3. Andrew Jackson

La segunda competición

Nadie dudaba de que la elección presidencial de 1828 sería una repetición de la de 1824. De hecho, fue una continuación de ésta, pues esa vieja batalla nunca se había detenido. Jackson estaba firmemente resuelto a invertir una elección que, estaba convencido, se la habían robado, y la campaña jacksoniana por la presidencia llenó el final del mandato de John Quincy Adams. En octubre de 1825, sólo siete meses después de que Adams asumiera su cargo, la legislatura de Tennessee ya había nombrado nuevamente a Jackson candidato a presidente, y éste renunció al Senado para concentrarse en su campaña.

Luego fue elegido para presentarse junto a él Calhoun, quien era el vicepresidente de Adams. Esto no era una traición, pues en 1824 Calhoun había figurado en la lista electoral de Jackson tanto como en la de Adams.

Los republicanos nacionales, que ahora constituían definidamente un partido separado, volvieron a nombrar candidato a Adams, por supuesto, y como candidato a la vicepresidencia eligieron a Richard Rush, que era secretario del Tesoro bajo Adams.

La gradual democratización del proceso de votación había eliminado barreras y aumentado el número de los capacitados para votar. Mientras que unos 350.000 votaron en 1824, más de 1.150.000 votarían en 1828, una expansión del derecho de voto de unas tres veces y cuarto. La era en que las elecciones estaban en manos de los hombres cultos y acomodados había terminado.

Esto significaba que los políticos tenían que rivalizar por los votos de la gente sencilla y sin educación; y esto, a su vez, implicaba que podían usarse provechosamente graves acusaciones, exageraciones y manifiestas mentiras.

Las elecciones de 1828 fueron las primeras en que se utilizaron las tácticas de campaña electoral sucias a las que Estados Unidos se ha acostumbrado desde entonces. Adams, por ejemplo, que fue uno de los hombres más honestos que hubo nunca en la vida pública, fue acusado de toda clase de corrupciones por hombres que sabían que mentían al hacer sus acusaciones.

Otro factor novedoso fue la aparición de un nuevo tipo de partido.

Hasta 1828, los partidos de Estados Unidos habían actuado sobre la base de alguna filosofía de líneas muy generales que atravesaba todo el espectro de las creencias y la actividad política. Había habido dos de esos partidos por vez, con conjuntos de ideas importantes, y opuestos: por ejemplo, el unionismo de los federalistas y los republicanos nacionales contra las creencias en los derechos de los Estados de los demócratas republicanos y los demócratas.

Pero en 1826 se creó un partido que se basaba en un solo punto estrecho, y por un tiempo creció con sorprendente velocidad. Surgió en relación con una organización llamada la masonería, que se reunía en secreto, confería cargos a sus miembros y efectuaba ritos misteriosos pero esencialmente inocuos.

Los orígenes de la masonería se remontan a tiempos medievales; se había destacado en las Islas Británicas a principios del siglo 18 y de allí se difundió por el resto de Europa y las colonias americanas. En 1734, por ejemplo, Benjamín Franklin fue elegido Gran Maestre de los masones de Filadelfia. Muchas de las figuras del período revolucionario, entre ellas George Washington, eran masones; tal vez hubo hasta tres docenas de ellos entre los Padres Fundadores.

La gran debilidad de la organización masónica era su secreto y el hecho de que sus miembros se complacían en esta clandestinidad y no ponían ninguna objeción a destacar su importancia sugiriendo toda clase de ritos y poderes misteriosos. Como resultado de ello, se hicieron sospechosos de metas y actividades sediciosas; y no se creía en sus negaciones a causa de su secreto. Así, en Europa, estaba difundida la creencia de que los masones se hallaban detrás de toda actividad revolucionaria.

En Estados Unidos también había vagas sospechas, y éstas hicieron crisis por la actividad de William Morgan (nacido en Culpeper County, Virginia, en 1774), un veterano de la batalla de Nueva Orleans que se había establecido en Batavia, Nueva York, en 1823. Había sido masón, pero anunció que había roto con la orden y estaba preparando un libro que exponía todos sus secretos.

El 12 de septiembre de 1826 desapareció, y hasta hoy nadie sabe con certeza qué le ocurrió. Por supuesto, inmediatamente circuló ampliamente el rumor de que los masones lo habían raptado y asesinado. Hubo una histeria general, especialmente cuando, unas semanas más tarde, se publicó la primera parte del libro de Morgan, que estaba lleno de espeluznantes detalles de las presuntas actividades conspirativas de los masones.

Cuando se empezó a investigar la cuestión, resultó que la mayoría de los funcionarios de Nueva York, incluido el mismo gobernador, eran masones. Surgió la cuestión de si no podía haber una nación dentro de la nación, un gobierno dentro del gobierno, si los masones no estaban gobernando secretamente a los Estados Unidos para sus propios fines misteriosos y ocultos.

Un periodista y político de Nueva York llamado Thurlow Weed (nacido en Green County, Nueva York, el 15 de noviembre de 1797) fundó un partido antimasón, que se expandió de Nueva York a los Estados vecinos. Era un partido sin principios ni intereses aparte de ser antimasón, y se declaró adversario de Jackson, pues también él era masón.

El Partido Antimasón fue el primero de los «terceros partidos» de Estados Unidos y también el primer partido «de un tema» (y en modo alguno iba a ser el último). En 1828 ya había alcanzado fuerza suficiente como para provocar el temor de que Jackson perdiera el Estado de Nueva York. Van Buren tuvo que presentarse él mismo para el cargo de gobernador y hacer una intensa campaña en el Estado para ponerlo a favor de Jackson.

Gracias a Van Buren, Jackson triunfó en Nueva York, pero la elección fue muy pareja, 140.000 frente a 135.000. En el conjunto de la nación, Jackson ganó en todo el Sur y el Oeste, y ganó por una buena mayoría: 650.000 a 500.000 por el voto popular, y 178 a 83 por el voto electoral. Los sucesos de 1824 fueron vengados.

El 4 de marzo de 1829 Jackson ocupó el cargo de séptimo presidente de Estados Unidos. También dominó el Congreso, pues el Vigésimo primer Congreso, que inició sus sesiones en 1829, era demócrata por 26 a 22 en el Senado y 139 a 74 en la Cámara de Representantes.

La democracia se expande

La investidura de Jackson marcó una fuerte ruptura en la tradición americana. Hasta entonces, la presidencia había sido ocupada por hombres de las clases superiores, criados en la culta tradición de las regiones costeras. En los cuarenta años transcurridos desde la aprobación de la Constitución, el cargo había sido ocupado por hombres de Virginia durante treinta y dos años y por hombres de Massachusetts durante ocho años.

Jackson era de Tennessee y sólo había recibido una instrucción general. Violento y rudo, era conocido como «el Viejo Nogal», para indicar que era duro y rugoso como la madera del nogal. Tenía gran confianza en el hombre común, lo cual significaba que abrigaba algunas sospechas con respecto a los hombres cultos. Mientras que los anteriores presidentes podían jactarse de su ascendencia familiar, Jackson había nacido en una cabaña de troncos; su éxito (y el crecimiento de la población votante entre los menos acomodados) hizo prácticamente obligatorio para los políticos jactarse de tener orígenes humildes y rechazar toda pretensión de educación y refinamiento. (La riqueza estaba muy bien en sí misma: los políticos podían ser ricos, mientras fueran toscos.)

