4. Fronteras intranquilas

Los abolicionistas

Aunque el problema del arancel se había apaciguado y la crisis de la anulación había sido superada, en modo alguno había paz entre los Estados. De hecho, al no tener que preocuparse por el arancel, se hizo muy claro que el gran punto de disensión entre los Estados era la esclavitud.

El ascenso del sentimiento abolicionista en los Estados libres, conducido por Garrison, halló una resistencia cada vez mayor en los Estados esclavistas. Las oficinas de Correos de los Estados esclavistas se negaban a recibir correspondencia abolicionista, y los mismos abolicionistas entraban en los Estados esclavistas con riesgo de sus vidas.

El gobierno federal se puso contra los abolicionistas. Jackson propuso una ley que prohibía la circulación de materiales antiesclavistas por el correo. Este proyecto de ley fue rechazado por el Congreso porque los defensores de los derechos de los Estados deseaban que ese control estuviese en poder de los Estados individuales. El gobierno federal podía cambiar de opinión algún día, a fin de cuentas; los Estados esclavistas, jamás.

El Congreso recibió muchas peticiones de grupos abolicionistas, que habitualmente eran remitidos a alguna oscura comisión y sepultados. Pero en 1836 los senadores y diputados de Estados esclavistas fueron tan abrumados por la constante afluencia de denuncias contra la esclavitud y estaban tan temerosos de futuras insurrecciones de esclavos, como la de Nat Turner, que insistieron en establecer algún medio automático para impedir que alguna petición lograra abrirse paso por accidente.

En el Senado se creó un sistema por el cual las peticiones, al ser recibidas, eran rechazadas automáticamente. En la Cámara de Representantes, desde el 26 de mayo de 1836, las peticiones ni siquiera fueron recibidas, sino que se les negó entrada por una «regla mordaza» que fue renovada año tras año.

La más firme resistencia a esta regla mordaza provino de John Quincy Adams. Después de su retiro de la presidencia, en 1829, Adams había vuelto a la vida pública en noviembre de 1830 como diputado, cargo para el que fue reelegido siempre hasta su muerte. (Como diputado fue más eficaz y más feliz que como presidente.)

Adams no era un abolicionista, pero sabía que la Primera Enmienda a la Constitución otorgaba a los ciudadanos el derecho de petición. Antes de ser rechazadas, las peticiones debían ser examinadas; negarles hasta la más superficial consideración era violar la Primera Enmienda. La regla mordaza, sostenía Adams, era claramente anticonstitucional.

Sesión tras sesión, Adams presentó peticiones abolicionistas, una tras otra. Tan pronto como se discernía la naturaleza de la petición se la declaraba no pertinente, y en cada caso Adams protestaba tan eficazmente que se ganó el apodo de «el Viejo Elocuencia».

Adams llevaría adelante esta lucha por ocho años, obligando finalmente a poner fin a la regla mordaza. Pero mientras ésta se mantuvo, las peticiones antiesclavistas recibieron mucha más publicidad por las acciones de Adams que lo que hubiese sucedido si se las hubiera recibido calmadamente y rechazado, como antes.

Era un círculo vicioso. Así como la agitación abolicionista originaba el endurecimiento de la resistencia en los Estados esclavistas, así también la intransigencia de éstos fortalecía la causa abolicionista en los Estados libres.

Un ejemplo particularmente trágico de la creciente hostilidad fue el de Elijan Parish Lovejoy (nacido en Albion Maine, el 9 de noviembre de 1802), un sacerdote presbiteriano. Lovejoy había publicado un periódico religioso en Saint Louis, en el Estado esclavista de Missouri. Rechazaba la esclavitud, pero sus declaraciones habían sido suaves, hasta que un negro, acusado de asesinato, fue atrapado por una multitud que, luego, sin juicio, lo linchó. La posición antiesclavista de Lovejoy se hizo entonces más firme, y las amenazas lo obligaron a cruzar el río para pasar a Alton, Illinois.

Allí, en un Estado libre, adoptó una postura abolicionista más vigorosa. Sin embargo, los abolicionistas tampoco eran exactamente populares en los Estados libres. Su prensa fue destruida varias veces y, el 7 de noviembre de 1837, la oficina de Lovejoy fue atacada por una multitud y él mismo muerto.

Mucha gente de los Estados esclavistas se regocijó de esta noticia, pero los abolicionistas ahora tenían un mártir y su causa se fortaleció.

Mientras continuaba la lucha por conquistar la conciencia de los hombres, subsistió la cuestión de la fuerza política. Desde el Compromiso de Missouri de 1820, pasaron dieciséis años sin que ningún Estado nuevo fuese admitido en la Unión, de modo que seguía habiendo doce Estados esclavistas y doce libres.

Pero el 15 de junio de 1836 Arkansas entró en la Unión como vigésimo quinto Estado, y, por los términos del Compromiso de Missouri, como Estado esclavista. Medio año más tarde, el 26 de enero de 1837, Michigan, muy al norte de la línea del Compromiso, entró en la Unión como el vigésimo sexto Estado, y libre. Así, había trece Estados esclavistas y trece Estados libres, un número parejo nuevamente.

Rebelión en Texas

El territorio americano al sur de la línea del Compromiso de Missouri aún disponible para la formación de Estados esclavistas era muy limitado; en verdad, se limitaba a lo que ahora constituye los Estados de Florida y de Oklahoma. Pero los Estados esclavistas no estaban muy preocupados. Para futuros reclutamientos, miraban más allá de la frontera de los Estados Unidos.

Al oeste de Luisiana, por ejemplo, estaba la provincia de Texas, que muchos americanos consideraban como legítimo territorio americano, de acuerdo con la compra de Luisiana de 1803. En 1819, en la época de la compra de la Florida, Estados Unidos había renunciado formalmente a toda reclamación sobre Texas, pero su población había crecido desde entonces y era casi enteramente americana. No parecía, pues, que la decisión de 1S19 debía ser considerada como permanente.

