12. Ulysses S. Grant
Rosecrans fracasa
Durante toda la primera mitad de 1863, Rosecrans, después de la estrecha victoria de la Unión en Murfreesboro, permaneció a la defensiva. Nuevamente Lincoln pidió acción y no consiguió nada. Ni siquiera la amenaza de destitución hizo que Rosecrans se moviera, hasta que decidiera que estaba listo.
Sólo el 26 de junio de 1863, mientras en el Este los ejércitos maniobraban para el combate que iba a estallar en Gettysburg, Rosecrans se consideró listo para atacar. Siguieron dos meses de lentas marchas y hábiles maniobras por parte del ejército de la Unión, pues Rosecrans aspiraba a destruir las líneas de suministros de Bragg y forzó al ejército confederado a retirarse continuamente. Después de diez semanas de maniobras sin efusión de sangre, prácticamente, los confederados fueron expulsados de Tennessee casi totalmente. Rosecrans tomó Chattanooga, casi sin lucha, el 8 de septiembre.
Rosecrans, tranquilizado por sus éxitos y pensando que Bragg estaba destrozado, ordenó una persecución general. Rosecrans hizo avanzar su ejército en columnas muy separadas, en un exceso de confianza.
Pero la Confederación padecía por sus derrotas en Gettysburg y Vicksburg, y Jefferson Davis ordenó personalmente a Longstreet trasladarse, con grandes fuerzas, del ejército de Lee al de Bragg.
Bragg, que no era uno de los mejores generales de la Confederación, perdió un par de oportunidades de derrotar al ejército de la Unión, pero lo mismo se preparaba para la batalla, pues sabía que pronto (cuando llegase Longstreet) se hallaría en una situación casi única para un general confederado: tendría la ventaja del número. En cuanto a Rosecrans, comprendió demasiado tarde que sus divisiones separadas se hallaban en peligro y debía reunirías a toda velocidad, agotando a sus hombres y cayendo él mismo en una crispación nerviosa.
El 19 de septiembre el ejército confederado atacó cerca de Chickamauga Creek en el noroeste de Georgia, a dieciséis kilómetros al sur de Chattanooga, una región tan enmarañada de bosques y malezas que era prácticamente imposible para un general de cualquier bando ver lo que estaba ocurriendo. Al terminar el día, el resultado era indeciso, y Bragg tuvo la satisfacción de ver llegar a Longstreet esa noche.
Al segundo día, Rosecrans, comprendiendo que era superado en número, empezó a ceder bajo la tensión. Sus órdenes se hicieron apresuradas en exceso y su control de la línea de batalla se hizo vacilante.
Longstreet se preparaba para atacar la línea de la Unión, justamente cuando una orden de Rosencrans fue mal interpretada, de modo que una parte del ejército de la Unión se retiró de la línea, dejando una grieta. Longstreet penetró en la grieta y todo el flanco derecho del ejército de la Unión se derrumbó.
Rosecrans inició una presurosa retirada, y telegrafió a Lincoln con pánico que había sufrido un completo desastre, pero esta afirmación era prematura. En el centro, George Thomas y sus hombres resistían impasiblemente, rechazando a los confederados a suficiente distancia como para permitir al ejército de la Unión llevar a cabo una retirada ordenada hasta Chattanooga. (Thomas ha sido llamado desde entonces «la Roca de Chickamauga».) Si Rosecrans hubiese tenido la frialdad y el temple necesarios para ver lo que estaba ocurriendo y agruparse alrededor de Thomas, la batalla podía haber terminado de otro modo.
Aunque la batalla de Chickamauga fue una victoria confederada, las pérdidas confederadas fueron, en realidad, mayores que las de la Unión, nuevamente una situación extraña en una batalla de la Guerra Civil. Las bajas confederadas ascendían a 18.450 hombres, frente a 16.170 de la Unión. Las tropas de Bragg, pues, no estaban en condiciones de perseguir al enemigo, y el ejército de la Unión atravesó los dieciséis kilómetros hacia el Norte que había hasta Chattanooga sin ser molestado.
Pero una vez que sus hombres se recuperaron, Bragg avanzó hasta Chattanooga y la puso bajo sitio.
Esto fue el fin para Rosecrans. Lincoln había congratulado a Grant por la captura de Vicksburg y lo había elevado al rango de general de división, el 16 de octubre Lincoln puso a Grant al mando de todos los ejércitos al oeste de los Apalaches. El primer acto de Grant fue reemplazar a Rosecrans por Thomas. Luego acudió él mismo a Chattanooga y vio que la ciudad estaba casi rodeada, que sus líneas de suministros eran totalmente insuficientes y que el ejército de la Unión podía verse obligado a rendirse por hambre.
Reaccionó con su característica energía, primero apoderándose de los territorios situados a lo largo del río Tennessee, luego construyendo un puente de pontones sobre él y estableciendo comunicaciones adecuadas. Después reunió refuerzos bajo el mando de Hooker y Sherman y empezó a preparar una ofensiva.
Mientras ocurría todo esto, Lincoln viajaba a Gettysburg. Una parte de este gran campo de batalla se había convertido en un cementerio donde miles de soldados muertos aún estaban por ser enterrados. Iba a ser inaugurado el 19 de noviembre de 1863, y Edward Everett, que había sido candidato a vicepresidente por la Unión Constitucional tres años antes, iba a pronunciar una de esas largas y grandiosas oraciones por entonces en boga. Se preguntó a Lincoln si asistiría a la ceremonia, y éste aceptó.
Everett llegó al final. Había meteorizado su discurso de trece mil palabras y lo había pronunciado durante un lapso de dos horas, con todo el floreo y lustre de un consumado orador.
Luego, finalmente, Lincoln se levantó y pronunció un discurso de tres minutos que no contenía ningún tono triunfal, ningún llamado a odiar al enemigo. Habló tristemente de la muerte y del precio que los hombres deben pagar por la libertad, y afirmó, con calma y seguridad, que la libertad valía tal precio. La alocución de Gettysburg es, quizá, el más breve de todos los grandes discursos conservados por la historia, y tal vez el más grande de todos. Aún nos suena a verdadero hoy en día, aunque cada una de sus frases ha llegado a formar parte del lenguaje común por las repetidas citaciones:
Hace ochenta y siete años, nuestros padres crearon en este continente una nueva nación, concebida en Libertad e imbuida de la creencia de que todos los hombres son creados iguales.
Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil, en la que se pone a prueba si esta nación o si cualquier nación así concebida y con tales ideales puede durar largo tiempo. Nos encontramos en un gran campo de batalla de esta guerra. Hemos venido a dedicar este campo como lugar final de reposo para aquellos que aquí dieron sus vidas para que esta nación viva. Es totalmente correcto y apropiado que hagamos esto.
Pero, en un sentido más amplio, no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar, este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí lo han consagrado, muy por encima de nuestro escaso poder de añadir o quitar. El mundo tomará poco en cuenta, y no recordará, lo que decimos aquí, pero nunca olvidará lo que ellos hicieron aquí. En cambio, nos corresponde a nosotros, los vivos, comprometernos a dedicarnos a la tarea inconcusa que quienes han combatido aquí han hecho avanzar tan noblemente hasta ahora. Nos corresponde comprometernos aquí a dedicarnos a la gran tarea que nos queda por delante: que por estos venerados muertos aumente nuestra devoción a la causa a la que ellos dieron toda su devoción; tomemos la firme resolución de que estos muertos no hayan muerto en vano; de que esta nación, conducida por Dios, conozca un renacer de la libertad, y de que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la tierra.
Apenas Lincoln volvió a Washington, empezaron las acciones en el frente de Chattanooga. El 24 de noviembre de 1863 Hooker atacó el ala izquierda confederada y Sherman el ala derecha. Chocaron con una firme resistencia, pues el ejército confederado (superado en número esta vez) ocupaba una posición defensiva fuerte.
Bragg llevó a sus hombres de vuelta a Missionary Ridge, que sería particularmente difícil de tomar por las fuerzas de la Unión, y al día siguiente se reanudó la lucha.
En ese momento, los hombres de Thomas del centro, que estaban entre los que habían combatido y perdido en Chickamauga y se sentían irritados por las burlas de los nuevos hombres que se habían incorporado al ejército, fueron enviados contra los cañones confederados de la base de Missionary Ridge. Los contingentes de la Unión, sin recibir órdenes, cargaron trepando por la colina y tratando de llegar a la cima. Fue una acción temeraria, pero los soldados confederados no pudieron resistir más. La vista de esos hombres enfurecidos que avanzaban hacia ellos con el mayor arrojo, sin importarles, al parecer, el fuego de artillería dirigido contra ellos, quebró su espíritu. Fue una «Carga de Pickett» que tuvo éxito, pues las fuerzas confederadas huyeron. Grant aprovechó instantáneamente la situación, lanzó nuevos ataques y Bragg tuvo que retirarse a Georgia.
La batalla de Chattanooga fue una victoria de la Unión (los confederados sufrieron sesenta y siete mil bajas, por cincuenta y ocho mil de la Unión) que anuló completamente la derrota de Chickamauga.
Grant resultó ser el héroe del día para la Unión. Fue a Washington a recibir una medalla, otro ascenso y el agradecimiento personal de Lincoln. La apariencia de Grant no era muy impresionante, pero nadie se preocupó por ello. Ni siquiera los persistentes, y falsos, rumores de que era un borracho podían ya perjudicarlo. Lincoln les puso fin declarando secamente, cuando alguna de tales quejas llegaba a sus oídos: «Quisiera saber cuál es la marca de lo que bebe; les enviaría algunas cajas a mis otros generales».
Choque de gigantes
Lincoln sabía que finalmente había hallado el general que buscaba. Necesitaba un general que atacase, siguiese atacando si era derrotado, y continuase vigorosamente si era victorioso. En Grant tenía a ese hombre; el 9 de marzo de 1864 Lincoln nombró a Grant comandante en jefe de todos los ejércitos de la Unión. Halleck, antaño superior de Grant y enemigo suyo, ahora era su subordinado.
Con Grant al mando, ocurrieron dos cosas. Los ejércitos separados de la Unión fueron unificados, por primera vez, en una sola fuerza. Ya ningún ejército actuó según los deseos de su jefe, sin consideración a lo que ocurría en otros escenarios. Ahora todos estaban bajo la supervisión de hierro de Grant, quien tenía la intención de hacer que todos se movieran al mismo tiempo. Meade en Virginia y Sherman en Georgia, en particular. En segundo lugar, Grant no tenía como meta ninguna ciudad, ni siquiera Richmond. Su objetivo eran los ejércitos confederados; una vez destruidos, las ciudades caerían solas.
Sherman, en el extremo noroccidental de Georgia, debía enfrentarse con Joseph Johnston, que había reemplazado a Bragg después de la batalla de Chattanooga. En cuanto al mismo Grant, acompañaría al ejército de Meade, que se dirigió directamente contra el temible Lee, y tenía intención de no cejar hasta acabar con su labor.
Grant pasó marzo y abril organizando a sus ejércitos y dando instrucciones a sus generales. El 4 de mayo de 1864 el ejército de Grant (Meade estaba a su mando, en realidad, pero él y Grant trabajaban juntos estrechamente) hizo rumbo hacia el Sur, y el 7 de mayo el ejército de Sherman también se dirigió hacia el Sur.
La intención de Grant era rodear el flanco de Lee, obligarlo a retirarse continuamente y luego atacarlo en algún punto elegido por Grant, haciendo con él lo que Rosencrans había hecho con Bragg casi un año antes, en Tennessee. Pero Lee no era Bragg. Atrapó al ejército de Grant, el 5 de mayo, en La Soledad, la accidentada región boscosa donde se había librado la batalla de Chancellorsville, perdida por la Unión justamente un año antes.
El terreno cubierto de vegetación impedía a Grant aprovechar al máximo su mayor masa de hombres, y los confederados conocían mejor el lugar. Además, Grant contaba con el movimiento coordinado de un ejército de la Unión en la costa de Virginia, pero esas tropas estaban al mando del totalmente incompetente Butler, que nunca logró que se moviera. Grant, pues, tuvo que luchar sin la ayuda del ataque y diversión de flanco con que contaba.
