9. Comienza la guerra
Fort Sumter
El 11 de febrero de 1861, Lincoln abandonó su hogar en Springfield, Illinois, y dijo a la gente de la ciudad que acudió a despedirlo que no sabía cuándo volvería, ni siquiera sabía si volvería. En su largo viaje a Washington pronunció discursos en varios puntos de su camino, pero se limitó a las generalidades.
La última etapa del viaje era la más complicada. Washington, D. C., estaba, por supuesto, en territorio esclavista, con Virginia al sur y Maryland al norte, y Lincoln era tan popular allí como lo hubiera sido Jorge III después de firmarse la Declaración de la Independencia. El 22 de febrero, en Harrisburg, Pensilvania, Lincoln tuvo noticias de que estaba en marcha un complot para asesinarlo, y que sería muerto si pasaba por Baltimore al día siguiente, como estaba planeado.
El complot había sido descubierto por un detective privado llamado Allan Pinkerton (nacido en Glasgow, Escocia, el 25 de agosto de 1819 y que había llegado a Estados Unidos en 1842), quien había logrado considerable éxito y reputación en su esfera mediante actividades como implacable rompehuelgas al servicio de ricos industriales. Pinkerton había descubierto que una imaginación exaltada lo hacía parecer más útil a sus empleadores; de modo que no hay modo de saber si hubo realmente un complot para asesinara Lincoln.
El séquito de Lincoln tembló ante la historia de horror de Pinkerton y logró persuadir al renuente Lincoln a que cambiase sus planes secretamente y tomase un tren nocturno directo a Washington, evitando Baltimore. Lincoln lo hizo y llegó a Washington sin incidentes, disfrazado hasta el punto de usar un sombrero de fieltro, en lugar de su chistera habitual.
Psicológicamente fue un error. Ofreció una imagen poco digna que fue groseramente exagerada por los enemigos de Lincoln, quienes, en tiras humorísticas, lo pintaron entrando furtivamente en Washington disfrazado con un traje escocés a cuadros. Fue un comienzo poco propicio de la carrera de Lincoln en Washington.
Hasta el 4 de marzo, desde luego, Lincoln no fue investido como decimosexto presidente de los Estados Unidos para hacerse cargo personalmente, por fin, de la crisis de la secesión. Pero en el ínterin entre su llegada y su investidura, hubo una noticia esperanzadora: el Estado esclavista de Missouri efectuó una convención y había rechazado la secesión por 89 votos contra 1.
En su alocución inaugural, Lincoln se esforzó por ser conciliador con los Estados esclavistas, asegurándoles que su gobierno en modo alguno intervendría en el asunto de la esclavitud en los Estados en que ya existía. Por lo demás, no mostró ningún signo de debilidad. La secesión, dijo Lincoln, era ilegal y no sería tolerada. Los Estados separados debían considerarse parte de la Unión, aunque no había necesidad de ninguna guerra si los Estados separados sencillamente anulaban lo que habían hecho en los tres meses anteriores y volvían voluntariamente al redil.
Desgraciadamente, no había ninguna probabilidad de que ocurriera esto. En todas las semanas transcurridas desde que se había producido la secesión de Carolina del Sur, la Unión no había hecho nada, y con cada semana que pasaba sin que se hiciese nada los Estados Confederados se convencían cada vez más de que la Unión no se atrevería a usar la fuerza.
Ya antes de la investidura de Lincoln, el Congreso Confederado había autorizado un empréstito interno de 15 millones de dólares y convocado a cien mil voluntarios a prestar servicios por doce meses. El 4 de marzo, el día mismo de la investidura de Lincoln, los Estados Confederados adoptaron una bandera nacional propia. Era similar a la bandera americana en cuanto consistía en listas rojas y blancas con un emblema de unión azul que contenía estrellas blancas. El número de estrellas era igual al número de Estados: siete, en un comienzo. Las listas eran más anchas que las de la bandera americana y eran sólo tres: roja, blanca y roja. Como la bandera americana era llamada «stars and stripes» (estrellas y bandas), la bandera confederada fue llamada «stars and bars» (estrellas y franjas).
El 11 de marzo, una semana después de la investidura, la Constitución Confederada fue adoptada formalmente, y en las seis semanas siguientes fue ratificada por cada uno de los siete Estados separados.
El balón, evidentemente, estaba en las manos de Lincoln. Tenía que decidir, en particular, qué hacer con respecto a Fort Sumter, que para entonces resistía desde hacía tres meses sin recibir refuerzos. Tenía que ser reforzado… o rendido.
La cuestión planteaba un dificilísimo dilema. Llevar suministros en barcos de guerra hubiera sido cometer el primer acto bélico y habría puesto la responsabilidad de la agresión en la Unión, lo cual podía alentar a gobiernos extranjeros, particularmente a Gran Bretaña, a ayudar a los confederados. También podía provocar nuevas secesiones. Pero rendirse sin más hubiera sido demostrar una debilidad que podía hacer fracasar todo intento de restaurar la Unión, y esto podía estimular a Gran Bretaña a ayudar a la Confederación.
¿Qué hacer? Lincoln, perplejo, quería ganar tiempo, mientras las semanas pasaban.