El primer americano implicado en la historia de Texas fue Moses Austin (nacido en Durham, Connecticut, el 4 de octubre de 1761). Había perdido una fortuna en el pánico de 1819 y pensó que podía recuperarse más al oeste. El 17 de enero de 1821, cuando México todavía estaba en las vacilantes manos de España, Austin obtuvo una carta del gobierno español que le permitía llevar trescientas familias americanas a Texas.

Moses Austin murió el 10 de junio de 1821, cuando todavía estaba en Missouri, pero su hijo, Stephen Fuller Austin (nacido en Austinville, Virginia, el 3 de noviembre de 1793), continuó con el proyecto. Por aquel entonces México estaba conquistando su independencia, y el joven Austin viajó a Ciudad de México para confirmar la carta.

Luego llevó a las familias americanas y las estableció en los tramos inferiores del río Brazos, a unos ciento sesenta kilómetros al sudoeste de la que a la sazón era la frontera estadounidense.

Texas estaba prácticamente vacía, y las diferentes facciones que trataban de gobernar sobre la recién nacida nación de México eran indiferentes a lo que ocurría en el lejano norte del país y permitían a los inmigrantes establecerse allí. En 1834 había veinte mil americanos en Texas y sólo cinco mil mexicanos. Sin duda, se suponía que los inmigrantes debían ser católicos, por lo que los americanos que entraban decían que eran católicos y luego construían iglesias protestantes.

Pero el problema más serio surgió a propósito de la esclavitud. La mayoría de los colonos americanos provenían de los Estados esclavistas y habían llevado a sus esclavos con ellos. Había dos mil esclavos negros en Texas en 1834. Pero México había abolido la esclavitud en 1831 y exigía que no hubiera esclavos en Texas. (Gran Bretaña, que finalmente abolió la esclavitud en todas sus colonias el 28 de agosto de 1833, apoyó a México en esto.)

Por entonces, ya era claro para México que Estados Unidos estaba detrás de Texas. Después de todo, Jackson había ofrecido comprar el territorio por cinco millones de dólares. El orgullo mexicano cobró vida. México prohibió toda ulterior inmigración de americanos a Texas (la cual continuó ilegalmente) y empezó a guarnecer la provincia. Las cosas empeoraron cuando se apoderó del gobierno mexicano un aventurero, Antonio López de Santa Anna, que se oponía firmemente a los tejanos.

Los colonos tejanos no querían problemas. Sólo pedían que se les dejase en paz y se les permitiese conservar sus esclavos. Austin viajó a Ciudad de México para explicar esto a Santa Anna, pero el 3 de enero de 1834 fue puesto en prisión por sus esfuerzos; estuvo encarcelado ocho meses.

Por la época en que Austin fue liberado y se le permitió retornar a Texas, ya no había ninguna posibilidad de un acuerdo pacífico. Ahora los americanos afluían a Texas, se autodenominaban tejanos y pedían luchar por la independencia.

Uno de estos nuevos inmigrantes era Samuel («Sam») Houston (nacido en Rockbridge County, Virginia, el 2 de marzo de 1793). Había prestado servicio bajo Andrew Jackson contra los indios sureños durante la Guerra de 1812, pero luego se había puesto firmemente de parte de ellos contra la explotación de los blancos. Estuvo en el Congreso y, de 1827 a 1829, fue gobernador de Tennessee.

En diciembre de 1832 fue a Texas en nombre de Estados Unidos para negociar tratados con tribus indias y decidió permanecer allí y luchar por la independencia. El 2 de marzo de 1836, el día en que cumplió cuarenta y tres años, publicó una declaración de independencia; dos días más tarde fue elegido comandante en jefe del ejército tejano.

Pero mientras tanto Santa Anna había conducido un ejército mexicano de unos 4.000 hombres hacia el Norte y, el 23 de febrero de 1836, había iniciado el asedio de El Álamo, una vieja capilla de San Antonio, a unos quinientos kilómetros al oeste de la frontera mexicana. El Álamo había sido convertido toscamente en un fuerte y estaba ocupado por 187 hombres bajo el mando de William Barret Través (nacido cerca de Red Banks, Carolina del Sur, el 6 de agosto de 1809) y James Bowie (nacido en Burke County, Georgia, en 1799), considerado el inventor del cuchillo de monte.

También estaba en el fuerte David («Davy») Crockett (nacido en Washington County, Tennessee, el 17 de agosto de 1786). Como Houston, Crockett había combatido con Jackson en las guerras indias y abogaba por un tratamiento correcto de los indios. De hecho, había roto con Jackson por la insistencia de éste en trasladar indios americanos al oeste del río Mississíppi. Crockett había estado en la Cámara de Representantes por tres mandatos y había llegado a Texas en 1835.

Durante doce días, los defensores atrincherados rechazaron al ejército de Santa Anna, pero el 6 de marzo de 1836 (cuatro días después de declararse la independencia de Texas), el fuerte fue tomado en un asalto final y aquellos de sus defensores que aún estaban con vida murieron luchando. El 20 de marzo Santa Anna capturó a unos trescientos tejanos en la ciudad de Goliad, a 175 kilómetros al sudeste de El Álamo, y el 27 de marzo ordenó hacer una matanza con ellos.

Los sucesos de marzo fueron desalentadores en verdad, y los viejos colonos empezaron a huir hacia el Este. Con todo, no todo marchaba bien para Santa Anna. Los ataques a El Álamo le costaron la cuarta parte de su ejército; y durante el tiempo que tardó en tomar el fuerte y luego restablecer su ejército, Houston había logrado reunir una pequeña fuerza, que condujo al Este, con la esperanza de atraer a Santa Anna tras de sí hasta que llegase el momento apropiado para un contraataque.