En dos días de combate, Lee usó su ejército más pequeño con su consumada habilidad habitual, aprovechando todo elemento favorable y recibiendo pequeños refuerzos cuando los necesitaba[51]. Cuando la batalla terminó, las pérdidas totales de la Unión ascendían a cerca de dieciocho mil hombres, por pérdidas confederadas de sólo diez mil.
Pero Lee no tenía motivos de júbilo. La batalla había sido diferente de todas las otras que había librado, pues por primera vez el general enemigo no le dejaba espacio para maniobrar, ninguna posibilidad de realizar el tipo de juego con el que había quebrado el espíritu de la Unión en la Segunda Batalla de Bull Run y en Chancellorsville. Las fuerzas de la Unión habían sido enviadas adelante incesantemente y había quedado acorralado. Si esa situación continuaba, sería derrotado.
Pero ¿continuaría? Hasta entonces, toda vez que Lee había derrotado a un ejército de la Unión, éste se había escabullido a Washington. Los mismos soldados de la Unión esperaban que esto ocurriese ahora. Esta vez no ocurrió. Grant aceptó hoscamente las bajas y se dispuso a avanzar nuevamente, tratando aún de rodear el flanco derecho de Lee.
Lee frustró este segundo esfuerzo, también, mas para hacerlo tuvo que marchar al Sudeste, y los dos ejércitos se enfrentaron una vez más en Spotsylvania, a diecisiete kilómetros al sudeste de Chancellorsville.
Durante otros cinco días, del 8 al 12 de mayo, los ejércitos combatieron aquí, en la que probablemente fue la batalla más encarnizada y prolongada que se haya librado en suelo americano. Fue una repetición de La Soledad, con Grant atacando incesantemente y Lee parando los ataques hábilmente. De nuevo, las pérdidas de Grant fueron mucho mayores que las de Lee, y, de nuevo, Grant no pensó en retirarse. Cuando el combate terminó, Grant envió torvamente un mensaje a Washington diciendo que «me propongo luchar siguiendo esta línea aunque me lleve todo el verano».
Grant siguió recibiendo refuerzos, y la habilidad de Lee fue finalmente neutralizada por el mero peso superior de su adversario, un bulldog que no soltaba su presa. Hasta la caballería confederada fracasó. Por último, el jefe de caballería de la Unión, Buford, había muerto en la cama en el anterior mes de diciembre, pero fue sucedido por un jefe aún más capaz, Philip Henry Sheridan (nacido en Albany, Nueva York, el 6 de marzo de 1831, hijo de inmigrantes irlandeses).
Sheridan había luchado durante la guerra en Tennessee, ganando ascenso tras ascenso. Finalmente, bajo los ojos de Grant, fue Sheridan quien condujo esa alocada carga por la montaña que obtuvo el triunfo en la batalla de Chattanooga. Ahora Grant le nombró jefe de la caballería de la Unión y complació al pequeño pero combativo general (sólo medía 1,60 m) permitiéndole hacerse cargo nada menos que de Jeb Stuart.
Sheridan y Stuart se enfrentaron el 11 de mayo en Yellow Tavern, a unos quince kilómetros al norte de Richmond. La caballería de la Unión superaba mucho en número a los confederados y los barrió, matando a Stuart. En adelante, la caballería de la Unión dominó los campos de batalla. (Sin embargo, si Sheridan hubiese luchado en estrecha cooperación con la infantería de la Unión, en vez de tratar de ser más Stuart que Stuart, el avance de Grant podía haber sido menos sangriento para la Unión.)
Una vez terminada la lucha en Spotsylvania, Grant nuevamente trató de rodear el flanco derecho de Lee, y nuevamente Lee trató de impedirlo. Esta vez, Lee preparó cuidadosamente el siguiente punto de resistencia. Los dos ejércitos se deslizaron al Sudeste y, el 1 de junio, Lee llegó a ese punto preparado, en Cold Harbor, a unos quince kilómetros al este de Richmond. Dos años antes, el ejército de McClellan había combatido en esa región y, aunque sólo ligeramente dañado, se había retirado. Ahora era el ejército de Grant el que estaba allí, muy dañado pero que nunca retrocedía.
Aquí Grant cometió un grave error. Pensando que el ejército confederado había sido tan quebrantado en las batallas anteriores que una buena embestida podía hacer que se desplomase y subestimando la fortaleza de la posición confederada, ordenó un avance general de toda la línea el 3 de junio de 1864.
Fue una matanza. En menos de una hora, Grant perdió siete mil hombres, frente a sólo dos mil quinientos de los confederados, y tuvo que suspender el ataque.
Pese a su éxito en Cold Harbor, Lee se halló en una situación muy grave. En un mes de lucha, Grant había llegado a las vecindades de Richmond. Sin duda, había sufrido grandes pérdidas, pero Lee también. En verdad, las pérdidas de Lee habían sido mayores, en proporción a los hombres de que disponía. Su ejército se estaba convirtiendo en el fantasma, andrajoso y muerto de hambre, de lo que había sido, mientras que Grant disponía de suministros aparentemente inagotables de hombres, alimentos y materiales.
Era menester a toda costa quitar la mano de Grant de la garganta confederada. Si las batallas sangrientas no lo conseguían, Lee vería si los corazones de los políticos de Washington eran menos firmes que el de Grant. Decidió enviar un ejército al valle del Shenadoah y llegar lo más cerca posible de Washington, con la esperanza de que Grant fuese llamado de vuelta.
El ataque de diversión fue puesto al mando de ]ubal Anderson Early (nacido en Franklin County, Virginia, el 3 de noviembre de 1816), quien, como Lee, se había opuesto enérgicamente a la secesión, pero luego se había puesto del lado de su Estado. El 2 de julio de 1864, mientras se preparaba el pequeño asalto sangriento contra Cold Harbor, Early condujo unos veinte mil hombres al Norte, hacia Washington.
