6. El último compromiso
El nuevo Oeste
Los antiesclavistas de Estados Unidos no estaban en modo alguno felices con los nuevos vastos territorios del Sudoeste.
Texas era un Estado esclavista. Esto era un hecho que no podía ser modificado. Más aún, era tan enorme que se le podía dividir en tres o cuatro Estados esclavistas, cada uno con dos senadores. Además, también el territorio recientemente adquirido situado al oeste de Texas estaba debajo de la línea de 32° 30’ de latitud norte y, por lo tanto, según el Compromiso de Missouri, podían formarse en ellos otros Estados esclavistas.
Los antiesclavistas de los Estados libres sencillamente no estaban dispuestos a tolerar esto. Estaban decididos a que Texas fuese el último Estado esclavista que entrase en la Unión[22]. A fin de cuentas, según la ley mexicana, la esclavitud estaba prohibida en los territorios situados al oeste de Texas. ¿Podían los Estados Unidos imponer la esclavitud en territorio que había sido legalmente libre? Uno de quienes pensaban que no, era un congresista demócrata de Pensilvania, David Wilmot (nacido en Bethany, Pensilvania, el 20 de enero de 1814).
El 8 de agosto de 1846, poco después de que se iniciase la guerra, Polk trató de hacer aprobar una asignación de dos millones de dólares con los cuales sobornar a líderes mexicanos como Santa Anna para que firmasen una paz favorable a los americanos. Wilmot se levantó para proponer una enmienda —la «Salvedad de Wilmot»— por la cual la esclavitud estaría prohibida en todo territorio que México cediese a los Estados Unidos.
Polk trató de llegar a un compromiso por el que se aplicase la Salvedad de Wilmot sólo a las tierras ubicadas al norte de la línea de 36° 30’, pero la mayoría de los congresistas de los Estados libres, cada vez más amargados por una guerra que sólo parecía redundar en interés de los Estados esclavistas (mientras Oregón era objeto de un compromiso), rechazaron la propuesta.
Aunque la Salvedad de Wilmot fue aprobada por la Cámara de Representantes, fue bloqueada en el Senado, donde Calhoun conducía el ataque; y precisamente lo mismo ocurrió cuando fue presentada por segunda vez en 1847. De parte de los senadores de los Estados esclavistas se pusieron varios senadores de los Estados libres que deseaban eliminar el problema de la esclavitud de la política nacional.
Uno de estos últimos, el senador Lewis Cass, de Michigan (nacido en Exeter, New Hampshire, el 9 de octubre de 1782), sostenía que sólo los Estados podían decidir si ser libres o esclavistas; los territorios no podían tomar la decisión por sí mismos ni hacer que el Congreso la tomase por ellos. Cuando llegase el momento de que un territorio se convirtiese en Estado, entonces los habitantes del territorio podían votar una constitución que hiciese al Estado esclavista o libre. Llamó a este punto de vista el de la «soberanía popular», y sobre la base de él la Salvedad de Wilmot debía ser rechazada.
Por el principio de la «soberanía popular», los propietarios de esclavos y sus esclavos podían desplazarse a cualquier territorio y nadie podía detenerlos. Entonces, cuando llegase el momento de convertir el territorio en un Estado, los propietarios de esclavos y sus simpatizantes podían hacer de él un Estado esclavista en cualquier parte de la Unión, al norte de la línea del Compromiso de Missouri tanto como al sur.
La propuesta debe de haber parecido atractiva a la mayoría de los miembros de los Estados esclavistas, pero daba por supuesto que los poseedores de esclavos y sus esclavos se desplazarían al Oeste en cantidades suficientes como para hacer posible la formación de Estados esclavistas. Pero esto era dudoso y, ciertamente, de dos importantes corrientes migratorias al Oeste, en el decenio de 1840, ninguna de ellas fue de ayuda alguna para la causa de los Estados esclavistas.
La primera, de menor envergadura, fue la de la Iglesia de Jesucristo de los Santos del Último Día (comúnmente conocida como la Iglesia mormona), la cual, como expusimos antes, había sido fundada en el Estado de Nueva York en 1830. Los primeros mormones, con sus extrañas ideas y su intenso celo misional, fueron desconcertantes para sus vecinos y la hostilidad hacia ellos los obligó constantemente a emigrar al Oeste.
Primero se trasladaron a Ohio, donde fundaron un templo en 1836. Las penurias financieras derivadas de la depresión de 1837 los obligó a marcharse aún más al Oeste, a Missouri, el bastión más occidental de la filosofía del Estado esclavista, donde, al principio, prosperaron y se multiplicaron.
Pero pronto los de Missouri, creyendo que los inmigrantes de los Estados libres eran detestables abolicionistas, empezaron a expulsarlos de un lugar tras otro. Finalmente, en 1839, un gran grupo de mormones cruzó el Mississippi para asentarse en el Estado libre de Illinois y fundó la ciudad de Nauvoo, sobre la orilla oriental del río, a ciento sesenta kilómetros al oeste de Peoría.
Allí los mormones, aún conducidos por Joseph Smith, fundador de la religión, florecieron. Durante un tiempo, Nauvoo, con veinte mil mormones que eran tenaces trabajadores, fue la mayor ciudad de Illinois. Las actividades misioneras continuaron no sólo en los Estados Unidos, sino también en el exterior. Brigham Young (nacido en Whitingham, Vermont, el 1 de junio de 1807), uno de los primeros conversos de Smith y líder de la fundación de Nauvoo, fue enviado como misionero a Gran Bretaña en 1840, desde donde envió conversos.
Los mormones mantuvieron el equilibrio de fuerzas en Illinois entre los whigs y los demócratas, haciéndose impopulares entre unos y otros. Desgraciadamente, en 1843, Smith provocó a los «gentiles» circundantes permitiendo la práctica de la poligamia, dándoles así la oportunidad de acusar a los mormones de inmoralidad sexual. Además, Smith negó a sus seguidores las libertades otorgadas por la Constitución. (Por ejemplo, ordenó suprimir un periódico contrario a él publicado por ciertos mormones disidentes de Nauvoo.)
Era fácil inducir a la multitud a la violencia contra los mormones, y en junio de 1844 Smith organizó la defensa de Nauvoo. A causa de esto, fue acusado de traición y arrestado por orden del gobernador de Illinois. Él y su hermano, Hyrum Smith, fueron encarcelados en Carthage, a veinticinco kilómetros al sudeste de Nauvoo. Allí, el 27 de junio de 1844, una muchedumbre asaltó la cárcel y dio muerte a Smith y a su hermano.