De hecho, el desprecio de los demócratas jacksonianos por la educación era tal que los amargados republicanos nacionales simbolizaron al Partido Demócrata mediante un asno, y este símbolo ha subsistido hasta hoy.

Jackson fue el primer presidente colorido de Estados Unidos. Antes de él, los presidentes eran investidos en un solemne retiro; pero Jackson invitó al público a la Casa Blanca para celebrar su investidura y, en su entusiasmo, los hombres vociferantes y totalmente bebidos arruinaron todo el mobiliario.

Jackson tampoco mantuvo la solemnidad ni actuó solamente como grave ejecutor de las leyes aprobadas por el Congreso. Presentó activamente proyectos de las leyes que deseaba y no vaciló en vetar las leyes que no le gustaban; fue el primer presidente que constituyó el tipo de líder poderoso y activo al que nos hemos acostumbrado hasta hoy. Sabía que tenía al pueblo con él, y se apoyó en el pueblo contra el Congreso y hasta contra el Tribunal Supremo.

El gradual crecimiento de la democracia, que se mostró del modo más triunfal en el carácter del nuevo presidente, también se manifestó de otras maneras. Así llegaron a introducirse ideas radicales en la corriente americana de ideas.

Por ejemplo, un «Partido de los obreros» fue fundado en la ciudad de Nueva York por trabajadores en paro, en 1829, siguiendo un intento similar de Filadelfia del año anterior. Este partido no duró mucho ni logró nada, pero fue el primer intento de organizar a los obreros. También consiguió dar publicidad a ciertas ideas nuevas —como la creación de escuelas públicas gratuitas y la abolición de la prisión por deudas— que, si bien fueron consideradas ridículas por aquel entonces, con el tiempo llegarían a ser aceptadas.

Luego, también, la idea de abolición de la esclavitud y la extensión de las ideas americanas de libertad e igualdad a todos los hombres alcanzó un nuevo nivel de intensidad.

Antes del decenio de 1830, la palabra «abolicionista» era poco conocida, y quienes creían en el fin de la esclavitud eran amables filósofos y cuáqueros que se contentaban con razonar apaciblemente. Benjamín Lundy (un cuáquero nacido en Hardwick, Nueva Jersey, el 4 de enero de 1789) era un hombre semejante; había organizado la Sociedad Humanitaria de la Unión en 1815 y publicado un periódico antiesclavista que abogaba por la gradual emancipación de los negros y su retorno a África.

En 1829 conoció a William Lloyd Garrison (nacido en Newburyport, Massachusetts, el 12 de diciembre de 1805) y lo convirtió a su causa. Pero Garrison fue hasta el final. No quería la emancipación gradual, sino la inmediata y total libertad para los negros, quienes entonces se convertirían en americanos libres, iguales a los blancos en todo aspecto. Con él surgió la palabra «abolicionismo», a la par de un lenguaje impaciente, extremista y violento que hizo difícil para la causa ganar adeptos.

El 1 de enero de 1831 Garrison fundó The Liberator, que, en su mayor parte, fue financiado por negros libres. Aunque su circulación nunca pasó de los tres mil ejemplares, The Liberator se convirtió en el órgano más destacado del movimiento abolicionista en el país. No sólo se oponía a la esclavitud, sino también a la guerra, la masonería, la prisión por deudas y el consumo de alcohol y tabaco. Garrison denunció a las Iglesias como órganos del orden establecido; hasta se declaró por la igualdad de los sexos (mientras que la mayoría de los que deseaban liberar a los negros estaban totalmente en contra de todo intento de liberar a la mujer).

Garrison encarnaba todo lo que los Estados esclavistas odiaban y temían. Tampoco eran particularmente populares en los Estados libres él y otros abolicionistas. Pocos ciudadanos estaban preocupados por la esclavitud en otras partes, y casi nadie pensaba en dar la igualdad a los negros; mientras no hubiera esclavos (o negros) en su vecindad, estaban satisfechos. Para el habitante medio de los Estados libres, Garrison era un radical perturbador, por todas las causas que apoyaba ruidosamente, y no sólo por la antiesclavista. (El 21 de octubre de 1835 Garrison estuvo a punto de ser linchado por una muchedumbre en Boston; tuvo que ser encarcelado y escoltado temporalmente fuera de la ciudad para así proteger su vida.)

También surgieron nuevas ideas en temas religiosos. Así, Joseph Smith (nacido en Sharon, Vermont, el 23 de diciembre de 1805), quien pasó su juventud en el Nueva York occidental, pretendía haber tenido visiones allí. Afirmaba que el 22 de septiembre de 1827, cerca de Palmyra, Nueva York, había hallado placas de oro escritas en caracteres egipcios, que él tradujo con la ayuda divina. El resultado fue el Libro de Mormón (publicado en 1830), que pretendía relatar la historia de un grupo de judíos que escapó de Jerusalén cuando ésta cayó en manos de Nabucodonosor y con el tiempo llegó a lo que es ahora los Estados Unidos.

Surgió un grupo de creyentes —popular pero inexactamente llamados «mormones»— que adhirió a ese relato y formó el núcleo de la Iglesia de Jesucristo de los Santos del Último Día. Creado el 6 de abril de 1830, el mormonismo fue el primer movimiento religioso importante de origen totalmente americano.

Otro aspecto de la nueva democracia que surgió provino de la creencia de Jackson en el hombre medio, jackson consideraba de escasa importancia qué hombre ocupase un cargo determinado. Puesto que todos los hombres eran iguales, cualquier hombre podía realizar la tarea, y por lo tanto, ¿por qué no darle el cargo a un amigo, y no a un enemigo?

Hasta la investidura de Jackson, los presidentes habían seguido, más o menos, el principio de permitir que las personas permaneciesen en sus cargos gubernamentales al menos y hasta que mostrasen incompetencia. De Jefferson a John Quincy Adams, había habido una serie de cuatro presidentes, los tres últimos de los cuales habían figurado en los gabinetes de sus predecesores. Los hombres que habían servido a un presidente podían fácilmente servir al siguiente.

Pero luego llegó Jackson, que era un enconado enemigo de su predecesor, y no quería saber nada con los hombres de confianza del régimen anterior. ¿Por qué no echarlos, sin consideración a su competencia y experiencia, y llenar los cargos con fieles jacksonianos?

Fue lo que hizo, y este proceso recibió un nombre para siempre, de William Ncarned Marcy (nacido en Southbridge, Massachusetts, el 12 de diciembre de 1786), un abogado establecido en Troy, Nueva York, que era un leal aliado de Martin Van Buren. En 1831 entró al Senado por un breve período y allí, el 24 de enero de 1832, pronunció un discurso defendiendo a Van Buren contra las acusaciones de Henry Clay. Hablando de los políticos de Nueva York y su método de recompensar a los hombres de su bando con nombramientos políticos, Marcy dijo: «No ven nada malo en la regla de que los despojos pertenecen al vencedor». La voz despojos alude a la armadura y el resto del equipo de un soldado muerto, los cuales, por una larga tradición, pertenecen al soldado que lo mató. Este modo de considerar los cargos públicos como un botín, no como una responsabilidad, ha sido llamado, por ello, desde entonces el «sistema de los despojos».

