5. De mar a mar brillante

Tyler También

El 14 de marzo de 1841 William Henry Harrison fue investido como noveno presidente de Estados Unidos. Era un día extremadamente frío, y Harrison había escrito una alocución inaugural de increíble extensión y aburrimiento. Daniel Webster se acercó a él y persuadió al nuevo presidente a que acortase su discurso, pero aun así tardó casi dos horas en terminar. Harrison, que acababa de celebrar su sexagésimo sexto cumpleaños (el hombre de mayor edad que haya sido investido como presidente), se empecinó en pronunciar su discurso sin llevar sombrero ni abrigo.

En tales condiciones, hasta una estatua de bronce habría cogido frío, como le ocurrió a Harrison. En el curso de un mes de marzo húmedo y frío pasado en la ventosa Casa Blanca, el resfriado se convirtió en neumonía, y luego los médicos se apoderaron de él. Harrison podía haber sobrevivido a la neumonía, pero nadie en aquellos días podía sobrevivir a la atención concentrada de una cantidad de médicos[16]. El 4 de abril Harrison murió, después de haber sido presidente durante sólo treinta días, el plazo más breve que se registra hasta la fecha.

Este suceso fue un desastre inesperado para los whigs. Ningún presidente hasta entonces había fallecido mientras ocupaba su cargo, y esta posibilidad no entraba en sus cálculos. Habían dado por sentado, más o menos, que Harrison permanecería seguro en los bolsillos de Clay; en verdad, el gabinete que Harrison había nombrado consistía enteramente en fieles seguidores de Clay (además de Webster como secretario de Estado).

Ahora «Tippecanoe» estaba muerto y «Tyler También» era presidente. ¿Cómo sería Tyler? Sólo había sido elegido candidato para atraer votos de los demócratas conservadores, pues era un demócrata, no un whig. Se esperaba que, como todos los vicepresidentes de la historia americana hasta entonces, sería un cero a la izquierda y su tendencia política no contaría para nada.

Pero ahora era presidente. Algunos trataron de considerarlo sólo como si «representase el papel» de presidente, pero Tyler insistió en que era presidente, en el pleno sentido de la palabra. Y salió victorioso, lo cual sentó un precedente; desde Tyler, los vicepresidentes que accedieron a la presidencia por muerte del presidente electo han sido considerados en posesión de todos los poderes y derechos que habrían tenido si hubiesen sido elegidos ellos mismos.

Aunque la gran victoria whig de 1840 había dejado a un demócrata en la presidencia, Clay —de manera muy optimista— actuó en el supuesto de que Tyler se guiaría por principios whigs. Clay propuso la revocación del sistema de las subtesorerías que el gobierno de Van Buren había logrado, en sus últimos días, hacer aprobar por el Congreso, y luego ideó un proyecto de ley destinado a crear un banco nacional muy semejante al que Biddle había dirigido y Jackson destruido.

El 6 de agosto de 1841 el nuevo proyecto de ley sobre el banco fue aprobado por ambas Cámaras y fue enviado al despacho de Tyler. Éste pensó en la cuestión y decidió que, a este respecto, era un jacksoniano, después de todo. Lo vetó sobre la base de que, entre otras cosas, violaba los derechos de los Estados, pues éstos tendrían que cargar con sucursales bancadas que no controlaban.

Se necesita una mayoría de dos tercios en ambas Cámaras para superar un veto presidencial, y Clay no pudo hallar los votos necesarios. El veto se mantuvo.

Bufando de cólera, preparó otro proyecto de ley, atenuado de modo que no chocase con alguno de los escrúpulos constitucionales de Tyler. Pero no otorgaba a los Estados individuales el derecho a impedir el establecimiento de sucursales dentro de su territorio, pues tales poderes estatales habrían hecho impotente al banco. El segundo proyecto de ley fue aprobado, como antes; Tyler lo vetó, como antes; y el Congreso no logró anular el veto, como antes.

La dirección whig casi enloqueció de frustración y furia. El 11 de septiembre de 1841, un día después del segundo fracaso, el gabinete de Tyler (que había heredado de Harrison) renunció en su totalidad, excepto Webster, quien se quedó para continuar con las delicadas negociaciones diplomáticas en que estaba empeñado.

El Partido Whig repudió a Tyler por traidor, como ya había hecho el Partido Demócrata. Durante tres años, pues, Tyler fue un presidente sin partido, demostrando, en el proceso, la fuerza constitucional de un presidente americano. El mero hecho de que no tuviese apoyo no significaba que tuviese que renunciar. No podía ser destituido, excepto por enjuiciamiento y condena, pues la sola impopularidad o el no cooperar con el Congreso eran razones insuficientes. Así, durante tres años Tyler siguió siendo presidente con el poder de designar a personas para ocupar cargos y de vetar leyes a su voluntad, mientras los whigs no podían hacer nada.

Webster permaneció en el gabinete de Tyler porque estaba resuelto a resolver la cuestión de la frontera de Maine, aún en disputa con Gran Bretaña. En 1831, Estados Unidos había rechazado la decisión bastante favorable alcanzada por el arbitraje del rey de los Países Bajos, pero ahora Webster estaba dispuesto a aceptar algo menos y dar a Gran Bretaña el territorio que deseaba para construir su ferrocarril desde la costa hasta el interior. La dificultad era hacer que los Estados de Massachusetts y Maine aceptasen el acuerdo.

Gran Bretaña estaba ansiosa de enfriar el fervor antibritánico a lo largo de las fronteras septentrionales de Estados Unidos, por lo que envió a Alexander Baring, primer lord Ashburton, con órdenes de mostrarse conciliatorio. Webster finalmente logró que los Estados de Nueva Inglaterra aceptasen el acuerdo y cediesen a Gran Bretaña doce mil quinientos kilómetros cuadrados de territorio, que ahora forma parte de las provincias de Quebec y Nuevo Brunswick. Estados Unidos conservó los diecisiete mil quinientos kilómetros meridionales, y Ashburton reconoció el derecho americano en todos los otros puntos (menores) en disputa a lo largo de la frontera septentrional. Para suavizar el resultado, el gobierno federal compensó a Maine y Massachusetts con 150.000 dólares a cada uno por la propiedad perdida.

En realidad, las reclamaciones americanas mayores eran respaldadas por viejos mapas trazados en tiempos de la Guerra Revolucionaria, pero Webster no conocía esos mapas, pues estaban en manos británicas. Por consiguiente, Estados Unidos cedió algunos territorios que no necesitaba haber cedido. Sin embargo, merecía la pena perder unos pocos kilómetros cuadrados para mejorar las relaciones y lograr una frontera estable, sobre todo puesto que se descubrió, sólo dos años más tarde, que las adquisiciones americanas en el lejano Oeste, en Minnesota, poseían enormes minas de hierro.

La frontera entre Canadá y Estados Unidos, desde el océano Atlántico hasta las Montañas Rocosas, establecida por el Tratado Webster-Ashburton (firmado el 9 de agosto de 1842), se ha mantenido tal cual hasta hoy. Sólo el Territorio de Oregón, al oeste de las Montañas Rocosas, siguió en disputa entre Estados Unidos y Gran Bretaña.

Negros, blancos y nativismo

El acuerdo sobre la frontera de Maine no borró todo sentimiento antibritánico, en modo alguno. De hecho, existió un constante peligro de incidentes en el mar que recordaba los malos días anteriores a la Guerra de 1812, cuando los británicos detenían barcos americanos en busca de desertores. Ahora buscaban otra cosa: negros africanos raptados.

