11. Robert E. Lee

Pope fracasa

Lincoln fue a Harrison’s Landing para ver a McClellan, el 9 de julio de 1862, y decidió que no se podía conseguir nada más de la Campaña Peninsular. El 11 de julio nombró a Halleck general en jefe y le dio la tarea de decidir qué hacer.

Un nuevo ejército de la Unión se había formado en Virginia septentrional y puesto al mando de Pope, quien había tomado la Isla n° 10 cuatro meses antes. Una posibilidad podía haber sido que el nuevo ejército de Pope atacase desde el norte, mientras McClellan avanzaba desde Harrison’s Landing. El ejército de Lee, atrapado entre los dos, seguramente habría sido destruido.

El problema era que Pope no conocía la región, y McClellan era McClellan. Ni Lincoln ni Halleck pensaban que un ataque en dos frentes, que requería una hábil cooperación, pudiera ser confiado a los dos hombres.

El plan de Halleck, pues, era hacer que McClellan llevase su ejército a Washington y allí unirse a Pope. Juntos, marcharían sobre Richmond, tratando de hacer por mero peso numérico lo que podría haberse hecho más fácilmente con mejores generales empeñados en un ataque en dos frentes.

Lentamente, el Ejército del Potomac empezó a desplazarse hacia el Norte, y el intento de cinco meses de tomar Richmond desde el Este llegó a un fin ignominioso. McClellan, taciturno por su fracaso y dispuesto a acusar a todo el mundo menos a sí mismo, no tenía prisa en unirse a Pope.

La lentitud de McClellan dio a Lee su oportunidad. No tenía ninguna intención de imitar a McClellan y esperar a que los dos ejércitos de la Unión se sumasen contra él. Se preparó para atacar a Pope antes de que este general pudiera unirse a McClellan.

Stonewall Jackson fue enviado al Norte para acosar a Pope aun antes de que el ejército de McClellan hubiese abandonado Harrison’s Landing, y Lee le siguió poco después. Pope superaba a Lee por setenta y cinco mil a cincuenta y cinco mil, y por un tiempo se desempeñó bien. Lee trató de hacer que pusiera su ejército de espaldas al río, pero Pope evitó cuidadosamente esa posición.

Luego, en una de sus brillantes hazañas, Jeb Stuart y su caballería hizo una incursión por el cuartel general de Pope y descubrió documentos que probaban que estaban en camino refuerzos de la Unión.

Lee tenía que actuar rápidamente. Intentó una maniobra desesperada que, contra un general de primera, habría sido suicida. Dio a Stonewall Jackson la mitad del ejército confederado, veintitrés mil hombres, y le dijo que se moviese alrededor del ejército de Pope en una amplia extensión y se colocase entre él y Washington. El 26 de agosto Jackson lo hizo con toda la antigua habilidad que parecía haberlo abandonado durante la batalla de los Siete Días.

Quizá lo que Lee esperaba era que Pope se retirase apresuradamente y que la ofensiva de la Unión quedase abortada por un tiempo. Lo que ocurrió fue mucho más que esto.

Pope, al parecer, estaba tan ansioso de mostrar que no era ningún McClellan que hizo una interminable exhibición de incansable energía[44]. Además, a diferencia de McClellan, él no iba a retirarse.

Cuando, el 27 de agosto, Pope halló cortadas sus comunicaciones, con su línea telegráfica con Washington silenciada, y a Stonewall a su retaguardia, en Manassas (donde se había librado la batalla de Bull Run trece meses antes), se enfureció. Decidió que Jackson, aislado del resto del ejército de la Confederación, podía ser atrapado mediante una acción enérgica. Así, Pope se lanzó ciegamente en busca de Jackson, quien lo evadió y lo demoró todo lo que pudo para dar a Lee la oportunidad de hallar una buena posición para la cacería. Finalmente, el 29 de agosto, Pope halló a Jackson y empezó a atacarlo frontalmente.

Pope estaba demasiado furioso para vigilar a Lee, quien había ocupado su posición. Evaluando la situación perfectamente, Lee esperó a que Pope estuviera completamente empeñado en la batalla y luego, el 30 de agosto, envió a Longstreet contra el flanco izquierdo de Pope. Atrapado por sorpresa, el flanco se derrumbó, y ahora Pope, atacado desde dos direcciones, no pudo hacer nada más que reunir a sus hombres lo mejor que pudo y, el 2 de septiembre, retirarse a los alrededores de Washington.

La victoria confederada en esta Segunda Batalla de Bull Run fue mayor que la primera, con dieciséis mil bajas de la Unión por nueve mil de los confederados. Esta vez, al menos, el ejército de la Unión se retiró en buen orden.

El hombre que más se benefició de la derrota de la Unión fue McClellan. Durante toda la campaña de Pope, McClellan no había hecho nada: su especialidad. Ciertamente, no había hecho ningún esfuerzo perceptible para acudir en ayuda de Pope o crear una diversión que obligara a Lee a dividir sus fuerzas. De hecho, seguramente había deseado la derrota de Pope, pues había llegado a considerar la guerra como un asunto entre él y Lincoln, no entre la Unión y la Confederación.

Pope, por supuesto, fue eliminado del mando y sólo se le empleó en tareas secundarias durante el resto de la guerra[45]. Hubo una sensación general de que McClellan había sido vengado. Había llevado una campaña cautelosa, evitando el desastre, y ahora Pope mostraba los resultados de una campaña imprudente.

La presión pública fue enorme, y Lincoln, muy a su pesar, restauró a McClellan, el 5 de septiembre de 1862, como jefe indiscutido del Ejército del Potomac (aunque, por supuesto, Halleck siguió siendo el general en jefe).

No había duda de que esta medida fue popular en el ejército, que veía en McClellan a un hombre que no despilfarraba la vida de sus hombres inútilmente. Esto, en verdad, era cierto. El problema era que tampoco arriesgaba sus vidas útilmente, de modo que la guerra se prolongó y, a la larga, costó más vidas.

Contrainvasión

Como consecuencia de la Segunda Batalla de Bull Run, tanto la Confederación como la Unión se enfrentaron con la necesidad de atraerse a Gran Bretaña y Francia. Los gobiernos de ambas naciones, y las clases dominantes, eran vigorosamente proconfederados, y después del fracaso de la Campaña Peninsular y el desastre de la Segunda Batalla de Bull Run, Gran Bretaña se ofreció para mediar en el conflicto. Esto significaba claramente que no creía a la Unión en condiciones de dirimir la cuestión mediante una victoria militar, y parecía a punto de declararse abiertamente por la independencia de la Confederación y de usar su armada para romper el bloqueo de la Unión.

Lee tenía que hacer algo que diese a Gran Bretaña el último impulso hacia la participación activa en la guerra, y ese algo bien podía ser un avance sobre Maryland, una invasión de la Unión. Era un propósito arriesgado, en verdad, a causa del disminuido y harapiento ejército de Lee, que, pese a sus victorias, había recibido un considerable castigo. Pero Lee contaba con dos factores: las simpatías de la gente de Maryland, que podía rebelarse y unirse a la Confederación, aislando a Washington, y la certidumbre de que podía derrotar a McClellan en cualquier circunstancia.