Jackson en realidad usó este sistema moderadamente, pero sentó el precedente. En el medio siglo siguiente, el sistema de los despojos asoló la política americana, degradando la calidad de los detentadores de cargos y la eficiencia de la labor de gobierno, para incalculable perjuicio de la nación. Además, impuso a todos los funcionarios del gobierno que ocupaban cargos elevados la tarea de asignar los «despojos», sometiéndoles así a interminables solicitudes de políticos menores y cazadores de puestos, y haciéndoles perder innecesariamente el tiempo. Y, por supuesto, todo el que era rechazado se convertía en un enemigo, y no todos los aceptados se convertían en amigos.

Pese a todo, bajo el gobierno de Jackson Estados Unidos aumentó mucho su poder. El censo de 1830 mostró que su población era de 12.866.020 personas, aproximadamente igual a la de Gran Bretaña por aquel entonces. Estados Unidos la había alcanzado finalmente, y sin duda la superaría.

Que esto sería así era seguro no sólo por su vasto territorio, sino también porque se estaban ideando nuevos métodos para penetrar en esos territorios. A comienzos del siglo 19, la máquina de vapor fue utilizada para accionar las ruedas de un vehículo que podía desplazarse sobre rieles metálicos lisos, eliminando de este modo las dificultades del viaje terrestre por terrenos accidentados. Este artefacto —la locomotora de vapor— no sólo podía moverse por sí mismo, sino también arrastrar un largo tren de coches. Así nació el «tren de vía férrea».

Gran Bretaña había estado a la cabeza del desarrollo de la locomotora, pero Estados Unidos no estaba muy atrás. En 1825, un tal John Stevens construyó la primera locomotora de los Estados Unidos que marchaba sobre rieles una distancia de 800 metros cercana a su hogar de Hoboken, Nueva Jersey.

En 1827 fue inaugurado el Ferrocarril de Baltimore y Ohio. El 4 de julio de 1828 se comenzó a construir el primer ferrocarril de pasajeros y carga de los Estados Unidos, y el primer azadazo lo dio Charles Carrol, el último firmante sobreviviente de la Declaración de la Independencia (que a la sazón tenía noventa y dos años). El 24 de mayo de 1830 se inauguraron los primeros veinte kilómetros, y Estados Unidos entró en la era del ferrocarril. A los diez años, sus kilómetros de vías férreas ascendían a tres mil quinientos, y a los treinta años, cincuenta mil.

El ferrocarril abriría el interior mucho más que los ríos y los canales, y haría de la vastedad de Estados Unidos una fuerza, no una debilidad.

«Nuestra Unión Federal…»

Los Estados esclavistas sacaron el máximo provecho de la elección de Jackson. La política de éste era vacilante, pero se oponía a los industriales del Noreste, provenía de un Estado esclavista (al igual que cuatro de los seis presidentes que lo precedieron) y él mismo era propietario de esclavos.

En conjunto, su elección fue suficiente para que los defensores extremistas de los derechos de los Estados de Carolina del Sur tomasen la ofensiva. La «Exposición y Protesta de Carolina del Sur» contra el Arancel de las Abominaciones apareció casi inmediatamente después de la elección de Jackson. Stephen D. Miller, gobernador de Carolina del Sur, proclamó audazmente que la esclavitud no era un mal nacional, sino un beneficio nacional.

Pero lo que necesitaba Carolina del Sur era el apoyo de los otros Estados; hizo todos los esfuerzos posibles para unir a los Estados del Sur y del Oeste (esclavistas o libres) bajo su liderazgo y aislar al Noreste.

Se presentó una ocasión cuando el Noreste cayó presa de su particular desasosiego: que el Oeste en crecimiento pudiera ahogarlo, convirtiendo a los Estados del Noreste, donde se había iniciado la Guerra de la Independencia, en una minoría de la que se hiciera caso omiso. Con este temor en la mente, el 29 de diciembre de 1829 el senador Samuel A. Foot, de Connecticut, propuso que se restringiera la venta de tierras occidentales para reducir la migración hacia el Oeste.

El senador Benton, de Missouri, se manifestó contra toda posibilidad de frenar el crecimiento occidental, y el 18 de enero de 1830 acusó al Noreste de conspirar contra el Oeste.

Se levantó gozosamente para apoyarlo el senador Robert Young Hayne, de Carolina del Sur (nacido en Colleton District, Carolina del Sur, el 10 de noviembre de 1791). Defendió vigorosamente la posición de Benton y trató de formar una alianza del Sur y el Oeste contra el Noreste. Al hacerlo, Hayne logró retorcer su argumentación para convertirla en un enérgico alegato a favor de los derechos de los Estados y contra una Unión fuerte. Habló elocuentemente con palabras escritas para él por el más destacado de todos los defensores de los derechos de los Estados, Calhoun.

Inmediatamente, Daniel Webster, de Massachusetts, recogió el desafío, y se produjo el «debate Hayne-Webster», el mayor despliegue de oratoria que había visto nunca la nación. Webster, que fue sin discusión el más grande orador de la historia de la nación, había pasado del bando de los derechos de los Estados al del unionismo, así como Calhoun se había desplazado en la dirección opuesta.

Webster negó que el Noreste fuese hostil al Oeste y como aquí estaba en terreno poco sólido, aprovechó la oportunidad de seguir el ejemplo de Hayne y abordó la cuestión del unionismo frente a los derechos de los Estados. Ambos pronunciaron discursos sobre las cuestiones fundamentales: si la Constitución fue creada por los Estados o por el pueblo; si era o no un acuerdo al que cualquier Estado podía dar fin según su voluntad; si podía servirse mejor a la libertad mediante la Unión o si un Estado que aspirase a su libertad no estaría justificado en abandonar la Unión.

El 26 y el 27 de enero de 1830 Webster pronunció un discurso de dos días que, por consenso general, fue considerado el más grande de los suyos. (Desgraciadamente, esto fue antes de los fonógrafos, las radios y la televisión, y no tenemos manera de saber cómo fue, excepto por los informes admirativos de quienes lo oyeron.)

Webster proclamó inflexiblemente a la Unión Federal superior a los Estados y responsable sólo ante el pueblo. Insistió en que sólo la Unión podía asegurar la libertad y la prosperidad, y en que la desunión sólo traía el desastre. No había modo de establecer diferencias entre la libertad y la Unión. Esperaba no ver nunca el día en que la Unión llegase a su fin, y éstas fueron las últimas frases de su discurso:

Cuando mis ojos contemplen por última vez el sol en el cielo que no lo vea yo brillar sobre los fragmentos rotos y deshonrados de una Unión antaño gloriosa; sobre Estados separados, discordantes, beligerantes; sobre una tierra desgarrada por las disputas civiles o, quizá, anegada de sangre fraterna. Que su débil y persistente mirada contemple, en cambio, la magnífica enseña de la república, hoy conocida y honrada en toda la Tierra, aún plenamente desplegada, sus armas y trofeos brillando con su lustre original, sin ninguna franja borrada ni manchada, sin una sola estrella oscurecida, llevando como lema, no una miserable pregunta como «¿de qué vale todo esto?» ni esas otras palabras engañosas y absurdas: «la libertad primero y la Unión después», sino, en todas partes, estampada en vivos caracteres, resplandeciente en todos sus amplios pliegues, al ondear sobre el mar y sobre la tierra, y a todos los vientos bajo la totalidad de los de la expresión de este otro sentimiento, caro a todo verdadero corazón americano: ¡Libertad y Unión, ahora y siempre, unidas e inseparables!