El comercio de esclavos, por consenso común del mundo civilizado en el siglo XIX, era considerado como una actividad vil que debía ser detenida a toda costa. Aun Estados Unidos, que permitía la esclavitud dentro de sus fronteras, sólo esperaba que llegasen nuevos esclavos por descendencia de los viejos esclavos. En 1808, Estados Unidos había prohibido a los barcos americanos dedicarse al comercio de esclavos y puesto fuera de la ley la importación de esclavos de África.

La nación más preocupada por aplicar las leyes contra el comercio de esclavos eran Gran Bretaña, cuya armada dominaba los mares. Gran Bretaña había abolido el comercio de esclavos en 1807 y liberado a todos los que hubiera en cualquier territorio que se hallase bajo bandera británica en 1833. Elaboró tratados con diversos gobiernos extranjeros (todos los cuales habían proscrito el comercio de esclavos) que permitían a los barcos británicos detener e inspeccionar los barcos sospechosos de comerciar con esclavos aunque estuviesen bajo una bandera extranjera.

Sólo Estados Unidos se negó a firmar un tratado semejante, porque no admitía la inspección extranjera. El resultado fue que los ilegales comerciantes de esclavos hacían ondear la bandera americana, y el pendón que los americanos consideraban como perteneciente a «la tierra de los libres» era usado para proteger a los negreros del mundo entero.

Los negreros corrían sus riesgos, desde luego. A veces los esclavos se rebelaban. En 1839, por ejemplo, a bordo del barco español Amistad, los negros llevados ilegalmente de África a Cuba se amotinaron, mataron al capitán y a un miembro de la tripulación, y luego pusieron al resto en la costa, excepto a dos hombres que debían conducir el barco de vuelta a África. Los navegantes habían logrado engañar a los negros y llevar el barco hacia el Norte, de Cuba a New Haven, Connecticut. Allí el barco fue puesto bajo la custodia de las autoridades americanas.

España exigió que se le entregase a los negros por considerarlos piratas. El presidente Van Buren estaba dispuesto a hacerlo, pero los abolicionistas arguyeron que como la esclavitud estaba prohibida en Connecticut, los negros ahora eran libres y no podían ser devueltos a la esclavitud y quizá ejecutados.

El caso llegó al Tribunal Supremo, cinco de cuyos miembros —entre ellos, su presidente, Taney— eran de Estados esclavistas. En defensa de la libertad de los esclavos se levantó John Quincy Adams. Tan abrumadores eran los argumentos de Adams de que el comercio negrero era ilegal, tanto para las leyes americanas como para las españolas, y de que los negros, por ende, se habían librado de un rapto, que el Tribunal Supremo, el 9 de marzo de 1841, se pronunció por la libertad. Los negros fueron devueltos a África.

Esta decisión fue sumamente impopular en los Estados esclavistas. Lo que más les preocupaba era que los negros fueran liberados aunque hubieran matado a hombres blancos. Por espantosa que sea la vida del esclavo, no debemos olvidar el sufrimiento de su amo, que debe vivir siempre en el temor de la tortura y la muerte a manos de sus propios esclavos rebeldes. La esclavitud degrada a todos, a los amos tanto como a los esclavos.

La decisión concerniente al Amistad parecía, en los Estados esclavistas, una incitación al motín y al asesinato por los negros, y este temor pareció justificado cuando, el 27 de octubre de 1841, alrededor de medio año después de la resolución, se produjo un acontecimiento similar.

Un barco americano, el Creole, transportaba 130 esclavos de Hampton Roads, Virginia, a Nueva Orleans, cuando se amotinaron y se adueñaron del barco, matando a un hombre blanco en el proceso. El barco fue llevado luego a las islas Bahamas, una posesión británica. Los británicos retuvieron a los que se habían amotinado realmente y liberaron al resto de los esclavos.

El gobierno americano arguyó que el asunto del Amistad no sentaba ningún precedente. El Creole no transportaba negros africanos, sino negros americanos, nacidos en la esclavitud. Tampoco era el Creole un barco negrero; solamente transportaba esclavos de un punto del país a otro. Pero los británicos ignoraron las protestas americanas (aunque más tarde, en 1855, pagaron a los americanos unos 110.000 dólares como compensación).

Naturalmente, el asunto del Creole enfureció a los Estados esclavistas y los llenó de indignación contra Gran Bretaña. Pero el insulto a la bandera americana era insuficiente para agitar al resto de la nación mientras la disputa se centrase en el tema de la esclavitud. De hecho, una parte apreciable de la población americana se puso del lado de Gran Bretaña.

Joshua Reed Giddings (nacido en Tioga Point, Pensilvania, el 6 de octubre de 1795) era representante whig por Ohio. Violentamente antiesclavista, aprovechó la ocasión no para tronar contra los británicos, sino para presentar resoluciones contra la esclavitud y el uso de la navegación costera para el comercio de esclavos interestatal.

Los miembros del Congreso de los Estados esclavistas se horrorizaron hasta lo indecible por ese ataque (así lo consideraban) a las víctimas de la rebelión de esclavos y de la agresión británica. No sólo persuadieron al Congreso a que rechazase las propuestas de Giddings, sino que presentaron y llevaron adelante una moción de censura contra el representante de Ohio. Giddings inmediatamente renunció y se presentó a las elecciones, como prueba directa de los sentimientos de su Estado. El 8 de mayo de 1842 fue reelegido por una amplia mayoría.

Las posiciones se estaban definiendo cada vez más agudamente. La política de la esclavitud se estaba degradando y se hacía cada vez más implacable.

Extrañamente, hubo una revuelta en ese período, pero fue llevada a cabo por blancos, no por esclavos negros, y no se produjo en los Estados esclavistas, sino en el formal y viejo Estado libre de Rhode Island.

En algunos aspectos, Rhode Island era el más conservador de los veintiséis Estados. Era el único que no había participado en la Convención Constitucional; y fue el decimotercero y último de los Estados originales en adoptar la Constitución e incorporarse a la Unión: no lo hizo hasta que Washington fue presidente y cuando se le amenazó, de forma no muy velada, con medidas económicas punitivas.

Ahora, medio siglo después de aprobar la Constitución, su gobierno estatal aún se fundaba en su vieja carta colonial de 1663, según la cual sólo podían votar quienes poseyesen cierta cantidad de tierras. Menos de la mitad de los hombres adultos de Rhode Island llenaban este requisito, y el resto de la población era completamente ignorada por los encaramados en el poder.

Los que no podían votar, cada vez más intranquilos por esta situación, hallaron un líder en Thomas Wilson Dorr (nacido en Providence, Rhode Island, el 5 de noviembre de 1805), un abogado con derecho a voto. Dorr había hecho campaña desde 1834 para la extensión del sufragio, cuando fue elegido para la legislatura de Rhode Island, y en 1840 organizó Partido del Pueblo para emprender acciones prácticas.

Los representantes del Partido del Pueblo, que se reunieron en 1841, habían elaborado y aprobado una nueva constitución estatal que otorgaba el voto a todos los blancos adultos de sexo masculino. El Partido del Pueblo dominaba Rhode Island septentrional, de modo que anunció elecciones, las llevó a cabo, votó a Dorr como gobernador, el 18 de abril de 1842, y lo invistió del cargo en Providence.

El gobierno oficial de Rhode Island también convocó a elecciones y reeligió como gobernador a Samuel W. King, quien fue investido en Newport.

