10. La furia en ascenso

Guerreros a disgusto

La moderación, la paciencia y la sensatez de Lincoln en modo alguno fueron contemplados favorablemente por todos. El hecho de que los Estados secesionistas hubiesen resistido durante todo el año y hubiesen infligido una importante derrota a las fuerzas de la Unión era exasperante, naturalmente. Un grupo de «republicanos radicales» conducido por el congresista Thaddeus Stevens, de Pensilvania (nacido en Danville, Vermont, el 4 de abril de 1792), empezó a exigir una acción militar más enérgica, la emancipación inmediata de los esclavos y medidas duras contra los territorios reconquistados.

Lincoln sabía bien que era inútil exigir una acción militar más enérgica mientras no hubiese un ejército suficientemente poderoso para llevarla a cabo. Además, se resistía a emancipar a los esclavos por temor de que ello provocase nuevas divisiones, se enajenase a los demócratas y obstaculizase la posibilidad de reconciliación con la Confederación. La tarea de Lincoln, tal como él la consideraba, era mantener la Unión. Si la emancipación de los esclavos contribuía a tal fin, los emanciparía, pero en caso contrario no.

Los republicanos radicales se fortalecieron cuando, el día 21 de octubre de 1861, un destacamento de la Unión fue batido en Ball’s Bluff, sobre el río Potomac, a unos cincuenta y cinco kilómetros aguas arriba de Washington. Fue un pequeño encuentro sin importancia, pero, por haberse producido cerca de Washington, Constituía otra humillación y había que buscar algún chivo expiatorio.

El chivo expiatorio fue Scott. Era viejo y estaba enfermo; además, había nacido en Virginia, y esto sólo bastaba para hacerlo sospechoso para los radicales. El 1 de noviembre de 1861 Scott fue retirado y nombrado superintendente de West Point[35], y McClellan se convirtió en el general en jefe de los ejércitos de la Unión.

Los republicanos radicales luego lograron que el Congreso crease una Comisión Conjunta para la Conducción de la Guerra el 20 de diciembre. Dominada por los radicales, esta comisión atormentó a Lincoln durante toda la guerra con demandas de acción enérgica (y, comúnmente, poco juiciosas).

Sin embarco, logró algo de valor. Puso de manifiesto la corrupción que rodeaba a Simón Cameron (nacido en Donegal, Pensilvania, el 8 de marzo de 1789), el secretario de Guerra. Cameron era un comerciante convertido en político; llegó a ser un jefe de partido de éxito, que controlaba votos, vendía favores y consiguió con artimañas entrar en el Senado en 1845. Trató de ser elegido candidato en 1860 y, al fracasar, dio su apoyo a Lincoln a cambio de la promesa de recibir un puesto en el gabinete.

Cuando las investigaciones mostraron que Cameron estaba convirtiendo el Departamento de Guerra en un sucio centro de soborno, Lincoln se alegró de sacárselo de encima. Pero evitó enfadar demasiado a los aliados políticos de Cameron nombrándolo embajador en Rusia. (Al oír esta noticia, un congresista comentó que el zar de Rusia haría bien en vigilar sus pertenencias cuando Cameron llegase allí.)

Lincoln pensó en Edwin McMasters Stanton (nacido en Steubenville, Ohio, el 19 de diciembre de 1814) para reemplazar a Cameron. Stanton, que era demócrata, había votado por Breckenridge en 1860, porque despreciaba a Lincoln y pensaba que una victoria republicana dividiría a la Unión. Pero una vez producida la división, apoyó a la Unión con todas sus fuerzas. Se incorporó al gabinete de Buchanan como secretario de Justicia el mismo día en que Carolina del Sur se separó, y fue un elemento fuerte en ese gobierno penosamente débil.

Lincoln deseaba la incorporación de Stanton en el gabinete, en parte, porque era un «demócrata de la guerra», es decir, un demócrata que estaba dispuesto a cooperar con los republicanos para llevar la guerra adelante. En verdad, Lincoln, con la esperanza de reducir a los «demócratas de la paz» a una minoría impotente y poner la guerra por encima de la política partidista, estaba organizando un «Partido de la Unión» que incluyera a republicanos y demócratas de la guerra.

Stanton aceptó el cargo, el 11 de enero de 1862 después de cierta vacilación; fue rápidamente confirmado por el Senado y se puso a trabajar. Antes de asumir esta tarea había sido una persona severa y vituperadora, que expresaba su disgusto por Lincoln abiertamente y de la más amarga manera. Una vez en el gabinete no cambió, sino que siguió siendo absolutamente antipático y fue rotundamente odiado por casi todos los que tuvieron algo que ver con él. Pero era incorruptiblemente honesto, lleno de una arrolladora energía, un administrador de primera categoría y, muy probablemente, el mejor secretario de Guerra de la historia americana. Lincoln lo soportó por sus virtudes[36].

A medida que los meses pasaban, el ejército de McClellan estaba empezando a relucir y a convertirse en un instrumento utilizable. Desgraciadamente, McClellan no tenía idea de cómo utilizarlo. Le gustaba contemplar cómo relucía y no podía tolerar nada que lo ensuciase.

McClellan, en ese momento y posteriormente, excusaba su inacción alegando invariablemente que los ejércitos confederados eran mucho más fuertes que el suyo. En esto tenía la ayuda de Pinkerton, el detective privado, cuya organización hacía las veces de servicio de inteligencia, y que persistentemente sobrestimaba el número de soldados, los suministros y la rapidez de los confederados, a veces hasta lo grotesco. Al reforzar las inseguridades de McClellan, Pinkerton hizo un daño indecible a la causa de la Unión.

Lincoln, consciente de que era necesaria alguna acción —casi cualquier acción—, trató de mover a McClellan. No sólo McClellan se negó a moverse, sino que se hizo amigo de políticos demócratas e hizo saber que estaba contra la emancipación de los esclavos. Estaba empezando a considerarse como una fuerza política, y a los radicales les pareció un simpatizante de los confederados.