En cuanto a Lincoln, estaba tan desesperado por detener a Gran Bretaña como Lee por incitarla. Lincoln no tenía ninguna esperanza de ganarse a las clases superiores, pero podía atraerse a las clases medias y bajas si convertía la Guerra Civil en una cruzada antiesclavista. Este camino, que disgustaría a muchos unionistas, era arriesgado pero parecía cada vez más ineludible.

El 22 de julio de 1862 Lincoln preparó una declaración anunciando la liberación de algunos esclavos, y leyó esta Proclama de Emancipación a su gabinete. Halló una fría desaprobación. Finalmente, Seward señaló que tal anuncio en un momento en que la Unión estaba siendo derrotada en los campos de batalla sería impolítico; parecía el acto desesperado de un gobierno consciente de que no podía ganar la guerra y, por lo tanto, trataba de provocar una rebelión de los negros. Primero, la Unión debía ganar una gran victoria; entonces, la emancipación parecería el don generoso de un poderoso vencedor, sin otros motivos. Lincoln, que sabía reconocer el buen sentido, estuvo de acuerdo.

Pero ¿cómo lograr una victoria? Llegaron entonces las tristes noticias del desastre de Pope, y ahora Lee estaba avanzando hacia el Norte.

Lee actuó con su acostumbrada velocidad. Mientras McClellan se hacía cargo del mando nuevamente y empezaba a reorganizar al derrotado Ejército del Potomac, Lee cruzaba este río y penetraba en territorio de la Unión. El 7 de septiembre estuvo en Frederick, Maryland, a sesenta y cinco kilómetros al noroeste de Washington.

McClellan, con su habitual y pesada cautela, hizo avanzar poco a poco su ejército hacía el Noroeste, manteniéndose entre Washington y el ejército confederado, con visiones, como de costumbre, de enormes números de confederados frente a él. El 13 de septiembre llegó a Frederick, pero la halló vacía. Los confederados se habían desplazado al Oeste y más al Norte. Longstreet estaba en Hagerstonrn, Maryland, a unos cien kilómetros al noroeste de Washington.

Al menos una de las esperanzas de Lee no se cumplió. Maryland no se rebeló. En el otoño de 1862, la guerra ya no era atractiva, y el hombre medio de Maryland deseaba mantenerla en Virginia y lejos de sus tierras. Lejos de unirse jubilosamente al ejército invasor, Maryland quería que se marchase.

Entonces McClellan tuvo uno de esos insólitos golpes de suerte para los que no hay ninguna explicación.

Lee, en su total desprecio de McClellan, tuvo la glotonería de querer también alcanzar algunas victorias secundarias. Deseaba tomar Harpers Ferry, sobre la parte virginiana del río Potomac, y barrer al contingente de la Unión que lo defendía. Esto suponía que Lee tendría que dividir su ejército, ya numéricamente inferior, pero estuvo dispuesto a hacerlo. De hecho, dividió su ejército en cuatro contingentes, dando a cada uno complicadas instrucciones sobre adonde y cómo moverse.

Un oficial confederado recibió una exposición detallada de esas órdenes especiales y no se le ocurrió nada mejor que usarlas como envoltura de sus cigarros. Peor aún, olvidó o perdió esos cigarros, junto con su envoltura, dejándolos en Frederick cuando los confederados la abandonaron.

Soldados de la Unión hallaron el documento y fueron suficientemente inteligentes como para llevárselo a McClellan a toda prisa. Así, McClellan se enteró de que el ejército de Lee estaba fragmentado y supo exactamente dónde se hallaba cada fragmento. Sabía, por ejemplo, que Stonewall Jackson estaba en Harpers Ferry y se hallaba separado de Lee por sólo 30 kilómetros.

Todo general medianamente capaz habría comprendido instantáneamente que lo que se debía hacer era atacar como un rayo, interponerse entre las diversas partes del ejército confederado, derrotar a una y luego volverse para derrotar a otra.

Sólo McClellan podía esperar dieciséis horas antes de actuar de acuerdo con este conocimiento. Esto dio tiempo a Lee para enterarse de que McClellan tenía la información y empezar a acercarse a Jackson, mientras éste tuvo tiempo de tomar Harpers Ferry (capturando once mil hombres y gran cantidad de materiales) y luego empezar a dirigirse hacia el Norte, hacia Lee.

En el momento en que McClellan tomó contacto con el enemigo, estaba frente a un ejército confederado parcialmente unido. El contacto se produjo en Antietam Creek, una pequeña corriente que fluye hacia el Sur para volcar sus aguas en el Potomac, a veintiocho kilómetros al oeste de Frederick. Al oeste de la corriente, el ejército confederado se extendió alrededor de la ciudad de Sharpsburg. La batalla fue llamada por el nombre del riachuelo en la Unión y por el nombre de la ciudad en la Confederación.

McClellan tenía setenta mil hombres, frente a treinta y nueve mil de Lee, pero esto no significaba ninguna diferencia; McClellan estaba semiderrotado antes de empezar. Introdujo a su ejército en la batalla por partes, sin hacer ningún intento de establecer una coordinación general, y un tercio de sus hombres nunca entró en combate, aunque su entrada podía hacer cambiar el resultado. McClellan se contentó con dar órdenes vagas, esperando que sus subordinados supieran qué hacer y ganasen la victoria para él. Lee, con su habitual habilidad, enfrentó cada ataque según se efectuaba, trasladando a sus hombres de un lado a otro de modo que en cada uno la superioridad numérica estuviese de su parte. Resistió mientras llegaban los últimos refuerzos de Harpers Ferry.

Pero los ataques de la Unión provocaron un gran número de bajas durante todo ese espantoso día del 17 de septiembre de 1862, el más sangriento de la guerra.

Por la noche, la arrojada defensa de Lee había detenido al ejército de la Unión, pero a un coste terrorífico. Había sufrido 13.700 bajas, un tercio de sus fuerzas; mientras que la Unión había perdido 12.350, sólo un sexto de sus tropas.

Lee tuvo que retirarse, pues sólo en Virginia podía recuperarse. Cualquier general que no fuese McClellan habría sabido esto y habría lanzado una persecución contra Lee, con la esperanza de atrapar al ejército exhausto antes de que pudiese llegar a Virginia y hallar la seguridad.

Pero no McClellan. Tan seguro estaba Lee de la increíble cobardía de su adversario que se negó a abandonar el campo durante todo un día. A lo largo de todo el día del 18 de septiembre Lee no se movió, como para demostrar que su ejército no podía ser expulsado de un campo de batalla, y McClellan, con más de veinte mil hombres que aún no habían combatido y con más refuerzos que le llegaron, no osó atacar.

Luego, en la noche del 18, después de poner en ridículo al ejército de la Unión (o, mejor dicho, a su despreciable jefe), Lee condujo a su ejército de vuelta a Virginia.