Durante un tiempo hubo dos gobernadores en el diminuto Estado (el más pequeño de la Unión, entonces y ahora), pero no había ninguna duda de que, desde un punto de vista estrictamente legal, King era el gobernador legítimo. King declaró rebelde a Dorr, puso la ley marcial y llamó a la milicia del Estado.

Dorr y sus seguidores se dispusieron a resistir. Ambas partes apelaron al presidente Tyler, quien urgió a llegar a algún acuerdo, pero dejó en claro que, como presidente, no tenía más opción que apoyar al gobierno legal de un Estado. Esto condenó a la «rebelión de Dorr», como se la llamó. Dorr hizo un tibio intento de apoderarse del arsenal estatal de Rhode Island el 18 de mayo de 1842, y luego huyó del Estado. Volvió el 31 de octubre de 1843, se entregó voluntariamente y fue enjuiciado por traición. El 25 de junio de 1844 fue condenado a cadena perpetua, pero fue amnistiado y liberado al año siguiente.

La rebelión fue un fracaso si se juzgan los hechos militares de los rebeldes, que fueron nulos. Sin embargo, Dorr había ganado en un sentido muy amplio, pues el orden establecido de Rhode Island, comprendiendo que ya no podía continuar con el viejo estilo, convocó una convención constitucional y aprobó una nueva constitución que concedía un sufragio más extenso. Pero no fue un sufragio universal. Los negros no podían votar, aunque fuesen hombres libres; tampoco podían votar los nacidos en el extranjero, aunque fuesen ciudadanos.

La continua restricción sobre los nacidos en el extranjero en la nueva constitución de Rhode Island fue una manifestación de un «nativismo» que ocasionalmente ha surgido en los Estados Unidos. Parece extraño que, en una nación creada por inmigrantes, haya habido tan a menudo una gran oposición a éstos por parte de quienes, quizá, no estaban a más de una o dos generaciones de los inmigrantes.

Con frecuencia esta actitud provino de pautas cambiantes de inmigración. Muchos pensaban que su propio tipo de inmigración, proveniente de un país o grupo de países determinado, era excelente, pero que se debía trazar una línea divisoria que la distinguiese de la inmigración de otros países o grupos de países con lenguas, religiones y culturas suficientemente diferentes de las propias como para ser sospechosas.

En los decenios de 1830 y 1840 hubo una inmigración cada vez más numerosa de Alemania e Irlanda, y los nuevos inmigrantes eran en su mayoría católicos. Pronto surgieron prejuicios anticatólicos entre los viejos pobladores, que eran en su mayor parte protestantes, y aparecieron movimientos para impedir que los recién llegados adquiriesen la ciudadanía demasiado fácilmente, entrasen en la vida política o lograsen poder político o económico.

Oponerse a los católicos como tales era difícil dado el fuerte apoyo a la libertad religiosa en la Constitución. Era más seguro y menos problemático oponerse a ellos sencillamente por haber nacido en el extranjero, la Constitución no hablaba de tolerar a los extranjeros.

Como resultado de esto, el nativismo empezó a figurar en la política americana. Ya en 1837 se fundó en Washington la Asociación Americana Nativa, y en junio de 1843 se fundó en la ciudad de Nueva York el Partido Republicano Americano, con un programa político que se oponía a que los extranjeros obtuviesen demasiado fácilmente la ciudadanía, el derecho a votar o a ocupar cargos públicos.

Los nativistas nunca alcanzaron un verdadero poder, aunque en 1844 un nativista fue elegido alcalde de Nueva York, y en 1845 otro fue elegido alcalde de Boston. Pero a veces eran suficientemente fuertes como para que de ellos dependiese el equilibrio de fuerzas, y eran cortejados por políticos que, si bien no eran ellos mismos nativistas, no osaban hacer caso omiso del voto nativista.

Texas y la política

La catástrofe de la sucesión de Tyler mostró sus efectos claramente en las elecciones de 1842, de mitad del mandato. Los whigs conservaron su mayoría en el Senado donde un cambio en la dominación de un partido es difícil de lograr, pues sólo se elige una tercera parte de los miembros cada vez. Pero en la Cámara de Representantes, donde se eligen todos los miembros a la vez, los demócratas volvieron al poder con un aplastante triunfo de 142 a 79 en el Vigésimo octavo Congreso.

El 31 de marzo de 1842 Clay renunció al Senado para dedicarse a reconstruir el Partido Whig, necesidad seguramente no prevista en la época de la gran victoria del Partido, sólo un año y medio antes.

La visible declinación del Partido Whig elevó las esperanzas de Tyler de un futuro político. Aunque elegido por los whigs, estaba totalmente desacreditado entre ellos. Si deseaba ser reelegido, su única probabilidad era mediante la reconciliación con los demócratas.

Los demócratas se habían vuelto cada vez más conservadores desde la época de Jackson. Ahora que la esclavitud era el principal problema de los derechos de los Estados, los demócratas —cada vez más inclinados a la defensa de esos derechos— se pronunciaron en forma creciente a favor de dejar el tema de la esclavitud en manos de los Estados individuales y a suprimirlo como problema nacional. Como resultado de esto, quienes rechazaban la esclavitud gravitaron hacia el Partido Whig.

Esto significaba que los Estados esclavistas se estaban volviendo sólidamente demócratas (y lo seguirían siendo durante un siglo), de modo que si Tyler quería ganarse al Partido Demócrata, tenía que concentrarse en un tema popular en los Estados esclavistas. Por ello abordó la cuestión de la anexión de Texas.

Desde 1837, cuando Jackson reconoció la independencia de Texas, la opinión popular en los Estados esclavistas fue febrilmente partidaria de la anexión. Sólo la intransigencia de los ruidosos elementos antiesclavistas se oponía a ella.

Mientras tanto, Texas sólo mantenía su independencia precariamente, pues México se opuso firmemente a confirmar la rendición de Santa Anna y no reconocía su independencia. Texas tenía que hallar fortaleza en otra parte. Con esta idea, Mirabeau Buonaparte Lámar (nacido en Warren County, Georgia, el 16 de agosto de 1798), quien había conducido la caballería en la batalla de San Jacinto y, en 1838, se había convertido en el segundo presidente de Texas, trató de extender el territorio tejano hasta el Pacífico. Pero México desbarató esta jugada fácilmente. Lámar, entonces, buscó el reconocimiento de las potencias europeas, en lo cual tuvo éxito. Francia reconoció la independencia de Texas en octubre de 1839, Gran Bretaña en noviembre de 1840 y otras potencias menores las siguieron.

El reconocimiento británico, en particular, intensificó en Estados Unidos las exigencias expansionistas que reclamaban la anexión de Texas. El argumento era que, si no se efectuaba la anexión, Texas se convertiría en un títere británico, y Estados Unidos se hallaría frente a una influencia británica en la frontera meridional tan fuerte como en la septentrional. Entre los norteños, ahora rabiosamente antibritánicos por los problemas de Canadá, esta consideración tenía mayor peso que el riesgo de fortalecer a los Estados esclavistas.

Tyler pensó que, en total, la anexión de Texas sería mucho más popular que impopular en Estados Unidos, y se preparó para desempeñar otro mandato utilizando esta cuestión. Daniel Webster, quien se había quedado con Tyler cuando todos los otros whigs lo habían abandonado, no estaba dispuesto a ser el agente mediante el cual Texas entrase en la Unión; por ello, el 8 de mayo de 1843 renunció como secretario de Estado.