Santa Anna le hizo el juego a Houston. Con 1.600 hombres persiguió a los 750 de Sam Houston. Éste se retiró a las orillas del río San Jacinto, a ciento quince kilómetros de la frontera estadounidense y a unos 400 kilómetros al este de El Álamo. Allí, el 21 de abril de 1836 esperó a que las tropas mexicanas durmiesen la siesta y luego cayó sobre ellas, logrando una completa sorpresa.

Gritando «¡Recordad El Álamo!», los tejanos prácticamente destruyeron el ejército mexicano en veinte minutos, mientras que sólo sufrieron nueve muertos. Al día siguiente tomaron prisionero a Santa Anna y lo persuadieron a ver la conveniencia de conceder a Texas la independencia a cambio de su libertad. Santa Anna firmó un tratado reconociendo la independencia de Texas el 14 de mayo de 1836.

Con la batalla de San Jacinto nació la independencia tejana, y la nación de Texas ocupó brevemente un lugar en los libros de historia. La guerra había sido llevada casi enteramente, desde el comienzo hasta el fin, por americanos que habían penetrado en la región principalmente para librar esa guerra. Los viejos colonos, que habían vivido en la región desde hacia diez años o más, no participaron.

La victoria de lo nuevo sobre lo viejo se observa en el hecho de que el 1 de septiembre de 1836 Sam Houston fue elegido presidente de Texas, por encima de Stephen Austin. Houston inició su mandato el 22 de octubre y nombró a Austin secretario de Estado, pero Austin murió dos meses más tarde, el 27 de diciembre.

La capital de Texas, desde 1839, ha sido Austin, pero la mayor ciudad de Texas, fundada en el sitio de la batalla de San Jacinto, es llamada Houston. Ahora es la sexta ciudad, en tamaño, de Estados Unidos, y la más grande que lleva el nombre de un americano.

Una vez establecida la independencia de Texas, la cuestión, para Estados Unidos, era qué hacer con el territorio. La respuesta lógica era: anexárselo. La independencia tejana había sido ganada por estadounidenses, y los tejanos no querían realmente la independencia; querían formar parte de los Estados Unidos.

Los Estados esclavistas estaban locos de entusiasmo ante esta posibilidad. Texas ya había legalizado la esclavitud y entraría como un Estado esclavista. Y era suficientemente grande, quizá, como para formar varios Estados, cada uno con dos senadores.

Pero esto también lo comprendieron en los Estados libres. No ponían objeciones a que se expandiese la nación, siempre que ello no representase un aumento del poder de los Estados esclavistas. Los abolicionistas acusaban ruidosamente a los Estados esclavistas, y a Jackson también, de haber montado la rebelión tejana con el único propósito de expandir la esclavitud.

Este argumento era suficientemente plausible como para hacer explosivo el tema de la anexión, y en vista de la elección de 1838 Jackson vaciló en actuar con demasiada audacia.

Tenía razón en vacilar, pues el problema de Texas ahora formaba parte del creciente conflicto sobre la esclavitud, conflicto que, lenta pero irresistiblemente, absorbía todas las otras preocupaciones. El 25 de mayo de 1836, cinco semanas después de la batalla de San Jacinto, John Quincy Adams —ahora reconocido como el más destacado representante del Congreso del punto de vista antiesclavista— pronunció un importante discurso contra la anexión de Texas.

Los ciudadanos de los Estados esclavistas estaban furiosos. El 1 de julio Calhoun presentó una resolución para que se reconociera la independencia de Texas. Si al menos podía lograrse esto, la anexión se efectuaría más tarde, cuando México amenazase con recuperar la región. La resolución fue aprobada por el Congreso, pero Jackson aún vaciló y no actuó hasta después de las elecciones. De hecho, sólo el 3 de marzo de 1837, el último día de su mandato, Jackson completó el reconocimiento oficial americano de Texas como nación independiente.

Martin Van Buren

Si bien Jackson era viejo y enfermo y no se habría presentado para un tercer mandato, aunque la tradición no le impidiera hacerlo, estaba decidido a hacer que lo sucediera uno de sus hombres. Jackson eligió a su vicepresidente, Martin Van Buren, quien ahora recibió la recompensa final por sus fieles servicios.

El Partido Demócrata, en conjunto, sentía mucho menos entusiasmo por el neoyorquino que Jackson, pero la palabra de Jackson era la ley. En 1836, no habría ganado ningún demócrata contra el cual se hubiese declarado Jackson.

El 20 de mayo de 1835, pues, los demócratas se reunieron en una convención electoral en Baltimore, que parecía estar convirtiéndose en el sitio tradicional para tal fin, y eligieron unánimemente a Van Buren como su adalid[12].

Como candidato a vicepresidente, los demócratas eligieron a Richard Mentor Johnson (nacido en Beargrass, Kentucky, el 17 de octubre de 1780). Había combatido en la Guerra de 1812 y se le atribuía una importante contribución a la victoria en la batalla del Thames, y había estado desde entonces en el Congreso. Pero la fuente real de su fama era su pretensión al dudoso mérito de haber matado al estadista indio Tecumseh.

El Partido Whig recientemente formado, destinado a agrupar a las fuerzas contrarias a Jackson, aún no estaba unido hasta el punto de poder realizar una convención nacional. Así, puesto que las fuerzas antijacksonianas no estaban todavía unidas, diferentes partes del país eligieron distintos candidatos para oponerse a Van Buren.

Nueva Inglaterra eligió a Daniel Webster. Los Estados occidentales eligieron a Hugh Lawson White, de Tennessee (nacido en Iredell County, Carolina del Norte, el 30 de octubre de 1773). White había sucedido a Jackson en su escaño en el Senado, pero riñó con él cuando Jackson designó a Van Buren como su sucesor. Como Johnson, White también pretendía haber dado muerte a un jefe indio (Martín Pescador, de los cherokees) con sus propias manos.