La batalla de Antietam fue un empate, según consideraciones estrictamente militares, pero, puesto que Lee se vio obligado a retirarse y el intento de invasión de la Unión llegó a su fin, estratégicamente fue una victoria de la Unión. Gran Bretaña lo consideró así, y el momento en que podía haber reconocido la independencia de la Confederación pasó y nunca volvió. Más aún, Lincoln la aclamó como una victoria y, el 22 de septiembre, cinco días después de la batalla, anunció que, como medida de guerra basada en sus poderes de comandante en jefe, los esclavos de todas las regiones ocupadas por las fuerzas confederadas serían libres desde el 1 de enero de 1863.

Esta Proclamación de Emancipación tuvo escasos efectos prácticos en lo concerniente a los esclavos. En aquellas zonas donde la esclavitud era legal y estaban controladas por fuerzas de la Unión, la Proclamación de Emancipación no se aplicaba. Donde se declaraba la libertad el control estaba en manos de la Confederación y la Proclamación de Emancipación no tenía ningún sentido. Por lo tanto, la proclamación no liberó a ningún esclavo.

En cambio, influyó sobre el pueblo británico, como había esperado Lincoln, y en lo sucesivo no hubo ninguna posibilidad de intervención británica directa en la guerra. También levantó los corazones de los unionistas que detestaban la esclavitud y les dio más razones para luchar. Además, no fue en modo alguno una maniobra cínica, pues dejaba en claro que, una vez terminada la guerra, la esclavitud sería prohibida en todas partes y para siempre.

Burnside fracasa

Mientras Lincoln, con magistral habilidad, pudo maniobrar para mantener a Gran Bretaña fuera de la zona de peligro, en cambio no había nada que pudiera hacer con McClellan.

Cualquier otro habría perseguido a Lee; McClellan no lo hizo. No cruzó el Potomac hasta seis semanas después de Antietam, y aun entonces sólo con su deliberada lentitud habitual.

El 7 de noviembre de 1862 Lincoln no pudo soportar más al reacio militar y lo relevó del mando. McClellan nunca condujo otro ejército ni libró otra batalla. Había hecho por la causa confederada más que nadie, excepto (quizá) Lee.

Lincoln ahora apeló a Burnside, quien había realizado una labor respetable en cargos subordinados. Lincoln había querido asignarle la tarea de conducir el Ejército del Potomac después del fracaso de Pope, pero Burnside había alegado incapacidad, y Lincoln había nombrado, con renuencia, a McClellan. Burnside había conducido bien a sus hombres en Antietam, por lo que Lincoln le ofreció el puesto por segunda vez y se negó a oírlo cuando Burnside, nuevamente, afirmó que no era suficientemente bueno[46]. Lincoln pensó que Burnside solamente era modesto, pero, ¡ay!, no lo era, sólo era exacto.

Una vez en el cargo, Burnside puso inmediatamente manos a la obra. Ansioso por evitar el error de McClellan de exceso de cautela, el nuevo jefe enfiló directamente hacia Richmond, por Fredericksburg, ciudad situada a orillas del río Pappahannock, a ochenta kilómetros al sur de Washington y a igual distancia de Richmond. El plan era cruzar el río rápidamente y correr al Sur, hacia Richmond, antes de que Lee pudiera apostar sus hombres entre el ejército de la Unión y la capital amenazada.

Pero en el momento decisivo Burnside vaciló. Llovía y el río estaba crecido. Burnside pensó que necesitaba pontones y decidió esperar a que llegaran antes de tratar de cruzar la corriente… y tardaron toda una semana en llegar.

Esto dio tiempo a Lee para llegar a Fredericksburg y fortificar una posición prácticamente inexpugnable a lo largo de las alturas situadas al sur de la ciudad. La parte más fuerte de la posición confederada era la izquierda; allí había un camino hundido, más allá de él una muralla de piedra de 1,20 m que protegía a fusileros, y más allá de esta muralla una colina en la que la artillería cubría cada metro cuadrado del camino de acceso.

Atacar ese punto era un modo de suicidio, pero esto fue precisamente lo que Burnside, el 13 de diciembre, insistió en que hiciera el ejército de la Unión. Oleada tras oleada de soldados de la Unión fueron enviados adelante y barridos en un intento insensato y desolador de hacer lo que no se podía hacer y lo que ningún general en su sano juicio habría intentado hacer. Para el momento en que Burnside, en un estado de conmoción impotente, fue persuadido a terminar la batalla, había 12.650 bajas de la Unión, por 5.300 de los confederados. La batalla de Fredericksburg fue un total desastre para la Unión.

El Gran Ejército del Potomac estaba quebrantado y no se sabe qué habría ocurrido si Lee hubiese contraatacado al día siguiente. Pero Lee, quizá recordando el poder de recuperación de la Unión (como en Shiloh), pensó que había hecho lo suficiente y lo dejó marchar. Tal vez haya sido un error tan grande como el de McClellan después de Antietam.

La moral de la Unión se hundió una vez más después de Fredericksburg, pues se deshizo en gran medida el buen efecto de Antietam. Lincoln, sin embargo, habiendo anunciado la Proclamación de Emancipación después de la dudosa victoria de Antietam, no la rescindió solamente a causa de la catastrófica derrota de Fredericksburg. Esto implicaba que Gran Bretaña no podía aprovechar la oportunidad para intervenir directamente a favor de los confederados; pero pudo hacerlo indirectamente.

Gran Bretaña, por ejemplo, permitía a los confederados construir barcos de guerra en su suelo. El caso más flagrante (pero en modo alguno el único) fue el del Alabama. Mientras se construía este barco, Adams, el embajador americano en Gran Bretaña, protestó vigorosamente. Los británicos se lo pensaron, dieron vueltas, demoraron las cosas y, finalmente, ordenaron la detención del proyecto sólo después de que el Alabama se escabulló por el mar en julio de 1862.

Al mando de Raphael Semmes (nacido en Charles County, Maryland, el 27 de septiembre de 1809), el Alabama rondó por los mares durante dos años, destruyendo el comercio de la Unión, y penetrando hasta en el océano Índico para ello. Capturó sesenta y cuatro barcos, que representaban unas cien mil toneladas en total. El temor al Alabama y a otros buques corsarios construidos por los británicos prácticamente expulsó del mar a la marina mercante de la Unión, y en algunos aspectos la marina americana nunca se recuperó.

La Unión estaba furiosa con Gran Bretaña por esto, pero no podía hacer nada, y las hazañas corsarias del Alabama se sumaron al sombrío panorama a medida que el año 1862 se acercaba a su desastroso fin.

En cuanto a Francia, tenía los ojos puestos en México. Esta nación no pudo pagar sus deudas externas como resultado de la guerra civil que había estallado cuando los conservadores se opusieron á las reformas liberales llevadas a cabo por Benito Juárez. Gran Bretaña, Francia y España enviaron una fuerza armada conjunta que desembarcó en México a fines de 1861. Esto era contrario a la Doctrina Monroe (si es que las potencias europeas habían pensado siquiera en ella) y Estados Unidos, de ordinario, habría tratado de impedir esta acción. Pero ahora Estados Unidos estaba dividido en dos y no podía hacer nada.