Seward, quien casi había ganado la candidatura republicana el año anterior y era considerado por muchos (incluso por sí mismo) como el verdadero líder del partido, se impacientó ante lo que consideraba como la indecisión de Lincoln. Por ello, el 1 de abril Seward envió un memorándum a Lincoln recomendando que se rindiese. Sumter, para apaciguar a los Estados separados, y luego que Estados Unidos provocase deliberadamente una crisis, hasta una guerra, con Gran Bretaña o Francia, a fin de unir la nación (incluidos los Estados separados) contra un enemigo externo. El memorándum que contenía esta tonta idea también sugería, de una manera velada, que Seward estaba dispuesto a asumir la dirección del gobierno.
Lincoln rechazó estas sugerencias, por supuesto, en términos tan firmes pero, al mismo tiempo, tan diplomáticos que Seward reconoció el toque de una mano maestra. No necesitó una segunda lección, sino que fue en lo sucesivo un excelente secretario de Estado y un leal subordinado.
El mayor peligro de todo intento de aprovisionar a Fort Sumter por la fuerza era que esto podía llevar a Virginia a la secesión. Virginia estaba inmediatamente del otro lado del río con respecto a Washington, d. C., y su secesión habría puesto en gran peligro a la capital americana (de la cual el gobierno no podía retirarse sin una seria pérdida de prestigio).
Durante un momento, fue tal su desesperación que Lincoln pensó en ofrecer la rendición de Fort Sumter a cambio de la promesa de Virginia de no separarse, pero esto era como hacer depender a la Unión de un solo Estado, y Lincoln decidió que eso no era posible.
Finalmente, el 6 de abril, después de un mes de indecisión, Lincoln llegó a la conclusión de que una actitud agresiva era peligrosa, pero la rendición era imposible. Por ello, ordenó que Fort Sumter fuese aprovisionado, pero hizo avisar a Carolina del Sur, a fin de que la medida no pareciese tanto como un acto de guerra. Carolina del Sur podía entonces permitir que la acción se llevase a cabo pacíficamente, dando un poco más de tiempo para que la crisis fuese resuelta de modo pacífico.
No había probabilidad alguna. Carolina del Sur, aún presa de exaltación, halló infinitamente ofensivo que la bandera enemiga de los Estados Unidos ondease con insolencia en el puerto de su ciudad principal. Estaba dispuesta a soportar su vista hasta que el fuerte fuese rendido por hambre, pero si éste era aprovisionado y reforzado, esto jamás ocurriría.
Al enterarse de la acción de Lincoln, pues, Carolina del Sur exigió el 11 de abril al comandante Anderson que rindiese el fuerte inmediatamente. Anderson ofreció la rendición una vez que sus provisiones se hubiesen agotado, declarando que ello suponía sólo unos pocos días de demora. Unos pocos días de demora era exactamente lo que Carolina del Sur no podía admitir. Quería el fuerte antes de que llegasen nuevas provisiones.
Los cañones de Fort Johnson, en tierra firme, a poco más de tres kilómetros al sudoeste de Fort Sumter, estaban bajo el mando de Pierre Gustave Toutant de Beauregard (nacido cerca de Nueva Orleans, Luisiana, el 28 de mayo de 1818). Veterano de la Guerra Mexicana, Beauregard había sido durante un tiempo superintendente de West Point. Pero tan pronto como Luisiana se separó, renunció al ejército de la Unión y se unió al ejército confederado.
Ahora, a las 4,30 de la mañana del 12 de abril de 1861, Beauregard dio la orden y comenzó el bombardeo confederado de Fort Sumter. Anderson no podía resistir por mucho tiempo. Durante treinta y cuatro horas, sus hombres respondieron al fuego cuanto pudieron y resistieron los cañonazos. Finalmente, sus municiones se agotaron y se hizo imposible toda defensa; Anderson se rindió el 13 de abril de 1861 a las 2,30 de la mañana. Se permitió a la pequeña guarnición marcharse con todos los honores militares y navegar de vuelta a Nueva York.
Ese bombardeo fue el primer combate de la Guerra Civil Americana —o, como también se la llamó, «la Guerra entre los Estados»— y constituyó un terrible error de los confederados.
Cualquiera que fuese la estrategia de Carolina del Sur, cualesquiera que fuesen sus ideas sobre el valor de poseer el fuerte, cualquiera que fuese su evaluación de la gloria de un desafío triunfal a la Unión, el bombardeo sacó a Lincoln de su difícil situación.
Lincoln ya no tenía que usar la fuerza ni rendirse. En cambio, la Confederación había cargado sobre sí con la responsabilidad de haber iniciado la guerra, cuando podía haberse presentado como la víctima pacífica de una invasión foránea.
La acción también favoreció a Lincoln internamente. Mientras que la gente de la Unión podía haberse dividido gravemente con respecto al valor de lanzarse a una gran guerra para hacer volver a Estados que no deseaban formar parte de la Unión, en cambio reaccionó de modo muy diferente cuando pudo pensar que se había disparado sobre la bandera americana sin provocación y que la guerra subsiguiente se produjo sólo como respuesta a la violencia confederada.
Elección de bando
Una vez tomado Fort Sumter, Lincoln ya no tuvo que esperar. Comprendió que la Unión estaba furiosa, y se dispuso a aprovechar esta furia mientras durase. El 15 de abril de 1861 declaró a los Estados secesionistas en situación de insurrección, lo cual significaba que podía usar legalmente el ejército para sofocar la insurrección. Pero el ejército sólo tenía dieciséis mil hombres, de modo que Lincoln convocó a setenta mil voluntarios, y la nación respondió. Los hombres acudieron a alistarse.