La situación era exactamente la inversa, e igualmente mala para Lincoln, en el Oeste, donde Frémont estaba al frente de Missouri. Era el mismo Frémont que se había insubordinado en California en 1845 y se había presentado, sin éxito, como candidato por los republicanos en 1856.

Frémont fue el beneficiario de la triunfal campaña de Lyon en Missouri, pero carecía de la capacidad de ampliar los logros de Lyon. En cambio, se empeñó en otra clase de campaña política cuando, el 30 de agosto de 1861, liberó a todos los esclavos del territorio que gobernaba. Lincoln no estaba dispuesto a adoptar una medida emancipatoria y ordenó a Frémont que anulase sus disposiciones. Cuando Frémont se negó, fue destituido, el 2 de noviembre, medida que encolerizó a los republicanos radicales.

Para reemplazar a Frémont, Lincoln eligió a Henry Wager Halleck (nacido en Westernville, Nueva York, el 16 de enero de 1815), un teórico de la guerra cuyo libro de texto sobre la ciencia militar fue muy usado en el ejército de la Unión durante la Guerra Civil. Pero Halleck no era muy bueno para aplicar la teoría a la práctica. Todo lo que realizó se debió a la energía de los oficiales bajo su mando, quienes de vez en cuando lograban librarse de su paralizante incertidumbre.

Con Halleck, en Ohio, estaba don Carlos Buell (nacido cerca de Marietta, en Ohio, el 23 de marzo de 1818), un amigo de McClellan que, como éste, era formidable organizando y entrenando ejércitos, pero a quien era casi imposible obligarlo a combatir.

Esto era lamentable porque los montañeses del este de Tennessee eran tan enérgicamente partidarios de la Unión como los montañeses de Virginia Occidental. Los hombres de Tennessee trataron de formar un gobierno adepto de la Unión, pero, al no recibir ningún apoyo de Buell, el movimiento fracasó.

Frente a Halleck y Buell estaba el general confederado Albert Sidney Johnston[37] (nacido en Washington, Kentucky, el 2 de febrero de 1803). Johnston había tomado parte en la Guerra de la Independencia de Texas y hasta había sido, por poco tiempo, secretario de Guerra de Texas. Cuando se produjo la crisis de la secesión, Johnston estaba en el Lejano Oeste (donde había dirigido una expedición contra los mormones). Volvió al Este y se incorporó al ejército confederado.

Bajo el mando de Buell estaba George Henry Thomas (nacido en Southampton County, Virginia, el 31 de julio de 1816), uno de los pocos generales virginianos que decidió permanecer con la Unión. A causa del lugar de su nacimiento, nunca se confió completamente en Thomas y nunca recibió su justo reconocimiento como uno de los oficiales más capaces y leales del ejército de la Unión.

En enero de 1862, pues, Thomas, que por entonces prestaba servicio en Lebanon, Kentucky, a unos ochenta kilómetros al sudeste de Louisville, recibió la orden de avanzar hacia el río Cumberland, a ochenta kilómetros más al sur, para hacer frente a las fuerzas confederadas que se encontraban allí. Con cinco mil hombres, avanzó bajo una lluvia invernal que mató o enfermó a mil de sus hombres antes de llegar a su objetivo.

Thomas acampó a una veintena de kilómetros de donde estaban los confederados, en Mill Springs, a orillas del río Cumberland. Los confederados estaban bajo el mando de George Bibb Crittenden (nacido en Russellville, Kentucky, el 20 de marzo de 1812), el hijo mayor del senador de Kentucky que había tratado de arreglar un compromiso cuando empezó la crisis de la secesión[38].

Crittenden trató de avanzar hacia el Norte en la noche del 19 de enero de 1862, planeando sorprender mientras dormían a las fuerzas de Thomas. Desgraciadamente para él, llovía más intensamente que nunca y no pudo conducir a la totalidad de su ejército al campamento de la Unión en orden de batalla. Mientras Crittenden intentaba reunir a sus hombres, Thomas tuvo tiempo de preparar y organizar a los suyos. Después de ceder un poco de terreno por la mañana, Thomas lanzó un vigoroso y bien organizado contraataque, y los confederados rompieron filas.

Hubo solamente cuatro mil hombres en cada bando en esta batalla de Mill Springs, pero fue la primera victoria decisiva de la Unión. Más aún, sirvió para poner firmemente a Kentucky en manos de la Unión.

Rendición incondicional

Mientras tanto, Halleck se enfrentaba con dos fuertes confederados: Fort Henry, sobre el río Tennessee, y Fort Donelson, sobre el río Cumberland. Ambos estaban cerca de los límites septentrionales de Tennessee y podían haber sido construidos más al norte, en mejores posiciones, sólo que esto los hubiera situado en Kentucky, que había logrado permanecer neutral durante unos pocos meses. Los dos fuertes estaban a diecisiete kilómetros de distancia.

Grant quería emprender alguna acción contra esos dos fuertes, pero tuvo que insistir mucho antes de que el eternamente cauteloso Halleck se lo permitiese.

De los dos fuertes, Fort Henry era el más fácil de tomar; estaba construido sobre terreno bajo y era muy vulnerable al fuego de los botes cañoneros desde el río. Grant llevó mil setecientos hombres al río Tennessee, el 2 de febrero de 1862, acompañado por una flotilla de siete cañoneros bajo el mando del comodoro Andrew Hull Foote (nacido en New Haven, Connecticut, el 12 de septiembre de 1806).

Los cañoneros solos hicieron la tarea. El comandante confederado de Fort Henry vio que la resistencia era inútil. Envió todos los hombres que pudo a Fort Donelson, el 6 de febrero, y rindió a los que quedaron.

Grant inmediatamente envió a sus hombres por tierra a Fort Donelson, pero éste era harina de otro costal. Estaba en terreno elevado y podía defenderse bien; y la Confederación, apreciando su importancia, había enviado rápidamente grandes refuerzos, el número de sus defensores a quince mil. Para empeorar las cosas, cuando Foote llevó sus cañoneros aguas abajo del Tennessee y luego aguas arriba del Cumberland, fueron bombardeados y él mismo gravemente herido. Grant tenía que someter el fuerte sin apoyo naval.