Al mes siguiente, Tyler lo reemplazó por su secretario de Marina, Abel Parker Upshur (nacido en Northampton County, Virginia, el 17 de junio de 1791). Upshur inmediatamente empezó a negociar con Sam Houston, quien en 1841 había iniciado su segundo mandato como presidente de Texas.

El factor crítico era si podía lograrse que el Senado, aún bajo control whig, aprobase algún tratado de anexión. Upshur, ansiosamente, y sin justificación, aseguró a Houston que el Senado estaría de acuerdo. También calmó la preocupación de Texas por las amenazas mexicanas prometiendo que Estados Unidos asumiría la defensa de las fronteras de Texas.

Pero antes de que la cuestión quedase resuelta, Upshur hizo un crucero con el presidente y otros altos funcionarios del gobierno, a bordo del barco de guerra de los Estados Unidos Princeton. El 28 de febrero de 1844, durante el disparo ceremonial de uno de los grandes cañones, una explosión accidental mató o hirió a una cantidad de funcionarios, y Upshur estaba entre los muertos. (Tyler salió indemne.)

Para entonces, era tan claro que Tyler favorecería la causa de los Estados esclavistas que pudo resolverse una vieja querella dentro del Partido Demócrata. Calhoun y sus adeptos de Carolina del Sur, que se habían separado en el curso de la controversia sobre la anulación del arancel, ahora pudieron retornar al partido. El 6 de marzo de 1844 Calhoun aceptó el cargo de secretario de Estado para llevar a cabo la anexión de Texas.

El 12 de abril Calhoun firmó el tratado de anexión que Upshur había negociado, y luego, triunfalmente, aclaró que el tratado fortalecería, y por ello lo había firmado, a los Estados esclavistas. Una de las virtudes de la anexión, afirmaba, era que impediría que Texas aboliese la esclavitud para asegurarse la ayuda británica contra México.

Los antiesclavistas reaccionaron con iracundia y se mostraron más decididos que nunca a impedir la anexión, si podían.

Pero los Estados esclavistas tenían un triunfo en la manga. Más allá de las Montañas Rocosas estaba el Territorio de Oregón, que se extendía desde los 42° de latitud norte (la frontera con México) hasta los 54° 40’, la extensión más meridional de Alaska.

Desde 1818 se había considerado que el territorio estaba bajo la dominación conjunta británica y americana, pero a comienzos del decenio de 1840 inmigrantes americanos empezaron a entrar en el territorio, y en 1845 había cinco mil colonos americanos allí. La dominación conjunta ya no sería posible: tenía que hacerse alguna división.

Los británicos estaban dispuestos a ceder a Estados Unidos la parte situada al sur del río Columbia, pero querían conservar el río para ellos, pues en él abundaba la pesca del salmón. En respuesta, surgió en Estados Unidos un estridente clamor que reclamaba todo el Territorio de Oregón y expresado en el eslogan: «Cincuenta y cuatro Cuarenta o Lucha» [por alusión a la latitud septentrional del Territorio].

Astutamente, los hombres de los Estados esclavistas estimularon esa reclamación, con la esperanza de que los miembros de los Estados libres, deseosos de aumentar el territorio americano en direcciones donde la esclavitud no era un problema, aceptasen también el precio de la anexión de Texas.

Así, las elecciones de 1S44 giraron alrededor del expansionismo en dos direcciones —Texas y Oregón— y los portavoces antiesclavistas se vieron en la incómoda posición de tener que oponerse a hacer más grande y más fuerte los Estados Unidos.

Los whigs, con fuerza creciente en los Estados libres, estaban contra la anexión de Texas; no iban a elegir a ningún candidato que no se declarase firmemente contra la anexión.

Esto concernía a Henry Clay. Se había hecho a un lado en 1840 para asegurar una victoria whig y esto había llevado a la catástrofe. No pensaba hacer lo mismo nuevamente. Por ello, el 27 de abril de 1844 publicó una carta en la que se oponía a la anexión de Texas. Esto resolvía la cuestión en lo que respecta a los whigs. La convención whig se reunió en Baltimore el 1 de mayo y eligió candidato a Clay por aclamación. El acuerdo sobre el candidato a vicepresidente fue más difícil, pero después de tres votaciones los whigs eligieron a Theodore Frelinghuysen (nacido en Millstone, Nueva Jersey, el 28 de marzo de 1787), hijo de un coronel de la Guerra Revolucionaria.

La situación en el campo demócrata era más complicada.

Todas las maniobras de Tyler no le ayudaron a conquistar el afecto de los demócratas. No aceptaban al traidor de 1840. Tyler logró hacerse elegir candidato por un puñado de adeptos que se reunieron en Baltimore el 27 de mayo de 1844, pero su causa era tan manifiestamente sin esperanza que el 20 de agosto abandonó la competición.

Tyler fue el primer presidente que, después de un único mandato, no fue reelegido como candidato para un segundo mandato. Sentó un precedente transitorio, en los veintidós años siguientes, ningún presidente fue reelegido como candidato para un segundo mandato, y por un tiempo pareció que el presidente de un solo mandato se convertiría en una tradición americana establecida.

El 27 de mayo el Partido Demócrata se reunió en Baltimore. El candidato lógico habría sido Van Buren, que aún era el líder del Partido.

Van Buren, que era del Estado libre de Nueva York, no se inclinaba por la anexión de Texas y había intentado desesperadamente impedir que ésta fuera una cuestión clave en la elección. Sabiendo que Clay estaba contra la anexión y que sería el candidato whig, el Pequeño Mago decidió dar un golpe de sorpresa. Había llegado a un acuerdo con Clay; el mismo día en que Clay publicó su carta contra la anexión Van Buren publicó una carta similar. Ahora los dos candidatos estaban enfrentados y el tema de la anexión quedaría anulado.

Pero Van Buren había hecho mal sus cálculos. Su acuerdo con Clay podía haberlo ayudado si hubiese empezado la campaña presidencial, pero antes de que Van Buren se presentase como candidato a presidente tenía que ser elegido candidato, y esto ahora era imposible. Los demócratas de los Estados esclavistas, agraviados por la posición de Van Buren, se dispusieron a combatir denodadamente su elección como candidato. Van Buren tenía la mayoría de los delegados, pero necesitaba los dos tercios, y no los obtuvo.

Mientras los reporteros enviaban noticias por el telégrafo eléctrico por primera vez, el Partido Demócrata, reunido en Baltimore el 27 de mayo de 1844, efectuó ocho votaciones. Era claro que Van Buren no sería elegido candidato aunque se sentase allí para siempre.

En la octava votación, algunos votos fueron para James Knox Polk, de Tennessee (nacido en Mecklenburg County, Carolina del Norte, el 2 de noviembre de 1795). Polk no era un hombre muy conocido, aunque había demostrado ser un hombre capaz en la Cámara de Representantes y como gobernador de Tennessee. También tenía el firme apoyo de su paisano de Tennessee Andrew Jackson.

Con Van Buren fuera de juego después de ocho votaciones, hubo una repentina y sorprendente desbandada de votos para Polk en la novena y fue elegido candidato, convirtiéndose así en el primer candidato dark horse («caballo oscuro») en la historia americana[17].

Para candidato a vicepresidente, los demócratas luego eligieron a George Mifflin Dallas (nacido en Filadelfia, Pensilvania, el 10 de julio de 1792), hijo de Alexander James Dallas (secretario del Tesoro bajo el presidente Madison) y ex senador y embajador en Rusia. (La ciudad de Dallas, Texas, que estaba naciendo por entonces, fue así llamada en su honor un par de años más tarde.)