La velocidad era de suprema importancia. Early tenía que llegar a Washington de modo completamente sorpresivo y antes de que pudiesen movilizarse fuerzas contra él. Sólo si la ciudad era atrapada desprevenida y se le hacía sentir su indefensión podía estar seguro de que el gobierno, atemorizado, pediría a gritos la protección de Grant.
El 9 de julio Early había cruzado el Potomac y se hallaba ante el río Monocacy, a sólo sesenta y cinco kilómetros al oeste de Washington; allí encontró fuerzas de la Unión al mando de Lew Wallace (nacido en Brookville, Indiana, el 10 de abril de 1827). Wallace (quien veinte años más tarde escribiría la novela best-seller Ben Hur) había combatido en Fort Donelson y Shiloh, pero fue el 9 de julio de 1864, en la batalla del Monocacy, cuando prestó sus mejores servicios a la nación.
Wallace era superado por más de dos a uno, pero ofreció una dura resistencia. Aunque fue derrotado, logró dos cosas. Washington fue prevenido de lo que sucedía, y Early se retrasó dos días, tiempo en el cual Grant logró enviar tropas a la ciudad. Cuando Early llegó a Washington, el 11 de julio, todo lo que pudo hacer fue intercambiar algunos disparos con soldados de la Unión y luego marcharse[52].
De vuelta de su incursión, Early llevó al ejército de Lee suministros de material saqueado de los que había extrema necesidad; esto alentó a los confederados, pero la operación no había logrado lo que esperaba Lee. Grant no iba a permitir que el fogonazo de esta correría le hiciera aflojar la presión sobre Lee, ni Lincoln iba a ordenar a Grant que volviera.
En verdad, después de Cold Harbor, Grant decidió hacer otro intento (el cuarto) de rodear el flanco derecho de Lee. Contra el consejo de Halleck, Grant cruzó el río James el 12 de junio, realizando este difícil movimiento perfectamente, y finalmente fue más allá de Lee. Su intención era capturar Petersburg, a treinta y dos kilómetros al sur de Richmond, y desde allí atacar a Lee nuevamente.
El plan era factible. La rapidez de la acción de Grant hizo que Petersburg estuviese prácticamente indefenso. Pero los diversos comandantes de la Unión que estaban en el lugar, sin Grant que los dirigiese, perdieron el tiempo por una u otra razón, y la noche cayó antes de que pudiesen entrar en la ciudad. Durante la noche, Lee hizo entrar desesperadamente a su ejército en Petersburg, y por la mañana era demasiado tarde. Después de una batalla de cuatro días en las afueras de Petersburg que costó a Grant ocho mil hombres más, puso sitio a la ciudad el 19 de junio.
Entre tanto, durante mayo y junio, mientras Grant y Lee se martillaban mutuamente con ahínco, Sherman realizaba un avance muy similar al de Grant en el noroeste de Georgia, contra un enemigo muy semejante a Lee. Sherman golpeaba y Johnston paraba el golpe; Sherman se deslizaba alrededor del flanco y Johnston se retiraba; luego Sherman golpeaba y Johnston eludía el golpe nuevamente.
Para el 27 de junio, Sherman se había abierto camino hasta Kennesaw Mountain, a ciento sesenta kilómetros al sudeste de Chattanooga y a sólo cincuenta kilómetros al norte de Atlanta, que era el más importante centro ferroviario que le quedaba a la Confederación al sur de Virginia. Ahora, como Grant en Cold Harbor, Sherman decidió que había llegado el momento de un ataque frontal directo. El resultado fue el mismo. El ejército de la Unión sufrió 2.000 bajas, por 270 de la Confederación. Pero Sherman, como Grant, siguió avanzando.
Nueva candidatura
Grant y Sherman estaban destruyendo a la Confederación, pero a un gran coste, y la destrucción no era muy evidente para la ansiosa Unión. Aunque la Confederación se estaba desangrando y apenas podía mantenerse, mucha gente del pueblo pensaba que Grant y Sherman estaban golpeando a ciegas sin producir ningún resultado digno de mención.
La reputación de Grant, en particular, se desplomó. Su popularidad caía a medida que se elevaba la lista de bajas. Se convirtió en «el Carnicero Grant», y no se tomó en cuenta el hecho de que las bajas de Lee en realidad eran mayores en proporción al número total de sus hombres y de que el gran ejército de Lee había sido vapuleado hasta el punto de que nunca pudo tomar la ofensiva nuevamente.
No es de sorprenderse, pues, de que, al aproximarse a su fin el año 1864, los demócratas se fortalecieran y el clamor por la paz, aun al precio de la independencia de la Confederación fuese en aumento.
En cuanto a los republicanos radicales, estaban disgustados con Lincoln por no efectuar algún género de venganza contra las partes de la Confederación que estaban ya bajo control de la Unión y por no preparar una paz dura para el día en que la victoria fuese completa. El 31 de mayo algunos republicanos radicales realizaron una convención en Cleveland y eligieron a Frémont como candidato a presidente.
Lincoln se dio cuenta con aflicción de que era improbable que fuese reelegido. Además, su adversario victorioso tenía que ofrecer una plataforma de paz y luego proceder a destruir la Unión.
Lincoln pensó que podía tratar de hacer que se pospusiese la elección frente a la situación de emergencia nacional. A fin de cuentas, no se había realizado ninguna elección presidencial en tiempo de guerra, y aunque la Constitución no establecía ninguna estipulación para posponer elecciones, podía argüirse que la situación de 1864 jamás había sido prevista por los que elaboraron ese documento.
Pero Lincoln no pudo decidirse a hacer el intento. Un rígido calendario electoral, después de todo, formaba parte de lo que «esta nación, concebida en Libertad», era. Una vez sentado el precedente de una elección pospuesta, podía usarse el recurso una y otra vez para emergencias cada vez menores hasta convertirse meramente en un medio para perpetuar en el poder a un partido impopular. Entonces no habría ningún «gobierno del pueblo», y la Unión quedaría derrotada aunque ganase la guerra. Un pueblo libre, a fin de cuentas, debía admitir la posibilidad de que su libertad lo destruyese; si el pueblo merecía la libertad, esto no ocurriría.