Aunque Carolina del Sur había sido la primera en apelar a la violencia, Virginia decidió considerar que la convocatoria de voluntarios por la Unión era una medida agresiva. Las simpatías de los virginianos estaban fuertemente a favor de la Confederación, por lo que se necesitaban pocas excusas. El 17 de abril una convención reunida en Virginia votó por 103 votos contra 46 la ruptura con la Unión.
La secesión de Virginia desencadenó una nueva oleada de acciones similares. Arkansas se separó el 6 de mayo, Tennessee el 7 de mayo y Carolina del Norte (ahora rodeada por todos lados de Estados secesionistas) les siguió el 20 de mayo. Todos se incorporaron a la Confederación, que entonces pasó a estar formada por once Estados esclavistas, mientras diecinueve Estados libres y cuatro esclavistas permanecían en la Unión.
Los restantes Estados esclavistas eran los más septentrionales: Missouri, Kentucky, Maryland y Delaware. A veces eran llamados los «Estados fronterizos», porque lindaban con los Estados libres. Habrían sido los más expuestos al ataque si se hubiesen incorporado a los Estados Confederados en caso de guerra. Esto los hizo muy renuentes a alinearse con los restantes Estados esclavistas, y no lo hicieron, al menos no oficialmente.
De ellos, Delaware por lo menos no tenía ningún problema. Con sólo mil ochocientos esclavos dentro de sus límites, era el menos esclavista de todos los Estados esclavistas. El 3 de enero de 1861 su legislatura votó por la permanencia en la Unión, y nunca flaqueó en lo sucesivo.
Maryland era un asunto más espinoso. Estaba al norte de Washington y, si se hubiese separado y aferrado a la secesión, el gobierno de la Unión habría tenido que abandonar Washington, lo cual habría sido un duro golpe para la causa de la Unión.
La mayoría de Maryland era unionista, pero había una fuerte minoría simpatizante de la Confederación, minoría concentrada en Baltimore. El 19 de abril de 1861, un regimiento de Massachusetts que atravesaba Baltimore en dirección a Washington fue atacado por una muchedumbre de simpatizantes de los confederados; antes de que pudiese ser rechazada, cuatro soldados fueron muertos y treinta y seis heridos. Puesto que en el bombardeo de Fort Sumter no había habido derramamiento de sangre, éstas fueron las primeras bajas de la Guerra Civil.
Dividido entre un gobernador favorable a la Unión y una legislatura favorable a la Confederación, Maryland parecía inclinarse por la neutralidad, pero el gobierno de la Unión no podía permitir esto en tierras cercanas a la ciudad capital. Muchos funcionarios estatales fueron arrestados y puestos en prisión, y al final del año Maryland estuvo —y seguiría estando— firmemente en el campo de la Unión.
Kentucky estaba en una situación menos importante con respecto a Washington, y cuando se inclinó por la neutralidad, Lincoln admitió mantener el ejército fuera de su territorio, al menos temporalmente. Durante unos pocos meses el Estado permaneció, efectivamente, neutral.
Missouri, mucho más al oeste, era, como Maryland en gran medida, partidario de la Unión, pero con una fuerte minoría partidaria de la Confederación. En Missouri, ambas partes apelaron a las armas, de modo que hubo una pequeña guerra civil dentro del Estado (peor que la que había contribuido a fomentar en Kansas cuatro años antes), librada contra el fondo de la guerra civil mayor externa.
Extrañamente, se creó un quinto Estado fronterizo cuando Virginia sufrió un movimiento de secesión interno. Los condados de los Apalaches, en Virginia Occidental, hacía mucho que no simpatizaban con las tierras de plantaciones, más ricas, del Este. Esos condados occidentales formaban parte, económicamente, del valle del Ohio y no de la sociedad esclavista. Con tres octavos de la superficie del Estado, sólo tenían una quincuagésima parte de los esclavos de Virginia.
Vigorosamente unionistas en sus sentimientos, los condados occidentales convocaron una convención que se reunió en Wheeling, a orillas del río Ohio, el 11 de junio de 1861. Allí se organizó un gobierno unionista y se eligió un gobernador el 19 de junio. El gobierno federal estimuló estas acciones, por supuesto, como manera de debilitar a Virginia, y luego la región fue invitada a entrar en la Unión como el trigesimoquinto Estado: Virginia Occidental.
Pero a pesar de la agitación en sus condados occidentales, Virginia ocupó su posición natural como líder de la Confederación. La capital de la Confederación fue transferida de Montgomery, Alabama, a Richmond, Virginia, el 21 de mayo de 1861, y allí permanecería. El Congreso Confederado se reunió allí por primera vez el 20 de julio.
Esto significó que la capital de los Estados Confederados y la de Estados Unidos se hallaban separadas por sólo unos ciento sesenta kilómetros; este hecho iba a tener influencia sobre la guerra. Cada bando se concentró en la capital del otro como objetivo de la guerra ofensiva, y en la propia como objetivo de la guerra defensiva. Ninguna de las partes percibió el hecho de que las capitales estaban sobreestimadas; importantes principios estratégicos fueron totalmente ignorados en una absurda concentración de la lucha en Washington y Richmond.
La secesión de Virginia tuvo también un efecto más sutil sobre la guerra. Ocurría que los mejores generales de Estados Unidos, a la sazón, eran virginianos. Entre ellos se contaba Robert Edward Lee (nacido en Stratford, Virginia, el 19 de enero de 1807), un general de primer rango.