Gran Bretaña y España pronto se retiraron, pero Francia, bajo el emperador Napoleón III (que compartía las ambiciones de su famoso tío, Napoleón I, pero carecía de su capacidad), tenía visiones de un Imperio mexicano. En abril de 1862 el ejército francés inició el avance al interior. La Unión protestó vigorosamente contra esta acción, pero esto no detuvo a los franceses, y la Unión no podía hacer nada más que protestar.

Por supuesto, la guerra no sólo se libraba en Virginia. Aunque era en Virginia y en los campos de batalla entre Washington y Richmond donde todos los ojos se fijaban, había batallas y vastos movimientos lejos de allí, en el Oeste, sucesos que iban a afectar a la fuerza económica de la Confederación, con lo cual influirían también en los sucesos de Virginia.

Así, un intento confederado de hacer incursiones al Oeste desde Texas y poner el Sudoeste americano, incluido el Estado de California, de parte de los confederados, fue derrotado en abril de 1862, de modo que todo el territorio situado al oeste y al norte de Texas permaneció firme y permanentemente en manos de la Unión. Asimismo, un ejército de la Unión ganó una batalla en Pea Ridge, Arkansas, en el noroeste del Estado, lo cual puso a todo Missouri y la mitad septentrional de Arkansas en poder de la Unión.

Pero el escenario principal en el Oeste fue Tennessee, donde ambos bandos se habían estancado desde que Halleck tomase Corinth, el 30 de mayo de 1862, y luego se trasladase a Washington para ocupar el cargo de general en jefe, el 11 de julio.

El 27 de junio de 1862 Braxton Bragg (nacido en Warrenton, Carolina del Norte, el 22 de marzo de 1817), quien había combatido con particular distinción en Buena Vista, tomó el mando del ejército confederado en Tennessee. Inmediatamente empezó a preparar una ofensiva contra Buell en el este de Tennessee.

El 14 de agosto Bragg envió a Edmund Kirby-Smith (nacido en San Agustín, la Florida, el 16 de mayo de 1824) al norte, a Kentucky. Kirby-Smith, en una hábil campaña, hizo a un lado a débiles fuerzas de la Unión y llegó a Lexington, Kentucky, el 2 de septiembre. Estaba entonces a sólo ochenta kilómetros al sur del río Ohio. El mismo Bragg, eludiendo al lento Buell, se dirigió al Norte por otra ruta, con la intención de llegar a Louisville, sobre el río Ohio, a ciento diez kilómetros al oeste de Lexington[47].

Pero Buell logró llegar a Louisville el 25 de septiembre, alcanzando antes el objetivo e impidiendo a los confederados llegar realmente al Ohio. Luego salió a buscar batalla. El 7 de octubre Buell se enfrentó a las fuerzas de Bragg cerca de Perryville, a cincuenta kilómetros al sudoeste de Lexington. Allí se libró una batalla accidental, mal organizada y no decisiva, al día siguiente.

Bragg podía haber ganado si hubiera unido sus fuerzas con las de Kirby-Smith, pero los dos generales no se coordinaron bien. Bragg se unió a Kirby-Smith sólo después de la batalla y, quizá sobrestimando el peligro en que se hallaba, abandonó Kentucky, como Lee había abandonado Maryland después de otra batalla empatada.

Como McClellan no había conseguido perseguir a Lee eficazmente, así Buell falló en la persecución de Bragg, y el resultado fue el mismo: Buell fue relevado del mando el 30 de octubre y ya no tomó parte significativa en la guerra.

En reemplazo de Buell se puso a William Starke Rosecrans (nacido en Kingston, Ohio, el 6 de septiembre de 1819), y tomó como objetivo Chattanooga, un centro ferroviario del sudeste de Tennessee. El 26 de diciembre de 1862 estaba listo y empezó la marcha al sudeste. Chattanooga estaba a setenta kilómetros de distancia y no se podía llegar a ella sin librar una batalla importante, pues a sólo cincuenta kilómetros al sudeste de la base de Rosecrans, en Nashville, esperaban Bragg y su ejército, inspirados y deleitados por las noticias de la gran victoria confederada en Fredericksburg.

El 31 de diciembre los cuarenta y cinco mil hombres de Rosecrans se enfrentaron con los treinta y ocho mil de Bragg, a unos pocos kilómetros al oeste de la ciudad de Murfreesboro. Los ejércitos giraron lentamente en círculo, pues cada bando trató de rodear el flanco izquierdo del otro. Los confederados llevaron la mejor parte ese día, y al caer la noche Rosecrans pensaba que había sido derrotado, mientras que Bragg envió un mensaje de victoria a Richmond.

Pero Rosecrans decidió no retirarse y permanecer en el campo para reanudar la batalla al día siguiente. («Bragg es un buen perro —decía después—, pero Tenacidad lo es mejor».) Lo que ocurrió fue una repetición de Shiloh. El ataque de la Unión al segundo día compensó con creces sus pérdidas del primero, y fue Bragg quien tuvo que suspender la lucha y retirarse.

La retirada confederada hizo de la batalla de Murfreesboro una victoria de la Unión técnicamente, pero cada bando sufrió doce mil bajas y Rosecrans juzgó que necesitaba tiempo para recuperarse. Observó cautelosamente cómo el ejército de Bragg se reunía en Tullahoma, a cincuenta y siete kilómetros al sur de Murfreesboro, pero no se movió. Durante el resto del invierno, la guerra se estancó en Tennessee.

Al comenzar el nuevo año de 1863, pues, parecía haber poco, en la situación militar, que alegrase los corazones de la Unión. Una batalla indecisa contra Tennessee era todo lo que podía contraponerse al desastre de Virginia.

Sin embargo, pese a las desgarradoras pérdidas y al efecto desalentador de las repetidas derrotas frente a enemigos menos numerosos, la Unión siguió siendo fuerte y, de hecho, se hizo cada vez más fuerte. Inmigrantes europeos afluían a la Unión constantemente (ochocientos mil, en total, en el curso de la Guerra Civil), de modo que las pérdidas en las batallas no provocó ninguna escasez de la mano de obra. La industria florecía, y constantemente se inventaban mecanismos que ahorraban trabajo.

Además, las granjas de la Unión producían abundantes cosechas, lo que dio a Lincoln una poderosa herramienta para el comercio exterior. En mayo de 1862, el Congreso aprobó la Ley de Granjas, que ofrecía, a un precio puramente nominal, tierras de labrantío de 160 acres en los territorios occidentales a cualquiera que quisiese practicar la agricultura en ellas. Esta ley estimuló la migración al Oeste, expandió las tierras de labrantío y aumentó aún más las cosechas.