Así, se ofreció al mundo el espectáculo de una nación en una emergencia de vida o muerte que llevaba a cabo un proceso electoral libre y abierto, en el que los adversarios del gobierno tenían libertad para censurar la política del gobierno y la guerra. Raramente Estados Unidos brilló con tanto esplendor en el mundo como en ese momento.
El 7 de junio el Partido de la Unión (republicanos y demócratas de la guerra) se reunió en Baltimore. En la primera votación, Lincoln fue nuevamente elegido candidato, convirtiéndose así en el primer presidente que se presentaba para su reelección desde Martin Van Buren en 1840.
Pero Hannibal Hamlin no fue reelegido candidato. Era un republicano radical, y el Partido de la Unión debía demostrar que no era partidista y ganar la mayor cantidad posible de esos decisivos votos demócratas. Se necesitaba, pues, a un demócrata de la guerra, y era probable que se eligiera a Andrew Johnson (nacido en Raleigh, Carolina del Norte, el 29 de diciembre de 1808).
Johnson se había criado en medio de una total pobreza y carecía de educación. Mientras trabajaba como aprendiz de sastre, había aprendido por sí solo a leer, pero a escribir no aprendió hasta después de casarse, cuando su mujer le enseñó.
Cuando Johnson era joven, su familia se trasladó a Tennessee Oriental, donde los montañeses, como los de Virginia Occidental, no eran proesclavistas. Entró en la política, primero, como miembro de la Cámara de Representantes, luego fue gobernador de Tennessee y, posteriormente, senador.
Johnson se había opuesto a la secesión y llevó sus creencias hasta el punto de que él solo, de todos los senadores de los Estados esclavistas, abandonó a su Estado y permaneció en el Senado de Estados Unidos. Cuando fue retomado en su mayor parte por los ejércitos de la Unión, Lincoln nombró a Johnson gobernador militar del Estado.
La lealtad de Johnson a la Unión, pues, estaba probada, y era lógico nombrarlo candidato a vicepresidente, como prueba viva de que la Unión aún existía.
Pero la candidatura significaba poco si era solamente un paso hacia la derrotare las elecciones de noviembre. Lincoln esperaba alguna buena noticia, algún suceso que hiciese claro que la Unión estaba ganando la guerra. La espera parecía inútil, y pasó un duro verano.
El informe de la matanza sufrida por la Unión en Kennesaw Mountain llegó tres semanas después de la elección de candidatos, y luego llegaron las noticias particularmente inquietantes de la incursión de Early. Más aún, la lucha en Georgia y Virginia se había casi paralizado.
En Georgia, Sherman finalmente había llegado a los alrededores de Atlanta. Jefferson Davis, fastidiado por la magistral retirada de Johnston, lo había relevado del mando, reemplazándolo el 17 de julio por John Bell Hood (nacido en Owingsville, Kentucky, el 1 de junio de 1831). Davis pensaba que Hood, quien había sido herido en Gettysburg y en Chickamauga, sería más agresivo que Johnston. Lo era. Tres veces se lanzó contra el ejército de Sherman a fines de julio, y tres veces se estrelló contra él. Fue rechazado con grandes pérdidas y tuvo que retirarse a Atlanta.
Pero tampoco Sherman pudo proseguir esas victorias con avances espectaculares. Tuvo que disponerse a asediar a Atlanta.
Y mientras tanto, el sitio de Petersburg, que ya llevaba siete semanas, se señaló por una acción particularmente estúpida por parte de la Unión.
Burnside (quien, desde el desastre de Fredericksburg, se había desempeñado bastante bien) autorizó la colocación de una mina bajo un sector de las defensas de Petersburg. Se cavó el túnel necesario y se colocaron cuatro toneladas de pólvora bajo un saliente descubierto de las líneas confederadas, con una mecha de 155 metros que llegaba hasta la parte de la Unión. La idea era abrir un gran agujero en las líneas confederadas y luego enviar hombres por él bajo la protección de la artillería, que aumentaría la confusión de los confederados.
El 30 de julio todo estaba listo. Después de algunos problemas con la mecha, la pólvora estalló, volando una batería de cañones confederados y varios cientos de hombres. Luego era necesario que las tropas de la Unión atacasen por la grieta de la línea confederada. Por supuesto, la explosión había formado un enorme cráter; 50 metros de largo, por 18 de ancho y 9 de profundidad; así, lo sensato habría sido enviar hombres a ambos lados del cráter, pues los sobrevivientes confederados cercanos al cráter estaban en una total confusión.
Pero Burnside, habiendo echado a perder el apoyo de la artillería, envió a sus hombres dentro del cráter. Mientras trataban de trepar por el reborde más alejado, los confederados se recuperaron y, al ver que había una gran masa de soldados inermes en un agujero, mataron a todos los que pudieron. El costo para la Unión fue de casi cuatro mil hombres. Ahora, finalmente, Burnside fue retirado del ejército[53].
La situación en el frente político ese verano no era mejor. Los republicanos radicales, convencidos de que no conseguirían de Lincoln que impusiese un castigo suficientemente feroz a los Estados separados, prepararon un proyecto de ley que quitaba la «reconstrucción» de los Estados separados de las manos de Lincoln y ponía su responsabilidad en el Congreso, en el cual los republicanos radicales eran poderosos.
El proyecto fue aprobado por ambas Cámaras el 4 de julio de 1864, pero Lincoln se negó a firmarlo antes de que el Congreso terminase sus sesiones, lo cual equivalía a vetarlo. Esto provocó un nuevo acceso de furia en los radicales, y pareció que Frémont arrebataría a Lincoln un número fatal de votos.
La influencia radical se hacía sentir hasta en el gabinete de Lincoln. Salmon Portland Chase había demostrado ser un eficaz secretario del Tesoro, pero esperaba ansiosamente reemplazar a Lincoln como presidente e intrigaba cada vez más abiertamente para lograr ese objetivo. Era un hombre de mal genio y tan absolutamente convencido de que era indispensable que en varias ocasiones presentó su renuncia, pero Lincoln la había rechazado, valorando la capacidad de Chase más allá de sus intrigas. Sin embargo, el 28 de junio de 1864 Chase ofreció nuevamente su renuncia por una pequeña diferencia fácil de resolver, y el 29 de junio Lincoln la aceptó calmadamente.