Los mormones tuvieron que mudarse nuevamente. De hecho, el gobierno de Illinois los instó a ello. Brigham Young llegó de Gran Bretaña y asumió el liderazgo, trasladando. Decidió trasladar a los mormones tan lejos, a un lugar tan aislado —y, en caso necesario, tan indeseable— que nunca fuesen molestados de nuevo.
El 4 de febrero de 1846 los mormones cruzaron el Mississippi cubierto de hielos. Después de pasar un duro invierno en las orillas del río Missouri, donde está hoy Omaha, reanudaron la migración. El 24 de julio de 1847 algunos contingentes de avanzada llegaron a la región del Gran Lago Salado. Brigham Young dijo: «Éste es el lugar apropiado». Allí se detuvieron los mormones y convirtieron el lugar en su morada permanente, fundando Salt Lake City (Ciudad del Lago Salado).
La primera migración masiva al territorio arrancado a México (que se produjo mientras duraba la Guerra Mexicana) fue un golpe contra la posibilidad de formar Estados esclavistas. Los mormones, aunque sus doctrinas religiosas eran, y siguen siendo, lamentablemente antinegros, no eran propietarios dé esclavos.
Una migración mucho mayor y más ruidosa se produjo como resultado de los sucesos de comienzos de 1848.
En California, uno de los grandes terratenientes era Johann Augustus Sutter (nacido en el Estado alemán de Badén el 15 de febrero de 1803). Después de pasar su juventud en Suiza, Sutter llegó a los Estados Unidos en 1834, se estableció en Missouri por un tiempo y luego se traladó a California, en 1839. Allí se enriqueció bajo protección mexicana, pero colaboró astutamente con Frémont cuando se creó la República de la Bandera del Oso. Esto le permitió conservar sus tierras cuando la guerra terminó.
Mientras se negociaba el tratado de paz mexicano-estadounidense, Sutter se dispuso a construir un nuevo aserradero. El 24 de enero de 1848, en el curso de la construcción, el supervisor, James Wilson Marshall (nacido en Hunterdon County, Nueva Jersey, en 1810), encontró pepitas de oro en un curso de agua, en un lugar situado a sesenta y cinco kilómetros al noreste de la moderna ciudad de Sacramento.
Sutter trató de mantener el descubrimiento en secreto, pero no lo consiguió; el suceso trascendió y el país enloqueció. Nada simboliza la riqueza mejor que el oro, y la idea de que allí estaba y no había más que recogerlo tuvo un efecto enloquecedor sobre la gente. Empezó una «fiebre del oro» muy similar a la frenética búsqueda por los exploradores españoles tres siglos antes del legendario «Eldorado»[23]. (En verdad, la región de California donde se efectuó el descubrimiento inicial de oro es llamada hoy Eldorado County.)
De todas las partes de Estados Unidos, y también de países de ultramar, la gente afluyó a California. Atravesaron los desiertos occidentales en carretas cubiertas o carretillas de mano, a través de regiones sin caminos y áridas, pasando por increíbles penurias y enfrentándose, con frecuencia, a la hostilidad de los indios.
Esos inmigrantes (luego llamados fortyniners [los del cuarenta y nueve], porque muchos llegaron en 1849) invadieron las propiedades de Sutter y las arruinaron. A fines de 1849 California tenía una población de cien mil personas. En el lapso de tres años, unos 200 millones de dólares en oro fueron extraídos del suelo, pero sólo un pequeño porcentaje de la población se benefició realmente de ello, y esa parte estaba formada principalmente por tenderos, jugadores y mujeres fáciles, más que por mineros.
Esta segunda migración estuvo compuesta sobre todo por los elementos inestables de la población americana que, en los duros tiempos que siguieron a la Guerra Mexicana, tenían poco que perder si se marchaban y se arriesgaban a un largo viaje al Oeste. Las personas ya prósperas tenían pocas razones para abandonar su seguridad, y pocos propietarios de esclavos se interesaron por hacer el viaje con sus esclavos.
Así, en 1850, cuando California, repentinamente rica y populosa, empezó a reclamar que se la considerase como un Estado, sus habitantes querían que lo fuese como Estado libre, aunque casi la mitad de ella estaba al sur de la línea del Compromiso de Missouri de 36° 30’.
En su primera prueba, la doctrina de la soberanía popular operó contra los Estados esclavistas; así, Calhoun empezó a llamarla despreciativamente «la soberanía ilegal», pues la decisión no fue tomada (en su opinión) por personas establecidas y responsables que compraban tierras, sino por una horda de inmigrantes indigentes que ocupaban «ilegalmente» las tierras y reclamaban la propiedad por derecho de ocupación. Los Estados esclavistas se dispusieron a impedir el ingreso de California como Estado libre, sobre todo puesto que esto rompería el empate entre Estados libres y Estados esclavistas que existía desde sesenta años atrás.
Mediados del siglo
Pero el problema de California tuvo que ser abordado por un nuevo gobierno, pues Polk, al aceptar la candidatura en 1844 se había comprometido a ocupar el cargo por un solo mandato y tenía la intención de cumplir con este compromiso. Por una parte, se había hecho de tantos enemigos entre los demócratas de los Estados libres por su total devoción a la causa de los Estados esclavistas que era evidente que no sería elegido candidato nuevamente, aunque lo intentase. Por otra, sus cuatro años de gobierno lo habían envejecido y debilitado; aunque había sido el hombre más joven investido como presidente hasta entonces, pues tenía cuarenta y nueve años en ese momento, dejó el cargo como un hombre enfermo.
Polk, el primer presidente de un solo mandato que no hizo ningún esfuerzo por lograr su reelección, murió en su casa de Nashville el 15 de junio de 1849, a la edad de cincuenta y tres años. Hasta hoy, ningún otro presidente de los Estados Unidos murió por causas naturales a tan temprana edad.
John Quincy Adams también falleció por entonces y aunque mucho más viejo que Polk, murió al pie del cañón. Aún activo en la Cámara de Representantes, se levantó el 21 de febrero de 1848 para oponerse a la Guerra Mexicana, que estaba terminando triunfalmente. Durante su discurso, sufrió un ataque cerebral y cayó al suelo; murió dos días más tarde a la edad de ochenta años.