Grant, cuyas fuerzas ascendían ahora a veinticinco mil hombres, no retrocedió. A diferencia de McClellan, Hallecky Buell, era capaz de evitar detenerse ante la posibilidad de una derrota.

A cargo nominal de Fort Donelson estaba John Buchanan Floyd (nacido en Smithfield, Virginia, el 1 de junio de 1806), quien había llevado los refuerzos una semana antes. Como secretario de Guerra de Buchanan, Floyd había hecho lo posible por impedir toda acción enérgica contra la secesión, y lueso se había unido a los secesionistas. No era un militar y dependía mucho de su subordinado Gideon Johnson Pillow (nacido en Williamson County, Tennessee, el 8 de junio de 1806).

Grant formó sus líneas alrededor de Fort Donelson, y cuando los confederados hicieron una salida, el 15 de febrero, logró contenerlos después de una dura lucha, gracias en parte a la timorata y prematura retirada de Floyd cuando el combate estaba aún indeciso.

El combate del día fue suficiente para Floyd, quien temía ser acusado de traición si era capturado (pues sus actividades como secretario de Guerra habían sido sumamente discutibles). Se dispuso a marcharse, dejando la defensa del fuerte a Pillow, quien no quiso saber nada de eso y prefirió marcharse también. Ambos, con un pequeño número de hombres, huyeron esa noche en busca de la seguridad (y para vergüenza de la Confederación) en dos cañoneros. Quedó al mando Simón Bolívar Buckner (nacido cerca de Munfordville, Kentucky, el 1 de abril de 1823).

Desmoralizada la guarnición confederada por la deserción y en conocimiento de que Grant había recibido refuerzos, Buckner tuvo que considerar la posibilidad de rendirse. Un capaz soldado del fuerte era Nathan Bedford Forrest (nacido cerca de Chapel Hill, Tennessee, el 13 de julio de 1821), comerciante de esclavos y autodidacta jefe de caballería de genio. Se opuso a la rendición y, con el permiso de Buckner, condujo a sus hombres fuera del fuerte a fin de salvarlos para que pudiesen volver a luchar. Sólo después de que escaparon y se pusieron a salvo Buckner preguntó por los términos de la rendición.

Grant respondió que no los había. Quería la «rendición incondicional e inmediata», o en caso contrario prometió un ataque inmediato. Buckner no tuvo más opción que quejarse de la actitud poco caballeresca de Grant y luego capitular incondicionalmente[39]. El 16 de febrero de 1822 Fort Donelson fue tomado, con once mil hombres y gran cantidad de materiales. Fue la mayor cantidad de prisioneros que un ejército americano había tomado hasta entonces, y muchos de ellos podían haberse puesto a salvo si hubiesen podido disponer de los dos cañoneros que se habían llevado Floyd y Pillow.

El resultado de la pérdida de los fuertes fue obligar a Johnston a retirarse de gran parte de Tennessee, y Grant pudo tomar Nashville, la capital del Estado, el 25 de febrero.

El efecto psicológico sobre la Unión fue grande. Fue una espectacular victoria para un ejército que hasta entonces se había destacado poco; y había tenido como resultado la recuperación de buena parte de uno de los Estados separados. La gente se puso eufórica, y la coincidencia de que las iniciales de los nombres de Grant, Ulysses Simpson, fuesen también las de Unconditional Surrender (rendición incondicional) y de Uncle Sam (Tío Sam), pareció aumentar su deleite.

Pero Grant no era ningún ídolo para su superior, Halleck. Éste era un hombre mezquino, y en esta victoria de la nación a la que servía, sólo vio una amenaza a su posición. No quería que ningún subordinado ganase la fama que pudiera oscurecer su propia reputación, y empezó a difundir rumores sobre la inclinación de Grant a la bebida y trató de eliminarlo del mando.

Pero Lincoln frustró el intento. Necesitaba un general que no tuviese miedo de luchar, y lo necesitaba demasiado para permitir el alejamiento de un hombre que acababa de demostrar su capacidad a este respecto. Así, ascendió a Grant a general de división.

Acoso en el Mississippi

Lo más lógico que podían hacer los ejércitos de la Unión después de tomar Nashville era seguir a Johnston, en retirada, y aplastarlo. Johnston estaba concentrando sus fuerzas en Corinth, en el extremo nororiental de Mississippi, inmediatamente al sur de la frontera de Tennessee.

Grant quería marchar aguas arriba a lo largo del río Tennessee y atacar a Johnston sin dilación, antes de que hubiese preparado su defensa.

Pero Halleck, en su momento de mayor estupidez, logró impedirlo. Estaba preocupado por fuerzas confederadas que había en el Mississippi, temiendo que fuesen suficientemente fuertes para lanzar un ataque contra el flanco izquierdo de cualquier fuerza de la Unión que se desplazase hacia el Sur. Por ello, destacó una parte del ejército de la Unión y la envió al Oeste, al mando de John Pope (nacido en Louisville, Kentucky, el 16 de marzo de 1822), a atacar esas posiciones.

Pope puso sitio a la Isla n° 10, una posición confederada en el río Mississippi, sobre la frontera entre Kentucky y Tennessee. Con ayuda de los cañoneros de Foote, tomó la isla el 7 de abril; cinco mil soldados confederados se rindieron, con cantidades de suministros. Fue otra victoria muy aclamada por la población de la Unión. Por esta acción menor, que Pope difícilmente podía perder, ganó una reputación que (a diferencia de Grant) no merecía, como la Unión iba a aprender con pesar. Además, dio a Johnston tiempo para consolidarse en Corinth, mientras se quitaba a Grant los veinticinco mil hombres puestos al mando de Pope.

Grant avanzó río arriba hasta Pittsburg Landing, a unos veintiocho kilómetros al noreste de Corinth. Apostó a sus hombres al oeste del río, de un modo descuidado, y no se preocupó por fortificar la posición. Sólo pensaba en atacar y creyó que los confederados no harían más que cruzarse de brazos después de su retirada de Kentucky y Tennessee. Tampoco avanzó rápidamente, pues esperaba refuerzos de Buell, que se movía lentamente. Desdichadamente, instaló su cuartel general a dieciséis kilómetros detrás del campamento.