Lee había formado parte del Estado Mayor de Scott durante la marcha sobre Ciudad de México, ganando gran distinción, y como superintendente de West Point de 1852 a 1855; y era él quien había capturado a John Brown, cuando el abortado intento de rebelión de éste en Harpers Ferry.
Lee estaba de servicio en Texas cuando empezó la crisis de la secesión, y fue llamado de vuelta a Washington el 4 de febrero de 1861. Scott, el viejo jefe de Lee (que estaba al frente del ejército de los Estados Unidos y, aunque virginiano, inquebrantablemente leal a la Unión), conocía el valor de Lee. Le ofreció el mando del ejército de la Unión.
Fue una desgracia para la Unión que Lee no aceptase el puesto. Estaba contra la esclavitud y contra la secesión, pero pensaba que su lealtad iba ante todo hacia su Estado, no hacia la Unión. Por ello esperó a ver qué haría Virginia. Cuando Virginia se separó, Lee inmediatamente renunció a su grado en el ejército federal y se convirtió en oficial del ejército confederado[32].
Otro virginiano que renunció a su grado y se unió al ejército de la Confederación fue Joseph Eggleston Johnston (nacido en Cherry Grove, Virginia, el 3 de febrero de 1807). Dos semanas más joven que Lee, Johnston se había graduado en la misma promoción de West Point y también había estado bajo las órdenes de Scott en México. Era intendente general del ejército federal cuando renunció.
Un tercer virginiano era Thomas Jonathan Jackson (nacido en Clarksburg, Virginia —en la parte del Estado que se convirtió en Virginia Occidental—, el 21 de enero de 1824). Jackson prestó servicios en la Guerra Mexicana, pero renunció a su grado en 1851 y fue nombrado profesor del Instituto Milltar de Virginia, el segundo en importancia —después de West Point— de los colegios militares de la nación. Cuando Virginia se separó, inmediatamente se incorporó al ejército confederado.
Además de provocar estas deserciones, los sucesos de Virginia perjudicaron al ejército de la Unión en otro aspecto.
El primer combate de la guerra (exceptuando el ataque de la multitud en Baltimore) se produjo en Virginia Occidental, donde las fuerzas de la Unión intentaron apoyar a los virginianos disidentes que trataban de crear un gobierno unionista.
Al frente de las fuerzas de la Unión en Ohio, con la responsabilidad de ayudar a los montañeses de Virginia, estaba George Brinton McClellan (nacido en Filadelfia, Pensilvania, el 3 de diciembre de 1826). Hombre que para algunos (sobre todo para él) era de una napoleónica brillantez, McClellan había entrado en West Point cuando sólo tenía quince años y fue el segundo de su graduación. Como Lee, había luchado Junto a Scott en el camino a México y, también como Lee, se distinguió considerablemente en la acción. Dejó el ejército en 1857 para ser un ejecutivo de los ferrocarriles, pero se reincorporó en abril de 1861.
McClellan condujo sus fuerzas a Virginia Occidental hallando muy poca resistencia. El 3 de junio de 1861, en la primera escaramuza entre los ejércitos de la Guerra Civil (siete semanas después del bombardeo de Fort Sumter), fuerzas unionistas expulsaron a un contingente confederado de la ciudad de Philippi, a unos 310 kilómetros al noroeste de Richmond. El encuentro fue breve y, militarmente, sin importancia; no hubo bajas de la Unión, y sólo unos pocos heridos en el contingente confederado.
Pero fue el primer enfrentamiento de las fuerzas enemigas, y McClellan lo aprovechó al máximo. Tenía el hábito de dirigirse a sus hombres con una fraseología bombástica, y cuidó de que sus declaraciones recibiesen la máxima publicidad. En esto imitaba conscientemente a Napoleón, y por un momento fue llamado, en verdad, «el joven Napoleón del Oeste». Su reputación aumentó cuando sus fuerzas ganaron otra pequeña escaramuza en Rich Mountain, a cuarenta kilómetros al sur de Philippi.
Indudablemente, la campaña de McClellan fue bastante buena; de hecho, Robert E. Lee, que comandaba las fuerzas confederadas, tuvo un fracaso[33]. Indudablemente, también, las victorias de McClellan ayudaron a Virginia Occidental a consolidar su separación de Virginia.
Sin embargo, el resultado final fue que la Unión creyó que McClellan era un gran general. Éste fue un desastroso error, pues no lo era.
Bull Run
Las secesiones de la primavera de 1861 fueron las últimas que se produjeron; el 20 de mayo los Estados Confederados de América llegaron a su máxima extensión. Se había tomado partido y las opciones estaban definidas.
El resto de la Unión tenía una población de unos 22 millones, frente a 5,5 millones de blancos de la Confederación. Claro que también había en la Confederación 3,5 millones de negros que no se rebelaron, sino que contribuyeron al esfuerzo bélico de la Confederación con su trabajo. Por otro lado, la afluencia de inmigrantes a la Unión no cesó durante la Guerra Civil, y un cuarto de los soldados que combatieron por la Unión habían nacido en el extranjero.
La diferencia de población implicaba que, durante toda la guerra, la Unión podía sufrir mayores bajas que la Confederación y reparar el daño más fácilmente.