Pero aunque los hombres mueran, las guerras políticas continúan y los demócratas estaban en dificultades. Hacían todo lo posible para mantener el tema de la esclavitud fuera de la política, pero esto era cada vez más difícil en los Estados libres.
La rama del Estado de Nueva York del Partido Demócrata, por ejemplo, se había escindido en dos: un grupo conservador dispuesto a alinearse con los Estados esclavistas y un grupo liberal que se oponía a una mayor extensión de la esclavitud. Los conservadores eran llamados hunkers («nalgas», «trasero»), posiblemente porque se sentaban en sus traseros y no cedían; los liberales, los herederos de los locofocos del decenio de 1830, eran llamados barnburners («incendiarios de graneros») por sus adversarios, quienes los comparaban con el granjero que incendia su granero para librarse de las ratas. La disputa entre facciones era tan aguda que los demócratas de Nueva York no acudieron a la convención que se reunió en Baltimore el 22 de mayo de 1848. Ninguno de los bandos permitía al otro formar una delegación. En la convención, dominaron los conservadores, y en la cuarta votación fue elegido como candidato Lewis Cass, el arquitecto de la «soberanía ilegal», gracias, en parte, al fuerte apoyo de Polk.
Cass tenía la ventaja de ser un militar. Los demócratas estaban seguros de que los whigs elegirían como candidato a uno de los generales de la Guerra Mexicana y esperaban que la hoja de servicios de Cass en la Guerra de 1812 y como secretario de Guerra bajo Jackson contribuiría a equilibrar la situación.
Como candidato a vicepresidente, los demócratas eligieron a William Orlando Butler, de Kentucky (nacido en Jessamine County el 14 de abril de 1791), quien no sólo era otro veterano de la Guerra de 1812, sino que había combatido con gallardía y había sido herido en la Batalla de Monterrey.
Mas para los demócratas antiesclavistas, Cass era totalmente inaceptable. Había votado consecuentemente con el bando de los Estados esclavistas y fue maldecido como un doughface («cara de masa»), término acuñado algunos años antes para describir a un miembro de los Estados libres cuyo rostro empalidecía como una masa ante las amenazas de los miembros de los Estados esclavistas.
Los barnburners realizaron su convención en Utica Nueva York, el 22 de junio y nombraron candidato al ex presidente Martin Van Buren. Los whigs antiesclavistas (llamados «whigs de conciencia», porque sus conciencias no les permitían estar de acuerdo con las acciones insuficientemente antiesclavistas del partido nacional) y los que en las dos elecciones anteriores habían votado por el Partido de la Libertad se unieron a los barnburners en el apoyo a Van Buren.
Así, Van Buren se presentó bajo el estandarte del Partido de la Tierra Libre, que eligió como candidato a la vicepresidencia al whig de conciencia Charles Francis Adams (nacido en Boston, Massachusetts, el 18 de agosto de 1807), el único hijo sobreviviente de John Quincy Adams, recientemente fallecido.
El Partido de la Tierra Libre no era tan radical como el Partido de la Libertad al que reemplazó. No propugnaba la abolición tajante, sino la interrupción de toda ulterior extensión de la esclavitud. Si bien sus objetivos eran más modestos, logró atraer a más seguidores y, por ello, fue tanto más amenazador para los Estados esclavistas.
Mientras tanto, el Partido Whig se reunió en una convención realizada en Filadelfia el 7 de junio de 1848. El perenne paladín Henry Clay estaba en disponibilidad, pero esta vez no tenía posibilidades. Su destino era ser elegido candidato cuando las perspectivas de los whigs eran malas, nunca cuando eran buenas.
Entre otros aspirantes estaban los dos héroes whigs de la Guerra Mexicana, Taylor y Scott. En la tercera votación fue elegido Taylor, como la mayoría estaba segura desde el comienzo de que lo sería. Como candidato a vicepresidente, los whigs eligieron a Millard Fillmore, de Nueva York (nacido en Locke, Nueva York, el 7 de enero de 1800), un importante líder whig que había comenzado su vida política como antimasón y había estado a punto de ser elegido gobernador de Nueva York en 1844.
Las elecciones, realizadas el 7 de noviembre de 1848 (el primero del que ahora llamamos «día de las elecciones»), fueron reñidas. Taylor marchó a la cabeza con 1.360.000 votos, contra 1.220.000 de Cass, y el colegio electoral emitió 163 votos a favor de Taylor y 127 por Cass. Por segunda vez en ocho años, los whigs habían elegido a un héroe de la guerra como presidente.
El Partido de la Tierra Libre había recibido 291.000 votos. Esta cifra era pequeña en comparación con la de los partidos principales, pero representó otro aumento de casi cinco veces con respecto al voto antiesclavista de la elección anterior; en verdad, ascendió al 10 por 100 de la totalidad de los votos. Ningún líder de los Estados esclavistas podía dejar de notar este índice de la fuerza en vertiginoso ascenso del sentimiento antiesclavista en los Estados libres.
De hecho, una vez más, como en 1844, el voto antiesclavista había modificado el resultado en Nueva York. Si los barnburners hubiesen votado a los demócratas en vez de hacerlo por el Partido de la Tierra Libre, Cass habría ganado Nueva York y, con ella, las elecciones. Se repitió lo ocurrido en 1844, sólo que en otra dirección.
El 4 de marzo de 1849 Zachary Taylor fue investido como duodécimo presidente de los Estados Unidos. Fue el primer presidente de Estados Unidos elegido exclusivamente por su hoja de servicios militar, el primero que no tenía ninguna experiencia política. Y no iba a ser el último.
Aunque los whigs habían ganado la presidencia, los demócratas aún dominaban en el Decimoprimer Congreso: por 35 a 25 en el Senado, y 112 a 109 en la Cámara de Representantes. Pero había no menos de nueve miembros del Partido de la Tierra Libre en la Cámara y tuvieron en sus manos la balanza del poder (esto es, podían votar por los whigs o por los demócratas, dando la mayoría a unos u otros).
El Partido de la Tierra Libre también tenía dos senadores. Uno de ellos, Salmon Portland Chase, de Ohio (nacido en Cornish, New Hampshire, el 13 de enero de 1808), era activo desde hacía tiempo en las causas antiesclavistas y había sido miembro del Partido de la Libertad, aunque negó con indignación ser un abolicionista de la clase de Garrison.