Otro candidato era William Henry Harrison, de Ohio (nacido en Charles City County, Virginia, el 9 de febrero de 1773), hijo de Benjamin Harrison, un firmante de la Declaración de la Independencia. También él había luchado contra los indios y ganado una estrecha y poco notable victoria contra la tribu de Tecumseh en el río Tippecanoe, en 1811.

Era claro que ninguno de los tres candidatos que rivalizaban con Martin Van Buren podía salir elegido. Pero los whigs esperaban que cada uno ganase en algunos Estados y, finalmente, entre los tres, impidiesen a Van Buren obtener la mayoría de los electores. Entonces, la elección sería llevada a la Cámara de Representantes, y ¿quién podía saber lo que ocurriría allí?

Era una posibilidad. Van Buren era mucho menos popular que Jackson, y aunque el neoyorquino realizó una campaña servilmente jacksoniana, sólo obtuvo 765.483 votos, contra 739.795 para los diversos whigs.

Webster obtuvo los 14 votos de Massachussets; White obtuvo los 26 votos de Tennessee y Georgia; Carolina del Sur dio sus 11 votos a Willie Person Mangum (nacido en Orange County, Carolina del Norte, el 10 de mayo de 1792). En cuanto a Harrison, logró un sorprendente número de votos, al recibir 73 votos electorales de siete Estados.

Sin embargo, Van Buren logró ganar la mayoría en quince de los veintiséis Estados, recibiendo 170 votos electorales en total, frente a los 120 votos sumados de sus oponentes; de modo que fue elegido.

La situación fue diferente en la elección de vicepresidente. Contra Johnson se presentaron dos adversarios. Uno era Francis Granger, de Nueva York (nacido en Suffield, Connecticut, el 1 de diciembre de 1792), un miembro del Congreso que había sido un destacado antimasón. Otro era John Tyler (nacido en Greenway, Virginia, el 29 de marzo de 1790), que había sido gobernador de Virginia y luego senador por este Estado. Tyler era un firme defensor de los derechos de los Estados, pero se había opuesto a los extremistas de Carolina del Sur. Había roto con Jackson por el retiro de los depósitos del Banco de los Estados Unidos, votado la censura al presidente y renunciado al Senado para no seguir las instrucciones de su Estado de votar para que se levantase esta censura.

Los dos candidatos a vicepresidente antijacksonianos lograron un éxito mucho mayor que los tres candidatos presidenciales antijacksonianos, e hicieron a Johnson lo que los whigs habían esperado hacer a Van Buren. Johnson recibió 147 votos electorales, uno menos que la mayoría. Por primera y única vez en la historia de los Estados Unidos, ningún candidato a la vicepresidencia obtuvo la mayoría de los votos electorales. Por la Decimosegunda Enmienda a la Constitución, el Senado tenía que elegir entre los dos candidatos con mayor número de votos.

Después de Johnson, seguía Granger, con 77 votos. (Tyler terminó tercero, con 47.) El 8 de febrero de 1837 el Senado votó a favor de Johnson por 33 votos contra 16.

El 4 de marzo de 1837, pues, Martin Van Buren fue investido como octavo presidente de Estados Unidos. Fue el primer presidente que no era de ascendencia inglesa (era de origen holandés). Fue el primer presidente que nació después de la Declaración de la Independencia y, por ende, que nació como ciudadano de los Estados Unidos y no como súbdito de la corona británica.

Se convirtió en presidente justo a tiempo para padecer la amarga cosecha del error de Jackson con respecto al Banco.

Una América en expansión halló muchísimas oportunidades para especular con tierras y mejoras internas. Se suponía que la gente afluiría al Oeste, a los nuevos Estados, y que surgirían nuevas granjas, ciudades, caminos, canales y ferrocarriles. Por ello, se compraron tierras para venderlas a otros con una ganancia, quienes también compraban para vender con un beneficio adicional, y así sucesivamente.

Para efectuar todas estas compras, pidieron dinero prestado a los bancos. Los bancos de los Estados se multiplicaron y emitieron papel moneda imprudentemente, en el supuesto de que la expansión y el aumento de riqueza de la nación permitirían recuperar todo. Por supuesto, finalmente, muchas personas se quedaron con tierras que ya no podían vender obteniendo un beneficio y con deudas que no podían pagar, pero cada persona especulaba con la probabilidad de poder deshacerse de todo antes de que eso ocurriera.

Si hubiese existido el Banco de los Estados Unidos podía haber ejercido un control financiero sobre los bancos estatales e impedido esa desenfrenada especulación. (En tal caso, por supuesto, podía haber sido acusado de obstaculizar el crecimiento del Oeste en interés del Noreste.)

La montaña de dinero barato aumentó cada vez más y la inflación subió en espiral. Todo el mundo —tanto Estados como individuos— operaba con deudas.

El 11 de julio de 1836 Jackson, temiendo que la constante declinación del valor del papel moneda dejase al mismo gobierno federal con ingresos insignificantes, promulgó lo que se llamó «Circular del Metálico», en la que se ordenaba que las tierras públicas vendidas por el gobierno fuesen pagadas en oro o plata («metálico»).

Inmediatamente se hizo difícil obtener tierras y la perspectiva de lograr grandes beneficios desapareció. Los bancos, con la esperanza de salir del juego especulativo antes de que se derrumbase, empezaron a exigir el pago de las deudas; y, por supuesto, cada deuda cuyo pago se exigía pinchaba el globo en un nuevo lugar y apresuraba su colapso.

El 10 de mayo de 1837, poco después de la investidura de Van Buren, los bancos de Nueva York empezaron a quebrar, y siguió toda una cadena de bancarrotas de bancos: 618 antes del final del año. El pánico de 1837 fue el comienzo de una depresión económica de siete años.