Grant subestimó el espíritu de los confederados. Johnston necesitaba urgentemente una victoria después de sus derrotas, y estaba seguro de poder atrapar por sorpresa al ejército de la Unión. El 3 de abril empezó a hacer avanzar a sus hombres por una región boscosa. Les llevó tres días de una dificultosa marcha antes de que los confederados llegasen a las cercanías de Pittsburg Landing, pero finalmente llegaron allí y acamparon a tres kilómetros de las fuerzas de la Unión, que nada sospechaban.

Era domingo, el 6 de abril, y un contingente considerable de fuerzas de la Unión bajo el mando de Sherman[40] descansaba en la vecindad de Shiloh Church. Fue allí donde cayó lo más recio del sorpresivo ataque confederado, lo que dio a la batalla su nombre más familiar, la batalla de Shiloh, aunque también se la llama la batalla de Pittsburg Landing. En esta segunda batalla importante de la guerra, cuarenta mil confederados atacaron a treinta y tres mil hombres de la Unión.

Ambos bandos luchaban con tropas novatas. Cuando los confederados chocaron con las tropas de Sherman alrededor de Shiloh, las fuerzas de la Unión se derrumbaron y muchas unidades huyeron presas de pánico. Pero la fuerza confederada atacante pronto fue desorganizada y no pudo maniobrar adecuadamente. Más aún, muchos de los hambrientos confederados se detuvieron para comer los alimentos que habían dejado las tropas de la Unión.

El mismo Grant había sido atacado completamente por sorpresa. Dos días antes se había lastimado al caer un caballo sobre él y se estaba recuperando. Ahora, cuando le llegaron noticias de la batalla, marchó aguas arriba en un barco de vapor. Fríamente y sin pánico (nunca era presa del pánico), examinó la situación y ajustó y movilizó sus fuerzas, tratando de mantener una razonable línea defensiva contra los fieros ataques confederados. Lentamente, las líneas de la Unión cedieron y al terminar el día habían sido rechazadas a cinco kilómetros de Shiloh Church, donde había comenzado la batalla.

Cuando el día llegó a su fin, signos superficiales parecían indicar una victoria confederada. Johnston fue herido y murió alrededor de las 2,30 de la madrugada, pero Beauregard, el vencedor de Fort Sumter y Bull Run, asumió el mando y envió un jubiloso mensaje de victoria a Richmond, al caer el día.

Sin embargo, Grant permaneció esa noche en el campo de batalla y planeaba reanudar el combate. Los confederados habían empleado todo su ejército y habían sufrido enormemente. También Grant había sufrido, pero esperaba refuerzos; Buell finalmente llegó antes de la mañana con tropas frescas que ascendían a veinticinco mil hombres.

Tan pronto como hubo luz, en la mañana del 7 de abril, el ejército de la Unión atacó, y ahora les tocó a los confederados el turno de ser sorprendidos y luego rechazados. El peso de una ventaja de casi dos a uno a favor de la Unión fue abrumador. Por la tarde, las tropas confederadas se retiraron a Corinth, y el ejército de la Unión las dejó marcharse. Estaba demasiado agotado para perseguirlas.

Fue una batalla espantosamente sangrienta, pues ambas partes perdieron un cuarto de sus fuerzas, entre muertos, heridos y desaparecidos. Con un total de 13.700 bajas de la Unión y 10.700 de los confederados, ambos grupos enfrentados de Estados empezaron a comprender lo que la guerra iba a significar en cuanto a sangre derramada.

En lo concerniente a la batalla en sí, Shiloh fue un empate. Ambos bandos conservaron sus posiciones anteriores. Pero estratégicamente fue una victoria de la Unión. El ejército confederado retornó a Corinth reducido a la mitad y con el deprimente conocimiento de que el ejército de la Unión, una vez que descansase, tendría fuerzas para proseguir.

Habría ocurrido de este modo si se hubiese permitido a Grant seguir dirigiendo la campaña. Pero Halleck acudió a hacerse cargo del mando, reduciendo a Grant al humillante papel del segundo jefe ignorado. Halleck avanzó poco a poco hacia Corinth, del modo más cauteloso posible. Le llevó todo un mes atravesar treinta kilómetros, y cuando finalmente llegó a Corinth, el 30 de mayo, el ejército confederado se había marchado, junto con la posibilidad de atraparlo y destruir lo que quedaba de él.

Halleck siguió intrigando para la eliminación de su demasiado agresivo subordinado, usando como pretexto el hecho indudable de que Grant fue atrapado dormitando en Shiloh. Sin duda, había salvado la situación con indomable coraje, pero a costa de enormes pérdidas, y se ganó la reputación de ser un carnicero (reputación que se afianzaría, por razones adicionales, antes de que terminase la guerra).

Pero Lincoln hacía oídos sordos a todos los pedidos de que Grant fuese eliminado del mando. Sabía que el gran error de Grant había sido el de concentrarse demasiado totalmente en la ofensiva y pensar poco en la posibilidad de la derrota. Después de medio año de McClellan, que sólo pensaba en la defensa y la derrota, cualquiera habría estado dispuesto a tolerar el género de errores que cometía Grant. Lincoln decía: «No puedo prescindir de este hombre: él lucha», y eso era todo.

Quizá el aspecto más importante de la ofensiva de Grant aguas abajo del Ohio, a través de Kentucky y Tennessee, a principios de la primavera de 1862, fue que debilitó la dominación confederada del río Mississippi. Obviamente, si las fuerzas de la Unión podían adueñarse del río Mississippi, la Confederación quedaría cortada por la mitad y se debilitaría mucho. Los ejércitos confederados del Este no podrían recibir refuerzos del Oeste (y a la inversa) ni los suministros extranjeros que eludiesen el bloqueo de la Unión por ser desembarcados en México. Sin embargo, era tal la desesperada concentración del gobierno confederado en el enfrentamiento a lo largo del eje Washington-Richmond que siempre tendió a descuidar el escenario occidental, para ventaja de la Unión.