Los estragos de la guerra tampoco cayeron directamente en territorio de la Unión. Las grandes batallas se habían librado en territorio confederado, y fue allí donde el campo quedó arrasado, provocando un constante agotamiento económico que, aunque inadvertido frente a la gloria de las victorias militares de la Confederación, la estaba destruyendo silenciosamente.

Lo más importante de todo para la causa de la Unión fue el carácter del mismo Lincoln. Ocurriera lo que ocurriese, nunca se desviaba ni por un momento del objetivo que se había fijado: el de salvar la Unión a cualquier costo. Otros podían ser presas del pánico o la desesperación, pero Lincoln, aunque cada vez más apesadumbrado y melancólico a medida que pasaba el tiempo[48], siguió siendo un líder inquebrantable y resuelto.

Hooker fracasa

Pero lo que Lincoln necesitaba desesperadamente para alentar a aquellos menos firmes que él era algo más que la presión inexorable pero inadvertida de la economía. Necesitaba la excitación de una victoria. Lee aún mantenía su ejército a orillas del río Rappahannock, y era menester hacer otro intento de abrirse paso a través de este ejército para llegar a Richmond.

Burnside tenía que ser relevado del mando, desde luego, pero, a diferencia de McClellan y Buell, su error había sido luchar, no perder el tiempo, de modo que se le permitió seguir participando en la guerra en cargos subordinados. El 25 de enero de 1863 Joseph Hooker (nacido en Hadley, Massachusetts, el 13 de noviembre de 1814) tomó el mando del Ejército del Potomac.

Hooker había luchado, con bastante distinción, en todas las batallas libradas por el Ejército del Potomac, incluso había sido herido en Antietam. Se había desempeñado tan bien que se ganó el apodo del «Combativo Joe». Ahora, con rapidez y energía, reorganizó el ejército que había sido derrotado en Fredericksburg y lo convirtió una vez más en un instrumento eficaz.

Hacia fines de abril, Hooker, con noventa y cuatro mil hombres, contra cincuenta y tres mil de Lee, se dirigió al Sur. Lee estaba aún en Fredericksburg, y la intención de Hooker era mantenerlo allí fingiendo un ataque con los dos quintos de su ejército, mientras los otros tres quintos cruzarían el río Rappahannock aguas arriba y (esperaba) caer sobre la retaguardia de Lee como un rayo.

Puso en práctica este plan. Lee fue retenido donde estaba y Hooker hizo que su ejército cruzase el río. El 29 de abril de 1863 llegó a Chancellorsville (a diez kilómetros inmediatamente al oeste de Fredericksburg), que era un cruce de caminos ocupado por una casa de ladrillos y rodeada por un terreno con árboles y malezas, cruzado por corrientes de agua, llamado «la Soledad». Hooker envió correctamente su ejército al Este para atrapar a Lee, quien, por una vez, fue cogido por sorpresa. Comprendió lo que ocurría demasiado tarde, y cuando se volvió para hacer frente al nuevo ataque, se encontró frente al desastre.

Fue en este momento cuando el Combativo Joe Hooker se desanimó. Quizá la reputación de Lee pesaba demasiado sobre él, el recuerdo de sus pasadas hazañas era demasiado abrumador y la probabilidad de ser aplastado en La Soledad demasiado grande. Fuera lo que fuese lo que pesaba en el corazón de Hooker, vaciló por un momento, cuando un vigoroso ataque de la Unión podía haber aplastado a Lee y puesto fin a la guerra, prácticamente, y se retiró a Chancellorsville.

Lee, comprendiendo que, una vez más, estaba ante un jefe de la Unión que se sentía medio derrotado desde el comienzo, asumió otro gran riesgo. Dividió su ejército superado en número en dos mitades e hizo que Jackson bordease el ejército de la Unión y atacase su flanco derecho, mientras él se enfrentaba con el izquierdo. Éste fue, en efecto, un intento de rodear un ejército mayor con otro menor, y la maniobra tuvo éxito. Jackson efectuó un ataque totalmente por sorpresa el 2 de mayo.

Hooker fue completamente desmoralizado y sólo pensó en retirarse.

Una vez más, un ejército de la Unión más grande se retiraba frente a un ejército confederado menor, y el 5 de mayo la Unión tuvo que admitir otra derrota, con pérdidas de diecisiete mil hombres, por trece mil del ejército confederado.

Pero la pérdida de uno de esos trece mil hombres fue desdichada para la Confederación. En la noche del 2 de mayo Hooker se retiró presa de pánico y pareció que, con mayor velocidad y osadía aún por parte de las fuerzas confederadas, el ejército de la Unión podía ser destruido totalmente. Stonewall Jackson avanzó a caballo en la oscuridad para sondear por sí mismo las posibilidades, mas para entonces la línea confederada también estaba desorganizada, y en medio de las sombras nadie sabía con seguridad quién rondaba por allí y si una oscura figura en la noche era de un amigo o un enemigo.

Cuando Jackson pasó rápidamente, los soldados confederados dispararon y Jackson cayó. Fue llevado de vuelta, con un brazo hecho pedazos. Se lo tuvieron que amputar y, aunque por un momento pareció que se podría recuperar, con los primitivos tratamientos médicos de la época cogió una neumonía; el 10 de mayo de 1863 murió a la edad de treinta y nueve años.

Estados Unidos había perdido al hombre que era, quizá, su % mayor táctico, pero que estaba destinado a usar su habilidad para humillar a los ejércitos de la nación. Así, el equipo formado por Lee y Jackson, que habían combatido y triunfado juntos durante un año, quedó disuelto, y Lee, aunque conservó su genio militar hasta el fin, jamás ganaría otro Chancellorsville.

Mas por el momento Lee había triunfado y, como después de la Segunda Batalla de Bull Run, quería continuar. La cuestión era: ¿cómo? Longstreet quería avanzar al Oeste, pues allí, sobre el Mississippi, Vicksburg estaba en dificultades.

Vicksburg era la más poderosa fortaleza que le quedaba a la Confederación a orillas del Mississippi. Si Vicksburg, a trescientos veinte kilómetros aguas arriba de Nueva Orleans, era tomada, la Confederación quedaría dividida en dos. Había resistido un asalto exclusivamente naval cuando los barcos de Farragut se habían dirigido al Norte después de la caída de Nueva Orleans y habían sido rechazados. Pero ahora Grant quería tomarla por tierra.

El 25 de octubre de 1862 recibió permiso para avanzar, pero era claro que no iba a ser una tarea sencilla. Halleck, bajo el cual Grant había ganado fama por primera vez aún abrigaba celos y no le facilitaría las cosas. Además la posición de Vicksburg era fuerte, estaba poderosamente fortificada y las fuerzas confederadas que la defendían estaban hábilmente conducidas; tampoco ellas le facilitarían las cosas.

Por último, presiones políticas habían dado como resultado el nombramiento de Alexander McClernand (nacido cerca de Hardinsburg, Kentucky, el 30 de mayo de 1812) para compartir el mando con Grant. McClernand había combatido con Grant en Fort Donelson y Shiloh, y había demostrado ser un hombre sediento de gloria que no tenía escrúpulos en magnificar su actuación en las batallas o en intrigar contra Grant. Obviamente, Grant no podía esperar que McClernand le facilitara las cosas tampoco.