Rebelión en Canadá

El pánico tuvo también repercusiones internacionales. Había sido apresurado por el hecho de que los tiempos también eran duros en Gran Bretaña, y los bancos británicos, que habían hecho grandes inversiones en la especulación con tierras americanas, se habían visto obligados a exigir la devolución de sus préstamos. Los americanos pensaban que esta política británica había contribuido a precipitar el pánico, mientras los británicos consideraban que el incumplimiento americano había llevado a la bancarrota a los bancos de Londres. Los sentimientos hostiles entre las dos naciones se elevaron al nivel más peligroso desde la Guerra de 1812.

La situación empeoró por ciertos sucesos inquietantes que se produjeron a la sazón en Canadá. Canadá estaba dividido en seis provincias: Terranova, Nueva Escocia, Nuevo Brunswick, la Isla del Príncipe Eduardo, el Canadá Inferior y el Canadá Superior (las dos últimas corresponden a las actuales Quebec y Ontario). Desde la Revolución Americana, Gran Bretaña había gobernado estas provincias muy rígidamente.

Pero durante los decenios de 1820 y 1830, algunos canadienses empezaron a mostrar un creciente interés por una mayor autonomía, y empezó a oírse una propaganda separatista muy similar a la que circuló en Massachusetts y Virginia medio siglo antes.

Que la idea no echase raíces como había ocurrido en las colonias americanas probablemente se debió, en parte, al hecho de que muchos canadienses deseaban una presencia británica fuerte por temor y desconfianza hacia los Estados Unidos. Muchos de los canadienses descendían de leales americanos que habían sido expulsados de —o habían abandonado voluntariamente— los Estados Unidos después de la Guerra Revolucionaria; y muchos recordaban la Guerra de 1812, en la que los americanos habían invadido varias veces el territorio situado al norte del lago Erie.

El acuerdo Rush-Bagot de 1818 había eliminado, en su mayor parte, el peligro de incidentes fronterizos. Sin embargo, la frontera no estaba completamente desmilitarizada. Había fuertes guarnecidos con soldados a ambos lados de la frontera, y eran más de cinco mil los soldados británicos estacionados en Canadá.

Luego surgieron problemas con William Lyon Mackenzie (nacido cerca de Dundee, Escocia, el 12 de marzo de 1795). Había llegado al Canadá Superior en 1820, y allí, como periodista, empezó a hacer agitación por la autonomía. Obtuvo cierto éxito y fue elegido alcalde de la nueva ciudad de Toronto, en 1835, pero finalmente desesperó de lograr algún resultado por medios pacíficos.

Pensó que, quizá, una demostración de fuerza podía hacer que el pueblo de Canadá se alzara, y se dispuso a conseguir su propio Lexington-y-Concord. El 4 de diciembre de 1837 condujo a ochocientos hombres contra los edificios del gobierno en Toronto. El contingente fue puesto en fuga fácilmente con una mera demostración de fuerza, y Mackenzie logró huir, cruzando la frontera, a Buffalo, el 7 de diciembre.

Pese a este fracaso, Mackenzie no renunció. En el río Niágara, entre Estados Unidos y Canadá, está la pequeña isla de Navy, que es considerada parte de Canadá. Allí Mackenzie estableció lo que llamó el «Gobierno Republicano del Canadá Superior».

El gobierno de Mackenzie era una pura farsa y no se hubiera mantenido un solo día si los americanos de las fronteras de Nueva York y Vermont, recordando odios tradicionales y encolerizados por lo que consideraban como contribuciones británicas al pánico financiero, no hubiesen pensado que estaban presenciando una rebelión cabal, y decidieron convertirse en un conjunto de Lafayettes.

Van Buren emitió una proclama de neutralidad en los disturbios canadienses, pero muchos americanos la pasaron por alto. Acudieron voluntarios americanos a ayudar a Mackenzie en la isla de Navy, hasta que su número llegó a mil hombres. Eran aprovisionados por un barco de vapor de propiedad de americanos y tripulado por americanos con base en Buffalo, el Caroline.

Esta ayuda, hablando en términos estrictos, era un acto de guerra por parte de los americanos, y las autoridades canadienses estaban seriamente fastidiadas. Fueron enviados cincuenta hombres a destruir el Caroline.

La idea era atrapar el barco en la isla, pues esto lo ponía en territorio canadiense, con lo cual los canadienses actuarían con completo derecho. El plan fracasó, y los canadienses, en la noche del 29 de diciembre de 1837, decidieron pasar al lado americano del río y apoderarse del barco mientras estaba en su dársena, y en territorio americano. Realizaron con éxito este proyecto, pero no sin alguna violencia. Varios americanos fueron heridos y uno muerto. El Caroline luego fue incendiado, arrastrado al medio del río y hundido. Sin el Caroline, Mackenzie se vio obligado a abandonar la isla. El 13 de enero de 1838 huyó nuevamente a territorio americano, donde fue arrestado. Durante un año o dos, ambas partes llevaron una guerra de alfilerazos, el peor de los cuales fue el incendio de un barco de vapor canadiense, como represalia por el incendio del Caroline.

Afortunadamente, ni el gobierno británico ni el americano tenían intención de ir a la guerra, de modo que, si bien las protestas iban y venían, no se pasó de eso. Los intentos americanos de efectuar incursiones finalmente se esfumaron, en parte porque era claro que no daban ningún resultado, y en parte porque la situación en Canadá estaba cambiando.

Por microscópica que fuese la rebelión de Mackenzie, tuvo un resultado útil. El 29 de mayo de 1838, las diversas provincias de la América del Norte británica recibieron un nuevo gobernador —John George Lambton, primer earl de Durham—, que trató a los rebeldes con indulgencia y, el 11 de febrero de 1839, escribió un informe recomendando que se concediese a las provincias una forma de gobierno representativo.

Este sistema fue adoptado con el tiempo, y Gran Bretaña demostró que había aprendido la lección de la Revolución Americana, que si no se afloja la cuerda, se rompe. Canadá inició su marcha hacia la autonomía, y con el tiempo la obtuvo plenamente, aunque permaneció lealmente sujeto a la corona británica. (Si hubiese habido un lord Durham en 1770, éste podía haber sido el destino de las colonias americanas.)