El discurso tuvo un profundo efecto sobre muchas personas de la nación y ha seguido resonando en la historia, pero Carolina del Sur permaneció inmutable. Después de todo, Webster era un senador enemigo, del odiado Noreste; sus palabras podían ser ignoradas. Lo que realmente importaba era la actitud del presidente Jackson.

Hayne concertó con Benton la celebración del Día de Jefferson, para el 13 de abril de 1830, el octogésimo sexto aniversario del nacimiento de Jefferson. Sería una demostración de la nueva unidad del Oeste y el Sur. Jackson fue invitado y asistió a la celebración, se esperaba que en esta ocasión se pusiera del lado de los derechos de los Estados y junto a Carolina del Sur, aislando y dejando en la impotencia el Noreste.

Se hicieron veinticuatro brindis, la mayoría de ellos exaltando los derechos de los Estados con arrebatada emoción, mientras Jackson esperaba sentado y en silencio. Había planeado cuidadosamente lo que diría cuando llegase su turno.

Finalmente, los ojos se centraron sobre él. Se levantó elevó su copa y dijo, firme y ásperamente: «Nuestra Unión Federal… debe ser conservada».

Y si Jackson decía que debía ser conservada, nadie en los Estados Unidos podía abrigar la menor duda de que usaría todo su poder para vigilar que así fuera. Jackson siempre hablaba muy en serio, y ahora no podía haber ninguna duda de que era un unionista.

Para Jackson, sin duda, era una cuestión de principio, pero estaba involucrado también otro factor. Cuando hizo su brindis, miró fijamente a Calhoun, pues sabía que su vicepresidente era la fuente misma de la anulación.

Calhoun, nervioso y desalentado, trató de neutralizar el efecto del brindis de Jackson rindiendo homenaje también a la Unión, pero en términos mucho menos absolutos. Dijo: «Nuestra Unión, después de nuestra libertad, es lo más caro para nosotros. Ojalá que siempre recordemos que sólo puede ser conservada distribuyendo los beneficios y las cargas de la Unión».

Pero la torva mirada de Jackson no vaciló ni se suavizó. Los dos hombres habían llegado al punto de ruptura, y con la bien desarrollada capacidad para el odio de Jackson, no había ninguna posibilidad de que apoyase ninguna doctrina de Calhoun.

Los problemas entre Jackson y Calhoun habían comenzado por una cuestión más trivial.

Jackson, con su pasión por el hombre común, había llenado su gabinete de nulidades, excepto Martin Van Buren. (Van Buren, después de presentarse como candidato a gobernador para mantener el Estado a favor de Jackson y habiendo sido elegido, rápidamente renunció para ocupar la Secretaría de Estado, cargo que por entonces aún era considerado como el camino hacia la presidencia.)

Como secretario de Guerra, Jackson eligió a un viejo amigo personal suyo pero de escasa distinción, un rico senador de Tennessee, John Henry Eaton (nacido en Halifax, Carolina del Norte, el 18 de junio de 1790). Su esposa había estado bajo la tutela de Jackson, pero había muerto, y la mirada del viudo se había fijado en los maduros encantos de Margaret («Peggy») O’Neale, de treinta y dos años. Era hija de un tabernero y su primer marido había muerto en 1828.

Circularon muchos rumores sobre Peggy O’Neale; para las mujeres respetables, una «moza de taberna» era necesariamente una persona de poca moral. Se insinuaba que era la amante de Eaton, y algunos decían que su marido había labrado su propia ruina por desesperación, a causa de la infidelidad de su esposa.

Pero Jackson no creía nada de esto. No sólo era un caballero galante (e ingenuo) que siempre gustaba de creer en la resplandeciente pureza de las mujeres, sino que había pasado por una desgarradora experiencia similar con su propia esposa. Él había sido su segundo marido y se habían planteado algunas dudas sobre la legalidad de su divorcio, y algunos se preguntaban si no vivía con Jackson en el pecado. Aunque hubiera habido alguna irregularidad en el divorcio, era claro que ni Jackson ni su esposa eran culpables de ella; pero la difamación inseparable de una campaña presidencial sucia había provocado, pensaba Jackson, su muerte, de vergüenza y aflicción.

Jackson estaba seguro de que las calumnias contra Peggy O’Neale eran lanzadas por la misma clase de villanos que habían acosado a su propia esposa, y defendió a la primera con el mismo vigor con que había defendido a la segunda. Urgió a Eaton a que se casase con ella. El casamiento tuvo lugar el 1 de enero de 1829, y luego Eaton fue nombrado secretario de Guerra.

Pero ahora se planteó la cuestión de la aceptabilidad social de la esposa de Eaton. Jackson podía proclamarla casta y pura desde la altura del sillón presidencial, pero ni siquiera Jackson en toda su furia podía obligar a las esposas aristocráticas de los miembros de su gabinete, amuralladas en su super respetabilidad, a inclinarse ante una moza de taberna.

Floride Calhoun, la esposa del vicepresidente, no quiso saber nada de la señora de Eaton, y las otras esposas de los miembros del gabinete la imitaron. Era claro que Jackson no era un hombre con quien se podía jugar, pero los nerviosos hombres de su gobierno no podían hacer nada con sus esposas.

Sólo Van Buren podía adular a la camarera esposa/amante del secretario de Guerra, y podía hacerlo porque era viudo y no tenía que enfrentarse con las susceptibilidades de una esposa. El «Pequeño Mago» obsequiosamente hizo zalemas a la señora de Eaton, y Jackson observó y apreció su cortesía.

Pero Calhoun no perdió el favor de Jackson sólo porque no pudiese persuadir a su esposa a ser razonable. Por la misma época en que Jackson fulminó con su mirada al vicepresidente y exigió la conservación de la Unión Federal, también se enteró por primera vez de que diez años antes, cuando el futuro presidente daba vueltas por la Florida, había sido Calhoun quien había pedido que se le hiciese un consejo de guerra a Jackson. (Jackson se enteró de esto por el deliberado cotilleo de William Crawford, uno de los candidatos de 1824, quien se lo contó por enemistad con Calhoun.)

Jackson siempre había creído que Calhoun lo había apoyado y que había sido John Quincy Adams quien había querido formarle consejo de guerra. El descubrimiento de que se había equivocado, que era al revés de lo que había creído y que, por ignorancia, se había aliado con su enemigo casi enloqueció a Jackson. Exigió una explicación a Calhoun, y éste respondió con una larga carta que se iba por las ramas y no consiguió engañar al presidente. Toda relación entre los dos hombres quedó cortada.

Era muy probable que Jackson fuese suficientemente popular como para influir en la sucesión a la presidencia mediante su apoyo a uno u otro candidato, como habían podido hacerlo Jefferson y Madison. Era claro ahora que este apoyo jamás, jamás, jamás, en ninguna circunstancia, sería para Calhoun.

Calhoun lo sabía y, con la pérdida de toda posibilidad de llegar a la presidencia, todo resto de afecto que pudiese sentir por la Unión desapareció. A partir de ese momento era un cabal ciudadano de Carolina del Sur y sus únicos intereses eran los de su Estado.

En cuanto a Van Buren, ofreció aliviar la intolerable situación reinante en el gabinete, por la cuestión de la señora Eaton, mediante su renuncia. Jackson no quería perder a Van Buren, pero éste le explicó que, si renunciaba, fácilmente podía lograrse que Eaton lo imitase y, entonces, Jackson podría reorganizar el gabinete y empezar de nuevo.