Además, la Unión era mucho más fuerte que la Confederación económicamente. La Unión estaba, quizá, diez veces más industrializada que la Confederación y se hallaba unida por una vasta red de ferrocarriles, del doble de extensión y mucho mejor conectada que los ferrocarriles de la Confederación. (Gran parte de la red de ferrocarriles de la Unión había sido construida durante el período de diez años de la década de 1850, que había sido ganado para la paz por Clay, Webster y el Compromiso de 1850.) La Unión también tenía una agricultura próspera, una vigorosa estructura financiera, una marina mercante y una armada.
La Confederación, en cambio, era casi exclusivamente agrícola, y menos próspera a este respecto que la Unión. Los Estados Confederados prácticamente no tenían industria, lo cual implicaba que siempre tendrían problemas para aprovisionar a su ejército, particularmente puesto que su red de ferrocarriles era exigua.
Sin embargo, la Confederación contaba con algunos factores a su favor, pero contaba con ellos demasiado confiadamente, como se demostró. Entre otras cosas, contó con el debilitamiento de la resolución unionista, pues pensó que había mucha simpatía por su causa entre la población de la Unión. Alguna había, ciertamente, pero no lo bastante como para desbaratar el esfuerzo de guerra de la Unión.
La Confederación también pensó que tenía un triunfo en la mano con la posesión de los tramos inferiores del río Mississippi. Su razonamiento era que el Oeste Medio sólo podía comerciar a través del río y tendría que apoyar a la Confederación como único modo de evitar ser sofocado. (Esto había sido cierto hasta 1850, pero desde entonces los ferrocarriles habían unido el Oeste Medio con la costa atlántica y disminuido su dependencia del río. Esto no lo comprendió la Confederación, que estaba fuera de sintonía con la nueva industrialización.)
Finalmente, la Confederación creyó que Gran Bretaña, desesperada por obtener algodón para alimentar sus fábricas, acudiría en su ayuda[34]. Pero hacía años que los británicos habían previsto que surgirían problemas y habían comprado, almacenado y acumulado todo el algodón que pudieron antes del estallido de la Guerra Civil, y los Estados esclavistas, ansiosos de recaudar fondos, no habían tenido la previsión de escatimar los suministros. Gran Bretaña también halló otros proveedores de algodón en Egipto y la India. Peor aún, resultó que Gran Bretaña necesitó trigo, mucho más que algodón, y fue la Unión la que tuvo un buen excedente de trigo durante los años de la guerra.
La Confederación pasó por alto otro factor, con respecto a la ayuda británica. Sólo las clases gobernantes británicas, por el deseo de debilitar a los Estados Unidos, eran proconfederadas; el pueblo era vigorosamente prounionista, por odio a la esclavitud, e hizo sentir este prounionismo hasta cuando sufrió la depresión que luego siguió al aumento de la escasez de algodón. Fue uno de los casos (no frecuentes en la historia) en que los principios primaron sobre las necesidades de la billetera.
Los británicos hicieron una declaración de neutralidad el 13 de mayo de 1861, pero hasta esto era peligroso para la Unión. Implicaba que los británicos consideraban la crisis como una cuestión de guerra entre dos naciones, no como el sofocamiento de una insurrección por el gobierno legítimo de una nación. En el primer caso, los británicos podían comerciar con los dos bandos en guerra; en el segundo, sólo con el gobierno legítimo. Los británicos parecían pensar en esta diferencia cuando su ministro de Relaciones Exteriores, lord John Russell, se reunió con agentes confederados, presumiblemente para discutir sobre el comercio del algodón.
Lincoln tenía que asegurarse de que Gran Bretaña no fuese demasiado lejos; por ello apeló a Charles Francis Adams, quien había sido candidato a vicepresidente por el Partido de la Tierra Libre en 1848 y fue uno de los whigs que se unió tempranamente al Partido Republicano. Adams fue nombrado embajador en Gran Bretaña y llegó a Londres el mismo día en que se hizo pública la proclama británica de neutralidad. Inmediatamente inició una acción infatigable, combinando la firmeza con el tacto, para mantener a raya a Gran Bretaña. La suya fue una de las tareas menos envidiables de la Guerra Civil.
Mientras tanto, Lincoln hacía todo lo posible por hallar un medio de hacer frente a la Confederación en el plano militar. Reclutar un ejército era fácil; prepararlo y convertirlo en un instrumento eficaz era mucho más difícil.
Winfield Scott, general en jefe del ejército de los Estados Unidos, pese a su edad y su obesidad, veía claramente la situación y no juzgaba seguro confiar en campañas terrestres. La Confederación, pensaba, tenía que ser asfixiada; sus puertos tenían que ser bloqueados cada vez más ceñidamente, mientras los ejércitos se concentraban en la toma del Mississippi, para cortar en dos la Confederación. Calculó que el proceso llevaría dos o tres años, sería totalmente seguro y no costaría a la Unión prácticamente nada.
Lincoln vio las virtudes del plan, pero la armada consistía por entonces en un grupo anticuado de barcos demasiado escasos para bloquear la larguísima línea costera de la Confederación. Pero estableció el bloqueo —que sólo era un engaño al principio—, y esperó que ninguna nación europea tratase de romperlo. Entre tanto, también inició un desesperado programa de construcciones navales con la esperanza de hacer el bloqueo cada vez más riguroso.
El plan funcionó perfectamente, pero era una carrera contra el tiempo… y contra las intenciones británicas.