Lincoln no se hacía ilusiones sobre la competencia de McClernand, pero, como demócrata de la guerra, era políticamente importante y tenía que ser cortejado, sobre todo porque toda victoria de Lee fortalecía a los demócratas de la paz, quienes querían poner fin a la guerra y aceptaban la destrucción de la Unión.

Para la mayoría de la Unión, que deseaba proseguir la guerra, los demócratas de la paz eran copperheads[49], así llamados por el nombre de la serpiente venenosa que, a diferencia de la serpiente de cascabel, ataca sin avisar. El principal de los copperheads era Clement Laird Vallandigham (nacido en New Lisbon, Ohio, el 29 de julio de 1820). Como representante de Ohio, Vallandigham había hecho una campaña vigorosa y efectiva contra la guerra y, mientras él recorriese el país, existía siempre el peligro de que partes diversas de la Unión —particularmente, los Estados situados al norte del río Ohio— se negasen a seguir combatiendo.

Lincoln y su Partido de la Unión ganaron las elecciones para el Congreso de 1862, y Vallandigham fue derrotado para la reelección, pero esto había sucedido después de Antietam y antes de Fredericksburg. Los copperheads mantuvieron su fuerza, por lo que los demócratas de la guerra eran preciosos para Lincoln.

Grant, un simple soldado (por entonces y durante toda su vida), no se preocupaba por necesidades políticas. Sólo sabía que McClernand era un general incompetente, otro de los muchos que infestaban la Unión, y que probablemente arruinaría cualquier campaña en la que tuviese una intervención descollante. Por ello, Grant se apresuró a atacar a Vicksburg —él mismo, por tierra, y su leal asociado Sherman, por mar— antes de que McClernand llegase. Demasiado apresuradamente planeado y llevado a cabo, el ataque fracasó, el 29 de diciembre de 1862, lo cual hizo aumentar el pesimismo que invadía a la Unión desde Fredericksburg.

Grant estaba en una mala posición. Estaba del lado desfavorable del río, el lado occidental, a treinta kilómetros aguas arriba de Vicksburg. Desde ese lado no había ninguna posibilidad de realizar un asalto directo; Vicksburg estaba en las alturas del lado oriental del río. Además, McClernand había llegado, y llevó una parte de las tropas de la Unión a una inútil expedición a Arkansas en busca de gloria. Grant tuvo grandes dificultades para lograr que volviese y atendiera a la situación.

Pero retirarse era algo extraño a la filosofía de Grant. Con mala posición o no, aumentó la presión. Durante los tres meses de invierno, Grant mantuvo ocupado a su ejército buscando algún medio de cruzar el ancho Mississippi. Mantuvo a sus hombres bien preparados y listos, y no dio descanso a las fuerzas confederadas que estaban en Vicksburg y a su alrededor.

Grant hizo cuatro intentos de cruzar el río, uno de los cuales exigía tratar de desviar el curso del río, pero los cuatro fracasaron. Llegó abril de 1863 y, mientras Hooker se disponía a lanzar su infortunada marcha sobre Virginia, Grant aún contemplaba Vicksburg del otro lado del río. Muchos deben de haber pensado, para entonces, que Vicksburg no podía ser tomada, al menos no por Grant, pero el mismo Grant no se contaba entre los que dudaban.

En primer lugar, la primavera secaría el terreno cenagoso que rodeaba a Vicksburg y las maniobras serían más fáciles. En segundo lugar, Grant tuvo una nueva y atrevida idea.

Hasta entonces, todos los intentos de cruzar el río se habían efectuado al norte de Vicksburg, para mantener el contacto con las líneas de comunicaciones, todas las cuales conducían al Norte. Pero si el cruce se realizaba al sur de la ciudad, los confederados, que no esperarían esto, podían ser cogidos por sorpresa. Por supuesto, eso significaba romper las líneas de comunicaciones, pero ¿qué importaba? Grant pensó sencillamente que podía hacer vivir a sus hombres de los productos del lugar.

Grant dispuso que Sherman hiciese una arremetida de cobertura en el Norte, para mantener allí la atención de los confederados. Luego envió a la caballería a hacer incursiones por toda la región para destrozar los ferrocarriles y hacer más difícil para los confederados concentrar hombres rápidamente en algún lugar imprevisto.

Después de eso, se deslizó al Sur y esperó que se le unieran los barcos del río. En esto no se vio defraudado. Bajo el mando de David Dixon Porter (nacido en Chester, Pensilvania, el 8 de junio de 1813), quien se había batido bien al mando de Farragut en Nueva Orleans, los buques del río se abrieron paso por Vicksburg. Grant estaba listo.

El 30 de abril de 1863, justamente cuando, más al Este, los ejércitos enemigos se preparaban para la batalla de Chancellorsville, Grant, con veinte mil hombres, finalmente cruzó el Mississippi, a cuarenta kilómetros al sur de Vicksburg.

Vicksburg estaba bajo el mando de John Clifford Pemberton (nacido en Filadelfia, Pensilvania, el 10 de agosto de 1818), mientras Joseph Johnston, que se había recuperado de su herida en la Campaña Peninsular y estaba ahora al mando del ejército del Oeste, se hallaba a sesenta y cinco kilómetros al este de Vicksburg, en Jackson. Ni Pemberton ni Johnston pensaron que Grant osaría abandonar la vecindad del río, del que dependía para los suministros, de modo que ninguno de ellos emprendió una acción vigorosa.

Ahora Grant tenía campo libre, y procedió a demostrar que un general de la Unión, al menos, podía atacar con la potencia y la velocidad de Lee. Sin líneas de comunicaciones ni suministros, Grant se aseguró de que las fuerzas de Vicksburg también careciesen de ellos.

Condujo rápidamente a sus hombres al Noreste, y Pemberton, sorprendido de esta acción, atacó inútilmente hacia el Sur en busca de una inexistente línea de comunicaciones. El 14 de mayo Grant llegó a Jackson, y Johnston, sorprendido, salió apresuradamente de la ciudad.

Esto significó que Grant ahora se colocó entre Johnston y Pemberton, cortando así la única ruta por la cual podían llegar fácilmente a la ciudad suministros y refuerzos. Vicksburg estaba prácticamente bajo sitio, y Grant procedió a avanzar sobre ella y a hacer efectivo el asedio. En el proceso, desde el cruce del río hasta la formación de líneas de asedio alrededor de Vicksburg el 22 de mayo, Grant había obtenido cinco victorias en tres semanas, conduciendo su ejército a la perfección.

El viraje

Ésta era la situación —victorias de Grant y el inminente asedio de Vicksburg— con la que se encontró Lee después de la batalla de Chancellorsville. ¿Debía, como sugería Longstreet, conducir su ejército al Oeste, a Kentucky y Tennessee, aplastar a Rosecrans y obligar a Grant a levantar el sitio de Vicksburs;? Lee pensaba de otro modo. No estaba seguro de poder trasladar su ejército con rapidez y eficacia suficientes por las estropeadas líneas ferroviarias de la Confederación. Además, no quería dejar Virginia desprotegida contra un ataque de la Unión[50]. (Lee luchaba sólo por su Estado.) Volvió entonces a su idea del año anterior: otra embestida hacia el Norte.