Jackson, nuevamente agradecido por el astuto consejo de Van Buren, llevó a cabo este plan, y en la primavera de 1831 nombró un nuevo gabinete, conservando solamente al director general de Correos. Envió a Van Buren y a Eaton al exterior como embajadores, al primero a Gran Bretaña y al segundo a España.

Después de algunos meses, finalmente se efectuó en el Senado la votación concerniente al nombramiento de Van Buren. La votación quedó en un empate y correspondió al vicepresidente Calhoun emitir el voto decisivo, el 25 de enero de 1832. Calhoun no tenía nada que perder, de modo que eliminó al candidato presidencial votando negativamente. Van Buren perdió la embajada, pero esto no importaba, pues Jackson tenía a su disposición otros y mejores dones.

Los franceses y los indios

Fue afortunado el hecho de que, mientras Jackson ocupó la presidencia, hubiera una profunda paz exterior y prácticamente no surgiesen problemas que la perturbasen en las relaciones exteriores. Por su temperamento precipitado y su firme resolución, cualquier dificultad exterior habría aumentado rápidamente hasta convertirse en un serio problema.

Estaba, por ejemplo, el caso de las reclamaciones americanas contra Francia por daños a la propiedad americana durante las guerras napoleónicas. Otras naciones habían reclamado por daños y Francia les había pagado a todas… a todas excepto a los Estados Unidos. Era claro que Francia consideraba que podía ignorarse sin riesgos a la joven república del otro lado del mar.

Jackson no era hombre para soportar pacientemente tal tratamiento; empezó a presionar por un acuerdo con creciente dureza. El 4 de julio de 1831 Francia, finalmente, convino en pagar veinticinco millones de francos en seis plazos anuales, siempre que su legislatura aprobase el acuerdo.

La legislatura se negó a aprobarlo, y el gobierno francés dijo a los Estados Unidos que lo sentía mucho pero que no podía hacer nada. Jackson inmediatamente puso la armada en pie de guerra y exigió medidas enérgicas, incluso represalias contra la propiedad francesa en Estados Unidos.

Tras esto, los franceses rompieron relaciones y convinieron en aprobar el pago si Jackson se excusaba de ciertas observaciones que había hecho, tapando así su propia humillación con la humillación más obvia del americano. Pero Francia juzgó mal a Jackson, quien solamente intensificó sus duras palabras, y por un momento pareció (para la considerable inquietud de Francia) que habría guerra.

Afortunadamente, Gran Bretaña se ofreció como mediadora. Francia pagó las reclamaciones, Jackson se vio obligado a desdecirse refunfuñando de algunas acres observaciones y en la primavera de 1836 todo quedó resuelto[9].

Durante el gobierno de Jackson, el largo martirio de los indios llegó a una nueva etapa. Ahora, los indios que quedaban en los diversos Estados de la Unión estaban, en su mayoría, inermes ante el poder organizado de los hombres blancos. Ya no podían librar guerras; sólo podían apelar a los tribunales.

Cuando se descubrió oro en Georgia, en una región que había sido asignada a la tribu cherokee, el hombre blanco penetró en ella y los tratados con los indios fueron rotos tan fácil y tan insensiblemente como todos esos tratados, antes y después. Los indios los llevaron a juicio y el caso llegó al Tribunal Supremo. Luego, el viejo John Marshall decidió que era el gobierno federal el que gobernaba los territorios indios y que las leyes de Georgia contra los cherokees eran inconstitucionales.

Georgia desafió el veredicto y Jackson se negó a hacer nada. El viejo luchador contra los indios no estaba en el poder para apoyar a los pieles rojas contra el hombre blanco. Se le atribuyeron estas palabras: «John Marshall ha tomado su decisión; ¡pues ahora que la ponga en práctica!».

En verdad, lo que Jackson impulsó fue el gradual y complejo traslado de todos los indios a tierras situadas al oeste del Mississippi. Esto se llevó a cabo gradualmente, pero no de modo totalmente pacífico.

Estaba, por ejemplo, el caso de Halcón Negro, jefe de una tribu que vivía en el lado de Illinois del río Mississippi. Halcón Negro, nacido en Illinois en 1767, había combatido en el bando británico durante la Guerra de 1812 y no sentía ningún amor por los americanos, que habían acosado constantemente a su pueblo. En 1831, la tribu fue persuadida a que abandonase su tierra y se trasladase al oeste del Mississippi. Halcón Negro sostenía que el acuerdo había sido el resultado de una treta ilegal, y cuando empezaron a pasar hambre al oeste del río llevó a mil personas de su tribu, incluso mujeres y niños, de vuelta a las viejas tierras de Illinois, con la esperanza de que se les permitiera quedarse allí.

Pero no se les permitió. El gobernador de Illinois llamó a las tropas estatales y convirtió la cuestión en lo que se llamó la Guerra de Halcón Negro, en la que los indios fueron perseguidos y diezmados sin mucha dificultad.

Un residente de Illinois que se presentó como voluntario para el servicio y condujo una compañía de soldados (pero no vio indios ni entró en acción) fue un joven tendero llamado Abraham Lincoln (nacido en una cabaña cerca de lo que llegaría a ser Hodgenville, Kentucky, el 12 de febrero de 1809). Cuando Halcón Negro fue capturado, se lo confió a un graduado reciente de West Point, el teniente Jefferson Davis (nacido en lo que es ahora Fairview, Kentucky, el 3 de junio de 1808)[10].

El único lugar del Este donde los indios aún podían luchar era en Florida, que todavía no constituía un Estado. Los seminólas de esta región recibieron la orden de evacuarla, pero muchos se negaron a marcharse. Habían combatido al general Andrew Jackson en 1818 y ahora estaban dispuestos a combatir al presidente Andrew Jackson. En noviembre de 1835, bajo el mando de Osceola (nacido cerca del río Tallapoosa, Georgia, alrededor de 1800), tomaron las armas y así empezó la Segunda Guerra Seminóla.

Los seminólas, cuyo santuario eran las tierras cenagosas, rechazaron al ejército americano durante toda la presidencia de Jackson. Osceola fue capturado en octubre de 1837, cuando el ejército americano, traidoramente, no respetó una bandera de tregua, pero los seminólas siguieron luchando casi hasta que cayó el último de sus hombres.

El 14 de agosto de 1843 Estados Unidos, finalmente, anunció el fin de la guerra, y la paz del exterminio, o poco menos, flotó sobre Florida. Pero no hubo ningún tratado de paz formal, y hasta hoy los mil seminólas que quedan en Florida pueden ser considerados, legalmente, como en guerra con los Estados Unidos.

Todo este asunto costó a los americanos mil quinientas vidas y unos veinte millones de dólares. Fue la guerra india más costosa que libró nunca Estados Unidos.

El Banco y la reelección

Pero Francia y los indios sólo eran problemas secundarios. Otras cuestiones preocupaban mucho más a Jackson. Una de ellas, por ejemplo, era su guerra con Calhoun, no por cuestionas meramente personales como el pedido de consejo de guerra hecho por Calhoun en 1818 o el desaire de la señora de Calhoun a la bonita Peggy Eaton, sino por el enfrentamiento entre el unionismo y los derechos de los Estados.