Peor aún, la opinión pública de la Unión no se conformaría con un bloqueo largo y lento. Millones de personas, totalmente ignorantes de las cuestiones militares, pedían a voces alguna acción que rápidamente diera su merecido a los Estados secesionistas y pusiese fin a todo el follón. La protesta popular, aumentada por las declaraciones de los políticos, cuya falta de conocimientos en la ciencia militar hacía más aguda su sed de sangre, era imposible de resistir.
La situación era la siguiente. La principal fuerza confederada consistía en veinte mil hombres apostados en la ciudad de Manassas, cerca de la pequeña corriente llamada Bull Run. Esos hombres, situados a sólo cuarenta kilómetros al oeste de Washington, D. C., estaban bajo el mando de Beauregard, quien era, en ese momento, el gran héroe militar de la Confederación porque había tomado Fort Sumter tres meses antes. Otros doce mil hombres estaban bajo el mando de J. E. Johnston, a unos ochenta kilómetros al oeste de Manassas. Las dos posiciones confederadas estaban conectadas por ferrocarril.
En Washington había treinta y cinco mil hombres bajo el mando de Irvin McDowell (nacido en Columbus, Ohio, el 15 de octubre de U18), un veterano de la Guerra Mexicana. McDowell se halló a la cabeza de soldados bisoños que sólo tenían dos meses de entrenamiento, y se le ordenó que marchase con ellos a la posición que ocupaba Beauregard.
En la tarde del 16 de julio de 1861 McDowell inició su avance; le llevó dos días y medio avanzar treinta kilómetros, hasta Centerville, del otro lado de Bull Run con respecto a las fuerzas de Beauregard. Fue una marcha pesada, indisciplinada y agotadora, a la que no contribuyó a mejorar el hecho de que los líderes políticos y sociales de Washington, llenos de buen humor, acudiesen a observar la batalla.
Naturalmente, una segunda fuerza de la Unión fue enviada a bloquear a Johnston e impedirle que uniera sus fuerzas con Beauregard. Pero Johnston no era fácil de bloquear.
Como comandante de su caballería, Johnston tenía a James Ewell Brown Stuart (nacido en Patrick County, Virginia, el 6 de febrero de 1833), generalmente conocido, por las iniciales de sus nombres, como «Jeb» Stuart. Había estado bajo el mando de Lee en la represión de la insurrección de John Brown y era otro de los brillantes virginianos que renunciaron a su grado en el ejército de la Unión para servir a su Estado. Iba a ser el más vistoso y eficaz jefe de caballería de la guerra.
En esa ocasión, Jeb Stuart y sus jinetes galoparon tan eficazmente, confundieron tan completamente a las fuerzas de la Unión con sus demostraciones de fuerza aquí, allá y en todas partes, que el cuerpo principal del ejército confederado pudo subir a los trenes sin oposición y dirigirse hacia el Este para unirse a Beauregard. Una de las brigadas que llegó, así, a Manassas estaba comandada por Thomas Jackson.
Las fuerzas de Johnston no llegaron hasta el 20 de junio. McDowell había tenido tiempo de atacar a Beauregard antes de que llegasen los refuerzos, pero careció de la capacidad o de hombres bien entrenados para hacerlo. No estuvo listo para atacar hasta el 21, momento en que era demasiado tarde, pues las fuerzas sumadas de los confederados superaban en número al ejército de la Unión.
Lo que se llamó la Primera Batalla de Bull Run (o, por los confederados, la Primera Batalla de Manassas) empezó cuando las fuerzas de la Unión cruzaron el Bull Run e hicieron retroceder ligeramente al flanco izquierdo de los confederados. Una brigada bajo la firme conducción de William Tecumseh Sherman (nacido en Lancaster, Ohio, el 8 de febrero de 1820) atacó de manera particularmente dura el centro confederado. Pero los confederados tuvieron tiempo de recobrarse, porque la brigada de Jackson, en la cima de una colina, resistió todos los intentos de desplazarla de allí, aunque había sido duramente atacada y había sufrido muchas bajas.
El general Barnard Bee, tratando de reunir a los hombres del bando confederado, gritó: «¡Mirad!, allí está Jackson firme como una muralla de piedra. Reunámonos detrás de él». (Bee fue muerto un momento después, pero ya había hecho su contribución a la historia militar con esta observación.)
Desde ese día, Thomas Jackson fue conocido sólo como Stonewall («Muralla de Piedra») Jackson; tanto se ha generalizado esta manera de llamarlo que mucha gente para quien Stonewall Jackson es un nombre familiar no sabe cuál era su verdadero nombre de pila.
La resistencia de Jackson permitió a los confederados lanzar un contraataque. Aún no se habían adoptado uniformes determinados, y en cierto modo esto fue decisivo. La artillería de la Unión fue muy efectiva y podía haber asegurado la victoria de la Unión, pero un contingente confederado vestido con el uniforme azul de la Unión se acercó lo suficiente para dar muerte a los artilleros.
Al final de la tarde, las fuerzas de la Unión estaban en retirada, ordenadamente al principio. Pero todos los políticos y los excursionistas que habían acompañado al ejército se apartaron y echaron a correr. Esto tuvo un mal efecto sobre los inexpertos soldados (que habían luchado con sorprendente valentía aunque poca habilidad) y la retirada se hizo desordenada a medida que se acercaron a Washington. Rumores de una nueva acción confederada, finalmente, obligaron a los hombres a buscar desesperadamente la seguridad, lo cual podía haber sido peligroso para ellos si las fuerzas confederadas no hubiesen sido también demasiado novatas y demasiado desordenadas por la batalla para organizar una persecución eficaz.