Sólo en el mar hubo algo que alivió el sombrío panorama de ese duro verano. El buque corsario confederado Alabama fue localizado finalmente en Cherburgo, Francia, por el buque de guerra de la Unión Kearsarge, cuyo capitán era John Ancrum Winslow (nacido en Wilmington, Carolina del Norte, el 19 de noviembre de 1811). El Kearsarge esperó al Alabama fuera del puerto; cuando apareció, los barcos sostuvieron un duelo de una hora y media, y el Alabama se hundió bajo el embate de la artillería superior del Kearsarge.
También se hicieron progresos en el puerto de Mobile, Alabama, uno de los últimos puntos costeros importantes que quedaban en poder de los confederados. Farragut, quien más de dos años antes había tomado Nueva Orleans, ahora entró en la bahía de Mobile. Uno de los barcos se hundió al chocar con un contenedor explosivo flotante (ahora llamados minas, pero a la sazón llamados torpedos), y Farragut fue urgido por algunos de sus oficiales a retroceder. Con furia, Farragut gritó: «¡Al demonio los torpedos!». Ordenó avanzar a toda velocidad y rápidamente dominó la bahía y obligó a los fuertes de la costa a rendirse.
La reelección
Las dos buenas noticias concernientes a la lucha en el mar fueron bien recibidas, pero eran sucesos al margen de la guerra, por así decir, y no compensaron el aparente fracaso en Virginia y Georgia, después de tanto tiempo y tanta efusión de sangre. Cuando los demócratas finalmente se reunieron en Chicago el 29 de agosto de 1864, lo hicieron con un ánimo de victoria expectante, si convencer a una nación a aceptar la derrota podía llamarse victoria. La convención fue dominada por derrotistas declarados, y el mismo Vallandigham escribió la parte de la plataforma para la campaña que pedía el cese del fuego.
Los demócratas luego pusieron en práctica una estrategia que ellos consideraron notable, eligiendo como candidato nada menos que a McClellan. Podía ser presentado como el gran general a quien la envidia y la incapacidad de Lincoln habían impedido ganar la guerra. McClellan, aún en uniforme pero ocioso desde Antietam, aceptó.
McClellan no tuvo el descaro de aceptar la plataforma de paz; la repudió y llamó a la continuación de la guerra hasta la victoria. Pero ¿quién podía dudar de que, una vez que fuera presidente, dada su innata incapacidad para actuar y su seguro fracaso en resistir a los demócratas de la paz que lo rodearían, pondría fin a la Guerra Civil y concedería la independencia a los Estados Confederados de América?[54].
Como candidato a vicepresidente, los demócratas eligieron a un derrotista que era miembro del Congreso por Ohio, George Hunt Pendleton (nacido en Cincinnati, Ohio, el 29 de julio de 1825, pero que descendía de una vieja familia de Virginia).
Y luego, casi inmediatamente después de que los demócratas concluyesen con éxito su convención, todo empezó a derrumbarse para ellos.
Durante todo el mes de agosto Sherman había extendido metódicamente sus líneas alrededor de Atlanta, hasta que, al terminar el mes y mientras los demócratas se reunían, estuvo a punto de rodear completamente la ciudad. Hood no se atrevió a quedarse. El 1 de septiembre, inmediatamente después de que McClellan fuese elegido candidato, Hood sacó su ejército de la ciudad, y el 2 de septiembre Sherman entró en ella. La noticia de la captura de Atlanta produjo un entusiasmo histérico en la Unión.
Otras buenas noticias empezaron a llegar de Virginia. Mientras el ejército continuaba ante Petersburg, Grant decidió que no habría más correrías en el valle de Shenandoah, como aquella con la que Early había atemorizado a Washington. Phil Sheridan, que había dado fin a Jeb Stuart, fue enviado, en agosto, para realizar la tarea. Debía expulsar a los tropas confederadas del valle y luego devastarlo, para impedir que fuese usado como almacén de alimentos para el ejército de Lee.
Sheridan se puso a trabajar con entusiasmo. En teoría, se suponía que su ejército no perjudicaría a los no combatientes y se evitaría la destrucción de todo lo que no fuese de utilidad para la guerra. Pero tales consideraciones eran poco válidas cuando la guerra había arreciado allí durante tres años y los soldados de ambos bandos habían hecho saqueos y cometido atrocidades[55]. Los soldados de la Unión empezaron a destruir todo lo que estaba a la vista, convirtiendo el hermoso y fructífero valle en una tierra asolada. Las noticias de la batida de Sheridan por el valle se sumaron a las de la captura de Atlanta por Sherman y aumentó el júbilo de los corazones de la Unión.
Early fue enviado para detener a Sheridan, pero ahora la caballería de la Unión era imbatible. El 19 de septiembre Sheridan derrotó a Early en Winchester, en los tramos nororientales del valle, a ciento treinta kilómetros al oeste de Washington, y luego nuevamente en Fisher’s Hill, a cuarenta kilómetros al sudoeste de Winchester, el 22 de septiembre.
La devastación efectuada por las tropas de Sheridan continuó, pero Early hizo un último intento. El ejército de la Unión estaba en Cedar Creek, a treinta kilómetros al sur de Winchester, seguro de que los confederados no atacarían.
Pero Early atacó, el 19 de octubre de 1864, y empezó a hacer retroceder a las fuerzas dispersas de la Unión, que habían sido cogidas por sorpresa. Sheridan, informado de estos sucesos, se apresuró a marchar al escenario de la lucha, espoleando a su caballo como un loco al llegar al tramo final. Detuvo a sus hombres en retirada, que estallaron de alegría al verlo, y los condujo de vuelta a la batalla, obteniendo una victoria completa. La Confederación fue expulsada para siempre del valle del Shenandoah.