En 1840, pues, parecía que el incidente del Caroline había pasado sin problemas, cuando se produjo un ridículo suceso. Un tal Alexander McLeod, un ayudante de sheriff de Niágara, Canadá, mientras se emborrachaba tontamente en un bar del lado americano del río, se jactó de haber tomado parte en la expedición que había incendiado el Caroline. En verdad, sostuvo, había sido él quien había matado al americano muerto en la lucha.

Como consecuencia de ello, fue arrestado el 12 de noviembre de 1840 por las autoridades de Nueva York y acusado de incendio premeditado y asesinato.

Esto fue el colmo para el gobierno británico. Exigió que McLeod fuese liberado, arguyendo que, si él había cometido ese acto (de lo cual admitía que dudaba), lo había hecho como soldado que cumplía las órdenes legales de su gobierno. Gran Bretaña amenazó realmente con la guerra si McLeod era condenado y ejecutado.

El gobierno americano quedó sumamente desconcertado. Ciertamente, McLeod no valía una guerra y lo habría liberado de buena gana, con algunas bravatas para salvar las apariencias, pero el canadiense no estaba en manos del gobierno federal, sino en las del Estado de Nueva York, y el gobierno federal no podía interferir en el proceso de justicia que se llevaba a cabo dentro de un Estado. Tampoco podía Nueva York tratar con los británicos, pues todas las negociaciones extranjeras correspondían al gobierno federal. Era una importante y seria falla del sistema federal.

Afortunadamente, resultó que McLeod era un necio fanfarrón que no podía haber tomado parte en la incursión. Fue absuelto el 12 de octubre de 1841 y desapareció de la historia.

Gran Bretaña finalmente convino en presentar excusas poco entusiastas por el incendio del Caroline, Estados Unidos convino en presentar excusas por las actividades del Caroline antes de ser incendiado, y todo terminó.

Para impedir complicaciones similares entre el gobierno federal y los Estados en el futuro, el Congreso aprobó una ley, el 29 de agosto de 1842, por la que los extranjeros acusados de crímenes cometidos bajo la autoridad de un gobierno extranjero caerían bajo la jurisdicción federal.

Mientras tanto, los disturbios canadienses también complicaron la situación en Maine septentrional.

La frontera entre Maine y Nuevo Brunswick nunca había quedado establecida. Ésta era la única parte de la frontera entre Estados Unidos y Canadá, al este de las Montañas Rocosas, que aún no había sido cuidadosamente determinada.

Durante medio siglo después del fin de la Guerra Revolucionaria, Maine y Nuevo Brunswick habían reclamado un trozo de territorio de treinta mil kilómetros cuadrados. En 1831, la cuestión había sido sometida al arbitraje del rey Guillermo I de los Países Bajos, quien había trazado una línea que Gran Bretaña aceptó pero Estados Unidos no.

La cuestión se había dilatado principalmente porque la región estaba tan escasamente poblada y parecía tan poco importante para ambas naciones que era más sencillo posponerla que dirimirla mediante discusiones.

Pero en el decenio de 1830 la población había aumentado, y la llegada del ferrocarril abrió la región a ambas partes. Además, la rebelión canadiense había puesto a Gran Bretaña ansiosa de construir un ferrocarril desde Nueva Escocia hasta Quebec, de modo que las tropas pudiesen llegar más fácilmente al interior de Canadá, en caso necesario, y la mejor ruta transcurría por el territorio en disputa.

En 1838, los leñadores de Nuevo Brunswick, que cortaban madera a lo largo del río Aroostook, se vieron luchando contra americanos. Esta Guerra del Aroostook no fue especialmente sangrienta, pero demostró la necesidad de llegar a algún acuerdo. La cuestión fue abordada nuevamente y luego resuelta.

Cabañas de troncos y sidra

Mientras Van Buren enfrentaba los fastidiosos problemas de la frontera canadiense y el desconcertante embrollo de Texas, también tuvo que hacer frente a la calamidad de la depresión interna. Bajo las tensiones de la depresión, el Partido Demócrata estaba empezando a desmembrarse.

El sector más radical, siguiendo las ideas de Jackson, quería una separación completa de bancos y gobierno. Deseaban que los fondos gubernamentales estuviesen depositados en subtesorerías independientes. Los radicales también heredaron las ideas de los «partidos de trabajadores». Apoyaban las medidas destinadas a aliviar el sufrimiento de los desempleados y, el 31 de marzo de 1840, persuadieron a Van Buren a que limitase el día de trabajo en obras públicas federales a diez horas. Ésta fue la primera acción directa emprendida por el gobierno federal para mejorar las condiciones laborales.

Pero el sector conservador del Partido Demócrata se unió a los whigs en su oposición al plan de las subtesorerías y logró bloquearlo por largo tiempo.

La rivalidad entre las dos ramas del Partido fue más aguda en Nueva York, donde los radicales eran los más fuertes. El 29 de octubre de 1835, los demócratas realizaron una reunión en Nueva York en la que pareció que los radicales lograrían el control del Partido. El presidente, que era de la facción conservadora, aplazó la reunión y apagó las luces de gas.

Los radicales estaban preparados. Triunfalmente, sacaron a relucir velas, que encendieron con modernas cerillas de fricción llamadas «de autoencendido» o cerillas «locofoco» (posiblemente de la palabra italiana fuoco, que significa «fuego»). Durante años, los radicales fueron llamados «locofocos».

Con la depresión que hizo tales estragos entre los demócratas y con Van Buren claramente incapaz de ejercer el liderato apropiado, los whigs finalmente olieron la victoria. Su gran debilidad, desde luego, era que aún representaban una vaga coalición de industriales norteños, propietarios de plantaciones sureños y demócratas insatisfechos. Para obtener la victoria, debían apelar a todos.