En todos los aspectos, excepto en la creciente y agudizada disputa sobre la esclavitud, a mediados de siglo Estados Unidos parecía estar pasando por una edad dorada. La Guerra Mexicana había sido un gran triunfo, Estados Unidos había incrementado enormemente su territorio y ahora se extendía del Atlántico al Pacífico en una vasta faja de tres mil setecientos kilómetros de ancho.
En 1850 la población llegó a veintitrés millones; era mayor que la de Gran Bretaña, aunque aún menor en diez millones que la de Francia. Los inmigrantes afluían de la Irlanda atenaceada por el hambre, la Alemania desgarrada por las revoluciones, de los Países Bajos, de Gran Bretaña, atraídos por el país en crecimiento y pendenciero, para no hablar del oro de California. Esos inmigrantes europeos que huían de gobiernos opresivos eran vigorosamente antiesclavistas, y ésta fue otra tendencia que los Estados esclavistas contemplaron con creciente alarma.
El 10 de septiembre de 1846 Elias Honre (nacido en Spencer, Massachusetts, el 9 de julio de 1819) patentó la primera máquina de coser práctica. Éste fue el paso más importante dado hasta entonces para aplicar las técnicas de la Revolución Industrial a fin de liberar a las mujeres de tareas embrutecedoras.
Se estableció la comunicación telegráfica entre Nueva York y Chicago. El algodón americano abasteció al mundo entero. Los ferrocarriles se expandieron, y lo mismo el comercio exterior. Los clípers americanos (largos y estrechos barcos de madera con elevados mástiles y con un enorme velamen) eran los más rápidos y bellos barcos del mar; podían viajar de Nueva York a California bordeando el extremo meridional de América del Sur o ir de China a Londres bordeando el extremo meridional de África en menos de cien días.
Pero el problema de la esclavitud estropeaba y echaba todo a perder.
Clayy Webster
En los treinta años transcurridos desde el Compromiso de Missouri, las actitudes con respecto a la esclavitud se habían endurecido a tal punto que parecía inevitable una colisión frontal. Los Estados esclavistas contemplaban con preocupación cómo se había debilitado su posición dentro de la Unión. La paridad en el Senado era su última defensa, y aun ésta estaba desapareciendo.
California quiso ser un Estado libre, el decimosexto, contra sólo quince Estados esclavistas. Además, el resto, escasamente colonizado, de las tierras ganadas a México se estaban organizando como territorios, y los colonos planeaban prohibir la esclavitud en sus constituciones territoriales. En ninguna parte había en vista un nuevo Estado esclavista, a menos que Texas se resignase a ser desmembrada, a lo cual se negó.
Los apesadumbrados Estados esclavistas pensaban que habían apoyado y librado la Guerra Mexicana contra la oposición de los Estados libres y la habían terminado triunfalmente, sólo para que los Estados libres recogiesen los beneficios. Se prepararon a resistir hasta el fin las restricciones a la esclavitud y si eran intimidados por la creciente oposición a la esclavitud en los Estados libres, entonces…
Empezó a oírse nuevamente la palabra «secesión». Entre los extremistas de los Estados esclavistas se destacaba William Lowndes Yancey, de Alabama (nacido en Ogeechee Falls, Georgia, el 10 de agosto de 1814), quien había estado del lado de la Unión en la controversia sobre la anulación del arancel en tiempo de Jackson, pero ahora había pasado a una vigorosa posición de defensa de los derechos de los Estados. Yancey trató de organizar un movimiento de secesión, sosteniendo que los Estados esclavistas nunca hallarían justicia dentro de la Unión y debían mantener su modo de vida libres de la interferencia externa. Pero fracasó… por el momento.
Henry Clay, el Gran Compromisario, después de lograr su objetivo de reconstruir el Partido Whig, estaba de vuelta en el Congreso. Había hecho aprobar el Compromiso de Missouri treinta años antes y ahora debía hallar otro medio de resolver la disputa o contemplar cómo la controversia cada vez más enconada destruía la Unión. Tenía que hallar un modo de dar a cada parte algo que desease lo suficiente como para permitir que la otra parte también recibiese algo.
Para empezar, por ejemplo, debía permitirse a California que entrase en la Unión como Estado libre. Esto era lo que deseaban los californianos y no podía postergarse; los Estados esclavistas tendrían que admitirlo. Como compensación, las tierras restantes ganadas a México serían organizadas como territorios sin la previa prohibición de la esclavitud. Esto significaba que los Estados libres tendrían que renunciar a la Salvedad de Wilmot y aceptar la posibilidad de que surgiesen Estados esclavistas adicionales.
El segundo par de resoluciones concernía a Texas, que debía admitir su división para aumentar la superficie potencial a fin de crear Estados esclavistas adicionales. Clay propuso que el tercio noroccidental de Texas, que estaba casi deshabitado, fuese cedido por el Estado y añadido a los territorios que luego pudiesen constituir Estados esclavistas. A cambio, Estados Unidos se haría cargo de las deudas que Texas hubiese contraído en su breve historia como nación independiente.
El tercer par de resoluciones se refería al Distrito de Columbia, que era territorio esclavista. A muchos congresistas de los Estados libres les horrorizaba la existencia de mercados de esclavos a la vista del Capitolio. Por ello, Clay propuso que el comercio de esclavos fuese prohibido en el Distrito de Columbia, pero que no se tocase a la esclavitud misma.
Finalmente había un cuarto par de resoluciones que no eran equilibradas, sino que ambas favorecían a los Estados esclavistas. Según una de ellas, el Congreso no debía interferir en el comercio de esclavos interestatal; la otra establecía medidas más efectivas para el retorno de esclavos fugitivos.
La parte del compromiso propuesto más difícil de digerir por los Estados esclavistas era el concerniente a la admisión sin contrapeso de California como Estado libre, que rompía el largo empate en el Senado.
Lo más difícil de digerir para los Estados libres era la Ley del Esclavo Fugitivo, elaborada por James Murray Mason (nacido en Georgetown, Virginia, el 2 de noviembre de 1798), nieto, paradójicamente, de George Mason, quien en los días de la Guerra Revolucionaria había sido el más destacado de los partidarios de las libertades civiles y un vigoroso estadista antiesclavista.
La cuestión de los esclavos fugitivos era delicada para ambas partes. Durante años, una corriente de esclavos huidos había hallado una relativa seguridad en los Estados libres, relativa porque los esclavos seguían siendo una propiedad y debían ser devueltos a sus amos si eran hallados.