Ocupando las fuerzas de la Unión una posición fuerte en el sector de Tennessee del río, parecía aconsejable lanzar otra campaña desde el Sur.

La armada de la Unión había estado extendiendo afanosamente su control de la línea costera de la Confederación. Ben Butler había ganado una inmerecida reputación en el proceso, y lo mismo Ambrose Everett Burnside (nacido en Liberty, Indiana, el 23 de mayo de 1824), quien condujo a doce mil hombres a la captura de partes de la línea costera de Carolina del Norte.

Pero ya era tiempo de pasar más allá de la costa atlántica de la Confederación para entrar en el golfo de México. Allí, los barcos podían llegar a la desembocadura del Mississippi y lanzar una campaña hacia Nueva Orleans, la gran metrópoli del Oeste confederado.

Al mando de los barcos destinados a esta tarea se hallaba David Glasgow Farragut (nacido en Campbell’s Station, Tennessee, el 5 de julio de 1801), quien se había lanzado al mar a los nueve años y, en la preadolescencia, había combatido en la Guerra de 1812. Era otro natural de un Estado secesionista que, como George Thomas, había optado por la Unión.

Las instrucciones de Washington eran que Farragut, primero, bombardease y redujese los fuertes ribereños situados aguas abajo de Nueva Orleans; sólo entonces podía aventurarse a marchar contra la ciudad misma. Farragut, después de bombardear los fuertes durante una semana, decidió que el procedimiento era inútil y concibió el plan más audaz de pasar frente a los fuertes de noche.

Ese plan tuvo éxito. El 24 de abril de 1862 estaba más allá de los fuertes y en las afueras de la ahora desprotegida ciudad. La ciudad y los fuertes cayeron sin dificultad, y la Unión ahora dominó el río al Norte y al Sur.

Empezó la presión interna desde ambos extremos, y el río Mississippi comenzó a ser atenazado. Las dos mitades de la Confederación, la oriental y la occidental, en el verano de 1862, sólo estaban conectadas por una pequeña extensión del río Mississippi.

Barcos de hierro

La fortalecida armada de la Unión, en la primavera de 1862, estaba empezando lentamente a sofocar a la Confederación, haciendo cada vez más difícil que los suministros llegasen hasta ella y desalentando toda ayuda formal por parte de potencias europeas que simpatizasen con ella. Sin embargo, en la primavera de 1862 el bloqueo naval de la Unión también estuvo a punto de derrumbarse.

Ocurrió del siguiente modo.

Durante toda la historia, el material natural para construir barcos había sido la madera. A medida que los cañones navales mejoraron, la madera se hizo cada vez más ineficaz como protección y los barcos de guerra se hicieron cada vez más frágiles. Una solución obvia era recubrir los lados de madera con placas de hierro, como los guerreros de antaño.

Durante la Guerra de Crimea, librada por Gran Bretaña y Francia (como aliadas) contra Rusia, de 1854 a 1856, las naciones aliadas pusieron a flote algunos cañones sobre estructuras fijas frente a la costa. Sobre estas estructuras colocaron placas de hierro como protección contra el enemigo. Después de la guerra, los franceses construyeron un barco «acorazado» en 1859, y los británicos en 1861.

Estados Unidos también se interesó por los acorazados, y algunos de los cañoneros de Foote en Fort Henry y en la Isla n° 10 lo eran. Cuando empezó la Guerra Civil, el gobierno pidió diseños de acorazados que fuesen algo más que barcos de madera blindados.

John Ericsson (nacido en Langbanshyttan, Suecia, el 31 de julio de 1803, y que llegó a Estados Unidos en 1839) presentó un proyecto en agosto de 1861 de un pequeño barco blindado, de muy escasa altura sobre el agua, con una torreta circular giratoria sobre la que se montaban dos cañones de once pulgadas[41]. Los oficiales navales quedaron mudos ante la extraña sugerencia, pero Lincoln insistió en que se ensayara, y los planes fueron aceptados por la Armada cuatro horas después de ser presentados oficialmente.

El barco, al que Ericsson llamó Monitor, fue construido a loca velocidad en cien días y estuvo listo en marzo de 1862. Flotaba con dificultad y, cuando estaba en movimiento, todo lo que se veía de él era la torreta circular y una cubierta llana que apenas se elevaba por encima de la línea de flotación. Parecía una caja de queso sobre una balsa, observó alguien.

El Monitor abandonó Nueva York el 6 de marzo de 1862, muy a tiempo, pues la Confederación también conocía el valor de los acorazados.

El punto más vulnerable de la costa de la Confederación era el río James, a cuyas orillas estaba Richmond, a ciento veinte kilómetros tierra adentro. Si el ejército de la Unión decidía atacar por mar (y algún día podía hacerlo, si Lincoln lograba convencer a McClellan de que había una guerra en alguna parte), seguiría la ruta del río James.

La Confederación estaba mal equipada para construir barcos para la defensa, pero ya tenía barcos. Cuando fuerzas de la Unión abandonaron Norfolk Navy Yard, a unos kilómetros de Hampton Roads (el canal de la desembocadura del río James), en la época de la secesión de Virginia, el buque de guerra Merrimack, que a la sazón estaba en el puerto, fue incendiado y barrenado para impedir que cayera en manos de los confederados. Aunque el barco se hallaba ahora en el fondo del puerto, estaba al alcance de la Confederación.

Durante el invierno, el Merrimack había sido reflotado y rebautizado con el nombre de Virginia (aunque lo llamaremos siempre Merrimack en el relato que sigue). El barco fue luego acorazado con piezas de hierro de cuatro pulgadas de espesor (incluso una parte de hierro al sesgo para reemplazar la superestructura incendiada) y provisto de diez cañones y un espolón de arrabio bajo la línea de flotación. Todo esto fue hecho torpemente. Una vez acorazado, el barco apenas podía moverse; pero cuando pudo hacerlo, fue un artefacto formidable.