Esto significaba que Henry Clay estaba excluido. Había sido derrotado en 1824 y en 1832, de modo que lo rodeaba un halo de derrota; además, en el curso de su vida activa en el Congreso, se había hecho gran número de enemigos. Por consiguiente, cuando la convención whig para elegir candidatos se reunió en Harrisburg, Pensílvania, el 4 de diciembre de 1839, Clay se retiró de la competición con la mayor elegancia que pudo.

Eliminado Clay, los whigs se dirigieron a Willíam Henry Harrison, que había sido uno de sus candidatos en 1832. Entonces había sido derrotado, por supuesto, pero había hecho una elección sorprendentemente buena. Que no se hubiese distinguido para nada en el curso de los seis años que estuvo en el Congreso y durante un período como embajador en la nueva nación sudamericana de Colombia no les importaba a los whigs. En verdad, esto complacía a Clay, pues significaba que Harrison se dejaría guiar por líderes whigs.

Además, Harrison también era en cierto modo un héroe de guerra. Su triunfo había sido la dudosa y semiolvidada batalla de Tippecanoe de un cuarto de siglo antes, pero era suficiente para hacer de él una especie de versión whig de Andrew Jackson. Le impusieron el apodo de «Viejo Tippecanoe» (a imitación del apodo «Viejo Nogal» dado a Jackson).

Luego, como regalo especial al ala antijacksoniana del Partido Demócrata, los whigs eligieron a John Tyler como su candidato a vicepresidente. Tyler había sido candidato a la vicepresidencia en 1832 con una plataforma antijacksoniana y había hecho un buen papel. Ahora tendría otra oportunidad.

Los demócratas realizaron su convención en el lugar habitual, Baltimore, el 5 de mayo de 1840, y no tuvieron más opción que reelegir a Van Buren. Pero no pudieron convenir en nombrar nuevamente a Johnson candidato a vicepresidente, pues se había hecho demasiados enemigos; tuvo que presentarse independientemente.

El programa demócrata se oponía específicamente a la interferencia del Congreso en el problema de la esclavitud y sostenía que éste era un problema que sólo los mismos Estados podían manejar. Este punto de vista era bastante común entre quienes no eran abolicionistas y prácticamente general en los Estados esclavistas, pero fue la primera vez que la cuestión de la esclavitud fue introducida en el programa de un partido importante.

Hubo también otra novedad importante a este respecto: los abolicionistas crearon un partido propio. Era un tercer partido, en la tradición de los antimasones (pero mucho más débil), y el primer partido que hizo de la abolición de la esclavitud la principal razón de su existencia.

El primer candidato presidencial de este «Partido de la Libertad», como se llamó, fue James Gillespie Birney (nacido en Danville, Kentucky, el 4 de febrero de 1792). Originario de un Estado esclavista, Birney había sido educado en una sociedad que daba la esclavitud por sentada y, en verdad, él mismo había poseído esclavos. Se interesó cada vez más por la idea de enviar de vuelta a África a los esclavos negros; esto, a su vez, lo llevó a una creciente adhesión al abolicionismo. Finalmente, en 1834, liberó a sus esclavos y empezó a abogar abiertamente por la abolición.

Era claro que, en estas condiciones, no podía permanecer en Kentucky; por ello, cruzó el río Ohio y empezó a publicar un periódico abolicionista en Cincinnati, el 1 de enero de 1836. Pero la opinión en el Estado libre de Ohio era igualmente hostil, y medio año después sus oficinas fueron asaltadas por una multitud y sus prensas arrojadas al río.

Sin desalentarse, Birney se marchó a Nueva York y empezó a predicar la acción política directa, en vez de la mera argumentación. Atrajo a su posición a los abolicionistas más moderados.

Thomas Earle, de Pensilvania, fue el candidato a vicepresidente abolicionista, y el Partido de la Libertad, cuya meta suprema era la abolición, hizo una vigorosa campaña contra la anexión de Texas.

Pero las elecciones de 1840 no iban a girar alrededor de este tema ni de ningún otro. Los whigs sólo podían ganar si no se mencionaba tema alguno, pues no había temas sobre los que las diversas facciones pudiesen estar de acuerdo. Su interés, pues, era concentrar sus esfuerzos en protestar y mantener la impopularidad personal de Martin Van Buren.

Los favoreció accidentalmente un comentario editorial publicado en un periódico demócrata, el Republican, de Baltimore, el 23 de marzo de 1840. En él se hacía burla de la incapacidad de Harrison, a quien se proclamaba adecuado solamente para la jubilación. De hecho, afirmaba implícitamente el editorial, esto era lo que él realmente quería; se presentaba como candidato a la presidencia sólo para satisfacer las ambiciones de otros y, «a condición de recibir una pensión de 2.000 dólares y un barril de sidra, […] sin duda consentiría en renunciar a sus pretensiones para terminar sus días en una cabana de troncos a orillas del Ohio».

Ésta fue una observación muy desafortunada para los demócratas, pues los whigs se apoderaron de ella jubilosamente y convirtieron la campaña de 1840 en el primer circo político de la historia americana. Crearon el modelo de lo que caracterizó desde entonces a las campañas presidenciales: una mezcla de jolgorio y suciedad.

El «Viejo Típpecanoe» fue presentado en todas partes como un hombre del pueblo, contento con cabañas de troncos y sidra, mientras se pintó a Van Buren como un aristócrata decadente que bebía champán en medio del lujo de la Casa Blanca. «Cabañas de troncos y sidra» se convirtió en el lema de la campaña; en todas partes hubo distintivos, emblemas, fiestas, carteles, mítines políticos y todo tipo de propaganda que giraban alrededor de las cabañas de troncos y la sidra. Se repitió una y otra vez «Tippecanoe y Tyler También», «Típpecanoe y Tyler También», hasta que toda la nación se puso a vociferar.