Podía argüirse que Lee no necesitaba conquistar la Unión o siquiera permanecer en su territorio. Todo lo que tenía que hacer era ganar una gran victoria, a la manera de Chancellorsville, y, en medio del pánico general de la Unión que se produciría, los demócratas de la paz podían imponer el fin de la guerra. A fin de cuentas, no se exigiría a la Unión que cediese territorios, sino sólo que dejase en paz a la Confederación. Y tal victoria hasta podía bastar para obtener por fin la ayuda británica, en el caso improbable de que la Unión insistiese en continuar la lucha.

Al abrigar esta esperanza, quizá Lee no estaba muy desacertado. Las derrotas en batalla habían acabado con la afluencia de voluntarios en la Unión, y Lincoln se había visto obligado, el 1 de marzo de 1863, a anunciar un reclutamiento forzoso. El Congreso había aprobado una ley muy perversa: cualquiera podía comprarse un sustituto por trescientos dólares, lo cual significaba que los pobres eran reclutados, mientras que los adinerados podían eximirse de la guerra pagando y sentarse en su casa haciendo pingües beneficios en las industrias bélicas. Este sistema también dio a los políticos corruptos una oportunidad de cuidar de sus amigos.

No es sorprendente, pues, que se produjesen disturbios y que la guerra llegase al máximo de su impopularidad. Los peores disturbios se produjeron del 13 al 16 de julio de 1863, cuando la ciudad de Nueva York pasó por cuatro días de anarquía. La población irlandesa americana de la ciudad, encolerizada por ser llevada al ejército para luchar por la libertad de los negros, mientras los negros de la ciudad eran utilizados para reemplazarlos a ellos en algunos trabajos por salarios menores, se enloquecieron. Negros y funcionarios de la ciudad fueron linchados por centenares, a la par que se destruyeron propiedades por valor de millones de dólares. Fue necesario llevar contingentes armados, sacados de los campos de batalla, para restaurar el orden.

En cuanto a Gran Bretaña, indirectamente aún estaba ayudando a la Confederación. En la primavera de 1863 los astilleros británicos estaban trabajando en dos barcos de vapor acorazados, cada uno con un ariete perforador en la proa; estos super-Merrimacks, en manos de los marinos de la Confederación, muy probablemente podían romper el bloqueo de la Unión, que ahora era fuerte y ceñido.

La Confederación también podía contar con la ayuda de Francia. El 7 de junio de 1863, un mes después de la batalla de Chancellorsville, un ejército francés ocupó Ciudad de México. Napoleón III no tenía esperanzas de conservar México si la Unión ganaba, de modo que seguramente usaría México como base desde la cual mantener a la Confederación bien aprovisionada de alimentos y municiones.

Quizá pensando en todo esto, Lee empezó a mover su ejército, primero al Oeste y luego al Norte, mientras Hooker aún esperaba en el río Rappahannock. El ejército confederado —más hambriento que nunca y esperando, al menos, obtener alimentos y ropa— se dirigió al Norte, hasta el valle del Shenandoah.

Jeb Stuart, el gran jefe de caballería del ejército confederado, mantuvo a sus hombres en el flanco derecho del ejército, ocultando sus movimientos de Hooker y alerta a posibles contraataques de las fuerzas de la Unión.

Durante los dos primeros años de la guerra, la caballería confederada había sido muy superior a la caballería de la Unión, de modo que en las grandes batallas habían sido siempre los confederados quienes veían claramente, mientras siempre las fuerzas de la Unión luchaban a ciegas, factor importante de las victorias confederadas.

Pero la caballería de la Unión fue mejorando gradualmente, y en esta ocasión un gran contingente de jinetes de la Unión, al mando de John Buford (nacido en Woodford County, Kentucky, el 4 de marzo de 1826), se enfrentó a Stuart el 9 de junio en Brandy Station, a unos cincuenta kilómetros al oeste de Fredericksburg. Allí se libró la mayor batalla de caballería en la historia de los continentes americanos, con diez mil hombres de cada lado. Stuart finalmente llevó la mejor parte, pero sólo después de haber sido rudamente golpeado por Buford, quien mostró una sorprendente agresividad.

Esta batalla tuvo dos consecuencias. En primer término, el ejército de la Unión tomó conocimiento, por primera vez, del movimiento hacia el Norte de Lee. En segundo lugar, Stuart se sentía herido en su amor propio por haber estado a punto de ser derrotado, de modo que decidió hacer algo para convencerse a sí mismo de que aún era el mejor jefe de caballería del mundo: se llevó sus hombres para hacer una vasta incursión alrededor de todo el ejército de la Unión. Fue un espectáculo lúcido, pero el resultado fue que, en un punto crucial de la marcha de Lee hacia el Norte, no tuvo el beneficio de la actividad de reconocimiento de la caballería. El amor propio de Stuart contribuyó a arruinar a la Confederación.

Hooker, quien aún estaba al mando del Ejército del Potomac, quería atacar a Richmond mientras Lee estaba lejos, en el Norte, pero Lincoln sabía que una victoria confederada en territorio de la Unión podía poner fin a la guerra, y que tener un ejército de la Unión inmovilizado en Richmond no cambiaría este hecho. Por ello ordenó a Hooker que siguiera al ejército de Lee y considerase que su objetivo era este ejército, no Richmond.

Lee y su ejército hicieron algo más que penetrar meramente en Maryland como habían hecho el año anterior. Hasta entonces, las invasiones de territorios de la Unión se habían limitado a los Estados esclavistas fronterizos de Missouri, Kentucky y Maryland. Ahora, por primera vez, a fines de junio de 1863, un ejército confederado pisó el suelo de un Estado libre. Lee entró en Pensilvania.

Sin que Lee lo supiera, Hooker ahora lo seguía tan rápidamente como se atrevía. Sin Jeb Stuart, Lee estaba a ciegas, y cuando descubrió que lo seguían, sus comunicaciones estaban amenazadas y su libertad de maniobra había desaparecido.

Pero a Hooker no le encantaba, precisamente, la idea de enfrentarse con Lee nuevamente. El 28 de junio envió su renuncia, que fue aceptada inmediatamente (aunque siguió combatiendo dignamente en puestos subordinados). En su lugar fue nombrado George Gordon Meade (nacido en Cádiz, España, de padres americanos, el 31 de diciembre de 1815), igualmente reacio.

Meade había combatido en todas las batallas de Virginia, había sido herido durante la Campaña Peninsular y había tratado de que Hooker atacase cuando éste retrocedió en Chancellorsville.