El 8 de marzo, finalmente, el Merrimack salió de Norfolk, resoplando, a su máxima velocidad, cinco millas por hora, y remontó el James hacia donde estaban tres barcos de la Unión, muy poderosos para ser barcos de madera, reforzando el bloqueo. Se prepararon para defenderse, pero no había manera de que pudiesen hacerlo. Todas las balas de cañón que lanzaron hacia el Merrimack sencillamente rebotaron. El Merrimack se aproximó constantemente, lanzó cañonazos sobre los barcos de la Unión y clavó el espolón en uno de ellos, rompiéndose el espolón en el proceso. Dos barcos de la Unión fueron destruidos ese día, y el tercero al día siguiente; el río James quedó libre.

Las noticias del suceso hicieron vibrar a la Confederación, que acababa de recibir las deprimentes nuevas de la pérdida de Nashville y de la mitad de Tennessee. La Unión, por otro lado, quedó presa de pánico. El secretario de Guerra, Stanton, ya tenía visiones en las que el Merrimack se dirigía al Norte para bombardear Washington y destruir los grandes puertos de la Unión. En verdad, parecía que el bloqueo había sido roto y que la Confederación podría ahora comerciar con Europa y obtener la ayuda que impidiera su derrota.

Todo el mundo, al parecer, se había olvidado de que el Monitor estaba en marcha. El 9 de marzo, sólo un día después del triunfo del Merrimack, el Monitor llegó en un momento tan oportuno que uno no osaría ponerlo en una obra de ficción. Por primera vez en la historia, dos barcos acorazados se enfrentaron en la batalla de Hampton Roads, y el mundo nunca volvió a ser el mismo, pues desde ese día terminó la era de los barcos de madera. Todas las armadas importantes del mundo empezaron a construir solamente acorazados.

Si no fuese por los problemas involucrados, la batalla podría ser considerada como algo cómico. Durante casi cinco horas, desde las 8 de la mañana hasta después de mediodía, los dos barcos, moviéndose y maniobrando con la mayor dificultad, se dispararon mutuamente sin que ninguno lograse una clara ventaja. Eran como dos dinosaurios avanzando dificultosamente por una ciénaga, cada uno embotándose los dientes en la armadura del otro.

Terminó en un empate, naturalmente, cuando ambos barcos se retiraron, por último, pero un empate era una victoria de la Unión. Si Merrimack fue neutralizado; sus esfuerzos de esos dos días le habían causado una vía de agua y tuvo que ser llevado a dique seco, de donde nunca salió nuevamente.

El bloqueo de la Unión se salvó, y el río James permaneció abierto para la armada de la Unión a la espera del momento en que se ordenase una ofensiva contra Richmond. La Unión empezó a construir nuevos y mejores acorazados como el Monitor, mientras la Confederación, a este respecto, no podía hacer nada.

McClellan fracasa

Durante los primeros meses de 1862, Lincoln movió cielo y tierra para lograr que McClellan se moviese. Las victorias en el Oeste estaban muy bien y Lincoln se congratulaba de ellas, pero Washington era una ciudad fronteriza con un ejército enemigo a sólo cincuenta kilómetros de distancia, y quería que este ejército fuese derrotado. Si este ejército era aplastado y si Richmond, la capital enemiga, podía ser tomada rápida y brillantemente, los Estados Confederados tal vez se derrumbasen. Por lo menos, no habría temor de que la Confederación, vencida, recibiese ayuda extranjera.

Lo que Lincoln deseaba, pues, era que McClellan usase su fuerza, ahora adecuadamente entrenada y muy superior al enemigo en número, como un ariete que irrumpiese en Virginia, aplastase la oposición y tomase Richmond.

Desgraciadamente, McClellan siempre contemplaba al enemigo con una lente de aumento y pensaba que era vastamente superior en número, aunque lo inverso era la verdad. Siempre lo abrumaba el pensamiento de la derrota y nunca estaba dispuesto a combatir. (Tan notoria era la tendencia de McClellan al miedo que Joseph Johnston, cuyo ejército estaba en Bull Run, apostó cañones ficticios confiado en que McClellan vería dos cañones reales por cada cañón falso de madera.)

Finalmente, el 11 de marzo de 1862, Lincoln despojó a McClellan de todos los mandos excepto el del Ejército del Potomac, y luego le ordenó directamente que avanzara. McClellan no podía seguir negándose; era claro que, si lo hacía, sería destituido. Con todo, hizo lo que pudo por frustrar a Lincoln. Se negó a avanzar directamente por tierra y optó por llevar su ejército por mar y remontar uno de los ríos que lo llevasen a la vecindad de Richmond. De este modo podía evitar una batalla inmediata, tendría menos terreno en el cual luchar hasta llegar a la capital y obtenía la ayuda de la armada.

Lincoln estuvo en desacuerdo; le parecía erróneo conducir el ejército al Sur mientras dejaba al enemigo fuertemente concentrado en la vecindad de Washington. Pero Lincoln tuvo que dar su permiso: cualquier cosa con tal de que McClellan se moviera. Mas puso la condición de que se dejasen treinta y cinco mil hombres al mando de McDowell para defender Washington contra un posible contraataque confederado.

El 17 de marzo McClellan finalmente empezó a mover su ejército, con una eficiencia que demostró su habilidad como administrador, al menos. El 5 de abril llegó a la península que está entre la desembocadura del río James y la del río York, a unos quince kilómetros al norte del James. Allí estaba a sólo cien kilómetros al sudeste de Richmond.

Yorktown, en la desembocadura del York, era la base de una línea de fortificaciones que se extendía a través de la península, y cañones confederados en tierra cubrían el río York.

Puesto que gran parte de la lucha tuvo lugar en la península, la campaña que siguió es llamada la Campaña Peninsular.

Al mando de las tropas confederadas de la región estaba John Bankhead Magruder (nacido en Winchester, Virginia, el 15 de agosto de 1810). Tenía sólo quince mil hombres, frente a los treinta y tres mil de McClellan, pero Magruder conocía a su adversario. Lanzó sus tropas a una enorme actividad, y el deslumhrado McClellan rápidamente llegó a la conclusión de que era ampliamente superado en número y empezó a pedir refuerzos. Como no los obtuvo, echó a esto la culpa de los acontecimientos subsiguientes.