Había otro hombre en la competición: Birney, elegido candidato nuevamente por el Partido de la Libertad y enarbolando nuevamente el programa abolicionista.

Inmediatamente después de la elección de los candidatos, los whigs pensaron que tenían las elecciones en el bolsillo. El hábil y bien conocido Clay se enfrentaba con alguien prácticamente desconocido. En verdad, el eslogan burlón de los whigs fue: «¿Quién es James K. Polk?». Por ello, en junio de 1844, el Senado, dominado por los whigs, rechazó el tratado de anexión de Texas elaborado por Upshur y Calhoun, y nuevamente se impidió a Texas incorporarse a los Estados Unidos. (Gran Bretaña estaba encantada y, esperando hacer de Texas un aliado seguro, se esforzó por persuadir a México a que reconociese la independencia de Texas.)

Pero el rechazo del Senado no ayudó a la causa de Clay, después de todo. Polk gozaba del respaldo del anciano pero aún idolatrado Jackson, y los demócratas iniciaron una vigorosa campaña exaltando el expansionismo americano. Los pensamientos entusiastas de obtener nuevas tierras, nuevas fuerzas y nuevos éxitos fueron una poderosa atracción para muchos americanos, y eran numerosas las personas de los Estados libres que estaban anhelando que Estados Unidos se expandiera, aunque fuese a costa de fortalecer la esclavitud.

Clay vio que la marea se volvía contra él y a favor del desconocido Polk. Por ello, en julio escribió un par de cartas a un periódico de Alabama tratando de explicar que él no estaba realmente contra la anexión de Texas, sino sólo contra el desgarramiento de la Unión. Si hubiera algún modo de anexar Texas «sin deshonor, sin guerra, con el consenso común de la Unión», decía, entonces él la aprobaría.

Esas cartas fueron un terrible error, pues no convencieron a nadie y fueron amplia y burlonamente citadas por los demócratas como el acto de un hombre desesperado y sin principios que se contradecía a sí mismo. En verdad, esas dos cartas le restaron adeptos a Clay y fueron su ruina.

En las elecciones, efectuadas el 4 de diciembre de 1844, Clay, frente al desconocido Polk, fue derrotado por tercera vez en su aspiración a la presidencia. Fue la más desgarradora de las derrotas de Clay por su escaso margen. Clay recibió 1.300.097 votos y Polk 1.338.464, una diferencia de sólo unos 38.000 votos.

En verdad, si Birney no se hubiese presentado en la competición y si los que votaron por el Partido de la Libertad hubiesen votado por Clay (al que, ciertamente, hubiesen preferido frente a Polk), Clay habría obtenido la mayoría. Birney recibió 62.300 votos, pocos aún, pero casi el doble de los que había recibido en 1840, signo de la creciente fuerza del abolicionismo.

Los votos de Birney habrían emparejado las cosas en el colegio electoral. Los votos electorales fueron 170 para Polk contra 105 para Clay, y la pérdida más importante de éste fue la de los 36 votos electorales de Nueva York. Si Nueva York se hubiese pronunciado por Clay, la votación electoral habría sido de 141 a 134 a su favor. Clay perdió Nueva York por sólo 5.080 votos; los votos para Birney que podían haber sido para Clay ascendían a 15.812.

Es muy probable que algunos de los que votaron a Birney habrían votado por Clay de no haber sido por las cartas de Alabama, que resultaron ser uno de los peores cálculos equivocados en una campaña presidencial americana. Todo el proceso fue una excelente lección objetiva sobre el poder de un pequeño grupo en un electorado parejamente dividido; también explica cómo los abolicionistas consiguieron asegurar la elección de un candidato que, desde su punto de vista, era la peor alternativa.

(Las elecciones de 1844 fueron las últimas que se realizaron en diciembre. Desde entonces, las elecciones se efectuaron el primer martes siguiente al primer lunes de noviembre, en alguna fecha situada entre el 2 y el 8 del mes; y esa costumbre se ha mantenido hasta ahora.)

Texas y la guerra

La primera consecuencia de la victoria de Polk fue que Tyler (que seguía siendo el presidente hasta el 4 de marzo de 1845) anunció que la consideraba como un mandato para efectuar la anexión. No había ninguna posibilidad de anexar Texas mediante un tratado, pues esto exigía una mayoría de dos tercios en el Senado, dominado por los whigs; de modo que propuso una resolución conjunta del Congreso, que sólo exigía una mayoría simple en cada Cámara.

En la desmoralización que siguió a su derrota, los whigs no pudieron detener esa acción. La resolución fue aprobada en el Senado por 27 a 25, y luego fue aprobada fácilmente en la Cámara de Representantes.

Gran Bretaña finalmente había persuadido a México a que reconociese la independencia de Texas, pero era demasiado tarde. Texas no se había comprometido aún con Gran Bretaña y, con la oportunidad de incorporarse a Estados Unidos, se apresuró a hacerlo.

Otro Estado esclavista le había ganado por la mano. Florida había entrado en la Unión como vigésimo séptimo Estado el 3 de marzo de 1845, el último día del mandato de Tyler[18]. Texas, que entró el 29 de diciembre de 1845, fue el vigésimo octavo Estado. (Para entonces, Polk era ya el undécimo presidente.)

En resumen, había quince Estados esclavistas y sólo trece Estados libres. Pero Iowa entró en la Unión, el 28 de diciembre de 1846, como vigésimo noveno Estado libre, y Wisconsin el 29 de mayo de 1848 como el trigésimo. Iowa y Wisconsin prohibían la esclavitud en sus constituciones, de modo que el número de Estados libres y de Estados esclavistas nuevamente era el mismo, quince de cada lado.

Pero no era probable que pudiera efectuarse la anexión de Texas sin una guerra con México. México había advertido que la anexión significaba la guerra, y los Estados esclavistas expansionistas la deseaban, pues podían arrancarle a México más territorios y convertirlos en Estados esclavistas.

En el verano de 1845, John L. Sullivan, director de una revista, había escrito sobre «la realización de nuestro destino manifiesto de extendernos sobre el continente que nos ha otorgado la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones de personas que se multiplican anualmente». La expresión destino manifiesto llegó a significar la inevitabilidad del continuo crecimiento de Estados Unidos, hasta el océano Pacífico, ciertamente, y ¿quién sabe hasta dónde más?

Mas para realizar el «destino manifiesto» de los Estados Unidos era menester dar un paso por vez. Estados Unidos no podía enfrentarse simultáneamente con México por Texas y con Gran Bretaña por Oregón. Habiendo sido elegido con un programa expansionista, Polk apoyaba vigorosamente la posición del «Cincuenta y cuatro Cuarenta o Lucha» —o al menos decía que la apoyaba—, pero si había que optar, Polk prefería llegar a un compromiso sobre Oregón. En primer lugar, Gran Bretaña era el enemigo más poderoso y, en segundo término, Polk era de los Estados esclavistas y estaba mucho más interesado en el Sudoeste que en el Noroeste.

En vista de los problemas de Estados Unidos con México, Gran Bretaña podía haber sido muy exigente, pero también ella estaba en dificultades, había hambre en Irlanda y una gran intranquilidad en su clase obrera. Por ello, estaba dispuesta a llegar a un compromiso razonable. Aceptó una extensión de la línea fronteriza de los 49° hasta el océano Pacífico, cediendo así a los Estados Unidos aproximadamente los tres quintos del Territorio de Oregón.