Meade siguió a Lee a Pensilvania, con la intención de mantener su ejército entre los confederados y Washington. Hizo lo posible por ser cauto, tratando de imaginarse lo que Lee planeaba hacer. Lee, sin Stuart, no sabía exactamente dónde estaba Meade y, por ende, no estaba seguro de lo que planeaba hacer. Cada ejército esperaba y trataba de conjeturar lo que haría el otro y también de impedir ser sorprendido.

El ejército de Lee pareció centrarse alrededor de Cashtown, a unos diecinueve kilómetros al norte de la línea Mason-Dixon y a unos ochenta y ocho kilómetros al noroeste de Baltimore. Meade envió la caballería de la Unión al mando de Buford para ver qué ocurría. La caballería pasó con estrépito por Gettysburg, a nueve kilómetros al sudeste de Cashtown. Sucedió que una brigada confederada, formada en su mayoría por hombres descalzos, había oído que había muchos zapatos almacenados en Gettysburg y se había dirigido allí para adueñarse de ellos.

Se encontraron con la caballería de Buford el 30 de junio. Buford, percatándose de la fuerte posición de Gettysburg, atacó a la brigada. Pero la lucha resultó ser una vorágine que absorbía cada vez más soldados de ambos bandos. Durante los tres días siguientes se libró la batalla de Gettysburg, la mayor batalla de la Guerra Civil, la mayor batalla que se libró nunca en los continentes americanos, y una batalla que ninguna de las partes había planeado.

Ambos ejércitos estaban dispersos, y la cuestión era cuál podía concentrarse primero. Al final del primer día de lucha, los confederados llevaban ventaja (el mismo Meade no llegó al campo de batalla hasta el segundo día), pero Lee combatía a ciegas. No sabía dónde estaban concentradas las fuerzas de la Unión, y no osaba arriesgarse demasiado antes de que Longstreet llegara.

En cuanto a las fuerzas de la Unión, reconocieron la importancia de las alturas del sur de Gettysburg y las ocuparon durante las primeras horas de la tarde del 1 de julio. (Si Lee hubiese planeado la lucha en ese lugar, ciertamente habría ocupado las alturas, pero no lo había hecho y esto fue decisivo.)

El 2 de julio, el segundo día de la batalla, el ejército confederado halló que su única opción era atacar las fuertes posiciones de la Unión en las alturas. Longstreet se opuso a ello —quería permanecer a la defensiva—, pero el ejército de la Unión no cooperaría. Podía esperar más tiempo que los hambrientos confederados, y procedió a hacerlo. A mediados de la tarde, los confederados atacaron desesperadamente. El combate prosiguió durante horas, pero las defensas de la Unión resistieron, y ambos ejércitos suspendieron la lucha al caer la noche.

Ambas partes habían sufrido mucho daño, y Meade no estaba seguro de si debía retirarse o no. Esa noche se celebró un consejo de guerra y Meade decidió quedarse. En cuanto a Lee, tenía que hacer un último esfuerzo. Longstreet se opuso nuevamente, pero prevaleció el parecer de Lee.

Tropas frescas llegaron al ejército confederado, al mando de George Edward Pickett (nacido en Richmond, Virginia, el 25 de enero de 1825); Lee planeó usar estas tropas en una carga que, esperaba, rompería las líneas de la Unión y obligaría al enemigo a efectuar una retirada desordenada que contagiaría al resto del campo de batalla y dejaría a los confederados en poder del terreno y de la victoria táctica. Aunque la lucha que siguió es llamada «la Carga de Pickett», en realidad se efectuó bajo el mando de Longstreet.

A las tres de la tarde del 3 de julio, quince mil soldados confederados avanzaron a través de cuatrocientos metros de campo abierto hacia las tropas de la Unión atrincheradas en las alturas. Como preparación, la artillería confederada había disparado durante dos horas, pero sus balas pasaron por encima de las cabezas de los artilleros de la Unión, que ahora se prepararon para vengarse de Fredericksburg.

La artillería de la Unión, intacta y silenciosa, esperó a que la carga de los confederados los pusiese a una distancia conveniente, y luego los cañones empezaron a disparar incesantemente. La carga confederada sencillamente se esfumó. Unos pocos hombres llegaron a las alturas donde el ejército de la Unión esperaba, sólo para morir allí. No sobrevivieron más que un número insignificante de ellos.

La «Carga de Pickett» a veces es llamada «el apogeo de la Confederación», como si fuese un intento de alcanzar la victoria que fracasó por muy poco. En realidad, la carga no tenía ninguna posibilidad de éxito.

Una vez terminada, Lee tuvo que retirarse, después de sufrir una clara derrota. De nuevo permaneció en el campo de batalla hasta el día siguiente, como para demostrar que no había sido vencido, pero luego se marchó cansadamente al Sur con lo que quedaba de su ejército. Había tenido veinticinco mil bajas, de su ejército de setenta y cinco mil hombres.

Al llegar al Potomac, lo encontró muy crecido por las lluvias e imposible de pasar. Esto habría sido el colmo para el ejército de Lee, si Meade lo hubiera perseguido y atacado nuevamente, y Lincoln le ordenó desesperadamente que lo hiciera. Pero el ejército de la Unión también había sido duramente golpeado con veintitrés mil bajas de los ochenta mil hombres que habían combatido. Esto, sumado a las lluvias que caían y el terror que Lee inspiraba siempre a los generales de la Unión, hizo que Meade pensase sencillamente que no podía desplazarse con suficiente velocidad.

Lee escapó a Virginia para volver a combatir algún día y, el 1 de agosto, los dos ejércitos estaban nuevamente en las posiciones que habían ocupado en los dos años anteriores. Lincoln se lamentó de la oportunidad perdida, pero no destituyó a Meade. No podía quitar el mando a un general que acababa de derrotar a Lee.

El 4 de julio de 1863, mientras el ejército de Lee se hallaba desesperadamente herido y en retirada, llegó la noticia de que, después de un incesante bombardeo de seis semanas por el resuelto Grant, Vicksburg, con su guarnición de treinta mil hombres, se había rendido. Cinco días más tarde, Port Hudson, a 210 kilómetros al sur de Vicksburg, también se rindió y todo el Mississippi estuvo en manos de la Unión. (Lincoln decía en una carta escrita poco después: «El Padre de las Aguas nuevamente va sin ser molestado hasta el mar».)

Ese mes de julio de 1863 marcó un claro viraje, y aunque los motines por el reclutamiento en Nueva York empañaron un poco el triunfo, todo el mundo comprendió que lo era.

Aún se construían en Gran Bretaña los arietes acorazados, pero la Unión estaba construyendo a gran velocidad barcos que podían servir como buques corsarios; Adams pudo ahora decir fríamente al gobierno británico que, si se permitía que los barcos con arietes navegasen como barcos confederados, ello significaría la guerra. Después de Gettysburg, Gran Bretaña optó por no arriesgarse a una guerra y destinó los barcos a la armada británica. También Francia dejó de enviar barcos con suministros a la Confederación; y con el Mississippi en manos de la Unión, no había ninguna probabilidad de que el ejército de Lee recibiera suministros de México.