McClellan no hizo ningún esfuerzo para eludir Yorktown. La vaga amenaza del inactivo e inmovible Merrimack era suficiente para impedírselo. Tampoco intentó entrar en las líneas enemigas lanzando un asalto repentino. En cambio, empezó a trabajar del modo más metódico y cauteloso posible. De este modo, no se arriesgaba a ninguna derrota aplastante (que la Unión podía permitirse) y renunció a toda esperanza de una victoria aplastante (que la Confederación no podía permitirse).

A McClellan le llevó un mes de cuidadoso asedio el tomar Yorktown, el 4 de mayo, y cuando finalmente ordenó un ataque contra la línea fortificada, la encontró vacía. Magruder pensó que había hecho lo posible como maniobra dilatoria, y se retiró para volver a combatir más tarde.

Mientras McClellan perdía ese mes precioso avanzando a paso de tortuga, Johnston reorganizó el ejército confederado para proteger a Richmond del Este, más que del Norte.

Más aún, Robert E. Lee concibió una brillante maniobra de diversión. Lee, indudablemente el mejor general que nació en suelo estadounidense y, por desgracia, el mejor general que luchó nunca contra los Estados Unidos, era consejero militar de Jefferson Davis por aquel entonces. Lee sugirió el mejor modo de aprovechar los temores de la Unión por la seguridad de Washington.

En Virginia Occidental, el río Shenandoah corre de sudoeste a noreste, a través del rico valle del Shenandoah, para volcar sus aguas en el río Potomac, en un punto donde éste es fácil de cruzar, a sólo sesenta y cinco kilómetros aguas arriba de Washington. En ese valle estaba Stonewall Jackson con quince mil hombres. Cualquier ejército enemigo en el valle era una amenaza directa a Washington, por lo que la Unión mantenía allí dos ejércitos que, juntos, superaban en número a Jackson en tres a uno.

La idea de Lee era hacer que Jackson hiciese todo lo que pudiese para mantener esos ejércitos ocupados de modo que la Unión, temerosa por Washington, ni pensase en enviar refuerzos a McClellan.

Jackson colaboró gustoso. Llevó sus tropas de un lugar para otro por el valle de Shenandoah con tan incesante energía que los ejércitos de la Unión, desconcertados, deben de haber pensado que había el doble de ellos. Los hombres de Jackson, con fatigado orgullo, se llamaban a sí mismos «la caballería de a pie» de Jackson.

En el lapso de diez semanas derrotó a un contingente tras otro en seis batallas diferentes. El gobierno de Washington estaba lógicamente preocupado, y McClellan no obtuvo los refuerzos en la cantidad que él pedía. De hecho, parte del ejército cercano a Washington fue enviado al valle de Shenandoah, para sumarse a las fuerzas de la Unión que se enfrentaban a Jackson.

Así, cuando McClellan finalmente pensó que podía avanzar al Noroeste, hacia Richmond, lo hizo sin poder contar con refuerzos o con un ataque de diversión desde otra dirección. Su sentido de la derrota, siempre fuerte, se hizo más fuerte aún. Los confederados, que se retiraron hacia el Oeste a lo largo de la península, libraron una hábil acción de retaguardia en Williamsburg, retrasando más a McClellan y fortaleciendo su deseo de moverse muy lentamente.

McClellan podía haber sido ayudado si la Armada hubiese sido de más utilidad. Durante un momento, la situación parecía promisoria. Al avanzar McClellan hacia Richmond, los confederados tenían que salir de Norfolk. Esto significaba que no había nada que hacer con el Merrimack sino hundirlo por segunda vez[42]. Una vez desaparecida esta dudosa amenaza, la Armada avanzó aguas arriba del río James, pero en Drewry’s Bluff, a once kilómetros aguas abajo de Richmond, los barcos de la Unión no lograron reducir los fuertes y tuvieron que retirarse.

McClellan vio que no podía contar con apoyo de la Armada, lo cual lo deprimió aún más. Finalmente llegó al río Chickahominy, a ocho kilómetros al norte de Richmond. Para entonces tenía 105.000 hombres, frente a los 60.000 de Johnston. Para McClellan, esto no era suficiente, por supuesto. Sus espías le dijeron lo que él quería oír, y se convenció de que era superado en número por tres a uno.

Envió a algunos de sus hombres a través del río Chickahominy, al lado meridional, pero dejó el resto en el lado septentrional para recibir los refuerzos (de los que siempre tenía una terrible necesidad) de McDowell. Dividir su ejército de este modo era arriesgado; pero cuando se vio que los hombres de McDowell no llegaban, sino que iban al valle del Shenandoah, McClellan mantuvo sus fuerzas divididas, lo cual era idiota.

Johnston decidió atacar a la parte del ejército que estaba al sur del Chickahominy, eligiendo un momento en que las grandes lluvias habían llevado al río al borde de la inundación. Sería difícil para McClellan enviar refuerzos al otro lado del río rápidamente, y la parte meridional podía ser derrotada.

Los confederados atacaron el 31 de mayo. La lucha se centró alrededor de una estación de ferrocarril llamada Fair Oaks y una granja llamada Seven Pines; así, la batalla tiene ambos nombres. Si el plan confederado hubiese funcionado perfectamente, el ejército de la Unión situado al sur del Chickahominy habría sido aplastado. Pero Johnston no dio órdenes completamente claras, y el comandante confederado James Longstreet (nacido en Edgefield District, Carolina del Sur, el 8 de enero de 1821), que había combatido con distinción en Bull Run y Williamsburg, se confundió y no apostó a sus hombres en el lugar adecuado y el momento adecuado. Además, algunas unidades adicionales de la Unión lograron cruzar el Chickahominy a tiempo para tomar parte en la batalla.

Como resultado de todo ello, la batalla, que terminó el 1 de junio, fue inconcluyente. De hecho, las pérdidas confederadas fueron mayores que las de la Unión, de ocho mil y seis mil. Uno de los soldados confederados seriamente heridos fue Johnston. Pero esto no fue ninguna victoria para el Norte, pues fue reemplazado por Lee.