La «Cabalgada de Sheridan» también contribuyó a elevar el espíritu de la gente de la Unión, que durante tanto tiempo sólo había oído hablar de hazañas confederadas.
El brillo de estas victorias se produjo justo a tiempo para dar popularidad a Lincoln, finalmente. La nación empezó a comprender que sólo él, bajo el peso de un desastre tras otro, no había desfallecido ni cedido, sino que había permanecido firme mientras todos los hombres pequeños aullaban a su alrededor. El 22 de septiembre Frémont renunció a la candidatura republicana radical, y los radicales empezaron a afluir a Lincoln nuevamente hasta el último hombre, mientras los demócratas sentían que su público empezaba a enfriarse.
Los Estados esclavistas siguieron disminuyendo, y los Estados libres expandiéndose. El 13 de octubre de 1864 Maryland adoptó una constitución antiesclavista y se convirtió en un Estado libre (el vigesimoprimero, incluyendo a Virginia Occidental). Todo Estado libre contaba, pues los republicanos radicales planeaban prohibir la esclavitud en los Estados Unidos mediante una enmienda constitucional, de modo de ponerle fin para siempre. Para lograr este propósito necesitaban más votos en el Senado. El territorio de Nevada, con una población creciente a causa de sus minas de plata, era ardientemente antiesclavista, y aunque la población aún no había alcanzado el nivel requerido, se le permitió entrar en la Unión el 31 de octubre de 1864, convirtiéndose en el trigesimosexto Estado de la Unión (y el vigesimosegundo Estado libre, ahora que Maryland había cambiado).
El 8 de noviembre de 1864 se realizaron las elecciones presidenciales y Lincoln logró el triunfo, pasando a ser el primer presidente reelegido desde Jackson, en 1832. En lo concerniente al voto popular, Lincoln obtuvo 2,2 millones (el 55 por 100 del total), contra 1,8 millones de McClellan. Los once Estados de la Confederación no votaron, aunque su territorio estaba bajo el control de la Unión. De los veinticinco Estados restantes, McClellan ganó los 21 votos electorales de dos Estados fronterizos, Delaware y Kentucky, más Nueva Jersey.
Los republicanos también aumentaron su número en ambas Cámaras del Trigesimonoveno Congreso, con 42 a 10 en el Senado y 149 a 47 en la Cámara de Representantes. El Partido Demócrata, que había sido el partido mayoritario de Estados Unidos durante más de sesenta años, quedó tan desprestigiado por esa última campaña que no recuperó esa posición durante otros sesenta años.
Era claro ahora que los días de la Confederación estaban contados. Los jefes confederados hablaban bravamente de obligar a Sherman a abandonar Atlanta cortando sus líneas de comunicaciones y demoliéndolo en su retirada, pero esto no ocurrió. Hood envió contingentes a Tennessee para destruir esas líneas de comunicaciones, pero la Roca de Chickamauga, Thomas, los estaba esperando. El 16 de diciembre el ejército de Hood fue derrotado en Nashville (pese a los prodigios de valor que realizó Forrest, el único jefe de caballería confederado que nunca fue derrotado) y salió de Tennessee para no volver jamás.
Mientras tanto, Sherman había decidido olvidarse de sus líneas de comunicaciones totalmente (como él y Grant habían hecho en Vicksburg). Cuando abandonó Atlanta (en llamas) no fue para retirarse, sino para avanzar al sudeste, a Georgia.
El 16 de noviembre de 1864, con un ejército de sesenta mil hombres, empezó una marcha de 430 kilómetros hacia el mar, viviendo de los productos locales y destruyendo todo lo demás. En su camino, una extensión de tierras de cien kilómetros de ancho fue asolada totalmente y luego incendiada.
Sherman no se hacía ilusiones con respecto a las villanías que sus hombres estaban cometiendo. «La guerra es un infierno», decía. En efecto, y es muy triste que los seres humanos nunca hayan aprendido esta lección, la más obvia y repetida de todas.
El 22 de diciembre Sherman estaba en Savannah, sobre la costa de Georgia; envió la noticia a Lincoln como regalo de Navidad.
Otro acontecimiento del año que estaba llegando a su fin fue la muerte del viejo jacksoniano Taney, presidente del Tribunal Supremo, que había escrito la fatídica decisión sobre Dred Scott. Taney murió el 12 de octubre de 1864, después de veintiocho años como presidente del Tribunal Supremo[56]. Murió en la desesperación, pues era simpatizante de los confederados y había abrigado la esperanza de que el movimiento secesionista tuviese éxito. Habría usado el Tribunal Supremo para anular muchos de los poderes de guerra (probablemente inconstitucionales) asumidos por Lincoln, pero nunca tuvo la oportunidad de hacerlo. El 6 de diciembre Lincoln eligió a Chass (su rival republicano radical) para reemplazar a Taney.
A comienzos de 1865, pues, el poder de lucha efectivo de la Confederación se limitaba a Virginia y las Carolinas, y el escenario se estaba reduciendo rápidamente. El 1 de febrero Sherman abandonó Savannah y marchó hacia el Norte. El 17 de febrero tomó e incendió Columbia, la capital de Carolina del Sur. Al día siguiente tomó Charleston, donde todo había empezado, un poco más de cuatro años antes. Luego pasó a Carolina del Sur y tomó Wilmington el 22 de febrero.
Pero aun entonces Jefferson Davis se negó a admitir que la guerra estaba perdida o que la Confederación debía pedir términos de paz. Nombró a Lee comandante en jefe del ejército de la Confederación el 31 de enero de 1865, y, en verdad, mientras Lee estuviese allí, la guerra no había terminado.
Así, Lincoln llegó a su segunda investidura, el 4 de marzo de 1865, cuando la guerra aún perduraba débilmente y con Lee —el mayor soldado de una causa perdida que el mundo había visto desde Aníbal, más de dos mil años antes— aún no derrotado.