Exactamente por qué Harrison debía ser votado y Van Buren no fue algo que nunca se puso en claro, ni era necesario. Eran tiempos de depresión, la sidra corría en abundancia y el «Viejo Tippecanoe» era un soldado honesto, franco y sin afectación, ¿qué más se podía desear? Fue esta campaña, sumada al recuerdo de Jackson, lo que alentó a políticos posteriores que se presentaban como candidatos a fingir ser más pobres, más toscos y más ignorantes de lo que realmente eran. (Muchos de ellos lograron hacerlo muy convincentemente.)

De hecho, claro está, Harrison tenía poco que ver con cabañas de troncos y no era un hombre del pueblo. Había nacido en una plantación de Virginia, su padre fue un destacado estadista que había sido elegido gobernador de Virginia cuando el joven William tenía ocho años. Más aún, eran los conservadores ricos quienes respaldaban a Harrison ahora. Pero nadie se preocupaba por la lógica en esa elección particular.

Maine realizó sus elecciones locales varios meses antes que el resto de la nación (hábito que no abandonó hasta 1958), y el candidato whig para gobernador ganó con comodidad. Esta victoria elevó las esperanzas de los whigs y deprimió a los demócratas. (Éste fue un temprano ejemplo, dicho sea de paso, del refrán político «según hace Maine, así hace la nación», refrán que sería rotundamente desmentido en años futuros.)

Las elecciones nacionales se efectuaron el 2 de diciembre de 1840 y fueron, en términos del voto electoral, un triunfo aplastante de Harrison. Ganó en diecinueve de los veintiséis Estados, por 234 votos electorales contra 60 para Van Buren[13]. Los whigs también dominaron el Vigesimosexto Congreso, aventajando a los demócratas por 28 a 22 en el Senado y 133 a 102 en la Cámara de Representantes.

Pero el voto electoral no representó la verdadera medida de la fuerza del Partido Whig. Después de toda su ruidosa campaña y sus insensateces, los whigs habían logrado una estrecha victoria. En términos del voto popular, Harrison obtuvo 1.275.000 votos y Van Buren 1.129.000[14]. En cuanto a Birney y el Partido de la Libertad, sólo recibieron 7.059 votos, una cifra totalmente insignificante, pero era un comienzo.

Durante el gobierno de Van Buren, que estaba terminando, pues, en el desastre político tanto como económico, sin embargo, continuó el crecimiento de la nación. El censo de 1840 reveló que la población de Estados Unidos era de 17.069.453, un incremento del cuádruple en medio siglo. Nueva York, ahora la ciudad más grande de la nación, con una población de 312.000 habitantes, era casi tan populosa como la famosa ciudad de Viena.

Había cuarenta y cinco mil kilómetros de vías férreas en Estados Unidos; y la Revolución Industrial, que avanzaba rápidamente, estaba empezando a tener efectos en la agricultura. En 1834, Cyrus Hall MacCormick (nacido en Rockbridge County, Virginia, el 15 de febrero de 1809) había patentado una segadora mecánica tirada por caballos que hacía innecesaria toda la fatiga de tener que inclinarse y cortar, que conllevaba antes ese proceso.

En 1836, Samuel Colt (nacido en Hartford, Connecticut, el 19 de julio de 1814) patentó un arma que multiplicaba la efectividad de sus usuarios: el revólver, o «arma de seis tiros», interminablemente rememorado en miles de «historias del Oeste», en la imprenta y en el cine.

En 1839, Charles Goodyear (nacido en New Haven, Connecticut, el 29 de diciembre de 1800) descubrió accidentalmente un procedimiento para vulcanizar la goma con azufre, produciendo un nuevo tipo de goma adecuada para uso comercial (no se volvía pegajosa con el calor ni rígida con el frío).

También durante este período, el artista americano Samuel Finley Bréese Morse (nacido en Charlestown, Massachusetts, el 27 de abril de 1791), que había llevado el nuevo invento de la fotografía de Europa a América, estuvo trabajando en el telégrafo eléctrico; fue ayudado en esto por Joseph Henry (nacido en Albany, Nueva York, en 1797), el primer científico americano de primer rango que había surgido desde Franklin.

Ambos hombres perdieron más tiempo en tratar que el Congreso apoyase un avance tan obviamente beneficioso que en resolver los problemas científicos. Finalmente, en 1843, el Congreso convino en pagar la construcción de la primera línea telegráfica, de Baltimore a Washington. El 24 de mayo de 1844, el primer mensaje atravesó los cables: «¿Qué ha realizado Dios?», una cita de la Biblia (Núm., 23:23).

El liderazgo en el avance tecnológico, que había sido británico en el siglo anterior, poco a poco estaba pasando a Estados Unidos. Sólo gradualmente este proceso se hizo evidente para el mundo.

Un hecho que fue inmediatamente espectacular fue el viaje de Charles Wilkes (nacido en la ciudad de Nueva York el 3 de abril de 1798). En 1836, el Congreso, en la primera acción de tal tipo que emprendió, autorizó una expedición exploratoria y de estudio en el Pacífico Sur. Bajo el mando de Wilkes, la expedición, cargada hasta el tope de científicos de toda clase, partió de Estados Unidos en agosto de 1838 y navegó aguas abajo cerca de la costa de América del Sur y luego a través del Pacífico hasta Australia, deteniéndose, en la ruta, en muchas islas.

Desde Australia, Wilkes navegó hacia el Sur, hasta los límites de los hielos del Polo Sur, y luego a lo largo de ellos, en enero de 1840 (el verano antártico), avistando tierra en varias ocasiones. Partes del continente antártico habían sido vistas antes, pero Wilkes fue el primero en ver lo suficiente de él como para sentirse justificado en sostener que es un continente, y no sólo un grupo de islas cubiertas de hielos[15]. Así, puede ser considerado, con igual título que otros, como el descubridor de la Antártida.