Después de todo, el Arancel de las Abominaciones de 1828 estaba volviendo locos a los de Carolina del Sur. Podía acusarse a su defectuosa economía de depender en demasía del cultivo del algodón y de un ineficiente sistema de trabajo esclavista, pero pocos ciudadanos de Carolina del Sur veían la situación de este modo. El Estado prefería acusar de todos sus males al arancel y, conducido por Calhoun, su exigencia de anulación de éste se hizo más ruidosa.

Jackson no podía permitir la anulación. Él mismo no gustaba del arancel pero pensaba que no correspondía a los Estados individuales anularlo, ni ninguna ley federal. Sólo el Congreso podía eliminar el arancel. Por ello Jackson declaró abiertamente que el Arancel de 1828 era constitucional, y luego puso manos a la obra para elaborar otro arancel que fuese más aceptable para los Estados esclavistas, y para Carolina del Sur en particular. Lo mejor que pudo lograr en esta dirección fue el Arancel de 1832.

Esta ley redujo algunas de las tasas más exageradamente elevadas de 1828, pero aún era fuertemente protector. En modo alguno logró satisfacer a los partidarios de la anulación de Carolina del Sur, y los espectros de la anulación y el caos siguieron flotando sobre la nación.

Y cuando se acercaban el año 1832 y una nueva elección presidencial, surgió un nuevo problema. Se trataba del Banco de los Estados Unidos.

Bajo Nicholas Biddle, el Banco fue administrado bien y con eficiencia; mantuvo la economía americana en equilibrio. Sin embargo, siempre actuaba de acuerdo con los intereses de los conservadores hombres de negocios del Noreste. Mantenía una rígida política monetaria que era buena para los hombres de negocios, pero mala para los granjeros; buena para los acreedores, y mala para los deudores; buena para los ricos, y mala para los pobres. Naturalmente, había un difundido resentimiento contra el Banco en todo el Oeste y el Sur.

El senador Benton, de Missouri, enemigo del Banco desde mucho tiempo atrás, lanzó un vigoroso ataque contra él en un discurso pronunciado en febrero de 1831, y era claro que tenía el respaldo del presidente Jackson.

Biddle podía haber ignorado la cuestión. El momento de la renovación de la carta del Banco no llegaría hasta 1836. En cinco años podían suceder muchas cosas.

Pero Biddle no estada seguro de poder ignorar la situación. La popularidad de Jackson parecía abrumadora, y si tenía cinco años para consolidar su posición, no habría ninguna posibilidad de renovar la carta. ¿No sería mejor actuar ahora, rápidamente, tomando a los jacksonianos por sorpresa, y haciendo aprobar la renovación antes de que la oposición se percatase de lo que estada ocurriendo?

Biddle consultó a Clay, el astuto político que conducía la oposición a Jackson. Clay conocía el ánimo del Congreso y también tenía muy presente la próxima elección. Le dijo a Biddle que siguiese adelante.

Así, se presentó un proyecto de ley ante el Congreso para renovar la carta del Banco, y en marzo de 1832 fue aprobado por ambas Cámaras, gracias al apoyo abierto de Clay y Webster y al apoyo menos abierto de Calhoun (no por convicción, sino para debilitar a Jackson).

Luego el proyecto de ley pasó a Jackson para su firma y, según el razonamiento de Clay, esto ponía al presidente en un dilema. Si firmaba el proyecto, el Banco estaba seguro y las fuerzas antijacksonianas se fortalecerían. Si vetaba el proyecto, podía ser acusado de irresponsabilidad fiscal en las próximas elecciones y la gente, temiendo el caos monetario, votaría contra él. En ambos casos, razonaba Clay, Jackson se debilitaría.

Pero mientras Clay confiaba en la razón, Jackson, como siempre, apeló a la emoción. Vetó el proyecto de ley con un vigoroso mensaje en el que alimentaba deliberadamente todos los prejuicios del Sur y del Oeste contra el Noreste. Aunque Clay no se daba cuenta de ello, porque aún no había llegado a comprender la nueva democracia, era Jackson quien tenía mejores cartas.

Pero en la elección que se acercaba, ni Jackson ni Clay eran los primeros en la competición. El Partido Antimasón, que se había destacado en Nueva York en 1828, se había expandido hasta el punto de que era ahora un partido nacional, y decidió presentar su candidato para la presidencia.

La antimasonería que había servido de excusa para su formación había enmudecido y se habían añadido otros puntos de vista. Era nacionalista y deseaba mejoras internas, y, sobre todo, era antiesclavista y antialcoholista. Se habían fundado muchos periódicos que expresaban el punto de vista antimasón; el partido había influido y ganado en elecciones locales; ¿por qué no hacer un intento nacional, entonces?

Puesto que los antimasones no tenían representación en el Congreso ni dominaban ninguna de las legislaturas estatales, no podían adoptar los viejos métodos para elegir un candidato a presidente (la reunión electoral del Congreso o el voto legislativo). Por ello, los antimasones se vieron obligados a convocar una conferencia de miembros activos del partido de toda la nación para elegir un candidato. El 26 de septiembre de 1831, por lo menos 116 miembros provenientes de trece Estados se reunieron en Baltimore en una «Convención Nacional», y esto sentó una costumbre. Los antimasones hicieron, inadvertidamente, una contribución duradera a la política americana, pues desde entonces todas las elecciones de candidatos para la presidencia fueron efectuadas por tales convenciones nacionales.

Muchos de los antimasones deseaban nombrar candidato a Henry Clay, pues, en general, las ideas del Partido Antimasón se habían acercado a las de los republicanos nacionales. Pero tal coalición habría hundido al Partido Antimasón; decidieron elegir un candidato independiente.

En la primera votación, la elección recayó en William Wirt, de Virginia (nacido en Bladensburg, Maryland, el 8 de noviembre de 1772), quien había sido un eficiente y capaz ministro de Justicia durante doce años, bajo Monroe y Adams. Amos Ellmaker, de Pensilvania (nacido en 1787), fue elegido candidato a vicepresidente. Otra innovación hecha por los antimasones fue adoptar una plataforma política, en la que se esbozaban principios partidistas. También esto se convirtió en una característica regular de las campañas presidenciales.

Los republicanos nacionales, adoptando la idea de la convención, también se reunieron en Baltimore. Podían haber apoyado a Wirt y unido las fuerzas antijacksonianas, pero no podían abandonar a su líder, de modo que eligieron a Clay, quien se preparó para su segundo intento de alcanzar la presidencia. Como candidato a vicepresidente eligieron a John Sergeant, de Pensilvania (nacido en 1779), el miembro sobreviviente de la desdichada delegación enviada al Congreso de Panamá por Adams.

En cuanto a los demócratas, se reunieron en Baltimore el 21 de mayo de 1832 y eligieron a Jackson (por supuesto) unánimemente. Para vicepresidente siguieron las órdenes de Jackson y, con menos entusiasmo, eligieron a Martin Van Buren. Ésta fue la primera recompensa por su lealtad en el asunto de Eaton. El deliberado intento de Calhoun de destruir políticamente a Van Buren votando su descalificación como embajador en Gran Bretaña cuatro meses antes tuvo, así, un efecto bumerang.