Muchos blancos antiesclavistas trataban de impedir que los hallaran y estaban dispuestos a jurar falsamente que los negros afectados eran libres y conocidos por ellos desde su nacimiento o, si esto no era posible, a trasladarlos al lejano Norte, a Canadá, donde serían libres de modo permanente.
Miles de blancos antiesclavistas de todos los Estados libres trabajaban activamente para trasladar a los negros al Norte, a lo largo de rutas y paradas que, en 1831, eran llamadas el «Ferrocarril Subterráneo».
El movimiento había empezado entre los cuáqueros de Pensilvania. Uno de ellos, Thomas Garrett (nacido en Upper Darby, Pensilvania, el 21 de agosto de 1789), ayudó a obtener la libertad a dos mil setecientos esclavos, se decía. El Estado de Maryland puso una oferta permanente de 10.000 dólares por su arresto. Estaba arruinado financieramente por una multa que le impusieron en 1848, pero continuó su labor. Otro cuáquero, Levi Coffin (nacido en New Garden, Carolina del Norte, el 28 de octubre de 1789), era tan activo en la operación que se le llamaba el «presidente» del Ferrocarril Subterráneo.
Los mismos negros también contribuían al esfuerzo. Quizá la figura más pintoresca y osada de las que actuaban en el Ferrocarril Subterráneo era una negra analfabeta, Harriet Tubman (nacida en Dorchester County, Maryland, alrededor de 1821), quien escapó de la esclavitud en 1849, pero volvió a los Estados esclavistas unas veinte veces (lo cual era mucho más peligroso para ella que para cualquier blanco) a fin de llevar a unos trescientos esclavos a la libertad, incluso a sus propios padres. Otro negro activo en la batalla antiesclavista era el elocuente Frederick Douglass, nacido cerca de Easton, Maryland, en 1817 quien escapó de la esclavitud en 1838.
El Ferrocarril Subterráneo realmente no rescató a muchos esclavos. Salvó a menos de mil al año, de una población esclava que había llegado a tres millones y crecía a una tasa de setenta mil por año. Además, la mayoría de los esclavos rescatados provenían de los Estados fronterizos, donde las condiciones de la esclavitud eran relativamente suaves.
Sin embargo, la gente de los Estados esclavistas estaba furiosa por lo que consideraban como una conspiración abierta para despojarlos de su propiedad. Pensaban que mientras existiese el Ferrocarril Subterráneo, los negros se sentirían constantemente tentados a escapar o a rebelarse.
Las personas antiesclavistas de los Estados libres, por su parte, consideraban absolutamente inadmisible que se esperase de ellas que devolviesen a algún fugitivo infortunado a sus amos esclavistas.
Los extremistas de ambas partes —un grupo resueltamente opuesto a una California libre, el otro opuesto con igual resolución a la Ley del Esclavo Fugitivo— hallaron el compromiso insatisfactorio, y parecía difícil saber si habría suficientes moderados de ambos bandos para hacerlo aprobar.
La pugna llegó a su culminación en el Senado, donde dos grandes viejos que se habían destacado en el Congreso y en la política nacional durante cuarenta años —desde los días de la Guerra de 1812— se enfrentaron uno al otro por última vez.
El 5 y el 6 de febrero de 1850 Clay se levantó para proponer sus resoluciones. Tenía setenta y tres años y se le notaban, pero halló la fuerza necesaria para argumentar, con un fervor arrollador, a favor de las concesiones por ambas partes. Pidió a los Estados libres que no hostigasen a los Estados esclavistas, e instó a éstos a pensar que la Constitución no preveía la secesión y que todo intento de separación seguramente precipitaría la guerra.
Se opuso al compromiso el moribundo John Calhoun, de sesenta y ocho años y demasiado enfermo para poder hablar. Tuvo que permanecer sentado, pálido y airado, mientras el senador Mason leía su discurso.
Calhoun no podía aceptar una California libre. Quería que a los Estados esclavistas se les garantizase la igualdad de poder con los Estados libres, para siempre, por una enmienda constitucional, si era necesario, y aunque ello supusiera tener dos presidentes, uno de los Estados libres y otro de los Estados esclavistas, cada uno con facultad para vetar los actos del otro. También quería que se pusiese fin a toda la agitación antiesclavista en los Estados libres, como único modo de que los Estados esclavistas pudiesen sentirse seguros dentro de la Unión.
Pedía lo imposible, pero no vivió para ver el fracaso de su último esfuerzo. Sobrevivió a la lectura de su discurso menos de un mes, pues murió el 31 de marzo de 1850.
Portavoz del extremo opuesto fue un hombre más joven, un miembro de la ascendente generación de políticos que estaba pasando a primer plano, William Henry Seward (nacido en Florida, Nueva York, el 16 de mayo de 1801). Seward había entrado en la política como antimasón, luego se hizo whig y fue durante cuatro años gobernador de Nueva York. Su gobierno se distinguió por sus ideas liberales; elaboró una reforma carcelaria, extendió la tolerancia a los católicos y extranjeros e hizo todo lo que pudo para impedir la devolución de esclavos fugitivos. En 1849 fue enviado al Senado por la legislatura de Nueva York, que había pasado a la dominación de los whigs después de la victoria de Taylor de 1848. Allí, en seguida se destacó como senador antiesclavista.
El 11 de marzo de 1850 expresó una intransigente hostilidad hacia la expansión del territorio esclavista. Aunque se admitiese que, según la Constitución, el Congreso tenía poder para permitir la extensión de la esclavitud a los territorios, esto no podía hacerse, porque, insistía, «hay una ley superior a la Constitución». Aludía a la ley de Dios, por supuesto, una ley vaga sobre la cual nunca ha habido un acuerdo general.
Pero el discurso más importante, y quizá decisivo, fue el de Daniel Webster, pronunciado entre los de Calhoun y Seward; Webster lo pronunció el 7 de marzo de 1850, por lo que siempre se alude a él como al «Discurso del Siete de Marzo».
El gran discurso de Webster de 1830 había instado a la nación a apoyar «Nuestra Unión Federal» en una época en que la esclavitud no era una cuestión primaria. Ahora Webster trató de lograr el mismo efecto en una época de mucha mayor intensidad emocional. ¡Y lo consiguió!