Fue una clara derrota de la Unión, con dos mil novecientas bajas, por dos mil de los confederados. El único oficial de la Unión que prometía era Sherman, quien se había abierto camino en West Point haciendo frente a muchas dificultades y se había desgastado en la inacción en California durante la Guerra Mexicana. Era un pelirrojo tan malhumorado que generalmente se suponía que estaba loco. Ciertamente, era muy excéntrico (como Stonewall Jackson), pero Sherman, como Jackson, fue un magnífico soldado, y Bull Run era su primera batalla.
El resultado de la batalla confirmó a la Confederación en su fácil supuesto de que no había que temer a la Unión, pero desembriagó a ésta. Se hizo claro para la gente de la Unión que, antes de poder enfrentarse con la Confederación, era menester entrenar un ejército y la nación tendría que hacer considerables sacrificios. Esto, al menos, era saludable. (El 5 de agosto se recaudó un impuesto sobre la renta, que ascendía al 3 por 100 de todos los ingresos que superasen los ochocientos dólares. El impuesto no estaba graduado, de modo que fue menos pesado para los ricos. Éste fue el primer impuesto a la renta en Estados Unidos, pero no el último.)
McDowell fue destituido del mando casi inmediatamente después de Bull Run y, el 24 de julio, el joven Napoleón del Oeste, George McClellan, de sólo treinta y cinco años, fue puesto al mando del ejército que defendía a Washington.
Preparativos
McClellan inició el proceso de entrenamiento del que fue llamado Ejército del Potomac, y en esto, de creerle a él, era de primera categoría. Estaba sincera y obviamente interesado en el bienestar de sus hombres (hasta el punto de que nunca osaba ponerlos en peligro en combates) y, como recompensa, sus hombres lo idolatraban.
Pero era increíblemente vano, y en sus cartas a su mujer se pintaba repetidamente como el único hombre capaz de Washington, el único sobre el cual caía todo el peso de la guerra. Pensaba que podía convertirse en un dictador napoleónico, de no haber sido por su moderación.
El resto de 1861 transcurrió sin mayores combates, aunque se produjeron sucesos importantes, ya que ambas partes se preparaban para la verdadera lucha. Se combatió en Missouri, donde un enérgico comandante de la Unión, Nathaniel Lyon (nacido en Ashford, Connecticut, el 14 de julio de 1818), destinado en Saint Louis, comprendió que, si bien Missouri había rechazado la secesión, la minoría proconfederada de la parte meridional del Estado tenía que ser reducida por la fuerza. Se apoderó de Jefferson City, la capital de Missouri, el 15 de junio, e hizo considerables progresos hasta que fue derrotado por un contingente confederado que lo superaba en número, el 10 de agosto, en la batalla de Wilson’s Creek, en la parte sudoccidental del Estado. Mas para entonces la causa confederada se había visto muy perjudicada, de modo que Missouri permaneció bajo control unionista en lo sucesivo.
La neutralidad de Kentucky duró casi cinco meses después de Fort Sumter. Había fuerzas confederadas rondando por el sur del Estado y tropas de la Unión en el Norte; unas y otras se sintieron fuertemente tentadas a emprender la acción y a adelantarse a sus enemigos.
Al frente del ejército confederado estaba Leónidas Lafayette Polk (nacido en Raleigh, Carolina del Norte, en 1837), primo del difunto presidente Polk y obispo episcopaliano.
Al frente de los unionistas se hallaba Ulysses Simpson Grant (nacido en Point Pleasant, Ohio, el 27 de abril de 1822). Su nombre original era Hiram Ulysses, pero cuando entró en West Point, en 1839, halló que su nombre había sido registrado incorrectamente. Era más fácil que Grant aceptase la equivocación a que el ejército corrigiese su error.
Grant había sido el mejor jinete de su promoción, aunque fue mediocre en la mayoría de las otras cosas; fue el vigesimoprimero de una promoción de treinta y nueve. Había actuado en la Guerra Mexicana con distinción, pero no aprobó esta guerra y no le gustaba la vida militar. Después de la guerra fue estacionado en puestos solitarios del Oeste, y allí el aburrimiento y la separación de su esposa lo llevaron a la bebida, en 1854 renunció a su grado. Después de esto, trató de ser granjero y tendero, pero fracasó en todo.
Luego se produjo la crisis de la secesión. Grant solicitó un grado de coronel; fue ignorado, por lo que ejercitó a una compañía de la milicia estatal de Illinois y emprendió algunas acciones en Missouri, hasta que las exigencias de la guerra obligaron a su reconocimiento. Un graduado de West Point no podía ser rechazado. El 7 de agosto Grant fue nombrado general de brigada y se le asignó un destino en Cairo, Illinois, junto al extremo occidental de Kentucky.
Polk fue el primero en actuar. El 1 de septiembre ocupó Columbus, en Kentucky, sobre el río Mississippi, a treinta y dos kilómetros al sur de Cairo. Esto significaba que se había violado la neutralidad de Kentucky y la Unión podía sentirse justificada en ocupar el Estado.
Grant actuó rápidamente, sin esperar órdenes, y el 6 de septiembre ocupó Paducah, a unos cien kilómetros al este de Cairo, donde el río Tennessee desemboca en el Ohio.