McClellan, como era de prever, no hizo ningún intento de devolver el golpe al ejército confederado mientras estaba trastornado por el cambio de mando. En cambio, aún convencido de que era superado en número, empezó a preparar un lento asedio de Richmond y transcurrieron más de tres semanas.

Lee tenía intención de atacar de lleno tan pronto como pusiese manos a la obra. Tenía a su servicio a Jeb Stuart, el jefe de caballería que había estado a su mando en Harpers Ferry contra John Brown y había luchado bien en Bull Run. Lee envió a Stuart a efectuar una incursión de la caballería para informar sobre la disposición de las tropas de McClellan.

Stuart hizo brillantemente más de lo que se le ordenó (lo cual no siempre sucedía); hizo que sus hombres cabalgasen alrededor de todo el ejército de la Unión, unos 240 kilómetros, y obtuvo una idea clara de lo que McClellan estaba haciendo. Informó que McClellan, después de trasladar la mayor parte de su ejército al sur del río Chickahominy, había dejado parte de él al norte bajo el mando de Fitz-John Porter (nacido en Portsmouth, New Hampshire, el 31 de agosto de 1822).

Lee decidió atacar a la pequeña parte septentrional del ejército de McClellan con sus fuerzas principales, mientras dejaba a un pequeño contingente al mando de Magruder para enfrentarse con el ejército principal de McClellan. Al hacer esto, confiaba en que McClellan, creyéndose siempre superado en número, se quedaría inmóvil mientras el contingente del norte era barrido.

Pero nuevamente una idea excelente fue mal puesta en práctica. El 26 de junio, varias partes del ejército confederado iban a convergir en Mechanicsville, donde estaba acampado el ejército de Porten Era una maniobra complicada, y fue, justamente, Stonewall Jackson, el hombre de la caballería de a pie (ahora llamado del valle de Shenandoah, donde completó su labor), quien llegó seis horas tarde[43].

Cuando un contingente confederado, cansado de esperar a Jackson, atacó desesperadamente sin esperar el apoyo apropiado, fue rechazado. Las pérdidas confederadas en esta batalla de Mechanicsville (la primera de una serie de batallas en rápida sucesión llamadas en conjunto la batalla de los Siete Días) fueron de 1.500 hombres, por 250 de la Unión.

Si McClellan hubiese atacado a las fuerzas muy inferiores en número que ahora estaban frente a él bajo el mando de Magruder, podía haber ganado una victoria importante. Sus subordinados lo urgieron a atacar, pero cuando McClellan entraba en la inactividad, era inmovible. Todo lo que hizo fue ordenar a Porter que se retirase al sur del Chickahominy.

Al día siguiente, el 27 de junio, Lee atacó nuevamente en Gaines’ Mill, a ocho kilómetros al este de Mechanicsville, alcanzando a Porter antes de que hubiese cruzado el río. Otra vez McClellan permaneció inmóvil, contemplando a Magruder, y otra vez lo que salvó a Porter fue la lentitud de Stonewall Jackson. Los hombres de Porter rechazaron ataque tras ataque hasta que, al caer el día, las fuerzas de la Unión cedieron y se retiraron apresuradamente. Esa noche, finalmente, Porter logró cruzar el río.

Esta batalla también fue costosa para los confederados pues perdieron 8.750 hombres, por 4.000 de la Unión pero fue una victoria aunque sólo fuese porque los nervios de McClellan, si los tenía, estallaron.

Después de permitir durante dos días que una pequeña parte de su ejército resistiese a fuerzas confederadas que la superaban en número, infligiendo más daño del que recibía, McClellan, que no había hecho nada frente a tropas inferiores en número, decidió retirarse, retroceder veinticinco kilómetros a una base más fuerte, en Harrison’s Landing, sobre el río James, a veinticinco kilómetros al sudeste de Richmond.

Lee no permitiría que esa retirada se efectuase sin problemas. Siguió de cerca a las tropas de la Unión; los confederados atacaron a contingentes de la Unión en Savage Station, a nueve kilómetros al sudeste de Gaines’ Mill, el 29 de junio, y en Fraysers’ Farm, a nueve kilómetros más al sur, el 30 de junio. En ambas ocasiones, Stonewall Jackson (por tercera y cuarta vez) no estuvo donde se le necesitaba, y en ambas ocasiones Lee perdió la oportunidad de infligir serios daños al ejército de la Unión.

Finalmente, el 1 de julio, el ejército de la Unión llegó a Malvern Hill, inmediatamente al sur del río James, y los confederados atacaron de nuevo. Pero esta vez el ejército de la Unión ocupaba una buena posición y, además, tenía la ayuda de cañones desde el río. Los confederados, después de sufrir terribles pérdidas, fueron rechazados.

La situación, pues, al final de la batalla de los Siete Días, era tal que el ejército de la Unión se había conservado intacto. En verdad, el ejército confederado había perdido más de veinte mil hombres, y el de la Unión menos de dieciséis mil; pero el primero podía permitirse muchas menos pérdidas que el segundo.

Que el ejército de la Unión hubiese salido bien parado no era en modo alguno mérito de McClellan. La causa fue que McClellan, en todo momento, luchó lo menos que pudo, y siempre se desempeñaba muy bien conduciendo un ejército cuando no había combate.

En toda esta campaña, el ejército de la Unión había sido superior en número y en equipo a los confederados; y había demostrado tener al menos tanto espíritu de lucha como los confederados. El ejército de la Unión sólo era inferior en lo que respecta a su general, y este factor único anulaba todos los demás. El resultado fue que el ejército de la Unión se dejó perseguir de un lado a otro, siempre a la defensiva, frente a un enemigo más débil en número.

Aun después de la retirada, con éxito, de McClellan a Harrison’s Landing, el ejército de la Unión era bastante fuerte como para tomar Richmond, si hubiese sido conducido por un jefe resuelto. Pero McClellan no era el hombre adecuado. Fue batido; Lee mantuvo la iniciativa y la guerra continuaría por tres años más.