Como Clay, pidió concesiones a ambos bandos, instando a los habitantes de los Estados esclavistas y de los Estados libres a dejar de lado sus prejuicios y mantener la Unión, dentro de la cual todas las cuestiones finalmente podían ser resueltas, y fuera de la cual todo, por ambas partes, debía fracasar. En particular, trató de enfriar los temores concernientes a la extensión del poder esclavista, sosteniendo que no había necesidad de prohibir la esclavitud en los territorios sudoccidentales, ya que su posibilidad quedaría impedida por la naturaleza del suelo y del clima. Se pensaba que allí donde la agricultura a gran escala no era posible, los esclavos serían de utilidad limitada.
El Discurso del Siete de Marzo, más que cualquier otro factor, hizo que las resoluciones de Clay fuesen aprobadas por el Congreso, convirtiéndolas en el «Compromiso de 1850». Éste, el último compromiso entre los Estados libres y los Estados esclavistas, saivó la Unión y aplazó la catástrofe por diez años más.
Mas por sus esfuerzos, Webster fue maldecido por las horrorizadas fuerzas antiesclavistas, para quienes en su vejez se había pasado al enemigo. Este sentimiento halló su más clara expresión en un poema, «Ichabod» (de una expresión hebrea que significa «la gloria ha pasado», véase 1 Samuel, 4:21), de John Greenleaf Whittier (nacido en Haverhill, Massachusetts, el 17 de diciembre de 1807, de padres cuáqueros), el más renombrado de los poetas abolicionistas americanos. La primera estrofa de este triste réquiem a un hombre al que los abolicionistas consideraban un héroe caído reza así:
¡Caído de tal modo!, ¡perdido de tal modo!, ¡extinta la luz
que antaño llevó!
¡Pasada la gloria de sus cabellos grises
para siempre!
Webster fue acusado de humillarse ante los Estados esclavistas con la esperanza de ganar su apoyo para llegar a la presidencia, pero tenía sesenta y ocho años y sus ambiciones a este respecto deben de haber sido escasas. Tenía una tarea más que realizar como secretario de Estado, pero murió el 24 de octubre de 1852. Se salvó de contemplar la inminente tragedia. También Clay se salvó, pues murió el 29 de junio de 1852.
Los esclavos fugitivos
La muerte del presidente precedió a la de Clay y la de Webster. Dos veces los whigs habían ganado una elección presidencial, dos veces eligieron a un héroe militar; y por dos veces el presidente murió de causas naturales antes de terminar su mandato.
El 4 de julio de 1850 el presidente Taylor se vio obligado a escuchar el discurso del Día de la Independencia bajo un sol ardiente. (El orador, que habló durante dos horas, era el senador Henry Stuart Foots, de Mississippi, nacido en Fauquier County, Virginia, en 1804.) Taylor, que ahora tenía sesenta y cinco años, se refrescó luego comiendo pepinos, cerezas y grandes cantidades de leche helada. Cogió un intenso dolor de estómago del que se habría recuperado si los médicos no se hubiesen hecho cargo de él; en el momento en que le administraron dudosas medicinas y le practicaban sangrías, estaba muerto. El 9 de julio de 1850 el vicepresidente Millard Fillmore se convirtió en el decimotercer presidente de los Estados Unidos, y el segundo que ocupó el cargo por muerte natural de su predecesor.
El cambio redundó en beneficio del compromiso. Taylor había sido un propietario de esclavos, pero bastante jacksoniano en sus ideas. Había favorecido la admisión de California como Estado libre y declarado tajantemente que la secesión equivalía a traición. No estaba seguro de que el compromiso fuese realizable.
Pero Fillmore era una especie de whig rutinario (al menos el partido evitó la catástrofe de un segundo Tyler), dominado los Estados Unidos a mediados de siglo 19 en gran medida por Clay. Nombró a Webster para el cargo de secretario de Estado, que ya había ocupado bajo Harrison y Tyler, y aceptó entusiastamente el compromiso.
El 9 de septiembre de 1850, pues, California entró en la Unión como el trigesimoprimer Estado y el decimosexto Estado libre. El mismo día Texas renunció a sus reclamaciones sobre el Noroeste, pero siguió siendo, con mucho, el Estado más grande de la Unión. Con una superficie de 690.000 kilómetros cuadrados, Texas era cuatro veces mayor que el Estado más grande de la Unión (Missouri) anterior a la anexión de Texas. California, con una superficie de 410.000 kilómetros cuadrados, se convirtió en el segundo Estado en tamaño[24].
También el 9 de septiembre el territorio restante ganado a México fue dividido en dos territorios, Utah al norte y Nuevo México al sur, sin prohibición alguna de la esclavitud. El 20 de septiembre el comercio de esclavos fue prohibido en el Distrito de Columbia.
Todos éstos fueron hechos realizados y que podían ser olvidados. Quedaba en pie el aspecto decisivo del compromiso, que se enfrentaba con la constante dificultad de su aplicación, día tras día: la Ley del Esclavo Fugitivo, que fue aprobada el 18 de septiembre.
La Ley del Esclavo Fugitivo descargó todo el peso de la Justicia sobre el desdichado negro acusado de ser un esclavo escapado. Convirtió la aplicación de la ley en un acto federal; y se nombraron comisionados especiales para atender a los casos y emitir órdenes para el arresto de fugitivos y certificados para devolverlos a sus amos. Esto impidió que la cuestión quedase en manos de organismos locales para la aplicación de la ley posiblemente antiesclavista.
Una declaración jurada de un propietario de esclavos o de su representante era considerada prueba suficiente. No se permitía al negro prestar testimonio y no había juicio por jurados. Los comisionados tenían el derecho de obtener la ayuda de jefes o subjefes de policía locales y de imponer multas de 1.000 dólares a quienes se negasen a cooperar o permitiesen huir a un negro. Los ciudadanos comunes que obstaculizasen la acción de los comisionados también eran multados con 1.000 dólares.
Los mismos comisionados eran sobornados legalmente para que favoreciesen a los propietarios de esclavos, pues se les pagaba diez dólares si otorgaban un certificado de devolución, pero sólo cinco dólares si no lo hacían.