El 6 de junio de 1846, el tratado que establecía este compromiso, negociado por el secretario de Estado James Buchanan (nacido cerca de Mercersburg, Pensilvania, el 23 de abril de 1791), estaba en el despacho de Polk. Éste lo envió al Senado, que evaluó el peligro que surgía en el Sur y no se arriesgó a enfrentarse también con una disputa en el Norte.

El 19 de junio de 1846 el tratado fue aceptado formalmente y, por fin, la bandera americana fisgó al Pacífico. La frontera septentrional de Estados Unidos con Canadá, desde el Atlántico hasta el Pacífico se convirtió en lo que ha sido hasta hoy. Setenta años después de que Estados Unidos conquistase su independencia, finalmente se extendía «de mar a mar brillante»[19]

Pero mientras seguían las negociaciones con Inglaterra, la crisis en el Sur estaba llegando a su punto culminante.

Los ojos americanos se volvieron ansiosamente a California, la parte de la costa del Pacífico al sur de Oregón que había sido colonizada por los españoles, desde el norte de México, aproximadamente por la época en que Estados Unidos estaba librando la Guerra Revolucionaria.

Mientras México luchaba por su independencia de España, California había permanecido fiel a la madre patria. Se unió a México sólo con renuencia, después de que no hubo duda de que el poder español se había derrumbado, y se rebeló contra los gobernadores mexicanos muchas veces. Para 1840, la afluencia al Oeste de los americanos (muchos de ellos empujados por la depresión de 1837) había empezado a penetrar en California tanto como en Oregón. En 1845 había unos 700 americanos en California, que eran el 10 por 100 de la población total. Estaba difundido el sentir de que los americanos debían apropiarse de la región de algún modo. Después de todo, hacerlo era el «destino manifiesto» de Estados Unidos.

Por ello, los ojos de Polk no sólo estaban dirigidos a Texas, sino también a California, y emprendió la acción en ambas direcciones.

En Texas se planteaba la cuestión de los límites. La provincia mexicana de Texas había estado formada por las tierras comprendidas entre los ríos Red y Nueces (que ahora forman la mitad oriental del Estado de Texas). Y, sin duda, toda la población tejana estaba en esta zona.

Pero los tejanos reclamaban todas las tierras hasta el río Grande, territorio tres veces más amplio que la provincia y un poco mayor que el Estado moderno.

La población de las tierras disputadas consistía casi en su totalidad de indios. Ni los tejanos ni los mexicanos podían reclamar el territorio por su posesión real, pero Polk adoptó el bando tejano. Tan pronto como Texas puso en claro que aceptaría la invitación a incorporarse a la Unión, Polk ordenó la ocupación del territorio disputado.

Las tropas enviadas al sur del río Nueces el 28 de mayo de 1845 (con orden de no emprender ninguna acción hostil contra los mexicanos en el territorio disputado antes de una declaración de guerra) estaban bajo el mando del general Zachary Taylor (nacido en Orange County, Virginia, el 24 de noviembre de 1784). Hijo de un coronel de la Guerra Revolucionaria, Taylor había luchado en la Guerra de 1812 (bajo el mando de Harrison), en la Guerra de Halcón Negro y en la Segunda Guerra Seminóla. En el curso de esta última se ganó el apodo de «Viejo Rudo pero Eficaz», que aludía a sus modales toscos y a sus cualidades como combatiente.

Taylor llevó sus fuerzas a Corpus Christi, inmediatamente al sur de la desembocadura del río Nueces, y allí reunió hasta tres mil quinientos hombres, la mayor fuerza americana ubicada en un solo lugar desde la Guerra de 1812.

En California, Polk usó los servicios de John Charles Frémont (nacido en Savannah, Georgia, el 31 de enero de 1813), un pintoresco y extravagante explorador que, en 1841, se había casado con la hija del poderoso senador Benton, de Missouri. En 1842, cuando pasó a primer plano la cuestión de Oregón, Frémont encabezó una expedición exploratoria por la región.

Ahora, en la primavera de 1845, fue enviado al Oeste en lo que parecía ser otra expedición exploratoria, pero con instrucciones secretas sobre qué hacer en caso de una guerra con México. Llegó a California en diciembre de 1845, y allí, en la primavera de 1846, mientras la nación estaba a la espera de una guerra a lo largo del río Grande, Frémont alentó una revuelta de los colonos. Los californianos proclamaron la «República de la Bandera del Oso», así llamada porque adoptó una bandera en la que aparecía un oso pardo y una estrella sobre un fondo blanco.

Polk se sintió en buena posición. Con un ejército al sur del río Nueces y con California en rebelión, podría obtener lo que quisiera de México sin ir a la guerra. Por ello, envió al miembro del Congreso John Slidell, de Luisiana (nacido en la ciudad de Nueva York en 1795), a México en noviembre de 1845. Slidell ofrecería comprar diversas partes de las provincias septentrionales de México hasta por cuarenta millones de dólares.

El plan podía haber tenido éxito. Texas estaba perdida desde hacía tiempo y las otras provincias septentrionales estaban prácticamente vacías. Si el gobierno de México hubiese podido negociar secretamente, se podía haber llegado a un acuerdo. Pero se filtraron las noticias de la misión de Slidell y la opinión popular mexicana se mostró tan hostil que Slidell ni siquiera pudo ser recibido. En marzo de 1846, Slidell se vio obligado a abandonar México, y la indignación en Estados Unidos llegó a alturas febriles, particularmente ante las noticias (falsas) de que México era incitado en su desafío por el enemigo tradicional de Estados Unidos, Gran Bretaña, con la cual todavía no se había dirimido la disputa por Oregón.

Tan pronto como comprendió que México no trataría con Slidell ni satisfaría pacíficamente las exigencias de los Estados Unidos, Polk aceleró el enfrentamiento militar ordenando a Zachary Taylor que llevase sus tropas al sur del río Grande. A fines de marzo, cuatro mil soldados americanos estaban cerca de la desembocadura del río Grande, en su orilla septentrional. Inmediatamente del otro lado del río, en Matamoros, se hallaban concentrados cinco mil soldados mexicanos.

El comandante mexicano envió un mensaje a Taylor exigiendo su retirada al río Nueces, a lo que Taylor se negó. Inmediatamente después, mil seiscientos soldados de caballería mexicanos cruzaron el río Grande y, el 25 de abril de 1846, cayeron sobre, y capturaron, una partida de reconocimiento de sesenta y tres americanos, matando a once e hiriendo a cinco en la lucha. Taylor en seguida envió un mensaje a Washington anunciando que las hostilidades habían empezado.

Polk ya estaba preparando un mensaje de guerra destinado al Congreso. Cuando llegaron noticias de los choques, inmediatamente revisó su mensaje y lo modificó, afirmando que México había invadido suelo americano y derramado sangre americana. El 12 de mayo de 1846 se habían completado todas las formalidades; Estados Unidos y México estaban formalmente en guerra.

México

Al principio parecía una guerra pareja. México no era mucho menor que Estados Unidos en superficie, y su ejército era seis veces mayor que el ejército americano. México también contaba con recibir ayuda de Gran Bretaña y Francia (que, finalmente, no recibió) y con la división interna entre los americanos. Tal división existía, en verdad; muchas personas de los Estados libres se oponían a la «Guerra del Sr. Polk». (Uno de los más ruidosos disidentes era un joven congresista de Illinois llamado Abraham Lincoln.)

