ver de nuevo a Neil se evaporó de repente. Agachó los hombros, derrotada.

—Ay, DIOS, Kerensa. ¡Ay, Dios!

—Voy a poner la tetera a calentar —se apresuró a decir Kerensa—. Una taza de té. Y algo para comer.

Polly se dejó caer en la silla y Neil empezó a piar y a dar saltitos sobre ella, preocupado. Sin embargo, mientras Kerensa ponía la tetera a calentar, escucharon un ruido. Un ruido raro procedente de la calle.

—¿Qué es eso?

Era el tañido de la campana de la iglesia medio en ruinas. Era la única pieza del campanario que seguía en pie. No repicaba, como Polly oía los domingos, cuando la gente acudía de los alrededores a ese lugar de culto que algunos decían que era anterior al cristianismo. No eran las campanas de boda ni el alegre tañido de la Pascua. Era un tañido grave y repetitivo, dong, dong, dong… Parecía fúnebre y triste.

—¿Qué es eso? —repitió Kerensa, que se olvidó del té.

Las dos se vistieron a toda prisa (Polly no recordaba haber visto a Kerensa sin peinar después de haberse levantado de la cama) y corrieron escaleras abajo, con Neil entre los brazos de Polly.

El resto del pueblo también se encontraba en el puerto, congregados todos, frotándose los ojos; algunos iban en pijama y otros se habían puesto la ropa sin mirar qué se echaban por encima. Apenas eran las seis de la mañana.

Al principio, no vieron nada. Después, poco a poco, una pequeña figura oscura apareció en el horizonte. Fue cogiendo velocidad hasta que por fin pudieron ver de qué se trataba.

—¡Joder! —exclamó Polly.

La gente empezó a murmurar.

El barco se mecía sobre las olas, que empezaban a brillar por la luz del sol.

—Es como si… como si estuvieran fardando —dijo Kerensa—. Mmm.

Y, cómo no, pudieron ver que se trataba del Riva conforme la embarcación se fue acercando.

—Pero volvieron a puerto anoche —dijo Polly.

—Te dejaron aquí anoche —puntualizó alguien, que evidentemente había estado allí—. Después, volvieron a zarpar.

—¿En medio de la oscuridad?

Como si quisiera contestarle, el Riva viró y pudieron ver el enorme foco colocado en la proa.

La lancha se acercaba cada vez más, dejando una estela de espuma a su paso. Por fin, la campana dejó de tocar su llanto plañidero y la lancha se detuvo con elegancia junto al muro de atraque. Reuben saludó alegremente con una mano desde el asiento del timonel mientras Polly, y todos los demás, comprobaba con nerviosismo el número de personas que había en la popa.

Sin contar la cabeza rubia de Huckle, había cuatro pasajeros.

Cuatro.

Sin embargo, el barco pesquero que partió de Mount Polbearne dos noches atrás había salido con cinco hombres a bordo.