Fue esta Ley del Esclavo Fugitivo, más que cualquier otra cosa, lo que reconcilió a los miembros de los Estados esclavistas con el Compromiso de 1850 y debilitó la influencia de los extremistas de esos Estados. Éstos habían logrado efectuar una convención de delegados de los Estados esclavistas en Nashville, Tennessee, en junio de 1850, en la que esperaban imponer sus opiniones extremas. Pero predominaron los moderados y toda sugerencia de secesión fue firmemente rechazada. En las elecciones realizadas en 1851, los extremistas fueron totalmente derrotados en todos los Estados esclavistas donde tenían adeptos.
Pero la gran realización de Clay, el Compromiso de 1850, fue el comienzo del fin para el Partido Whig; estaba agonizando, como Clay. En los Estados esclavistas, los whigs eran considerados blandos en el tema de la esclavitud y la población se hizo cada vez más firmemente demócrata. En los Estados libres, los whigs cargaban con el oprobio de la Ley del Esclavo Fugitivo y había una continua conversión al Partido de la Tierra Libre. En las elecciones de mitad del mandato de 1852, los demócratas obtuvieron una sólida mayoría en la Cámara de Representantes, de 140 a 88, y conservaron la mayoría en el Senado.
En verdad, fue la Ley del Esclavo Fugitivo lo que arruinó el compromiso. Los miembros de los Estados esclavistas pensaban que era una victoria sobre los odiados abolicionistas, pero en verdad habían optado por una victoria inmediata que ocasionaría una derrota final. Es posible que si los Estados esclavistas hubiesen ignorado el Ferrocarril Subterráneo como una pérdida sin importancia y hubiesen aumentado la seguridad interna, dando por perdido a todo negro escapado, su situación habría mejorado. Los hombres de los Estados libres que estaban realmente interesados en ayudar a escapar a los esclavos eran, en verdad, una pequeña minoría y sólo tenían una influencia limitada.
Pero cuando los comisionados de los Estados esclavistas empezaron a invadir comunidades de los Estados libres para llevarse a negros, parecía una intrusión de «forasteros» en los asuntos locales. La vista de negros temerosos, acosados y sin ninguna oportunidad de ser oídos repugnaba a muchos que, en otra situación, no se habrían molestado en ser antiesclavistas. En resumen, la Ley del Esclavo Fugitivo hizo más abolicionistas de los que nunca logró hacer Garrison.
Inmediatamente se convirtió en una cuestión de honor, en los Estados libres, el no cumplir con la ley. Varios Estados, particularmente en Nueva Inglaterra, aprobaron leyes destinadas a impedir la aplicación de la Ley del Esclavo Fugitivo; y el Ferrocarril Subterráneo empezó a funcionar más eficientemente.
El Partido de la Tierra Libre, fortalecido, llenó la legislatura de Massachusetts alcanzando cifras récord y logró enviar un senador al Congreso en la persona de Charles Sumner (nacido en Boston el 6 de enero de 1811). Por vez primera entró en el Senado un abolicionista declarado.
Sumner había ocupado su escaño el 24 de abril de 1851 (habiendo sido nombrado por un solo voto después de un punto muerto de tres meses de la legislatura), y el 26 de agosto de 1852 pronunció un vigoroso discurso de cuatro horas contra la Ley del Esclavo Fugitivo. Urgió a no permitir una mayor extensión de la esclavitud en los Estados Unidos y, en lo concerniente al compromiso, dijo: «No se puede acordar nada que no sea correcto».
Entre tanto, una novela por entregas publicada en un periódico abolicionista tuvo infinitamente más influencia en el despertar de sentimientos antiesclavistas en todos los Estados libres (y también en el exterior) que cualquier cosa que dijeran los políticos. La cabaña del tío Tom, o la vida entre los humildes, escrita por Harriet Elizabeth Beecher Stowe (nacida en Lichtfield, Connecticut, el 14 de junio de 1811), apareció en forma de libro dos días antes del discurso de Sumner, y también se presentó en el teatro una versión escenificada de la novela.
Inspirada en la Ley del Esclavo Fugitivo, la novela describía la situación de los esclavos en términos dramáticos y en gran medida ficticios. (La señora Stowe no tenía ningún conocimiento directo de las condiciones de la esclavitud.) Algunos de los propietarios de esclavos de la novela eran descritos muy favorablemente, pero la imagen dominante era la del villano Simón Legree (descrito como originario de los Estados libres, dicho sea de paso), cuyo nombre es hasta hoy sinónimo de brutalidad sádica.
Al año se habían vendido trescientos mil ejemplares del libro, y varios millones de personas lloraron por los sufrimientos de la esclava Eliza, que huyó a través de un río helado, perseguida por sabuesos, para evitar ser separada de su bebé y vendida «aguas abajo del río» para realizar duras labores en los campos de algodón. Los lectores también lloraban por el noble esclavo, el Tío Tom, quien ruega por el brutal Legree mientras éste lo azota hasta matarlo[25]. La versión teatral subrayaba aún más los aspectos sombríos de la esclavitud y fue vista casi por todo el mundo.
Los miembros de los Estados esclavistas protestaron y sostuvieron que La cabaña del Tío Tom era una deformación y tenía poca semejanza con la realidad, pero sus protestas no los beneficiaron. El libro hizo surgir abolicionistas por todas partes, y los defensores de la esclavitud fueron odiados, despreciados y detestados por muchos, interna y externamente, que no sabían nada de la esclavitud excepto lo que les contaba la señora Stowe.
Allende los mares
Aunque el tema de la esclavitud se había ahondado y ennegrecido, abarcando a toda la nación como una bruma malsana e impenetrable, Estados Unidos siguió creciendo, expandiéndose y prosperando.
Había 120 colegios en el país; se empezó a hacer agitación por los derechos de las mujeres y para prohibir la venta de bebidas alcohólicas. Stephen Collins Foster (nacido en Lawrenceville, Pensilvania, el 4 de julio de 1826, el día en que murieron Jefferson y John Adams) escribió Swanee River en 1851, canción muy conocida todavía hoy. El mismo año, Hermán Melville (nacido en la ciudad de Nueva York el 1 de agosto de 1819) publicó Moby Dick. La red de ferrocarriles siguió expandiéndose y se hizo más densa. En 1852, Elisha Graves Cutis (nacido en Halifax, Vermont, el 3 de agosto de 1811) inventó el primer ascensor práctico, iniciando el proceso que algún día haría posibles los rascacielos.
Estados Unidos estaba empezando, más y más, a mirar allende los mares, también. Tenía que hacerlo, por la lógica de la geografía. Cada vez más, en los decenios de 1830 y 1840, era claro que el territorio americano iba a extenderse hacia el Oeste hasta el Pacífico. Esto significaba que tendría que haber comunicaciones entre las costas, y en los días anteriores al ferrocarril transcontinental la ruta más fácil era por mar.