En cuanto a Lincoln, la cercanía del fin no era una ocasión para el júbilo o triunfo partidista sobre un enemigo caído que había combatido tan maravillosamente. En cambio, Lincoln —indudablemente, el más grande estadounidense que haya existido— habló de enemigos que dejarían de serlo desde el momento en que los cañones callasen, para volver a ser compatriotas estadounidenses. Terminó su discurso inaugural con palabras similares a su Alocución de Gettysburg: «Sin rencor hacia nadie, con benevolencia para todos, con firmeza en el bien, en la medida en que Dios nos permite ver el bien, tratemos de terminar la labor en la que estamos empeñados, de curar las heridas de la nación, de cuidar del que ha combatido o de su viuda y su huérfano, de hacer todo lo que permita lograr y mantener una paz justa y perdurable entre nosotros y con todas las naciones».
Victoria… y muerte
El ejército —cada vez más debilitado— de 54.000 hombres de Lee no podía conservar Petersburg contra la incesante e incansable presión de Grant, cuyo ejército ascendía ahora a 115.000 hombres. Sistemáticamente, Grant golpeaba y golpeaba.
El 1 de abril de 1865 Lee intentó efectuar un último ataque y, cuando fue rechazado, decidió abandonar Petersburg y unirse al ejército de Johnston, que estaba ahora en Carolina del Norte. Juntos podían continuar de algún modo.
El 12 de abril Lee sacó sus tropas de Petersburg y Richmond; y el gobierno confederado también abandonó su capital[57]. Grant persiguió a Lee, siendo su objetivo no tratar de destruir en batalla a Lee, sino sencillamente permanecer entre Lee y Johnston hasta que, finalmente, Lee no pudiera moverse.
En esto tuvo éxito y, el 9 de abril, con su ejército reducido a treinta mil hombres, todos muriéndose de hambre e incapaces de dar un paso más, Lee se rindió a Grant en Appomattox Court House, a cien kilómetros al oeste de Petersburg. Johnston rindió su ejército a Sherman el 18 de abril, y en diversos lugares de la zona confederada otros grupos armados depusieron sus armas esa primavera. Los ejércitos restantes en la parte de la Confederación que estaba al oeste del Mississippi se rindieron el 26 de mayo, aunque Galveston, Texas, no se rindió hasta el 2 de junio.
La Guerra Civil terminó y no estalló inmediatamente la furia de la venganza. No hubo juicios, ejecuciones y matanzas inmediatos. Los términos de la rendición fueron suaves, de acuerdo con la dulzura de la segunda alocución inaugural de Lincoln.
Después de todo, ya había habido bastantes matanzas. En total hubo casi un millón de bajas, con mucho las más sangrientas pérdidas americanas, en proporción a la población, que Estados Unidos hubo sufrido nunca o hubiese de sufrir en una guerra hasta hoy.
Y el 14 de abril de 1865 a todas esas bajas se añadió una más…, la más trágica de todas.
Washington se hallaba en un estado de gran júbilo ese día, por las noticias de la rendición de Lee y el conocimiento de que, aparte de algunos detalles rutinarios, la guerra había terminado. Lincoln, libre del peso enorme que soportaban sus hombros, decidió ver una obra de teatro en el Ford’s Theater esa noche.
En el teatro había un actor que, conocido de todos, podía ir de un lugar a otro sin ser advertido. Era John Wilkes Booth (nacido cerca de Bel Air, Maryland, el 26 de agosto de 1838), miembro de una renombrada familia del escenario y único miembro del grupo que era un simpatizante de los confederados, aunque había actuado en toda la Unión durante la guerra.
Booth no podía resignarse a la derrota confederada. Acusando de esa derrota a Lincoln (con razón), al parecer decidió que algo se podía ganar matando al presidente en ese momento, aunque ya todo había terminado.
Los guardias del Servicio Secreto que, se suponía, debían estar vigilando el palco de Lincoln estaban, en cambio, viendo la obra. Booth entró en el palco, disparó sobre el presidente a bocajarro y luego saltó del palco al escenario, rompiéndose el tobillo en el proceso. Blandiendo un cuchillo, gritó: «Sic semper tyrannys» («Así siempre, a los tiranos»), que es el lema del Estado de Virginia, y logró escapar. Fue perseguido y, finalmente, localizado y muerto a tiros el 26 de octubre, en un granero cercano a Bowling Green, Virginia, a cien kilómetros al sur de Washington.
Pero ¿de qué sirvió esto? ¿Qué importaba la miserable vida de Booth? A las 7,22 de la mañana del 15, Lincoln murió; fue el primer presidente americano que murió asesinado. El secretario de Guerra, Stanton, murmuró: «Ahora pertenece a la eternidad».
Lincoln murió en el momento de la victoria, después de ser, prácticamente solo, la columna dorsal y la sabiduría que salvó a la Unión. La nación, en su momento de júbilo, fue lanzada a la aflicción.
Walt Whitman (nacido en West Hills, Long Island, Nueva York, el 13 de mayo de 1819) expresó la congoja de todos en los primeros versos de «¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!»:
¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!, nuestro temible viaje ha terminado.
El barco ha resistido todos los temporales, ganamos el premio que ansiábamos.
El puerto está cerca, oigo las campanas, la gente está exultante,
Mientras los ojos siguen la firme quilla, el barco tenaz y osado.
Pero, ¡oh, corazón!, ¡corazón!, ¡corazón!
¡Oh!, las sangrientas gotas rojas.
En la cubierta donde yace mi capitán.
Caído, frío y muerto.
Pero el asesinato de Lincoln no fue en absoluto una tragedia personal; fue una profunda derrota para los Estados Unidos y, sobre todo, para aquellos Estados que habían formado los ahora difuntos Estados Confederados de América. Lincoln, con el enorme prestigio de su victoria, podía haber frenado a los republicanos radicales que dominaban el Congreso. Podía haber establecido la paz magnánima que deseaba y curado las heridas de la guerra antes de que terminase su segundo mandato.
En cambio, ahora era presidente Andrew Johnson. Era un buen hombre que hizo lo que pudo, pero carecía de las aptitudes que exigían los tiempos y la nación cayó en décadas de veneno y corrupción, casi tan trágicas como la guerra misma y que dejarían secuelas que nos perturban hasta hoy.