Polk era consciente de las dificultades que se le presentaban, y también de que necesitaba una victoria rápida, antes de que la oposición en los Estados libres cristalizase y se hiciese peligrosa, y antes de que Gran Bretaña decidiese que debía intervenir. Pero también tenía que ser cauteloso con esa victoria rápida, pues los generales de éxito a menudo ganan una gran influencia política, y el comandante supremo del ejército, Winfield Scott, era un whig.

Por ello, Polk decidió retener a Scott en Washington y dejar la conducción de la guerra a Taylor, que también era un whig, pero quizá menos peligroso.

Polk se equivocaba. El Viejo Rudo pero eficaz era un general capaz. No esperó a la declaración formal de la guerra; después de ser atacado por los mexicanos, contraatacó inmediatamente y pronto ganó dos batallas contra tropas superiores en número, al norte del río Grande. Esas dos victorias demostraron que los americanos habían anulado completamente las ventajas que pudieran tener los mexicanos. Los americanos tenían soldados mejor preparados y habían realizado mayores progresos en los aspectos técnicos de la guerra, particularmente en la artillería.

Taylor cruzó luego el río Grande y, el 18 de mayo, la semana después de haberse declarado formalmente la guerra, Texas había sido limpiada de enemigos y Taylor estaba en Matamoros, y los mexicanos en plena retirada.

Por primera vez en su historia, Estados Unidos estaba librando una guerra ofensiva triunfal en territorio enemigo. Taylor se convirtió en un héroe de guerra, y los voluntarios empezaron a afluir al ejército desde todos los lugares de Estados Unidos (excepto de la hostil Nueva Inglaterra).

Polk tampoco olvidó California. El coronel Stephen Watts Kearny (nacido en Newark, Nueva Jersey, el 30 de agosto de 1794) condujo un contingente desde Fort Leavenworth, Kansas, al oeste de California. Partió en mayo de 1846 con mil setecientos hombres y, el 18 de agosto, llegó y tomó a Santa Fe, la principal ciudad mexicana de las provincias septentrionales, entre Texas y California. Allí se enteró de que en California, los americanos, estimulados por Frémont, dominaban la situación. Kearny dejó Santa Fe el 25 de septiembre, con sólo 120 hombres, y se dirigió presurosamente al Oeste.

Cuando llegó al sur de California a principios de diciembre, vio que la dominación americana era muy poco sólida. Asumió el mando, actuó con habilidad y avanzó vigorosamente; al mes los mexicanos de California estaban derrotados. Los problemas reales de Kearny empezaron con Frémont, quien no se avenía a ceder el mando en California. Tan pronto como Kearny recibió refuerzos, arrestó a Frémont, a quien se formó consejo de guerra y fue condenado, pese a la intervención de su suegro, el senador Benton.

Y mientras Kearny (sin muchas victorias espectaculares) conquistaba para Estados Unidos todo el territorio que quería, Zachary Taylor seguía avanzando al sur del río Grande.

El ejército mexicano en retirada se había fortificado en Monterrey, a ciento sesenta kilómetros al sudoeste del río Grande. Durante el verano, Taylor, habiendo aumentado y mejorado su ejército, lo siguió cuidadosamente con seis mil seiscientos hombres. Finalmente, el 21 de septiembre, estuvo listo y llevó su ataque principal contra Monterrey desde el Este, mientras contingentes que totalizaban dos mil hombres atacaban desde el Oeste. Las fuerzas mexicanas resistieron valerosamente, disputando cada palmo de terreno. El combate duró días y cada casa se convirtió en un campo de batalla, pero no había manera de resistir a la artillería americana. El 25 de septiembre de 1846 Monterrey se vio obligada a rendirse.

Las pérdidas de Taylor —120 muertos y 368 heridos— habían sido moderadamente grandes (mayores que las pérdidas mexicanas). Además, sus suministros eran escasos y se había internado profundamente en territorio enemigo. Por ello accedió prudentemente a la solicitud de México de un armisticio de ocho semanas, para tener tiempo de recuperarse.

Cuando Polk recibió esta noticia[20], se puso furioso. Los retrasos eran peligrosos, pues necesitaba una victoria rápida. Ya abrigaba muchas sospechas contra Taylor, sobre todo porque las elecciones de mitad del mandato habían mostrado un incremento en la fuerza de los whigs. Los whigs ya habían conseguido el dominio de la Cámara de Representantes en el Decimotercer Congreso, y ya se hablaba de presentar a Taylor como candidato a presidente en 1848.

Polk, pues, decidió usar el armisticio como un arma contra Taylor. Obligaría a Taylor a suspender la lucha, con lo cual se esfumaría su inconveniente gloria.

Pero aunque Taylor se vio obligado a permanecer en la inactividad, la campaña no podía ser detenida totalmente, pues México no mostraba ningún signo de debilitamiento. Perdida toda la mitad septentrional de la región, los mexicanos habían combatido con inquietante resolución en Monterrey.

Una estratagema política intentada por Polk había fracasado. Santa Anna, que había gobernado a México por la época de la rebelión de Texas, estaba en el exilio. Polk lo estimuló secretamente a retornar, con la esperanza de que Santa Anna negociaría la paz. Santa Anna, que retornó el 16 de agosto de 1846, rápidamente se hizo con el poder y se preparó para continuar la guerra.

Mientras tanto, el general Scott insistía en que la fuerza de México estaba en el Sur y en que no podría ser conquistado a menos que se ocupase su capital, Ciudad de México. La distancia de Monterrey a Ciudad de México era de mil trescientos kilómetros a través de una región muy accidentada, de modo que la acción estaba fuera de cuestión, aunque Polk hubiese estado dispuesto a permitir el intento a Taylor, lo cual ciertamente no ocurría.

Pero Scott señaló que se podía llegar a Ciudad de México por mar. Estados Unidos dominaba el mar y ya estaba bloqueando puertos mexicanos. Si podía tomarse Veracruz, sobre la costa oriental de México, la Ciudad de México estaría a sólo 400 kilómetros.

Para entonces, Polk temía lo suficiente a Taylor como para hacer intervenir a Scott. Envió a éste a Veracruz con un fuerte ejército en enero de 1847. Además, ordenó a Taylor transferir nueve mil de sus hombres a Scott y a permanecer estrictamente a la defensiva en Monterrey. En resumen, se iba a retirar a Taylor de la guerra y a dejar la victoria a Scott. Este duro ataque frontal contra la posible candidatura de Taylor iba a provocar una reacción; los whigs rápidamente empezaron a presentar a Taylor como a un mártir.

El jefe mexicano, Santa Anna, pretendía martirizar a Taylor aún más. A Santa Anna no le preocupaba Veracruz. Los cuatrocientos kilómetros hasta Ciudad de México no eran fáciles de atravesar, y si se lograba retrasar a Scott hasta el comienzo de la estación de la fiebre amarilla, se vería obligado a retirarse. Lo que quería Santa Anna era aplastar a Taylor. Al general americano, a fin de cuentas, sólo le quedaban cinco mil hombres y, evidentemente, tenía un motivo de queja contra su gobierno que podía reflejarse en su eficacia en el combate. Si se podía infligir una importante derrota a Taylor y hacer que volviese tambaleándose a Texas, la oposición americana a la guerra aumentaría lo suficiente como para darle fin en términos favorables a los mexicanos.