Ello suponía navegar alrededor de todo el continente sudamericano, viaje que, aun para los clípers, tardaba tres meses completos. Por supuesto, se podía navegar hasta el istmo, que sólo tenía sesenta kilómetros de ancho, y reducir la extensión del viaje a la mitad. Pero esos sesenta y cinco kilómetros de tierra eran difíciles de cruzar, porque el istmo estaba infestado de enfermedades. Pero si hubiese un canal…
El inconveniente de esta idea, desde el punto de vista americano, era que Gran Bretaña era la mayor potencia de la Tierra, y también ella estaba interesada en ese canal; hasta había establecido un protectorado sobre algunas partes de la costa de América Central con tal objetivo en vista.
Esto, claro está, era una violación de la Doctrina Monroe, pero Gran Bretaña era la única potencia demasiado fuerte en el mar para la joven república. Además, bajo el gobierno de Polk, Estados Unidos había estado demasiado embrollado con México para buscar querella con Gran Bretaña, mientras bajo los gobiernos whigs que precedieron y sucedieron a Polk la política americana había buscado la paz y los acuerdos. Los whigs eran más bien hostiles a la Doctrina Monroe.
En cambio, Estados Unidos trató de llegar a acuerdos con autoridades locales para obtener sitios para canales propios y, después de la Guerra Mexicana, parecía que se produciría una colisión británico-americana en el Caribe.
Ninguna de las dos naciones deseaba un enfrentamiento. A fines de 1849, Gran Bretaña envió un nuevo embajador, sir Henry Lytton Bulwer, a los Estados Unidos, con instrucciones de negociar un acuerdo. El secretario de Estado de Taylor, John Middleton Clayton (nacido en Dagsboro, Delaware, el 24 de julio de 1796), cooperó gustosamente.
El «Tratado Clayton-Bulwer» fue firmado el 19 de abril de 1850 y ratificado por ambas naciones el 4 de julio. Esencialmente, era un empate. Ambas partes convenían en no tratar de construir un canal exclusivo, sino mantener abierto cualquier canal que se construyese a los naturales de ambos países. También se comprometían a no fortificar el canal ni a tratar de dominar las regiones vecinas.
Aunque los demócratas, bajo la conducción de Cass y un ardiente joven imperialista, el senador Stephen Arnold Douglas, de Illinois (nacido en Brandon, Vermont, el 23 de abril de 1813), atacaron enconadamente el tratado por haber ignorado la Doctrina Monroe, el acuerdo era un arreglo razonable. Después de todo, se persuadió a la mayor potencia naval de la Tierra a compartir la empresa en términos de igualdad con Estados Unidos, que aún era mucho más débil.
Además, el tratado fue letra muerta. El canal a través de América Central no podía ser construido con las posibilidades tecnológicas de la época, de todos modos. Medio siglo más tarde, cuando se pudo construir realmente el canal, la situación había cambiado tanto que Estados Unidos lo construyó y ejerció su soberanía exclusiva sobre él.
También estaba empezando a manifestarse el «imperialismo» (el deseo y el impulso de una nación a ejercer su dominación sobre regiones de otras culturas, particularmente allende los mares) americano.
La guerra con México, al ampliar el potencial territorio esclavista (aunque con frustrantes consecuencias, en vista del surgimiento de la California libre), había despertado el apetito de los Estados esclavistas; no podían por menos de buscar otras oportunidades de expandirse. A ciento sesenta kilómetros al sur de la Florida se halla la rica isla de Cuba, que estaba todavía bajo la dominación de España. Cuando las colonias españolas de tierra firme se habían separado e independizado, treinta años antes, Cuba, separada de las otras por el mar, siguió siendo una colonia.
Pero la dominación de España sobre Cuba no era muy fuerte, y había cierta agitación bajo la férula colonial. Seguramente, con un poco de estímulo, Cuba podía liberarse y, como Texas, caer en manos de Estados Unidos. (Sin duda, Texas tenía una población que se consideraba estadounidense, y Cuba no, pero esto no parecía preocupar a los imperialistas.)
Había varios refugiados cubanos en Estados Unidos que habían intentado realizar una revolución y habían fracasado. Uno de ellos, Narciso López, insistía en que Cuba estaba madura para un levantamiento y que, con un poco de ayuda, podía llevarlo a cabo. Logró reclutar a algunos voluntarios ansiosos en los Estados esclavistas y, el 11 de agosto de 1850, desembarcó en Cuba.
El intento fracasó. López luego fue capturado y ejecutado, junto con una cantidad de voluntarios estadounidenses. Otros estadounidenses tomados prisioneros fueron enviados a España. Más tarde, Estados Unidos logró su liberación después de pagar una indemnización a España por los daños infligidos al consulado español en Nueva Orleans por americanos alborotadores. Pero el problema de Cuba quedó en pie.
Estados Unidos también estimuló revoluciones en tierras lejanas, revoluciones de las que no esperaba cosechar beneficios directos, pues en aquellos tiempos la nación se consideraba como la conductora del mundo en dirección hacia la democracia y con el derecho, en nombre de la humanidad, de subvertir el viejo orden en todas partes.
En 1848, por ejemplo, la gran minoría húngara del Imperio austríaco se rebeló bajo el liderazgo de Lajos Kossuth, y durante un año resistió los intentos de Austria de sofocar la rebelión. La revuelta fracasó sólo después de que Rusia —que se creía en el deber de defender el viejo orden en todas partes— envió un ejército a Austria para eliminarla[26].
Estados Unidos apoyó abiertamente a los húngaros y hasta dejó claro que reconocería la independencia húngara en la primera oportunidad. Cuando Austria envió una vigorosa nota de protesta, el secretario de Estado, Daniel Webster, afirmó con calma el interés de Estados Unidos en las revoluciones que engendrasen gobiernos similares al americano (esto también era una violación de la Doctrina Monroe, pero a nadie pareció preocuparle) y comparó jactanciosamente el tamaño de Estados Unidos con el del Imperio austríaco.
Después de que Hungría fue derrotada y Kossuth se vio obligado a huir, fue llevado a los Estados Unidos el 5 de diciembre de 1851, donde se le brindó la recepción de un héroe conquistador.