Además de asumir el control de gran parte de Missouri y Kentucky (que no eran miembros de los Estados Confederados de América), la Unión dedicó los últimos meses de 1861 a dar comienzo al plan de Scott para ahogar a los Estados Confederados por el bloqueo.
Con este fin en vista, la armada de la Unión empezó a ocupar lugares de la línea costera confederada que podían ser usados como bases del bloqueo.
El 28 y el 29 de agosto, por ejemplo, los fuertes Clark y Hatteras, en las islas situadas frente a Carolina del Norte, fueron tomados por una expedición al mando del general Benjamin Franklin Butler, de Massachusetts (nacido en Deerfield, New Hampshire, el 5 de noviembre de 1818). Butler era un político de principios débiles. Había sido un demócrata de Breckenridge en 1860, y se hizo tan impopular en Massachusetts que perdió allí ese año una competición para el cargo de gobernador. Cuando se produjo la secesión, rápidamente se convirtió en un prounionista del tipo más extremo. Había estado al mando de los soldados de Massachusetts que fueron atacados en Baltimore.
Como general, Butler era peculiarmente incompetente, pero su éxito en las islas de Carolina del Norte le dio un espurio brillo al principio, y sus aliados políticos eran tales que en años posteriores fue necesario soportar su incompetencia.
El 7 de septiembre fuerzas de la Unión tomaron Ship Island, a dieciséis kilómetros al sur del puerto de Biloxi, Mississippi; y el 7 de noviembre tomaron Port Royal, Carolina del Sur, a ciento cuarenta kilómetros al sudoeste de Fort Sumter.
A partir de entonces, constantemente el bloqueo se hizo cada vez más firme y más eficaz, y lentamente (pero con seguridad) empezó a sofocar a la Confederación. Como es natural, los barcos confederados trataron de eludir el bloqueo y siempre algunos tenían éxito, pero su número disminuyó con el tiempo.
La Confederación estuvo particularmente inerte en los meses posteriores a Bull Run. Podía haber hecho enérgicos esfuerzos para importar armas a cambio de algodón en los meses en que el bloqueo de la Unión todavía era fácil de burlar o haber intentado impedir la captura de las bases del bloqueo. Pero no hizo nada, porque pensó que Gran Bretaña haría lo necesario para obtener el algodón que necesitaba. De hecho, Davis (que creía ser un gran estratega) dio la bienvenida al bloqueo, pues imaginó que haría a los británicos desesperarse aún más por el algodón.
Las fuerzas de la Confederación también podían haber efectuado fogosas incursiones en territorio de la Unión para desalentar a los unionistas y estimular la ayuda extranjera para sí, pero, después de romper el fuego, la Confederación se limitó luego a una guerra puramente defensiva.
Pero había una cosa que la Confederación tenía que hacer: ir a la caza de la ayuda europea. A tal fin, el gobierno confederado designó a dos comisionados: James Mason, el autor de la Ley del Esclavo Fugitivo, debía ir a Gran Bretaña a buscar ayuda; John Slidell, que había intentado sin éxito alcanzar los objetivos americanos en México sin apelar a la guerra en 1845, debía ir a Francia.
A fines de octubre, ambos marcharon a Europa a bordo del barco británico Trent. Pero el 8 de noviembre de 1861 el Trent fue detenido por el buque de la Unión San Jacinto, al mando de Charles Wilkes, el explorador antártico. Wilkes (actuando sin órdenes) sacó a Mason y Slidell del Trent por la fuerza y los llevó a Boston como prisioneros. Wilkes fue considerado un héroe y fue agasajado en todas partes, pero de todos modos la medida fue un terrible error.
Estados Unidos había abordado un barco extranjero por la fuerza en alta mar y se había llevado prisioneros. Un acto semejante había sido una de las causas de la Guerra de 1812, cuando lo hicieron los británicos. Fue una acción que podía ser considerada como piratería o como un acto de guerra, y los británicos se resentirían amargamente por ello. Más aún, el gobierno británico estaría encantado de usarlo como excusa para lograr el apoyo de la opinión pública para un intento abierto de ayudar a la Confederación.
En los Estados Unidos también había gente deseosa de llevar las cosas al extremo. De lado americano, por ejemplo, Seward (quizá soñando todavía con una guerra extranjera que reunificase a la Unión y la Confederación) estaba totalmente dispuesto a desafiar a los ingleses.
También había moderados en ambas partes. Entre los británicos, el marido de la reina Victoria, el príncipe Alberto, logró, aunque al borde de la muerte, modificar el ultimátum que Gran Bretaña estaba preparando para enviarlo a Estados Unidos y suavizarlo lo suficiente para hacer posible que Estados Unidos lo aceptase. De parte americana estaba el presidente Lincoln, quien hizo caso omiso de Seward y ordenó la liberación de Mason y Slidell y presentó las excusas necesarias.
Así, el 26 de diciembre de 1861 los comisionados zarparon nuevamente hacia Europa, Mason a Gran Bretaña y Slidell a Francia. Ninguno de ellos logró gran cosa, aunque permanecieron en Europa durante toda la guerra y aunque los gobiernos europeos fueron muy corteses con ellos. Pero nunca fueron reconocidos oficialmente y la ayuda que recibieron no fue del tipo que pudiese influir en el curso de la guerra.
Liberarlos, pues, fue lo más juicioso que podía haber hecho Lincoln, evitando, de ese modo, verdaderos problemas con Gran Bretaña.