La Convención Demócrata adoptó una regla por la cual nadie podía ser elegido candidato a presidente si no obtenía el voto favorable de dos tercios de sus miembros. Esta regla aspiraba a que los candidatos elegidos tuviesen un fuerte apoyo del partido; sin embargo, fue una interminable fuente de problemas para el Partido Demócrata en el curso del siguiente siglo.

Clay, convencido aún de que el veto de la ley sobre el Banco era un punto débil para Jackson, hizo de esto el gran tema de la campaña. Jackson lo enfrentó directamente, y fue él quien estimó correctamente el sentimiento popular. También actuó contra Clay el Partido Antimasón, que perjudicó a los republicanos nacionales mucho más que éstos a los demócratas, al atraer muchos votos que en otras circunstancias habrían sido para Clay.

El resultado fue la victoria de Jackson. Éste obtuvo 687.502 votos, contra 530.189 para Clay. Los votos de Wirt, aunque escasos en comparación, costaron a Clay varios Estados, de modo que en el colegio electoral la votación fue de 219 para Jackson contra sólo 49 para Clay. El Partido Antimasón logró ganar en un Estado, Vermont, y obtuvo siete votos electorales. La legislatura de Carolina del Sur (que efectuó la votación por el Estado) dio sus 11 votos a John Floyd, de Virginia.

Jackson conservó el dominio de la Cámara de Representantes por la misma mayoría, más o menos, que tenía en los dos Congresos de su primer mandato; pero la minoría republicana nacional decayó, pues no menos de cincuenta y tres escaños fueron ocupados por los que se llamaban a sí mismos antimasones. (Ningún otro tercer partido ha tenido nunca mayor representación en el Congreso.) En el Senado, los demócratas y los republicanos nacionales tenían veinte escaños cada uno, y los antimasones ocho.

Estas elecciones fueron el fin del Partido Republicano Nacional, de corta vida, que había sido derrotado dos veces por Jackson. La victoria de Jackson alarmó a los conservadores de todo el país; comprendieron ahora que era absurdo dividirse en partidos separados. En 1834 se formó un nuevo partido antijacksoniano, con la combinación de los republicanos nacionales y los antimasones. (Los antimasones desaparecieron inmediatamente, sólo dos breves años después de su meteorice ascenso al plano nacional.)

Se necesitaba un nuevo nombre para el partido, un nombre breve, conciso y carente de significado (para que el partido sólo quedase comprometido a ser antijacksoniano). El nombre elegido fue «Whig», que era también el nombre de uno de los dos partidos de Gran Bretaña. El otro partido británico era el de los Tories, nombre odiado en Estados Unidos, pues se había aplicado a los leales pro británicos en los días revolucionarios. Quizá los whigs americanos esperaban que el partido de Jackson quedase salpicado con ese nombre.

Durante un cuarto de siglo después de la reelección de Jackson, la lucha política en Estados Unidos fue entre los demócratas, que se inclinaban a defender los derechos de los Estados, y los whigs, que se inclinaban hacia el unionismo.

La anulación

La negativa de Carolina del Sur a dar sus votos electorales a Jackson fue un signo inquietante de que seguía su propio camino. Ni el furor por la cuestión del Banco ni la campaña presidencial apartó la atención de Carolina del Sur del arancel. En verdad, mientras se desarrollaba la campaña, la disputa por la anulación se acercaba a una crisis.

Después de todo, no era sólo el asunto del arancel lo que corroía a los ciudadanos de Carolina del Sur, sino la sensación de formar parte de una nación hostil. Muchos, en los Estados esclavistas, daban por cierto que los abolicionistas de los Estados libres estaban estimulando deliberadamente las rebeliones de esclavos y poniendo en peligro la vida misma de los blancos de los Estados esclavistas.

Que el peligro de las rebeliones de esclavos era real parecía probado por un incidente ocurrido en Virginia. Allí un esclavo negro llamado Nat Turner (nacido en Southampton County, Virginia, en 1800), que veía visiones y se sentía guiado por la divinidad, decidió sacar a su pueblo de la esclavitud. El 21 de agosto de 1831 él y siete seguidores irrumpieron en la casa del amo de Turner y lo mataron, junto a otros cinco miembros de su familia.

Al día siguiente, la banda de Turner aumentó a cincuenta y tres, y en el curso de ese día otros cincuenta y cinco blancos fueron muertos. Mas, para entonces, se reunieron blancos armados y dispersaron la banda. Estos blancos procedieron a perseguir a negros sospechosos, matando a unos cien (la mayoría inocentes). Nat Turner fue capturado el 30 de octubre y fue colgado, junto con otros dieciséis, el 11 de noviembre.

Aunque ningún abolicionista había tenido nada que ver con este incidente, y aunque muchos esclavos habían luchado para proteger a sus amos en el curso de ese breve día de horror, la «Insurrección de Turner», como fue llamada, tuvo un efecto tremendo sobre los Estados esclavistas. Atemorizó a todo amo de esclavos, haciéndole mirar a sus propios esclavos con sospecha y detestar a los agitadores de los Estados libres, de quienes pensaba que estaban trastornando a esos esclavos. Se intensificaron las medidas policiales contra los esclavos, y desapareció la última esperanza de moderación en el tema de los Estados esclavistas.

No es sorprendente, pues, que Carolina del Sur considerase que no podía sentirse segura a menos que tuviese el poder de decidir qué leyes federales tendrían vigencia dentro de sus límites. Calhoun continuó su campaña activa y eficaz por la anulación, al igual que el gobernador del Estado, James Hamilton (nacido en Charleston, Carolina del Sur, el 8 de mayo de 1786). En octubre de 1832, las elecciones en Carolina del Sur aplastaron completamente el sentimiento unionista en el Estado, y Hayne (el del debate Hayne-Webster) fue elegido como sucesor de Hamilton.

Tan pronto como terminó la elección, Hamilton convocó una sesión especial de la legislatura para considerar el problema de la anulación. La legislatura, reunida el 22 de octubre, a su vez convocó una convención estatal, que se reunió en Columbia, capital del Estado, el 19 de noviembre.

En esta convención se aprobó una ordenanza declarando inconstitucionales los Aranceles de 1828 y 1832 y anulándolos dentro de los límites de Carolina del Sur. Prohibía toda recaudación de impuestos después del 1 de febrero de 1833, prohibía llevar la cuestión ante el Tribunal Supremo y declaraba que si el gobierno federal hacía algún intento para recaudar esos impuestos, Carolina del Sur se separaría totalmente de la Unión.

Jackson reaccionó con su característico vigor. Mientras la campaña por la anulación estaba llegando a una crisis en octubre, Jackson había puesto en pie de guerra los fuertes de Charleston Harbor. Sobre las fuerzas armadas destacadas en Carolina del Sur puso al general de División Winfield Scott (nacido cerca de Petersburg, Virginia, el 13 de junio de 1786), quien se había desempeñado bien en la Guerra de 1812[11] y era el soldado más capaz de Estados Unidos.

El 10 de diciembre Jackson hizo pública una enérgica proclama negando el derecho de ningún Estado a anular leyes o a abandonar la Unión. La anulación y la secesión eran, para Jackson, casos de traición, y serían tratados como tales.

Hayne, quien asumió su cargo el 13 de diciembre, no cedió, sino que mantuvo la ordenanza después de la proclama de Jackson. Carolina del Sur empezó a reclutar tropas, y éstas fueron puestas bajo el mando del ex gobernador Hamilton, quien había luchado en la Guerra de 1812.