Así, el 28 de enero de 1847, mientras Scott conducía su ejército a Veracruz, Santa Anna se dirigió apresuradamente hacia el Norte con quince mil hombres. Era la mayor fuerza con que el ejército americano se había enfrentado hasta entonces.

Taylor, sabiendo que Santa Anna se acercaba, y sabiendo también que era superado por tres a uno, ocupó una fuerte posición defensiva en el rancho de Buena Vista, a unos sesenta y cinco kilómetros al oeste de Monterrey.

El 22 de febrero de 1847 Santa Anna alcanzó las líneas de Taylor. Éste se negó a rendirse, Santa Anna atacó y comenzó la batalla de Buena Vista. Los mexicanos atacaron bravamente, bien dirigidos por Santa Anna, de modo que los americanos, superados numéricamente, cedieron en algún lugar. Un intento de Santa Anna de enviar la caballería a rodear el flanco americano casi tuvo éxito.

Pero no se podía ignorar la artillería americana, y cada arremetida de Santa Anna le costó severas pérdidas. Finalmente, se dio cuenta de que no podía romper las líneas americanas, que se rehacían bajo la tranquila conducción del imperturbable Taylor, y no se atrevió a sufrir nuevas pérdidas.

El 24 de febrero Santa Anna se retiró apresuradamente hacia el Sur de nuevo, después de perder la mitad de su ejército. Taylor obtuvo su mayor victoria pese al deliberado intento de Polk de paralizarlo. Esta victoria, arrancada al odiado Santa Anna (no se había olvidado El Álamo), hizo absolutamente seguro que Taylor se presentaría como candidato al año siguiente. En verdad, no tenía intención de correr nuevos riesgos, de modo que volvió a los Estados Unidos, a su propio predio, el 26 de noviembre.

El 9 de marzo de 1847, sólo dos semanas después de la batalla de Buena Vista, Scott desembarcó al sur de Veracruz. Por un lado, estaba ansioso por tomar la ciudad y marcharse de la región costera antes de que empezase la fiebre amarilla; por otro, no podía llevar un ataque frontal directo e inmediato, pues debía conservar su ejército para la futura tarea. Por ello, sometió a Veracruz a un bombardeo de la artillería por tierra y por mar (acción considerada como una atrocidad en Europa), y el 29 de marzo tomó la ciudad con escasas pérdidas. La primera operación anfibia jamás realizada por los Estados Unidos fue un éxito completo.

Desde Veracruz, Scott se dispuso a marchar sobre Ciudad de México lo más rápidamente que pudo. Santa Anna, que acababa de retornar de su derrota en Buena Vista, fortificó una posición en el camino a Ciudad de México, en Cerro Gordo, a sesenta y cinco kilómetros al noroeste de Veracruz; pero la rápida caída de este puesto fue inesperada, y el ejército norteamericano llegó a Cerro Gordo antes de que se terminase su fortificación.

El ataque a Cerro Gordo, el 18 de abril, fue una chapucería, pero los mexicanos, tomados por sorpresa, se vieron obligados a retirarse de todos modos.

Scott avanzó con resolución y, el 15 de mayo, llegó a Puebla, a sólo ciento treinta kilómetros al este de Ciudad de México. Mas para entonces el desgaste de la campaña y la pérdida de voluntarios que se habían enganchado por períodos breves lo obligaron a detenerse, para reagruparse y esperar refuerzos.

En este momento difícil de la ofensiva, Scott también fue acosado por un funcionario del Departamento de Estado, Nicholas Philip Trist (nacido en Charlottesville, Virginia, el 2 de junio de 1800), quien había sido, primero, secretario privado de Thomas Jefferson, luego de Andrew Jackson y tenía ahora la confianza de Polk. Éste había enviado a Trist con el ejército para que negociase un tratado de paz una vez obtenida la victoria y actuase como una especie de perro guardián sobre el general whig. Naturalmente, Scott (apodado «Viejo Pendenciero») riñó con Trist y empezó a preocuparse por la situación.

Aun después de recibir refuerzos comandados por el general Franklin Pierce (nacido en Hillsboro, New Hampshire, el 23 de noviembre de 1804, y uno de los pocos generales de Nueva Inglaterra que luchó en esta guerra), Scott estaba en un dilema. No podía al mismo tiempo conservar las extensas líneas que llegaban a Veracruz y avanzar sobre Ciudad de México; tenía que renunciar a las líneas o al avance. Scott decidió abandonar sus líneas de comunicaciones y especuló sobre la probabilidad de una rápida victoria que hiciera innecesarias esas líneas.

El 7 de agosto de 1847 finalmente avanzó de nuevo hacia el Oeste y diez días más tarde se encontró en los suburbios meridionales de Ciudad de México.

Desde San Agustín, a trece kilómetros al sur de la ciudad, Scott avanzó hacia el Norte hallando una dura resistencia, pues Santa Anna realizó un último y desesperado esfuerzo. Se necesitaron tres semanas y tres batallas —todas victorias americanas— antes de que Scott, el 8 de septiembre, llegase a unos tres kilómetros del borde sudoccidental de la ciudad. Una última batalla permitió al ejército americano entrar en Ciudad de México, el 14 de septiembre.

La ocupación de Ciudad de México puso fin a la guerra. Santa Anna atacó a la pequeña guarnición americana de Puebla, fracasó y huyó nuevamente del país. Era evidente que los mexicanos no podían continuar luchando. Aunque habían combatido bien, fueron derrotados en casi todas las batallas, habían perdido irremediablemente sus provincias septentrionales y su capital había sido tomada.

Polk ordenó a Trist que volviera, a quien había enviado para establecer los términos de paz, el 16 de noviembre. Mas por entonces los mexicanos estaban casi dispuestos a firmar, de modo que Trist aprovechó la oportunidad, ignoró las órdenes de Polk y se quedó en México para negociar un tratado de paz en la ciudad de Guadalupe Hidalgo, a seis kilómetros y medio al norte de Ciudad de México. El 2 de febrero de 1848 el tratado estaba listo.

Por el tratado de Guadalupe Hidalgo, México convenía en ceder la ancha extensión de territorio que iba de Texas a California y que ahora comprendía el cuarto sudoccidental de Estados Unidos.

Los territorios que Estados Unidos había ganado en Oregón y el Sudoeste llevaron su superficie a unos siete millones y medio de kilómetros cuadrados, casi cuatro veces el territorio que tenía cuando conquistó su independencia. Estados Unidos era ahora una nación gigantesca, casi igual en superficie a toda Europa.

Como compensación, Estados Unidos convino en pagar a México quince millones de dólares y hacerse cargo de las deudas mexicanas a ciudadanos americanos.

Polk estaba irritado y disgustado por la ilegal acción de Trist, pero después de examinar el Tratado no vio cómo se lo hubiese podido mejorar[21]. El Senado aprobó el Tratado el 10 de marzo de 1848, y el Congreso mexicano el 25 de mayo. El 4 de julio entró en vigencia.

La Guerra Mexicana costó a Estados Unidos casi tantas pérdidas como la Guerra de 1812. Pero mientras la Guerra de 1812 había terminado en un empate, la Guerra Mexicana fue una aplastante victoria, cuyo resultado fue un enorme aumento del territorio de Estados Unidos.

Además (aunque los americanos no podían saberlo por entonces) sirvió como entrenamiento para oficiales que, poco más de una década después, librarían la guerra más peligrosa y trágica que padecería nunca Estados Unidos.