Y el 28 de diciembre Calhoun, a quien sólo quedaban dos meses en la vicepresidencia, renunció para ocupar el puesto de Hayne en el Senado. Juzgó, con razón, que podía hacer más por la causa de Carolina del Sur como senador activo que como vicepresidente. (Éste es el único ejemplo en la historia de los Estados Unidos en que un presidente o vicepresidente renunció a su cargo en condiciones honorables.)

Carolina del Sur hacía todo lo posible para persuadir a otros Estados esclavistas a que adoptaran su posición, pero en esto fracasó. Había considerable simpatía por el Estado en pie de batalla, pero también una clara renuencia a emprender acciones por él.

El aislamiento de Carolina del Sur fortaleció la posición de Jackson, quien el 16 de enero de 1833 pidió al Congreso que aprobase lo que fue llamado «Proyecto de Ley de Uso de la Fuerza», que lo facultada para recaudar aranceles aduaneros a punta de bayoneta si era necesario. El proyecto fue aprobado por el Congreso y firmado por Jackson, con lo que se convirtió en ley el 2 de marzo de 1833, dos días antes del comienzo del segundo mandato de Jackson.

No hay duda de que, con esta ley que lo autorizaba a usar la fuerza, Jackson habría enviado un ejército a Carolina del Sur, y hasta lo hubiera conducido, de ser necesario. Que Jackson se echase atrás era inimaginable. Estados Unidos estaba al borde de la guerra civil.

Pero nadie deseaba una guerra civil realmente, y aun mientras Jackson estaba tratando imperiosamente de hacer aprobar el Proyecto de Ley de Uso de la Fuerza, los compromisarios estaban trabajando afanosamente. El principal de éstos era el mismo Clay, el Gran Compromisario. Clay estaba totalmente dispuesto a permitir que se aprobase el Proyecto de Ley de Uso de la Fuerza, para que quedase establecido el principio de que un Estado no puede dictar la ley por su cuenta. Al mismo tiempo, urgió a que se rebajase el arancel, para que Carolina del Sur tuviese la oportunidad de dar marcha atrás honorablemente.

Así se hizo. Se aprobó apresuradamente un arancel inferior, que también incluía una estipulación para la ulterior disminución de los impuestos por un período de diez años. El mismo día en que Jackson firmó el Proyecto de Ley de Uso de la Fuerza, también firmó el nuevo arancel, para presentar a Carolina del Sur al mismo tiempo el palo y la zanahoria.

Carolina del Sur decidió aceptar la zanahoria. A regañadientes, suspendió la vigencia de su ordenanza de Anulación, el 15 de marzo de 1833, y empezó a pagar derechos de aduana nuevamente. Así, no fue necesario usar la fuerza. Por otro lado, Carolina del Sur salvó las apariencias, tres días más tarde, «anulando» la Ley de Uso de la Fuerza.

La crisis estaba superada y ambas partes podían reclamar la victoria. Los unionistas se habían mostrado dispuestos al uso de la fuerza y podían señalar que Carolina del Sur había abandonado su actitud de defensa de la anulación. Carolina del Sur había mostrado su resolución y podía señalar que el gobierno federal había renunciado a su elevado arancel.

Pero el punto principal —si la supremacía correspondía a la Unión o a los Estados individuales— no había sido dirimido. Iba a surgir nuevamente, en otra crisis mucho más seria, un cuarto de siglo más tarde.

Jackson estaba encantado de dejar atrás la crisis de la anulación y se preparó para la batalla verdaderamente importante, la batalla contra el Banco.

Se había opuesto al Banco desde un comienzo, y las maniobras de Nicholas Biddle con Clay para derrotar a Jackson en 1832 lo decidieron inflexiblemente a destruir el Banco aun antes de que expirase su carta en 1836.

Gran parte de la estabilidad del Banco reposaba en el hecho de que el gobierno tenía sus propias reservas depositadas allí; el Banco podía usar este dinero para controlar la economía nacional. Jackson decidió retirar esos depósitos gubernamentales y colocarlos en varios Bancos de los Estados, los cuales, pensaba, serían más sensibles a las necesidades del pueblo.

Fue apoyado en esta medida, y hasta urgido a tomarla, por su capaz ministro de Justicia, defensor de los derechos de los Estados, Rober Brooke Taney (nacido en Calvert, County, Maryland, el 17 de marzo de 1777). Taney (que estaba casado, dicho sea de paso, con la hermana de Francis Scott Key, el autor de La Bandera Estrellada) había sido un federalista, hasta que rompió con el partido para apoyar la Guerra de 1812. En el decenio de 1820 se hizo jacksoniano y, como Calhoun, adoptó la posición de defensa de los derechos de los Estados. Había apoyado el veto de Jackson a la renovación de la carta del Banco y había escrito buena parte del mensaje que acompañó al veto.

El secretario del Tesoro de Jackson, Louis McLane (nacido en Smyrna, Delaware, el 28 de mayo de 1786), juzgó que el retiro de los fondos era económicamente insensato y se negó a autorizar la medida. Jackson, entonces, desplazó a McLane al cargo de secretario de Estado y nombró un nuevo secretario del Tesoro: William John Duane (nacido en Irlanda el 9 de mayo de 1780). Duane consideró la cuestión y también se negó a retirar los depósitos.

Jackson, furioso, despidió a Duane y el 23 de septiembre de 1833 nombró a Taney secretario del Tesoro. Ahora no habría problemas. Taney retiró los fondos y los colocó en veintitrés bancos estatales diferentes, con lo cual mató, efectivamente, al Banco de los Estados Unidos.

El resultado fue una feroz lucha con el Senado, que exigió ver las comunicaciones entre el presidente y su gabinete en el curso de la larga lucha del primero para doblegar a dos secretarios a su voluntad, Jackson se negó, sobre la base de que la legislatura no tenía ningún poder sobre el Ejecutivo en lo concerniente a tratos legales dentro de los diversos departamentos ejecutivos.

El Senado tuvo que ceder, pero el 28 de marzo de 1834 censuró al presidente y se negó a confirmar el nombramiento de Taney en el Departamento del Tesoro. (El senador Benton consiguió hacer suprimir la censura del diario del Senado el 16 de enero de 1837, cuando el mandato de Jackson estaba llegando a su fin. Habían sido enemigos durante largo tiempo, desde que Benton casi había matado a Jackson en un duelo, pero ahora se hicieron amigos nuevamente. Ésta fue una de las pocas veces en que Jackson perdonó a un enemigo personal.)

Como Van Buren dos años antes, Taney, obligado a dimitir por el Senado, se encumbró aún más gracias a esta revocación. Jackson no olvidaba a sus amigos.

El 6 de julio de 1835 John Marshall murió en Filadelfia, poco antes de cumplir ochenta años. Había sido presidente del Tribunal Supremo durante treinta y cuatro años (un récord nunca superado desde entonces) y había contribuido a hacer de los Estados Unidos lo que era por sus intransigentes decisiones federalistas.

El 15 de marzo de 1836 Jackson nombró a Taney para que ocupase el lugar de Marshall. En el curso de su mandato, Jackson nombró cinco jueces del Tribunal Supremo y había puesto fin a la dominación federalista que había caracterizado a los cuarenta primeros años del Tribunal. El Tribunal Supremo jacksoniano tendía a favorecer los derechos de los Estados, propensión que sería importante en los tormentosos años futuros.